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Pedro B. Palacios (ALMAFUERTE) (1854-1917)
Samara Acosta- Cantidad de envíos : 3488
Fecha de inscripción : 10/01/2011
Localización : Madrid
- Mensaje n°61
Re: Pedro B. Palacios (ALMAFUERTE) (1854-1917)
Samara Acosta- Cantidad de envíos : 3488
Fecha de inscripción : 10/01/2011
Localización : Madrid
- Mensaje n°62
Re: Pedro B. Palacios (ALMAFUERTE) (1854-1917)
Esta es la 6ª y última deseo os haya gustado, me ausentaré unos días a mi vuelta seguiré.
Samara Acosta- Cantidad de envíos : 3488
Fecha de inscripción : 10/01/2011
Localización : Madrid
- Mensaje n°63
Re: Pedro B. Palacios (ALMAFUERTE) (1854-1917)
Así escribía Pedro Bonifacio Palacios, "Almafuerte", el primer poema que publicó en "Tribuna", en enero de 1874.
Lo tituló "Olvídate de mí", para la mujer que amó y lo abandonó, y en quien se inspiró para escribir sus letras mejor logradas.
Olvidate de mi
Siempre en la ida este fatal pasado,
Siempre el recuerdo de este amor conmigo,
Que debiera olvidar y no he olvidado,
Que quiero maldecir, ¡y no maldigo!...
¿Por qué en este viaje triste y desolado,
que en mi existencia solitario sigo,
siempre ha de ser presente mi pasado
y ha de estar este amor siempre conmigo?
¿Por qué no he de arrancarme de la mente
la idea de este amor que me devora?
Si fue cándido, tímido, inocente,
A qué gritarme la conciencia ahora?
Si puedo alzar con altivez la frente,
Si Ella fue la perjura la traidora,
¿Por qué siempre el pasado a mi presente
ha de traerle este amor que me devora?
¿Por qué llorando lagrimas de fuego
que abrasan mi mejilla de vergüenza,
descubriendo este amor, que a todos niego,
he de dejar que su recuerdo venza?
Si ese cobarde llanto en que me anego
Pregona sólo mi desgracia inmensa
Y estas maldita lágrimas de fuego
Escaldan mi mejilla de vergüenza…
Si el mundo no comprende mi agonía
¿a qué mostrarle, necio, lo que ignora?
Si con terrible indiferencia impía
Insulta el llanto, del que triste llora;
Si la mujer, que tanto yo quería,
En este mundo indiferente mora,
Y Ella, también presente a mi agonía,
Dice, también, que mi desgracia ignora?
¿Por qué llorar y maldecir la vida
y abismarme en mi propio padecer?
Si esa profunda y desgarrada herida,
Puede cerrar, tal vez, otra mujer?
Si esa inefable dicha es ya perdida,
Si es imposible a su ilusión volver,
Si es fugaz respiro nuestra vida,
Debemos olvidar el padecer!...
¡siempre llorando he de seguir su huella,
atado a su recuerdo ennegrecido!
¡siempre tan triste y funeraria estrella
alumbrará mi viaje maldecido!
Ya no he de amar a otra mujer más que a Ella
Ni ha de tener mi corazón latido
Sino para llorar sobre su huella
Atado a su recuerdo ennegrecido!
No encontrare una flor en mi camino,
Que exhale su perfume dulce calma;
Siempre será severo mi destino,
Siempre el martirio me dará su palma!
Y el tormento futuro que imagino,
Será, tal vez, como lo pienso en mi alma:
No encontraré la muerte en mi camino,
No gozaré de su tranquila calma!
---Nadie, ¡Dios mío! Ni una voz amiga,
que me vuelva al morir la dulce calma,
ni un ser, tal vez, que compasivo diga:
“en tus manos, Señor, recibe su alma”.
Vosotros, los que tanto habéis llorado,
Escuchad un momento mi querella,
Tened piedad de un triste desgraciado
Sin más tesoro que el recuerdo de Ella!
Mirad, en mi camino desolado
Busco llorando su perdida huella!
¡OH! Si, ¡vosotros los que habéis llorado
comprenderéis tan solo mi querella!
Huérfano y solo en mi desgracia intensa
Nadie mis quejas de dolor oyendo,
Esta terrible desventura inmensa
En mi mismo dolor, se irá perdiendo,
Y yo mismo, de mí tendré vergüenza,
Y de mi propia maldición huyendo,
Se hará terrible mi agonía intensa,
Tan solo yo, su convulsión oyendo:
Que era su amor la luz de mi sentido,
La estrella que alumbraba mi esperanza,
El deleite inefable prometido,
La primera emoción de venturanza,
El premio a mis afanes prometido,
El goce de mis horas de bonanza,
El néctar que embargaba mi sentido,
La ilusión que alentaba mi esperanza;
La ilusión precisa de mi vida,
El colmo del amor y del deseo,
El bálsamo sagrado de mi herida,
La realidad feliz del devaneo,
El alma de mi alma desprendida,
El letargo invencible del mareo
El sostén misterioso de mi vida,
El frenético aliento del deseo!
El destello de luz de mi mirada,
La noche sosegada de mi sueño,
El eco de mi voz enamorada,
La tierna recompensa de mi empeño;
La mitad de mi vida apasionada,
La mágica visión de mi beleño,
El objeto tenaz de mi mirada,
El arrullo celeste de mi sueño.
El ídolo de mi íntima creencia,
El árbitro fatal de mi destino,
La fe que conservaba mi existencia,
La antorcha que alumbraba mi camino;
El delirio tenaz de mi demencia,
La fuerza previsora de mi sino:
Era mi fe, mi aliento, mi creencia,
El encargo feliz de mi destino!...
¡hay del que pierde en cada día un mundo,
y en cada paso que a la tumba avanza,
ve sepultarse, en su ámbito profundo,
quejas, suspiros, dicha y venturanza!
Y que a su llanto abrasador, fecundo,
No le resta, siquiera, una esperanza,
Porque ha perdido de esplendor un mundo,
Y hacia otro mundo de miseria avanza.
¡ay del que pierde como yo el mañana,
y ni le queda como a mi la duda,
porque ha llegado a la vejez temprana,
en que la historia de sus dichas, muda
le acusa, le tortura y le amilana,
y en agonía desolada y ruda
no espera el infeliz en el mañana,
ni le queda el acaso de la duda!
Debo olvidar, y olvidaré sin duda,
El cielo me enseña otro sendero,
Es difícil llegar, la senda es ruda:
mas, querer es poder, y asi lo quiero,
Y escalare la cumbre, sin que acuda
Este recuerdo del amor primero,
Sino para alentarme, si la duda
Llega a quebrantar mi voluntad de acero!
Y tú, que causa de mi pena has sido,
Tú, que filtro de muerte me has brindado,
No recuerdes, jamás, que te he querido,
Y olvídate, también que me has amado.
Que mi amor es ingenuo y desprendido,
Y no exige, Señora, ser pagado:
Vuelve amor por amor a otro querido,
Yo viviré tan solo del pasado!...
Lo tituló "Olvídate de mí", para la mujer que amó y lo abandonó, y en quien se inspiró para escribir sus letras mejor logradas.
Olvidate de mi
Siempre en la ida este fatal pasado,
Siempre el recuerdo de este amor conmigo,
Que debiera olvidar y no he olvidado,
Que quiero maldecir, ¡y no maldigo!...
¿Por qué en este viaje triste y desolado,
que en mi existencia solitario sigo,
siempre ha de ser presente mi pasado
y ha de estar este amor siempre conmigo?
¿Por qué no he de arrancarme de la mente
la idea de este amor que me devora?
Si fue cándido, tímido, inocente,
A qué gritarme la conciencia ahora?
Si puedo alzar con altivez la frente,
Si Ella fue la perjura la traidora,
¿Por qué siempre el pasado a mi presente
ha de traerle este amor que me devora?
¿Por qué llorando lagrimas de fuego
que abrasan mi mejilla de vergüenza,
descubriendo este amor, que a todos niego,
he de dejar que su recuerdo venza?
Si ese cobarde llanto en que me anego
Pregona sólo mi desgracia inmensa
Y estas maldita lágrimas de fuego
Escaldan mi mejilla de vergüenza…
Si el mundo no comprende mi agonía
¿a qué mostrarle, necio, lo que ignora?
Si con terrible indiferencia impía
Insulta el llanto, del que triste llora;
Si la mujer, que tanto yo quería,
En este mundo indiferente mora,
Y Ella, también presente a mi agonía,
Dice, también, que mi desgracia ignora?
¿Por qué llorar y maldecir la vida
y abismarme en mi propio padecer?
Si esa profunda y desgarrada herida,
Puede cerrar, tal vez, otra mujer?
Si esa inefable dicha es ya perdida,
Si es imposible a su ilusión volver,
Si es fugaz respiro nuestra vida,
Debemos olvidar el padecer!...
¡siempre llorando he de seguir su huella,
atado a su recuerdo ennegrecido!
¡siempre tan triste y funeraria estrella
alumbrará mi viaje maldecido!
Ya no he de amar a otra mujer más que a Ella
Ni ha de tener mi corazón latido
Sino para llorar sobre su huella
Atado a su recuerdo ennegrecido!
No encontrare una flor en mi camino,
Que exhale su perfume dulce calma;
Siempre será severo mi destino,
Siempre el martirio me dará su palma!
Y el tormento futuro que imagino,
Será, tal vez, como lo pienso en mi alma:
No encontraré la muerte en mi camino,
No gozaré de su tranquila calma!
---Nadie, ¡Dios mío! Ni una voz amiga,
que me vuelva al morir la dulce calma,
ni un ser, tal vez, que compasivo diga:
“en tus manos, Señor, recibe su alma”.
Vosotros, los que tanto habéis llorado,
Escuchad un momento mi querella,
Tened piedad de un triste desgraciado
Sin más tesoro que el recuerdo de Ella!
Mirad, en mi camino desolado
Busco llorando su perdida huella!
¡OH! Si, ¡vosotros los que habéis llorado
comprenderéis tan solo mi querella!
Huérfano y solo en mi desgracia intensa
Nadie mis quejas de dolor oyendo,
Esta terrible desventura inmensa
En mi mismo dolor, se irá perdiendo,
Y yo mismo, de mí tendré vergüenza,
Y de mi propia maldición huyendo,
Se hará terrible mi agonía intensa,
Tan solo yo, su convulsión oyendo:
Que era su amor la luz de mi sentido,
La estrella que alumbraba mi esperanza,
El deleite inefable prometido,
La primera emoción de venturanza,
El premio a mis afanes prometido,
El goce de mis horas de bonanza,
El néctar que embargaba mi sentido,
La ilusión que alentaba mi esperanza;
La ilusión precisa de mi vida,
El colmo del amor y del deseo,
El bálsamo sagrado de mi herida,
La realidad feliz del devaneo,
El alma de mi alma desprendida,
El letargo invencible del mareo
El sostén misterioso de mi vida,
El frenético aliento del deseo!
El destello de luz de mi mirada,
La noche sosegada de mi sueño,
El eco de mi voz enamorada,
La tierna recompensa de mi empeño;
La mitad de mi vida apasionada,
La mágica visión de mi beleño,
El objeto tenaz de mi mirada,
El arrullo celeste de mi sueño.
El ídolo de mi íntima creencia,
El árbitro fatal de mi destino,
La fe que conservaba mi existencia,
La antorcha que alumbraba mi camino;
El delirio tenaz de mi demencia,
La fuerza previsora de mi sino:
Era mi fe, mi aliento, mi creencia,
El encargo feliz de mi destino!...
¡hay del que pierde en cada día un mundo,
y en cada paso que a la tumba avanza,
ve sepultarse, en su ámbito profundo,
quejas, suspiros, dicha y venturanza!
Y que a su llanto abrasador, fecundo,
No le resta, siquiera, una esperanza,
Porque ha perdido de esplendor un mundo,
Y hacia otro mundo de miseria avanza.
¡ay del que pierde como yo el mañana,
y ni le queda como a mi la duda,
porque ha llegado a la vejez temprana,
en que la historia de sus dichas, muda
le acusa, le tortura y le amilana,
y en agonía desolada y ruda
no espera el infeliz en el mañana,
ni le queda el acaso de la duda!
Debo olvidar, y olvidaré sin duda,
El cielo me enseña otro sendero,
Es difícil llegar, la senda es ruda:
mas, querer es poder, y asi lo quiero,
Y escalare la cumbre, sin que acuda
Este recuerdo del amor primero,
Sino para alentarme, si la duda
Llega a quebrantar mi voluntad de acero!
Y tú, que causa de mi pena has sido,
Tú, que filtro de muerte me has brindado,
No recuerdes, jamás, que te he querido,
Y olvídate, también que me has amado.
Que mi amor es ingenuo y desprendido,
Y no exige, Señora, ser pagado:
Vuelve amor por amor a otro querido,
Yo viviré tan solo del pasado!...
Samara Acosta- Cantidad de envíos : 3488
Fecha de inscripción : 10/01/2011
Localización : Madrid
- Mensaje n°64
Re: Pedro B. Palacios (ALMAFUERTE) (1854-1917)
Prosa y poesía de Almafuerte. Selección y prólogo de
J. L. B. Buenos Aires, Eudeba, Serie del Siglo y Medio,
1962.
Hace algo más de medio siglo un joven entrerriano, que venía todos los domingos a nuestra casa, nos recitó en el escritorio, bajo los azulados globos del gas, una tirada acaso interminable y ciertamente incomprensible de versos. Aquel amigo de mis padres era poeta y el tema que solía favorecer era la gente pobre del barrio, pero el poema que nos dio esa noche no era obra suya y de algún modo parecía
abarcar el universo entero. No me sorprendería que las circunstancías que he enumerado fueran erróneas; el domingo era acaso un sábado y la luz eléctrica habría sucedido ya al gas. De lo que estoy seguro es de la brusca revelación que esos versos me depararon. Hasta esa noche el lenguaje no había sido otra cosa para mí que un medio de comunicación, un mecanismo cotidiano de signos; los versos de Almafuerte que Evaristo Carriego nos recitó me revelaron que podía ser también una música, una pasión y un sueño. Housman ha escrito que la poesía es algo que sentimos físicamente, con la carne y la sangre; debo a Almafuerte mi primera experiencia de esa curiosa fiebre mágica. Otros poetas y otras lenguas lo oscurecieron o lo desdibujaron después; Hugo fue borrado por Whitman y Liliencron por Yeats, pero yo he recordado a Almafuerte a orillas del Guadalquivir y del Ródano. Los defectos de Almafuerte son evidentes y lindan en cualquier momento con la parodia; de lo que no podemos dudar es de su inexplicable fuerza poética. Esta paradoja o problema de una íntima virtud que se abre camino a través de una forma a veces vulgar me ha interesado siempre; entre las obras que no he escrito ni escribiré, pero que de algún modo me justifican, siquiera ilusorio o ideal, hay una que cabría intitular Teoría de Almafuerte. Borradores de caligrafía pretérita prueban que ese libro hipotético me visita desde 1932. Consta, diremos, de unas cien páginas en octavo; imaginarle más es afantasmarlo indebidamente. Nadie debe dolerse de que no exista o de que sólo exista en el mundo inmóvil y extraño que forman los objetos posibles; el resumen que ahora trazaré puede equivaler al recuerdo que deja, al cabo de los años, un libro extenso. Además, le conviene singularmente su candición de libro no escrito; el tema examinado es menos la letra que el espíritu de un autor, menos la notación que la connotación de una obra. A la teoría general de Almafuerte precede una conjetura particular sobre Pedro Bonifacio Palacios. La teoría (me apresuro a afirmarlo) puede prescindir de la conjetura.
Es fama que Palacios, a lo largo de su larga vida, fue un
hombre casto. El amor y la felicidad común de los hombres parecen haber suscitado en él una suerte de horror sagrado, que asumía la forma del desdén o de la severa reprobación. Sobre este punto, el lector puede interrogar la obra polémica de Bonastre (Almafuerte, 1920) y la refutación (Almafuerte y Zoilo, 1920) que ensayó Antonio Herrero. Por lo demás, el testimonio personal de Almafuerte es más válido que cualquier discusión; releamos las décimas finales de la primera poesía que redactó, intitulada En el abismo:
Yo soy de tal condición
que me habrás de maldecir,
porque tendrás que vivir
en eterna humillación.
Soy el alma, la visión,
el hermano de Luzbel
que imponente como él,
como él blasfema y grita.
¡Sobre mi testa gravita
la maldición del laurel!
Yo soy un palmar plantado
sobre cal y pedregullo:
la floración del orgullo,
del orgullo sublimado.
Soy un esporo lanzado
tras la procesión astral;
vil chorlo del pajonal
que al par del águila vuela . . .
¡Sombra de sombra que anhela
ser una sombra inmortal!
Yo, cada vez que me río,
pienso que ríe algún otro,
y cual si domase un potro
no me trato como a mío.
Soy la expresión del vacío,
de lo infecundo y lo yento,
como ese polvo desierto
donde toda hierba muere . . .
¡Yo soy un muerto que quiere
que no lo tengan por muerto!
Harto más importante que la desdicha que las estrofas anteriores declaran es la aceptación valerosa de esa desdicha. Otros -Boileau, Kropotkin, Swift- conocieron aquella soledad que cercó a Palacios; nadie ha concebido como él una doctrina general de la frustración, una vindicación y una mística. He señalado la soledad central de Almafuerte; éste logró imponerse la certidumbre de que el fracaso no era un estigma suyo, sino el
destino sustancial y final de todos los hombres. Así ha dejado escrito: «La felicidad humana no ha entrado en los designios de
Dios y No pidas más que justicia, pero mejor es que no pidas nada y Menosprécialo todo, porque todo tiene conciencia de su condición menospreciable (Nota: Parejamente Blake había escrito: "Como el aire para el pájaro o el mar para el pez, así el desprecio para el despreciable". Marriage of heaven and Hell, 1793). El puro pesimismo de Almafuerte excede los límites del Eclesiastés y de Marco Aurelio; éstos vilipendian el mundo pero alaban y admiran al hombre justo; al que se identifica con Dios. No así Almafuerte, para quien la virtud es un azar de las fuerzas universales.
Yo repudié al feliz, al potentado,
Al honesto, al armónico y al fuerte . . .
¡Porque pensé que les tocó la suerte,
Como a cualquier tahúr afortunado!
nos dice El misionero.
Spinoza condenó el arrepentimiento, por juzgarlo una forma de la tristeza; Almafuerte, el perdón. Lo condenó por lo que hay en él de pedantería, de condescendencia altanera, de temerario Juicio Final ejercido por un hombre sobre otro:
Cuando el Hijo de Dios, el Inefable,
Perdonó desde el Gólgota al perverso . . .
¡Puso, sobre la faz del Universo,
La más horrible injuria imaginable!
Más explícitos aún son estos dos versos:
... No soy el Cristo Dios, que te perdona.
¡Soy un Cristo mejor: soy el que te ama!
Almafuerte, para compadecer enteramente, hubiera querido ser tan oscuro como el ciego, tan inútil como el tullido y -por qué no?- tan infame como el infame. Ya hemos dicho que sintió que la frustración es la meta final de todo destino; cuanto más abatido un hombre, más alto; cuanto más humillado, más admirable; cuanto más ruin, mas parecido a este universo, que ciertamente no es moral. Así pudo escribir con sinceridad :
Yo veneré, genial de servilismo
En aquél que por fin cayó del todo,
La cruz irredimible de su lodo,
La noche inalumbrable de su abismo.
En otro lugar del mismo poema, dice del asesino:
¿Dónde oculta sus pálpitos de lobo?
¿Dónde esgrime su trágíca energía?
¡Para ponerme yo como vigía
Mientras urden su crimen y su robo.
De la poesía "Dios te salve", que esboza o prefigura la misma idea, básteme transcribir los versos finales :
Al que sufre noche y día
-Y en la noche hasta dunniendo-
La noción de sus miserias,
La gran cruz de su pasión :
Yo le agacho mi cabeza, yo le doblo mis rodillas
Yo le beso las dos plantas, yo le digo: ¡Dios te salve!
¡Cristo negro, santo hediondo, Job por dentro,
Vaso infame del Dolor!
Almafuerte debió desempeñarse en una época adversa. A principios de la era cristiana, en el Asia Menor o en Alejandría, hubiera sido un heresiarca, un soñador de arcanas redenciones y un tejedor de fórmulas mágicas; en plena barbarie, un profeta de pastores y de guerreros, un Antonio Conselheiro (Nota: Euclydes da Cunha (Os sertóes, 1902) narra que para Conselheiro, profeta de los "sertanejos" del Norte, la virtud "era un reflejo superior de la vanidad, una casi impiedad". Almafuerte hubiera compatido ese parecer. En la vispera de una desesperada batalla, T. E. Lawrence (Seven Pillars of Wisdom, LXXIV) predicó a la tribu de
los serahin una vindicación de la derrota y del fracaso, idéntica a la premeditada por Almafuerte), un Mahoma; en plena civilización, un Butler o un Nietzsche. El destino le deparó los suburbios de la provincia de Buenos Aires; lo redujo a los años 1854-1917; lo rodeó de tierra, de polvo, de callejones, de ranchos de madera, de comités, de compadritos ni siquiera iletrados. Leyó muy poco y también leyó demasiado; frecuentó los versículos de la Escritura según Cipriano de Valera, pero asimismo los debates parlamentarios y los artículos de fondo. En América del Sur, por aquellos años, no se veían otras posibilidades que el catecismo, con su divinidad que es una y es tres y con su jerarquía eclesiástica, y el negro laberinto de ciegos átomos que a lo largo de la eternidad se combinan, que enseñaban Büchner y Spencer. Almafuerte optó por el último; fue un místico sin Dios y sin esperanza. Despreció, como dice Bernard Shaw, el soborno del cielo; creía honradamente que la felicidad no es deseable. Su pensamiento acecha en los rincones de su obra; por ejemplo, en esta evangélica: «El estado perfecto del hombre es un estado de ansiedad, de anhelación, de tristeza infinita.
Federico de Onís (Antología de la poesía española e hispanoamericana, 1934) ha repetido que el ideario de Almafuerte
es vulgar. Este prólogo quiere razonar lo contrario. Más de un
escritor argentino rige una retórica no menos espléndida que la suya y harto más lúcida y constante; ninguno es tan complejo, intelectualmente; ninguno ha renovado, como él, los temas de la ética.
El poeta argentino es un artesano o, si se prefiere, un artífice; su labor corresponde a una decisión, no a la necesidad. Almafuerte, en cambio, es orgánico, como lo fue Sarmiento, como muy pocas veces lo fue Lugones. Sus fealdades están a la luz del día, pero lo salvan el fervor y la convicción.
Como todo gran poeta instintivo, nos ha dejado los peores versos que cabe imaginar, pero también, alguna vez, los mejores.
Texo de Técnica Literaria
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J. L. B. Buenos Aires, Eudeba, Serie del Siglo y Medio,
1962.
Hace algo más de medio siglo un joven entrerriano, que venía todos los domingos a nuestra casa, nos recitó en el escritorio, bajo los azulados globos del gas, una tirada acaso interminable y ciertamente incomprensible de versos. Aquel amigo de mis padres era poeta y el tema que solía favorecer era la gente pobre del barrio, pero el poema que nos dio esa noche no era obra suya y de algún modo parecía
abarcar el universo entero. No me sorprendería que las circunstancías que he enumerado fueran erróneas; el domingo era acaso un sábado y la luz eléctrica habría sucedido ya al gas. De lo que estoy seguro es de la brusca revelación que esos versos me depararon. Hasta esa noche el lenguaje no había sido otra cosa para mí que un medio de comunicación, un mecanismo cotidiano de signos; los versos de Almafuerte que Evaristo Carriego nos recitó me revelaron que podía ser también una música, una pasión y un sueño. Housman ha escrito que la poesía es algo que sentimos físicamente, con la carne y la sangre; debo a Almafuerte mi primera experiencia de esa curiosa fiebre mágica. Otros poetas y otras lenguas lo oscurecieron o lo desdibujaron después; Hugo fue borrado por Whitman y Liliencron por Yeats, pero yo he recordado a Almafuerte a orillas del Guadalquivir y del Ródano. Los defectos de Almafuerte son evidentes y lindan en cualquier momento con la parodia; de lo que no podemos dudar es de su inexplicable fuerza poética. Esta paradoja o problema de una íntima virtud que se abre camino a través de una forma a veces vulgar me ha interesado siempre; entre las obras que no he escrito ni escribiré, pero que de algún modo me justifican, siquiera ilusorio o ideal, hay una que cabría intitular Teoría de Almafuerte. Borradores de caligrafía pretérita prueban que ese libro hipotético me visita desde 1932. Consta, diremos, de unas cien páginas en octavo; imaginarle más es afantasmarlo indebidamente. Nadie debe dolerse de que no exista o de que sólo exista en el mundo inmóvil y extraño que forman los objetos posibles; el resumen que ahora trazaré puede equivaler al recuerdo que deja, al cabo de los años, un libro extenso. Además, le conviene singularmente su candición de libro no escrito; el tema examinado es menos la letra que el espíritu de un autor, menos la notación que la connotación de una obra. A la teoría general de Almafuerte precede una conjetura particular sobre Pedro Bonifacio Palacios. La teoría (me apresuro a afirmarlo) puede prescindir de la conjetura.
Es fama que Palacios, a lo largo de su larga vida, fue un
hombre casto. El amor y la felicidad común de los hombres parecen haber suscitado en él una suerte de horror sagrado, que asumía la forma del desdén o de la severa reprobación. Sobre este punto, el lector puede interrogar la obra polémica de Bonastre (Almafuerte, 1920) y la refutación (Almafuerte y Zoilo, 1920) que ensayó Antonio Herrero. Por lo demás, el testimonio personal de Almafuerte es más válido que cualquier discusión; releamos las décimas finales de la primera poesía que redactó, intitulada En el abismo:
Yo soy de tal condición
que me habrás de maldecir,
porque tendrás que vivir
en eterna humillación.
Soy el alma, la visión,
el hermano de Luzbel
que imponente como él,
como él blasfema y grita.
¡Sobre mi testa gravita
la maldición del laurel!
Yo soy un palmar plantado
sobre cal y pedregullo:
la floración del orgullo,
del orgullo sublimado.
Soy un esporo lanzado
tras la procesión astral;
vil chorlo del pajonal
que al par del águila vuela . . .
¡Sombra de sombra que anhela
ser una sombra inmortal!
Yo, cada vez que me río,
pienso que ríe algún otro,
y cual si domase un potro
no me trato como a mío.
Soy la expresión del vacío,
de lo infecundo y lo yento,
como ese polvo desierto
donde toda hierba muere . . .
¡Yo soy un muerto que quiere
que no lo tengan por muerto!
Harto más importante que la desdicha que las estrofas anteriores declaran es la aceptación valerosa de esa desdicha. Otros -Boileau, Kropotkin, Swift- conocieron aquella soledad que cercó a Palacios; nadie ha concebido como él una doctrina general de la frustración, una vindicación y una mística. He señalado la soledad central de Almafuerte; éste logró imponerse la certidumbre de que el fracaso no era un estigma suyo, sino el
destino sustancial y final de todos los hombres. Así ha dejado escrito: «La felicidad humana no ha entrado en los designios de
Dios y No pidas más que justicia, pero mejor es que no pidas nada y Menosprécialo todo, porque todo tiene conciencia de su condición menospreciable (Nota: Parejamente Blake había escrito: "Como el aire para el pájaro o el mar para el pez, así el desprecio para el despreciable". Marriage of heaven and Hell, 1793). El puro pesimismo de Almafuerte excede los límites del Eclesiastés y de Marco Aurelio; éstos vilipendian el mundo pero alaban y admiran al hombre justo; al que se identifica con Dios. No así Almafuerte, para quien la virtud es un azar de las fuerzas universales.
Yo repudié al feliz, al potentado,
Al honesto, al armónico y al fuerte . . .
¡Porque pensé que les tocó la suerte,
Como a cualquier tahúr afortunado!
nos dice El misionero.
Spinoza condenó el arrepentimiento, por juzgarlo una forma de la tristeza; Almafuerte, el perdón. Lo condenó por lo que hay en él de pedantería, de condescendencia altanera, de temerario Juicio Final ejercido por un hombre sobre otro:
Cuando el Hijo de Dios, el Inefable,
Perdonó desde el Gólgota al perverso . . .
¡Puso, sobre la faz del Universo,
La más horrible injuria imaginable!
Más explícitos aún son estos dos versos:
... No soy el Cristo Dios, que te perdona.
¡Soy un Cristo mejor: soy el que te ama!
Almafuerte, para compadecer enteramente, hubiera querido ser tan oscuro como el ciego, tan inútil como el tullido y -por qué no?- tan infame como el infame. Ya hemos dicho que sintió que la frustración es la meta final de todo destino; cuanto más abatido un hombre, más alto; cuanto más humillado, más admirable; cuanto más ruin, mas parecido a este universo, que ciertamente no es moral. Así pudo escribir con sinceridad :
Yo veneré, genial de servilismo
En aquél que por fin cayó del todo,
La cruz irredimible de su lodo,
La noche inalumbrable de su abismo.
En otro lugar del mismo poema, dice del asesino:
¿Dónde oculta sus pálpitos de lobo?
¿Dónde esgrime su trágíca energía?
¡Para ponerme yo como vigía
Mientras urden su crimen y su robo.
De la poesía "Dios te salve", que esboza o prefigura la misma idea, básteme transcribir los versos finales :
Al que sufre noche y día
-Y en la noche hasta dunniendo-
La noción de sus miserias,
La gran cruz de su pasión :
Yo le agacho mi cabeza, yo le doblo mis rodillas
Yo le beso las dos plantas, yo le digo: ¡Dios te salve!
¡Cristo negro, santo hediondo, Job por dentro,
Vaso infame del Dolor!
Almafuerte debió desempeñarse en una época adversa. A principios de la era cristiana, en el Asia Menor o en Alejandría, hubiera sido un heresiarca, un soñador de arcanas redenciones y un tejedor de fórmulas mágicas; en plena barbarie, un profeta de pastores y de guerreros, un Antonio Conselheiro (Nota: Euclydes da Cunha (Os sertóes, 1902) narra que para Conselheiro, profeta de los "sertanejos" del Norte, la virtud "era un reflejo superior de la vanidad, una casi impiedad". Almafuerte hubiera compatido ese parecer. En la vispera de una desesperada batalla, T. E. Lawrence (Seven Pillars of Wisdom, LXXIV) predicó a la tribu de
los serahin una vindicación de la derrota y del fracaso, idéntica a la premeditada por Almafuerte), un Mahoma; en plena civilización, un Butler o un Nietzsche. El destino le deparó los suburbios de la provincia de Buenos Aires; lo redujo a los años 1854-1917; lo rodeó de tierra, de polvo, de callejones, de ranchos de madera, de comités, de compadritos ni siquiera iletrados. Leyó muy poco y también leyó demasiado; frecuentó los versículos de la Escritura según Cipriano de Valera, pero asimismo los debates parlamentarios y los artículos de fondo. En América del Sur, por aquellos años, no se veían otras posibilidades que el catecismo, con su divinidad que es una y es tres y con su jerarquía eclesiástica, y el negro laberinto de ciegos átomos que a lo largo de la eternidad se combinan, que enseñaban Büchner y Spencer. Almafuerte optó por el último; fue un místico sin Dios y sin esperanza. Despreció, como dice Bernard Shaw, el soborno del cielo; creía honradamente que la felicidad no es deseable. Su pensamiento acecha en los rincones de su obra; por ejemplo, en esta evangélica: «El estado perfecto del hombre es un estado de ansiedad, de anhelación, de tristeza infinita.
Federico de Onís (Antología de la poesía española e hispanoamericana, 1934) ha repetido que el ideario de Almafuerte
es vulgar. Este prólogo quiere razonar lo contrario. Más de un
escritor argentino rige una retórica no menos espléndida que la suya y harto más lúcida y constante; ninguno es tan complejo, intelectualmente; ninguno ha renovado, como él, los temas de la ética.
El poeta argentino es un artesano o, si se prefiere, un artífice; su labor corresponde a una decisión, no a la necesidad. Almafuerte, en cambio, es orgánico, como lo fue Sarmiento, como muy pocas veces lo fue Lugones. Sus fealdades están a la luz del día, pero lo salvan el fervor y la convicción.
Como todo gran poeta instintivo, nos ha dejado los peores versos que cabe imaginar, pero también, alguna vez, los mejores.
Texo de Técnica Literaria
Samara Acosta- Cantidad de envíos : 3488
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- Mensaje n°65
Re: Pedro B. Palacios (ALMAFUERTE) (1854-1917)
Como los bueyes
Ser bueno, en mi sentir,
es lo más llano y concilia deber,
altruismo y gusto:
con el que pasa lejos,
casi adusto,con el que viene a mi,
tierno y humano.
Hallo razón al triste y al insano,
mal que reviente mi pensar robusto;
y en vez de andar buscando lo más justo
hago yunta con otro y soy su hermano.
Sin meterme a Moisés de nuevas leyes,
doy al que pide pan, pan y puchero;
y el honor de salvar al mundo entero
se lo dejo a los genios y a los reyes:
Hago, vuelvo a decir, como los bueyes,
mutualidad de yunta y compañero.
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Ser bueno, en mi sentir,
es lo más llano y concilia deber,
altruismo y gusto:
con el que pasa lejos,
casi adusto,con el que viene a mi,
tierno y humano.
Hallo razón al triste y al insano,
mal que reviente mi pensar robusto;
y en vez de andar buscando lo más justo
hago yunta con otro y soy su hermano.
Sin meterme a Moisés de nuevas leyes,
doy al que pide pan, pan y puchero;
y el honor de salvar al mundo entero
se lo dejo a los genios y a los reyes:
Hago, vuelvo a decir, como los bueyes,
mutualidad de yunta y compañero.
