ACTO III. CONT
Entra ADELA. Mira a un lado y otro con sigilo y desaparece por la puerta del corral. Sale MARTIRIO por otra puerta y queda en angustioso acecho en el centro de la escena. También va en enaguas. Se cubre con un pequeño mantón negro de talle. Sale por enfrente de ella MARÍA JOSEFA.) |
MARTIRIO.- Abuela, ¿dónde va usted? |
MARÍA JOSEFA.- ¿Vas a abrirme la puerta? ¿Quién eres tú? |
MARTIRIO.- ¿Cómo está aquí? |
MARÍA JOSEFA.- Me escapé. ¿Tú quién eres? |
MARTIRIO.- Vaya a acostarse. |
MARÍA JOSEFA.- Tú eres Martirio, ya te veo. Martirio, cara de martirio. ¿Y cuándo vas a tener un niño? Yo he tenido éste. |
MARTIRIO.- ¿Dónde cogió esa oveja? |
MARÍA JOSEFA.- Ya sé que es una oveja. Pero ¿por qué una oveja no va a ser un niño? Mejor es tener una oveja que no tener nada. Bernarda, cara de leoparda. Magdalena, cara de hiena. |
MARTIRIO.- No dé voces. |
MARÍA JOSEFA.- Es verdad. Está todo muy oscuro. Como tengo el pelo blanco crees que no puedo tener crías, y sí, crías y crías y crías. Este niño tendrá el pelo blanco y tendrá otro niño y éste otro, y todos con el pelo de nieve, seremos como las olas, una y otra y otra. Luego nos sentaremos todos y todos tendremos el cabello blanco y seremos espuma. ¿Por qué aquí no hay espumas? Aquí no hay más que mantos de luto. |
MARTIRIO.- Calle, calle. |
MARÍA JOSEFA.- Cuando mi vecina tenía un niño yo le llevaba chocolate y luego ella me lo traía a mí y así siempre, siempre, siempre. Tú tendrás el pelo blanco, pero no vendrán las vecinas. Yo tengo que marcharme, pero tengo miedo que los perros me muerdan. ¿Me acompañarás tú a salir al campo? Yo quiero campo. Yo quiero casas, pero casas abiertas y las vecinas acostadas en sus camas con sus niños chiquitos y los hombres fuera sentados en sus sillas. Pepe el Romano es un gigante. Todas lo queréis. Pero él os va a devorar porque vosotras sois granos de trigo. No granos de trigo. ¡Ranas sin lengua! |
MARTIRIO.- Vamos. Váyase a la cama. (La empuja.) |
MARÍA JOSEFA.- Sí, pero luego tú me abrirás, ¿verdad? |
MARTIRIO.- De seguro. |
MARÍA JOSEFA |
| (Llorando.) | | Ovejita, niño mío. | | | | Vámonos a la orilla del mar. | | | | La hormiguita estará en su puerta, | | | | yo te daré la teta y el pan. | | |
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(MARTIRIO cierra la puerta por donde ha salido MARÍA JOSEFA y se dirige a la puerta del corral. Allí vacila, pero avanza dos pasos más.) |
MARTIRIO.- (En voz baja.) Adela. (Pausa. Avanza hasta la misma puerta. En voz alta.) ¡Adela! |
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(Aparece ADELA. Viene un poco despeinada.) |
ADELA.- ¿Por qué me buscas? |
MARTIRIO.- ¡Deja a ese hombre! |
ADELA.- ¿Quién eres tú para decírmelo? |
MARTIRIO.- No es ése el sitio de una mujer honrada. |
ADELA.- ¡Con qué ganas te has quedado de ocuparlo! |
MARTIRIO.- (En voz alta.) Ha llegado el momento de que yo hable. Esto no puede seguir así. |
ADELA.- Esto no es más que el comienzo. He tenido fuerza para adelantarme. El brío y el mérito que tú no tienes. He visto la muerte debajo de estos techos y he salido a buscar lo que era mío, lo que me pertenecía. |
MARTIRIO.- Ese hombre sin alma vino por otra. Tú te has atravesado. |
ADELA.- Vino por el dinero, pero sus ojos los puso siempre en mí. |
MARTIRIO.- Yo no permitiré que lo arrebates. Él se casará con Angustias. |
ADELA.- Sabes mejor que yo que no la quiere. |
MARTIRIO.- Lo sé. |
ADELA.- Sabes, porque lo has visto, que me quiere a mí. |
MARTIRIO.- (Despechada.) Sí. |
ADELA.- (Acercándose.) Me quiere a mí. Me quiere a mí. |
MARTIRIO.- Clávame un cuchillo si es tu gusto, pero no me lo digas más. |
ADELA.- Por eso procuras que no vaya con él. No te importa que abrace a la que no quiere; a mí, tampoco. Ya puede estar cien años con Angustias, pero que me abrace a mí se te hace terrible, porque tú lo quieres también, lo quieres. |
MARTIRIO.- (Dramática.) ¡Sí! Déjame decirlo con la cabeza fuera de los embozos. ¡Sí! Déjame que el pecho se me rompa como una granada de amargura. ¡Le quiero! |
ADELA.- (En un arranque y abrazándola.) Martirio, Martirio, yo no tengo la culpa. |
MARTIRIO.- ¡No me abraces! No quieras ablandar mis ojos. Mi sangre ya no es tuya. Aunque quisiera verte como hermana, no te miro ya más que como mujer. (La rechaza.) |
ADELA.- Aquí no hay ningún remedio. La que tenga que ahogarse que se ahogue. Pepe el Romano es mío. Él me lleva a los juncos de la orilla. |
MARTIRIO.- ¡No será! |
ADELA.- Ya no aguanto el horror de estos techos después de haber probado el sabor de su boca. Seré lo que él quiera que sea. Todo el pueblo contra mí, quemándome con sus dedos de lumbre, perseguida por los que dicen que son decentes, y me pondré la corona de espinas que tienen las que son queridas de algún hombre casado. |
MARTIRIO.- ¡Calla! |
ADELA.- Sí. Sí. (En voz baja.) Vamos a dormir, vamos a dejar que se case con Angustias, ya no me importa, pero yo me iré a una casita sola donde él me verá cuando quiera, cuando le venga en gana. |
MARTIRIO.- Eso no pasará mientras yo tenga una gota de sangre en el cuerpo. |
ADELA.- No a ti, que eres débil; a un caballo encabritado soy capaz de poner de rodillas con la fuerza de mi dedo meñique. |
MARTIRIO.- No levantes esa voz que me irrita. Tengo el corazón lleno de una fuerza tan mala, que, sin quererlo yo, a mí misma me ahoga. |
ADELA.- Nos enseñan a querer a las hermanas. Dios me ha debido dejar sola en medio de la oscuridad, porque te veo como si no te hubiera visto nunca. |
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