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Juan García Hortelano (Madrid, 14 de febrero de 1928 - Madrid, 3 de abril de 1992) fue un escritor español.
Trayectoria
Hijo del médico y químico Juan García Gutiérrez y de Milagros Hortelano Martínez, Juan García Hortelano sufrió la Guerra Civil en una infancia libre pero peligrosa entre Cuenca y Madrid. Su abuelo tenía una buena biblioteca, y Juan, lector, la usará completando en su juventud sus curiosidades con la del Ateneo. En 1951 se afilió al Partido Comunista de España (PCE). Licenciado en Derecho por la Universidad de Madrid en 1950, ganó una oposición en la Administración Civil en 1953.
García Hortelano escribió desde los catorce años. Acudió a muy diversas tertulias literarias, no sólo la del Café Gijón. Se presentó a certámenes literarios sin éxito, al principio, finalmente su novela Barrio de Argüelles resultó finalista del Premio Nadal en 1956, aunque no llegó a publicarse nunca. Pero en 1959 publicó su primera novela, Nuevas amistades, que obtuvo el Premio Biblioteca Breve; y ganó el Premio Formentor de las Letras con Tormenta de verano (1961), que se tradujo a doce lenguas. Admirador de Flaubert, Proust, Sartre, Boris Vian (de quien fue traductor al castellano) y de Cervantes, o Galdós, entre otros, también escribió poesía.
En 1964 conoció a su mujer, María Martín Ampudia, y fruto de esta relación nació su hija, la abogada Sofía García-Hortelano Martín-Ampudia; ambas manifestaron en abril de 2002 su intención de publicar las «Memorias inventadas» ―como las denomina su viuda―, una serie de textos autobiográficos inéditos del autor, fallecido el 3 de abril de 1992, con 64 años de edad, a consecuencia de un cáncer de pulmón.
Durante toda su vida, García Hortelano —autodidacta en materia de literatura— se dedicó al ejercicio de la escritura con fervor y disciplina, sin abandonar nunca su trabajo como funcionario administrativo de la Comunidad de Madrid: incluso cuando su obra comenzó a ser reconocida más allá del círculo de sus íntimos, Hortelano fue puntualmente a la oficina. Habló en un artículo de su disfrute de una clandestinidad, que calla sus preferencias y aguanta las ajenas. Lo que no impidió que cultivara la amistad de muchos; destacan, entre ellos, Juan Benet, Jaime Gil de Biedma, Juan Marsé y Ángel González. Fue asesor literario con Jaime Salinas Bonmatí para la Editorial Alfaguara; fue amigo del editor Carlos Barral, con quien tradujo la primera novela del escritor suizo Robert Walser que se conoció en España, la titulada Jacob von Gunten, libro publicado en 1974 que fue retirado del mercado al poco tiempo por un desacuerdo con la Fundación Carl Seelig, los herederos de Walser. Fue asimismo miembro del jurado del Premio La Sonrisa Vertical de literatura erótica. Además, tradujo a Céline e hizo una excelente antología de los poetas de su generación, titulada El grupo poético de los años 50. Una antología (1978). Colaboró con el periódico El País escribiendo artículos de opinión.
García Hortelano también publicó cuentos y ensayos sobre la literatura de autores como Jovellanos, Cesare Pavese, Kafka, Walser, Proust, Céline, Sartre y el movimiento literario nouveau roman, Machado, Salinas, Onetti y Barral.
Sus obras completas han sido publicadas por la Editorial Lumen.
Casualmente otro escritor español, Francisco García Hortelano, tuvo que buscarse el pseudónimo de Francisco Casavella para diferenciarse de él.
Estilo
A pesar de las patentes diferencias que existen entre sus obras, el estilo de Juan García Hortelano guarda ciertos rasgos diferenciadores constantes que hacen de su prosa algo inconfundible: la abundancia de intertextos literarios preferentemente de la literatura francesa, una extraordinaria riqueza léxico-sintáctica, y un finísimo y peculiar sentido del humor, presente incluso en los episodios que tratan de los aspectos menos amables de la vida.