Walter Faila- Fundador del Foro
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Localización : Santiago Del Estero
- Mensaje n°66
Re: Pedro B. Palacios (ALMAFUERTE) (1854-1917)
ESPECTACULAR!, gracias Samara si que estás completando la obra de Pedro B. Palacio, realmente me encantó repasar todos éstos textos de uno de mis predilectos, junto a León Felipe y un cuantos más.-
Besos
Besos
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Samara Acosta- Cantidad de envíos : 3488
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- Mensaje n°67
Re: Pedro B. Palacios (ALMAFUERTE) (1854-1917)
Gracias Walter por pasarte por aquí, un abrazo
************
Al azar de las ideas
Como se filtra el agua a través de las piedras, así discurre tu vida por entre las mil circunstancias inesperadas que brotan a su alrededor.
Tu propósito, tu ambición, tu ideal, tu idiosincracia, tu genialidad, tu ser adquirido, tu personal social, no se satisfacen más que a medias y a largos intervalos. Solamente aquello que conservas de la naturaleza no sufre privaciones: lo artificial, lo derivado, anda haciendo equilibrios constantemente y padeciendo desencantos a cada rato.
Puede ser que dos veces en diez siglos, haya dicho un hombre civilizado: he ahí que estoy satisfecho del todo. Entretanto, la bestia encaja con exactitud en su medio ambiente. Toda civilización no es más que una evasión del Paraíso.
No creas que subir es siempre agradable, ni pienses que bajar sea siempre doloroso. Muchos de los que habitan la cumbre miran a la planicie con envidia: y es posible que algunos de los que moran en la planicie, suspiran por el abismo.
Sólo aquellos que ignorar que no hay ni arriba ni abajo pretenden esa invención de las alturas. Nada está arriba y nada está abajo, sino m[as o menos lejos de un punto convenido; y así también, nadie es superior y nadie es inferior, sino más o menos parecido a una ficción preestablecida, que puede dejar de serlo.
Si no fueras tan cobarde serías menos embustero: y si fueras menos embustero te saldrías fácilmente de las convenciones humanas: fuera de ellas serías más feliz.
Porque la felicidad consiste en vivir vida de verdad: mejor dicho todavía: la felicidad consiste en vivir cada uno su verdad. Como la sociedad ha labrado una sola verdad para todos, a unos les viene estrecha por demás, y a otros les viene demasiado holgada. La más perniciosa de las manías del hombre es legislar, y legislar no es más que perjudicar la variedad.
Nada te importe contradecirte, porque solamente los estériles no lo hacen. La verdad no debe sacrificarse a ningún sistema. Lo que se piensa hoy, que es el presente, no ha de sepultarse en lo que se pensó ayer, que es el pasado. íAy de los que tienen muchos días iguales!
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************
Al azar de las ideas
Como se filtra el agua a través de las piedras, así discurre tu vida por entre las mil circunstancias inesperadas que brotan a su alrededor.
Tu propósito, tu ambición, tu ideal, tu idiosincracia, tu genialidad, tu ser adquirido, tu personal social, no se satisfacen más que a medias y a largos intervalos. Solamente aquello que conservas de la naturaleza no sufre privaciones: lo artificial, lo derivado, anda haciendo equilibrios constantemente y padeciendo desencantos a cada rato.
Puede ser que dos veces en diez siglos, haya dicho un hombre civilizado: he ahí que estoy satisfecho del todo. Entretanto, la bestia encaja con exactitud en su medio ambiente. Toda civilización no es más que una evasión del Paraíso.
No creas que subir es siempre agradable, ni pienses que bajar sea siempre doloroso. Muchos de los que habitan la cumbre miran a la planicie con envidia: y es posible que algunos de los que moran en la planicie, suspiran por el abismo.
Sólo aquellos que ignorar que no hay ni arriba ni abajo pretenden esa invención de las alturas. Nada está arriba y nada está abajo, sino m[as o menos lejos de un punto convenido; y así también, nadie es superior y nadie es inferior, sino más o menos parecido a una ficción preestablecida, que puede dejar de serlo.
Si no fueras tan cobarde serías menos embustero: y si fueras menos embustero te saldrías fácilmente de las convenciones humanas: fuera de ellas serías más feliz.
Porque la felicidad consiste en vivir vida de verdad: mejor dicho todavía: la felicidad consiste en vivir cada uno su verdad. Como la sociedad ha labrado una sola verdad para todos, a unos les viene estrecha por demás, y a otros les viene demasiado holgada. La más perniciosa de las manías del hombre es legislar, y legislar no es más que perjudicar la variedad.
Nada te importe contradecirte, porque solamente los estériles no lo hacen. La verdad no debe sacrificarse a ningún sistema. Lo que se piensa hoy, que es el presente, no ha de sepultarse en lo que se pensó ayer, que es el pasado. íAy de los que tienen muchos días iguales!
Última edición por Samara Acosta el Miér 09 Mayo 2012, 13:05, editado 1 vez
Samara Acosta- Cantidad de envíos : 3488
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- Mensaje n°68
Re: Pedro B. Palacios (ALMAFUERTE) (1854-1917)
¿Flores a mi?
I
Ayer me diste una flor,
una flor a mí, señora,
que no consagré una hora
ni al más poderoso amor.
¿Flores a mí? ¡si es mejor!,
en un páramo arrojarlas,
o tú no sabes amarlas,
o al sentir mi pecho yerto,
sobre la tumba de un muerto,
has querido abandonarlas.
II
¿Flores a mí? ¿tú no sabes
de esos parajes que aterran,
donde las flores se cierran,
dónde no cantan las aves?
Las más orgullosas naves
temen del mar los furores,
los tigres devoradores
huyen del simún airado
¡y tú en mi pecho has dejado
tan sin recelo tus flores!
III
¡Flores a mi! puede ser
que desalmada y celosa,
buscaras la más hermosa
con tu instinto de mujer;
Y haciéndole comprender
yo no sé qué gentileza,
con refinada fiereza,
con el más profundo encono,
la bajaste de su trono
por castigar su belleza.
IV
No lo sé, linda mujer,
ni quiero saberlo todo;
me contento con mi modo
de saber y no saber.
Pero si quieres tener
la realidad en tu mano,
te diré, sin ser un vano,
que si te movió el amor
¡la flor ha sido una flor
que fue destronada en vano!
Samara Acosta- Cantidad de envíos : 3488
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- Mensaje n°69
Re: Pedro B. Palacios (ALMAFUERTE) (1854-1917)
La canción de un hombre
Para una joven
Me pides versos y quiero,
sin pomerme ni quitarme,
para tu bien demostrarme
tal como soy, todo entero.
Pues conjeturo y espero
que la faz de Dios al ver,
comenzarás a romper
el camarín encantado
donde le tiene guardado
tu corazón de mujer.
I
Yo soy el negro pinar,
cuyo colosal ramaje,
cual un colosal cordaje
no cesa de resonar.
Soy el ponto, soy el mar
Solemne, augusto, perverso;
la cuerda, la rima, el verso,
la placa donde resuena
la profunda, la serena
rotación del Universo.
Yo soy la trágica flor
con cuya sutil esencia
corta y alarga la Ciencia
los dominios del dolor.
Yo soy Profeta Mayor,
augur, oráculo griego;
y abrazo y alumbro y ciego
con mi triunfal llamarada,
cual una zarza inflamada,
cual una inscripción de fuego.
Yo voy con el alma ufana
por más dolor que me oprima:
yo marcho por más que gima
toda mi miseria humana.
Yo siempre tuve por vana
la lengua de la opinión;
yo no indago la razón
del can ladrando a mi sombra:
yo me río y hago alfombra
de cualquier admiración.
Yo voy en recta fatal
hacia mi primer deseo;
yo no palo, yo no veo
los muros de lo real;
jamás la fiebre carnal
conturbó mi luz interna;
ni por feroz, ni por tierna,
la pasión me deja rastro...
¡yo gravito como un astro
dentro de la Paz Eterna!
Yo busco el Bien sin criterio
como se desliza un río;
y me retuerzo bravío
cual un ínfimo bacterio,
o reboto en el Misterio
cual un sistema solar...
¡Produciéndome al azar
de la súplica primera,
por más razonar que quiera
jamás podré razonar!
Yo consigo la Verdad,
sin compás, sin ley, a pulso:
yo procedo por impulso
de la Gran Fatalidad.
Yo a la vieja Humanidad
la conflicto, la desgarro:
con las llantas de mi carro
de surcos hondos la lleno,
cual si rodase sin freno
por una pampa de barro.
II
Y como el negro pinar
cuando se pone a gemir,
ni pretende seducir,
ni pretende amedrentar,
yo no intento gobernar
las riendas del corazón;
pero yo no sé qué don,
qué providencia, qué ley
me habrán consagrado rey
del Reino de la Emoción.
Samara Acosta- Cantidad de envíos : 3488
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- Mensaje n°70
Re: Pedro B. Palacios (ALMAFUERTE) (1854-1917)
Incontrastable
I
El arduo monte cuyo ardiente seno
germen fatal de cataclismos guarda;
el huracán que gemebundo emigra
quién sabe a qué región y a qué distancia;
los mundos del sistema, viejos mundos,
que la fusta del Sol rige y amansa;
y el mar, el ancho mar, el mar enorme
del torso azul, la tromba y la borrasca,
que los astros del cielo solicitan
y la ley del nivel doma y encauza
lo mismo que los sueños ambiciosos
encrespan la marea de las almas,
lo mismo que los míseros instintos
al espíritu audaz cortan las alas…
¡No valen más que yo! Porque yo sufro
rebeliones y anhelos y nostalgias
y tragedias y angustias formidables
allá en mi soledad ¡y no me plasman!
allá en mi corazón ¡y no me postran!
allá en mi pensamiento ¡y no me apagan!
allá en mi pequeñez ¡y no me anulan!
allá en mi pulpa ruin ¡y no me matan!
II
¡No! No tiene ese mar más amargura,
a pesar de su misma sal amarga;
ni ruedan esos mundos mas sombríos,
a pesar del poder que les amarra;
ni brama el huracán más hondamente,
a pesar de sus hondas resonancias;
ni encierran más dolor los arduos montes,
a pesar de sus trágicas entrañas,
que torturas diabólicas mi pecho,
mi pecho vil que ni por vil estalla,
que los roncos gemidos de mis noches,
noches como del polo, que no pasan,
que la protesta heroica de mi vida,
protesta que los orbes no levantan,
que la hiel de mis lágrimas feroces…
¡de una sola, siquiera, de mis lágrimas!
III
¡No! ¡No son más que yo, ni nunca fueron,
si se mide la mia y su desgracia,
si se pesa mi ser y su grandeza,
vientos, mares, planetas y montañas!
I
El arduo monte cuyo ardiente seno
germen fatal de cataclismos guarda;
el huracán que gemebundo emigra
quién sabe a qué región y a qué distancia;
los mundos del sistema, viejos mundos,
que la fusta del Sol rige y amansa;
y el mar, el ancho mar, el mar enorme
del torso azul, la tromba y la borrasca,
que los astros del cielo solicitan
y la ley del nivel doma y encauza
lo mismo que los sueños ambiciosos
encrespan la marea de las almas,
lo mismo que los míseros instintos
al espíritu audaz cortan las alas…
¡No valen más que yo! Porque yo sufro
rebeliones y anhelos y nostalgias
y tragedias y angustias formidables
allá en mi soledad ¡y no me plasman!
allá en mi corazón ¡y no me postran!
allá en mi pensamiento ¡y no me apagan!
allá en mi pequeñez ¡y no me anulan!
allá en mi pulpa ruin ¡y no me matan!
II
¡No! No tiene ese mar más amargura,
a pesar de su misma sal amarga;
ni ruedan esos mundos mas sombríos,
a pesar del poder que les amarra;
ni brama el huracán más hondamente,
a pesar de sus hondas resonancias;
ni encierran más dolor los arduos montes,
a pesar de sus trágicas entrañas,
que torturas diabólicas mi pecho,
mi pecho vil que ni por vil estalla,
que los roncos gemidos de mis noches,
noches como del polo, que no pasan,
que la protesta heroica de mi vida,
protesta que los orbes no levantan,
que la hiel de mis lágrimas feroces…
¡de una sola, siquiera, de mis lágrimas!
III
¡No! ¡No son más que yo, ni nunca fueron,
si se mide la mia y su desgracia,
si se pesa mi ser y su grandeza,
vientos, mares, planetas y montañas!
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- Mensaje n°71
Re: Pedro B. Palacios (ALMAFUERTE) (1854-1917)
IV
"En este bajo, relativo suelo,
También para ser santo hay que ser listo
No basta ir a una cruz para ir a Cristo,
Ni basta la bondad para ir al Cielo.
"La misma compasión requiere astucia
Para sellar con, gloria su cruzada,
Si no quiere, después, ser arrojada
Sucia y hedionda, como venda sucia.
"Los sicarios del Bien han de ser yermos,
Duros, como filósofos estoicos:
Los médicos más nobles, más heroicos,
No lamen el sudor de sus enfermos.
"La luz no triunfa, el Ideal no medra,
Sin un cierto brutal extorsionismo:
Cual un César sin ley, el pastor mismo
Gobierna con su palo y con su piedra.
"Reservan las Deidades sus primeros,
Sus más graves designios, en sus palmas,
Y reclutan su ejército en las almas
Que aceptan no valer, como los ceros:
"Espíritus soberbios de modestia,
Gemas incorruptibles de diamante,
Dentro de la caterva delirante
Que por lo mismo que delira, es bestia;
"En este bajo, relativo suelo,
También para ser santo hay que ser listo
No basta ir a una cruz para ir a Cristo,
Ni basta la bondad para ir al Cielo.
"La misma compasión requiere astucia
Para sellar con, gloria su cruzada,
Si no quiere, después, ser arrojada
Sucia y hedionda, como venda sucia.
"Los sicarios del Bien han de ser yermos,
Duros, como filósofos estoicos:
Los médicos más nobles, más heroicos,
No lamen el sudor de sus enfermos.
"La luz no triunfa, el Ideal no medra,
Sin un cierto brutal extorsionismo:
Cual un César sin ley, el pastor mismo
Gobierna con su palo y con su piedra.
"Reservan las Deidades sus primeros,
Sus más graves designios, en sus palmas,
Y reclutan su ejército en las almas
Que aceptan no valer, como los ceros:
"Espíritus soberbios de modestia,
Gemas incorruptibles de diamante,
Dentro de la caterva delirante
Que por lo mismo que delira, es bestia;
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- Mensaje n°72
Re: Pedro B. Palacios (ALMAFUERTE) (1854-1917)
Hijos y padres
Para Carmen (hermana)
I
Como la lluvia copiosa sobre el suelo,
como rayo de sol sobre la planta,
como cota de acero sobre el pecho,
como noble palabra sobre el alma,
para los hijos
de tus entrañas
debe ser tu cariño hermana mía
riego, calor, consolación y gracia.
II
Como tierra sedienta de rocío,
como planta en la sombra sepultada,
como pecho desnudo en el peligro,
como guerrero inerme en la batalla,
así, en la ardiente
contienda humana,
¡ay! los hijos que pierden a sus padres,
pierden riego, calor, escudo y lanza.
III
Como nube de arena que no riega,
como sol que no alumbra en la borrasca,
como roto espaldar que no defiende,
como consejo que pervierte y mancha,
así, malditos,
padres sin alma,
son aquellos que niegan a sus hijos
consejo, amor, ejemplo y esperanza.
IV
Como fecunda tierra agradecida,
como planta que al sol sus flores alza,
como pecho confiado tras la cota,
como hasta Dios se magnifica el alma,
así, los hijos,
cuando les aman,
dan plantas de virtud como esa tierra,
frutos de bendición como esas plantas,
arranques de valor como esos pechos,
rayos de inmensa luz como esas almas.
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Para Carmen (hermana)
I
Como la lluvia copiosa sobre el suelo,
como rayo de sol sobre la planta,
como cota de acero sobre el pecho,
como noble palabra sobre el alma,
para los hijos
de tus entrañas
debe ser tu cariño hermana mía
riego, calor, consolación y gracia.
II
Como tierra sedienta de rocío,
como planta en la sombra sepultada,
como pecho desnudo en el peligro,
como guerrero inerme en la batalla,
así, en la ardiente
contienda humana,
¡ay! los hijos que pierden a sus padres,
pierden riego, calor, escudo y lanza.
III
Como nube de arena que no riega,
como sol que no alumbra en la borrasca,
como roto espaldar que no defiende,
como consejo que pervierte y mancha,
así, malditos,
padres sin alma,
son aquellos que niegan a sus hijos
consejo, amor, ejemplo y esperanza.
IV
Como fecunda tierra agradecida,
como planta que al sol sus flores alza,
como pecho confiado tras la cota,
como hasta Dios se magnifica el alma,
así, los hijos,
cuando les aman,
dan plantas de virtud como esa tierra,
frutos de bendición como esas plantas,
arranques de valor como esos pechos,
rayos de inmensa luz como esas almas.
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- Mensaje n°73
Re: Pedro B. Palacios (ALMAFUERTE) (1854-1917)
Canto al progreso
Es la imagen eterna del Progreso
El insaciable beso
En que viven los átomos asidos.
Era la noche —¡la tremenda noche!—
En el vacío inmenso de los mundos;
Operando en los ámbitos profundos
La máquina perfecta de la tierra;
Era un fulgor que el cielo atravesaba
Y se hundía entre nieblas,
Dejando en pos de su carrera ignota
Como rastros de lava,
Como polvo de luz en las tinieblas;
Era el fragor de la materia errante
Que en átomos ardientes
Bullía en el espacio fulgurante;
Y una frígida onda sollozante
De otro cielo sin soles desprendida
Azotando la mole vacilante
Del planeta gigante,
Y templando su carne derretida;
Era el globo de luz —¡eterno globo!—
Que a la inerte materia dominaba;
Su poder subyugaba,
Y sus fauces ciclópeas atraían;
A través de los siglos del vacío
Se lanzaba en olímpica carrera
Llevando en pos, cual nube
A su carne brillante enderezadas,
Y en su atmósfera ardiente esclavizadas,
Un cortejo sumiso de planetas;
Era el primero y temeroso giro
Que en torno de ese sol aventuraba
La tierra conmovida;
El más tierno suspiro
Con que el astro feraz la acariciaba,
Fermentando en su ser la eterna vida;
Y era el hervor de la colmena humana
Que de su entraña férvida surgía;
La materia villana
Que al estado de ser se ennoblecía;
El sol, el firmamento,
Daban luz a su virgen pensamiento
Palpitando en su cráneo modelado
Y las ondas del viento
Repetían su voz, estremecidas;
Y era un mágico acento,
Como ningún acento modulado!...
Rugía el mar; —¡el mar embravecido
Por la ocasión primera!—
Y el aquilón sobre su espalda fiera,
Con bélico alarido,
Gobernaba sus tumbos de pantera.
El cielo encapotado—
Virgen aún de truenos y centellas—
Las tímidas estrellas,
Que inocentes aún resplandecían
Sobre la tierra virgen como ellas.
Por el ábrego rudo sacudidos
Los árboles potentes
Atronaban la selva pavorosa,
Como un coro siniestro de silbidos,
Como un dantesco enjambre de serpientes!
Y en la cárdena raya
De la tierra y el cielo,
Se destacaban las informes fieras
Que trepaban al monte,
y a la pálida luz del horizonte
Proyectaban sus sombras en el llano
Como bandada negra de quimeras
Atravesando el pensamiento humano!
Y fue la noche —¡la primera noche
Que al hombre sorprendía
Era el primer misterio
Que ejercía su imperio
Y a la humana razón sobrecogía!—
¡Y el hombre huyó!... Sus crines vigorosas
Cual bélico plumero,
Desparramaba al viento,
LLevando en sus espaldas poderosas
Su cachorro primero,
Fruto gigante de su amor violento!
De peñasco en peñasco desprendido
Iba como las piedras derrumbadas,
Juntando su alarido
Al salvaje rugido
De las fieras del bosque atribuladas;
Y en el peñón más árido y desierto,
Colgado, allá, sobre el abismo abierto,
Fue a sepultar la sudorosa frente,
En el seno turgente
De su atlética esposa,
Al resplandor de su pupila ardiente,
Bajo los besos de su boca ansiosa!
La mañana primera
Le halló en su lecho púdico dormido...
Desde entonces el águila altanera,
Como el primer,varón sobrecogido,
Sólo cuelga su nido
De la roca más áspera y más fiera.
Quién es aquel que tala y que destroza
El bosque virgen bajo el hacha impía,
Para elevar sobre el labrado suelo
Esa gruta modelo
Que al furor de los siglos desafía;
Quién es aquel que doma y que devora
Las fieras de la tierra
Y las aves altísimas del cielo,
Y en frágil barquichuelo
Surca las aguas de la mar traidora;
Quién es aquel que intenta
Medir la inmensidad del firmamento,
Y palpar sus arcanos,
Y pulsar con sus manos
La pulsación eterna de los mundos;
Y en los cielos profundos
Verles surgir, crecer, aproximarse,
Pasar ante sus ojos
Cual procesión de monstruos desbocados,
Y en los antros ignotos abismarse!
Quién es aquel que vive sobre el mundo
Sin más ley ni más Biblia que su antojo,
Cuyo potente arrojo
Enfrenta el rayo y encamina el viento,
Quién es aquel que doma y que sujeta
Su propio corazón en un momento;
Quién es aquel, quién es, que no respeta
Más Dios, que la Razón y el Pensamiento!
¡Helo aquí! ¡Con el rostro misterioso
Echado sobre el pecho,
Como un Dios meditando caviloso!
Bajo su pobre techo
Fermenta el rayo y explosiona el trueno;
Y en su cráneo saliente y ojeroso,
Que el escalpelo del estudio labra,
Se anida la palabra,
La estrofa del poeta,
Y la nota brillante y cristalina,
Su potencia divina
Engendra con el verso y la paleta!
No es el Adán salvaje
De las vírgenes horas de la tierra,
Saltando fugitivo,
Como cervato esquivo,
De risco en risco en la escarpada sierra;
El rayo, la tormenta y el estruendo
Del huracán helado,
Que atribulan al mar en sus barreras,
Hacen temblar de espanto a las panteras
Y al secular abeto bambolean
En su tronco de lavas y granito,
No le arrancan un grito,
Ni su gigante espíritu flaquean!
El hueco de las tumbas,
Do sólo anida el pájaro sombrío,
Y el mismo cráneo disecado y yerto
De cóncavo desierto,
Sólo dicen a su alma,
Que el alma en esos cóncavos no ha muerto.
El trono ebúrneo do dictaban leyes
Los poderosos reyes,
Bajo su brazo hercúleo bambolea
Para hundirse en la cripta del olvido:
Guerrero envejecido
Que desarman las armas de la Idea!
El olimpo desierto de los dioses
No tiene rayos que a la tierra vibre,
Y al yugo de los hombres
No rinden hombres su cabeza libre!
¡Todo progresa! ¡Hasta la estrella errante
que los orbes eternos atraviesa,
Juntando la materia a la materia,
Y el átomo a los átomos, progresa!...
El cielo que no acaba—
Que no acaba jamás— con sus meteoros,
Sus soles que fecundan
Y a millares de mundos iluminan,
Sus escuadrones de astros que caminan,
Cual errantes vestigios,
En órbitas de siglos y de siglos;
Y el insaciable beso
En que viven los átomos asidos,
Son la imagen eterna del Progreso!
¡Allá vuela, allá va! Sobre su frente
Desterrando las sombras del averno—
Como la luz del sol en el oriente:
Bajo su planta atlética espolea
El monstruo volador de férreas carnes,
Y en su diestra gigante,
Cual Júpiter tonante,
Vibra el rayo bendito de la Idea...
Helo, sobre la cumbre,
Sin que el empíreo mismo le deslumbre,
Hablar con Dios de ciencia cara a cara,
ígneos los ojos de inspirada lumbre,
Y la sandalia humana sobre el ara!
Como se salvan en la cruel borrasca—
Cuando el bajel de guerra
A su furor desolador se humilla
La indefensa barquilla
Y la verde hojarasca
De las flotantes algas del océano:
Quedó prendida al corazón humano,
Como entre abismos la violeta alpina,
Una pasión divina,
Para reinar con cetro soberano!
¡Todo pasó! Pero su fuego santo,
Como mística tea
Al sombrío ramaje
Del bosque a las deidades consagrado,
Alumbró el casto pecho delicado
Del trovador en el luciente traje,
Y el pecho abierto del Adán salvaje,
De cortantes guijarros adornado!
¡Todo progresa! El hombre primitivo
No deja ya sobre la tierra nuestra
Más que el mudo esqueleto
Que la mano del geólogo secuestra
Del seno de la tierra, carcomido;
Pero, en su pecho cóncavo y callado,
Como un altar desierto y derruido,
También un corazón enamorado,
Como late en los nuestros, ha latido!
Y cuando al labio del rencor ajeno
Nuestra vida envenena:
El casto labio de la esposa amante
Nos absorbe el veneno,
Como al primer varón atribulado
El primer beso de su esposa errante
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Es la imagen eterna del Progreso
El insaciable beso
En que viven los átomos asidos.
Era la noche —¡la tremenda noche!—
En el vacío inmenso de los mundos;
Operando en los ámbitos profundos
La máquina perfecta de la tierra;
Era un fulgor que el cielo atravesaba
Y se hundía entre nieblas,
Dejando en pos de su carrera ignota
Como rastros de lava,
Como polvo de luz en las tinieblas;
Era el fragor de la materia errante
Que en átomos ardientes
Bullía en el espacio fulgurante;
Y una frígida onda sollozante
De otro cielo sin soles desprendida
Azotando la mole vacilante
Del planeta gigante,
Y templando su carne derretida;
Era el globo de luz —¡eterno globo!—
Que a la inerte materia dominaba;
Su poder subyugaba,
Y sus fauces ciclópeas atraían;
A través de los siglos del vacío
Se lanzaba en olímpica carrera
Llevando en pos, cual nube
A su carne brillante enderezadas,
Y en su atmósfera ardiente esclavizadas,
Un cortejo sumiso de planetas;
Era el primero y temeroso giro
Que en torno de ese sol aventuraba
La tierra conmovida;
El más tierno suspiro
Con que el astro feraz la acariciaba,
Fermentando en su ser la eterna vida;
Y era el hervor de la colmena humana
Que de su entraña férvida surgía;
La materia villana
Que al estado de ser se ennoblecía;
El sol, el firmamento,
Daban luz a su virgen pensamiento
Palpitando en su cráneo modelado
Y las ondas del viento
Repetían su voz, estremecidas;
Y era un mágico acento,
Como ningún acento modulado!...
Rugía el mar; —¡el mar embravecido
Por la ocasión primera!—
Y el aquilón sobre su espalda fiera,
Con bélico alarido,
Gobernaba sus tumbos de pantera.
El cielo encapotado—
Virgen aún de truenos y centellas—
Las tímidas estrellas,
Que inocentes aún resplandecían
Sobre la tierra virgen como ellas.
Por el ábrego rudo sacudidos
Los árboles potentes
Atronaban la selva pavorosa,
Como un coro siniestro de silbidos,
Como un dantesco enjambre de serpientes!
Y en la cárdena raya
De la tierra y el cielo,
Se destacaban las informes fieras
Que trepaban al monte,
y a la pálida luz del horizonte
Proyectaban sus sombras en el llano
Como bandada negra de quimeras
Atravesando el pensamiento humano!
Y fue la noche —¡la primera noche
Que al hombre sorprendía
Era el primer misterio
Que ejercía su imperio
Y a la humana razón sobrecogía!—
¡Y el hombre huyó!... Sus crines vigorosas
Cual bélico plumero,
Desparramaba al viento,
LLevando en sus espaldas poderosas
Su cachorro primero,
Fruto gigante de su amor violento!
De peñasco en peñasco desprendido
Iba como las piedras derrumbadas,
Juntando su alarido
Al salvaje rugido
De las fieras del bosque atribuladas;
Y en el peñón más árido y desierto,
Colgado, allá, sobre el abismo abierto,
Fue a sepultar la sudorosa frente,
En el seno turgente
De su atlética esposa,
Al resplandor de su pupila ardiente,
Bajo los besos de su boca ansiosa!
La mañana primera
Le halló en su lecho púdico dormido...
Desde entonces el águila altanera,
Como el primer,varón sobrecogido,
Sólo cuelga su nido
De la roca más áspera y más fiera.
Quién es aquel que tala y que destroza
El bosque virgen bajo el hacha impía,
Para elevar sobre el labrado suelo
Esa gruta modelo
Que al furor de los siglos desafía;
Quién es aquel que doma y que devora
Las fieras de la tierra
Y las aves altísimas del cielo,
Y en frágil barquichuelo
Surca las aguas de la mar traidora;
Quién es aquel que intenta
Medir la inmensidad del firmamento,
Y palpar sus arcanos,
Y pulsar con sus manos
La pulsación eterna de los mundos;
Y en los cielos profundos
Verles surgir, crecer, aproximarse,
Pasar ante sus ojos
Cual procesión de monstruos desbocados,
Y en los antros ignotos abismarse!
Quién es aquel que vive sobre el mundo
Sin más ley ni más Biblia que su antojo,
Cuyo potente arrojo
Enfrenta el rayo y encamina el viento,
Quién es aquel que doma y que sujeta
Su propio corazón en un momento;
Quién es aquel, quién es, que no respeta
Más Dios, que la Razón y el Pensamiento!
¡Helo aquí! ¡Con el rostro misterioso
Echado sobre el pecho,
Como un Dios meditando caviloso!
Bajo su pobre techo
Fermenta el rayo y explosiona el trueno;
Y en su cráneo saliente y ojeroso,
Que el escalpelo del estudio labra,
Se anida la palabra,
La estrofa del poeta,
Y la nota brillante y cristalina,
Su potencia divina
Engendra con el verso y la paleta!
No es el Adán salvaje
De las vírgenes horas de la tierra,
Saltando fugitivo,
Como cervato esquivo,
De risco en risco en la escarpada sierra;
El rayo, la tormenta y el estruendo
Del huracán helado,
Que atribulan al mar en sus barreras,
Hacen temblar de espanto a las panteras
Y al secular abeto bambolean
En su tronco de lavas y granito,
No le arrancan un grito,
Ni su gigante espíritu flaquean!
El hueco de las tumbas,
Do sólo anida el pájaro sombrío,
Y el mismo cráneo disecado y yerto
De cóncavo desierto,
Sólo dicen a su alma,
Que el alma en esos cóncavos no ha muerto.
El trono ebúrneo do dictaban leyes
Los poderosos reyes,
Bajo su brazo hercúleo bambolea
Para hundirse en la cripta del olvido:
Guerrero envejecido
Que desarman las armas de la Idea!
El olimpo desierto de los dioses
No tiene rayos que a la tierra vibre,
Y al yugo de los hombres
No rinden hombres su cabeza libre!
¡Todo progresa! ¡Hasta la estrella errante
que los orbes eternos atraviesa,
Juntando la materia a la materia,
Y el átomo a los átomos, progresa!...
El cielo que no acaba—
Que no acaba jamás— con sus meteoros,
Sus soles que fecundan
Y a millares de mundos iluminan,
Sus escuadrones de astros que caminan,
Cual errantes vestigios,
En órbitas de siglos y de siglos;
Y el insaciable beso
En que viven los átomos asidos,
Son la imagen eterna del Progreso!
¡Allá vuela, allá va! Sobre su frente
Desterrando las sombras del averno—
Como la luz del sol en el oriente:
Bajo su planta atlética espolea
El monstruo volador de férreas carnes,
Y en su diestra gigante,
Cual Júpiter tonante,
Vibra el rayo bendito de la Idea...
Helo, sobre la cumbre,
Sin que el empíreo mismo le deslumbre,
Hablar con Dios de ciencia cara a cara,
ígneos los ojos de inspirada lumbre,
Y la sandalia humana sobre el ara!
Como se salvan en la cruel borrasca—
Cuando el bajel de guerra
A su furor desolador se humilla
La indefensa barquilla
Y la verde hojarasca
De las flotantes algas del océano:
Quedó prendida al corazón humano,
Como entre abismos la violeta alpina,
Una pasión divina,
Para reinar con cetro soberano!
¡Todo pasó! Pero su fuego santo,
Como mística tea
Al sombrío ramaje
Del bosque a las deidades consagrado,
Alumbró el casto pecho delicado
Del trovador en el luciente traje,
Y el pecho abierto del Adán salvaje,
De cortantes guijarros adornado!
¡Todo progresa! El hombre primitivo
No deja ya sobre la tierra nuestra
Más que el mudo esqueleto
Que la mano del geólogo secuestra
Del seno de la tierra, carcomido;
Pero, en su pecho cóncavo y callado,
Como un altar desierto y derruido,
También un corazón enamorado,
Como late en los nuestros, ha latido!
Y cuando al labio del rencor ajeno
Nuestra vida envenena:
El casto labio de la esposa amante
Nos absorbe el veneno,
Como al primer varón atribulado
El primer beso de su esposa errante
Samara Acosta- Cantidad de envíos : 3488
Fecha de inscripción : 10/01/2011
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- Mensaje n°74
Re: Pedro B. Palacios (ALMAFUERTE) (1854-1917)
Pobre Juan
Te dirán entre muecas desdeñosas
los nenitos de Juan el carpintero,
que "sería más útil un obrero
si ambas manos tuviese habilidosas"
Y después de soltar tan graves cosas,
como quien hecha migas a un jilguero,
te dirán que "rosal y duraznero
son rosáceos los dos, porque dan rosas"
Pero ven cuatro plantas florecidas
esos grandes filósofos enanos,
¡y van y las destrozan inhumanos,
cual rapaces querubes homicidas!
Niños en cada flor hay muchas vidas,
y las manos que matan, no son manos.
Te dirán entre muecas desdeñosas
los nenitos de Juan el carpintero,
que "sería más útil un obrero
si ambas manos tuviese habilidosas"
Y después de soltar tan graves cosas,
como quien hecha migas a un jilguero,
te dirán que "rosal y duraznero
son rosáceos los dos, porque dan rosas"
Pero ven cuatro plantas florecidas
esos grandes filósofos enanos,
¡y van y las destrozan inhumanos,
cual rapaces querubes homicidas!
Niños en cada flor hay muchas vidas,
y las manos que matan, no son manos.
