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CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
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- Mensaje n°91
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Y entonces siento que dentro de poco nos separaremos. Mi verdad asombrada es que siempre he estado sola de ti y no lo sabía. Ahora lo sé: soy sola. Yo y mi libertad que no sé usar. La gran responsabilidad de la soledad. Quien no está perdido no conoce la libertad y no la ama. En cuanto a mí, asumo mi soledad. Que a veces se extasía como ante los fuegos artificiales. Soy sola y tengo que vivir una cierta gloria íntima que en la soledad puede convertirse en dolor. Y el dolor, en silencio. Guardo su nombre en secreto. Necesito secretos para vivir.
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"Ser como un verso volando
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
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Maria Lua- Administrador-Moderador
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- Mensaje n°92
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Al oírse, empezó a llorar. Era la primera vez que lloraba; no sabía que tuviese tanta agua en los ojos. Lloraba, se sonaba la nariz, sin saber por qué lloraba. No lloraba por la vida que le había tocado: como no había conocido otras formas de vivir, aceptaba que para ella era "así".
La hora de la estrella.
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Maria Lua- Administrador-Moderador
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- Mensaje n°93
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Lúcida y calmada ahora, Lori recordó que había leído que los movimientos histéricos de un animal apresado tenían como intención liberarse, por medio de uno de esos movimientos, de la cosa ignorada que le estaba apresando –la ignorancia del movimiento único, exacto y liberador era lo que volvía histérico a un animal: apelaba al descontrol–; durante el sabio descontrol de Lori ella ahora había tenido para sí las ventajas liberadoras que procedían de su vida más primitiva y animal: había apelado histéricamente a tantos sentimientos contradictorios y violentos que el sentimiento liberador había terminado desprendiéndola de la red, en su ignorancia animal ella no sabía siquiera cómo,
estaba cansada del esfuerzo de animal liberado.
Aprendizaje o el libro de los placeres.
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Maria Lua- Administrador-Moderador
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- Mensaje n°94
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Al oírse, empezó a llorar. Era la primera vez que lloraba; no sabía que tuviese tanta agua en los ojos. Lloraba, se sonaba la nariz, sin saber por qué lloraba. No lloraba por la vida que le había tocado: como no había conocido otras formas de vivir, aceptaba que para ella era "así".
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Maria Lua- Administrador-Moderador
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- Mensaje n°95
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Sólo una vez se hizo una pregunta trágica: ¿quién soy yo? Se asustó tanto que dejó de pensar por completo. Pero yo, que no alcanzo a ser ella, siento que vivo para nada. Soy gratuito y pago las cuentas de la luz, el gas y el teléfono. En cuanto a ella, de vez en cuando, cuando cobraba su salario, hasta se compraba una rosa.
La hora de la estrella
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- Mensaje n°96
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Pensar es un acto. Sentir es un hecho. Los dos juntos son yo que escribo lo que estoy escribiendo.
No se trata de un relato, ante todo es vida primaria que respira, respira, respira.
La hora de la estrella.
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- Mensaje n°97
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Luísa terminó su tarea. Toda ella exhalaba el olor áspero y simple del jabón. El trabajo le había dado calor. Miró el grifo grande, del que manaba agua limpia. Sentía un calor... De repente tuvo una idea. Se quitó la ropa, abrió del todo el grifo y el agua helada le corrió por el cuerpo, arrancándole un grito de frío. Aquel baño improvisado la hacía reír de placer. Desde su bañera tenía una vista maravillosa, bajo un sol ya ardiente. Se quedó un momento seria, inmóvil. La novela inacabada, la confesión encontrada. Se quedó absorta, una arruga en la frente y en la comisura de los labios. La confesión. Pero el agua corría helada sobre su cuerpo y reclamaba ruidosamente su atención. Un calor bueno circulaba ya por sus venas. De repente tuvo una sonrisa, un pensamiento. Él volvería. Él volvería. Miró a su alrededor la mañana perfecta, respirando profundamente y sintiendo, casi con orgullo, su corazón latiendo cadencioso y lleno de vida. Un tibio rayo de sol la envolvió. Se rió. Él volvería, porque ella era la más fuerte.
Relatos
“El triunfo”
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“El triunfo”
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- Mensaje n°98
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Publicado en New York Times
La pasión según Clarice Lispector
Por Jorge Carrión
La gran escritora brasileña, uno de los clásicos de la literatura del siglo XX, siempre es actualidad, porque no deja de estar de moda. Pero la publicación en castellano de la monumental biografía que le ha dedicado Benjamin Moser, Por qué este mundo (Siruela), nos brinda una nueva oportunidad de releer su obra a la luz de su vida (o viceversa). Por ejemplo: desde 1966, el año del incendio, hasta 1977, el de su muerte.
