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    Mensaje por Pedro Casas Serra Mar 15 Oct 2013, 15:40

    .


    PRÓLOGOS DE BORGES. De su obra "POESÍA COMPLETA", Debolsillo, 2013


    Prólogo general de la obra "Poesía completa"

    Este prólogo podría denominarse la estética de Berkeley, no porque la haya profesado el metafísico irlandés -una de las personas más queridas que en la memoria de los hombres perduran-, sino porque aplica a las letras el argumento que éste aplicó a la realidad. El sabor de la manzana (declara Berkeley) está en el contacto de la fruta con el paladar, no en la fruta misma; análogamente (diría yo) la poesía está en el comercio del poema con el lector, no en la serie de símbolos  que registran las páginas de un libro. Lo esencial es el hecho estético, el thrill, la modificación física que suscita cada lectura. Esto acaso no es nuevo, pero a mis años las novedades importan menos que la verdad.

    La literatura impone su magia por artificios; el lector acaba por reconocerlos y desdeñarlos; de ahí la constante necesidad de mínimas o máximas variaciones, que pueden recuperar un pasado o prefigurar un porvenir.

    He compilado en este volumen toda mi obra poética, salvo algún ejercicio cuya omisión nadie deplorará o notará y que (como de ciertos cuentos de Las mil y una noches dijo el arabista Edward William Lane) no podía ser purificado sin destrucción. He limado algunas fealdades, algún exceso de hispanismo o argentinismo, pero en general, he preferido resignarme a los diversos o monótonos Borges de 1923, 1925, 1929, 1960, 1964, 1969 así como al de 1976 y 1977. Esta suma incluye un breve apéndice o museo de poesía apócrifa.

    Como todo joven poeta, yo creí alguna vez que el verso libre es más fácil que el verso regular; ahora sé que es más arduo y que requiere la íntima convicción de ciertas páginas de Carl Sandburg o de su padre, Whitman.

    Tres suertes puede correr un libro de versos: puede ser adjudicado al olvido, puede no dejar una sola línea pero sí una imagen total del hombre que lo hizo, puede legar a las antologías unos pocos poemas.

    Si el tercero fuera mi caso yo  querría sobrevivir en el "Poema conjetural", en el "Poema de los dones", en "Everness", en "El Golem" y en "Límites". Pero toda poesía es misteriosa; nadie sabe del todo lo que le ha sido dado escribir. La triste mitología de nuestro tiempo habla dela subconsciencia o, lo que aún es menos hermoso, de lo subconsciente; los griegos invocaban la musa, los hebreos el Espíritu Santo; el sentido es el mismo.


    Prólogo a "Fervor de Buenos Aires" (1923)

    No he reescrito el libro. He mitigado sus excesos barrocos, he limado asperezas, he tachado sensiblerías y vaguedades y, en el decurso de esta labor a veces grata y otras veces incómoda, he sentido que aquel muchacho que en 1923 lo escribió ya era esencialmente -¿que significa esencialmente?- el señor que ahora se resigna o corrige. Somos el mismo; los dos descreemos del fracaso y del éxito, de las escuelas literarias y de sus dogmas; los dos somos devotos de Schopenhauer, de Stevenson y de Whitman. Para mí, Fervor de Buenos Aires prefigura todo lo que haría después. Por lo que dejaba entrever, por lo que prometía de algún modo, lo aprobaron generosamente Enrique Díez-Canedo y Alfonso Reyes.

    Como los de 1969, los jóvenes de 1923 eran tímidos. Temerosos de una íntima pobreza, trataban como ahora de escamotearla bajo inocentes novedades ruidosas. Yo, por ejemplo, me propuse demasiados fines: remedar ciertas fealdades (que me gustaban) de Miguel de Unamuno, ser un escritor español del siglo XVII, ser Macedonio Fernández, descubrir las metáforas que Lugones ya había descubierto, cantar un Buenos Aires de casas bajas y, hacia el poniente o hacia el Sur, de quintas con verjas.

    En aquel tiempo, buscaba los atardeceres, los arrabales y la desdicha; ahora, las mañanas, el centro y la serenidad.

    Buenos Aires, 18 de agosto de 1969


    Prólogo a "Luna de enfrente" (1925)

    Hacia 1905, Hermann Bahr decidió: "El único deber, ser moderno". Veintitantos años después, yo me impuse también esa obligación del todo superflua. Ser moderno es ser contemporáneo, ser actual: todos fatalmente lo somos. Nadie -fuera de cierto aventurero que soñó Wells- ha descubierto el arte de vivir en el futuro o en el pasado. No hay obra que no sea de su tiempo: la escrupulosa novela histórica Salammbô, cuyos protagonistas son los mercenarios de las guerras púnicas, es una típica novela francesa del  siglo XIX. Nada sabemos de la literatura de Cartago, que verosímilmente fue rica, salvo que no podía incluir un libro como el de Flaubert.

    Olvidadizo de que ya lo era, quise también ser argentino. Incurrí en la arriesgada adquisición de uno o dos diccionarios de argentinismos, que me suministraron palabras que hoy puedo apenas descifrar: madrejón, espadaña, estaca pampa...