Samara Acosta- Cantidad de envíos : 3488
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Localización : Madrid
- Mensaje n°75
Re: Pedro B. Palacios (ALMAFUERTE) (1854-1917)
El drama del calvario
Giró el genio en derredor
después de pisar la cumbre;
y una fantástica lumbre
llenó a la sombra de horror:
y un gemebundo clamor
taladró la inmensidad,
y se hundió la humanidad
sobre su propio esqueleto;
y reveló su secreto
más hondo la eternidad.
Siniestra, cárdena lumbre
bañó la faz del calvario,
cual un ardiente sudario
flotando desde la cumbre:
bajo la negra techumbre
del éter vago y profundo,
aquel surgir iracundo…
brutal de la claridad…
era quizás, ¡la verdad
mirando una vez al mundo!
Palmario, el Gólgota, frío,
quedó en los aires desiertos,
con sus dos brazos abiertos,
predicando en el vacío…
Y entonces, como en estío
los insectos en los faros,
innominables, ignaros,
surgiendo del horizonte,
rodeaban la cruz y el monte
todos los muertos preclaros.
De la honda, azul entraña
llovían monstruos y santos:
y eran tales, y eran tantos,
¡que gemía la montaña!…
Desde la torpe alimaña
del alma vil de Nerón,
al concepto, a la noción
más alta del supergenio,
en aquel breve proscenio
¡tomaron colocación!
De aquella invasión mortuoria
quedó repleto el calvario;
resonante, tumultuario
¡cuál una copa de gloria!
Bajo el tropel de la historia
trepidaban sus cimientos,
y se hundía por momentos,
cual una nave inundada…
cual una frente cargada
¡de sombríos pensamientos!
Tremenda, enorme, sin par,
genial, feroz batahola,
lo mismo que cada ola
¡lanzando un grito en el mar!
Formidable resollar
de las almas con bandera,
que imaginar no pudiera
aquel que no imaginase,
que al mismo tiempo bramase
¡cada punto de la esfera!
Toda pasión, toda vida,
toda excelsitud pasada,
desde la cumbre sagrada
quería ser comprendida…
Y como la palma erguida
sobre la mutable arena,
presidiendo aquella escena
con dulce, con noble ceño,
yacía Cristo en su leño
¡cual una blanca azucena!
Los humanos, los vivientes,
los que todavía somos,
con toda el alma en los lomos,
estaban allí presentes:
Pensándose delincuentes,
del genio ante los secretos,
mustios, miserables, quietos,
inanimados, pasivos
se reducían los vivos
¡en sus propios esqueletos!
Y en el valle acurrucada,
yacía la humanidad,
tal vez sin otra ansiedad
¡que la ansiedad de la nada!
Ni un gesto, ni una mirada,
ni un suspiro producía,
en tanto que recibía,
genial, vibrante, notoria,
la confesión de la gloria
¡sobre su testa vacía!…
Poco a poco, lentamente,
todo el mundo quedó calmo,
lo mismo que palmo a palmo,
va cediendo la creciente;
de aquel clamor prepotente
ni leve rumor se oía,
de aquella loca porfía
ya no sonó ni un reproche
y en el silencio y la noche
¡quedó la extensión vacía!
Perfecto, conciso, frío,
quedó el calvario a la luz,
con sus dos brazos en cruz
acariciando el vacío.
Y en el silencio sombrío
del aire y de las esferas
aquella lumbre de hogueras
demostraba sin rumor
la impotencia del amor,
¡en una raza de fieras!
Giró el genio en derredor
después de pisar la cumbre;
y una fantástica lumbre
llenó a la sombra de horror:
y un gemebundo clamor
taladró la inmensidad,
y se hundió la humanidad
sobre su propio esqueleto;
y reveló su secreto
más hondo la eternidad.
Siniestra, cárdena lumbre
bañó la faz del calvario,
cual un ardiente sudario
flotando desde la cumbre:
bajo la negra techumbre
del éter vago y profundo,
aquel surgir iracundo…
brutal de la claridad…
era quizás, ¡la verdad
mirando una vez al mundo!
Palmario, el Gólgota, frío,
quedó en los aires desiertos,
con sus dos brazos abiertos,
predicando en el vacío…
Y entonces, como en estío
los insectos en los faros,
innominables, ignaros,
surgiendo del horizonte,
rodeaban la cruz y el monte
todos los muertos preclaros.
De la honda, azul entraña
llovían monstruos y santos:
y eran tales, y eran tantos,
¡que gemía la montaña!…
Desde la torpe alimaña
del alma vil de Nerón,
al concepto, a la noción
más alta del supergenio,
en aquel breve proscenio
¡tomaron colocación!
De aquella invasión mortuoria
quedó repleto el calvario;
resonante, tumultuario
¡cuál una copa de gloria!
Bajo el tropel de la historia
trepidaban sus cimientos,
y se hundía por momentos,
cual una nave inundada…
cual una frente cargada
¡de sombríos pensamientos!
Tremenda, enorme, sin par,
genial, feroz batahola,
lo mismo que cada ola
¡lanzando un grito en el mar!
Formidable resollar
de las almas con bandera,
que imaginar no pudiera
aquel que no imaginase,
que al mismo tiempo bramase
¡cada punto de la esfera!
Toda pasión, toda vida,
toda excelsitud pasada,
desde la cumbre sagrada
quería ser comprendida…
Y como la palma erguida
sobre la mutable arena,
presidiendo aquella escena
con dulce, con noble ceño,
yacía Cristo en su leño
¡cual una blanca azucena!
Los humanos, los vivientes,
los que todavía somos,
con toda el alma en los lomos,
estaban allí presentes:
Pensándose delincuentes,
del genio ante los secretos,
mustios, miserables, quietos,
inanimados, pasivos
se reducían los vivos
¡en sus propios esqueletos!
Y en el valle acurrucada,
yacía la humanidad,
tal vez sin otra ansiedad
¡que la ansiedad de la nada!
Ni un gesto, ni una mirada,
ni un suspiro producía,
en tanto que recibía,
genial, vibrante, notoria,
la confesión de la gloria
¡sobre su testa vacía!…
Poco a poco, lentamente,
todo el mundo quedó calmo,
lo mismo que palmo a palmo,
va cediendo la creciente;
de aquel clamor prepotente
ni leve rumor se oía,
de aquella loca porfía
ya no sonó ni un reproche
y en el silencio y la noche
¡quedó la extensión vacía!
Perfecto, conciso, frío,
quedó el calvario a la luz,
con sus dos brazos en cruz
acariciando el vacío.
Y en el silencio sombrío
del aire y de las esferas
aquella lumbre de hogueras
demostraba sin rumor
la impotencia del amor,
¡en una raza de fieras!
Samara Acosta- Cantidad de envíos : 3488
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- Mensaje n°76
Re: Pedro B. Palacios (ALMAFUERTE) (1854-1917)
Apóstrofe
Almafuerte lo dedicó al Kaiser Wilhelm
Mentecato razonante, -amoral y razonante,
amoral y atrabiliario-,
como aquellos Federicos, tus abuelos,
como aquél tu regio primo que arrojaron a las ondas:
tragicómico.
Personaje de Moliére incorporado a la técnica de Hugo:
un mediocre, un secundario,
con desplantes de Nerón; declamatorio y homicida:
medio histrión, medio chacal.
Omar Chabán
Dulcamara de las artes y las letras
que profanas los prodigios del ingenio
grave y hondo,
noble y fuerte,
de los jóvenes artistas de Alemania,
con los necios cascabeles petulantes
y los místicos remiendos incongruentes
de tu inflada medianía,
de tu enorme fatuidad.
II
Dictador de un pueblo manso,
que a virtud de un cientifismo más brutal que los azotes,
le has hundido en el abyecto
gran trajín de los insectos laboriosos:
en su helado mecanismo;
en aquella disciplina de colmena
que persigue un fin extraño a las abejas.
Democracia encasillada,
donde todos son felices, -donde todos
dan la misma sensación de ser felices-
porque nadie es personal.
Democracia de inconscientes,
de resortes aceitados,
incapaz de las preñeces inefables
de las madres de los Cristos.
Democracia subalterna, sin historia,
que es idéntica por siempre
de una punta a la otra punta de los tiempos...
¡que es la misma democracia miseranda
que conduces al asalto en batallones,
y la misma que desdoras,
sometida a las liturgias de la higiene
como un torpe lupanar!
III
Mientras tú, -zángano y pulpo,
hiperbólico parásito
tenebroso-
te reservas el derecho de ser libre,
de ser hombre, de ser loco,
de ser genio extravagante,
da dar rienda suelta a tus impulsos;
porque Dios así lo quiso, porque Dios así lo manda,
porque Dios te necesita
para el logro de sus planes y designios...
charlatán.
IV
Asesino coronado,
con las manos empapadas en la sangre de millones de inocentes;
de mujeres y de niños y de ancianos -
base y cumbre de la vida-,
de ignorantes campesinos y de bestias de labranza -
compañeras de los tristes y los pobres
y factores de riqueza y de alegría
como el pobre y como el triste-.
Impostor, grotesco Atila, descendiente putativo
del monarca de los Hunos,
tragediante,
cuyas manos sumergidas en la sangre de cien pueblos,
ya no manchan lo que tocan
con la sangre que destilan;
porque todo está sangriento,
porque todo está purpúreo como un coágulo fantástico;
tierra y mar.
Mitológico demonio,
cuyas fauces, cuyos cuernos,
cuyas garras y pezuñas chorreantes
en la sangre generosa de la flor de los varones
dejarán por luengos años apagadas
las antorchas de Himeneo;
las tribunas populares sin apóstrofes,
como bocas desdentadas y sin lengua;
polvorosos y vacíos y yacentes
alambiques y retortas;
el taller de los artistas infecundo,
pues las musas -
que se entregan por sí mismas al ingenio
de mancebos y de ancianos-,
no darán a otra mujer todas sus gracias;
mudo y frío
mudo y trágico,
como un alma bajo el peso de su crimen,
el taller de los obreros -
maculado con la sangre de los parias de la tierra
y acusado, por la suma de los tiempos y los hombres,
de traición y fratricidio-;
los terrenos de labor -ayer gloriosos
como el vientre de las madres campesinas-,
hoy siniestros y baldíos -
deshonrados y horadados
por las furias de la guerra,
cual pudiera deshonrarlos y horadarlos
un ejército de búfalos en marcha,
una piara fabulosa-;
las ciudades enlutadas;
los caminos solitarios;
los portentos seculares de alarifes ignorados -
cuyas torres, como súplicas de pìedra,
se perdían en las nubes-,
convertidos en refugio de alimañas;
las aldeas -visitadas por los lobos-,
reducidas a unos viejos y unos niños
haraposos, macilentos, lamentables;
¡sin honor la Humanidad!
Aníbal Ibarra
V
Invasor indiferente como un bruto,
cual un asno enfurecido,
cual un férvido bisonte trashumante
que no ve lo que destruye con sus patas,
en su fiebre ambulatoria,
en sus ansias de migrar;
invasor indiferente
a lo bello, a lo sagrado y lo indefenso -
que están siempre por arriba
de la cólera de un hombre,
como un niño en sus pañales,
como el sol en su dominio sideral-:
destructor de catedrales portentosas,
y colegios, y hospitales, y ambulancias,
y barcazas pescadoras,
y ciudades tan abiertos como el cielo,
y poblachos tan risueños e inocentes
como el patio de una escuela;
por jactancia,
por barbarie enardecida,
por llenar de espanto al mundo,
porque así lo hicieron antes los Atilas y Alaricos:
por maldad.
Incendiario de las granjas admirables
de los belgas y franceses;
de jardines y de huertos deliciosos;
de viñedos seculares;
de jocundas, lujuriantes sementeras -
y alimento de los pobres y los ricos-;
sementeras melodiosas como arpas
sudor mismo de los mansos
y doradas y flotantes como túnicas de oro,
que sembraron manos próvidas y fuertes...
¡más augustas y más fuertes que las tuyas,
ruin taroso,
asimétrico inservible,
mutilado por herencia desde el seno de tu madre,
sanguijuela de los otros,
incapaz de arar un palmo de terreno,
de sembrar cuatro puñados de simiente,
de moler un haz de trigo,
de amasar un solo pan!
VI
Asesino de Miss Cavell;
victimario de mujeres;
victimario de mujeres más heroicas
que tus rudos almirantes -
que los rudos almirantes
de los barcos de tu escuadra embotellada;
más heroicas que tu ejército de topos-;
inventor de laberintos y tuneles,
y trincheras subterráneas,
que rehúye los encuentros singulares,
las batallas frente a frente,
brazo a brazo,
pecho a pecho,
bajo el sol y a sol y medio;
a lo César y Alejandro,
San Martín y Bonaparte,
suerte a suerte, genio a genio, faz a faz.
VII
Asesino de Miss Cavell;
asesino sin entrañas de mujeres estupendas,
imponentes, sobrehumanas:
superiores al estrago,
superiores a su carne femenina,
superiores a la muerte,
como santas, como diosas;
que cruzaban impasibles bajo el fuego formidable
de tus hórridos cañones,
por la zona pestilente de tus gases asfixiantes -
tan hediondos como tu alma-,
sin más yelmo que sus tocas,
sin más armas de defensa que una cruz atada al brazo;
arrastradas al fragor de la contienda -
como madres que buscaran a sus hijos
a través de los tizones de un incendio-,
conducidas al infierno colosal de la contienda
-¡oh, sonámbulas sublimes!-
por el ¡ay! de los heridos,
por la sangre borboteante de los pechos,
por los hipos de agonía,
por la súplica sin ayes de unos ojos nunca vistos,
por el gesto indefinible de los héroes moribundos,
que al mirar a la enfermera,
como en síntesis suprema de visiones anteriores,
ven en ella a sus hijitos, a sus padres,
a su esposa, a sus hermanos;
ven en ella a sus amigos y a la torre de su pueblo,
que ya nunca
-nunca, nunca-
ni despiertos ni dormidos
verán más.
VIII
Mientra tú, bajo tus cotas, tus corazas y tus cascos -
fiera indigna de sus garras-,
sumergido en lo más hondo de tus autos imperiales,
artillados y blindados como andantes fortalezas;
custodiado por tu guardia y tus aviones,
en la tierra y en los aires -
como un viejo Ganimedes angustiado,
como un mísero Heliogábalo lloroso,
inferior a las mujeres
del harem y el gineceo-,
estallabas en histéricos chillidos
azuzando a tus mesnadas,
más atrás de tus cañones,
más atrás de tus fortines y tus fosos,
más atrás de tus reservas,
más atrás de los fogones donde hierven las marmitas,
más atrás del más cobarde de los tuyos...
más atrás.
IX
Imperial infatigable; rey Herodes;
ogro enorme de los párvulos de Bélgica
a los cuales perseguiste por las calles,
por las plazas, por los campos,
por las cuevas y los montes
-tigre suelto-,
hasta el pie de los santuarios
y el regazo de sus madres;
angelitos intangibles,
querubines inviolables
en su vida, su candor y su belleza,
para Dios y para el Hombre;
a los cuales arrancaste las pupilas,
mutilaste las dos manos,
profanaste y degollaste,
gran maldito,
por envidia, por venganza, por bestial represalía;
padre triste,
padre lleno de vergüenza
del borracho incorregible, del imbécil incurable
que ha de ser, si Dios no media,
como el propio Carlos Quinto de Alemania,
majestad.
X
Corruptor de la conciencia de los hombres;
musa roja de filósofos y sabios,
de políticos y estetas;
Mefistófeles.
Seductor de la Gran Virgen
-de la hija cerebral del padre Zeus,
de la hermética Minerva-;
cuyo pecho saturaste de pasiones inferiores,
de satánicos instintos;
cuyos sesos inefables,
armoniosos, fulgurantes como astros,
sometiste a pensamientos tenebrosos,
disolventes, agresivos;
al pensar de las raposas, si pensasen,
y al ardor del alacrán.
Animal apocalíptico; precursor de las tinieblas;
enemigo del derecho y la justicia;
enemigo de los hombres;
Anticristo.
XI
En un mundo tan estrecho y fugitivo
cual un campo de gitanos,
que hoy es vida clamorosa
y mañana soledad;
en un mundo tan endeble y reducido,
tan astroso y vacilante
como el triste carromato gemebundo,
donde ultrajan a Talía por las plazas y las ferias
los histriones derrotados,
los tediosos comediantes derrotados
que darían los imperios de la tierra
por un pan;
ni alargándole su diámetro
en un mundo tan pequeño como éste,
tan pequeño y deleznable,
que un insecto deleznable
deposita en la bruñida superficie
de una copa de cristal;
en un mundo como éste en que nacimos,
así frágil y menguado,
así vil y transitorio,
que hoy es nota bien precisa en el espacio
y mañana no será:
no hay siquiera la esperanza
de una vida y una forma permanente;
no hay el ámbito geográfico bastante
hasta dar con el volumen de cien soles;
no habrá nunca
ni metales, ni carbones, ni bastantes calorías,
ni energías suficientes,
ni apropiadas resistencias,
para el horno,
para el cráter,
para el círculo dantesco,
para el báratro sin fondo y sin orillas,
para todos los abismos inflamados
que te deben supliciar.
No; la Tierra es tan fugaz, tan reducida,
como un campo de gitanos:
para ti la Eternidad.
Almafuerte
XII
Y la Historia es un momento,
una mísera palabra -
una mísera palabra que resuena altisonante-,
un clamor en el desierto, nada más.
Son los siglos como un sueño:
eran nada y se hacen nada,
nada mismo, olvido mismo: noche y paz.
Los archivos van al polvo
y a la sombra impenetrable
de un lenguaje incomprensible
como cuentos de otros mundos,
como el verbo de unos seres que no fuesen
ni siquiera el antropoide,
ni siquiera una vislumbre de razón,
de humanidad.
Los azotes de la Historia no castigan:
crean dioses;
crean tipos fabulosos, mitológicos,
arrastrados al dolor por el destino,
condenados al delito por las horas,
sometidos al horror de la tragedia
-del incesto al parricidio-,
por las fuerzas del ambiente;
porque así lo dispusieron las costumbres,
las pasiones imperantes,
los impulsos, los delirios,
las herencias y atavismos: lo fatal.
No; la Historia es un momento, una mísera palabra
-una mísera palabra que resuena altisonante-...
Para ti, para la serie
larga y negra de tus crímenes horrendos,
cien millones, mil millones de centurias
son un soplo.
Te reclaman los archivos de lo eterno:
vida eterna, fuego eterno, llanto eterno,
sin Plutarcos,
sin siquiera la sonrisa de Caín el fratricida:
dolor pleno, dolor sumo, dolor puro
por los siglos de los siglos;
y en aquella angustia eterna,
tú y Satán.
Almafuerte lo dedicó al Kaiser Wilhelm
Mentecato razonante, -amoral y razonante,
amoral y atrabiliario-,
como aquellos Federicos, tus abuelos,
como aquél tu regio primo que arrojaron a las ondas:
tragicómico.
Personaje de Moliére incorporado a la técnica de Hugo:
un mediocre, un secundario,
con desplantes de Nerón; declamatorio y homicida:
medio histrión, medio chacal.
Omar Chabán
Dulcamara de las artes y las letras
que profanas los prodigios del ingenio
grave y hondo,
noble y fuerte,
de los jóvenes artistas de Alemania,
con los necios cascabeles petulantes
y los místicos remiendos incongruentes
de tu inflada medianía,
de tu enorme fatuidad.
II
Dictador de un pueblo manso,
que a virtud de un cientifismo más brutal que los azotes,
le has hundido en el abyecto
gran trajín de los insectos laboriosos:
en su helado mecanismo;
en aquella disciplina de colmena
que persigue un fin extraño a las abejas.
Democracia encasillada,
donde todos son felices, -donde todos
dan la misma sensación de ser felices-
porque nadie es personal.
Democracia de inconscientes,
de resortes aceitados,
incapaz de las preñeces inefables
de las madres de los Cristos.
Democracia subalterna, sin historia,
que es idéntica por siempre
de una punta a la otra punta de los tiempos...
¡que es la misma democracia miseranda
que conduces al asalto en batallones,
y la misma que desdoras,
sometida a las liturgias de la higiene
como un torpe lupanar!
III
Mientras tú, -zángano y pulpo,
hiperbólico parásito
tenebroso-
te reservas el derecho de ser libre,
de ser hombre, de ser loco,
de ser genio extravagante,
da dar rienda suelta a tus impulsos;
porque Dios así lo quiso, porque Dios así lo manda,
porque Dios te necesita
para el logro de sus planes y designios...
charlatán.
IV
Asesino coronado,
con las manos empapadas en la sangre de millones de inocentes;
de mujeres y de niños y de ancianos -
base y cumbre de la vida-,
de ignorantes campesinos y de bestias de labranza -
compañeras de los tristes y los pobres
y factores de riqueza y de alegría
como el pobre y como el triste-.
Impostor, grotesco Atila, descendiente putativo
del monarca de los Hunos,
tragediante,
cuyas manos sumergidas en la sangre de cien pueblos,
ya no manchan lo que tocan
con la sangre que destilan;
porque todo está sangriento,
porque todo está purpúreo como un coágulo fantástico;
tierra y mar.
Mitológico demonio,
cuyas fauces, cuyos cuernos,
cuyas garras y pezuñas chorreantes
en la sangre generosa de la flor de los varones
dejarán por luengos años apagadas
las antorchas de Himeneo;
las tribunas populares sin apóstrofes,
como bocas desdentadas y sin lengua;
polvorosos y vacíos y yacentes
alambiques y retortas;
el taller de los artistas infecundo,
pues las musas -
que se entregan por sí mismas al ingenio
de mancebos y de ancianos-,
no darán a otra mujer todas sus gracias;
mudo y frío
mudo y trágico,
como un alma bajo el peso de su crimen,
el taller de los obreros -
maculado con la sangre de los parias de la tierra
y acusado, por la suma de los tiempos y los hombres,
de traición y fratricidio-;
los terrenos de labor -ayer gloriosos
como el vientre de las madres campesinas-,
hoy siniestros y baldíos -
deshonrados y horadados
por las furias de la guerra,
cual pudiera deshonrarlos y horadarlos
un ejército de búfalos en marcha,
una piara fabulosa-;
las ciudades enlutadas;
los caminos solitarios;
los portentos seculares de alarifes ignorados -
cuyas torres, como súplicas de pìedra,
se perdían en las nubes-,
convertidos en refugio de alimañas;
las aldeas -visitadas por los lobos-,
reducidas a unos viejos y unos niños
haraposos, macilentos, lamentables;
¡sin honor la Humanidad!
Aníbal Ibarra
V
Invasor indiferente como un bruto,
cual un asno enfurecido,
cual un férvido bisonte trashumante
que no ve lo que destruye con sus patas,
en su fiebre ambulatoria,
en sus ansias de migrar;
invasor indiferente
a lo bello, a lo sagrado y lo indefenso -
que están siempre por arriba
de la cólera de un hombre,
como un niño en sus pañales,
como el sol en su dominio sideral-:
destructor de catedrales portentosas,
y colegios, y hospitales, y ambulancias,
y barcazas pescadoras,
y ciudades tan abiertos como el cielo,
y poblachos tan risueños e inocentes
como el patio de una escuela;
por jactancia,
por barbarie enardecida,
por llenar de espanto al mundo,
porque así lo hicieron antes los Atilas y Alaricos:
por maldad.
Incendiario de las granjas admirables
de los belgas y franceses;
de jardines y de huertos deliciosos;
de viñedos seculares;
de jocundas, lujuriantes sementeras -
y alimento de los pobres y los ricos-;
sementeras melodiosas como arpas
sudor mismo de los mansos
y doradas y flotantes como túnicas de oro,
que sembraron manos próvidas y fuertes...
¡más augustas y más fuertes que las tuyas,
ruin taroso,
asimétrico inservible,
mutilado por herencia desde el seno de tu madre,
sanguijuela de los otros,
incapaz de arar un palmo de terreno,
de sembrar cuatro puñados de simiente,
de moler un haz de trigo,
de amasar un solo pan!
VI
Asesino de Miss Cavell;
victimario de mujeres;
victimario de mujeres más heroicas
que tus rudos almirantes -
que los rudos almirantes
de los barcos de tu escuadra embotellada;
más heroicas que tu ejército de topos-;
inventor de laberintos y tuneles,
y trincheras subterráneas,
que rehúye los encuentros singulares,
las batallas frente a frente,
brazo a brazo,
pecho a pecho,
bajo el sol y a sol y medio;
a lo César y Alejandro,
San Martín y Bonaparte,
suerte a suerte, genio a genio, faz a faz.
VII
Asesino de Miss Cavell;
asesino sin entrañas de mujeres estupendas,
imponentes, sobrehumanas:
superiores al estrago,
superiores a su carne femenina,
superiores a la muerte,
como santas, como diosas;
que cruzaban impasibles bajo el fuego formidable
de tus hórridos cañones,
por la zona pestilente de tus gases asfixiantes -
tan hediondos como tu alma-,
sin más yelmo que sus tocas,
sin más armas de defensa que una cruz atada al brazo;
arrastradas al fragor de la contienda -
como madres que buscaran a sus hijos
a través de los tizones de un incendio-,
conducidas al infierno colosal de la contienda
-¡oh, sonámbulas sublimes!-
por el ¡ay! de los heridos,
por la sangre borboteante de los pechos,
por los hipos de agonía,
por la súplica sin ayes de unos ojos nunca vistos,
por el gesto indefinible de los héroes moribundos,
que al mirar a la enfermera,
como en síntesis suprema de visiones anteriores,
ven en ella a sus hijitos, a sus padres,
a su esposa, a sus hermanos;
ven en ella a sus amigos y a la torre de su pueblo,
que ya nunca
-nunca, nunca-
ni despiertos ni dormidos
verán más.
VIII
Mientra tú, bajo tus cotas, tus corazas y tus cascos -
fiera indigna de sus garras-,
sumergido en lo más hondo de tus autos imperiales,
artillados y blindados como andantes fortalezas;
custodiado por tu guardia y tus aviones,
en la tierra y en los aires -
como un viejo Ganimedes angustiado,
como un mísero Heliogábalo lloroso,
inferior a las mujeres
del harem y el gineceo-,
estallabas en histéricos chillidos
azuzando a tus mesnadas,
más atrás de tus cañones,
más atrás de tus fortines y tus fosos,
más atrás de tus reservas,
más atrás de los fogones donde hierven las marmitas,
más atrás del más cobarde de los tuyos...
más atrás.
IX
Imperial infatigable; rey Herodes;
ogro enorme de los párvulos de Bélgica
a los cuales perseguiste por las calles,
por las plazas, por los campos,
por las cuevas y los montes
-tigre suelto-,
hasta el pie de los santuarios
y el regazo de sus madres;
angelitos intangibles,
querubines inviolables
en su vida, su candor y su belleza,
para Dios y para el Hombre;
a los cuales arrancaste las pupilas,
mutilaste las dos manos,
profanaste y degollaste,
gran maldito,
por envidia, por venganza, por bestial represalía;
padre triste,
padre lleno de vergüenza
del borracho incorregible, del imbécil incurable
que ha de ser, si Dios no media,
como el propio Carlos Quinto de Alemania,
majestad.
X
Corruptor de la conciencia de los hombres;
musa roja de filósofos y sabios,
de políticos y estetas;
Mefistófeles.
Seductor de la Gran Virgen
-de la hija cerebral del padre Zeus,
de la hermética Minerva-;
cuyo pecho saturaste de pasiones inferiores,
de satánicos instintos;
cuyos sesos inefables,
armoniosos, fulgurantes como astros,
sometiste a pensamientos tenebrosos,
disolventes, agresivos;
al pensar de las raposas, si pensasen,
y al ardor del alacrán.
Animal apocalíptico; precursor de las tinieblas;
enemigo del derecho y la justicia;
enemigo de los hombres;
Anticristo.
XI
En un mundo tan estrecho y fugitivo
cual un campo de gitanos,
que hoy es vida clamorosa
y mañana soledad;
en un mundo tan endeble y reducido,
tan astroso y vacilante
como el triste carromato gemebundo,
donde ultrajan a Talía por las plazas y las ferias
los histriones derrotados,
los tediosos comediantes derrotados
que darían los imperios de la tierra
por un pan;
ni alargándole su diámetro
en un mundo tan pequeño como éste,
tan pequeño y deleznable,
que un insecto deleznable
deposita en la bruñida superficie
de una copa de cristal;
en un mundo como éste en que nacimos,
así frágil y menguado,
así vil y transitorio,
que hoy es nota bien precisa en el espacio
y mañana no será:
no hay siquiera la esperanza
de una vida y una forma permanente;
no hay el ámbito geográfico bastante
hasta dar con el volumen de cien soles;
no habrá nunca
ni metales, ni carbones, ni bastantes calorías,
ni energías suficientes,
ni apropiadas resistencias,
para el horno,
para el cráter,
para el círculo dantesco,
para el báratro sin fondo y sin orillas,
para todos los abismos inflamados
que te deben supliciar.
No; la Tierra es tan fugaz, tan reducida,
como un campo de gitanos:
para ti la Eternidad.
Almafuerte
XII
Y la Historia es un momento,
una mísera palabra -
una mísera palabra que resuena altisonante-,
un clamor en el desierto, nada más.
Son los siglos como un sueño:
eran nada y se hacen nada,
nada mismo, olvido mismo: noche y paz.
Los archivos van al polvo
y a la sombra impenetrable
de un lenguaje incomprensible
como cuentos de otros mundos,
como el verbo de unos seres que no fuesen
ni siquiera el antropoide,
ni siquiera una vislumbre de razón,
de humanidad.
Los azotes de la Historia no castigan:
crean dioses;
crean tipos fabulosos, mitológicos,
arrastrados al dolor por el destino,
condenados al delito por las horas,
sometidos al horror de la tragedia
-del incesto al parricidio-,
por las fuerzas del ambiente;
porque así lo dispusieron las costumbres,
las pasiones imperantes,
los impulsos, los delirios,
las herencias y atavismos: lo fatal.
No; la Historia es un momento, una mísera palabra
-una mísera palabra que resuena altisonante-...
Para ti, para la serie
larga y negra de tus crímenes horrendos,
cien millones, mil millones de centurias
son un soplo.
Te reclaman los archivos de lo eterno:
vida eterna, fuego eterno, llanto eterno,
sin Plutarcos,
sin siquiera la sonrisa de Caín el fratricida:
dolor pleno, dolor sumo, dolor puro
por los siglos de los siglos;
y en aquella angustia eterna,
tú y Satán.
Samara Acosta- Cantidad de envíos : 3488
Fecha de inscripción : 10/01/2011
Localización : Madrid
- Mensaje n°77
Re: Pedro B. Palacios (ALMAFUERTE) (1854-1917)
Ella ve…
Ella ve desfilar tus manjares
en tus platos de Sévres y plata
mientras yace rendida, gimiendo
debajo del bofe que cuasi no alcanza:
y pues tiene tus órganos mismos,
cualquier vez esos órganos mandan,
y sin dar una voz, cual un dogo,
del menos culpable, la faz ataraza!
Ella siente la péndula loca
de tus días felices, que pasan
como fresca visión capitante
de ninfas que ríen, de senos que saltan;
y pues tiene sentidos y tiene,
por tenerlos, pasiones y ansias,
con su gran maldición de sedienta
maldice hasta mismo tu vaso de agua!
Ella ve tus pasiones que vienen
con talantes de santos y santas,
reprimiendo gazmoñas, en ella,
la mínima culpa, la mínima falta;
y pues tiene noción de lo justo,
de no sé qué suprema balanza,
tu disfraz de Catón la sulfura,
y enloda y escupe tu clámide blanca!
Ella ve florecer tus virtudes
donde mismo resultan premiadas,
cual escogen, sagaces, las hiedras,
la sombra jocunda de cedros y tapias:
y pues ella la gran perseguida,
sabe bien el coturno que calzas,
cuando pisa tus pisos de roble,
sospecha que pisa diabólicas trampas!
Ella ve que tu ley no sostiene
ni el derecho ni el bien que te consagra:
cual un zarzo ruin que doblegan
los rubios, copiosos racimos que carga;
y pues ella prefiere los frutos
al sostén deleznable de cañas,
menosprecia tus leyes, viviendo
la vida salvaje del puño y la daga!
Ella ve que cualquier sacerdocio
pone tren con la fe que levanta;
como aquellas mujeres que dicen:
¡más oro, más lujo de aquel que nos ama!
Y pues mora Minerva en su cráneo,
y pues vive Jesús en su alma,
¡ni respeto ni amor le despiertan
tus borlas de sabio, tus cruces de plata!
Ella ve que poder y fortuna
con su solo sudor no los ganas:
que las flores no son del que riega,
sino del dichoso señor de las plantas;
y pues ese deber sin derechos,
el nivel del señor la rebaja,
le parecen dogales malditos
los clásicos yunques, las nobles azadas!
Ella busca la vida del ángel,
de la simple función soberana,
del dominio total de las olas
que al cerebro ciñen turbantes de llamas:
y al sermón del trabajo que suelen
predicar los que nunca trabajan,
magistrales modelos opone
de trágicos robos, de finas estafas!
Ella siente brotar en sí misma,
como sienten sus yemas las ramas,
la legión palpitante de sueños
que tientan, que buscan la luz de mañana;
y ella ve que su propia belleza
de lamentos del vientre no pasan;
pues un solo mendrugo que baje,
cien días… ¡mil días de sueños aplasta!
Ella mira flotar en la zona
del poder, el honor y la fama,
las torcidas pasiones aquellas
que solo merecen el fuego y el hacha;
y al buscar el abismo sin fondo
donde deben caer fulminadas,
con espanto sublime las oye
nombrar supervidas y cumbres humanas!
Ella ve desfilar tus manjares
en tus platos de Sévres y plata
mientras yace rendida, gimiendo
debajo del bofe que cuasi no alcanza:
y pues tiene tus órganos mismos,
cualquier vez esos órganos mandan,
y sin dar una voz, cual un dogo,
del menos culpable, la faz ataraza!