Así, por ejemplo, encontramos en su hilarante y, al tiempo, profunda novela paródica Gramática parda, una inmensa retícula de guiños literarios al mundo francés; el más patente entre ellos, el intertexto constante de la novela El arrancacorazones (1953) del francés Boris Vian, cuya influencia resulta evidente sobre todo en lo que a la construcción de los personajes infantiles se refiere.
Como muestra del amplio registro temático y formal que abarca la obra de Hortelano, cabe también citar la antología de relatos Los archivos secretos, en la que Hortelano se sirve de procedimientos de escritura en ocasiones, muy distintos a los de la novela anteriormente citada (sin nunca perder, en cambio, la irónica lucidez que le caracteriza) para tratar temas varios que van desde la guerra civil española (en el agridulce relato "Riánsares y el fascista", focalizado en la mirada transparente de un niño que deja de serlo durante la guerra), hasta la crítica de la vanidad y la egolatría de los grandes escritores (en el relato "A vuestra consideración").
El gran momento de Mary Tribune, considerada su obra maestra, es una de las novelas españolas más representativas de los años setenta. Su primera parte comienza con los amigos del narrador llegando a su casa para el aperitivo del sábado sin saber que en una de las habitaciones duerme Mary Tribune, una norteamericana que conoció a última hora de la noche. Después comienza una inmersión de varias semanas en la vida cotidiana del protagonista y los encuentros o desencuentros con Mary y otras mujeres, como su otra amante (la mujer de uno de sus amigos). Todo ello explicado con un estilo pletórico inimitable, como de melopea alcohólica. La segunda parte de la novela (que se publicó en otro volumen en su primera edición) transcurre tras varios meses en una casa en la Sierra de Guadarrama, donde ahora convive con otra mujer. Esta parte narra solo dos días y tiene un tono mucho más sosegado y melancólico, con el narrador que quiere dejar la bebida y mejorar su vida. De fondo la sombra de Mary, que desapareció de su vida tras varios desencuentros y ahora le genera una sensación de desencanto.
(Sacado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] )
*
Algunos poemas de Juan García Hortelano, de La incomprensión del comercio, 1995
ELEGÍA
El viejo enano, dejando huérfana
a la infecta prole, se fue pudriendo
en el hediente caldo de sus jugos,
en la viscosidad pululante y larvaria
de su bilis, a hervor controlado
por la ignición interna de las heces,
en los instantes de mejoría aliviado
por bisturí que guían de consuno
la codicia y torpeza.
Expulsando guijarros de sangre por el ano,
por la boca sapos huyendo de la baba enana,
el enano eterno, que no vería más luz
que la siniestra, parece que sentía
el terror de los suyos morderle las mucosas,
mientras equivocaba la esperanza
con los esputos y estos con las rapiñas
que la mujer (nunca suya) ensacaba,
encamionaba, encolchonaba, transfería
en las alfombras de nudo enrolladas, tejidas
con las flemas de los ajusticiados.
Sin tregua, a estertores, así fue comprendiendo
en la agonía los peros de la longevidad,
las sorpresivas fallas de la inmortalidad
en intervalos tétricos –como fuera su vida–
soñando aún en matar, en torturar, cazando
hombres, peces, perdices, persiguiendo
el pavor, placer único del que gozó viviendo.
Alguna última tarde y según susurraron
los que, con su temblor, creían espantar a La que no llegaba,
el coriáceo asesino sollozaba, apiadado
de su corta existencia, lamentando no haber gaseado,
en los dorados días, los millones que el otro.
Mejillas áridas, enloquecidas manos, falos
encogidos, incontenibles muecas de los herederos
constituyeron su mortaja; y en la magnificencia de la fosa
–juguete preferido de los que a sí mismo se regaló el austero–,
un beso acre del ángel de su guardia
sobre la nunca besada frente, sobre la frente enana,
tan cercana a la tierra que nalgas parecía
(entre las que tantos lamieron), nueva vida le dio.
Entonces descubrió que había olvidado
hacerse acompañar por quienes nunca
dejaron de pesar en su conciencia
estricta como inmensa era la tumba.
Y, al fin, harta aún más que compasiva, la Hedionda,
quizás agradecida a los tributos de su mejor cliente,
le convirtió en reliquia, una más entre tantas.