    La ciudad de Fervor de Buenos Aires no deja nunca de ser íntima: la de este volumen tiene algo de ostentoso y de público. No quiero ser injusto con él. Una que otra composición -"El general Quiroga va en coche al muere"- posee acaso toda la vistosa belleza de una calcomanía; otras -"Manuscrito hallado en un libro de Joseph Conrad"- no deshonran, me permito afirmar, a quien las compuso. El hecho es que las siento ajenas; no me conciernen sus errores ni sus eventuales virtudes.

    Poco he modificado este libro. Ahora ya no es mío.

    Buenos Aires, 25 de agosto de 1969


    Prólogo de "Cuaderno San Martín" (1929)

    He hablado mucho, he hablado demasiado, sobre la poesía como brusco don del Espíritu, sobre el pensamiento como una actividad de la mente; he visto en Verlaine el ejemplo de puro poeta lírico; en Emerson, de poeta intelectual. Creo ahora que en todos los poetas que merecen ser releídos ambos elementos coexisten. ¿Cómo clasificar a Shakespeare o a Dante?

    En lo que se refiere a los ejercicios de este volumen, es notorio que aspiran a la segunda categoría. Debo al lector algunas observaciones. Ante la indignación de la crítica, que no perdona que un autor se arrepienta, escribo ahora "Fundación mítica de Buenos Aires" y no "Fundación mitológica", ya que la última palabra sugiere macizas divinidades de mármol. Esta composición, por lo demás, es fundamentalmente falsa. Edimburgo o York o Santiago de Compostela pueden mentir eternidad; no así Buenos Aires, que hemos visto brotar de un modo esporádico, entre los huecos y los callejones de tierra.

    Las dos piezas de "Muertes de Buenos Aires" -título que debo a Eduardo Gutiérrez- imperdonablemente exageran la connotación plebeya de la Chacarita y la connotación patricia de la Recoleta. Pienso que el énfasis de "Isidoro Acevedo" hubiera hecho sonreír a mi abuelo. Fuera de "Llaneza", "La noche que en el Sur lo velaron" es acaso el primer poema auténtico que escribí.

    Buenos Aires, 1969


    (continuará)


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    Mensaje por Walter Faila Miér 16 Oct 2013, 13:05

    Muy bueno Pedro, me quedó esto entre tantas cosas importantes e inteligentes que dice:

    Como todo joven poeta, yo creí alguna vez que el verso libre es más fácil que el verso regular; ahora sé que es más arduo y que requiere la íntima convicción de ciertas páginas de Carl Sandburg o de su padre, Whitman.
    Gracias, un abrazo

    Me queda Borges en éste poema que es uno de los que elige:

    Límites
    De estas calles que ahondan el poniente,
    una habrá (no sé cuál) que he recorrido
    ya por última vez, indiferente
    y sin adivinarlo, sometido

    a Quién prefija omnipotentes normas
    y una secreta y rígida medida
    a las sombras, los sueños y las formas
    que destejen y tejen esta vida.

    Si para todo hay término y hay tasa
    y última vez y nunca más y olvido
    ¿quién nos dirá de quién, en esta casa,
    sin saberlo, nos hemos despedido?

    Tras el cristal ya gris la noche cesa
    y del alto de libros que una trunca
    sombra dilata por la vaga mesa,
    alguno habrá que no leeremos nunca.

    Hay en el Sur más de un portón gastado
    con sus jarrones de mampostería
    y tunas, que a mi paso está vedado
    como si fuera una litografía.

    Para siempre cerraste alguna puerta
    y hay un espejo que te aguarda en vano;
    la encrucijada te parece abierta
    y la vigila, cuadrifronte, Jano.

    Hay, entre todas tus memorias, una
    que se ha perdido irreparablemente;
    no te verán bajar a aquella fuente
    ni el blanco sol ni la amarilla luna.

    No volverá tu voz a lo que el persa
    dijo en su lengua de aves y de rosas,
    cuando al ocaso, ante la luz dispersa,
    quieras decir inolvidables cosas.

    ¿Y el incesante Ródano y el lago,
    todo ese ayer sobre el cual hoy me inclino?
    Tan perdido estará como Cartago
    que con fuego y con sal borró el latino.

    Creo en el alba oír un atareado
    rumor de multitudes que se alejan;
    son lo que me ha querido y olvidado;
    espacio y tiempo y Borges ya me dejan.
    JLB


    _________________

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    Mensaje por cecilia gargantini Miér 16 Oct 2013, 16:13

    Gracias, querido Pedro, por traer a "nuestro" autor!!!!!!!!!!!!!!!!
    Besitossssssssssssssss
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    Mensaje por Pedro Casas Serra Vie 18 Oct 2013, 07:04

    Walter: Leer lo que piensa sobre su propia poesía y sobre la poesía en general un gran autor es muy interesante e instructivo, y Borges nos deja en sus prólogos muchas opiniones de gran interés, como la que tú recoges, que deshace un error habitual: que es más fácil escribir en verso libre que en verso regular. Cuando en realidad no hay una manera fácil de escribir buenos versos, escribir bien siempre es difícil cualquiera que sea el estilo elegido.

    Cecilia: Traer al Taller a Borges se justifica por su labor pedagógica y por el interés de sus explicaciones. Agradezco tu interés.

    Continúo dejando prólogos de Borges. Los que sigue, pertenecen a libros de poesía que publico treinta años después del último anterior, y su poesía había dado un cambio espectacular.

    Un abrazo.
    Pedro


    ..................