Ella siente la péndula loca
de tus días felices, que pasan
como fresca visión capitante
de ninfas que ríen, de senos que saltan;
y pues tiene sentidos y tiene,
por tenerlos, pasiones y ansias,
con su gran maldición de sedienta
maldice hasta mismo tu vaso de agua!
Ella ve tus pasiones que vienen
con talantes de santos y santas,
reprimiendo gazmoñas, en ella,
la mínima culpa, la mínima falta;
y pues tiene noción de lo justo,
de no sé qué suprema balanza,
tu disfraz de Catón la sulfura,
y enloda y escupe tu clámide blanca!
Ella ve florecer tus virtudes
donde mismo resultan premiadas,
cual escogen, sagaces, las hiedras,
la sombra jocunda de cedros y tapias:
y pues ella la gran perseguida,
sabe bien el coturno que calzas,
cuando pisa tus pisos de roble,
sospecha que pisa diabólicas trampas!
Ella ve que tu ley no sostiene
ni el derecho ni el bien que te consagra:
cual un zarzo ruin que doblegan
los rubios, copiosos racimos que carga;
y pues ella prefiere los frutos
al sostén deleznable de cañas,
menosprecia tus leyes, viviendo
la vida salvaje del puño y la daga!
Ella ve que cualquier sacerdocio
pone tren con la fe que levanta;
como aquellas mujeres que dicen:
¡más oro, más lujo de aquel que nos ama!
Y pues mora Minerva en su cráneo,
y pues vive Jesús en su alma,
¡ni respeto ni amor le despiertan
tus borlas de sabio, tus cruces de plata!
Ella ve que poder y fortuna
con su solo sudor no los ganas:
que las flores no son del que riega,
sino del dichoso señor de las plantas;
y pues ese deber sin derechos,
el nivel del señor la rebaja,
le parecen dogales malditos
los clásicos yunques, las nobles azadas!
Ella busca la vida del ángel,
de la simple función soberana,
del dominio total de las olas
que al cerebro ciñen turbantes de llamas:
y al sermón del trabajo que suelen
predicar los que nunca trabajan,
magistrales modelos opone
de trágicos robos, de finas estafas!
Ella siente brotar en sí misma,
como sienten sus yemas las ramas,
la legión palpitante de sueños
que tientan, que buscan la luz de mañana;
y ella ve que su propia belleza
de lamentos del vientre no pasan;
pues un solo mendrugo que baje,
cien días… ¡mil días de sueños aplasta!
Ella mira flotar en la zona
del poder, el honor y la fama,
las torcidas pasiones aquellas
que solo merecen el fuego y el hacha;
y al buscar el abismo sin fondo
donde deben caer fulminadas,
con espanto sublime las oye
nombrar supervidas y cumbres humanas!
Samara Acosta- Cantidad de envíos : 3488
Fecha de inscripción : 10/01/2011
Localización : Madrid
- Mensaje n°78
Re: Pedro B. Palacios (ALMAFUERTE) (1854-1917)
El misionero
¡Escúpeme en la frente!
Ricardo Gutiérrez
4.- No hay caridad verdadera que no se enferme o
que no se manche.
5.- Para subir hasta Jesús hay que bajar hasta Dimas,
y para llegar hasta Dimas hay que dejar muy arriba el
éter irrespirable de los inocentes y los puros.
9.- El dolor no huele a vinagre aromático: ni habla en
verso ni se lamenta en música, ni va a cenar a la
fonda, como los cómicos, después de llorar.
18.- El corazón del bueno es comparable a las vendas que
circundan las heridas: a medida que éstas van
cicatrizando, aquéllas van arrojándose impregnadas de
pus y sangre.
20.- No creas en la predicación de aquel abate perfumado
de heliotropo, que sube a su púlpito con el corazón
lleno, todavía, de las graves impresiones de la Conferencia
de San Vicente y de las fiestas de caridad de las duquesas
y que cruza después, como un César, sudoroso entre sus
encajes, por aquella elegantísima multitud cuya emoción
artística él ha producido y cuya admiración él ha
conquistado. No creas en esa predicación... ¡es una página de
Rossini!
21.- Cree, sí, en el propio San Vicente de Paul; sí, en el
apostolado de aquel sacerdote ciego de caridad, enloquecido de
evangelización, que ora se lanza por los desiertos de Africa
y ora se mete en los tugurios de la ciudad, que son los
desiertos de la civilización, para salir de ellos torturado de
dudas, cubierto de maldiciones y carcomido de remordimientos.
Almafuerte, Evangélica XV
De compasivos canes escoltado,
Sobre un bloque de piedra de la vía,
Zozobrante, vencido, en agonía,
Un Siervo del Señor cayó postrado.
Cual desgranada, mísera mazorca
Que saltó del maizal en el camino,
Parecía más bien, el Peregrino,
Desecho deleznable de la horca.
Y era desecho mismo. La tonsura
no inmuniza del dolo y los pesares:
Del sagrado mantel de los altares
Se desprende, también, polvo y basura.
Como Pablo, el Apóstol de las Gentes,
Aquel vil protegido de sus perros,
Por mares, por estepas y por cerros
Corrió tras ilusiones eminentes...
Y allí, con su sayal hecho jirones
Y apoyando en un can la flaca diestra,
Aquel Fraile de Dios era la muestra
De cómo trata Dios los corazones.
Tal vez, una visión de faz macabra
Le sacó de su grande abatimiento,
Y al despertar de aquél, su pensamiento
Se deshizo en el mar de la palabra.
Mudo debiera estar; pero, recuerda,
Y hablaría, quizás, amordazado...
Porque impera una ley que al derrotado
Le impone repicar la misma cuerda.
Y es propio del Dolor, joven o viejo,
Despedir melancólico relente
Y derramar, lo mismo que una fuente,
La cáustica lejía del consejo.
¡Virtud de la Tristeza, que percibe
Con profética luz, remotas huellas.
Como se ven más claras las estrellas
Desde la sombra fría de un aljibe!
Cual pudiera un bohemio, el Franciscano
Se puso a platicar con su jauría...
¡No caemos del todo, sino el día
Que cuando pasa un can, pasa un hermano!
¡El ser hombre es gemir, magüer los nombres
Con que tu pobre condición revistes;
Y por eso las bestias, que son tristes,
Cuando sospechan un dolor, son hombres!
Y yendo, sin querer, al punto fijo,
Como quien sus heridas palpa y frota,
Destilando su hiel, gota por gota,
A sus perros y a Dios, el Fraile dijo...
¡Dijo con tal verdad, que desde entonces
Pienso que las protestas de los viles,
Deben ser perpetuadas con buriles
En duras piedras y en solemnes bronces!
"En este bajo, relativo suelo,
También para ser santo hay que ser listo;
No basta ir a una cruz para ir a Cristo,
Ni basta la bondad para el ir al cielo.
"La misma compasión requiere astucia
Para sellar con gloria su cruzada,
Si no quiere, después, ser arrojada
Sucia y hedionda, como venda sucia.
"Los sicarios del Bien han de ser yermos,
Duros, como filósofos estoicos:
Los médicos más nobles, más heroicos,
No lamen el sudor de sus enfermos.
"La luz no triunfa, el Ideal no medra,
Si un cierto brutal extorsionismo:
Como una César sin ley, el pastor mismo
Gobierna con su palo y con su piedra.
*
"Inhumano, inconcreto, el Sacerdote
Ame a Dios, sólo en Dios, y no en ninguno;
Y si al triunfo de Dios es oportuno...
¡Bese con la traición del Iscariote!
Clamó con el valor de los insanos
El viejo Apóstol, sin temer su mengua,
Mientras los canes, con cristiana lengua,
Le ungían caridad sobre las manos.
Y siguió, con apóstrofes más duros,
Y hablando a todos, pues hablaba solo:
"Más fría que los témpanos del polo
Tiene que ser el alma de los puros.
*
"Hay entre la Equidad y la Justicia
Nada más que una feble sutileza...
¡Y entre la Caridad y la pureza,
Un abismo, sin fondo, de inmundicia!
Calló el Apóstol, y en su adusto ceño,
Como en un tronco escuálido de otoño,
Se sospechaba el cárdeno retoño
De un deleitable, de un nefando sueño.
Mas, levantando el sórdido capucho,
Toca de su radiante, calva testa,
Dijo con voz de llanto y de protesta:
"Yo soy el miserable que amé mucho,
"Soy el que puso paz en la discordia,
Pan en el hambre, alivio en las prisiones,
Y en la obsesión tenaz, más que razones,
Puso sin razonar, misericordia.
"Yo derramé, con delicadas artes,
Sobre cada reptil una caricia:
No creí necesaria la Justicia
Cuando reina el Dolor por todas partes.
"Con sublime, suprema Democracia,
Cualquier hombre fue hombre en mi presencia;
No dividí jamás en mi conciencia
Cual un escriba infame, la Desgracia.
"Yo miré con espanto al miserable,
Con el espanto del Caín primero,
Cual si yo -¡pobre sombra, todo entero!-
Fuese de su miseria responsable.
"Yo entendí que los éxitos ultrajan
La equidad del Señor y de sus dones;
Pues por un triunfador hay mil millones
Que más abajo de sí mismos, bajan.
"Yo repudié al feliz, al potentado,
Al honesto, al armónico y al fuerte...
¡Porque pensé que les tocó la suerte
Como a cualquier tahúr afortunado!
"Yo tuve la tendencia, la costumbre,
De poner mi saliva en las montañas;
Pero, les di sin pena mis entrañas
Cada vez que dejaron de ser cumbre.
"Yo veneré, genial de servilismo,
En aquel que por fin cayó del todo,
La cruz irredimible de su lodo,
La noche inalumbrable de su abismo.
"Yo devolví su cetro a la Locura,
Fomentando en las almas anormales,
El gesto imperatriz de los fatales,
La rigidez papal de la tonsura.
*
No pudo proseguir... Seco, rabioso,
Con el gemir de formidable llanta,
Restalló, de repente, en su garganta,
Suma de angustias, un sollozo.
Aquel hondo mugido vibró tanto,
Que traspasó recónditos confines,
Y sus propios hermanos, los mastines,
Se volvieron al Fraile con espanto.
Se repuso por fin, y resumiendo
En epílogo intenso su discurso,
Comenzó a despedirse del concurso
Que a su largo gemido fue surgiendo:
"Todo es contradictorio, todo vago,
Todo se ve a través de una penumbra:
La misma antorcha que en la noche alumbra,
Sirve para el incendio y el estrago.
"Siembran dos jardineros su simiente,
Idénticas las dos, una mañana:
Y el primero cosecha una manzana,
Y el otro, miserando... ¡una serpiente!
"Yo no sé qué pragmáticas malditas
Fulminan mis obras más amables,
Cual migración de bestias formidables
Sobre una floración de margaritas.
*
"Se desató el ciclón. Dios me desgaja,
Y el criterio de Dios no se interrumpe...
¡Si el volcán de sus cóleras irrumpe,
Arde su creación como una paja!
"Yo mismo, sin piedad, no me perdono
Ese luchar frenético de Olimpia;
Criminal es un bien que nada limpia,
Castigo es una cruz que no es un trono.
"Sin ley, ni hogar, ni patria, ni destino,
Como las hojarascas de la selva,
¡Dejaré de sufrir cuando me vuelva,
Polvo bien pisoteado en el camino!...
"Pero, no quiero yo, de ningún modo,
Que me perdonen teólogos ateos...
¡A quien se absuelve, al absolver los reos,
Es al sublime Artífice de Todo!
"Prefiero que los sabios, casi estetas,
Que llaman al dolor "idiosincrasias",
Pongan motes en griego a mis desgracias...
Para cobrar más caro sus recetas.
"El perdón es la mácula del cieno
Puesta sobre la clámide de un nombre,
¡Porque tengo amarguras, ya soy hombre,
Y porque soy un hombre, ya soy bueno!
"¡Hablen los impecados a porfía:
Desescamen la red de sus escamas...
¡Digan si saben al dejar sus camas,
Cuál será la belleza de aquel día!
"Cuando el hijo de Dios, el Inefable,
Perdonó desde el Gólgota al perverso...
¡Puso sobre la faz del Universo,
La más horrible injuria imaginable!
"Sepa por prima vez, el presidiario,
Y alce su frente mustia y lapidada:
El más vil... es un alma destinada
Como el propio Jesús, a su Calvario!
"Somos los anunciados, los previstos,
Si hay un Dios, si hay un Punto Omnisapiente;
Y antes de ser, ya son, en esa Mente,
Los Judas, los Pilatos y los Cristos!"
*
Dijo, y al ver que con cobarde espanto
Murmuraba la turba, gritó fiero:
"¿Dónde está el miserable que primero
Vino a rasgar mi pecho con su llanto?
"¿Dónde está, dónde rasca los residuos
De su mordiente lepra inveterada?...
¡Para lanzar a él, toda esta nada,
Y untarle mis consuelos más asiduos!
"¿Dónde está, donde gime, sin la sombra
De mi pecho de madre sin rencores?
¡Para tejerle un camarín de flores,
Y tenderme a sus pies como su alfombra!
"¿Dónde oculta sus pálpitos de lobo?
¿Dónde esgrime su trágica energía?
¡Para ponerme yo como vigía
Mientras urde su crimen y su robo!
"¿En qué frío pretorio, en qué portales
Tiembla bajo la toga de sus jueces?...
Para decir, para gritar mil veces:
¡El Juez y el Criminal son anormales!
*
"¿Quién habla de Deberes, de Derechos,
De arrojar los malos a una pira?...
¡Si ellos viven sus vidas, sin mentira;
Si no pueden dejar sus propios pechos!
"¿Qué sable justiciero es esa daga
Que sólo hiere frentes sin diadema?...
¿Por qué no abisma el sol, cuando nos quema?
¿Por qué no seca el mar, cuando nos traga?
"¿Por qué ha dejar el Universo
Vasto campo a la luz para que vibre,
Y el corazón de Adán no ha de ser libre,
Y el alma ha de rimarse como un verso?
"¿Qué ciencia miserable es esa ciencia
Que nada sabe más que el primer día?...
¿Qué remedia con ver una insanía
Donde antes vio pasión y no demencia?
*
"Ven a mí, rey enfermo, vil canalla,
Quiero que con tus lágrimas me mandes:
Yo soy como aquel grande entre los grandes
Que no dobló su frente en la batalla."
"Sombra y luz, piedra y alma, seso insano
Y ángel lleno de dudas y malicia:
Yo no sé de Razón ni de Justicia...
¡Sólo quiero saber que soy tu hermano!
"Chusma ruin, que tus dedos como sondas
Hurguen en las heridas de mi brega,
Y palparás al menos, si eres ciega,
Que las hechas por ti, son las más hondas.
*
"Ven a mí, monstruo amigo, no estoy muerto,
Como no muere nunca una gran lira:
Que otros vivan la ley, que es la mentira.
Yo vivo los impulsos, que es lo cierto.
"Aquí estoy, si me manchan tus minucias,
Tus terribles minucias, más me place:
El obrero mejor, el que más hace,
Tiene las manos más que todos, sucias.
"Y odie el feliz, que es bestia, ésta, mi fiebre;
Y me ultraje y repudie, y me dé coces...
¡Yo amo la libertad, como los dioses,
Y el feliz, como el asno, su pesebre!
"No me causa pavor, ni me difama,
Envolver con mi llanto tu persona:
No soy el Cristo-dios que te perdona...
¡Soy un Cristo mejor, soy el que te ama!
*
¡Pulpa sin gratitud, no sabrás nunca
Que yo luché con Dios que te moldea!..."
Y se quedó de pie, como una idea,
Que se va del cerebro y queda trunca.
(San Justo, 1854- La Plata, 1917)
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DON PEDRO Y ALMAFUERTE
REVISTA NOSOTROS – AÑO 1942
Conocí a Don Pedro B. Palacios una noche que recitaba El Misionero en un cinematógrafo de barrio. Ya era célebre. Acababa de dar su serie de lecturas en el Teatro Odeón, largamente alabado por la prensa y de obtener aplausos ovacionantes. Yo entonces tenía veinte años y lo idolatraba. Hubiese sido capaz de enzarzarme a puñetazos con quien dudase que Almafuerte era un genio. Mi muchacho de ayer se hubiese trompeado con mi hombre de hoy. Porque hoy no creo que Almafuerte sea genio, aunque siga sintiendo un singular cariño hacia el viejo corajudo, justiciero, generoso, dolorido y sublimemente sensible, medularmente bueno que fue Don Pedro.
Cuando lo conocí recitando en aquel cinematógrafo de barrio, no se me presentó como lo imaginaba. No era el viejo alto, de magrura ascética, de iluminados ojos celestes y larga y blanquísima melena. Era un viejo mas bien bajo, chinote, de ojos negros pequeños y vivísimos, de gran tórax. No vestía una blanca, ideal túnica de misionero; iba trajeado con un yaqué prosaico y vulgar, de pequeño burgués. No era un exótico anciano. Era un viejo criollo familiar. Podría haber sido mi abuelo.
A los veinte años no somos capaces de ver la poesía de la realidad. La buscamos en la fantasía. Una decoración de teatro nos parece más poética que un bosque. Para mí, Almafuerte se acababa de despojar de lo poético. Aquel "chinote feo, picado de viruelas", como él se decía, acababa de humanizárseme. Es decir, acababa de hacérseme verdaderamente poético. Porque desde entonces, comencé a ver a Don Pedro, al hombre y a desvanecérseme el mito Almafuerte, mezcla de ermitaño y semidiós. Desde entonces dejé de ver el espectáculo pintoresco, el viejo lindo, el loco sublime que mis amigos y parientes de La Plata, mi ciudad natal, donde él tenía su covacha, contemplaban en Don Pedro. Vi al trágico doloroso, al justiciero impulsivo, al ingenuo sensible que se encerraba en aquella recia contextura de viejo criollo, de hombruna pureza y cuyo paso dejaba huellas de calumnia y admiración, de odio y amor, de encono y gratitud.
Pobre, inadaptado, solitario y altivo, Don Pedro es un héroe. Almafuerte puede ser discutido. Queda Don Pedro, hombre singular, temperamento apostólico, rebelde instintivo, huraño a la sonriente mentira social, tipo casi único, ente originalísimo; y él se nos entra en el corazón, más cada vez, a medida que vivimos y nos hallamos con menos hombres humanamente hombres, sobretodo entre los que garabatean papel; simples autómatas, adocenados, oblicuos hasta la cobardía, tangentes a todo ideal.
Desaparecido el literato, en Don Pedro queda un hombre, vida austera y fecunda, rica en anécdotas que denuncian su personalidad. Compleja maraña de impulsos y de ideas, neurótico e iluminado. Su alma no es un cubo, a fe: sino un icosaedro. La fatalidad se la talló: huérfano desde muy niño, sólo aprendió las primeras letras. A necesidad lo hizo maestro y periodista de campaña una vez que le fracasó el pedido de beca para ir a estudiar pintura en Italia. Abandonó el dibujo para el cual poseía dotes, y ambuló años y años por las provincias de Buenos Aires y La Pampa, de pueblucho en pueblucho, enseñando a los niños o escribiendo en los periódicos locales. De pronto, un decreto gubernativo lo dejó cesante por no poseer título. Esta injusticia lo enconó, fue trascendental en su vida. Después, amigos admiradores lo llevaron a La Plata y se hizo burócrata; pero siempre solo, inadaptado, pobre, altivo. Así fue cuando era un anónimo maestro- periodista de aldea, así siguió siendo cuando la celebridad lo adoptó, cuando el éxito, en forma de curiosos, iba a golpear la puerta de su casa paupérrima de La Plata. El se hurtó en o posible a la mirada inquisidora de sus admiradores; nunca le fue grato que el hocico del público fácil y veleidoso, hurgara su intimidad. Y esto le conquistó no pocos rencores de la gente intelectual particularmente. El admirador quiere hacer su dios y su mico del admirado. Don Pedro, inadaptado siempre, no dejó de exteriorizar su indiferencia, hasta su desprecio, por los que intentaban comprar su austera y altiva soledad con tal moneda. ("Yo desprecio y hago alfombra de cualquier admiración").
Fue inconfundiblemente criollo, no sólo por su aspecto, sino por su alma. Sus dos terceras partes de hombre estaban hechas de gaucho. Su lengua era un facón sin vaina. Corajudo, pero complicado como apóstol; su coraje criollo fue valor. El coraje es físico, el valor es moral. Don Pedro poseyó uno y otro, hasta la temeridad y el sacrificio. Alfredo J. Torcelli, su amigo íntimo, narra una serie de anécdotas características.
Siendo maestro de escuela en Trenque-Lauquen, una noche oyó gritos de mujer. Saltó de su catre tijera y se orientó hacia el sitio de donde partían. Se halló con que un rufián estaba azotando a la mujer. Don Pedro le quita el rebenque, lo ataca y lo hace huir, pese a la daga que lucía su cintura. "El agradecimiento de la azotada – narra Torcelli – se manifestó en una frase que, a pesar de la natural sobrexcitación por lo que había visto, evitado y hecho, hizo estallar su buen humor.
- ¡Ay, señor! ¡Usted ha sido para mí la Virgen de Luján!
- ¡Sí, pero una Virgen de Luján muy macho! – replicó regocijado Almafuerte, ilustrando la frase con un ademán tan obsceno como expresivo para la circunstancia. Y se volvió al reposo inquieto de su catre de tijera. La preocupación de ostentar ser "muy macho", "corajudo", "muy hombre", sinónimo de "ser gaucho", constituyen obsesión en la idiosincrasia del criollo.
Temperamento impulsivo, Don Pedro siempre tenía la agresión presta. Su lengua tajeaba al contrincante, veloz como si hubiera sido una daga. Su indignación irrumpía como Fierro aconseja que salga el facón: "que al salir salga cortando". Un sacerdote de La Plata anduvo propalando que Almafuerte era un ebrio. (La clerecía que intentó acercársele alguna vez, engañada por su misticismo y su fraseología bíblica, al final lo rechazó siempre). Lo supo Don Pedro y se incendió: pocas cosas lo irritaban tanto como que se le creyera ebrio. (Otra característica del criollo a quién no gusta exhibir vicios, como no le gusta exhibir cicatrices). Quiso la mala suerte del sacerdote chismoso que, al subir a un tranvía, se topase con Don Pedro. Y ya éste lo abarajó a alaridos:
- "¿Con que vos sos quien anda propalando el chisme de que Almafuerte es un borracho? ¡Borracho, Almafuerte! ¡Ya me ves! ¡Deslenguado, embustero, sicofante, mala pécora, miserable, indigno de usar el hábito de los sacerdotes de Cristo! ¿Esa es la forma en que desempeñas tu misión?... ¡Como no vayas a echarte a los pies de tu obispo, a confesarle el pecado de mentira en que has incurrido a sabiendas, y como tu obispo no te castigue ejemplarmente, la primera vez que le vea oficiando el pontifical, de un bastonazo le haré saltar la mitra de la cabeza!"
El clérigo salió disparado. Acostumbraba dar su amistad a los jóvenes. Cierta vez se halla con uno en la calle. El otro lo saluda y él no responde. Días después vuelve a hallarlo, y el otro pasa sin saludar. Don Pedro se vuelve, le grita:
- "¿Por qué no me saludás?"
- "Porque como hace algunos días lo saludé y usted no me devolvió el saludo, he creído que ya no quería ser mi amigo. Y le advierto que o toleré en silencio porque era usted, que si en vez de ser usted es cualquier otro, las cosas no habrían pasado así.".
Volvió Almafuerte sobre sus pasos y abrazando con entusiasmo a su joven amigo, le dijo:
- "¡Así me gusta, muchacho! He querido ponerte a prueba, para ver si sos un macho. Porque, la verdad es que con esa carita efébica y esos modales de abate, no me lo parecías. No te imaginás cuánto me alegra saber que lo sos."
Y de bracete con él, se lo llevó a su casa a hacer tertulia y a tomar mate. Algunos (Ricardo Rojas, Pedro Bonarte) han inculpado a Almafuerte su actitud de injustificado recelo para los que a él se llegaban. Es actitud de gaucho, nada más, solapadamente desconfiado con el forastero. No podría precisar con exactitud si fue a Salvador Rueda que, ante el deseo manifestado de visitarle, respondió con un "¡Váyase a ...!", etc. Característica del criollo es también la de no querer a los extranjeros. Todos son gringos, y como tales, los desprecia. Esa actitud explicable en individuos de inferioridad mental, la participó Don Pedro como criollo prototípico que era, aun cuando ya inexplicable en él, aunque en él se dan abundantes rasgos inexplicables. Pero a quien menos quiere el criollo viejo es al español. Todos son "gallegos". Este resabio de enemistad, heredado de la colonia y de las guerras de la independencia, lo tuvo Don Pedro. Jamás quiso a los españoles. En cambio él, tan fecundo en contradicciones, amó profundamente a los italianos, tan mal vistos del gaucho (ver Martín Fierro). Italia obtuvo siempre su calurosa simpatía, a ella dedicó más de un estallante ditirambo y si alguna vez pensó en ir a Europa, pensó ir a Italia.
Termina una curiosa carta – curiosa por lo vidente – en que habla pestes de la ilógica ortografía castellana:"He resuelto lo que ya te dije en una de mis anteriores, que las entregues (se refiere a sus poesías) a cualquier español de esos ten gramáticos que nunca faltan, porque es lo único que saben, y en lo que son fuertes hasta sus zapateros."
Torcelli también narra esta anécdota que pinta su prurito caballeresco – muy de gaucho y muy de español. Era Don Pedro maestro en Chacabuco cuando llegó en gira un inspector. En tertulia de amigos, en la confitería, el inspector llegó a hablar de la dudosa honestidad de Fulana, una maestra que para él había sido presa fácil. Saltó Almafuerte y, dándole una bofetada en el rostro, lo increpó:
- ¡Callate, miserable! Un gallo, después que pisa a la gallina, no canta para publicarlo a los cuatro vientos...
El sentimiento de la amistad es entrañable en el criollo. Don Pedro lo tuvo. Por amistad, expuso su situación y su vida en innumerables ocasiones, ya que los mejores amigos los tenía siempre entre los humildes, expuestos a la injusticia de los poderosos. La amistad también lo enzarzó en los vericuetos turbios de la politiquería pueblera, en donde él no hizo más que darse contra los hombres y las circunstancias, demasiado pequeños los unos y harto estrechas las otras para comprenderlo o contenerlo. Esto le originó multitud de incidentes, graves algunos. Debo a Don Saulo Domínguez, actual vecino de Chacabuco, ex discípulo de Almafuerte e hijo de uno de los más caros amigos del poeta, este relato: El oficialismo, por aquellos años, era "pacista". Don Pedro, que siempre militaba en la oposición, era "vacuno". Un incidente personal con el caudillo "pacista" le hizo escribir una filípica en verso. El otro le mandó los padrinos. Almafuerte, aun cuando no sabía tirar, aceptó. Al dársele la pistola, ya en el "campo de honor", se le escapó un tiro al aire. Quedaba en inferioridad de condiciones; pero el lance se verificó. Tiró el otro, sin resultado. Volvieron a apuntarse y esta vez sólo el contrincante tiró. Don Pedro no había levantado el arma. Inmutable, oyó el proyectil que pasaba silbando a unos milímetros de su cabeza.
Lo invitaron a reconciliarse. Se negó.
- Antes dije que era un canalla; ahora digo que es un canalla y un cobarde. Los amigos insistían. Y él propuso esto: batirse otra vez, pero a un paso de distancia. El otro no aceptó.
Rafael Barrett, otro valiente apostólico, sintió veneración por Almafuerte, hasta afirmar que es el primer poeta de América. En sus Moralidades Actuales, narra Barrett una anécdota que a él le contó, a su vez, el camarero de un buque, camino al Paraguay. Un vigilante estaba azotando a un obrero. Almafuerte intervino y le quitó el machete al vigilante. Nadie pudo hacer que se lo devolviese.
En esta anécdota está pintado no sólo en su valor personal, sino también en su rebeldía instintiva. Ella lo empujaba a ponerse de frente a la autoridad y junto a los desheredados. Actitud de gaucho también que, acostumbrado a no ver ante sus ojos más limitación que el alambre del horizonte, se acostumbró a ser libre. ("Yo no he nacido p'andar con la lata a la cintura", dice Cruz a Fierro).
"Que otros vivan la ley que es la mentira, yo vivo los impulsos que es lo cierto" – ha dicho Almafuerte. Don Pedro se ajustó a tan peligrosa norma. Vivió sus impulsos. Pese al vigor evidente de su cerebro, su vida sensitiva es tan potente que casi se duda que él fuese un intelectual. Fue un hipersensible, y si fue rebelde, lo fue sólo porque su herida sensibilidad vibraba al roce del más pequeño dolor humano, nunca porque una determinada ideología lo guiase. En esto, como en muchas otras cosas, era infantil, o sea, pueblo. Rebelde por instinto y apóstol por temperamento, no luchó nunca por ningún ideal de reivindicación proletaria, porque nunca tuvo ideal. Sentir profundamente el dolor de los humildes, vibrar profundamente indignado por la injusticia de los poderosos que producían ese dolor: he aquí su ideal, bien simplista por cierto: "Yo siento por el dolor de la chusma miserable, la suprema, la inefable maternidad del amor." Seguramente que de Marx o de Bakunin sólo había oído los nombres. En rigor, nada hay más rebelde que la sensibilidad. ¿Cuáles voces tronaron más alto contra la opresión del indio que la de los hipersensibles Bartolomé de las Casas o Huaman Poma? ¿Qué es el Barrett que incendió los yerbales con su indignación sino un sensible? Los rebeldes puramente intelectuales terminan en ministros. Don Pedro fue materialmente sensible: "Por más que me comparo con todo el mundo, yo no doy con el tipo que bien me cuadre: soy el llanto que rueda sobre lo inmundo... ¡Yo he nacido sin duda, para ser madre!". Y se revolvió, loco de dolor, genial de indignación, en versos, en gritos y en actos, contra los que humillaban y flagelaban su chusma filial. "Tan sólo la sobra humana tiene sobre mí derechos". Se sintió madre de los doloridos, no hermano de todos los hombres. De aquí la grandeza y la inferioridad de este Jesús a medias, de este apóstol de la misericordia cotidiana que no supo mantenerse en lo alto, exigiendo justicia. Fue el Jesús que curaba los leprosos, no el que predicaba el Sermón de la Montaña.
"El hombre de talento – canta Píndaro - es el que lo sabe todo por instinto". Don Pedro sólo comprendía lo que sentía. Mejor: sentía sin importársele de averiguar si comprendía. Su corazón estaba a cien mil leguas por encima de su cerebro. Le faltó encauzar, darles sentido, orientar hacia un ideal a sus sentimientos generosos. "Como las vibraciones de un necio ruido, ni Wagner ni Rossini me dicen nada; pero si por acaso gime un gemido...¡me traspasa las carnes como una espada!". Todo su ideal se encierra en estos cuatro versos. El gemido humano fue su norte.
Cuando el inicuo fusilamiento del educador Francisco Ferrer, en España, un grupo de jóvenes anarquistas fue a verlo, a pedirle que se adhiriera al clamor de las fuerzas izquierdistas del país. Don Pedro se negó, a gritos, según era su hábito: - ¡Hacen bien fusilando a ese gallego! ¡Debían fusilar a todos los gallegos!
¿Cómo explicar tal actitud, francamente reaccionaria y aún antihumana, anticristiana, sino por su desorientación ideológica? "Siempre se pronunció contra los maestros que militaban en los partidos avanzados" – afirma su amigo Torcelli. Gran contradictorio junto a hechos así, presenta otros como éste, que le ganan nuestra simpatía:
Un individuo había inventado un método dactiloscópico, según él, superior al que se usaba en la policía. Quiso conocer a Almafuerte y, satisfecho de su invención, de inmediato comenzó a exponérselo. El viejo lo escuchaba... De súbito, se pone de pie, los puños en alto y comienza a dar alaridos:
- ¡Infame! ¿Qué madre te ha parido? ¿Querés marcar a los hombres? ¡Verdugo, persecutor de criaturas humanas! ¡Monstruo! ¡Andate a la calle, enseguida!... ¡Fuera!
El desventurado inventor no se hizo repetir la invitación de irse a la calle. Salió corriendo y Don Pedro detrás, a gritos, rojo de cólera, dispuesto a estrangular a ese hombre, para él asquerosa alimaña.
"Los hábitos inconscientes – afirma Gustavo Le Bon – tienen una fuerza que jamás poseen los principios". Esta es la fuerza revolucionaria de Don Pedro. Su rebeldía no le llegaba desde la "fría razón", le brotaba hirviendo desde el corazón infantilmente sincero, llaga sangrante de piedad. Pudo equivocarse cuando, con su odio gaucho al "gallego", se pronunció por la muerte de Ferrer o como cuando, por patriotismo – del que arrepintiose años más tarde – abogó por la guerra contra Chile; pero era porque entonces razonaba antes de hablar o escribir. Cuando se producía por impulso, empujado por lo que la psicología llama lo subconsciente (la supraconciencia hindú); no se equivocó nunca. La videncia de su corazón fue genial, y no fue genio porque su cerebro, muy inferior a su sensibilidad, no alcanzó su vuelo para mantenerla en alto. Su obra y su vida se interpenetran, apretado nudo de sinceridad, u ascienden o descienden, se iluminan o apagan; pero de ningún modo sus caídas y sus sombras son claudicaciones.
La humanidad para él se dividía en dos partes: los poderosos y la chusma. División demasiado simple y, evidentemente, falsa, por fortuna, para nuestro soñado ideal de fraternidad humana. Don Pedro odió y despreció a los poderosos, amó y confraternizó con su chusma: "Yo tuve la tendencia, la costumbre, de poner mi saliva en las montañas; pero les di sin pena mis entrañas, cada vez que dejaron de ser cumbre". Él no indagaba de dónde venía el caído, bastabale verlo abajo para alargarle su mano maternal. "Y como los grandes son nada más que chusma vil que desertó su cubil por pura combinación, cuando vuelven al montón doloridos y maltrechos yo les entrego mi pecho como la loba romana...¡Tan sólo la sobra humana tiene sobre mí derechos!" Y sintió, por consecuencia, como lo odiaban los grandes y como lo amaba su chusma querida: "Por eso tengo arranques desesperados que me llenan de sombras y cicatrices...¡Por eso me repudian los potentados y me besan las manos los infelices!".
