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Otros poemas de José Asunción Silva:
De poemas de adolescencia y juventud (1880-1884):
COMO RECUERDO DE SU AMOR SINCERO...
Como recuerdo de su amor sincero,
recuerdo dulce y único
de aquel amor suave y melancólico
cual la luz del crepúsculo,
guardo en un cofrecito plateado
unas rosas de musgo,
las contemplo en mis horas de alegría,
las beso cuando sufro,
¡aún guardan el perfume penetrante
de los cabellos suyos!
Cuando bajo la tierra muda y fría
duerma, lejos del mundo,
cuando el ramaje de movible sauce
cobije mi sepulcro,
¡sobre la piedra que mis restos vele
poned el ramo mustio!
JUNTOS LOS DOS
Juntos los dos reímos cierto día
¡ay, y reímos tanto
que toda aquella risa bulliciosa
se tornó pronto en llanto.
Después, juntos los dos, en cierta noche,
lloramos mucho, tanto,
que quedó como huella de las lágrimas
un misterioso encanto.
Huyen hondos suspiros de la orgía
entre las copas cálidas,
¡sólo en el agua amarga de los mares,
se forjan perlas pálidas!
(17 de Mayo de 1884)
De Poemas de madurez (1885-1895):
VEJECES
Las cosas viejas, tristes, desteñidas,
sin voz y sin color, saben secretos
de las épocas muertas, de las vidas
que ya nadie conserva en la memoria,
y a veces a los hombres, cuando inquietos
las miran y las palpan, con extrañas
voces de agonizante dicen, paso,
casi al oído, alguna rara historia
que tiene oscuridad de telarañas,
sOn de laúd, y suavidad de raso.
¡Colores de anticuada miniatura,
hoy, de algún mueble en el cajón, dormida;
cincelado puñal; carta borrosa,
tabla en que se deshace la pintura
por el tiempo y el polvo ennegrecida;
histórico blasón, donde se pierde
la divisa latina, presuntuosa,
medio borrada por el liquen verde;
misales de las viejas sacristías;
de otros siglos fantásticos espejos
que en el azogue de las lunas frías
guardáis de lo pasado los reflejos;
arca, en un tiempo de ducados llena,
crucifijo que tanto moribundo
humedeció con lágrimas de pena
y besó con amor grave y profundo;
negro sillón de Córdoba; alacena
que guardaba un tesoro peregrino
y donde anida la polilla sola;
sortija que adornaste el dedo fino
de algún hidalgo de espadín y gola;
mayúsculas del viejo pergamino;
batista tenue que a vainilla hueles;
seda que te deshaces en la trama
confusa de los ricos brocateles;
arpa olvidada que al sonar, te quejas;
barrotes que formáis un monograma
incomprensible en las antiguas rejas,
el vulgo os huye, el soñador os ama
y en vuestra muda sociedad reclama
las confidencias de las cosas viejas.
El pasado perfuma los ensueños
con esencias fantásticas y añejas
y nos lleva a lugares halagüeños
en épocas distantes y mejores;
por eso a los poetas soñadores
les son dulces, gratísimas y caras,
las crónicas, historias y consejas,
las formas, los estilos, los colores,
las sugestiones místicas y raras
y los perfumes de las cosas viejas.
RESURRECCIONES
Como Naturaleza,
cuna y sepulcro eterno de las cosas,
el alma humana tiene ocultas fuerzas,
silencios, luces, músicas y sombras.
Sobre una eterna esencia
pasos inestables de caducas formas
y senos ignorados
de la vida y la muerte se eslabonan.
Nacen follajes húmedos
de cuerpos descompuestos en las fosas,
adoraciones nuevas
de los altares en las aras rotas.