Durante tres días de septiembre de 1966 los médicos estuvieron a punto de amputarle la mano derecha. La mano con la que escribía. Los dedos y las palmas y los tendones y la muñeca habían sufrido quemaduras de tercer grado, como las piernas y otras partes de su cuerpo. Las dos adicciones de Clarice Lispector se habían finalmente cruzado a sus cuarenta y seis años: las pastillas para dormir le habían hecho efecto cuando todavía no se había consumido su último cigarrillo. El humo la despertó a las tres y media de la mañana en su apartamento de Río de Janeiro y su primer impulso fue intentar salvar sus textos. Con las manos. A partir de entonces solamente podría escribir a máquina.
Leyendo la completa biografía que ha publicado Benjamin Moser, Por qué este mundo, uno se imagina esas escenas con precisión plástica. Desde que a los tres meses saliera del hospital, tras los injertos de piel y la fisioterapia, su mano “parecería una garra ennegrecida”. Su amiga y secretaria Olga Borelli describió así su proceso de escritura a partir de entonces: “Al trabajar, ágil y delicada, parecía procurar suplir las deficiencias de la otra, dura, con movimientos descontrolados, los dedos quemados, retorcidos, con profundas cicatrices”.
La escritura a mano remite al cardiograma o al sismógrafo. La escritura a página tiene banda sonora de telegrama o de trabajo minero. Yo escribo este artículo en una gran pantalla blanca y las letras brotan negras como en un pentagrama. Pero el misterio es esencialmente el mismo y Lispector lo esbozó en varios de sus ensayos y entrevistas, como los recogidos en el volumen Para no olvidar. Allí leemos, por ejemplo: “Pero ya que hay que escribir, que al menos no aplastemos con las palabras las entrelíneas”.
La escritura es la tensión entre lo dicho y la elipsis. Entre lo que aparece y lo que es silencio. “Tanto en pintura como en música y literatura, muchas veces lo que llaman abstracto me parece solo lo figurativo de una realidad más delicada y difícil, menos visible al ojo desnudo”, dice en otro texto. De modo que la palabra y el silencio, el lenguaje y su reverso, ese espacio que rodea cada palabra —tanto en el papel como en la pantalla— la completa o la refuta, pero siempre la enriquece.
El diálogo entre figuración y abstracción sube y baja entre sus textos de ficción y de no ficción. Entre sus cuentos y novelas, y sus crónicas y sus cartas. Una de las reunidas en Queridas mías, fechada en Berna el 25 de marzo de 1949, comienza con unas líneas que resumen a la perfección ese vaivén entre la línea y la entrelínea, entre la figura y la idea: “Os escribo bajo el secador de la peluquería, preparándome para ir por la noche a Roma a hacerme algo de ropa, aprovechando los conocimientos de Eliane. No sé expresar lo que sentí cuando supe que volvíamos al Brasil. La gran alegría es inexpresiva. Mi reacción inmediata fue el corazón a cien y los pies y las manos fríos. Y dos segundos después me vino la regla…”. La gran alegría es inexpresiva. Y es sangre.
No le gustaban las entrevistas y la ficción —en su caso— es muchísimo más importante e incisiva y elocuente que la no ficción. De la lectura de sus novelas y cuentos se podría concluir que es una autora hermética, cercana a la mística; pero creo que más bien es una artista absolutamente contemporánea, que resolvió en su obra uno de los grandes problemas literarios de nuestra época: cómo escribir con ambición abstracta paisajes mentales con palabras figurativas.
Su mística es muy corporal, totalmente vital y sanguínea. Aunque sus campos metafóricos estén muy codificados, son abiertos. Están llenos, por ejemplo, de huevos y capullos; de mariposas y de metamorfosis; de telas y tejidos y tramas. Pero ese lenguaje metafórico y misteriosos no fue la única vía que Lispector exploró para que llegásemos a su obra. Que odiara las entrevistas y escribiera algunas de las novelas más cercanas a la poesía (y por tanto a la filosofía) del siglo XX no significa que no buscara otros modos de crear puentes de comunicación con sus lectores.
“Escribo como si fuese a salvar la vida de alguien. Probablemente mi propia vida”.
Clarice Lispector
Tal vez porque el incendió le respetó la cara, 1967 fue un año luminoso y no depresivo. Debutó con éxito en la literatura infantil y en la crónica. Durante los seis años siguientes fue una de las pocas escritoras brasileñas que disponían de su propio espacio en la prensa, lo que le permitió disfrutar de un diálogo con sus lectores cotidianos. Sus columnas eran queridamente redactadas en tono menor, casi conversacional, y eso le regaló una comunidad de interlocutores que también sufrían como padres, tenían amigos, viajaban o se abismaban a menudo en los recuerdos de su infancia.