El Presidente Sáenz Peña, ya enfermo de muerte, y atacado por Ingenieros, recibe también los ataques de Almafuerte que lo amenaza con aplastarle bajo un libro. La embestida de ambos escritores afecta al enfermo, y la esposa de éste y una amiga van a la covacha del Juvenal platense. Le ruegan que calle. "El Presidente, le dicen, está con un pie en la tumba". ¡Que meta el otro, pues!" – responde, brutal. Pero las damas insisten. ¿Y "tanto puede una mujer que llora"! Almafuerte callará, aunque advierte: "Díganle al Dr. Sáenz Peña que no le atacaré más; que queda incorporado a mi chusma".
Confiesa un cronista por el cual, excepcionalmente, se deja entrevistar: "Aquí vienen algunas personas a las que abro mis puertas en calidad de amigos, y luego resultan literatos y psicólogos que, en su afán de hacerme aparecer genial, dicen atrocidades de mí". (Leer "Mis profetas locos" de José de San Martín, suma de todos los disparates que se puedan haber escrito sobre Almafuerte, pararrayos de grafómanos). Su fobia a la casta intelectual, tan envanecida de sus vanos conocimientos, fue en él obsesionante. Existen hombres envanecidos por su riqueza, o por su físico o por su ascendencia. Esto es explicable. Lo inexplicable es la existencia de hombres envanecidos por su saber, como lo están los de la casta intelectual burguesa, porque la verdadera sabiduría excluye el mezquino sentimiento de la vanidad. De esto se desprende que la casta intelectual – científicos o artistas – de extracción burguesa, sólo usurpan el nombre de la sabiduría.. Todo en ellos es extensión, nada es hondura. La sabiduría no ha entrado un milímetro en su mundo moral. Quitando el barniz de sus conocimientos, hallamos que esos intelectuales están amasados con el grosero limo del hombre vulgar. Por fuerza, hombre tan sensible como Don Pedro, tuvo que chocar contra los intelectuales, mecánicamente egoístas.
Antonio Herrero, que fue su amigo y le dedicó un libro hiperbólico, dice, acertadamente: "Era un alma desmedida que no cabía entre los hombres. Incapaz de fingir o contenerse, no conocía otros límites su formidable impulsividad que los que le señalaba su bondad, más formidable aún. Estas dos cualidades de su espíritu hicieron un calvario de su vida. Por un lado, cosechaba odios y enemistades, especialmente de aquellos cuya vanidad hería cruelmente; y por otro abría su puerta y entregaba su casa y su lecho y su pan a todas las miserias que llamaban su enorme corazón. Su casa era una agencia de caridad, pero no de caridad oficial y organizada, sino imprevisora e impulsiva".
En este punto las anécdotas se multiplican. Narra Torcelli que una noche entró en su casa un joven jadeante y asustado. Llorando le confesó: acababa de hurtar dos cortes de paño, lo había hecho impulsado por la necesidad, era un obrero desocupado; pero había sido visto y la policía lo buscaba. Don Pedro guardó lo robado en su baúl, dio alojamiento y comida por esa noche al prófugo y a la mañana siguiente le envió a un pueblo, recomendado a un amigo para que le diese trabajo. Después devolvió las piezas de paño al tendero.
Otro día se le presenta un carrero italiano solicitándole que le hiciese un escrito para demandar a su patrón que le debía cien pesos y no se los pagaba.
- Bueno – aceptó el poeta - . ¿Y qué vas a hacer con tanta plata junta?
El carrero quería juntarse con una mujer y necesitaba cama, mesa, sillas y unos cacharros para hacer la manduca. Don Pedro le mandó traer un carro y le hizo cargar su cama, su mesa y sus sillas. Fue así por qué, durante un verano y un otoño, tuvo que dormir en el suelo. Esto ocurrió en Trenque-Lauquen, siendo Almafuerte maestro de la escuela local. Cuando "estaba de parto" – expresión que significaba cuando estaba escribiendo - ¡pobre del periodista o intelectual curioso que se llegase a visitarlo! "Se le alborotaba la negrada" – otra frase suya. Y el intruso salía boleado. Cierta vez llegó uno de estos curiosos. Don Pedro con el chiquilín que le acompañaba – recogió y educó cinco huérfanos -, se hizo negar. El chico fue y, torpe, dijo al visitante: "Dice Don Pedro que no está". El otro insistió. Vuelta del niño a responder lo anterior: "Manda decir Don Pedro que no está". ¡Y el otro, vuelta a insistir! Sale entonces el propio Don Pedro: "¿No le ha dicho que no estoy? ¡Váyase, pues!"
¡Pero qué distinto recibimiento si el visitante no era un intelectual curioso, sino un pobre que venía a pedirle! Y no cerraba su puerta por esto, porque siempre algún humilde se llegaba a él, a solicitar su ayuda. Entonces, así estuviese en lo más encendido de su inspiración, lo abandonaba todo y acudía. "porque no se habría perdonado nunca que un necesitado de su misericordia llegase hasta bajo el dintel de su puerta y desde allí tuviese que volverse sin pan o sin consuelo, sin socorro o sin consejo, pura y simplemente porque él estaba produciendo". Dentro de su falta de medida para juzgar hombres y cosas, valía más un poco de hambre que él aliviase o un poco de aflicción que él consolase, que toda su obra por producir. En esto, con su videncia de siempre, Don Pedro tiene razón una vez más, contra la citada opinión de Torcelli que habla aquí como admirador del poeta, no del hombre.
Un día echó de su casa a Manuel Ugarte, porque éste se aventuró a exponerle la peregrina idea de que la poesía es cosa de juventud, nada más, de que la madurez pensante requiere la prosa. ¡Y el viejo que toda su vida no había hecho más que pensar líricamente! Echó también a Armando Vasseur que se le había instalado en su covacha. Por Darío y su "modernismo afeminado" – según su expresión - siempre experimentó desdén y hasta se negó a recibirle. Sobre Lugones, d quien alguien le habló como de un probable sustituto en el principado de las letras argentinas, pronosticó: "Lugones será un Almafuerte para damas"... Naturalmente, la reacción en contra se dejó sentir: Groussac, perspicuo pero ligado al oficialismo literario, hizo una presentación de él, al publicar Jesús en "La Biblioteca", como si se tratase de una promesa juvenil. Calixto Oyuela asegura que El Misionero es un delirio. Rafael Obligado quiso desconocer siempre la existencia del gran inspirado, hundido en su mísera casucha de La Plata. Carlos Octavio Bunge lo llamó "el compadrón de nuestras letras", Roberto Giusti le ha concedido el calificativo de "milonguero genial" y Federico de Onis, al igual de Oyuela, sólo a regañadientes lo incluye en su Antología. No le faltaron voces cordiales, como la de Más y Pi y la de Carriego, que iba a verle como si fuera en peregrinación a un santuario. Ni justicieras, como lo es el estudio que Ricardo Rojas le dedica en el IV tomo de su Literatura, ejemplo de equilibrio crítico, más meritorio que lo caótico de la obra realizada.
Como en una cumbre, ante todo él se mantuvo solo y altivo. Llegábase a los grandes pidiéndoles para los humildes. ¡Y si aquellos no lo servían! ¡Ay de los grandes! Su cólera se dejaba caer sobre ellos, lapidaria. Una noche, en pleno corso, en La Plata, cruzó en un coche Doyenart – no sé si intendente o jefe de policía. Iba con su esposa y sus cuñadas. Don Pedro estaba en la acera. Aquel le gritó: ¡Adiós, Don Pedro! Y éste, volviéndose: ¡Andate...etc. (Y lo envió a la que lo engendró, quevedescamente adjetivada). Lo rodearon curiosos: ¿Qué pasa, Don Pedro? ¿Por qué lo insulta?
- ¡Ese canalla! ¿Hace tres meses que me promete un puesto de basurero para un amigo, y no me lo da! ¡Todavía se atreve a saludarme!
Un tipógrafo, hombre simple, pidió a Almafuerte que le hiciera versos para las cédulas de San Juan y San Pedro. Y él, que rehusaba colaborar en diarios y revistas, emprendió la fabricación de los versos sólo porque un humilde, un hombre de su chusma querida, podía beneficiarse con ello. Y los hizo y autorizó al tipógrafo que pusiese en los sobres que los versos eran de Almafuerte. También, por habérselo ido a pedir hombres de su "chusma amiga", compuso versos para una comparsa de gauchos carnavalescos.
En cambio, los otros, "los grandes", como él los llamaba, siempre lo hallaron empinado y arisco. Tuvo una discusión con un diputado en el tiempo que él era prosecretario de la Cámara.
- ¿Sabe usted cómo me llamo? – le preguntó.
- Sí, Pedro Palacios – respondió el otro, sorprendido.
- ¡Pues yo ni sé cómo se llama usted!
Y diose vuelta, despreciativo. Perdió su puesto de prosecretario por haberse negado a ir a saludar al nuevo presidente de la Cámara, que exigía este requisito. El presidente se quedó sn conocerlo, y se vengó, suprimiendo por economía, el puesto que ocupaba el orgulloso. Necesitó ver al gobernador de Buenos Aires. Fue una, dos, tres veces. Como en esta última, el funcionario tardaba en recibirlo, se encaró al ujier:
- Diga al gobernador que hay l a misma distancia de mi casa a aquí que de aquí a mi casa. Y se fue.
En El Salto, siendo maestro de escuela, militaba en la oposición. El caudillejo era el comisario, especie de perdonavidas. Don Pedro sufría porque nadie, entre los opositores, sus correligionarios, se atrevía a poner coto a los desmanes que de palabra y puños cometía el matón. Una noche, por fin, se presentó él al club social. Entró el comisario. Don Pedro le salió al paso, a rugidos: ¡Compadre! ¡Piojo! ¡Marica! ¡Gallina! ¿A que no te ponés frente a un hombre como yo? Y fue tal el miedo del perdonavidas que aguantó el chubasco sin replicar. Quedó en ridículo ante opositores y situacionistas, y hubo de ser trasladado.
Siendo maestro en Chacabuco – me narra Don Saulo Domínguez – tuvo que trasladarse a La Plata, a cobrar sueldos atrasados, según proverbial hábito administrativo. Estaba aguardando y, con él, dos o tres maestros más, entre ellos un viejito achacoso. Al fin, el obeso empleado que los atendía con la negligencia burocrática de siempre, se dirigió a Don Pedro:
- ¿Qué deseaba, señor?
Se cometía una arbitrariedad a su favor. El anciano estaba antes, lo señaló:
- El está primero.
El empleado se molestó al ser observado.
- ¡Aquí no hay preferencias para nadie! – gritó. - ¡Todos somos iguales!
- ¡Miente! ¡Todos no somos iguales – respondió Don Pedro, siempre incisivo en la agresión – porque si nos colocan en una balanza, usted pea lo que un cerdo, y yo lo que pesa un hombre! Ya vivía en La Plata, donde era popular. Un día supo que la policía, sindicándolo de "sospechoso", había detenido a un obrero, su vecino y amigo. Fue a ver al jefe:
- Vengo a pedirle que ponga en libertad a ese pobre trabajador.
El jefe se sorprendió:
- ¿Y usted, Almafuerte, viene a solicitar la libertad de ese tipo?
Y ya él se encocoró.
- ¡Sí, yo! Porque ese tipo, como usted le dice, no tiene más manchas que las de su ropa de trabajador ¡no es como algunos de nosotros que es o único que tenemos limpio!
¿Bien pinta todo esto al que exclamó, atenaceado por el dolor y la tristeza de su chusma, padeciendo injusticia, bajo el tacón del codicioso egoísmo codificado: "Yo no siento más vida que la del hombre". ¿Música, bellezas del paisaje, armonías del espíritu arrobado ante las maravillas de la creación? Nada oía ni veía él. "Todos esos primores yo los motejo desde la cueva misma de los que gimen".
Siempre chocó con el medio. Ya viejo y refugiado en La Plata, donde admiradores influyentes le hicieron dar dos piezas, siguió siendo el que fue, viviendo fuera de la realidad, desconociendo en absoluto el verdadero valor del dinero, herramienta de libertad personal dentro de la constitución social imperante. Se le tenía por ególatra, misántropo y misógino: "Yo soy el Indomado, soy un completo que se adora a sí mismo y en sí se absorbe; me basta mi profundo propio respeto bajo los salivazos de todo el Orbe..." "Sólo sé que soy mejor, por lo que me dejan solo". Por eso las mujeres, ¡pobres mujeres, las eternas sensuales y secundarias! Clavan en mi pureza sus alfileres, celosas de mis noches tan solitarias". Se da a sí mismo una "especie de orden general" en la que se dice: "En mi casa no entrará nadie más que el que me necesite para algo". Su epistolario es curiosísimo por esta particularidad: la mayoría de sus cartas están escritas con el objeto de pedir a sus amigos pudientes para sus amigos necesitados.
Escribe a Francisco Aníbal Riu: "Mi querido hijo bueno: Ahí te mando un querido hijo malo. Dale diez pesos". El recomendado era un ladrón. Y pide a los grandes – vidente otra vez – exigiendo que se ayude a los de su chusma. Este es el pago que él demandaba de los que eran, o se decían, sus amigos o sus admiradores. Pedía para los otros, pero consideraba que era a él a quien se le daba dándole a un necesitado: "Bueno, amigo... hágame usted el favor de atender al portador... derrotado en Chacabuco, como si fuera su propio viejo de m... Almafuerte". En una ocasión se llegó a la casa de un amigo y le pidió el revólver prestado. A las pocas horas le devolvió la boleta del Montepío, donde lo empeñara, y unas líneas notificándole que esos pocos pesos los había empleado en sacar de un apuro a un obrero, padre de familia numerosa y que se hallaba en la miseria y sin trabajo.
Vivió en La Plata desde 1896 hasta su serena, estoica muerte en 1917. En su entierro un cronista vio esto: "Algunas gentes humildes, hombres y mujeres del pueblo, se detenían, silenciosamente y conmovidas, a contemplar la tumba de Almafuerte. Las mujeres se apoderaban furtivamente de algunas flores y se las llevaban ocultas entre sus ropas"... La intuición de los corazones sencillos sabía que allí quedaba uno de los suyos, que sintió sus dolores cotidianos y sus heroísmos anónimos, fuera o no un neurópata, según los científicos sostuvieran, estuvieran o no sus versos rotundos y sus prosas lapidarias dentro de la norma y el mal gusto de los retóricos.
Nunca fue escritor profesional. Producía intermitentemente y no se hubiera ajustado a una disciplina. La publicación de sus versos y sus evangélicas no le hubiese dado para vivir. Esto le fue beneficioso, ya que lo mantuvo en una integérrima independencia mental. Trabajó de maestro y de periodista, ocasionalmente. Fue burócrata desde que residió en La plata. Como maestro se desempeñó veinte años, primero en Buenos Aires y después en Salto, Mercedes, Trenque-Lauquen y Chacabuco. Su videncia lo llevó a poner en práctica métodos pedagógicos, hoy modernísimos, pero que él no había estudiado en ninguna parte. El fundamento de su enseñanza fue la libertad, libertad para el niño y para él. Esto, naturalmente, lo hizo chocar con los pedagogos rutinarios que confunden escuela con cárcel.
Informa Laudelino Cruz, comisario departamental: "He visto durante muchos años a Palacios dirigiendo o enseñando niños; no he visto que formara un solo hombre de esos niños. En cambio observé que algunos perdían bajo su dirección los hábitos de orden y el ejercicio de la voluntad que habían adquirido en sus hogares...". El Dr. Pedro Bonastre, universitario que le dedicó un estudio, afirma: "Una escuela pintoresca es la del señor Palacios..." Y más adelante: "El resultado es que la veintena de años de su ejercicio magisterial, no ofreció el fruto de un ingeniero, médico, abogado, profesor, etc..., una sola puerta apta para las especulaciones del espíritu". Acusación bastante gratuita, ya que poco puede ejercer un maestro de primeras letras en la vocación de un hombre. No es ésta la opinión de otros acerca del desempeño magisterial de Don Pedro, camarada de sus alumnos con quienes, tomando mate, departía largamente. El amaba a sus niños y hacía que estos lo amaran. ¿Pueden señalarse muchos maestros que obtengan este resultado óptimo, fin de toda educación racional?
Don Saulo Domínguez, que fue su alumno, lo venera. Y narra de él esto: Si había dos chicos enojados él, que siempre intervenía en sus juegos, proponía, por ejemplo, una partida a la pelota, de a cuatro. Haciéndose el que desconocía la situación, señalaba compañeros a los dos enojados, que no tardaban en reconciliarse.
A los niños pudientes, les daba por amigos los más pobres, a fin de evitar que la soberbia pudiese anidar en aquellos. Rasgos éstos de educador intuitivo que se acrecentaban con su capacidad para sentir el dolor ajeno y sacrificarse por él. Cuenta Barrett que en cierta ocasión se enfermó un alumno. Fue a verlo. Halló que vivía en una pobreza impresionante, tanto que no ropas de cama había allí. Don Pedro le trajo las suyas y, como él era tan pobre como su regalado, tuvo que dormir envolviéndose en la bandera del colegio.
Pero si él daba la libertad que es imprescindible al alumno, como maestro exigía la libertad que también es imprescindible al maestro. "No aceptaba la intromisión de nadie en las cuestiones internas del colegio, ni en resoluciones que él tomara con objeto de orientar la conducta o hábitos de sus discípulos" – dice Luis Roque De Laudo, periodista de Chacabuco a quien debo importantes datos sobre la actuación de Almafuerte como maestro.
Una vez reprendió a uno de los hijos de Don Anacleto Domínguez, presidente del Concejo Deliberante. La reprimenda parece que disgustó a la madre del chico. Don Pedro era amigo del padre, y lo llamó: - "Mi querido Don Anacleto, yo lo he hecho venir para que me diga, con toda sinceridad, si debo tratar a sus hijos como a los del señor presidente del Concejo Deliberante o como a los hijos de mi amigo Don Anacleto, porque en el primer caso, yo me iría enseguida por ahí, donde pueda ser el maestro de mi escuela...".
El amigo, abrazándolo, confirmó su reprensión. Sarmiento -¡cuándo no! – lo presintió maestro, verdaderamente. En una de sus giras por los andurriales pampeanos, se topó con él, lo elogió, se interesó por llevárselo a la civilización. Almafuerte le respondió sarmientescamente: "¡No! Cuando la civilización llegue aquí, yo me iré con mi escuela adonde todavía no haya llegado". ("Para ir a sembrar abecedario donde mismo se siembran los trigales").
Como periodista, como burócrata, fue francamente malo. Carecía de las condiciones negativas de lo que se requieren para ser lo que se conceptúa un "buen periodista" o un buen burócrata dentro del actual orden. Sincero y altivo no podía poner su recia pluma al servicio de cualquier causa ni bajar su mansedumbre hasta el servilismo. Explica así su actuación de periodista: "Vine a La Plata donde dirigí y redacté yo solo, durante cerca de dos años, el diario El Pueblo, que había fundado Don Roque Caravajal. Lo que dije en aquel diario, escrito está en él, y todavía estoy aquí, después de quince años, para declararme su autor responsable. Pero sépase que puse en aquella violentísima hoja, como más tarde en La Provincia, toda la sinceridad y buenas intenciones de que es capaz mi alma, que le entregué mi reputación y mi cerebro, todos los días y a todas las horas del día; que no saqué de ella provecho pecuniario ni provecho político, sino una enorme cosecha de odios y de envidias; que en sus columnas hice vibrar el civismo de la juventud al diapasón de lo sublime; que nunca jamás aquella página cantó laudatorias serviles a los prohombres y caudillos de mi partido; y que no agredí ni una sola vez, con mi pluma, a ninguno que no estuviese en condiciones de contestarme el mismo día con una onza de plomo en mitad del pecho". ¿Cuántos periodistas de diarios grandes se hallarían en condiciones de afirmar esto?
Ya viejo, en La Plata, ocupó los cargos de prosecretario de la Cámara y después traductor. Se desempeñaba mal, convencido de que se los habían dado para que el poeta pudiese vivir. Por último, el gobierno de la Provincia le regaló la casa – dos piezas y un jardincillo – y el de la Nación le otorgó una pensión de doscientos pesos mensuales, poco tiempo antes de morir. La cuota era ridícula, pero como Don Pedro supiese que los diputados socialistas se opondrían a votar más, él siempre fuera de la realidad, prefirió que fuese sólo de doscientos pesos y la unanimidad, a que fuera más habiendo oposición. El gesto provocó risas hasta entre los mismos diputados. Era exótico. Pero así fue siempre Don Pedro, hombre singular que vivió en poeta y en apóstol, más allá de sus versos y por sobre sus evangélicas.
Una gran alma, engrandece el cuerpo del hombre que la exterioriza. Los que son grandes en su obra espiritual, lo son como hombres. Porque así como una vasija se impregna del aroma que contiene, la arcilla humana se impregna del espíritu que aposenta. Sólo un héroe, como demostró serlo Cervantes en el cautiverio de Argel, podía crear héroes como Don Quijote y Sancho. Sólo un hombre tan valeroso como Don Pedro pudo crear figura de tan inmensa bondad y de candor tan sublime. Forzosamente sólo él, Don Pedro, capaz de sentir hasta el espasmo el dolor de su prójimo humilde, de su chusma expoliada, pudo crear algunas de sus "Evangélicas", y algunas de las estrofas de "Gimió cien veces", "Cristianas", "Sin Tregua", "Trémulo", "Jesús", "El Misionero". (Es un fragmentario este autor de poemas). Contradictorio por el conflicto de su corazón y su cerebro incapaz de servirle en sus voliciones; su obra no presenta la armonía de la obra de genio. Tiene momentos geniales, sí, y se enciende y vuela o desciende y se apaga... Queda su vida austera, sublime de misericordia. Ya enfermo, lo último de su pensión lo emplea en pagar las mensualidades de las máquinas de coser para mujeres pobres de las que él es fiador. También es un ejemplo de intolerancia contra la chatura y la cobardía del medio ambiente, vida desmesurada, jugándose siempre, saliéndose de la limitación y mesura impuestos por la superioridad numérica de los mediocres. A la obra de Almafuerte podemos acercarnos para hundir en ella el bisturí de la razón, y juzgarla. Ante la vida de Don Pedro, nuestra serenidad se estremece de simpatía. Fluye demasiado calor humano de ella para no sentirse abrasar en el mismo dolor en que ella se abrasara. Don Pedro fue un viejo macanudo. Almafuerte es una noche con relámpagos.
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¡Escúpeme en la frente!
Ricardo Gutiérrez
4.- No hay caridad verdadera que no se enferme o
que no se manche.
5.- Para subir hasta Jesús hay que bajar hasta Dimas,
y para llegar hasta Dimas hay que dejar muy arriba el
éter irrespirable de los inocentes y los puros.
9.- El dolor no huele a vinagre aromático: ni habla en
verso ni se lamenta en música, ni va a cenar a la
fonda, como los cómicos, después de llorar.
18.- El corazón del bueno es comparable a las vendas que
circundan las heridas: a medida que éstas van
cicatrizando, aquéllas van arrojándose impregnadas de
pus y sangre.
20.- No creas en la predicación de aquel abate perfumado
de heliotropo, que sube a su púlpito con el corazón
lleno, todavía, de las graves impresiones de la Conferencia
de San Vicente y de las fiestas de caridad de las duquesas
y que cruza después, como un César, sudoroso entre sus
encajes, por aquella elegantísima multitud cuya emoción
artística él ha producido y cuya admiración él ha
conquistado. No creas en esa predicación... ¡es una página de
Rossini!
21.- Cree, sí, en el propio San Vicente de Paul; sí, en el
apostolado de aquel sacerdote ciego de caridad, enloquecido de
evangelización, que ora se lanza por los desiertos de Africa
y ora se mete en los tugurios de la ciudad, que son los
desiertos de la civilización, para salir de ellos torturado de
dudas, cubierto de maldiciones y carcomido de remordimientos.
Almafuerte, Evangélica XV
De compasivos canes escoltado,
Sobre un bloque de piedra de la vía,
Zozobrante, vencido, en agonía,
Un Siervo del Señor cayó postrado.
Cual desgranada, mísera mazorca
Que saltó del maizal en el camino,
Parecía más bien, el Peregrino,
Desecho deleznable de la horca.
Y era desecho mismo. La tonsura
no inmuniza del dolo y los pesares:
Del sagrado mantel de los altares
Se desprende, también, polvo y basura.
Como Pablo, el Apóstol de las Gentes,
Aquel vil protegido de sus perros,
Por mares, por estepas y por cerros
Corrió tras ilusiones eminentes...
Y allí, con su sayal hecho jirones
Y apoyando en un can la flaca diestra,
Aquel Fraile de Dios era la muestra
De cómo trata Dios los corazones.
Tal vez, una visión de faz macabra
Le sacó de su grande abatimiento,
Y al despertar de aquél, su pensamiento
Se deshizo en el mar de la palabra.
Mudo debiera estar; pero, recuerda,
Y hablaría, quizás, amordazado...
Porque impera una ley que al derrotado
Le impone repicar la misma cuerda.
Y es propio del Dolor, joven o viejo,
Despedir melancólico relente
Y derramar, lo mismo que una fuente,
La cáustica lejía del consejo.
¡Virtud de la Tristeza, que percibe
Con profética luz, remotas huellas.
Como se ven más claras las estrellas
Desde la sombra fría de un aljibe!
Cual pudiera un bohemio, el Franciscano
Se puso a platicar con su jauría...
¡No caemos del todo, sino el día
Que cuando pasa un can, pasa un hermano!
¡El ser hombre es gemir, magüer los nombres
Con que tu pobre condición revistes;
Y por eso las bestias, que son tristes,
Cuando sospechan un dolor, son hombres!
Y yendo, sin querer, al punto fijo,
Como quien sus heridas palpa y frota,
Destilando su hiel, gota por gota,
A sus perros y a Dios, el Fraile dijo...
¡Dijo con tal verdad, que desde entonces
Pienso que las protestas de los viles,
Deben ser perpetuadas con buriles
En duras piedras y en solemnes bronces!
"En este bajo, relativo suelo,
También para ser santo hay que ser listo;
No basta ir a una cruz para ir a Cristo,
Ni basta la bondad para el ir al cielo.
"La misma compasión requiere astucia
Para sellar con gloria su cruzada,
Si no quiere, después, ser arrojada
Sucia y hedionda, como venda sucia.
"Los sicarios del Bien han de ser yermos,
Duros, como filósofos estoicos:
Los médicos más nobles, más heroicos,
No lamen el sudor de sus enfermos.
"La luz no triunfa, el Ideal no medra,
Si un cierto brutal extorsionismo:
Como una César sin ley, el pastor mismo
Gobierna con su palo y con su piedra.
*
"Inhumano, inconcreto, el Sacerdote
Ame a Dios, sólo en Dios, y no en ninguno;
Y si al triunfo de Dios es oportuno...
¡Bese con la traición del Iscariote!
Clamó con el valor de los insanos
El viejo Apóstol, sin temer su mengua,
Mientras los canes, con cristiana lengua,
Le ungían caridad sobre las manos.
Y siguió, con apóstrofes más duros,
Y hablando a todos, pues hablaba solo:
"Más fría que los témpanos del polo
Tiene que ser el alma de los puros.
*
"Hay entre la Equidad y la Justicia
Nada más que una feble sutileza...
¡Y entre la Caridad y la pureza,
Un abismo, sin fondo, de inmundicia!
Calló el Apóstol, y en su adusto ceño,
Como en un tronco escuálido de otoño,
Se sospechaba el cárdeno retoño
De un deleitable, de un nefando sueño.
Mas, levantando el sórdido capucho,
Toca de su radiante, calva testa,
Dijo con voz de llanto y de protesta:
"Yo soy el miserable que amé mucho,
"Soy el que puso paz en la discordia,
Pan en el hambre, alivio en las prisiones,
Y en la obsesión tenaz, más que razones,
Puso sin razonar, misericordia.
"Yo derramé, con delicadas artes,
Sobre cada reptil una caricia:
No creí necesaria la Justicia
Cuando reina el Dolor por todas partes.
"Con sublime, suprema Democracia,
Cualquier hombre fue hombre en mi presencia;
No dividí jamás en mi conciencia
Cual un escriba infame, la Desgracia.
"Yo miré con espanto al miserable,
Con el espanto del Caín primero,
Cual si yo -¡pobre sombra, todo entero!-
Fuese de su miseria responsable.
"Yo entendí que los éxitos ultrajan
La equidad del Señor y de sus dones;
Pues por un triunfador hay mil millones
Que más abajo de sí mismos, bajan.
"Yo repudié al feliz, al potentado,
Al honesto, al armónico y al fuerte...
¡Porque pensé que les tocó la suerte
Como a cualquier tahúr afortunado!
"Yo tuve la tendencia, la costumbre,
De poner mi saliva en las montañas;
Pero, les di sin pena mis entrañas
Cada vez que dejaron de ser cumbre.
"Yo veneré, genial de servilismo,
En aquel que por fin cayó del todo,
La cruz irredimible de su lodo,
La noche inalumbrable de su abismo.
"Yo devolví su cetro a la Locura,
Fomentando en las almas anormales,
El gesto imperatriz de los fatales,
La rigidez papal de la tonsura.
*
No pudo proseguir... Seco, rabioso,
Con el gemir de formidable llanta,
Restalló, de repente, en su garganta,
Suma de angustias, un sollozo.
Aquel hondo mugido vibró tanto,
Que traspasó recónditos confines,
Y sus propios hermanos, los mastines,
Se volvieron al Fraile con espanto.
Se repuso por fin, y resumiendo
En epílogo intenso su discurso,
Comenzó a despedirse del concurso
Que a su largo gemido fue surgiendo:
"Todo es contradictorio, todo vago,
Todo se ve a través de una penumbra:
La misma antorcha que en la noche alumbra,
Sirve para el incendio y el estrago.
"Siembran dos jardineros su simiente,
Idénticas las dos, una mañana:
Y el primero cosecha una manzana,
Y el otro, miserando... ¡una serpiente!
"Yo no sé qué pragmáticas malditas
Fulminan mis obras más amables,
Cual migración de bestias formidables
Sobre una floración de margaritas.
*
"Se desató el ciclón. Dios me desgaja,
Y el criterio de Dios no se interrumpe...
¡Si el volcán de sus cóleras irrumpe,
Arde su creación como una paja!
"Yo mismo, sin piedad, no me perdono
Ese luchar frenético de Olimpia;
Criminal es un bien que nada limpia,
Castigo es una cruz que no es un trono.
"Sin ley, ni hogar, ni patria, ni destino,
Como las hojarascas de la selva,
¡Dejaré de sufrir cuando me vuelva,
Polvo bien pisoteado en el camino!...
"Pero, no quiero yo, de ningún modo,
Que me perdonen teólogos ateos...
¡A quien se absuelve, al absolver los reos,
Es al sublime Artífice de Todo!
"Prefiero que los sabios, casi estetas,
Que llaman al dolor "idiosincrasias",
Pongan motes en griego a mis desgracias...
Para cobrar más caro sus recetas.
"El perdón es la mácula del cieno
Puesta sobre la clámide de un nombre,
¡Porque tengo amarguras, ya soy hombre,
Y porque soy un hombre, ya soy bueno!
"¡Hablen los impecados a porfía:
Desescamen la red de sus escamas...
¡Digan si saben al dejar sus camas,
Cuál será la belleza de aquel día!
"Cuando el hijo de Dios, el Inefable,
Perdonó desde el Gólgota al perverso...
¡Puso sobre la faz del Universo,
La más horrible injuria imaginable!
"Sepa por prima vez, el presidiario,
Y alce su frente mustia y lapidada:
El más vil... es un alma destinada
Como el propio Jesús, a su Calvario!
"Somos los anunciados, los previstos,
Si hay un Dios, si hay un Punto Omnisapiente;
Y antes de ser, ya son, en esa Mente,
Los Judas, los Pilatos y los Cristos!"
*
Dijo, y al ver que con cobarde espanto
Murmuraba la turba, gritó fiero:
"¿Dónde está el miserable que primero
Vino a rasgar mi pecho con su llanto?
"¿Dónde está, dónde rasca los residuos
De su mordiente lepra inveterada?...
¡Para lanzar a él, toda esta nada,
Y untarle mis consuelos más asiduos!
"¿Dónde está, donde gime, sin la sombra
De mi pecho de madre sin rencores?
¡Para tejerle un camarín de flores,
Y tenderme a sus pies como su alfombra!
"¿Dónde oculta sus pálpitos de lobo?
¿Dónde esgrime su trágica energía?
¡Para ponerme yo como vigía
Mientras urde su crimen y su robo!
"¿En qué frío pretorio, en qué portales
Tiembla bajo la toga de sus jueces?...
Para decir, para gritar mil veces:
¡El Juez y el Criminal son anormales!
*
"¿Quién habla de Deberes, de Derechos,
De arrojar los malos a una pira?...
¡Si ellos viven sus vidas, sin mentira;
Si no pueden dejar sus propios pechos!
"¿Qué sable justiciero es esa daga
Que sólo hiere frentes sin diadema?...
¿Por qué no abisma el sol, cuando nos quema?
¿Por qué no seca el mar, cuando nos traga?
"¿Por qué ha dejar el Universo
Vasto campo a la luz para que vibre,
Y el corazón de Adán no ha de ser libre,
Y el alma ha de rimarse como un verso?
"¿Qué ciencia miserable es esa ciencia
Que nada sabe más que el primer día?...
¿Qué remedia con ver una insanía
Donde antes vio pasión y no demencia?
*
"Ven a mí, rey enfermo, vil canalla,
Quiero que con tus lágrimas me mandes:
Yo soy como aquel grande entre los grandes
Que no dobló su frente en la batalla."
"Sombra y luz, piedra y alma, seso insano
Y ángel lleno de dudas y malicia:
Yo no sé de Razón ni de Justicia...