    Prólogo de "El Hacedor" (1960)

    A Leopoldo Lugones

    Los rumores de la plaza quedan atrás y entro en la Biblioteca. De una manera casi física siento la gravitación de los libros, el ámbito sereno de un orden, el tiempo disecado y conservado mágicamente. A izquierda y a derecha, absortos en su lúcido sueño, se perfilan los rostros momentáneos de los lectores, a la luz de las lámparas estudiosas, como en la hipálage de Milton. Recuerdo haber recordado ya esa figura, en este lugar, y después aquel otro epíteto que también define por el contorno, el árido camello del Lunario, y después aquel hexámetro de la Eneida, que maneja y supera el mismo artificio:

    Ibant obscuri sola sub nocte per umbram

    Estas reflexiones me dejan en la puerta de su despacho. Entro; cambiamos unas cuantas convencionales y cordiales palabras y le doy este libro. Si no me engaño, usted no me malquería, Lugones, y le hubiera gustado que le gustara algún trabajo mío. Ello no ocurrió nunca, pero esta vez usted vuelve las páginas y lee con aprobación algún verso, acaso porque en él ha reconocido su propia voz, acaso porque la práctica deficiente le importa menos que la sana teoría.

    En este punto se deshace mi sueño, como el agua en el agua. La vasta Biblioteca que me rodea está en la calle México, no en la calle Rodríguez Peña, y usted, Lugones, se mató a principios del treinta y ocho. Mi vanidad y mi nostalgia han armado una escena imposible. Así será (me digo) pero mañana yo también habré muerto y se confundirán nuestros tiempos y la cronología se perderá en un orden de símbolos y de algún modo será justo afirmar que yo le he traído este libro y que usted lo ha aceptado.

    Buenos Aires, 9 de agosto de 1960



    Epílogo de "El Hacedor" (1960)

    Quiera Dios que la monotonía esencial de esta miscelánea (que el tiempo ha compilado, no yo, y que admite piezas pretéritas que no me he atrevido a enmendar, porque las escribí con otro concepto de la literatura) sea menos evidente que la diversidad geográfica o histórica de los temas. De cuantos libros he entregado a la imprenta, ninguno, creo, es tan personal como esta colecticia y desordenada silva de varia lección, precisamente porque abunda en reflejos y en interpolaciones. Pocas cosas me han ocurrido y muchas he leído. Mejor dicho: pocas cosas me han ocurrido más dignas de memoria que el pensamiento de Schopenhauer o la música verbal de Inglaterra.

    Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara.

    Buenos Aires, 31 de octubre de 1960



    Prólogo de "El otro, el mismo" (1964)

    De los muchos libros de versos que mi resignación, mi descuido y a veces mi pasión fueron borroneando, El otro, el mismo es el que prefiero. Ahí están el "Otro poema de los dones", "El poema conjetural", "Una rosa y Milton" y "Junín", que si la parcialidad no me engaña, no me deshonran. Ahí están asimismo mis hábitos: Buenos Aires, el culto de los mayores, la germanística, la contradicción del tiempo que pasa y de la identidad que perdura, mi estupor de que el tiempo, nuestra substancia, pueda ser compartido.

    Este libro no es otra cosa que una compilación. Las piezas fueron escribiéndose para diversos moods y momentos, no para justificar un volumen. De ahí las previsibles monotonías, la repetición de palabras y tal vez de líneas enteras. En su cenáculo de la calle Victoria, el escritor -llamémoslo así- Alberto Hidalgo señaló mi costumbre de escribir la misma página dos veces, con variaciones mínimas. Lamento haberle contestado que él era no menos binario, salvo que en su caso particular la versión primera era de otro. Tales eran los deplorables modales de aquella época, que muchos miran con nostalgia. Todos queríamos ser héroes de anécdotas triviales. La observación de Hidalgo era justa: "Alexander Selkirk" no difiere notoriamente de "Odisea, libro vigésimo tercero"; "El puñal" prefigura la milonga que he titulado "Un cuchillo en el Norte" y quizá el relato "El encuentro". Lo extraño, lo que no acabo de entender, es que mis segundas versiones, como ecos apagados e involuntarios, suelen ser inferiores a las primeras. En Lubbock, al borde del desierto, una alta muchacha me preguntó si al escribir "El Golem", yo no había intentado una variación de "Las ruinas circulares"; le respondí que había tenido que atravesar todo el continente para recibir esa revelación, que era verdadera. Ambas composiciones, por lo demás, tienen sus diferencias; el soñador soñado está en una, la relación de la divinidad con el hombre y acaso la del poeta con la obra, en la que después redacté.

    Los idiomas del hombre son tradiciones que entrañan algo de fatal. Los experimentos individuales son, de hecho, mínimos, salvo cuando el innovador se resigna a labrar un espécimen de museo, un juego destinado a la discusión de los historiadores de la literatura o al mero escándalo, como el Finnegans Wake o las Soledades. Alguna vez me atrajo la tentación de trasladar al castellano la música del inglés o del alemán; si hubiera ejecutado esa aventura, acaso imposible, yo sería un gran poeta, como aquel Garcilaso que nos dio la música de Italia, o como aquel anónimo sevillano que nos dio la de Roma, o como Darío, que nos dio la de Francia. No pasé de algún borrador urdido con palabras de pocas sílabas, que juiciosamente destruí.