Sí, fueron días hermosos, muy hermosos,
breves, como siempre es la dicha en este mundo,
fugaces, como siempre son los estertores
del tirano, dichosos, muy dichosos,
para el que largamente
su vida dedicó a la abyección y el odio.
LAS VOCES DEL AMOR (1)
Una vez forniqué con una muda
de negras medias y de cuerpo rosa,
a no muy alto precio y con horario;
lo que oí, no lo digo. Si es que el miedo
permite dignidades a mi muerte,
de aquella silenciosa jadeante
la luz del gozo alumbrará mi tumba.
LAS VOCES DEL AMOR (2)
De pronto, habló. Sentada en el bidet,
giraba en espiral interminable
la perfecta columna de su carne.
Oí lo que decía, y no en sus ojos.
Me hablaba a mí. Su voz me hablaba.
De pronto, desperté. Sobre el caballo
blanco, ganándole a la noche tiempo
para otro cliente, en su silencio,
la voz posible de la carne hablaba.
LAS VOCES DEL AMOR (3)
Se me quebró la voz. Ella ascendía
a la zona de oxígeno, que rompe
la muda luz. No quise abandonarla.
Tras su placer, el mío, remendando
los inaudibles gritos de su goe.
Perdí la voz. El amor ennoblece
y al rango de la bestia nos eleva.
LAS VOCES DEL AMOR (4)
Imposible será, así cien años viva,
olvidar la armonía de sus piernas,
La música nació para explicarla.
La voz le fue negada. NJoche a noche
hacía la carrera por la brava
acera del Liceo. Nunca diva
encendió tal fervor, ni desde entonces,
rugiendo ¡bravos!, aplaudí en la cama.
Imposible olvidarla, saludando
con asfixiada mueca silenciosa.
VARIACIONES SOBRE UN TEMA DE JIMÉNEZ
Vino primero puta,
vestida de escarlata,
y la amé como un hombre.
Mas se fue desprendiendo
de liguero y de encajes,
y me fue descarnando
como un anjel pintado.
Quise amarla y no pude
sin odiarme a mí mismo.
Cuando ya supe odiarme,
sus caderas limadas,
sus pechos cernudianos
su pubis de muñeca,
inodoras axilas
me conducían el alma
a las tardes de oro.
En el jardín de ensueños,
secuestrado el presente,
brotaba de las fuentes
mi perdida ninfea,
maquillada, afeitada,
hirsuta, robacama,
con su niñez nefanda.
Luego ya no venía
y me fui acostumbrando
a la infame nostalgia
de sus medias caladas.
¿Dónde fuiste, ceñida,
culona, taconera,
vencida por la Gélida,
por la Proporcionada?
Ya nunca mía, mía,
me dejaste, corrupta,
perdido en el museo
de los muslos de mármol.
LA IMPORTANCIA DE MI MUERTE
-Letanía-
No me importaría morir con aguacero,
pero carezco de paraguas.
*
Si no hubiese nacido,
no me importaría;
pero ¿qué necesidad de morr tengo yo,
si he nacido?
*
Si se me asegurase
con aval del Banco Vaticano,
una resurrección y para siempre,
no me importaría morir.
*
Si muriésemos juntos,
me importaría doblemente.
*
Si no se pareciese tanto a la óopera,
me importaría poco la muerte.
*
No me importaría morir
si se enamorase de mí una monja
y yo me comportara como un caballero.
*
No me importaría morir,
si esa mirada tuya fuera eterna.
Mas tampoco es eterna tu mirada.
*
No me importaría morirme,
si fuera sólo por las mañanas.
Y no todas las mañanas.
*
No me importaría morir
abrazado a la Bandera
y con Su Nombre en los labios,
sobre un escenario.
*
No me importaría morir
el 12 de octubre de 1992.
*
>No me importaría,
si supiese cuándo deseas tú
que me muera.
*
Si aún fuese niño,
no me importaría morir
a los treinta años.
A los veinte años
no me habría importado nada morir.
(Pero tampoco me concedí el capricho).
*
Si me importase morir
cuando pierdo,
sería mayor cadáver viviente todavía.
*
No me importaría quedarme muerto
entre tus piernas,
porque en esa fosa se resucita.
*
No me importaría morirme
sin haber vuelto a Zaragoza.