¡Sólo quiero saber que soy tu hermano!
"Chusma ruin, que tus dedos como sondas
Hurguen en las heridas de mi brega,
Y palparás al menos, si eres ciega,
Que las hechas por ti, son las más hondas.
*
"Ven a mí, monstruo amigo, no estoy muerto,
Como no muere nunca una gran lira:
Que otros vivan la ley, que es la mentira.
Yo vivo los impulsos, que es lo cierto.
"Aquí estoy, si me manchan tus minucias,
Tus terribles minucias, más me place:
El obrero mejor, el que más hace,
Tiene las manos más que todos, sucias.
"Y odie el feliz, que es bestia, ésta, mi fiebre;
Y me ultraje y repudie, y me dé coces...
¡Yo amo la libertad, como los dioses,
Y el feliz, como el asno, su pesebre!
"No me causa pavor, ni me difama,
Envolver con mi llanto tu persona:
No soy el Cristo-dios que te perdona...
¡Soy un Cristo mejor, soy el que te ama!
*
¡Pulpa sin gratitud, no sabrás nunca
Que yo luché con Dios que te moldea!..."
Y se quedó de pie, como una idea,
Que se va del cerebro y queda trunca.
(San Justo, 1854- La Plata, 1917)
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DON PEDRO Y ALMAFUERTE
REVISTA NOSOTROS – AÑO 1942
Conocí a Don Pedro B. Palacios una noche que recitaba El Misionero en un cinematógrafo de barrio. Ya era célebre. Acababa de dar su serie de lecturas en el Teatro Odeón, largamente alabado por la prensa y de obtener aplausos ovacionantes. Yo entonces tenía veinte años y lo idolatraba. Hubiese sido capaz de enzarzarme a puñetazos con quien dudase que Almafuerte era un genio. Mi muchacho de ayer se hubiese trompeado con mi hombre de hoy. Porque hoy no creo que Almafuerte sea genio, aunque siga sintiendo un singular cariño hacia el viejo corajudo, justiciero, generoso, dolorido y sublimemente sensible, medularmente bueno que fue Don Pedro.
Cuando lo conocí recitando en aquel cinematógrafo de barrio, no se me presentó como lo imaginaba. No era el viejo alto, de magrura ascética, de iluminados ojos celestes y larga y blanquísima melena. Era un viejo mas bien bajo, chinote, de ojos negros pequeños y vivísimos, de gran tórax. No vestía una blanca, ideal túnica de misionero; iba trajeado con un yaqué prosaico y vulgar, de pequeño burgués. No era un exótico anciano. Era un viejo criollo familiar. Podría haber sido mi abuelo.
A los veinte años no somos capaces de ver la poesía de la realidad. La buscamos en la fantasía. Una decoración de teatro nos parece más poética que un bosque. Para mí, Almafuerte se acababa de despojar de lo poético. Aquel "chinote feo, picado de viruelas", como él se decía, acababa de humanizárseme. Es decir, acababa de hacérseme verdaderamente poético. Porque desde entonces, comencé a ver a Don Pedro, al hombre y a desvanecérseme el mito Almafuerte, mezcla de ermitaño y semidiós. Desde entonces dejé de ver el espectáculo pintoresco, el viejo lindo, el loco sublime que mis amigos y parientes de La Plata, mi ciudad natal, donde él tenía su covacha, contemplaban en Don Pedro. Vi al trágico doloroso, al justiciero impulsivo, al ingenuo sensible que se encerraba en aquella recia contextura de viejo criollo, de hombruna pureza y cuyo paso dejaba huellas de calumnia y admiración, de odio y amor, de encono y gratitud.
Pobre, inadaptado, solitario y altivo, Don Pedro es un héroe. Almafuerte puede ser discutido. Queda Don Pedro, hombre singular, temperamento apostólico, rebelde instintivo, huraño a la sonriente mentira social, tipo casi único, ente originalísimo; y él se nos entra en el corazón, más cada vez, a medida que vivimos y nos hallamos con menos hombres humanamente hombres, sobretodo entre los que garabatean papel; simples autómatas, adocenados, oblicuos hasta la cobardía, tangentes a todo ideal.
Desaparecido el literato, en Don Pedro queda un hombre, vida austera y fecunda, rica en anécdotas que denuncian su personalidad. Compleja maraña de impulsos y de ideas, neurótico e iluminado. Su alma no es un cubo, a fe: sino un icosaedro. La fatalidad se la talló: huérfano desde muy niño, sólo aprendió las primeras letras. A necesidad lo hizo maestro y periodista de campaña una vez que le fracasó el pedido de beca para ir a estudiar pintura en Italia. Abandonó el dibujo para el cual poseía dotes, y ambuló años y años por las provincias de Buenos Aires y La Pampa, de pueblucho en pueblucho, enseñando a los niños o escribiendo en los periódicos locales. De pronto, un decreto gubernativo lo dejó cesante por no poseer título. Esta injusticia lo enconó, fue trascendental en su vida. Después, amigos admiradores lo llevaron a La Plata y se hizo burócrata; pero siempre solo, inadaptado, pobre, altivo. Así fue cuando era un anónimo maestro- periodista de aldea, así siguió siendo cuando la celebridad lo adoptó, cuando el éxito, en forma de curiosos, iba a golpear la puerta de su casa paupérrima de La Plata. El se hurtó en o posible a la mirada inquisidora de sus admiradores; nunca le fue grato que el hocico del público fácil y veleidoso, hurgara su intimidad. Y esto le conquistó no pocos rencores de la gente intelectual particularmente. El admirador quiere hacer su dios y su mico del admirado. Don Pedro, inadaptado siempre, no dejó de exteriorizar su indiferencia, hasta su desprecio, por los que intentaban comprar su austera y altiva soledad con tal moneda. ("Yo desprecio y hago alfombra de cualquier admiración").
Fue inconfundiblemente criollo, no sólo por su aspecto, sino por su alma. Sus dos terceras partes de hombre estaban hechas de gaucho. Su lengua era un facón sin vaina. Corajudo, pero complicado como apóstol; su coraje criollo fue valor. El coraje es físico, el valor es moral. Don Pedro poseyó uno y otro, hasta la temeridad y el sacrificio. Alfredo J. Torcelli, su amigo íntimo, narra una serie de anécdotas características.
Siendo maestro de escuela en Trenque-Lauquen, una noche oyó gritos de mujer. Saltó de su catre tijera y se orientó hacia el sitio de donde partían. Se halló con que un rufián estaba azotando a la mujer. Don Pedro le quita el rebenque, lo ataca y lo hace huir, pese a la daga que lucía su cintura. "El agradecimiento de la azotada – narra Torcelli – se manifestó en una frase que, a pesar de la natural sobrexcitación por lo que había visto, evitado y hecho, hizo estallar su buen humor.
- ¡Ay, señor! ¡Usted ha sido para mí la Virgen de Luján!
- ¡Sí, pero una Virgen de Luján muy macho! – replicó regocijado Almafuerte, ilustrando la frase con un ademán tan obsceno como expresivo para la circunstancia. Y se volvió al reposo inquieto de su catre de tijera. La preocupación de ostentar ser "muy macho", "corajudo", "muy hombre", sinónimo de "ser gaucho", constituyen obsesión en la idiosincrasia del criollo.
Temperamento impulsivo, Don Pedro siempre tenía la agresión presta. Su lengua tajeaba al contrincante, veloz como si hubiera sido una daga. Su indignación irrumpía como Fierro aconseja que salga el facón: "que al salir salga cortando". Un sacerdote de La Plata anduvo propalando que Almafuerte era un ebrio. (La clerecía que intentó acercársele alguna vez, engañada por su misticismo y su fraseología bíblica, al final lo rechazó siempre). Lo supo Don Pedro y se incendió: pocas cosas lo irritaban tanto como que se le creyera ebrio. (Otra característica del criollo a quién no gusta exhibir vicios, como no le gusta exhibir cicatrices). Quiso la mala suerte del sacerdote chismoso que, al subir a un tranvía, se topase con Don Pedro. Y ya éste lo abarajó a alaridos:
- "¿Con que vos sos quien anda propalando el chisme de que Almafuerte es un borracho? ¡Borracho, Almafuerte! ¡Ya me ves! ¡Deslenguado, embustero, sicofante, mala pécora, miserable, indigno de usar el hábito de los sacerdotes de Cristo! ¿Esa es la forma en que desempeñas tu misión?... ¡Como no vayas a echarte a los pies de tu obispo, a confesarle el pecado de mentira en que has incurrido a sabiendas, y como tu obispo no te castigue ejemplarmente, la primera vez que le vea oficiando el pontifical, de un bastonazo le haré saltar la mitra de la cabeza!"
El clérigo salió disparado. Acostumbraba dar su amistad a los jóvenes. Cierta vez se halla con uno en la calle. El otro lo saluda y él no responde. Días después vuelve a hallarlo, y el otro pasa sin saludar. Don Pedro se vuelve, le grita:
- "¿Por qué no me saludás?"
- "Porque como hace algunos días lo saludé y usted no me devolvió el saludo, he creído que ya no quería ser mi amigo. Y le advierto que o toleré en silencio porque era usted, que si en vez de ser usted es cualquier otro, las cosas no habrían pasado así.".
Volvió Almafuerte sobre sus pasos y abrazando con entusiasmo a su joven amigo, le dijo:
- "¡Así me gusta, muchacho! He querido ponerte a prueba, para ver si sos un macho. Porque, la verdad es que con esa carita efébica y esos modales de abate, no me lo parecías. No te imaginás cuánto me alegra saber que lo sos."
Y de bracete con él, se lo llevó a su casa a hacer tertulia y a tomar mate. Algunos (Ricardo Rojas, Pedro Bonarte) han inculpado a Almafuerte su actitud de injustificado recelo para los que a él se llegaban. Es actitud de gaucho, nada más, solapadamente desconfiado con el forastero. No podría precisar con exactitud si fue a Salvador Rueda que, ante el deseo manifestado de visitarle, respondió con un "¡Váyase a ...!", etc. Característica del criollo es también la de no querer a los extranjeros. Todos son gringos, y como tales, los desprecia. Esa actitud explicable en individuos de inferioridad mental, la participó Don Pedro como criollo prototípico que era, aun cuando ya inexplicable en él, aunque en él se dan abundantes rasgos inexplicables. Pero a quien menos quiere el criollo viejo es al español. Todos son "gallegos". Este resabio de enemistad, heredado de la colonia y de las guerras de la independencia, lo tuvo Don Pedro. Jamás quiso a los españoles. En cambio él, tan fecundo en contradicciones, amó profundamente a los italianos, tan mal vistos del gaucho (ver Martín Fierro). Italia obtuvo siempre su calurosa simpatía, a ella dedicó más de un estallante ditirambo y si alguna vez pensó en ir a Europa, pensó ir a Italia.
Termina una curiosa carta – curiosa por lo vidente – en que habla pestes de la ilógica ortografía castellana:"He resuelto lo que ya te dije en una de mis anteriores, que las entregues (se refiere a sus poesías) a cualquier español de esos ten gramáticos que nunca faltan, porque es lo único que saben, y en lo que son fuertes hasta sus zapateros."
Torcelli también narra esta anécdota que pinta su prurito caballeresco – muy de gaucho y muy de español. Era Don Pedro maestro en Chacabuco cuando llegó en gira un inspector. En tertulia de amigos, en la confitería, el inspector llegó a hablar de la dudosa honestidad de Fulana, una maestra que para él había sido presa fácil. Saltó Almafuerte y, dándole una bofetada en el rostro, lo increpó:
- ¡Callate, miserable! Un gallo, después que pisa a la gallina, no canta para publicarlo a los cuatro vientos...
El sentimiento de la amistad es entrañable en el criollo. Don Pedro lo tuvo. Por amistad, expuso su situación y su vida en innumerables ocasiones, ya que los mejores amigos los tenía siempre entre los humildes, expuestos a la injusticia de los poderosos. La amistad también lo enzarzó en los vericuetos turbios de la politiquería pueblera, en donde él no hizo más que darse contra los hombres y las circunstancias, demasiado pequeños los unos y harto estrechas las otras para comprenderlo o contenerlo. Esto le originó multitud de incidentes, graves algunos. Debo a Don Saulo Domínguez, actual vecino de Chacabuco, ex discípulo de Almafuerte e hijo de uno de los más caros amigos del poeta, este relato: El oficialismo, por aquellos años, era "pacista". Don Pedro, que siempre militaba en la oposición, era "vacuno". Un incidente personal con el caudillo "pacista" le hizo escribir una filípica en verso. El otro le mandó los padrinos. Almafuerte, aun cuando no sabía tirar, aceptó. Al dársele la pistola, ya en el "campo de honor", se le escapó un tiro al aire. Quedaba en inferioridad de condiciones; pero el lance se verificó. Tiró el otro, sin resultado. Volvieron a apuntarse y esta vez sólo el contrincante tiró. Don Pedro no había levantado el arma. Inmutable, oyó el proyectil que pasaba silbando a unos milímetros de su cabeza.
Lo invitaron a reconciliarse. Se negó.
- Antes dije que era un canalla; ahora digo que es un canalla y un cobarde. Los amigos insistían. Y él propuso esto: batirse otra vez, pero a un paso de distancia. El otro no aceptó.
Rafael Barrett, otro valiente apostólico, sintió veneración por Almafuerte, hasta afirmar que es el primer poeta de América. En sus Moralidades Actuales, narra Barrett una anécdota que a él le contó, a su vez, el camarero de un buque, camino al Paraguay. Un vigilante estaba azotando a un obrero. Almafuerte intervino y le quitó el machete al vigilante. Nadie pudo hacer que se lo devolviese.
En esta anécdota está pintado no sólo en su valor personal, sino también en su rebeldía instintiva. Ella lo empujaba a ponerse de frente a la autoridad y junto a los desheredados. Actitud de gaucho también que, acostumbrado a no ver ante sus ojos más limitación que el alambre del horizonte, se acostumbró a ser libre. ("Yo no he nacido p'andar con la lata a la cintura", dice Cruz a Fierro).
"Que otros vivan la ley que es la mentira, yo vivo los impulsos que es lo cierto" – ha dicho Almafuerte. Don Pedro se ajustó a tan peligrosa norma. Vivió sus impulsos. Pese al vigor evidente de su cerebro, su vida sensitiva es tan potente que casi se duda que él fuese un intelectual. Fue un hipersensible, y si fue rebelde, lo fue sólo porque su herida sensibilidad vibraba al roce del más pequeño dolor humano, nunca porque una determinada ideología lo guiase. En esto, como en muchas otras cosas, era infantil, o sea, pueblo. Rebelde por instinto y apóstol por temperamento, no luchó nunca por ningún ideal de reivindicación proletaria, porque nunca tuvo ideal. Sentir profundamente el dolor de los humildes, vibrar profundamente indignado por la injusticia de los poderosos que producían ese dolor: he aquí su ideal, bien simplista por cierto: "Yo siento por el dolor de la chusma miserable, la suprema, la inefable maternidad del amor." Seguramente que de Marx o de Bakunin sólo había oído los nombres. En rigor, nada hay más rebelde que la sensibilidad. ¿Cuáles voces tronaron más alto contra la opresión del indio que la de los hipersensibles Bartolomé de las Casas o Huaman Poma? ¿Qué es el Barrett que incendió los yerbales con su indignación sino un sensible? Los rebeldes puramente intelectuales terminan en ministros. Don Pedro fue materialmente sensible: "Por más que me comparo con todo el mundo, yo no doy con el tipo que bien me cuadre: soy el llanto que rueda sobre lo inmundo... ¡Yo he nacido sin duda, para ser madre!". Y se revolvió, loco de dolor, genial de indignación, en versos, en gritos y en actos, contra los que humillaban y flagelaban su chusma filial. "Tan sólo la sobra humana tiene sobre mí derechos". Se sintió madre de los doloridos, no hermano de todos los hombres. De aquí la grandeza y la inferioridad de este Jesús a medias, de este apóstol de la misericordia cotidiana que no supo mantenerse en lo alto, exigiendo justicia. Fue el Jesús que curaba los leprosos, no el que predicaba el Sermón de la Montaña.
"El hombre de talento – canta Píndaro - es el que lo sabe todo por instinto". Don Pedro sólo comprendía lo que sentía. Mejor: sentía sin importársele de averiguar si comprendía. Su corazón estaba a cien mil leguas por encima de su cerebro. Le faltó encauzar, darles sentido, orientar hacia un ideal a sus sentimientos generosos. "Como las vibraciones de un necio ruido, ni Wagner ni Rossini me dicen nada; pero si por acaso gime un gemido...¡me traspasa las carnes como una espada!". Todo su ideal se encierra en estos cuatro versos. El gemido humano fue su norte.
Cuando el inicuo fusilamiento del educador Francisco Ferrer, en España, un grupo de jóvenes anarquistas fue a verlo, a pedirle que se adhiriera al clamor de las fuerzas izquierdistas del país. Don Pedro se negó, a gritos, según era su hábito: - ¡Hacen bien fusilando a ese gallego! ¡Debían fusilar a todos los gallegos!
¿Cómo explicar tal actitud, francamente reaccionaria y aún antihumana, anticristiana, sino por su desorientación ideológica? "Siempre se pronunció contra los maestros que militaban en los partidos avanzados" – afirma su amigo Torcelli. Gran contradictorio junto a hechos así, presenta otros como éste, que le ganan nuestra simpatía:
Un individuo había inventado un método dactiloscópico, según él, superior al que se usaba en la policía. Quiso conocer a Almafuerte y, satisfecho de su invención, de inmediato comenzó a exponérselo. El viejo lo escuchaba... De súbito, se pone de pie, los puños en alto y comienza a dar alaridos:
- ¡Infame! ¿Qué madre te ha parido? ¿Querés marcar a los hombres? ¡Verdugo, persecutor de criaturas humanas! ¡Monstruo! ¡Andate a la calle, enseguida!... ¡Fuera!
El desventurado inventor no se hizo repetir la invitación de irse a la calle. Salió corriendo y Don Pedro detrás, a gritos, rojo de cólera, dispuesto a estrangular a ese hombre, para él asquerosa alimaña.
"Los hábitos inconscientes – afirma Gustavo Le Bon – tienen una fuerza que jamás poseen los principios". Esta es la fuerza revolucionaria de Don Pedro. Su rebeldía no le llegaba desde la "fría razón", le brotaba hirviendo desde el corazón infantilmente sincero, llaga sangrante de piedad. Pudo equivocarse cuando, con su odio gaucho al "gallego", se pronunció por la muerte de Ferrer o como cuando, por patriotismo – del que arrepintiose años más tarde – abogó por la guerra contra Chile; pero era porque entonces razonaba antes de hablar o escribir. Cuando se producía por impulso, empujado por lo que la psicología llama lo subconsciente (la supraconciencia hindú); no se equivocó nunca. La videncia de su corazón fue genial, y no fue genio porque su cerebro, muy inferior a su sensibilidad, no alcanzó su vuelo para mantenerla en alto. Su obra y su vida se interpenetran, apretado nudo de sinceridad, u ascienden o descienden, se iluminan o apagan; pero de ningún modo sus caídas y sus sombras son claudicaciones.
La humanidad para él se dividía en dos partes: los poderosos y la chusma. División demasiado simple y, evidentemente, falsa, por fortuna, para nuestro soñado ideal de fraternidad humana. Don Pedro odió y despreció a los poderosos, amó y confraternizó con su chusma: "Yo tuve la tendencia, la costumbre, de poner mi saliva en las montañas; pero les di sin pena mis entrañas, cada vez que dejaron de ser cumbre". Él no indagaba de dónde venía el caído, bastabale verlo abajo para alargarle su mano maternal. "Y como los grandes son nada más que chusma vil que desertó su cubil por pura combinación, cuando vuelven al montón doloridos y maltrechos yo les entrego mi pecho como la loba romana...¡Tan sólo la sobra humana tiene sobre mí derechos!" Y sintió, por consecuencia, como lo odiaban los grandes y como lo amaba su chusma querida: "Por eso tengo arranques desesperados que me llenan de sombras y cicatrices...¡Por eso me repudian los potentados y me besan las manos los infelices!".
El Presidente Sáenz Peña, ya enfermo de muerte, y atacado por Ingenieros, recibe también los ataques de Almafuerte que lo amenaza con aplastarle bajo un libro. La embestida de ambos escritores afecta al enfermo, y la esposa de éste y una amiga van a la covacha del Juvenal platense. Le ruegan que calle. "El Presidente, le dicen, está con un pie en la tumba". ¡Que meta el otro, pues!" – responde, brutal. Pero las damas insisten. ¿Y "tanto puede una mujer que llora"! Almafuerte callará, aunque advierte: "Díganle al Dr. Sáenz Peña que no le atacaré más; que queda incorporado a mi chusma".
Confiesa un cronista por el cual, excepcionalmente, se deja entrevistar: "Aquí vienen algunas personas a las que abro mis puertas en calidad de amigos, y luego resultan literatos y psicólogos que, en su afán de hacerme aparecer genial, dicen atrocidades de mí". (Leer "Mis profetas locos" de José de San Martín, suma de todos los disparates que se puedan haber escrito sobre Almafuerte, pararrayos de grafómanos). Su fobia a la casta intelectual, tan envanecida de sus vanos conocimientos, fue en él obsesionante. Existen hombres envanecidos por su riqueza, o por su físico o por su ascendencia. Esto es explicable. Lo inexplicable es la existencia de hombres envanecidos por su saber, como lo están los de la casta intelectual burguesa, porque la verdadera sabiduría excluye el mezquino sentimiento de la vanidad. De esto se desprende que la casta intelectual – científicos o artistas – de extracción burguesa, sólo usurpan el nombre de la sabiduría.. Todo en ellos es extensión, nada es hondura. La sabiduría no ha entrado un milímetro en su mundo moral. Quitando el barniz de sus conocimientos, hallamos que esos intelectuales están amasados con el grosero limo del hombre vulgar. Por fuerza, hombre tan sensible como Don Pedro, tuvo que chocar contra los intelectuales, mecánicamente egoístas.
Antonio Herrero, que fue su amigo y le dedicó un libro hiperbólico, dice, acertadamente: "Era un alma desmedida que no cabía entre los hombres. Incapaz de fingir o contenerse, no conocía otros límites su formidable impulsividad que los que le señalaba su bondad, más formidable aún. Estas dos cualidades de su espíritu hicieron un calvario de su vida. Por un lado, cosechaba odios y enemistades, especialmente de aquellos cuya vanidad hería cruelmente; y por otro abría su puerta y entregaba su casa y su lecho y su pan a todas las miserias que llamaban su enorme corazón. Su casa era una agencia de caridad, pero no de caridad oficial y organizada, sino imprevisora e impulsiva".
En este punto las anécdotas se multiplican. Narra Torcelli que una noche entró en su casa un joven jadeante y asustado. Llorando le confesó: acababa de hurtar dos cortes de paño, lo había hecho impulsado por la necesidad, era un obrero desocupado; pero había sido visto y la policía lo buscaba. Don Pedro guardó lo robado en su baúl, dio alojamiento y comida por esa noche al prófugo y a la mañana siguiente le envió a un pueblo, recomendado a un amigo para que le diese trabajo. Después devolvió las piezas de paño al tendero.
Otro día se le presenta un carrero italiano solicitándole que le hiciese un escrito para demandar a su patrón que le debía cien pesos y no se los pagaba.
- Bueno – aceptó el poeta - . ¿Y qué vas a hacer con tanta plata junta?
El carrero quería juntarse con una mujer y necesitaba cama, mesa, sillas y unos cacharros para hacer la manduca. Don Pedro le mandó traer un carro y le hizo cargar su cama, su mesa y sus sillas. Fue así por qué, durante un verano y un otoño, tuvo que dormir en el suelo. Esto ocurrió en Trenque-Lauquen, siendo Almafuerte maestro de la escuela local. Cuando "estaba de parto" – expresión que significaba cuando estaba escribiendo - ¡pobre del periodista o intelectual curioso que se llegase a visitarlo! "Se le alborotaba la negrada" – otra frase suya. Y el intruso salía boleado. Cierta vez llegó uno de estos curiosos. Don Pedro con el chiquilín que le acompañaba – recogió y educó cinco huérfanos -, se hizo negar. El chico fue y, torpe, dijo al visitante: "Dice Don Pedro que no está". El otro insistió. Vuelta del niño a responder lo anterior: "Manda decir Don Pedro que no está". ¡Y el otro, vuelta a insistir! Sale entonces el propio Don Pedro: "¿No le ha dicho que no estoy? ¡Váyase, pues!"
¡Pero qué distinto recibimiento si el visitante no era un intelectual curioso, sino un pobre que venía a pedirle! Y no cerraba su puerta por esto, porque siempre algún humilde se llegaba a él, a solicitar su ayuda. Entonces, así estuviese en lo más encendido de su inspiración, lo abandonaba todo y acudía. "porque no se habría perdonado nunca que un necesitado de su misericordia llegase hasta bajo el dintel de su puerta y desde allí tuviese que volverse sin pan o sin consuelo, sin socorro o sin consejo, pura y simplemente porque él estaba produciendo". Dentro de su falta de medida para juzgar hombres y cosas, valía más un poco de hambre que él aliviase o un poco de aflicción que él consolase, que toda su obra por producir. En esto, con su videncia de siempre, Don Pedro tiene razón una vez más, contra la citada opinión de Torcelli que habla aquí como admirador del poeta, no del hombre.
Un día echó de su casa a Manuel Ugarte, porque éste se aventuró a exponerle la peregrina idea de que la poesía es cosa de juventud, nada más, de que la madurez pensante requiere la prosa. ¡Y el viejo que toda su vida no había hecho más que pensar líricamente! Echó también a Armando Vasseur que se le había instalado en su covacha. Por Darío y su "modernismo afeminado" – según su expresión - siempre experimentó desdén y hasta se negó a recibirle. Sobre Lugones, d quien alguien le habló como de un probable sustituto en el principado de las letras argentinas, pronosticó: "Lugones será un Almafuerte para damas"... Naturalmente, la reacción en contra se dejó sentir: Groussac, perspicuo pero ligado al oficialismo literario, hizo una presentación de él, al publicar Jesús en "La Biblioteca", como si se tratase de una promesa juvenil. Calixto Oyuela asegura que El Misionero es un delirio. Rafael Obligado quiso desconocer siempre la existencia del gran inspirado, hundido en su mísera casucha de La Plata. Carlos Octavio Bunge lo llamó "el compadrón de nuestras letras", Roberto Giusti le ha concedido el calificativo de "milonguero genial" y Federico de Onis, al igual de Oyuela, sólo a regañadientes lo incluye en su Antología. No le faltaron voces cordiales, como la de Más y Pi y la de Carriego, que iba a verle como si fuera en peregrinación a un santuario. Ni justicieras, como lo es el estudio que Ricardo Rojas le dedica en el IV tomo de su Literatura, ejemplo de equilibrio crítico, más meritorio que lo caótico de la obra realizada.
Como en una cumbre, ante todo él se mantuvo solo y altivo. Llegábase a los grandes pidiéndoles para los humildes. ¡Y si aquellos no lo servían! ¡Ay de los grandes! Su cólera se dejaba caer sobre ellos, lapidaria. Una noche, en pleno corso, en La Plata, cruzó en un coche Doyenart – no sé si intendente o jefe de policía. Iba con su esposa y sus cuñadas. Don Pedro estaba en la acera. Aquel le gritó: ¡Adiós, Don Pedro! Y éste, volviéndose: ¡Andate...etc. (Y lo envió a la que lo engendró, quevedescamente adjetivada). Lo rodearon curiosos: ¿Qué pasa, Don Pedro? ¿Por qué lo insulta?
- ¡Ese canalla! ¿Hace tres meses que me promete un puesto de basurero para un amigo, y no me lo da! ¡Todavía se atreve a saludarme!
Un tipógrafo, hombre simple, pidió a Almafuerte que le hiciera versos para las cédulas de San Juan y San Pedro. Y él, que rehusaba colaborar en diarios y revistas, emprendió la fabricación de los versos sólo porque un humilde, un hombre de su chusma querida, podía beneficiarse con ello. Y los hizo y autorizó al tipógrafo que pusiese en los sobres que los versos eran de Almafuerte. También, por habérselo ido a pedir hombres de su "chusma amiga", compuso versos para una comparsa de gauchos carnavalescos.
En cambio, los otros, "los grandes", como él los llamaba, siempre lo hallaron empinado y arisco. Tuvo una discusión con un diputado en el tiempo que él era prosecretario de la Cámara.
- ¿Sabe usted cómo me llamo? – le preguntó.
- Sí, Pedro Palacios – respondió el otro, sorprendido.
- ¡Pues yo ni sé cómo se llama usted!
Y diose vuelta, despreciativo. Perdió su puesto de prosecretario por haberse negado a ir a saludar al nuevo presidente de la Cámara, que exigía este requisito. El presidente se quedó sn conocerlo, y se vengó, suprimiendo por economía, el puesto que ocupaba el orgulloso. Necesitó ver al gobernador de Buenos Aires. Fue una, dos, tres veces. Como en esta última, el funcionario tardaba en recibirlo, se encaró al ujier:
- Diga al gobernador que hay l a misma distancia de mi casa a aquí que de aquí a mi casa. Y se fue.
En El Salto, siendo maestro de escuela, militaba en la oposición. El caudillejo era el comisario, especie de perdonavidas. Don Pedro sufría porque nadie, entre los opositores, sus correligionarios, se atrevía a poner coto a los desmanes que de palabra y puños cometía el matón. Una noche, por fin, se presentó él al club social. Entró el comisario. Don Pedro le salió al paso, a rugidos: ¡Compadre! ¡Piojo! ¡Marica! ¡Gallina! ¿A que no te ponés frente a un hombre como yo? Y fue tal el miedo del perdonavidas que aguantó el chubasco sin replicar. Quedó en ridículo ante opositores y situacionistas, y hubo de ser trasladado.
Siendo maestro en Chacabuco – me narra Don Saulo Domínguez – tuvo que trasladarse a La Plata, a cobrar sueldos atrasados, según proverbial hábito administrativo. Estaba aguardando y, con él, dos o tres maestros más, entre ellos un viejito achacoso. Al fin, el obeso empleado que los atendía con la negligencia burocrática de siempre, se dirigió a Don Pedro:
- ¿Qué deseaba, señor?
Se cometía una arbitrariedad a su favor. El anciano estaba antes, lo señaló:
- El está primero.
El empleado se molestó al ser observado.
- ¡Aquí no hay preferencias para nadie! – gritó. - ¡Todos somos iguales!
- ¡Miente! ¡Todos no somos iguales – respondió Don Pedro, siempre incisivo en la agresión – porque si nos colocan en una balanza, usted pea lo que un cerdo, y yo lo que pesa un hombre! Ya vivía en La Plata, donde era popular. Un día supo que la policía, sindicándolo de "sospechoso", había detenido a un obrero, su vecino y amigo. Fue a ver al jefe:
- Vengo a pedirle que ponga en libertad a ese pobre trabajador.
El jefe se sorprendió:
- ¿Y usted, Almafuerte, viene a solicitar la libertad de ese tipo?
Y ya él se encocoró.
- ¡Sí, yo! Porque ese tipo, como usted le dice, no tiene más manchas que las de su ropa de trabajador ¡no es como algunos de nosotros que es o único que tenemos limpio!
¿Bien pinta todo esto al que exclamó, atenaceado por el dolor y la tristeza de su chusma, padeciendo injusticia, bajo el tacón del codicioso egoísmo codificado: "Yo no siento más vida que la del hombre". ¿Música, bellezas del paisaje, armonías del espíritu arrobado ante las maravillas de la creación? Nada oía ni veía él. "Todos esos primores yo los motejo desde la cueva misma de los que gimen".
Siempre chocó con el medio. Ya viejo y refugiado en La Plata, donde admiradores influyentes le hicieron dar dos piezas, siguió siendo el que fue, viviendo fuera de la realidad, desconociendo en absoluto el verdadero valor del dinero, herramienta de libertad personal dentro de la constitución social imperante. Se le tenía por ególatra, misántropo y misógino: "Yo soy el Indomado, soy un completo que se adora a sí mismo y en sí se absorbe; me basta mi profundo propio respeto bajo los salivazos de todo el Orbe..." "Sólo sé que soy mejor, por lo que me dejan solo". Por eso las mujeres, ¡pobres mujeres, las eternas sensuales y secundarias! Clavan en mi pureza sus alfileres, celosas de mis noches tan solitarias". Se da a sí mismo una "especie de orden general" en la que se dice: "En mi casa no entrará nadie más que el que me necesite para algo". Su epistolario es curiosísimo por esta particularidad: la mayoría de sus cartas están escritas con el objeto de pedir a sus amigos pudientes para sus amigos necesitados.
Escribe a Francisco Aníbal Riu: "Mi querido hijo bueno: Ahí te mando un querido hijo malo. Dale diez pesos". El recomendado era un ladrón. Y pide a los grandes – vidente otra vez – exigiendo que se ayude a los de su chusma. Este es el pago que él demandaba de los que eran, o se decían, sus amigos o sus admiradores. Pedía para los otros, pero consideraba que era a él a quien se le daba dándole a un necesitado: "Bueno, amigo... hágame usted el favor de atender al portador... derrotado en Chacabuco, como si fuera su propio viejo de m... Almafuerte". En una ocasión se llegó a la casa de un amigo y le pidió el revólver prestado. A las pocas horas le devolvió la boleta del Montepío, donde lo empeñara, y unas líneas notificándole que esos pocos pesos los había empleado en sacar de un apuro a un obrero, padre de familia numerosa y que se hallaba en la miseria y sin trabajo.
Vivió en La Plata desde 1896 hasta su serena, estoica muerte en 1917. En su entierro un cronista vio esto: "Algunas gentes humildes, hombres y mujeres del pueblo, se detenían, silenciosamente y conmovidas, a contemplar la tumba de Almafuerte. Las mujeres se apoderaban furtivamente de algunas flores y se las llevaban ocultas entre sus ropas"... La intuición de los corazones sencillos sabía que allí quedaba uno de los suyos, que sintió sus dolores cotidianos y sus heroísmos anónimos, fuera o no un neurópata, según los científicos sostuvieran, estuvieran o no sus versos rotundos y sus prosas lapidarias dentro de la norma y el mal gusto de los retóricos.