    Es curiosa la suerte del escritor. Al principio es barroco, vanidosamente barroco, y al cabo de los años puede lograr, si son favorables los astros, no la sencillez, que no es nada, sino la modesta y secreta complejidad.

    Menos que las escuelas me ha educado una biblioteca -la de mi padre-; pese a las vicisitudes del tiempo y de las geografías, creo no haber leído en vano aquellos queridos volúmenes. En el "Poema conjetural" se advertirá la influencia de los monólogos dramáticos de Robert Browning; en otros, la de Lugones y, así lo espero, la de Whitman. Al rever estas páginas, me he sentido más cerca del modernismo que de las sectas ulteriores que su corrupción engendró y que ahora lo niegan.

    Pater escribió que todas las artes propenden a la condición de la música, acaso porque en ella el fondo es la forma, ya que no podemos referir una melodía como podemos referir las líneas generales de un cuento. La poesía, admitido este dictamen, sería un arte híbrido: la sujeción de un sistema abstracto de símbolos, el lenguaje, a fines musicales. Los diccionarios tienen la culpa de ese concepto erróneo. Suele olvidarse que son repertorios artificiosos, muy posteriores a las lenguas que ordenan. La raíz del lenguaje es irracional y de carácter mágico. El danés que articulaba el nombre de Thor o el sajón que articulaba el nombre de Thunor no sabía si esas palabras significaban el dios del trueno o el estrépito que sucede al relámpago. La poesía quiere volver a esa antigua magia. Sin prefijadas leyes, obra de un modo vacilante y osado, como si caminara en la oscuridad. Ajedrez misterioso la poesía, cuyo tablero y cuyas piezas cambian como en un sueño y sobre el cual me inclinaré después de haber muerto.



    Prólogo de "Para las seis cuerdas" (1965)

    Toda lectura implica una colaboración y casi una complicidad. En el Fausto, debemos admitir que un gaucho pueda seguir el argumento de una ópera cantada en un idioma que no conoce; en el Martín Fierro, un vaivén de bravatas y de quejumbres, justificadas por el propósito político de la obra, pero del todo ajenas a la índole sufrida de los paisanos y a los precarios modales del payador.

    En el modesto caso de mis milongas, el lector deberá suplir la música ausente por la imagen de un hombre que canturrea, en el umbral de su zaguán o en un almacén, acompañándose con la guitarra. La mano se demora en las cuerdas y las palabras cuentan menos que los acordes.

    He querido eludir la sensiblería del inconsolable "tango-canción" y el manejo sistemático del lunfardo, que infunde un aire artificioso a las sencillas coplas.

    Compuestas hacia mil ochocientos noventa y tantos, estas milongas hubieran sido ingenuas y bravas; ahora son meras elegías.

    Que yo sepa, ninguna otra aclaración requieren estos versos.

    Buenos Aires, junio de 1965



    Prólogo de "Elogio de la sombra" (1969)

    Sin proponérmelo al principio, he consagrado mi ya larga vida a las letras, a la cátedra, al ocio, a las tranquilas aventuras del diálogo, a la filología, que ignoro, al misterioso hábito de Buenos Aires y a las perplejidades que no sin alguna soberbia se llaman metafísica. Tampoco le ha faltado a mi vida la amistad de unos pocos, que es lo que importa. Creo no tener un solo enemigo o, si los hubo, nunca me lo hicieron saber. La verdad es que nadie puede herirnos salvo la gente que queremos. Ahora, a los setenta años de mi edad (la frase es de Whitman), doy a la prensa este quinto libro de versos.

    Carlos Frías me ha sugerido que aproveche su prólogo para una declaración de mi estética. Mi pobreza, mi voluntad, se oponen a ese consejo. No soy poseedor de una estética. El tiempo me ha enseñado algunas astucias: eludir hispanísmos, argentinísmos, arcaísmos y neologísmos; preferir las palabras habituales a las palabras asombrosas; intercalar en un relato rasgos circunstanciales, exigidos ahora por el lector, simular pequeñas incertidumbres, ya que si la realidad es precisa la memoria no lo es; narrar los hechos (esto lo aprendí en Kipling y en las sagas de Islandia) como si no los entendiera del todo; recordar que las normas anteriores no son obligaciones y que el tiempo se encargará de abolirlas. Tales astucias o hábitos no configuran ciertamente una estética. Por lo demás, descreo de las estéticas. En general no pasan de ser abstracciones inútiles; varían para cada escritor y aún para cada texto y no pueden ser otra cosa que estímulos o instrumentos ocasionales.

    Éste, escribí, es mi quinto libro de versos. Es razonable presumir que no será mejor o peor que los otros. A los espejos, laberintos y espadas que ya prevé mi resignado lector se han agregado dos temas nuevos: la vejez y la ética. Ésta, según se sabe, nunca dejó de preocupar a cierto amigo mío muy querido que la literatura me ha dado, a Robert Louis Stevenson. Una de las virtudes por las cuales prefiero las naciones protestantes a las de tradición católica es su cuidado de la ética. Milton quería educar a los niños de su academia en el conocimiento de la física, de las matemáticas, de la astronomía y de las ciencias naturales; el doctor Johnson observaría al promediar el siglo XVIII: "La prudencia y la justicia son preeminencias y virtudes que corresponden a todas las épocas y a todos los lugares; somos perpetuamente moralistas y sólo a veces geómetras".