MARIPOSAS
En tu aposento tienes,
en urna frágil,
clavadas mariposas
que, si brillante
rayo de sol las toca,
parecen nácares
o pedazos de cielo,
cielos de tarde,
o brillos opalinos
de alas suaves;
y allí están las azules
hijas del aire,
fijas ya para siempre
las alas ágiles,
las alas, peregrinas
de ignotos valles
que, como los deseos
de tu alma amante,
a la aurora parecen
resucitarse
cuando de tus ventanas
las hojas abres
y da el sol en tus ojos
y en los cristales.
SERENATA
La calle está desierta; la noche fría,
velada por las nubes pasa la luna,
arriba está cerrada la celosía,
y las trémulas notas, una por una,
vibran cuando los dedos, fuertes y ágiles,
mientras la voz que canta, ternuras narra,
hacen que vibren todas las cuerdas frágiles
de la guitarra.
La calle está desierta, la noche fría,
en un espacio claro brilló la luna,
la voz tiene una vaga melancolía
y resuenan las notas, una por una.
Tal vez la serenata con su ruido
busca un alma de niña que ama y espera,
como buscan alares donde hacer nido
las golondrinas pardas en primavera.
La calle está desierta, la noche fría,
una nube borrosa cubrió la luna,
arriba ya está abierta la celosía
y se apagan las notas una por una.
El cantor, con los dedos fuertes y ágiles,
de la vieja ventana se asió a la barra
y dan como un suspiro las cuerdas frágiles
de la guitarra.
DÍA DE DIFUNTOS
La luz vaga... opaco el día,
la llovizna cae y moja
con sus hilos penetrantes la ciudad desierta y fría.
Por el aire tenebroso ignorada mano arroja
un oscuro velo opaco de letal melancolía,
y no hay nadie que, en lo íntimo, no se aquiete y se recoja
al mirar las nieblas grises de la atmósfera sombría
y al oír en las alturas
melancólicas y oscuras
los acentos dejativos
y tristísimos e inciertos
con que suenan las campanas
¡las campanas plañideras que les hablan a los vivos
de los muertos!
Y hay algo angustioso e incierto
que mezcla a ese sonido su sonido,
e inarmónico vibra en el concierto
que alzan los bronces al tocar a muerto,
por todos los que han sido.
Es la voz de una campana
que va marcando la hora,
hoy lo mismo que mañana,
rítmica, igual y sonora;
una campana se queja,
y la otra campana llora,
ésa tiene voz de vieja,
ésta de niña que ora.
Las campanas más grandes, que dan un doble recio,
suenan con un acento de místico desprecio,
mas la campana que da la hora
ríe, no llora.
Tiene en su timbre seco sutiles ironías,
su voz parece que habla de goces, de alegrías,
de placeres, de citas, de fiestas y de bailes,
de las preocupaciones que llenan nuestros días,
es una voz del siglo entre un coro de frailes,
y con sus notas se ríe,
escéptica y burladora,
de la campana que ruega,
de la campana que implora
y de cuanto aquel coro conmemora,
y es porque con su retintín
ella midió el dolor humano
y marcó del dolor el fin.
Por eso se ríe del grave esquilón
que suena allá arriba con fúnebre son,
por eso interrumpe los tristes conciertos
con que el bronce santo llora por los muertos...
¡No la oigáis, oh bronces, no la oigáis, campanas,
que con la voz grave de ese clamoreo
rogáis por los seres que duermen ahora
lejos de la vida, libres del deseo,
lejos de las rudas batallas humanas!
¡Seguid en el aire vuestro bamboleo,
no la oigáis, campanas!
Contra lo imposible ¿qué puede el deseo?
Allá arriba suena,
rítmica y serena,
esa voz de öro
y sin que lo impidan sus graves hermanas
que rezan en coro,
la campana del reló
suena, suena, suena ahora
y dice que ella marcó
con su vibración sonora
de los olvidos la hora,
que, después de la velada
que pasó cada difunto,
en una sala enlutada
y con la familia junto
en dolorosa actitud,
mientras la luz de los cirios
alumbraba el ataúd
y las coronas de lirios,
que después de la tristura,
de los gritos de dolor,
de las frases de amargura,
del llanto desgarrador,
marcó ella misma el momento
en que con la languidez
del luto huyó el pensamiento
del muerto, y el sentimiento
seis meses más tarde o diez...