Nunca fue escritor profesional. Producía intermitentemente y no se hubiera ajustado a una disciplina. La publicación de sus versos y sus evangélicas no le hubiese dado para vivir. Esto le fue beneficioso, ya que lo mantuvo en una integérrima independencia mental. Trabajó de maestro y de periodista, ocasionalmente. Fue burócrata desde que residió en La plata. Como maestro se desempeñó veinte años, primero en Buenos Aires y después en Salto, Mercedes, Trenque-Lauquen y Chacabuco. Su videncia lo llevó a poner en práctica métodos pedagógicos, hoy modernísimos, pero que él no había estudiado en ninguna parte. El fundamento de su enseñanza fue la libertad, libertad para el niño y para él. Esto, naturalmente, lo hizo chocar con los pedagogos rutinarios que confunden escuela con cárcel.
Informa Laudelino Cruz, comisario departamental: "He visto durante muchos años a Palacios dirigiendo o enseñando niños; no he visto que formara un solo hombre de esos niños. En cambio observé que algunos perdían bajo su dirección los hábitos de orden y el ejercicio de la voluntad que habían adquirido en sus hogares...". El Dr. Pedro Bonastre, universitario que le dedicó un estudio, afirma: "Una escuela pintoresca es la del señor Palacios..." Y más adelante: "El resultado es que la veintena de años de su ejercicio magisterial, no ofreció el fruto de un ingeniero, médico, abogado, profesor, etc..., una sola puerta apta para las especulaciones del espíritu". Acusación bastante gratuita, ya que poco puede ejercer un maestro de primeras letras en la vocación de un hombre. No es ésta la opinión de otros acerca del desempeño magisterial de Don Pedro, camarada de sus alumnos con quienes, tomando mate, departía largamente. El amaba a sus niños y hacía que estos lo amaran. ¿Pueden señalarse muchos maestros que obtengan este resultado óptimo, fin de toda educación racional?
Don Saulo Domínguez, que fue su alumno, lo venera. Y narra de él esto: Si había dos chicos enojados él, que siempre intervenía en sus juegos, proponía, por ejemplo, una partida a la pelota, de a cuatro. Haciéndose el que desconocía la situación, señalaba compañeros a los dos enojados, que no tardaban en reconciliarse.
A los niños pudientes, les daba por amigos los más pobres, a fin de evitar que la soberbia pudiese anidar en aquellos. Rasgos éstos de educador intuitivo que se acrecentaban con su capacidad para sentir el dolor ajeno y sacrificarse por él. Cuenta Barrett que en cierta ocasión se enfermó un alumno. Fue a verlo. Halló que vivía en una pobreza impresionante, tanto que no ropas de cama había allí. Don Pedro le trajo las suyas y, como él era tan pobre como su regalado, tuvo que dormir envolviéndose en la bandera del colegio.
Pero si él daba la libertad que es imprescindible al alumno, como maestro exigía la libertad que también es imprescindible al maestro. "No aceptaba la intromisión de nadie en las cuestiones internas del colegio, ni en resoluciones que él tomara con objeto de orientar la conducta o hábitos de sus discípulos" – dice Luis Roque De Laudo, periodista de Chacabuco a quien debo importantes datos sobre la actuación de Almafuerte como maestro.
Una vez reprendió a uno de los hijos de Don Anacleto Domínguez, presidente del Concejo Deliberante. La reprimenda parece que disgustó a la madre del chico. Don Pedro era amigo del padre, y lo llamó: - "Mi querido Don Anacleto, yo lo he hecho venir para que me diga, con toda sinceridad, si debo tratar a sus hijos como a los del señor presidente del Concejo Deliberante o como a los hijos de mi amigo Don Anacleto, porque en el primer caso, yo me iría enseguida por ahí, donde pueda ser el maestro de mi escuela...".
El amigo, abrazándolo, confirmó su reprensión. Sarmiento -¡cuándo no! – lo presintió maestro, verdaderamente. En una de sus giras por los andurriales pampeanos, se topó con él, lo elogió, se interesó por llevárselo a la civilización. Almafuerte le respondió sarmientescamente: "¡No! Cuando la civilización llegue aquí, yo me iré con mi escuela adonde todavía no haya llegado". ("Para ir a sembrar abecedario donde mismo se siembran los trigales").
Como periodista, como burócrata, fue francamente malo. Carecía de las condiciones negativas de lo que se requieren para ser lo que se conceptúa un "buen periodista" o un buen burócrata dentro del actual orden. Sincero y altivo no podía poner su recia pluma al servicio de cualquier causa ni bajar su mansedumbre hasta el servilismo. Explica así su actuación de periodista: "Vine a La Plata donde dirigí y redacté yo solo, durante cerca de dos años, el diario El Pueblo, que había fundado Don Roque Caravajal. Lo que dije en aquel diario, escrito está en él, y todavía estoy aquí, después de quince años, para declararme su autor responsable. Pero sépase que puse en aquella violentísima hoja, como más tarde en La Provincia, toda la sinceridad y buenas intenciones de que es capaz mi alma, que le entregué mi reputación y mi cerebro, todos los días y a todas las horas del día; que no saqué de ella provecho pecuniario ni provecho político, sino una enorme cosecha de odios y de envidias; que en sus columnas hice vibrar el civismo de la juventud al diapasón de lo sublime; que nunca jamás aquella página cantó laudatorias serviles a los prohombres y caudillos de mi partido; y que no agredí ni una sola vez, con mi pluma, a ninguno que no estuviese en condiciones de contestarme el mismo día con una onza de plomo en mitad del pecho". ¿Cuántos periodistas de diarios grandes se hallarían en condiciones de afirmar esto?
Ya viejo, en La Plata, ocupó los cargos de prosecretario de la Cámara y después traductor. Se desempeñaba mal, convencido de que se los habían dado para que el poeta pudiese vivir. Por último, el gobierno de la Provincia le regaló la casa – dos piezas y un jardincillo – y el de la Nación le otorgó una pensión de doscientos pesos mensuales, poco tiempo antes de morir. La cuota era ridícula, pero como Don Pedro supiese que los diputados socialistas se opondrían a votar más, él siempre fuera de la realidad, prefirió que fuese sólo de doscientos pesos y la unanimidad, a que fuera más habiendo oposición. El gesto provocó risas hasta entre los mismos diputados. Era exótico. Pero así fue siempre Don Pedro, hombre singular que vivió en poeta y en apóstol, más allá de sus versos y por sobre sus evangélicas.
Una gran alma, engrandece el cuerpo del hombre que la exterioriza. Los que son grandes en su obra espiritual, lo son como hombres. Porque así como una vasija se impregna del aroma que contiene, la arcilla humana se impregna del espíritu que aposenta. Sólo un héroe, como demostró serlo Cervantes en el cautiverio de Argel, podía crear héroes como Don Quijote y Sancho. Sólo un hombre tan valeroso como Don Pedro pudo crear figura de tan inmensa bondad y de candor tan sublime. Forzosamente sólo él, Don Pedro, capaz de sentir hasta el espasmo el dolor de su prójimo humilde, de su chusma expoliada, pudo crear algunas de sus "Evangélicas", y algunas de las estrofas de "Gimió cien veces", "Cristianas", "Sin Tregua", "Trémulo", "Jesús", "El Misionero". (Es un fragmentario este autor de poemas). Contradictorio por el conflicto de su corazón y su cerebro incapaz de servirle en sus voliciones; su obra no presenta la armonía de la obra de genio. Tiene momentos geniales, sí, y se enciende y vuela o desciende y se apaga... Queda su vida austera, sublime de misericordia. Ya enfermo, lo último de su pensión lo emplea en pagar las mensualidades de las máquinas de coser para mujeres pobres de las que él es fiador. También es un ejemplo de intolerancia contra la chatura y la cobardía del medio ambiente, vida desmesurada, jugándose siempre, saliéndose de la limitación y mesura impuestos por la superioridad numérica de los mediocres. A la obra de Almafuerte podemos acercarnos para hundir en ella el bisturí de la razón, y juzgarla. Ante la vida de Don Pedro, nuestra serenidad se estremece de simpatía. Fluye demasiado calor humano de ella para no sentirse abrasar en el mismo dolor en que ella se abrasara. Don Pedro fue un viejo macanudo. Almafuerte es una noche con relámpagos.
Samara Acosta- Cantidad de envíos : 3488
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- Mensaje n°79
Re: Pedro B. Palacios (ALMAFUERTE) (1854-1917)
Evangélica IV
No me apetecía escribirlo ya que no lo encuentro en internet
[youtube][/youtube]
No me apetecía escribirlo ya que no lo encuentro en internet
[youtube][/youtube]
Evangelina Valdez- Administrador-Moderador
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Fecha de inscripción : 24/07/2009
Edad : 68
- Mensaje n°80
Re: Pedro B. Palacios (ALMAFUERTE) (1854-1917)
Samaraaaaaaaaaa, te sigo:
"INTIMA"
Ayer te vi... No estabas bajo el techo
de tu tranquilo hogar
ni doblando la frente arrodillada
delante del altar,
ni reclinando la gentil cabeza
sobre el augusto pecho maternal.
Te vi...si ayer no te siguió mi sombra
en el aire, en el sol,
es que la maldición de los amantes
no la recibe Dios,
o acaso el que me roba tus caricias
tiene en el cielo más poder que yo!
Otros te digan palma del desierto,
otros te llamen flor de la montaña,
otros quemen incienso a tu hermosura,
yo te diré mi amada.
Ellos buscan un pago a sus vigilias,
ellos compran tu amor con sus palabras;
ellos son elocuentes porque esperan,
¡y yo no espero nada!
Yo sé que la mujer es vanidosa,
yo sé que la lisonja la desarma,
y sé que un hombre esclavo de rodillas
más que todos alcanza...
Otros te digan palma del desierto,
otros compren tu amor con sus palabras,
yo seré más audaz pero más noble:
¡yo te diré mi amada
-------------
"INVERNAL"
La tarde es lluviosa; del ramaje
penden como harapos destrozados,
los nidos de las aves enlutados
como el pálido verde del follaje.
Solo y silencioso aquel boscaje
de plumeros verdosos y mojados,
de áspides, de prados desolados,
parece un escuálido paisaje.
Donde se encierra la grandeza humana
con todos sus achaques y certezas,
con la infinita vanidad insana
de todas las antorchas de nobleza.
¡Bosque do se funde la campana
que tañerá mis horas de tristezas!
-----------
"VADE RETRO"
Tu eres joven, como un lirio de los valles,
que recién abre su cáliz,
¡que recién!
los cendales candorosos de sus pétalos de seda
suelta al viento de la aurora...
¡yo soy el trágico laurel!.
Yo soy viejo, carcomido, lamentable,
como un roble centenario,
¡que cayó!
que cayó para in eternum, para nunca más alzarse
por los siglos de los siglos,
¡bajo el látigo de Dios!.
Son tus carnes, azucenas y jazmines
sonrojados a los besos
!de la luz!;
de la luz de cien incendios pavorosos,
de cien soles fulgurantes...
¡más tu carne, no eres tú!.
Tu eres sombra, sombra enorme, sombra misma,
sombra llena de ansias
¡de gozar!.
Tus deseos se retuercen como sierpes iracundas,
insaciadas, insaciables...
¡pubertades de satán!.
------
Lo edité porque vi que ya habías puesto "Tempestad" y te la cambié por "Invernal".
Besos mi niña
"INTIMA"
Ayer te vi... No estabas bajo el techo
de tu tranquilo hogar
ni doblando la frente arrodillada
delante del altar,
ni reclinando la gentil cabeza
sobre el augusto pecho maternal.
Te vi...si ayer no te siguió mi sombra
en el aire, en el sol,
es que la maldición de los amantes
no la recibe Dios,
o acaso el que me roba tus caricias
tiene en el cielo más poder que yo!
Otros te digan palma del desierto,
otros te llamen flor de la montaña,
otros quemen incienso a tu hermosura,
yo te diré mi amada.
Ellos buscan un pago a sus vigilias,
ellos compran tu amor con sus palabras;
ellos son elocuentes porque esperan,
¡y yo no espero nada!
Yo sé que la mujer es vanidosa,
yo sé que la lisonja la desarma,
y sé que un hombre esclavo de rodillas
más que todos alcanza...
Otros te digan palma del desierto,
otros compren tu amor con sus palabras,
yo seré más audaz pero más noble:
¡yo te diré mi amada
-------------
"INVERNAL"
La tarde es lluviosa; del ramaje
penden como harapos destrozados,
los nidos de las aves enlutados
como el pálido verde del follaje.
Solo y silencioso aquel boscaje
de plumeros verdosos y mojados,
de áspides, de prados desolados,
parece un escuálido paisaje.
Donde se encierra la grandeza humana
con todos sus achaques y certezas,
con la infinita vanidad insana
de todas las antorchas de nobleza.
¡Bosque do se funde la campana
que tañerá mis horas de tristezas!
-----------
"VADE RETRO"
Tu eres joven, como un lirio de los valles,
que recién abre su cáliz,
¡que recién!
los cendales candorosos de sus pétalos de seda
suelta al viento de la aurora...
¡yo soy el trágico laurel!.
Yo soy viejo, carcomido, lamentable,
como un roble centenario,
¡que cayó!
que cayó para in eternum, para nunca más alzarse
por los siglos de los siglos,
¡bajo el látigo de Dios!.
Son tus carnes, azucenas y jazmines
sonrojados a los besos
!de la luz!;
de la luz de cien incendios pavorosos,
de cien soles fulgurantes...
¡más tu carne, no eres tú!.
Tu eres sombra, sombra enorme, sombra misma,
sombra llena de ansias
¡de gozar!.
Tus deseos se retuercen como sierpes iracundas,
insaciadas, insaciables...
¡pubertades de satán!.
------
Lo edité porque vi que ya habías puesto "Tempestad" y te la cambié por "Invernal".
Besos mi niña
Evangelina Valdez- Administrador-Moderador
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Fecha de inscripción : 24/07/2009
Edad : 68
- Mensaje n°81
Re: Pedro B. Palacios (ALMAFUERTE) (1854-1917)
"HIMNO PATRIOTICO INFANTIL"
CORO
¡Ni el Catón más exigente
dirá nunca, sin mentir,
que hay un solo doncel argentino,
ni ancestral, ni holgazán, ni servil!
VOCES
¡Oíd, mortales, el grito sagrado
de la noble, argentina niñez,
y acoged, cual un voto solemne,
la infantil profesión de su fe;
profesión que cantamos en coro
frente a frente del Sol inmortal,
y es el guante gentil que imponemos
de los niños del orbe a la faz!
Somos, sí, la falange más tierna
de la joven, sublime Nación,
que, al brotar de los senos humanos,
cual un beso de amor resonó;
mas juramos hacerla tan sabia,
revestirla de tanta virtud..
¡que a través de los tiempos la llamen,
la Nación Capital de la Luz!
Nuestros padres nacieron muy lejos
más allá del abismo del mar,
bajo tantas banderas distintas
cual naciones históricas hay:
pero vino el Dolor providente
y al abismo del mar les lanzó...
¡y el abismo del mar, en sus ondas,
les condujo a la Tierra del Sol!
A la Tierra del Sol y a la Patri
aque hace un siglo fundó San Martín,
para todos los parias del mundo
que resuelvan ser hombres al fin;
a la patria que alzaron los hijos
del genial, quijotesco Español,
renegando, con fibra estupenda,
su gloriosa, carnal filiación.
Y aquí están nuestros padres en Ella,
y hasta muertos, en Ella estarán:
los patriarcas de un pueblo no pueden,
cual un rey veleidoso, abdicar.
Engendraron la Plebe Argentina
y ellos son argentinos, también:
al pisar esta tierra nacieron,
para el fin de la Historia, otra vez.
Somos pues los geniales artistas
que han de hacer la genial corrección;
porque somos la estirpe más joven
del anciano patriarca Dolor:
porque todas las razas humanas
por herencia, en nosotros están;
porque somos la flor de los siglos..
¡porque somos el hombre cabal!
Otros pueblos reciten su historia
para darse valor... y seguir:
nuestra historia es la Historia del Mundo
y el Humano Ideal nuestro fin.
Nos conduce por ley de atavismo
la sagaz intuición secular,
y el menor de nosotros, acaso,
lleva en germen la Suma Verdad.
Y otros pueblos conciban cual fieras,
su razón soberana de ser:
la perfecta noción de la Vida
es hacer de la vida un deber.
No son pueblos las tribus salvajes,
ni aun armadas lo fueron jamás:
sin una alta razón de humanismo
no habrá nunca razón nacional.
Y esta hermosa Nación Argentina,
por su enorme conciencia del Bien,
del supremo Ideal de la Especie
la suprema expresión ha de ser;
y lo mismo que todas las cosas
buscan luz, en el Sol, y calor...
¡como el Sol ha de ser necesaria
e intangible ha de ser como el Sol!
¡Oíd, mortales, el grito sagrado
de la noble, argentina niñez,
y acoged, cual un voto solemne
la infantil profesión de su fe;
profesión que cantamos en coro
frente a frente del Sol inmortal,
y es el guante gentil que imponemos
de los niños del Orbe a la faz!
Somos, sí, la falange más tierna
de la joven, sublime Nación,
que al brotar de los senos humanos
cual un beso de amor resonó;
mas juramos hacerla tan sabia,
revestirla de tanta virtud..
¡que al final de los tiempos, aun sea
la Nación Capital de la Luz!
La Plata, 1910
Samara Acosta- Cantidad de envíos : 3488
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Localización : Madrid
- Mensaje n°82
Re: Pedro B. Palacios (ALMAFUERTE) (1854-1917)
Muchas gracias Evangelina, por encontrar este poema y por tus aportes en Almafuerte, es bueno que nos unamos para exponer su obra, besitos
***********************
(Evangélica IV).
I
Aquel Moisés enorme que dijo un día,
"Para que Adán impere vibró lo Eterno",
Hizo la más profunda filosofía..
¡Entre pecho y espalda nos puso un perno!
Por eso yo no canto, como las aves,
Fanfarrias vocingleras a la Natura:
Las notas de mis versos son notas graves
Como las de los Salmos de la Escritura.
Para mí las palabras siempre son bellas
Y siempre de cualquiera se saca fruto;
La más vil, la más vana de todas ellas
Contiene la presencia de lo Absoluto.
Como las vibraciones da un necio ruido,
Ni Wagner ni Rossini me dicen nada;
Pero, si por acaso, gime un gemido...
¡Me traspasa las carnes como una espada!
Que las aguas relumbran como un espejo,
Que las cielos sonríen y se coloran...
¡Todas esos primores yo los motejo
Desde la cueva misma de las que lloran!
Yo miro el Universo pasar delante...
Como a pelusa tonta, sin que me asombre:
Soy profeta, soy alma, soy como el Dante..
¡Yo no siento más vida que la del Hombre!
II
Por eso voy perdiendo todo mi jugo
Y al estómago ajeno voy por momentos,
Como el agua de todos, cual un mendrugo
Que cayese en el patio de los hambrientos.
Por eso los doctores, los eruditos,
En su grave dialecto difamatorio,
Le cuelgan a mi fama motes malditos,
La saturan de miasmas de sanatorio.
Por eso los impuros que hacen de puros
Debajo de sus luengas albas teatrales,
Me lapidan la frente con los más duros
Anatemas judíos de sus misales.
Por eso los que ordeñan mi Chusma amiga
Llamándola la virgen y la perfecta.
La dicen al oído que me maldiga...
¡Mientras pasan el plato de lo colecta!
Por eso las mujeres... ¡Pobres mujeres,
Las eternas sensuales y secundarias!...
Clavan en mi pureza sus alfileres,
Celosas de mis noches tan solitarias.
Por eso tengo arranques desesperados
Que me llenan de sombras y cicatrices..
¡Por eso me repudian los potentados
Y me besan las manos los infelices!
III
Yo sé que mil carcomas roca de a pocos
Las más equilibradas testas geniales:
Lleno está el manicomio de Nietzsches locos
Y de Cristos bohemios los arrabales.
Yo sé que en la viacrucis larga, muy larga,
Que hacen los supercuerdos con su demencia, Se
hunden a cada instante, bajo su carga, Sobre las
dos rodillas de su conciencia.
Yo sé que a los más nobles y los más vastos Pro-
gramas redentores y justicieros,
La Razón los aplasta, como a los pastos
Las discretas pezuñas de los carneros.
Yo sé que todas esas cosas amantes
De que viven enfermas las almas bellas,
De la línea del Hecho van tan distantes,
Como la más lejana de las estrellas.
Yo sé que los más viles siempre son dueños
De los planes más altos que el genio fragua;
Cualquiera miserable mata los sueños
Negando a los que sueñan la sal y el agua.
Yo sé que los heroicos, los inefables
Ceden, como los reyes, a las lisonjas..
¡Por su propia nobleza son permeables
Como las azucenas y las esponjas!
Yo sé que todo es viento, palabra vaga,
Soñaciones, delirio, simple belleza...
¡Que pasarán mil siglos antes que se haga
La sublime segunda naturaleza!
Y yo sé que es inútil cualquier arrimo,
Que no me salvaría ninguna mano,
Que soy sobra inservible, como un racimo
Que ya no le quedase ni un solo grano.
IV
Pero, también, yo pienso que la Derrota
Merece sus laureles y arcos triunfales;
Cualquier dolor que sea, siempre rebota
Sobre el alma futura de los mortales.
Escalar las alturas, ir al abismo:
Dos momentos fugaces, dos breves pasos...
¡No es en la propia carne, no es en sí mismo
Que ha de sentirse el golpe de los fracasos!
El mártir, el gran Cristo, será la Idea.
No el esqueleto humano donde naufraga:
Cuando se rompe el brazo que alza una tea,
La luz es la que sufre, porque se apaga.
V
Por más que me comparo con todo el mundo
Yo no doy con el tipo que bien me cuadre:
Soy el llanto que rueda sobre lo inmundo..
¡Yo he nacido, sin duda, para ser madre!
La Plata. 1904
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***********************
(Evangélica IV).
I
Aquel Moisés enorme que dijo un día,
"Para que Adán impere vibró lo Eterno",
Hizo la más profunda filosofía..
¡Entre pecho y espalda nos puso un perno!
Por eso yo no canto, como las aves,
Fanfarrias vocingleras a la Natura:
Las notas de mis versos son notas graves
Como las de los Salmos de la Escritura.
Para mí las palabras siempre son bellas
Y siempre de cualquiera se saca fruto;
La más vil, la más vana de todas ellas
Contiene la presencia de lo Absoluto.
Como las vibraciones da un necio ruido,
Ni Wagner ni Rossini me dicen nada;
Pero, si por acaso, gime un gemido...
¡Me traspasa las carnes como una espada!
Que las aguas relumbran como un espejo,
Que las cielos sonríen y se coloran...
¡Todas esos primores yo los motejo
Desde la cueva misma de las que lloran!
Yo miro el Universo pasar delante...
Como a pelusa tonta, sin que me asombre:
Soy profeta, soy alma, soy como el Dante..
¡Yo no siento más vida que la del Hombre!
II
Por eso voy perdiendo todo mi jugo
Y al estómago ajeno voy por momentos,
Como el agua de todos, cual un mendrugo
Que cayese en el patio de los hambrientos.
Por eso los doctores, los eruditos,
En su grave dialecto difamatorio,
Le cuelgan a mi fama motes malditos,
La saturan de miasmas de sanatorio.
Por eso los impuros que hacen de puros
Debajo de sus luengas albas teatrales,
Me lapidan la frente con los más duros
Anatemas judíos de sus misales.
Por eso los que ordeñan mi Chusma amiga
Llamándola la virgen y la perfecta.
La dicen al oído que me maldiga...
¡Mientras pasan el plato de lo colecta!
Por eso las mujeres... ¡Pobres mujeres,
Las eternas sensuales y secundarias!...
Clavan en mi pureza sus alfileres,
Celosas de mis noches tan solitarias.
Por eso tengo arranques desesperados
Que me llenan de sombras y cicatrices..
¡Por eso me repudian los potentados
Y me besan las manos los infelices!
III
Yo sé que mil carcomas roca de a pocos
Las más equilibradas testas geniales:
Lleno está el manicomio de Nietzsches locos
Y de Cristos bohemios los arrabales.
Yo sé que en la viacrucis larga, muy larga,
Que hacen los supercuerdos con su demencia, Se
hunden a cada instante, bajo su carga, Sobre las
dos rodillas de su conciencia.
Yo sé que a los más nobles y los más vastos Pro-
gramas redentores y justicieros,
La Razón los aplasta, como a los pastos
Las discretas pezuñas de los carneros.
Yo sé que todas esas cosas amantes
De que viven enfermas las almas bellas,
De la línea del Hecho van tan distantes,
Como la más lejana de las estrellas.
Yo sé que los más viles siempre son dueños
De los planes más altos que el genio fragua;
Cualquiera miserable mata los sueños
Negando a los que sueñan la sal y el agua.
Yo sé que los heroicos, los inefables
Ceden, como los reyes, a las lisonjas..
¡Por su propia nobleza son permeables
Como las azucenas y las esponjas!
Yo sé que todo es viento, palabra vaga,
Soñaciones, delirio, simple belleza...
¡Que pasarán mil siglos antes que se haga
La sublime segunda naturaleza!
Y yo sé que es inútil cualquier arrimo,
Que no me salvaría ninguna mano,
Que soy sobra inservible, como un racimo
Que ya no le quedase ni un solo grano.
IV
Pero, también, yo pienso que la Derrota
Merece sus laureles y arcos triunfales;
Cualquier dolor que sea, siempre rebota
Sobre el alma futura de los mortales.
Escalar las alturas, ir al abismo:
Dos momentos fugaces, dos breves pasos...
¡No es en la propia carne, no es en sí mismo
Que ha de sentirse el golpe de los fracasos!
El mártir, el gran Cristo, será la Idea.
No el esqueleto humano donde naufraga:
Cuando se rompe el brazo que alza una tea,
La luz es la que sufre, porque se apaga.
V
Por más que me comparo con todo el mundo
Yo no doy con el tipo que bien me cuadre:
Soy el llanto que rueda sobre lo inmundo..
¡Yo he nacido, sin duda, para ser madre!
La Plata. 1904
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- Mensaje n°83
Re: Pedro B. Palacios (ALMAFUERTE) (1854-1917)
■LA SOMBRA DE LA PATRIA- Almafuerte.
En el teatro Odeón, en 1913, al leer esta
poesía, el poeta Pedro Bonifacio Palacios (Almafuerte)
explicó con estas palabras su significado social:
"La sombra de la.patria", que voy a leer,
después de la "Evangélica" de la tarde y antes
de "Serenata", es un canto que ha palpitado
en mi espíritu desde mi remota juventud como
una obsesión.
Dos o tres veces -ocasionado por las
circunstancias- tomó forma real, pero bosquejada
apenas, hasta que surgió, hasta que
definitivamente culminó el siglo pasado durante
los sangrientos civismos del año 1893.
Sin embargo, no es a propósito, no es
un trabajo precisamente originado, absolutamente
sugerido por aquel hecho histórico;
pero se revistió, se saturó de la enorme
amargura, de la pesimista congoja cívica que
le caracteriza, al son de aquellos días tumultuosos,
y tuvo, a la fuerza, que asumir algo
del movimiento, del color, de la luz, del sabor
propio de los días esos: no hay obra humana
-por más abstracto, por más excelsa, o por
más relativa y por más contingente que ella
sea- que no se tiña de las tonalidades del sitio
y de la hora en que ella fue realizada; no hay
hecho que no denuncie al hombre que lo
produjo ni hombre que no revele de alguna
manera los lodos que pisa.
Pero el cómplice verdadero, el instigador
responsable de la consumación de esta
obra mía, es otro más antiguo, más grave.. y
voy a denunciarle:
Hubo siempre en mí una angustia, una
zozobra, una desazón constantes, perpetuas,
que ya no me molestan, porque me he habituado
a ellas, como nos acostumbramos al
silbar de los oídos, o a otra dolencia parecida,
como se amoldan los presidiarios a su grillete,
como se adapta, se somete todo el mundo
a lo irremediable.
Siento, sospecho que no hemos cumplido
enteramente punto por punto el testamento
histórico de nuestros antepasados de
la Revolución, los héroes de la Independencia,
los sabios fundadores de nuestra racionalidad.
Más aún, me parece a mí -me ha parecido
siempre- que los destinos humanos, que
las civilizaciones humanas, que el progreso
humano, no se han conmovido de un modo
apreciable, no han tomado mejores direcciones,
no han recibido todos los beneficios
que, tal vez, imaginó la Providencia al decretar
la aparición de un continente sobre la faz
de las aguas y al producir la emancipación
política de tantos pueblos.
Ese amargor, esa desazón, ese silbar de
los oídos, que me han venido mortificando
desde mi primera ya lejana juventud, han sido
los verdaderos, los reales originadores de "La
sombra de la patria".
I
Sueltos van sus cabellos. En guedejas
Por su busto encorvado se derraman
Como velo de angustias o sombría
Melena de león. Adusta, pálida,
Desencajado el rostro; la vergüenza
no tiene la pupila más opaca,
Ni la faz de Jesús, al beso infame,
Se contrajo más rígida. Adelanta
Con medroso ademán... !Oh! ¡la ignominia
Con paso triunfador nunca se arrastra!
La voraz invasión de lo pequeño
No hiere como el rayo; pero amansa!
¡Cuando el alma inmortal cae de rodillas
La materia mortal cae deshojada!
La caída, más honda es la caída
Que nos pone a merced de la canalla,
De lo ruin, de lo innoble, de lo fofo
Que flota sobre el mar como resaca,
Corno fétido gas en el vacío,
Cual chusma vil sobre la especie humana.
II
Yo la siento gemir, y sus gemidos
Resonante, recóndita cascada
En mi cerebro entumecido se hunden,
Y allí, en mitad de las tinieblas, cantan,
Con el santo fervor de los que piensan
Ablandar a su dios con sus plegarias,
Con el grave compás de los que lloran
Y al son de los sollozos se acompañan,
Con el hondo plañir de los que yacen
Más allá de la luz y la esperanza!
Yo la siento gemir, y sus gemidos,
Saetas del pesar, me despedazan,
Reproches del deber me paralizan,
Pregones de vergüenza, me anonadan!
Yo la siento gemir, y sus gemidos
Sobre mi frágil corazón, estallan
Como todos los vientos de la tierra
Soplando, sin cesar, sobre una rama.
Como toda la fuerza de los orbes
Gravitando, a la vez, sobre una espalda;
Como todo el dolor del universo
Que en una sola vida se agolpara;
Como toda la sombra de los siglos
En una sola mente refugiada.
Yo la siento gemir, y me parece
Que la bóveda azul se desencaja,
Cual si fuera una ruina miserable
Que Saturno esparciese con sus alas.
Cual si fuera una cúpula proterva
Que derrumbase Dios, bajo sus plantas!
Yo la siento gemir, y el océano
Y la selva, y las cumbres y la pampa,
Y la nube y el viento y las estrellas
Y todo lo insensible y sin entrañas,
Me parece que sienten, me parece
Que asumen voz y proporción humana!
Me parece que vienen y se postran
Sobre la regia púrpura de mi alma,
Y la súplica ardiente de las cosas
En miserere trágico levantan.
IV
Yo la siento cruzar ante mis ojos
Y es una estrella muerta la que pasa.
Dejando en pos de su fulgor, la sombra,
Porque en pos de su luz, reina la nada!
Yo la siento cruzar ante mis ojos
Y la pupila tras de sí me arranca,
Cual si su imagen desgreñada y torva,
En vez de su visión, fuese una garra
Yo la siento cruzar ante mis ojos
En aterrante procesión fantástica,
De biblias del deber que ya no enseñan,
De apóstoles del bien que ya no hablan,
De laureles de honor que ya no honran,
De inspirados de Dios que ya no cantan,
De púdicas estolas que envilecen,
De patenas limpísimas que manchan,
De eucarísticos panes que envenenan,
De banderas celestes que se arrastran!
Yo la siento cruzar.. Seres felices
Que carecéis de luz en la mirada,
¡Ah! yo no puedo soportar la mía
Bajo la horrible sombra de mi patria!
V
¿Dónde estás, Jehová? ¿Dónde te ocultas?
¿Qué? ¿No vuelves tus ojos y la salvas?
¿Qué? ¿No giras tu rostro y la contemplas?
¿Qué? ¿No extiendes tu mano y la levantas?
Miras echar sobre su casto seno,
Que fue pulcro, Señor, como la nácar.
Antes de que su rastro en él dejase
La vil caricia de la gran canalla!
Miras echar sobre sus nobles hombros,-
Hombros que fueran los de Juno y Diana,-
Si el azote brutal del infortunio
Su pulido marfil no flagelara!
Miras echar sobre su cuerpo sacro,-
¡Tan sacro, sí, como tus hostias santas,
Porque también tus hostias se mancillan
Porque también tus hostias se profanan
Miras echar sobre la patria nuestra,
Digo por fin, vibrante de arrogancia,
El hediondo capote del soldado
Que ha de ser su señor, si no le matas,
¿Y el rayo de tu enojo no descuelgas?
¿Tu flamígero brazo, no descargas?
¿Tu cielo fulgurante, no oscureces?
¿Y tus mundos atónitos no paras?
VI
¿Dónde estás, Jehová? ¿Desde que cumbre,
Circundada de monstruos y de llamas.
Desde qué abismo negro, impenetrable,
Desde qué estrella errante y solitaria
Ves su profanación y no fulminas?
¿Oyes la voz de tu poeta y callas?
La voz de tu poeta que te siente,
La voz de tu poeta que te aclama,
La voz de tu poeta que te adora,
En la noche en el día y en el alba,
En el secreto foro de su pecho
Y en el público altar de su palabra.
¿Dónde estás, Jehová, que así me dejas
Buscarte ansioso por doquier, y callas?