    En estas páginas conviven, creo que sin discordia, las formas de la prosa y del verso. Podría invocar antecedentes ilustres -el De consolatione de Boecio, los cuentos de Chaucer, el Libro de las mil y una noches-; prefiero declarar que esas divergencias me parecen accidentales y que desearía que este libro fuera leído como un libro de versos. Un volumen en sí, no es un hecho estético, es un objeto físico entre otros; el hecho estético sólo puede ocurrir cuando lo escriben o lo leen. Es común afirmar que el verso libre no es otra cosa que un simulacro tipográfico; pienso que en esa afirmación acecha un error. Más allá de su ritmo, la forma tipográfica del versículo sirve para anunciar al lector que la emoción poética, no la información o el razonamiento, es lo que está esperándolo. Yo anhelé alguna vez la vasta respiración de los psalmos* o de Walt Whitman; al cabo de los años compruebo, no sin melancolía, que me he limitado a alternar algunos metros clásicos: el alejandrino, el endecasílabo, el heptasílabo.

    La poesía no es menos misteriosa que los otros elementos del orbe. Tal o cual verso afortunado no puede envanecernos, porque es don del Azar o del Espíritu; sólo los errores son nuestros. Espero que el lector descubra en mis páginas algo que pueda merecer su memoria; en este mundo la belleza es común.

    Buenos Aires, 24 de junio de 1969

    * Deliberadamente escribo psalmos. Los individuos de la Real Academia Española quieren imponer a este continente sus incapacidades fonéticas; nos aconsejan el empleo de formas rústicas: neuma, sicología, síquico. Últimamente se les ha ocurrido escribir vikingo por viking. Sospecho que muy pronto oiremos hablar de la obra de Kiplingo.


    (continuará)


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    PRÓLOGOS DE BORGES. De su obra "POESÍA COMPLETA", Debolsillo, 2013  Empty Re: PRÓLOGOS DE BORGES. De su obra "POESÍA COMPLETA", Debolsillo, 2013

    Mensaje por Walter Faila Vie 18 Oct 2013, 20:33

    Cada vez más me convenzo de que era genial, crudo a veces, irónico e insoportable otras, pero en estos prólogos no quepa duda que los Noruegos se comieron un Nobel de esos que los haría fiables.-
    Recuerdo que alguien contaba, a propósito de lo de las bibliotecas, que estando ciego conversaba con una persona sobre un libro y le dijo, "traélo, es el 3ero. de la 5ta. fila, tiene tapa colorada", (tenía una biblioteca que ocupaba 2 paredes) así era su orden, o quizá su obsesión.

    Una vez le preguntó un periodista " a que atribuye que aun no le hayan otorgado el Nobel" y el respondió "a la sabiduría sueca".-

    Perdón, me salí del contexto, es que Borges me atrapa y pensar que no lo leí porque no lo quería, hasta que tuve 40 años, ¡lo que me estaba perdiendo!, menos mal que corregí y que nunca es tarde.-
    Gracias Pedro, abrazos.-


    _________________

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    Mensaje por cecilia gargantini Sáb 19 Oct 2013, 12:47

    Gracias, querido Pedro, por todos tus aportes. Te sigo siempre con interés.
    Besitossssssssssssss y graciasssssssssss otra vez
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    Mensaje por Pedro Casas Serra Sáb 19 Oct 2013, 13:22

    Walter: Borges era un genio y como todos los genios tenía sus peculiaridades.

    Cecilia: Agradezco mucho tu interés siempre.

    Os dejo más prólogos de Borges.

    Un abrazo.
    Pedro


    ......................



    Prólogo de "El oro de los tigres" (1972)

    De un hombre que ha cumplido los setenta años que nos aconseja David poco podemos esperar, salvo el manejo consabido de unas destrezas, una que otra ligera variación y hartas repeticiones. Para eludir o siquiera para atenuar esa monotonía, opté por aceptar, con tal vez temeraria hospitalidad, los misceláneos temas que se ofrecieron a mi rutina de escribir. La parábola sucede a la confidencia, el verso libre o blanco al soneto. En el principio de los tiempos, tan dócil a la vaga especulación y a las inapelables cosmogonías, no habrá habido cosas poéticas o prosaicas. Todo sería un poco mágico. Thor no era el dios del trueno; era el trueno y el dios.

    Para un verdadero poeta, cada momento de la vida, cada hecho, debería ser poético, ya que profundamente lo es. Que yo sepa, nadie ha alcanzado hasta hoy esa alta vigilia. Browning y Blake se acercaron más que otro alguno; Whitman se la propuso, pero sus deliberadas enumeraciones no siempre pasan de catálogos insensibles.

    Descreo de las escuelas literarias, que juzgo simulacros didácticos para simplificar lo que enseñan, pero si me obligara a declarar de dónde proceden mis versos, diría que del modernismo, esa gran libertad que renovó las muchas literaturas cuyo instrumento común es el castellano y que llegó, por cierto, hasta España. He conversado más de una vez con Leopoldo Lugones, hombre solitario y soberbio; éste solía desviar el curso del diálogo para hablar de "mi amigo y maestro, Rubén Darío". (Creo, por lo demás, que debemos recalcar las afinidades de nuestro idioma, no sus regionalismos.)

