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Eduardo Jordá (Palma de Mallorca, 1956). Narrador, articulista, ensayista y poeta, «ha de ser tenido en cuenta como valor indiscutible de la literatura contemporánea» (Enrique Turpin, Qué Leer). Eduardo Jordá es uno de los mayores prosistas de su generación (Miguel Dalmau, La Vanguardia).
(Sacado de https://www.lavanguardia.com/libros/autores/eduardo-jorda-19015 )
*
Algunos poemas de Eduardo Jordá:
De La estación de las lluvias, Renacimiento+ (2001):
DIEZ AÑOS YA
Diez años ya, y ahora me pregunto
qué fue de ti a lo largo de este tiempo.
¿Conociste a algún hombre comprensivo?
¿Volvió la paz? ¡Nació ya la hija que querías?
¿Encontraste una casa con un huerto?
¿Viste salir el sol tras las montañas
que rodean un valle de avellanos?
¿Fuiste feliz alguna vez? ¿Y quién
te hizo sentir como si fueses
la mañana más bella de la tierra?
Pero sé que es inútil preguntármelo.
Ningún muerto nos dice a dónde ha ido.
NADA MÁS
Un niño que no sabe qué es la muerte
y no teme a la vida ni a sí mismo;
las sirenas que cantan en la noche,
solas, en un océano de niebla;
el amor que se mira en nuestros ojos
durante unos segundos ya perdidos;
una puesta de sol con los colores
de dos abejarucos enlazados...
No hay nada más. Son estas cosas leves
la única eternidad que conocemos.
WOMAN ON A METAL BED
Despojos, uñas lívidas, un pie,
un bombero estofado, dos mellizos
que murieron a manos de su padre,
antes de que él también se volara la cabeza.
Aquí termina todo, sobre mesas de zinc
que jamás son de mármol, como acaso
hubiésemos querido. Carne inamovible
aunque por dentro empieza ya a moverse.
Carne deshabitada, carne que ya no es carne.
La manguera golpea a una mujer
de edad indefinible y cuerpo fofo,
blanco como la grasa de ballena,
a quien la eternidad no va a saciar, ni el vacío.
"Se tomó cuatro cajas de pastillas",
murmura el cuidador. Se ajusta el "walkman"
y sigue con el chorro, sin mirar
las pupilas de arcilla inescrutable,
la sonrisa extenuada e indiferente,
las mollejas rugosas de los pechos,
y ese vientre abombado -una cúpula
a punto de ceder-, habitado por larvas
y por duende acuáticos. Así empezó la vida.
¡Oh, todo ya tan rígido y purpúreo,
refugio del vacío y lo innombrable!
Y el cuidador dirige la manguera
al caracol aplastado, esa raja tan triste,
envuelta en el plumón de un alimoche,
que fue una vez el árbol de la vida.
Y luego un bisturí abre este vientre
como si fuera el vientre de los gansos;
pero ahí no hay futuro que acertar.
ni nada más que grasa de ballena,
la hinchazón primigenia, el borboteo
fétido del fugaz caldero humano.
Lo sé, lo sé, pero antes de seguir,
mi deber es deciros una cosa.
Da igual lo que se ve, y ya no cuenta
que una sierra esté hendiendo el esternón.
Esta grasa sin nombre fue una vez
amor vertiginoso para un hombre,
la primera mañana del mundo para otro.
Fue el cálido dolor de un largo parto,
y fue misericordia para un niño,
y sirvió de confianza para quien no creía
en su propio talento. Y fueron ojos
serenos de una noche de verano.
Y fue la vida cuando al fin se vuelve
una curva muy blanda, un sí, un destino.
Haced lo que queráis con ella, echadla
a un hoyo bajo el sol, o a un muladar
inmundo de gaviotas y milanos.
Nada podrá evitar que sea cierto.
Eduardo Jordá (Palma de Mallorca, 1956). Narrador, articulista, ensayista y poeta, «ha de ser tenido en cuenta como valor indiscutible de la literatura contemporánea» (Enrique Turpin, Qué Leer). Eduardo Jordá es uno de los mayores prosistas de su generación (Miguel Dalmau, La Vanguardia).
(Sacado de https://www.lavanguardia.com/libros/autores/eduardo-jorda-19015 )
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Algunos poemas de Eduardo Jordá:
De La estación de las lluvias, Renacimiento+ (2001):
DIEZ AÑOS YA
Diez años ya, y ahora me pregunto
qué fue de ti a lo largo de este tiempo.
¿Conociste a algún hombre comprensivo?
¿Volvió la paz? ¡Nació ya la hija que querías?
¿Encontraste una casa con un huerto?
¿Viste salir el sol tras las montañas
que rodean un valle de avellanos?
¿Fuiste feliz alguna vez? ¿Y quién
te hizo sentir como si fueses
la mañana más bella de la tierra?
Pero sé que es inútil preguntármelo.
Ningún muerto nos dice a dónde ha ido.
NADA MÁS
Un niño que no sabe qué es la muerte
y no teme a la vida ni a sí mismo;
las sirenas que cantan en la noche,
solas, en un océano de niebla;
el amor que se mira en nuestros ojos
durante unos segundos ya perdidos;
una puesta de sol con los colores
de dos abejarucos enlazados...
No hay nada más. Son estas cosas leves
la única eternidad que conocemos.
WOMAN ON A METAL BED
Despojos, uñas lívidas, un pie,
un bombero estofado, dos mellizos
que murieron a manos de su padre,
antes de que él también se volara la cabeza.
Aquí termina todo, sobre mesas de zinc
que jamás son de mármol, como acaso
hubiésemos querido. Carne inamovible
aunque por dentro empieza ya a moverse.
Carne deshabitada, carne que ya no es carne.
La manguera golpea a una mujer
de edad indefinible y cuerpo fofo,
blanco como la grasa de ballena,
a quien la eternidad no va a saciar, ni el vacío.
"Se tomó cuatro cajas de pastillas",
murmura el cuidador. Se ajusta el "walkman"
y sigue con el chorro, sin mirar
las pupilas de arcilla inescrutable,
la sonrisa extenuada e indiferente,
las mollejas rugosas de los pechos,
y ese vientre abombado -una cúpula
a punto de ceder-, habitado por larvas
y por duende acuáticos. Así empezó la vida.
¡Oh, todo ya tan rígido y purpúreo,
refugio del vacío y lo innombrable!
Y el cuidador dirige la manguera
al caracol aplastado, esa raja tan triste,
envuelta en el plumón de un alimoche,
que fue una vez el árbol de la vida.
Y luego un bisturí abre este vientre
como si fuera el vientre de los gansos;
pero ahí no hay futuro que acertar.
ni nada más que grasa de ballena,
la hinchazón primigenia, el borboteo
fétido del fugaz caldero humano.
Lo sé, lo sé, pero antes de seguir,
mi deber es deciros una cosa.
Da igual lo que se ve, y ya no cuenta
que una sierra esté hendiendo el esternón.
Esta grasa sin nombre fue una vez
amor vertiginoso para un hombre,
la primera mañana del mundo para otro.
Fue el cálido dolor de un largo parto,
y fue misericordia para un niño,
y sirvió de confianza para quien no creía
en su propio talento. Y fueron ojos
serenos de una noche de verano.
Y fue la vida cuando al fin se vuelve
una curva muy blanda, un sí, un destino.
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