*
Ahora, por ejemplo,
no me importaría morirme,
de no ser porque mañana
tengo hora con el dentista.
*
Si yo hubiese sido Hitler o Franco,
a vosotros os habría importado
que yo hubiese nacido.
*
Me importaría menos,
si llego a nacer Unamuno
o Rimsky-Korsakov.
*
Si tú murieses,
me importaría mucho morirme,
porque ya no podría matarme.
*
Me importaría quedarme sin mi cuantiosa pobreza
si para ello tuviera que morirme.
*
No me importaría morir
si hubiera llegado a conocerme.
*
No me importaría morir
si lograse recordar
por qué he nacido.
*
No me importaría morir
de pena, como tantas veces.
*
No me importaría morirme
si la muerte no fuese una cosa muy seria.
*
No me importaría escribir que no me importa,
si tuviese talento para escribir mentiras.
*
Quizá si me gustase el mundo,
morir no me importaría.
*
No me importaría morir
si restituyese la vida a quienes me la dieron.
*
Si mi trabajo estuviese bien remunerado,
no me importaría, por mis herederos.
Pero con tal sueldo basta apenas
para ir tirando vivo.
*
No me importaría morir
si hubiese sudarios de mi talla.
*
Tú, precisamente tú,
recuerda que no me habría importado.
Pero no me mataste.
*
No me importaría morir de suicidio.
Ahora bien, de suicidio en legítima defensa.
*
Soy yo muy sedentario,
para gustar de esa mudanza
de inestabilidad tan zafia.
*
Si hubiesen aceptado amarme
las cien mil que he deseado,
¡qué dulce muerte!
*
Soy yo muy valeroso
para morir de miedo.
*
Mientras conserve mi memoria
presentes tus rodillas,
mayor necesidad
de morirme no tengo.
*
Celebraría, no morir
pero sí quedarme manco
después de estrechar la mano
de cualquier Emperador
del Imperio Americano.
*
En cualquiera otra hipótesis
me importará morirme.
JUAN GARCÍA HORTELANO, La incomprensión del comercio, Visor, 1995
Juan García Hortelano (Madrid, 14 de febrero de 1928 - Madrid, 3 de abril de 1992) fue un escritor español.
Trayectoria
Hijo del médico y químico Juan García Gutiérrez y de Milagros Hortelano Martínez, Juan García Hortelano sufrió la Guerra Civil en una infancia libre pero peligrosa entre Cuenca y Madrid. Su abuelo tenía una buena biblioteca, y Juan, lector, la usará completando en su juventud sus curiosidades con la del Ateneo. En 1951 se afilió al Partido Comunista de España (PCE). Licenciado en Derecho por la Universidad de Madrid en 1950, ganó una oposición en la Administración Civil en 1953.
García Hortelano escribió desde los catorce años. Acudió a muy diversas tertulias literarias, no sólo la del Café Gijón. Se presentó a certámenes literarios sin éxito, al principio, finalmente su novela Barrio de Argüelles resultó finalista del Premio Nadal en 1956, aunque no llegó a publicarse nunca. Pero en 1959 publicó su primera novela, Nuevas amistades, que obtuvo el Premio Biblioteca Breve; y ganó el Premio Formentor de las Letras con Tormenta de verano (1961), que se tradujo a doce lenguas. Admirador de Flaubert, Proust, Sartre, Boris Vian (de quien fue traductor al castellano) y de Cervantes, o Galdós, entre otros, también escribió poesía.
En 1964 conoció a su mujer, María Martín Ampudia, y fruto de esta relación nació su hija, la abogada Sofía García-Hortelano Martín-Ampudia; ambas manifestaron en abril de 2002 su intención de publicar las «Memorias inventadas» ―como las denomina su viuda―, una serie de textos autobiográficos inéditos del autor, fallecido el 3 de abril de 1992, con 64 años de edad, a consecuencia de un cáncer de pulmón.