    Mi lector notará en algunas páginas la preocupación filosófica. Fue mía desde niño, cuando mi padre me reveló, con ayuda del tablero del ajedrez (que era, lo recuerdo, de cedro), la carrera de Aquiles y la tortuga.

    En cuanto a las influencias que se advertirán en este volumen... En primer término, los escritores que prefiero -he nombrado ya a Robert Browning-; luego, los que nunca he leído pero que están en mí. Un idioma es una tradición, un modo de sentir la realidad, no un arbitrario repertorio de símbolos.

    Buenos Aires, 1972


    Prólogo de "La rosa profunda" (1975)

    La doctrina romántica de una Musa que inspira a los poetas fue la que profesaron los clásicos; la doctrina clásica del poema como una operación de la inteligencia fue enunciada por un romántico, Poe, hacia 1846. El hecho es paradójico. Fuera de unos casos aislados de inspiración onírica -el sueño del pastor que refiere Belda, el ilustre sueño de Coleridge-, es evidente que ambas doctrinas tienen su parte de verdad, salvo que correspondan a distintas etapas del proceso. (Por Musa debemos entender lo que los hebreos y Milton llamaron el Espíritu y lo que nuestra triste mitología llama lo Subconsciente.) En lo que me concierne, el proceso es más o menos invariable. Empiezo por divisar una forma, una suerte de isla remota, que será después un relato o una poesía. Veo el fin y veo el principio, no lo que se halla entre los dos. Esto gradualmente me es revelado, cuando los astros o el azar son propicios. Más de una vez tengo que desandar el camino por la zona de sombra. Trato de intervenir lo menos posible en la evolución de la obra. No quiero que la tuerzan mis opiniones, que, sin duda, son baladíes. El concepto del arte comprometido es una ingenuidad, porque nadie sabe del todo lo que ejecuta. Un escritor, admitió Kipling, puede concebir una fábula, pero no penetrar su moraleja. Debe ser leal a su imaginación, y no a las meras circunstancias efímeras de una supuesta realidad.

    La literatura parte del verso y puede tardar siglos en discernir la posibilidad de la prosa. Al cabo de cuatrocientos años, los anglosajones dejaron una poesía no pocas veces admirable y una prosa apenas explícita. La palabra habría sido en elprincipio un símbolo mágico, que la usura del tiempo desgastaría. La misión del poeta sería restituir a la palabra, siquiera de un modo parcial, su primitiva y ahora oculta virtud. Dos deberes tendría todo verso: comunicar un hecho preciso y tocarnos físicamente, como la cercanía del mar. He aquí un ejemplo de Virgilio:

    Tendebanque manus ripae ulterioris amore.

    Uno de Meredith:

    Noy til the fire is duing in the grate
    Look we for any kinship with the stars.

    O este alejandrino de Lugones, cuyo español quiere regresar al latín:

    El hombre numeroso de penas y de días.

    Tales versos prosiguen en la memoria su cambiante camino.

    Al término de tantos -y demasiado- años de ejercicio de la literatura, no profeso una estética. ¿A qué agregar a los límites naturales que nos impone el hábito los de una teoría cualquiera? Las teorías, como las convicciones de orden político o religioso, no son otra cosa que estímulos. Varían para cada escritor. Whitman tuvo razón al negar la rima; esa negación hubiera sido una insensatez en el caso de Hugo.

    Al recorrer las pruebas de este libro, advierto con algún desagrado quela ceguera ocupa un lugar plañidero que no ocupa en mi vida. La ceguera es una clausura, pero también es una liberación, una soledad propicia a las invenciones, una llave y un álgebra.

    Buenos Aires, junio de 1975


    Prólogo de "La moneda de hierro" (1976)

    Bien cumplidos los setenta años que aconseja el Espíritu, un escritor, por torpe que sea, ya sabe ciertas cosas. La primera, sus límites. Sabe con razonable esperanza lo que puede intentar y -lo cual sin duda es más importante- lo que le está vedado. Esta comprobación, tal vez melancólica, se aplica a las generaciones y al hombre. Creo que nuestro tiempo es incapaz de la oda pindárica o de la penosa novela histórica o de los alegatos en verso; creo, acaso con análoga ingenuidad, que no hemos acabado de explorar las posibilidades indefinidas del proteico soneto o de las estrofas libres de Whitman. Creo, asimismo, que la estética abstracta es una vanidosa ilusión o un agradable tema para las largas noches del cenáculo o una fuente de estímulos y de trabas. Si fuera una, el arte sería uno. Ciertamente no lo es; gozamos con pareja fruición de Hugo y de Virgilio, de Robert Browning y de Swiburne, de los escandinavos y de los persas. La música de hierro del sajón no nos place menos que las delicadezas morosas del simbolismo. Cada sujeto, por ocasional o tenue que sea, nos impone una estética peculiar. Cada palabra, aunque esté cargada de siglos, inicia una página en blanco y compromete el porvenir.

    En cuanto a mí...Sé que este libro misceláneo que el azar fue dejándome a lo largo de 1976, en el yermo universitario de East Lansing y en mi recobrado país, no valdrá mucho más ni mucho menos que los anteriores volúmenes. Este módico vaticinio, que nada nos cuesta admitir, me depara una suerte de impunidad. Puedo consentirme algunos caprichos ya que no me juzgarán por el texto sino por la imagen indefinida pero suficientemente precisa que se tiene de mí. Puedo transcribir las vagas palabras que oí en un sueño y denominarlas "Ein Traum". Puedo reescribir y acaso malear un soneto sobre Spinoza. Puedo tratar de aligerar, mudando el acento prosódico, el endecasílabo castellano. Puedo, en fin, entregarme al culto de los mayores y a ese otro culto que ilumina mi ocaso: la germanística de Inglaterra y de Islandia.