Moser nos recuerda que Lispector era feliz con las cartas que recibía gracias a sus crónicas, muchas más que las que le enviaban los lectores de sus libros. Una niña le agradeció que le hubiera enseñado a amar. Y ella le respondió: “Gracias también en nombre de la adolescente que fui y que quería ser útil a la gente, a Brasil, a la humanidad, y que ni siquiera sentía vergüenza de utilizar esas palabras tan imponentes para sí misma”.
Esas crónicas personales y líricas recuerdan a las de Virginia Woolf de la época de entreguerras y se adelantaron dos décadas a las de António Lobo Antunes. Junto con las cartas, constituyen el subtexto, el río autobiográfico que nutre las raíces de sus grandes novelas, sin embargo, tan pequeñas. La ciudad sitiada no llega a las doscientas páginas. Y su obra maestra, La pasión según G. H., tiene 154 en la edición de Siruela.
En eso llevó a lo esencial el testigo de Woolf para adelantarse a grandes escritores del cambio del siglo XX al XXI: la nouvelle —por su intensidad, rapidez, exactitud y aparente levedad— iba a ser un género central del inmediato futuro. Un futuro inmediato que también iba a poner en el foco el trabajo artístico con los materiales más precarios: “Para escribir me despojo antes de las palabras. Prefiero las palabras pobres que sobran”, leemos en Un soplo de vida, su testamento literario; es decir, poético; es decir, filosófico. Y añade: “Esos fragmentos de libro quieren decir que yo trabajo entre ruinas”.
A veces la vida de un escritor es inquietantemente coherente con su obra. Tras más de medio siglo de una escritura llena de óvulos, semillas y huevos, a Lispector le diagnosticaron en 1977 un cáncer terminal de ovarios. Pasó sus últimos días en el hospital, en compañía de Olga Borelli. Tras sufrir una hemorragia terrible, nos cuenta Moser, quedó muy pálida, pero aún tuvo fuerzas para, desesperada, levantarse de la cama e intentar salir de la habitación, pero se lo impidió una enfermera: “Clarice miró con rabia a la enfermera y, trastornada, le dijo: ‘¡Usted mató a mi personaje!'”.
Esa dislocación es el gesto fundamental de la poética de Lispector. Del yo a la máscara; de la persona al objeto; de la palabra al símbolo (y entre ambos: el abismo). “Escribo como si fuese a salvar la vida de alguien”, dijo en Un soplo de vida: “Probablemente mi propia vida”. Para llegar a uno mismo hay que pasar por el otro, para ser sujeto hay que ser primero objeto y arte: al menos así ocurre en la mejor literatura.
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Por Jorge Carrión
La gran escritora brasileña, uno de los clásicos de la literatura del siglo XX, siempre es actualidad, porque no deja de estar de moda. Pero la publicación en castellano de la monumental biografía que le ha dedicado Benjamin Moser, Por qué este mundo (Siruela), nos brinda una nueva oportunidad de releer su obra a la luz de su vida (o viceversa). Por ejemplo: desde 1966, el año del incendio, hasta 1977, el de su muerte.
Durante tres días de septiembre de 1966 los médicos estuvieron a punto de amputarle la mano derecha. La mano con la que escribía. Los dedos y las palmas y los tendones y la muñeca habían sufrido quemaduras de tercer grado, como las piernas y otras partes de su cuerpo. Las dos adicciones de Clarice Lispector se habían finalmente cruzado a sus cuarenta y seis años: las pastillas para dormir le habían hecho efecto cuando todavía no se había consumido su último cigarrillo. El humo la despertó a las tres y media de la mañana en su apartamento de Río de Janeiro y su primer impulso fue intentar salvar sus textos. Con las manos. A partir de entonces solamente podría escribir a máquina.
Leyendo la completa biografía que ha publicado Benjamin Moser, Por qué este mundo, uno se imagina esas escenas con precisión plástica. Desde que a los tres meses saliera del hospital, tras los injertos de piel y la fisioterapia, su mano “parecería una garra ennegrecida”. Su amiga y secretaria Olga Borelli describió así su proceso de escritura a partir de entonces: “Al trabajar, ágil y delicada, parecía procurar suplir las deficiencias de la otra, dura, con movimientos descontrolados, los dedos quemados, retorcidos, con profundas cicatrices”.
La escritura a mano remite al cardiograma o al sismógrafo. La escritura a página tiene banda sonora de telegrama o de trabajo minero. Yo escribo este artículo en una gran pantalla blanca y las letras brotan negras como en un pentagrama. Pero el misterio es esencialmente el mismo y Lispector lo esbozó en varios de sus ensayos y entrevistas, como los recogidos en el volumen Para no olvidar. Allí leemos, por ejemplo: “Pero ya que hay que escribir, que al menos no aplastemos con las palabras las entrelíneas”.
