El espacio actual del lenguaje poético. Josep Maria Sala-Valldaura: "Entre el simio y Platón", capítulo IV. Editorial Moll. Palma de Mallorca, 2007. Traducción del catalán de Pedro Casas Serra
El lector de estas líneas se dará cuenta fácilmente que corresponden a una serie de cuestiones estéticas que, a parecer mío, tendrían que estar más presentes en el panorama poético catalán actual, para hacer frente a un cierto reduccionismo posmodernista. El rechazo por parte de algunos poetas a la larga tradición de la modernidad (romanticismo, simbolismo, vanguardismo...) se ha vuelto, desgraciadamente, una coartada para simplificar el referente y embotar el lenguaje poético. No vale recurrir al cobijo del pensamiento poético irónico de Gabriel Ferrater, porque Ferrater también rechazaba la ausencia de reflexión y la estrechez intelectual. Adelgazar la realidad o el lenguaje, negligir el ars o despreciar el ingenium (por ejemplo, contra toda investigación fonética de significación) es una cosecha muy triste, estaremos todos de acuerdo. La diversidad y la robustez del discurso poético parecen necesarias contra la simplicidad teórica y la tontería práctica. Y en el supuesto de que, como autores o lectores, nos quisiéramos escapar de la red que el lenguaje ha tejido, tampoco lo podríamos conseguir: la ciencia y la historia se envuelven desde hace siglos, de tal manera que hacen imposible un discurso poético fuera de la malla.
La industrialización editorial y la investigación del gran público no tienen que implicar ningún tipo de dejadez a la hora de escribir y de pensar por parte de quienes quieren tener un papel en la literatura. Xavier Bru de Sala asegura:
La alta literatura sólo tiene garantías de persistir si, como los resultados de la investigación o del pensamiento, se dirige en primer lugar a un público restringido y formado y, distinguiéndose de la cultura de masas, cambia la tendencia actual y constituye un mundo propio formado por autores, estudiosos, público y editores, y dotado de los imprescindibles mecanismos de relación, de comunicación y de intermediación.
El espacio actual del lenguaje poético no puede ser limitado por un escepticismo relativista o por un par de corrientes predominantes. El cotilleo, la chuminada, la descalificación por todo tipo de prejuicios o apriorismos no pueden remplazar el debate estético. En este debate se sientan a la mesa lo bueno y mejor de los poetas modernos y, si son invitados, los filósofos, los místicos, los científicos. A favor de la poesía de la experiencia (no haría falta si no, después de Cavafis y Cernuda) y a favor de la experiencia de la poesía; es decir, de todas las experiencias, igual si se relacionan con el lenguaje, el poeta, la realidad o la realidad menos evidente. Sobre la mesa, torres de marfil, alfiles blancos y peones negros son amigos y comparten la partida, de acuerdo o discutiéndola.
No queremos, en estas líneas, divisar todo el espacio que el lenguaje poético actual ha heredado. Nos limitaremos a exponer algunas ideas sobre tres cuestiones capitales: en primer lugar, ¿hasta qué punto el sujeto poético se identifica con el poeta o hasta qué otro se identifica con la corriente verbal del curso poético?; en segundo lugar, ¿podemos defender algún tipo de relación entre las cosas y las palabras?; y en tercero, ¿qué alcance social y humano tienen el lenguaje poético y el poeta a estas alturas? Nos limitaremos, pues, a repasar tres parcelas, más o menos reconocibles en el pensamiento y la práctica de la poesía catalana actual: la autonomía del signo poético; la renuencia a aceptar la arbitrariedad y la linealidad de los sistemas lingüísticos, y el valor social y humano de un lenguaje poético que utiliza valores connotatvos minoritarios e incluso elitistas. Afortunadamente, se trata de tres parcelas que también han recibido la atención de un buen número de pensadores, críticos y poetas actuales: Paul de Man, Maurice Blanchot, Jacques Derrida, Pierre Bourdieu, Oliverio Girondo, Mahmud Darwix... Ellos nos ayudarán a argumentar con algo más de rigor y de profundidad, a pesar de que no acaben de esconder la subjetividad de sus razonamientos. Resulta obvio, además, que si creemos en la autonomía del lenguaje poético respecto al mundo, nos será muy difícil sostener el vínculo entre el signo y la realidad o interesarnos por el papel social y humano del poeta: al fin y al cabo, se trata de tres parcelas de cultivo y naturaleza muy distinguibles.
