EL INVIERNO DE RITA
Rita ordena la noche de nuestra habitación: queda
poco vino
y estas flores son más grandes que mi cama.
Abre la ventana para que se perfume la hermosa noche.
Posa, allí, una luna en la silla. Coloca,
encima, el lago en torno a mi pañuelo para que las palmeras se eleven
cada vez más.
¿Te has vestido de otra? ¿Te ha habitado otra mujer
para sollozar así, cada vez que tus ramas enlazan mi tronco?
Frótame los pies y frota mi sangre para que conozcamos lo que
las tempestades y los torrentes han dejado como legado
de ti y de mí...
Rita duerme en el jardín de su cuerpo.
Sobre sus uñas, las moras del bosque iluminan la sal en
mi cuerpo. Te quiero. Dos pájaros se han dormido bajo mi mano...
la ola del noble trigo se ha dormido sobre su pausada respiración,
una rosa roja se ha dormido en el vestíbulo,
la noche breve se ha dormido
y el mar se ha dormido frente a mi ventana, al ritmo de Rita,
asciende y desciende en los rayos de su pecho desnudo. Duerme
entre tú y yo, y no cubras la profunda penumbra del oro entre nosotros.
Duerme con una mano en torno al eco
y la otra esparciendo la soledad de los bosques, duerme
entre la camisa pistacho y la silla limón, duerme
cual caballo en las banderas de la noche de su boda...
El relincho cesa
y cesan las colmenas de abejas en nuestra sangre. ¿Estaba allí
Rita? ¿Estábamos juntos?
Rita partirá dentro de unas horas dejando su sombra
cual celda blanca. ¿Dónde nos encontraremos?
Pregunta a sus manos, y yo miro a la lejanía.
El mar está detrás de la puerta y el desierto está detrás del mar. Bésame en
los labios, dice. ¡Oh, Rita!, le respondo. ¿Partiré de nuevo,
teniendo uvas y un recuerdo, abandonado por las estaciones
entre el signo y la expresión, como una idea?
¿Qué dices?
Nada, Rita, imito al héroe de una canción
sobre la maldición del amor asediado por espejos...
¿De mí?
Y de dos sueños en una almohada que se cruzan y huyen. Uno
saca un cuchillo y el otro confía los mandamientos a la flauta.
No comprendo el significado, dice ella.
Ni yo, mi lenguaje está hecho de fragmentos
semejantes a la salida de una mujer del sentido, y los caballos se suicidan
al final del hipódromo.
Rita bebe el té matutino
y pela la primera manzana con sus diez lirios.
Me dice:
No leas ahora el periódico, los tambores son los tambores
y la guerra no es mi oficio. Yo soy yo. ¿Tú eres tú?
Yo soy
el que te ve cual gacela arrojándole sus perlas,
el que ve a su deseo corriendo tras de ti cual torrente,
el que nos ve perdidos en unicidad sobre la cama
y en divergencia, como el saludo de los desconocidos en el puerto. El exilio nos lleva
en su viento, cual hoja, y nos arroja en los hoteles de los extranjeros
como cartas leídas deprisa.
¿Me llevarás contigo?
Seré el anillo de tu corazón desnudo. ¿Me llevarás contigo?
Seré tu traje en países que te han procreado para derribarte,
seré un cofre de hierbabuena que portará tu muerte
y tú serás mío, vivo o muerto.
El guía se ha perdido, Rita,
y el amor, como la muerte, es una promesa sin devolución ni caducidad.
Rita me prepara el día
cual perdiz que se aduja en sus zapatos de tacón alto.
Buenos días, Rita,
y nubes azules para los jazmines de tus axilas.
Buenos días, Rita,
y frutas para la luz del alba. Rita, buenos días.
Rita, retórname a mi cuerpo para que las agujas
de los pinos reposen un momento en mi sangre abandonada. Siempre que
abrazo a la torre de marfil, huyen de mis manos dos palomas.
Ella dice: regresaré cuando los días y los sueños cambien, Rita. Es largo
este invierno y nosotros somos lo que somos. No tomes mis palabras para decir: yo soy
la que viéndote colgado en el recinto, te bajó y te vendó las heridas.