Durante toda su vida, García Hortelano —autodidacta en materia de literatura— se dedicó al ejercicio de la escritura con fervor y disciplina, sin abandonar nunca su trabajo como funcionario administrativo de la Comunidad de Madrid: incluso cuando su obra comenzó a ser reconocida más allá del círculo de sus íntimos, Hortelano fue puntualmente a la oficina. Habló en un artículo de su disfrute de una clandestinidad, que calla sus preferencias y aguanta las ajenas. Lo que no impidió que cultivara la amistad de muchos; destacan, entre ellos, Juan Benet, Jaime Gil de Biedma, Juan Marsé y Ángel González. Fue asesor literario con Jaime Salinas Bonmatí para la Editorial Alfaguara; fue amigo del editor Carlos Barral, con quien tradujo la primera novela del escritor suizo Robert Walser que se conoció en España, la titulada Jacob von Gunten, libro publicado en 1974 que fue retirado del mercado al poco tiempo por un desacuerdo con la Fundación Carl Seelig, los herederos de Walser. Fue asimismo miembro del jurado del Premio La Sonrisa Vertical de literatura erótica. Además, tradujo a Céline e hizo una excelente antología de los poetas de su generación, titulada El grupo poético de los años 50. Una antología (1978). Colaboró con el periódico El País escribiendo artículos de opinión.
García Hortelano también publicó cuentos y ensayos sobre la literatura de autores como Jovellanos, Cesare Pavese, Kafka, Walser, Proust, Céline, Sartre y el movimiento literario nouveau roman, Machado, Salinas, Onetti y Barral.
Sus obras completas han sido publicadas por la Editorial Lumen.
Casualmente otro escritor español, Francisco García Hortelano, tuvo que buscarse el pseudónimo de Francisco Casavella para diferenciarse de él.
Estilo
A pesar de las patentes diferencias que existen entre sus obras, el estilo de Juan García Hortelano guarda ciertos rasgos diferenciadores constantes que hacen de su prosa algo inconfundible: la abundancia de intertextos literarios preferentemente de la literatura francesa, una extraordinaria riqueza léxico-sintáctica, y un finísimo y peculiar sentido del humor, presente incluso en los episodios que tratan de los aspectos menos amables de la vida.
Así, por ejemplo, encontramos en su hilarante y, al tiempo, profunda novela paródica Gramática parda, una inmensa retícula de guiños literarios al mundo francés; el más patente entre ellos, el intertexto constante de la novela El arrancacorazones (1953) del francés Boris Vian, cuya influencia resulta evidente sobre todo en lo que a la construcción de los personajes infantiles se refiere.
Como muestra del amplio registro temático y formal que abarca la obra de Hortelano, cabe también citar la antología de relatos Los archivos secretos, en la que Hortelano se sirve de procedimientos de escritura en ocasiones, muy distintos a los de la novela anteriormente citada (sin nunca perder, en cambio, la irónica lucidez que le caracteriza) para tratar temas varios que van desde la guerra civil española (en el agridulce relato "Riánsares y el fascista", focalizado en la mirada transparente de un niño que deja de serlo durante la guerra), hasta la crítica de la vanidad y la egolatría de los grandes escritores (en el relato "A vuestra consideración").
El gran momento de Mary Tribune, considerada su obra maestra, es una de las novelas españolas más representativas de los años setenta. Su primera parte comienza con los amigos del narrador llegando a su casa para el aperitivo del sábado sin saber que en una de las habitaciones duerme Mary Tribune, una norteamericana que conoció a última hora de la noche. Después comienza una inmersión de varias semanas en la vida cotidiana del protagonista y los encuentros o desencuentros con Mary y otras mujeres, como su otra amante (la mujer de uno de sus amigos). Todo ello explicado con un estilo pletórico inimitable, como de melopea alcohólica. La segunda parte de la novela (que se publicó en otro volumen en su primera edición) transcurre tras varios meses en una casa en la Sierra de Guadarrama, donde ahora convive con otra mujer. Esta parte narra solo dos días y tiene un tono mucho más sosegado y melancólico, con el narrador que quiere dejar la bebida y mejorar su vida. De fondo la sombra de Mary, que desapareció de su vida tras varios desencuentros y ahora le genera una sensación de desencanto.