I. LA AUTONOMÍA DEL LENGUAJE POÉTICO
La idea que, a partir de 1866, Mallarmé mantuvo en un nivel puramente creativo ha encontrado una racionalización en Maurice Blanchot y una aplicación en Paul de Man. En efecto, el poeta francés no abolece el azar, pero sí el autor como agente intelectual y sentimental de su obra, que ahora es impulsada por el lenguaje sin tener que rendir cuentas a un referente real ni a ninguna experiencia comunicable vivida por el poeta. El surrealismo sustraerá el arte de los filtros estético y moral, pero Mallarmé lo había sustraído del ser humano y de las cosas: la pureza poética equivale a la abstracción, el extrañamiento, la deshumanización y la desreificació o descosificació. Por su parte, Rimbaud deconstruye la primera persona del singular, y "estos dos procedimientos -infiere George Steiner-, con todo lo que comportan, derriban los fundamento del edificio hebraico-helénico-cartesiano donde se alojaba la ratio y la psicología de la tradición comunicativa occidental. Evidentemente, la metáfora y el lenguaje poético en general alcanzan de este modo la máxima libertad.
No hay que abocarnos al abismo de la nada -el callejón sin salida donde Mallarmé nos ha conducido-, ni a la pérdida de la yoidad, de la identidad del yo. La obra se hace y es ("relampaguea", diría el poeta francés), se revela y revela como origen, ignorancia, posibilidad. Heidegger y Mallarmé coinciden: "El habla habla". En el espacio literario, una tal libertad del lenguaje aniquila el poder del autor e implicaría su mudez cuando habla:
El lenguaje no es un poder, no es el poder de decir. No es disponible, en él no disponemos de nada. Nunca es el lenguaje que hablo. En él yo no hablo nunca, nunca me dirijo a ti y nunca te interpelo. Todos estas características tienen una forma negativa. Esta negación, pero, sólo disfraza el hecho más esencial, el hecho que en este lenguaje todo vuelve a la afirmación: aquello que niega, en él afirma. Es que habla como ausencia. Allí donde no habla, ya habla; cuando cesa, persevera. No es silencioso, porque justamente el silencio en él se habla. La característica propia del habla habitual es que entenderlo forma parte de su condición. Pero, en este punto del espacio literario, el lenguaje no tiene entendimiento. He aquí el riesgo de la función poética. El poeta es quién entiende un lenguaje sin entendimiento. (Maurice Blanchot)
A pesar de que Paul de Man diagnostica la ceguera perceptiva de Blanchot, todos seriamos ciegos según la lectura deconstruccionista, aunque sólo fuera porque el referente es tachado y el texto está lleno de sentidos figurados; la responsabilidad del autor, su conciencia y la fidelidad referencial no existen. Paul de Man llega a conclusiones parecidas a las de Blanchot, a pesar de haber seguido un camino muy diferente: el texto afirma y niega su propio modelo retórico y no hace más que engendrar otros textos. Los de su crítica, por ejemplo. Similarmente, Jacques Derrida nos había avisado sobre el legado epistemológico e histórico del lenguaje, producción milenaria que desborda al autor y lo borra, condenado, de este modo, a reutilizar unos significantes que ya hemos recibido dotados de significado.
Desde otro ángulo, el dinamismo incesante del libro -ya liberado del autor (y del lector)- que Mallarmé proclama tiene suficientes concomitancias con la potencialidad que caracteriza el texto, según Hans Robert Jauss y la estética de la recepción. El autor, el logos, la retórica (con el sentido que le da Paul de Man), el azar... emiten un discurso con un código y un mensaje llenos de agujeros, que el receptor mira de llenar según su estilo de lectura y su competencia adecuando la expectativa. El dinamismo y la potencialidad de Un coup de dés son muy grandes, entre otras causas porque nos obliga a la vez a encontrar significación viéndolo y leyéndolo.
Lingüísticamente, y con la ayuda de la tipografía, la obra mallarmeana constata que las relaciones entre los signos poéticos no se sujetan a la coherencia semántica, a la cohesión sintáctica y a la cadena prosodemática. Sus poemas van más allá de aquello que los románticos habían vivido: van más allá del significante como significado por razones rítmicas, de acuerdo con la analogía que el comienzo del siglo XIX había encontrado entre el latido del poema y la respiración del universo. Para los románticos, el significado, el significante y el signo poético eran motivados y no arbitrarios, si puedo emplear los conceptos de Saussure. Para Mallarmé, "el canto brota de fuente innata: anterior a un concepto", y no hace falta esta motivación del signo respecto a las cosas. Con palabras de Maurice Blanchot, "no digo más: una flor; la dibujo con vocablos". (La palabra "rosa" es "la ausencia de toda rosa", según Mallarmé.) El espacio del poema acontecería, pues, en un lugar autónomo, autosuficiente en términos creativos y cognoscitivos.
(continuará)
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