    No en vano fui engendrado en 1899. Mis hábitos regresan a aquel siglo y al anterior y he procurado no olvidar mis remotas y ya desdibujadas humanidades. El prólogo tolera la confidencia: he sido un vacilante conversador y un buen auditor. No olvidaré los diálogos de mi padre, de Macedonio Fernández, de Alfonso Reyes y de Rafael Cansinos-Asens. Me sé del todo indigno de opinar en materia política, pero tal vez me sea perdonado añadir que descreo de la democracia, ese curioso abuso de la estadística.

    Buenos Aires, 27 de julio de 1976


    Inscripción de "Historia de la noche" (1977)

    Por los mares azules de los atlas y por los grandes mares del mundo. Por el Támesis, por el Ródano y por el Arno. Por las raíces de un lenguaje de hierro. Por una pira sobre un promontorio del Báltico, helmum behongen*. Por los noruegos que atraviesan el claro río, en alto los escudos. Por una nave de Noruega, que mis ojos no vieron. Por una vieja piedra del Althing. Por una curiosa isla de cisnes. Por un gato en Manhattan. Por Kim y por su lama escalando las rodillas de la montaña. Por el pecado de soberbia del samurái. Por el Paraíso en un muro. Por el acorde que no hemos oído, por los versos que no nos encontraron (su número es el número de la arena), por el inexplorado universo. Por la memoria de Leonor Acevedo. Por Venecia de cristal y crepúsculo.

    Por la que usted será; por la que acaso no entenderé.

    Por todas estas cosas dispares, que son tal vez, comopresentía Spinoza, meras figuraciones y facetas de una sola cosa infinita, le dedico a usted este libro, María Kodama.

    Buenos Aires, 23 de agosto de 1977

    * Beowulf, verso 3.139, quiere decir en anglosajón "exornada de yelmos".



    (continuará)
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    Mensaje por cecilia gargantini Sáb 19 Oct 2013, 13:36

    Por todas estas cosas dispares, que son tal vez, como presentía Spinoza, meras figuraciones y facetas de una sola cosa infinita, le dedico a usted este libro, María Kodama.

    A partir de acá empieza a ser la destinataria de sus prólogos.
    No sé si te conté- y si lo hice es porque redondeé una década ja ja_ que en el año 81 lo trajimos al colegio alemán en el que trabajo y, por supuesto, venía con ella. Además de elogiar el alemán, lengua que le gustaba mucho, empezó a elogiar lo oriental: su teatro, sus haikus, sus costumbres... Y bueno, ya tenía a una de origen "oriental" con él por el resto de su vida.
    Besitosssssssssssssssssss
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    Mensaje por Liliana Aiello Sáb 19 Oct 2013, 22:01

    me fui metiendo en Borges, un genio irónico pero genio al fin...
    gracias Pedro por este magnífico aporte, voy aprendiendooooooooo
    Mis cariños

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    Mensaje por Walter Faila Sáb 19 Oct 2013, 23:12

    Perdón, puedo ir matizando con algunas anécdotas?

    "Un día hablaba Borges con un joven, sobre literatura, el joven le dijo en un momento "Perdone maestro, coincidimos en todo, pero hay algo en que no vamos a coincidir, ¿en que? le dijo Borges, "en política maestro, porque yo soy Peronista", y Borges le respondió, no creas, "yo tambien soy ciego".-

    Fantásticos los prólogos, más que prólogos son enseñanzas, abrazos, gracias Pedro, gracias ceci, y Lili, besos.-


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 20 Oct 2013, 02:15

    Gracias Pedro de nuevo,por traerlo hasta aquí y por tu excepcional trabajo siempre.Es muy de agradecer por cuanto animas a despertar el interés ,a que se conozca más a fondo a autores ,que aunque todos,o la mayoría conocemos por algunas de sus obras,no siempre llegamos ,(llego,mejor dicho),a tan amplio y enriquecedor conocimiento.
    Por aquí ando y por aquí seguiré.
    Besos y gracias.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Dom 20 Oct 2013, 11:52

    Cecilia: Gracias por enriquecer el tema con tu experiencia directa al tener la suerte de conocer a Borges en persona.

    Walter: Gracias por todas esas anécdotas que nos transmites de Borges, donde se manifiestan su aguda inteligencia y fina ironía.

    Lilian: Agradezco y celebro mucho tu interés.

    Lluvia: Gracias, Lluvia. Conocer las opiniones, principalmente poéticas, de grandes poetas creo que puede sernos muy útil.

    Os dejo los últimos prólogos de Borges de esta antología de su obra poética completa.

    Un abrazo.
    Pedro


    .........................



    Inscripción de "La cifra" (1981)

    De la serie de hechos inexplicables que son el universo o el tiempo, la dedicatoria de un libro no es, por cierto, el menos arcano. Se la define como un don, un regalo. Salvo en el caso de la indiferente moneda que la caridad cristiana deja caer en la palma del pobre, todo regalo verdadero es recíproco. El que da no se priva de lo que da. Dar y recibir son lo mismo.