¿Y callas como un ídolo sin lengua,
Como un muñeco rígido sin alma,
A quien supuso vida el fanatismo
Y atribuyó justicia la ignorancia!
VII
¡Sí! La virtud, las leyes, el derecho
La religión, la libertad, la patria,
La tradición gloriosa de los pueblos,
La consigna inviolable de las razas,
Y todo lo que da calor y vida
Y ese artefacto rígido que llaman
El universo tuyo, son apenas
Un sueño, una mentira, una palabra,
Una cosa que suena como un disco
Chocando sobre el mármol de una escala,
Una cosa que está como una piedra
Descendiendo veloz de una montaña;
Una mancha que brilla y que no alumbra
Una boca que grita y que no habla!
VII
Y la doblez, la astucia, la codicia;
La vileza del sable que amenaza;
La insidia ruin que a la virtud deshonra
Y a las turbas conturba y maniata;
La evidencia del mal, su negro imperio
Sojuzgando las cosas y las almas,
Cual si fuera la torpe levadura
Que lleva la creación en sus entrañas,
La genésica fuerza incontrastable,
El fiat inicial del protoplasma,-
Esas son la verdad, Dios de los pueblos,
A cuyos pies la humanidad se arrastra
Como van los rebaños trashumantes
Hacia donde su instinto les señala,
La pintoresca flota de las nubes
Hacia donde los vientos la arrebatan,
Los pluviales arroyos a los ríos,
Y a las aguas del mar todas las aguas!
IX
Esos son la verdad. Dios providente,
Que todo lo precaves y lo mandas,
Arquitecto invisible, que dispones
La orientación del pórtico y tu fábrica,
Poderoso caudillo que presides
La instrucción del soldado y la batalla,
Tragediante inmortal que verificas
La negra intriga de tus propios dramas!
Esos son la verdad Dios de justicia,
A cuyo tribunal siempre me llama,
Que has hecho del placer el ancho cauce
Que conduce a la muerte o la nostalgia;
Que has dejado indefensa a la gacela
Armando al lobo de potentes garras;
Que has dividido el mundo de los hombres.
En los más, que padecen y trabajan,
Y en los menos, que gozan y que cumplen
La misión de guiar la recua humana,
Que más grandes son cuando más mienten,
Que más nobles son cuando más matan!..
¿Dónde estás Jehová? ¿Dónde te ocultas
Que así me dejas blasfemar y callas,
Mi rebelión airada no sofrenas,
Mi pequeñez pomposa no anonadas,
Mi razón deleznable no enloqueces.
Y esta lengua de arpía no me arrancas?
X
Los que sabéis de amor, -de amor excelso,
Que recorre la arteria y la dilata,
Que reside en el pecho y lo ennoblece,
Que palpita en el ser y lo agiganta;
Los que sabéis de amor, nobles mancebos,
Fuertes, briosos, púdicos, sin mancha,
Que recién penetráis en el santuario
De la fecunda pubertad sagrada;
Vosotros, -Sí, vosotros ¡oh! mancebos
De talante gentil y alma entusiasta,
Que todavía honráis a vuestras madres,
Circuyendo de besos y de lágrimas
El augusto recinto de sus frentes,
La espléndida corona de sus canas!
Volved los rostros a la reina ilustre
Que prostituída por los viejos, pasa,
Y si al poner los ojos en los suyos,
Ojos de diosa que del polvo no alza,
No sentís el dolor que a los varones
Ante el dolor de la mujer ataca;
Si al contemplar su seno desceñido,
Seno de virgen que el rubor abrasa,
No sentís el torrente de la sangre
Que inunda el rostro en borbollón de grana
Si al escuchar sus ayes angustiosos,
Ayes de leona que en su jaula brama,
No sentís una fuerza prodigiosa
Que os impele a la lucha y la venganza;
¡Arrancaos a puñados, de los rostros,
Las mal nacidas juveniles barbas,
Y dejad escoltar a vuestras novias
La Sombra de la Patria!
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En el teatro Odeón, en 1913, al leer esta
poesía, el poeta Pedro Bonifacio Palacios (Almafuerte)
explicó con estas palabras su significado social:
"La sombra de la.patria", que voy a leer,
después de la "Evangélica" de la tarde y antes
de "Serenata", es un canto que ha palpitado
en mi espíritu desde mi remota juventud como
una obsesión.
Dos o tres veces -ocasionado por las
circunstancias- tomó forma real, pero bosquejada
apenas, hasta que surgió, hasta que
definitivamente culminó el siglo pasado durante
los sangrientos civismos del año 1893.
Sin embargo, no es a propósito, no es
un trabajo precisamente originado, absolutamente
sugerido por aquel hecho histórico;
pero se revistió, se saturó de la enorme
amargura, de la pesimista congoja cívica que
le caracteriza, al son de aquellos días tumultuosos,
y tuvo, a la fuerza, que asumir algo
del movimiento, del color, de la luz, del sabor
propio de los días esos: no hay obra humana
-por más abstracto, por más excelsa, o por
más relativa y por más contingente que ella
sea- que no se tiña de las tonalidades del sitio
y de la hora en que ella fue realizada; no hay
hecho que no denuncie al hombre que lo
produjo ni hombre que no revele de alguna
manera los lodos que pisa.
Pero el cómplice verdadero, el instigador
responsable de la consumación de esta
obra mía, es otro más antiguo, más grave.. y
voy a denunciarle:
Hubo siempre en mí una angustia, una
zozobra, una desazón constantes, perpetuas,
que ya no me molestan, porque me he habituado
a ellas, como nos acostumbramos al
silbar de los oídos, o a otra dolencia parecida,
como se amoldan los presidiarios a su grillete,
como se adapta, se somete todo el mundo
a lo irremediable.
Siento, sospecho que no hemos cumplido
enteramente punto por punto el testamento
histórico de nuestros antepasados de
la Revolución, los héroes de la Independencia,
los sabios fundadores de nuestra racionalidad.
Más aún, me parece a mí -me ha parecido
siempre- que los destinos humanos, que
las civilizaciones humanas, que el progreso
humano, no se han conmovido de un modo
apreciable, no han tomado mejores direcciones,
no han recibido todos los beneficios
que, tal vez, imaginó la Providencia al decretar
la aparición de un continente sobre la faz
de las aguas y al producir la emancipación
política de tantos pueblos.
Ese amargor, esa desazón, ese silbar de
los oídos, que me han venido mortificando
desde mi primera ya lejana juventud, han sido
los verdaderos, los reales originadores de "La
sombra de la patria".
I
Sueltos van sus cabellos. En guedejas
Por su busto encorvado se derraman
Como velo de angustias o sombría
Melena de león. Adusta, pálida,
Desencajado el rostro; la vergüenza
no tiene la pupila más opaca,
Ni la faz de Jesús, al beso infame,
Se contrajo más rígida. Adelanta
Con medroso ademán... !Oh! ¡la ignominia
Con paso triunfador nunca se arrastra!
La voraz invasión de lo pequeño
No hiere como el rayo; pero amansa!
¡Cuando el alma inmortal cae de rodillas
La materia mortal cae deshojada!
La caída, más honda es la caída
Que nos pone a merced de la canalla,
De lo ruin, de lo innoble, de lo fofo
Que flota sobre el mar como resaca,
Corno fétido gas en el vacío,
Cual chusma vil sobre la especie humana.
II
Yo la siento gemir, y sus gemidos
Resonante, recóndita cascada
En mi cerebro entumecido se hunden,
Y allí, en mitad de las tinieblas, cantan,
Con el santo fervor de los que piensan
Ablandar a su dios con sus plegarias,
Con el grave compás de los que lloran
Y al son de los sollozos se acompañan,
Con el hondo plañir de los que yacen
Más allá de la luz y la esperanza!
Yo la siento gemir, y sus gemidos,
Saetas del pesar, me despedazan,
Reproches del deber me paralizan,
Pregones de vergüenza, me anonadan!
Yo la siento gemir, y sus gemidos
Sobre mi frágil corazón, estallan
Como todos los vientos de la tierra
Soplando, sin cesar, sobre una rama.
Como toda la fuerza de los orbes
Gravitando, a la vez, sobre una espalda;
Como todo el dolor del universo
Que en una sola vida se agolpara;
Como toda la sombra de los siglos
En una sola mente refugiada.
Yo la siento gemir, y me parece
Que la bóveda azul se desencaja,
Cual si fuera una ruina miserable
Que Saturno esparciese con sus alas.
Cual si fuera una cúpula proterva
Que derrumbase Dios, bajo sus plantas!
Yo la siento gemir, y el océano
Y la selva, y las cumbres y la pampa,
Y la nube y el viento y las estrellas
Y todo lo insensible y sin entrañas,
Me parece que sienten, me parece
Que asumen voz y proporción humana!
Me parece que vienen y se postran
Sobre la regia púrpura de mi alma,
Y la súplica ardiente de las cosas
En miserere trágico levantan.
IV
Yo la siento cruzar ante mis ojos
Y es una estrella muerta la que pasa.
Dejando en pos de su fulgor, la sombra,
Porque en pos de su luz, reina la nada!
Yo la siento cruzar ante mis ojos
Y la pupila tras de sí me arranca,
Cual si su imagen desgreñada y torva,
En vez de su visión, fuese una garra
Yo la siento cruzar ante mis ojos
En aterrante procesión fantástica,
De biblias del deber que ya no enseñan,
De apóstoles del bien que ya no hablan,
De laureles de honor que ya no honran,
De inspirados de Dios que ya no cantan,
De púdicas estolas que envilecen,
De patenas limpísimas que manchan,
De eucarísticos panes que envenenan,
De banderas celestes que se arrastran!
Yo la siento cruzar.. Seres felices
Que carecéis de luz en la mirada,
¡Ah! yo no puedo soportar la mía
Bajo la horrible sombra de mi patria!
V
¿Dónde estás, Jehová? ¿Dónde te ocultas?
¿Qué? ¿No vuelves tus ojos y la salvas?
¿Qué? ¿No giras tu rostro y la contemplas?
¿Qué? ¿No extiendes tu mano y la levantas?
Miras echar sobre su casto seno,
Que fue pulcro, Señor, como la nácar.
Antes de que su rastro en él dejase
La vil caricia de la gran canalla!
Miras echar sobre sus nobles hombros,-
Hombros que fueran los de Juno y Diana,-
Si el azote brutal del infortunio
Su pulido marfil no flagelara!
Miras echar sobre su cuerpo sacro,-
¡Tan sacro, sí, como tus hostias santas,
Porque también tus hostias se mancillan
Porque también tus hostias se profanan
Miras echar sobre la patria nuestra,
Digo por fin, vibrante de arrogancia,
El hediondo capote del soldado
Que ha de ser su señor, si no le matas,
¿Y el rayo de tu enojo no descuelgas?
¿Tu flamígero brazo, no descargas?
¿Tu cielo fulgurante, no oscureces?
¿Y tus mundos atónitos no paras?
VI
¿Dónde estás, Jehová? ¿Desde que cumbre,
Circundada de monstruos y de llamas.
Desde qué abismo negro, impenetrable,
Desde qué estrella errante y solitaria
Ves su profanación y no fulminas?
¿Oyes la voz de tu poeta y callas?
La voz de tu poeta que te siente,
La voz de tu poeta que te aclama,
La voz de tu poeta que te adora,
En la noche en el día y en el alba,
En el secreto foro de su pecho
Y en el público altar de su palabra.
¿Dónde estás, Jehová, que así me dejas
Buscarte ansioso por doquier, y callas?
¿Y callas como un ídolo sin lengua,
Como un muñeco rígido sin alma,
A quien supuso vida el fanatismo
Y atribuyó justicia la ignorancia!
VII
¡Sí! La virtud, las leyes, el derecho
La religión, la libertad, la patria,
La tradición gloriosa de los pueblos,
La consigna inviolable de las razas,
Y todo lo que da calor y vida
Y ese artefacto rígido que llaman
El universo tuyo, son apenas
Un sueño, una mentira, una palabra,
Una cosa que suena como un disco
Chocando sobre el mármol de una escala,
Una cosa que está como una piedra
Descendiendo veloz de una montaña;
Una mancha que brilla y que no alumbra
Una boca que grita y que no habla!
VII
Y la doblez, la astucia, la codicia;
La vileza del sable que amenaza;
La insidia ruin que a la virtud deshonra
Y a las turbas conturba y maniata;
La evidencia del mal, su negro imperio
Sojuzgando las cosas y las almas,
Cual si fuera la torpe levadura
Que lleva la creación en sus entrañas,
La genésica fuerza incontrastable,
El fiat inicial del protoplasma,-
Esas son la verdad, Dios de los pueblos,
A cuyos pies la humanidad se arrastra
Como van los rebaños trashumantes
Hacia donde su instinto les señala,
La pintoresca flota de las nubes
Hacia donde los vientos la arrebatan,
Los pluviales arroyos a los ríos,
Y a las aguas del mar todas las aguas!
IX
Esos son la verdad. Dios providente,
Que todo lo precaves y lo mandas,
Arquitecto invisible, que dispones
La orientación del pórtico y tu fábrica,
Poderoso caudillo que presides
La instrucción del soldado y la batalla,
Tragediante inmortal que verificas
La negra intriga de tus propios dramas!
Esos son la verdad Dios de justicia,
A cuyo tribunal siempre me llama,
Que has hecho del placer el ancho cauce
Que conduce a la muerte o la nostalgia;
Que has dejado indefensa a la gacela
Armando al lobo de potentes garras;
Que has dividido el mundo de los hombres.
En los más, que padecen y trabajan,
Y en los menos, que gozan y que cumplen
La misión de guiar la recua humana,
Que más grandes son cuando más mienten,
Que más nobles son cuando más matan!..
¿Dónde estás Jehová? ¿Dónde te ocultas
Que así me dejas blasfemar y callas,
Mi rebelión airada no sofrenas,
Mi pequeñez pomposa no anonadas,
Mi razón deleznable no enloqueces.
Y esta lengua de arpía no me arrancas?
X
Los que sabéis de amor, -de amor excelso,
Que recorre la arteria y la dilata,
Que reside en el pecho y lo ennoblece,
Que palpita en el ser y lo agiganta;
Los que sabéis de amor, nobles mancebos,
Fuertes, briosos, púdicos, sin mancha,
Que recién penetráis en el santuario
De la fecunda pubertad sagrada;
Vosotros, -Sí, vosotros ¡oh! mancebos
De talante gentil y alma entusiasta,
Que todavía honráis a vuestras madres,
Circuyendo de besos y de lágrimas
El augusto recinto de sus frentes,
La espléndida corona de sus canas!
Volved los rostros a la reina ilustre
Que prostituída por los viejos, pasa,
Y si al poner los ojos en los suyos,
Ojos de diosa que del polvo no alza,
No sentís el dolor que a los varones
Ante el dolor de la mujer ataca;
Si al contemplar su seno desceñido,
Seno de virgen que el rubor abrasa,
No sentís el torrente de la sangre
Que inunda el rostro en borbollón de grana
Si al escuchar sus ayes angustiosos,
Ayes de leona que en su jaula brama,
No sentís una fuerza prodigiosa
Que os impele a la lucha y la venganza;
¡Arrancaos a puñados, de los rostros,
Las mal nacidas juveniles barbas,
Y dejad escoltar a vuestras novias
La Sombra de la Patria!
Samara Acosta- Cantidad de envíos : 3488
Fecha de inscripción : 10/01/2011
Localización : Madrid
- Mensaje n°84
Re: Pedro B. Palacios (ALMAFUERTE) (1854-1917)
Evangélicas negras de Almafuerte
1.- Los héroes debieran morir inmediatamente de producido su acto heroico, a fin de que no caigan en la cobardía de la lamentación y el gemido. ( Lo cual es un razonamiento falaz; ya que un héroe debe serlo siempre: antes, durante y después del acto heroico. No se puede empezar lo que no se puede terminar)
2.- No hay lágrimas más fastidiosas que las de aquellos que pudiendo ser no lo fueron.
3.- Una vida gastada, aunque haya sido la más útil, es un andrajo despreciable.
4.-"Lo que no sirve no estorba" y lo que estorba debe ser removido. (Cuchillito que no corta; que se pierda;¿Qué me importa?)
5.- El convencimiento del propio desequilibrio es la sola chispa de luz que alumbra en el cerebro de los insanos: todo enajenado sabe que lo está. (¿?)
6.- Aquel que se presenta cubierto de lodo en una sala, causa repulsión general, aunque vuelva de realizar los doce trabajos de Hércules juntos.
7.- En el mundo no se averigua ni la razón de ser de las máculas, ni el origen de los perfumes. (Todos aceptan la verdad o la realidad de algo sin preguntarse por las razones que lo justifican)
8.- No hay cosa más espantosa que sobrevivirse.
9.- No valer ya, es más doloroso que no haber valido nunca.
10.- El que pone manteles de seda en las mesas ajenas, se expone a carecer de pan en la suya propia. (Esto también lo dijo Lucio V. Mansilla y los apóstoles)
11.- Pedir es una manera de robar. ( Y si no hay otra….!)
12.- De cien que se te presenten lacrimosos, los noventa y nueve se han untado los ojos con alguna sustancia cáustica. (Amen)
13.- No todos los traidores se ahorcan; porque, si así fuera, no habría un solo árbol sin un Judas pendiente.
14.- Cuando repartas tu pan entre los pobres, hazlo convencido de que practicas una injusticia: no hay un solo muerto de hambre que sea digno del mendrugo que se le arroja. (No se debe fomentar la vagancia, la inutilidad y la incapacidad)
15.- Toda mano está condenada a herir y toda espalda tiene un sitio aparente para el estiletazo.
16.- Nadie que haya hecho algo bueno ha querido hacerlo. (Siempre nos motiva el miedo al castigo divinooo!!!!)
17.- ¡Aquel más criminal y más vil, todavía es más!
18.- El que se hace temer, concluye por hacerse amar. (¿?)
19.- Nunca quieras conocer los secretos ajenos, si no eres capaz de manejarlos como a un par de riendas. (¿Sabes guardar un secreto?, Si, yo también!!)
20.- Nadie está tan alto, que no esté al alcance de la mano de su enemigo.
21.- No todos los que perdonan, perdonan; porque perdonar no es no vengarse.
22.- A muchas privaciones se suele someter el hombre voluntario, nada más que para conquistar el derecho de que le pronuncien un discurso sobre su cajón, antes de enterrarlo. (Mucho hay que arriesgar y sacrificar en pos de un objetivo planteado)
23.- Cualquiera de los que pasan por tu lado en la vía pública, o te saludan amablemente en el salón, te arrancaría ferozmente tu salvavidas, en caso de naufragio. (El que salva, no se salva)
24.- Son los excesivamente buenos los que ven más claramente la perversidad humana; porque esta se despoja de toda simulación delante de ellos.
25.- Pero, como los excesivamente buenos son excesivamente tontos, no son capaces de utilizar de ningún modo semejante descubrimiento, y van como lanzados a que los devoren.
26.- Cada vez que te conmuevan las lágrimas de alguien, enciérrate en el más profundo agujero de tu casa y aplícate cien bofetadas en pleno rostro, por femenino y miserable. (Si no adherís a ninguna religión que mendigue el amor y la compasión es muy difícil que esto se de)
27.- Ni tus hermanos son tus hermanos.
28.- A aquel que no tenga nada más que un pedazo de capa para resguardarse del invierno, arráncaselo de los hombros y déjale desnudo
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1.- Los héroes debieran morir inmediatamente de producido su acto heroico, a fin de que no caigan en la cobardía de la lamentación y el gemido. ( Lo cual es un razonamiento falaz; ya que un héroe debe serlo siempre: antes, durante y después del acto heroico. No se puede empezar lo que no se puede terminar)
2.- No hay lágrimas más fastidiosas que las de aquellos que pudiendo ser no lo fueron.
3.- Una vida gastada, aunque haya sido la más útil, es un andrajo despreciable.
4.-"Lo que no sirve no estorba" y lo que estorba debe ser removido. (Cuchillito que no corta; que se pierda;¿Qué me importa?)
5.- El convencimiento del propio desequilibrio es la sola chispa de luz que alumbra en el cerebro de los insanos: todo enajenado sabe que lo está. (¿?)
6.- Aquel que se presenta cubierto de lodo en una sala, causa repulsión general, aunque vuelva de realizar los doce trabajos de Hércules juntos.
7.- En el mundo no se averigua ni la razón de ser de las máculas, ni el origen de los perfumes. (Todos aceptan la verdad o la realidad de algo sin preguntarse por las razones que lo justifican)
8.- No hay cosa más espantosa que sobrevivirse.
9.- No valer ya, es más doloroso que no haber valido nunca.
10.- El que pone manteles de seda en las mesas ajenas, se expone a carecer de pan en la suya propia. (Esto también lo dijo Lucio V. Mansilla y los apóstoles)
11.- Pedir es una manera de robar. ( Y si no hay otra….!)
12.- De cien que se te presenten lacrimosos, los noventa y nueve se han untado los ojos con alguna sustancia cáustica. (Amen)
13.- No todos los traidores se ahorcan; porque, si así fuera, no habría un solo árbol sin un Judas pendiente.
14.- Cuando repartas tu pan entre los pobres, hazlo convencido de que practicas una injusticia: no hay un solo muerto de hambre que sea digno del mendrugo que se le arroja. (No se debe fomentar la vagancia, la inutilidad y la incapacidad)
15.- Toda mano está condenada a herir y toda espalda tiene un sitio aparente para el estiletazo.
16.- Nadie que haya hecho algo bueno ha querido hacerlo. (Siempre nos motiva el miedo al castigo divinooo!!!!)
17.- ¡Aquel más criminal y más vil, todavía es más!
18.- El que se hace temer, concluye por hacerse amar. (¿?)
19.- Nunca quieras conocer los secretos ajenos, si no eres capaz de manejarlos como a un par de riendas. (¿Sabes guardar un secreto?, Si, yo también!!)
20.- Nadie está tan alto, que no esté al alcance de la mano de su enemigo.
21.- No todos los que perdonan, perdonan; porque perdonar no es no vengarse.
22.- A muchas privaciones se suele someter el hombre voluntario, nada más que para conquistar el derecho de que le pronuncien un discurso sobre su cajón, antes de enterrarlo. (Mucho hay que arriesgar y sacrificar en pos de un objetivo planteado)
23.- Cualquiera de los que pasan por tu lado en la vía pública, o te saludan amablemente en el salón, te arrancaría ferozmente tu salvavidas, en caso de naufragio. (El que salva, no se salva)
24.- Son los excesivamente buenos los que ven más claramente la perversidad humana; porque esta se despoja de toda simulación delante de ellos.
25.- Pero, como los excesivamente buenos son excesivamente tontos, no son capaces de utilizar de ningún modo semejante descubrimiento, y van como lanzados a que los devoren.
26.- Cada vez que te conmuevan las lágrimas de alguien, enciérrate en el más profundo agujero de tu casa y aplícate cien bofetadas en pleno rostro, por femenino y miserable. (Si no adherís a ninguna religión que mendigue el amor y la compasión es muy difícil que esto se de)
27.- Ni tus hermanos son tus hermanos.
28.- A aquel que no tenga nada más que un pedazo de capa para resguardarse del invierno, arráncaselo de los hombros y déjale desnudo
Samara Acosta- Cantidad de envíos : 3488
Fecha de inscripción : 10/01/2011
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- Mensaje n°85
Re: Pedro B. Palacios (ALMAFUERTE) (1854-1917)
Funebre
I
La montaña que tiembla, porque siento
germen de cataclismo en sus entrañas;
el huracán que gemebundo emigra
quién sabe a qué región y qué distancia;
el mar que ruge protestando airado
de la ley del nivel que lo avasalla;
los mundos del sistema -¡tristes mundos!-
que al sol de Dios obedeciendo pasan
como en la arena de la pista el potro
a latigazos -¡noble potro!- salta;
no tienen sobre sí más amargura
que la que hospeda en sus desiertos mi alma,
porque yo arrastro sobre mí -¡y no puedo!-
como un cuerpo podrido, ¡la esperanza!
II
Tú que vives la vida de los justos
allá junto a tu Dios arrodillada,-
yo no creo ni aguardo, pero pienso
que haya hecho Dios un cielo para tu alma,-
dame un rayo de luz -¡uno tan solo!-
que restaure mi fuerza desmayada,
que ilumine mi mente que se anubla,
que reanime mi fe que ya se apaga...
dame un beso de amor -¡uno siquiera!-
aquí, sobre esta frente que besabas;
aquí, sobre estos labios que otros labios
han besado con ósculos de infamia;
aquí, sobre estos ojos que no tienen
nada más, ¡oh mi madre!, que tus lágrimas.
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I
La montaña que tiembla, porque siento
germen de cataclismo en sus entrañas;
el huracán que gemebundo emigra
quién sabe a qué región y qué distancia;
el mar que ruge protestando airado
de la ley del nivel que lo avasalla;
los mundos del sistema -¡tristes mundos!-
que al sol de Dios obedeciendo pasan
como en la arena de la pista el potro
a latigazos -¡noble potro!- salta;
no tienen sobre sí más amargura
que la que hospeda en sus desiertos mi alma,
porque yo arrastro sobre mí -¡y no puedo!-
como un cuerpo podrido, ¡la esperanza!
II
Tú que vives la vida de los justos
allá junto a tu Dios arrodillada,-
yo no creo ni aguardo, pero pienso
que haya hecho Dios un cielo para tu alma,-
dame un rayo de luz -¡uno tan solo!-
que restaure mi fuerza desmayada,
que ilumine mi mente que se anubla,
que reanime mi fe que ya se apaga...
dame un beso de amor -¡uno siquiera!-
aquí, sobre esta frente que besabas;
aquí, sobre estos labios que otros labios
han besado con ósculos de infamia;
aquí, sobre estos ojos que no tienen
nada más, ¡oh mi madre!, que tus lágrimas.
Samara Acosta- Cantidad de envíos : 3488
Fecha de inscripción : 10/01/2011
Localización : Madrid
- Mensaje n°86
Re: Pedro B. Palacios (ALMAFUERTE) (1854-1917)
14
Ame a Dios solo en Dios, y no en ninguno;
Y si al triunfo de Dios es oportuno..
¡Bese con la traición del lscariote!
"Clamó, con el valor de los insanos,
El viejo Apóstol, sin temer su mengua,
Mientras los canes, con cristiana lengua,
Le ungían caridad sobre las manos.
V
Y siguió con apóstrofes más duros,
Y hablando a todos, pues hablaba solo:
"Más fría que los témpanos del polo
Tiene que ser el alma de los puros.
"Virtud es solidez, feroz arraigo
Que ninguna potencia desarraiga;
Y el puro ha de decir: caiga quien caiga,
Yo me quedo en mi torre... ¡y no me caigo!
"Con Amor, nada más, nadie resiste
La sugestión de una conciencia en ruina:
Vale más inyectarse de morfina
Que de una sola lágrima del triste.
"Con atrayente, gemidor murmurio.
Rueda la vida trágica del foso,
Y un perfume sutil y capitoso
Brota de los andrajos del tugurio.
Samara Acosta- Cantidad de envíos : 3488
Fecha de inscripción : 10/01/2011
Localización : Madrid
- Mensaje n°87
Re: Pedro B. Palacios (ALMAFUERTE) (1854-1917)
Jorge Muñoz- Cantidad de envíos : 1668
Fecha de inscripción : 25/06/2009
Edad : 76
Localización : San José,Costa Rica
- Mensaje n°88
Re: Pedro B. Palacios (ALMAFUERTE) (1854-1917)
Incrédible poeta. No lo conocía. Saludos
Evangelina Valdez- Administrador-Moderador
- Cantidad de envíos : 7495
Fecha de inscripción : 24/07/2009
Edad : 68
- Mensaje n°89
Re: Pedro B. Palacios (ALMAFUERTE) (1854-1917)
Samara, en verdad que era "fuerte" el hombre, sus letras impactan y sacuden el alma del que la tenga muy "blandita" jajajajajaja por eso él era el del alma-fuerte jajajajaja.
Te sigo ahh besos preciosa y mi saludo cariñoso:
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"LA MORTAJA"
Esa seda que relaja
tus procederes cristianos
es obra de unos gusanos
que labraron tu mortaja,
también en la región baja
la tuya han de devorar.
¿De qué, pues, te has de jactar,
ni en qué tus glorias consisten,
si unos gusanos te visten
y otros te han de desnudar.
"Poema de Pedro B Palacios
""Almafuerte"""
-------- 000 -------
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"EL BORRÓN"
Haciendo revisación
De las que antaño me amaban,
Sus nombres hallé que estaban
Cubiertos con un borrón..
Lleno de tribulación
Por aquel acaso cruel,
Quise arrancar del papel
Borrón tan impertinente,
Y al intentarlo imprudente,
Salió lo escrito con él.
¡Oh, qué negros y encontrados,
Pensamientos me afligían,
Cuáles y cuántos serían
Aquellos nombres borrados!
Y con los ojos nublados
Y el alma de afán cubierta
Salí buscando la puerta
Del hogar donde nací,
Nadie respondió ¡ay de mí!
La casa estaba desierta
¡Adelante! dije yo,
No quiero desesperar
Y fui la casa a buscar
De la mujer que me amó;
Mas como nadie salió,
Llamé con voz lastimera
Si sabrían de quién fuera
De tantos un solo nombre
Y de adentro gritó un hombre
Que el nombre de ella no era!
Oh, qué blasfemia execrable!
¡Oh, qué rugido tan hondo
Rasgó el aire desde el fondo
De mi pecho miserable!,
Roto estaba el frágil cable
De mi vida en un segundo
Del abismo en lo profundo
Desangrado, herido y solo,
Para mí de polo a polo
Mar sin playas era el mundo
Y tambaleante y sombrío
Cual un crápula beodo,
Que hastiado y harto de todo
Para él todo está vacío;
Tomé camino hacia el río
Buscando en su fondo inerte
A mi vida mejor suerte
A mi orfandad un asilo
Porque el puerto más tranquilo,
Es sin duda el de la muerte
Llegué a la margen, y al ver
Cómo el agua dormitaba
recién recordé que estaba
Suspendido del no ser;
Quise a la vida volver
De la muerte horrorizado,
Cuando un brazo despiadado
Me despeñó, y al hundirme,
Sentí la voz maldecirme
Del amigo más amado!
Muerto ya porque estoy muerto,
Mi espíritu sin consuelo
Subió inspirado al cielo
Como al más seguro puerto;
¡Ay! para todos abierto
Está siempre aquel lugar,
Y cuando mi alma al llamar
Llegó con humilde voz,
Con su mano el mismo Dios
Vino la entrada a cerrar!
Y desde entonces proscrita
Buscando reposo y calma,
Otra vez cautiva el alma
Dentro mi pecho se agita;
Allí está la pobrecita
Como perla en negro velo
Ensayando siempre el vuelo
Que la lleve en un segundo,
Lejos, muy lejos del mundo,
Lejos, muy lejos del cielo.
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Te sigo ahh besos preciosa y mi saludo cariñoso:
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"LA MORTAJA"
Esa seda que relaja
tus procederes cristianos
es obra de unos gusanos
que labraron tu mortaja,
también en la región baja
la tuya han de devorar.
¿De qué, pues, te has de jactar,
ni en qué tus glorias consisten,
si unos gusanos te visten
y otros te han de desnudar.
"Poema de Pedro B Palacios
""Almafuerte"""
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De las que antaño me amaban,
Sus nombres hallé que estaban
Cubiertos con un borrón..
Lleno de tribulación
Por aquel acaso cruel,
Quise arrancar del papel
Borrón tan impertinente,
Y al intentarlo imprudente,
Salió lo escrito con él.
¡Oh, qué negros y encontrados,
Pensamientos me afligían,
Cuáles y cuántos serían
Aquellos nombres borrados!
Y con los ojos nublados
Y el alma de afán cubierta
Salí buscando la puerta
Del hogar donde nací,
Nadie respondió ¡ay de mí!
La casa estaba desierta
¡Adelante! dije yo,
No quiero desesperar
Y fui la casa a buscar
De la mujer que me amó;
Mas como nadie salió,
Llamé con voz lastimera
Si sabrían de quién fuera
De tantos un solo nombre
Y de adentro gritó un hombre
Que el nombre de ella no era!
Oh, qué blasfemia execrable!
¡Oh, qué rugido tan hondo
Rasgó el aire desde el fondo
De mi pecho miserable!,
Roto estaba el frágil cable
De mi vida en un segundo
Del abismo en lo profundo
Desangrado, herido y solo,
Para mí de polo a polo
Mar sin playas era el mundo
Y tambaleante y sombrío
Cual un crápula beodo,
Que hastiado y harto de todo
Para él todo está vacío;
Tomé camino hacia el río
Buscando en su fondo inerte
A mi vida mejor suerte
A mi orfandad un asilo
Porque el puerto más tranquilo,
Es sin duda el de la muerte
Llegué a la margen, y al ver
Cómo el agua dormitaba
recién recordé que estaba
Suspendido del no ser;
Quise a la vida volver
De la muerte horrorizado,
Cuando un brazo despiadado
Me despeñó, y al hundirme,
Sentí la voz maldecirme
Del amigo más amado!
Muerto ya porque estoy muerto,
Mi espíritu sin consuelo
Subió inspirado al cielo
Como al más seguro puerto;
¡Ay! para todos abierto
Está siempre aquel lugar,
Y cuando mi alma al llamar
Llegó con humilde voz,
Con su mano el mismo Dios
Vino la entrada a cerrar!
Y desde entonces proscrita
Buscando reposo y calma,
Otra vez cautiva el alma
Dentro mi pecho se agita;
Allí está la pobrecita
Como perla en negro velo
Ensayando siempre el vuelo
Que la lleve en un segundo,
Lejos, muy lejos del mundo,
Lejos, muy lejos del cielo.
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Samara Acosta- Cantidad de envíos : 3488
Fecha de inscripción : 10/01/2011
Localización : Madrid
- Mensaje n°90
Re: Pedro B. Palacios (ALMAFUERTE) (1854-1917)
Muchas gracias Evangelina,por tus aportes y por tu cariño. besitos tropecientos para ti.
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