Con sus lágrimas te lavó, antes de esparcir sus azucenas sobre ti,
y pasaste entre las espadas de sus hermanos y la maldición de su madre. Yo soy ella.
¿Pero tú eres tú?
Rita se levanta
de mis rodillas, visita a sus adornos y se recoge el pelo con una mariposa
de plata. La cola de caballo acaricia las pecas esparcidas
como intensas gotas de luz sobre el mármol femenino. Rita cose
el botón de la camisa mostaza. ¿Eres mío?
Soy tuyo, si dejas la puerta abierta sobre mi pasado. Yo tengo
un pasado que veo ahora naciendo de tu ausencia,
del chirrido del tiempo en la cerradura de esta puerta. Tengo
un pasado que veo, posado como la mesa, junto a nosotros,
tengo la espuma del jabón,
la miel salada,
el rocío
y el jenjibre.
Para ti, si quieres, los ciervos, las llanuras,
y las canciones, si quieres, para ti las canciones y las sorpresas.
Yo he nacido para amarte,
caballo que hace bailar a un bosque y en el coral surca tu ausencia.
He nacido dama para su caballero. Tómame para que te escancie
un vino definitivo, para curarme de ti en ti. Dame tu corazón:
he nacido para amarte.
He dejado a mi madre en los antiguos salmos maldiciendo al mundo y a tu pueblo
y he encontrado a los guardianes de la ciudad entregando tu amor al apetito del fuego.
He nacido para amarte.
Rita casca las nueces de mis días y los campos se ensanchan.
Esta tierra pequeña se reduce para mí a una habitación en una calle
en el piso bajo de un edificio en la montaña
que se asoma a la brisa del mar. Tengo una luna color vino, una piedra pulida,
una parte del espectáculo de las olas viajando por las nubes, una parte
del libro del Génesis, del libro de Job y de
la fiesta de la cosecha, una parte de lo que he poseído y del pan de mi madre.
Tengo una parte de la azucena de los valles en los versos de los enamorados antiguos.
Tengo mi parte de la sabiduría de los enamorados: la víctima ama el rostro de su asesino,
si cruzas el río, Rita.
¿Y dónde está el río? Dice ella.
En ti y en mí hay un único río, le respondo,
y de mí fluye sangre y memoria.
Los guardianes no me han dejado una puerta para entrar. Me apoyo en el horizonte
y miro hacia abajo,
hacia arriba
alrededor
y no encuentro
horizonte para mirar. No encuentro en la claridad sino mi mirada
dirigiéndose hacia mí y le digo: regresa de nuevo a mí, y yo quizás vea
un horizonte que un mensajero restaura
con una carta de dos breves palabras: tú y yo,
una pequeña alegría en una cama estrecha, una alegría mínima.
Todavía no nos han matado, Rita, ¡qué pesado es este invierno, Rita,
y qué frío!
Rita canta sola
a las cartas de su lejano exilio nórdico: he dejado a mi madre sola
junto al lago, sola, llorando mi infancia lejana tras ella,
y todas las noches duerme sobre mi pequeña trenza.
Madre, he roto mi infancia y me he convertido en una mujer que cría a su pecho
en los labios del amado. Rita gira sobre Rita sola:
no hay tierra para dos cuerpos en un cuerpo y no hay exilio para el exilio
en estas habitaciones pequeñas. La salida es la entrada.
En vano cantamos entre dos precipicios. Partamos para que aparezca el camino.
No puedo, ni yo -dice ella sin decirlo,
y calma a los caballos en su sangre: ¿vendrá la golondrina
de una tierra lejana, oh extraño y amado, a tu jardín solitario?
Llévame a una tierra lejana.
Llévame a la tierra lejana, solloza Rita, ¡qué largo
es este invierno!
Y rompe la porcelana del día en la reja de la ventana,
posa su pequeño revólver en el borrador del poema,
arroja las medias en la silla y se rompe el zureo.
Ella parte, descalza, hacia lo desconocido y la hora de mi partida llega.
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