Y hoy, día de muertos, ahora que flota,
en las nieblas grises la melancolía,
en que la llovizna cae, gota a gota,
y con sus tristezas los nervios embota
y envuelve en un manto la ciudad sombría,
ella que ha medido la hora y el día
en que a cada casa, lúgubre y vacía
tras del luto breve volvió la alegría;
ella que ha marcado la hora del baile
en que al año justo, un vestido aéreo
estrena la niña cuya madre duerme,
olvidada y sola, en el cementerio,
suena indiferente a la voz de fraile
del esquilón grave y a su canto serio;
ella que ha medido la hora precisa
en que a cada boca que el dolor sellaba,
como por encanto, volvió la sonrisa,
esa precursora de la carcajada,
ella que ha marcado la hora en que el viudo
habló de suicidio y pidió el arsénico
cuando aún en la alcoba, recién perfumada,
flotaba el aroma del ácido fénico,
y ha marcado luego la hora en que, mudo
por las emociones con que el goce agobia,
para que lo unieran con sagrado nudo,
a la misma iglesia fue con otra novia,
ella no comprende nada del misterio
de aquellas quejumbres que pueblan el aire
y lo ve en la vida todo jocoserio
y sigue marcando con el mismo modo,
el mismo entusiasmo y el mismo desgaire
la huida del tiempo que lo borra todo!
¡Y eso es lo angustioso y lo incierto,
que flota en el sonido,
esa es la nota irónica que vibra en el concierto
que alzan los bronces al tocar a muerto.
por todos los que han sido!
Esa es la voz fina y sutil
de vibraciones de cristal
que, con acento juvenil
indiferente al bien y al mal,
mide lo mismo la hora vil
que la sublime o la fatal
y resuena en las alturas,
melancólicas y oscuras,
sin tener en su tañido
claro, rítmico y sonoro,
los acentos dejativos
y tristísimos e inciertos
de aquel misterioso coro,
con que ruegan las campanas, las campanas,
¡las campanas plañideras
que les hablan a los vivos
de los muertos!
De Gotas amargas:
LENTES AJENOS
Al través de los libros amó siempre
mi amigo Juan de Dios
y tengo presunciones de que nunca
supo lo que es amor.
Apenas le apuntaba el bozo cuando,
muy dado a Lamartine,
hizo de Rafael, con una Julia
que se encontró en Choachí.
Tras de un largo estudio obtuvo luego
título de Doctor;
de Dumas La Dama de las Camelias
una noche leyó
y, creyéndola cierta como un texto
de Dujardin-Beaumetz,
fue el Armando Duval de una asquerosa
Margarita Gautier.
Después, estando en Tunja como médico
del hospital mayor,
dio en soñar con amores que ofrecían
menos complicación.
De Gustavo Flaubert prestóle un tomo
Antonio José Ruiz
y fue el Rodolfo Boulanger de una
Madama Bovary.
Pasada aquella crisis formidable
con Ana se casó;
siguieron cuatro meses de ternuras
a lo Gustavo Droz.
Todo hubiera marchado a maravillas
en esa unión feliz
sin la influencia fatal de una novela
que le dañó el magín:
leyó de Emilio Zola un solo tomo
y se creyó Muffat
de Aniceta Contreras, que era entonces
una semi-Naná.
Y así pasó la vida entre los sueños
y llegó de ella al fin
dejando tres chicuelos y una esposa
que fue muy infeliz.
Al través de los libros amó siempre
mi amigo Juan de Dios,
y tengo presunciones de que nunca
supo lo que es amor.