    Como todos los actos del universo, la dedicatoria de un libro es un acto mágico. También cabría definirla como el modo más grato y más sensible de pronunciar un nombre. Yo pronuncio ahora su nombre, María Kodama. Cuántas montañas, cuántos mares, cuántos jardines del Oriente y del Occidente, cuánto Virgilio.

    Buenos Aires, 17 de mayo de 1981



    Prólogo de "La cifra" (1981)

    El ejercicio de la literatura puede enseñarnos a eludir equivocaciones, no a merecer hallazgos. Nos revela nuestras imposibilidades, nuestros severos límites. Al cabo de los años, he comprendido que me está vedado ensayar la cadencia mágica, la curiosa metáfora, la interjección, la obra sabiamente gobernada o de largo aliento. Mi suerte es lo que suele denominarse "poesía intelectual". La palabra es casi un oxímoron; el intelecto (la vigilia) piensa por medio de abstracciones, la poesía (el sueño), por medio de imágenes, de mitos o de fábulas. La poesía intelectual debe entretejer gratamente esos dos procesos. Así lo hace Platón en sus diálogos; así lo hace también Francis Bacon en su enumeración de los ídolos de la tribu, del mercado, de la caverna y del teatro. El maestro del género es, en mi opinión, Emerson; también lo han ensayado, con diversa felicidad, Browning y Frost, Unamuno y, me aseguran, Paul Valéry.

    Admirable ejemplo de una poesía puramente verbal es la siguiente estrofa de Jaimes Freyre.

    Peregrina paloma imaginaria
    que enardeces los últimos amores;
    alma de luz, de música y de flores,
    peregrina paloma imaginaria.

    No quiere decir nada y a la manera de la música dice todo.

    Ejemplo de poesía intelectual es aquella silva de Luis de León, que Poe sabía de memoria.

    Vivir quiero conmigo,
    gozar quiero del bien que debo al Cielo,
    a solas, sin testigo,
    libre de amor, de celo,
    de odio, de esperanza, de recelo.

    No hay una sola imagen. No hay una sola hermosa palabra, con la excepción dudosa de testigo, que no sea una abstracción.

    Estas páginas buscan, no sin incertidumbre, una vía media.

    Buenos Aires, 29 de abril de 1981



    Inscripción de "Los conjurados" (1985)

    Escribir un poema es ensayar una magia menor. El instrumento de esa magia, el lenguaje, es asaz misterioso. Nada sabemos de su origen. Sólo sabemos que se ramifica en idiomas y que cada uno de ellos consta de un indefinido y cambiante vocabulario y de una cifra indefinida de posibilidades sintácticas. Con esos inasibles elementos he formado este libro. (En el poema, la cadencia y el ambiente de una palabra pueden pesar más que el sentido.)

    De usted es este libro, María Kodama. ¿Será preciso que le diga que esta inscripción comprende los crepúsculos, los ciervos de Nara, la noche que está sola y las populosas mañanas, las islas compartidas, los mares, los desiertos y los jardines, lo que pierde el olvido y lo que la memoria transforma, la alta voz del muecín, la muerte de Hawkwood, los libros y las láminas?

    Sólo podemos dar lo que ya hemos dado. Sólo podemos dar lo que ya es del otro. En este libro están las cosas que siempre fueron suyas. ¡Qué misterio es una dedicatoria, una entrega de símbolos!



    Prólogo de "Los conjurados" (1985)

    A nadie puede maravillar que el primero de los elementos, el fuego, no abunde en el libro de un hombre de ochenta y tantos años. Una reina, en la hora de su muerte, dice que es fuego y aire; yo suelo sentir que soy tierra, cansada tierra. Sigo, sin embargo, escribiendo. ¿Qué otra suerte me queda, qué otra hermosa suerte me queda? La dicha de escribir no se mide por las virtudes o flaquezas de la escritura. Toda obra humana es deleznable, afirma Carlyle, pero su ejecución no lo es.

    No  profeso ninguna estética. cada obra confía a su escritor la forma que busca: el verso, la prosa, el estilo barroco o el llano. Las teorías pueden ser admirables estímulos (recordemos a Whitman) pero asimismo pueden engendrar monstruos o meras piezas de museo. Recordemos el monólogo interior de James Joyce o el sumamente incómodo Polifemo.

    Al cabo de los años he observado que la belleza, como la felicidad, es frecuente. No pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso. No hay poeta, por mediocre que sea, que no haya escrito el mejor verso de la literatura, pero también los más desdichados. La belleza no es privilegio de unos cuantos nombres ilustres. Seria muy raro que este libro, que abarca unas cuarenta composiciones, no atesorara una sola línea secreta, digna de acompañarte hasta el fin.

    En este libro hay muchos sueños. Aclaro que fueron dones de la noche o, más precisamente, del alba, no ficciones deliberadas. Apenas si me he atrevido a agregar uno que otro rasgo circunstancial, de los que exige nuestro tiempo, a partir de Defoe.

    Dicto este prólogo en una de mis patrias, Ginebra.

    9 de enero de 1985


    (FIN)


    LEER POEMAS DE JORGE LUIS BORGES EN: https://www.airesdelibertad.com/t29538-jorge-luis-borges


    .

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