Instinto criminal

Capacidad prodigiosa para pensar y discurrir
está dotado el hombre desde que a la vida nace
hasta que acaba por morir.

¿Cabe mayor despilfarro de sabia naturaleza,
entregar tales potencias -que no admiten parangón-
al bípedo presuntuoso que se erige ufano
en rey de la creación, y sin causa y sin razón
dilapida temerario tanto caudal de riqueza?

En este mundo disperso el hombre está inmerso
en emporio de bellezas, de misterios, de sorpresas,
y fuerzas con gran potencia capaces de explosionar.

Sin discernir el bien del mal, el homo sapiens iluso
se lanza a investigar cuanto descubre confuso.
Su empeño temerario,al desafiar la suerte,
alcanza tan atlas cuotas de sufrimiento y muerte,
que bien merecido tiene perezca en su designio
de dominar lo maligno.

Y así, sempiterno animal -aunque racional se tilde
en insólito requiebro- embota y desperdicia
benditas capacidades del fructífero cerebro.

Y cuando el insensato hace trabajar la mente
en una labor de paz guato, y engreído se lanza
a desentrañar las fuerzas telúricas e ignotas
que rigen -ya regulado- la estructura sideral
del planeta que habita como ser privilegiado,
¿no es ira lo que concita de las fuerzas del averno,
que explosionan tonantes, turbulentas, horrorosas,
convirtiendo en infierno la serenidad bucólica
del paraíso terrenal que para su buen deleite
le dispensó el Dios eterno?

Ensalzar como invento empleo tan pernicioso
de esas excelsas potencias, es cínico artificio
que arguye ser protervo, pretendiendo disimular
-escudándose en ciencia- su idiosincrasia banal,
que encubre -¡pobre ciego!- fiero instinto criminal.

¡¡Dios nos coja confesados a la humanidad entera!!
!Átomos desintegrados suplirán la Parca certera...!!