PSICOTERAPÉUTICA
Si quieres vivir muchos años
y gozar de salud cabal,
ten desde niño desengaños,
practica el bien, espera el mal.
Desechando las convenciones
de nuestra vida artificial,
lleva por regla en tus acciones
esta norma: ¡lo natural!
De los filósofos etéreos
huye la enseñanza teatral
y aplícate buenos cauterios
en el chancro sentimental.
FILOSOFÍAS
De placeres carnales el abuso,
de caricias y besos,
goza, y ama con toda tu alma, iluso;
agótate en excesos.
Y si de la avariosis te librara
la sabia profilaxis,
al llegar los cuarenta, irás sintiendo
un principio de ataxia.
De la copa que guarda los olvidos
bebe el néctar que agota:
perderás el magín y los sentidos
con la última gota.
Trabaja sin cesar, batalla, suda,
vende vida por oro:
conseguirás una dispepsia aguda
mucho antes que un tesoro.
Y tendrás ¡oh placer!, de la pesada
digestión en el lance,
ante la vista ansiosa y fatigada
las cifras de un balance.
Al arte sacrifícate: ¡combina,
esculpe, pule, extrema!
¡Lucha, y en la labor que te asesina,
-lienzo, bronce o poema-
pon tu esencia, tus nervios, tu alma toda!
¡Terrible empresa vana,
pues que tu obra no estará a la moda
de pasado mañana!
No: sé creyente, fiel, toma otro giro
y la razón prosterna
a los pies del absurdo: ¡compra un giro
contra la vida eterna!
Págalo con tus goces; la fe aviva;
ora, medita, impetra;
y al morir pensarás: ¿Y si allá arriba
no me cubren la letra?
Mas si acaso el orgullo se resiste
a tanta abdicación,
si la fe ciega te parece triste,
confía en la razón.
Desprecia los placeres y, severo,
a la filosofía,
loco por encontrar lo verdadero,
consagra noche y día.
Compara religiones y sistemas
de la Biblia a Stuart Mill,
desde los escolásticos problemas
hasta lo más sutil
de Spencer y de Wundt y, consagrado
a sondear ese abismo,
lograrás este hermoso resultado:
no creer ni en ti mismo.
No pienses en la paz desconocida.
Mira, al fin, lo mejor
en el tumulto inmenso de la vida
es la paz interior.
Deja el estudio y los placeres; deja
la estéril lucha vana,
y, como Sakia-Muni lo aconseja,
húndete en el nirvana.
Excita del vivir los desengaños
y, en soledad contigo,
como un yogui senil, pasa los años
mirándote el ombligo.
De la vida del siglo ponte aparte;
del placer y el amigo,
escoge para ti la mejor parte
y métete contigo.
Y cuando llegues en postrera hora
a la última morada
sentirás una angustia matadora
de no haber hecho nada...
Hoy a las 9:47 am por Maria Lua
» CECILIA MEIRELES ( POETA BRASILEÑA)
Hoy a las 9:41 am por Maria Lua
» MARIO QUINTANA ( Brasil: 30/07/1906 -05/05/1994)
Hoy a las 9:40 am por Maria Lua
» CARLOS DRUMMOND DE ANDRADE (Brasil, 31/10/ 1902 – 17/08/ 1987)
Hoy a las 9:38 am por Maria Lua
» Stéphan Mallarmé (1842-1897)
Hoy a las 9:36 am por Maria Lua
» Luís Vaz de Camões (c.1524-1580)
Hoy a las 9:33 am por Maria Lua
» VICTOR HUGO (1802-1885)
Hoy a las 9:31 am por Maria Lua
» Rabindranath Tagore (1861-1941)
Hoy a las 8:37 am por Maria Lua
» Khalil Gibran (1883-1931)
Hoy a las 8:33 am por Maria Lua
» Yalal ad-Din Muhammad Rumi (1207-1273)
Hoy a las 8:28 am por Maria Lua