(Sacado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] )
*
Algunos poemas de Juan García Hortelano, de La incomprensión del comercio, 1995
ELEGÍA
El viejo enano, dejando huérfana
a la infecta prole, se fue pudriendo
en el hediente caldo de sus jugos,
en la viscosidad pululante y larvaria
de su bilis, a hervor controlado
por la ignición interna de las heces,
en los instantes de mejoría aliviado
por bisturí que guían de consuno
la codicia y torpeza.
Expulsando guijarros de sangre por el ano,
por la boca sapos huyendo de la baba enana,
el enano eterno, que no vería más luz
que la siniestra, parece que sentía
el terror de los suyos morderle las mucosas,
mientras equivocaba la esperanza
con los esputos y estos con las rapiñas
que la mujer (nunca suya) ensacaba,
encamionaba, encolchonaba, transfería
en las alfombras de nudo enrolladas, tejidas
con las flemas de los ajusticiados.
Sin tregua, a estertores, así fue comprendiendo
en la agonía los peros de la longevidad,
las sorpresivas fallas de la inmortalidad
en intervalos tétricos –como fuera su vida–
soñando aún en matar, en torturar, cazando
hombres, peces, perdices, persiguiendo
el pavor, placer único del que gozó viviendo.
Alguna última tarde y según susurraron
los que, con su temblor, creían espantar a La que no llegaba,
el coriáceo asesino sollozaba, apiadado
de su corta existencia, lamentando no haber gaseado,
en los dorados días, los millones que el otro.
Mejillas áridas, enloquecidas manos, falos
encogidos, incontenibles muecas de los herederos
constituyeron su mortaja; y en la magnificencia de la fosa
–juguete preferido de los que a sí mismo se regaló el austero–,
un beso acre del ángel de su guardia
sobre la nunca besada frente, sobre la frente enana,
tan cercana a la tierra que nalgas parecía
(entre las que tantos lamieron), nueva vida le dio.
Entonces descubrió que había olvidado
hacerse acompañar por quienes nunca
dejaron de pesar en su conciencia
estricta como inmensa era la tumba.
Y, al fin, harta aún más que compasiva, la Hedionda,
quizás agradecida a los tributos de su mejor cliente,
le convirtió en reliquia, una más entre tantas.
Sí, fueron días hermosos, muy hermosos,
breves, como siempre es la dicha en este mundo,
fugaces, como siempre son los estertores
del tirano, dichosos, muy dichosos,
para el que largamente
su vida dedicó a la abyección y el odio.
LAS VOCES DEL AMOR (1)
Una vez forniqué con una muda
de negras medias y de cuerpo rosa,
a no muy alto precio y con horario;
lo que oí, no lo digo. Si es que el miedo
permite dignidades a mi muerte,
de aquella silenciosa jadeante
la luz del gozo alumbrará mi tumba.
LAS VOCES DEL AMOR (2)
De pronto, habló. Sentada en el bidet,
giraba en espiral interminable
la perfecta columna de su carne.
Oí lo que decía, y no en sus ojos.
Me hablaba a mí. Su voz me hablaba.
De pronto, desperté. Sobre el caballo
blanco, ganándole a la noche tiempo
para otro cliente, en su silencio,
la voz posible de la carne hablaba.
LAS VOCES DEL AMOR (3)
Se me quebró la voz. Ella ascendía
a la zona de oxígeno, que rompe
la muda luz. No quise abandonarla.
Tras su placer, el mío, remendando
los inaudibles gritos de su goe.
Perdí la voz. El amor ennoblece
y al rango de la bestia nos eleva.
LAS VOCES DEL AMOR (4)
Imposible será, así cien años viva,
olvidar la armonía de sus piernas,
La música nació para explicarla.
La voz le fue negada. NJoche a noche
hacía la carrera por la brava
acera del Liceo. Nunca diva
encendió tal fervor, ni desde entonces,
rugiendo ¡bravos!, aplaudí en la cama.
Imposible olvidarla, saludando
con asfixiada mueca silenciosa.
VARIACIONES SOBRE UN TEMA DE JIMÉNEZ
Vino primero puta,
vestida de escarlata,
y la amé como un hombre.
Mas se fue desprendiendo
de liguero y de encajes,
y me fue descarnando
como un anjel pintado.
Quise amarla y no pude
sin odiarme a mí mismo.
Cuando ya supe odiarme,
sus caderas limadas,
sus pechos cernudianos
su pubis de muñeca,
inodoras axilas
me conducían el alma
a las tardes de oro.
En el jardín de ensueños,
secuestrado el presente,
brotaba de las fuentes
mi perdida ninfea,
maquillada, afeitada,
hirsuta, robacama,
con su niñez nefanda.
Luego ya no venía
y me fui acostumbrando
a la infame nostalgia
de sus medias caladas.
¿Dónde fuiste, ceñida,
culona, taconera,
vencida por la Gélida,
por la Proporcionada?
Ya nunca mía, mía,
me dejaste, corrupta,
perdido en el museo
de los muslos de mármol.
LA IMPORTANCIA DE MI MUERTE
-Letanía-
No me importaría morir con aguacero,
pero carezco de paraguas.
*
Si no hubiese nacido,
no me importaría;
pero ¿qué necesidad de morr tengo yo,
si he nacido?
*
Si se me asegurase
con aval del Banco Vaticano,
una resurrección y para siempre,
no me importaría morir.
*
Si muriésemos juntos,
me importaría doblemente.
*
Si no se pareciese tanto a la óopera,
me importaría poco la muerte.
*
No me importaría morir
si se enamorase de mí una monja
y yo me comportara como un caballero.
*
No me importaría morir,
si esa mirada tuya fuera eterna.
Mas tampoco es eterna tu mirada.
*
No me importaría morirme,
si fuera sólo por las mañanas.
Y no todas las mañanas.
*
No me importaría morir
abrazado a la Bandera
y con Su Nombre en los labios,
sobre un escenario.
*
No me importaría morir
el 12 de octubre de 1992.
*
>No me importaría,
si supiese cuándo deseas tú
que me muera.
*
Si aún fuese niño,
no me importaría morir
a los treinta años.
A los veinte años
no me habría importado nada morir.
(Pero tampoco me concedí el capricho).
*
Si me importase morir
cuando pierdo,
sería mayor cadáver viviente todavía.
*
No me importaría quedarme muerto
entre tus piernas,
porque en esa fosa se resucita.
*
No me importaría morirme
sin haber vuelto a Zaragoza.
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Ahora, por ejemplo,
no me importaría morirme,
de no ser porque mañana
tengo hora con el dentista.
*
Si yo hubiese sido Hitler o Franco,
a vosotros os habría importado
que yo hubiese nacido.
*
Me importaría menos,
si llego a nacer Unamuno
o Rimsky-Korsakov.
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Si tú murieses,
me importaría mucho morirme,
porque ya no podría matarme.
*
Me importaría quedarme sin mi cuantiosa pobreza
si para ello tuviera que morirme.
*
No me importaría morir
si hubiera llegado a conocerme.
*
No me importaría morir
si lograse recordar
por qué he nacido.
*
No me importaría morir
de pena, como tantas veces.
*
No me importaría morirme
si la muerte no fuese una cosa muy seria.
*
No me importaría escribir que no me importa,
si tuviese talento para escribir mentiras.
*
Quizá si me gustase el mundo,
morir no me importaría.
*
No me importaría morir
si restituyese la vida a quienes me la dieron.
*
Si mi trabajo estuviese bien remunerado,
no me importaría, por mis herederos.
Pero con tal sueldo basta apenas
para ir tirando vivo.
*
No me importaría morir
si hubiese sudarios de mi talla.
*
Tú, precisamente tú,
recuerda que no me habría importado.
Pero no me mataste.
*
No me importaría morir de suicidio.
Ahora bien, de suicidio en legítima defensa.
*
Soy yo muy sedentario,
para gustar de esa mudanza
de inestabilidad tan zafia.
*
Si hubiesen aceptado amarme
las cien mil que he deseado,
¡qué dulce muerte!
*
Soy yo muy valeroso
para morir de miedo.
*
Mientras conserve mi memoria
presentes tus rodillas,
mayor necesidad
de morirme no tengo.
*
Celebraría, no morir
pero sí quedarme manco
después de estrechar la mano
de cualquier Emperador
del Imperio Americano.
*
En cualquiera otra hipótesis
me importará morirme.
JUAN GARCÍA HORTELANO, La incomprensión del comercio, Visor, 1995
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