La escritura es la tensión entre lo dicho y la elipsis. Entre lo que aparece y lo que es silencio. “Tanto en pintura como en música y literatura, muchas veces lo que llaman abstracto me parece solo lo figurativo de una realidad más delicada y difícil, menos visible al ojo desnudo”, dice en otro texto. De modo que la palabra y el silencio, el lenguaje y su reverso, ese espacio que rodea cada palabra —tanto en el papel como en la pantalla— la completa o la refuta, pero siempre la enriquece.
El diálogo entre figuración y abstracción sube y baja entre sus textos de ficción y de no ficción. Entre sus cuentos y novelas, y sus crónicas y sus cartas. Una de las reunidas en Queridas mías, fechada en Berna el 25 de marzo de 1949, comienza con unas líneas que resumen a la perfección ese vaivén entre la línea y la entrelínea, entre la figura y la idea: “Os escribo bajo el secador de la peluquería, preparándome para ir por la noche a Roma a hacerme algo de ropa, aprovechando los conocimientos de Eliane. No sé expresar lo que sentí cuando supe que volvíamos al Brasil. La gran alegría es inexpresiva. Mi reacción inmediata fue el corazón a cien y los pies y las manos fríos. Y dos segundos después me vino la regla…”. La gran alegría es inexpresiva. Y es sangre.
No le gustaban las entrevistas y la ficción —en su caso— es muchísimo más importante e incisiva y elocuente que la no ficción. De la lectura de sus novelas y cuentos se podría concluir que es una autora hermética, cercana a la mística; pero creo que más bien es una artista absolutamente contemporánea, que resolvió en su obra uno de los grandes problemas literarios de nuestra época: cómo escribir con ambición abstracta paisajes mentales con palabras figurativas.
Su mística es muy corporal, totalmente vital y sanguínea. Aunque sus campos metafóricos estén muy codificados, son abiertos. Están llenos, por ejemplo, de huevos y capullos; de mariposas y de metamorfosis; de telas y tejidos y tramas. Pero ese lenguaje metafórico y misteriosos no fue la única vía que Lispector exploró para que llegásemos a su obra. Que odiara las entrevistas y escribiera algunas de las novelas más cercanas a la poesía (y por tanto a la filosofía) del siglo XX no significa que no buscara otros modos de crear puentes de comunicación con sus lectores.
“Escribo como si fuese a salvar la vida de alguien. Probablemente mi propia vida”.
Clarice Lispector
Tal vez porque el incendió le respetó la cara, 1967 fue un año luminoso y no depresivo. Debutó con éxito en la literatura infantil y en la crónica. Durante los seis años siguientes fue una de las pocas escritoras brasileñas que disponían de su propio espacio en la prensa, lo que le permitió disfrutar de un diálogo con sus lectores cotidianos. Sus columnas eran queridamente redactadas en tono menor, casi conversacional, y eso le regaló una comunidad de interlocutores que también sufrían como padres, tenían amigos, viajaban o se abismaban a menudo en los recuerdos de su infancia.
Moser nos recuerda que Lispector era feliz con las cartas que recibía gracias a sus crónicas, muchas más que las que le enviaban los lectores de sus libros. Una niña le agradeció que le hubiera enseñado a amar. Y ella le respondió: “Gracias también en nombre de la adolescente que fui y que quería ser útil a la gente, a Brasil, a la humanidad, y que ni siquiera sentía vergüenza de utilizar esas palabras tan imponentes para sí misma”.
Esas crónicas personales y líricas recuerdan a las de Virginia Woolf de la época de entreguerras y se adelantaron dos décadas a las de António Lobo Antunes. Junto con las cartas, constituyen el subtexto, el río autobiográfico que nutre las raíces de sus grandes novelas, sin embargo, tan pequeñas. La ciudad sitiada no llega a las doscientas páginas. Y su obra maestra, La pasión según G. H., tiene 154 en la edición de Siruela.
En eso llevó a lo esencial el testigo de Woolf para adelantarse a grandes escritores del cambio del siglo XX al XXI: la nouvelle —por su intensidad, rapidez, exactitud y aparente levedad— iba a ser un género central del inmediato futuro. Un futuro inmediato que también iba a poner en el foco el trabajo artístico con los materiales más precarios: “Para escribir me despojo antes de las palabras. Prefiero las palabras pobres que sobran”, leemos en Un soplo de vida, su testamento literario; es decir, poético; es decir, filosófico. Y añade: “Esos fragmentos de libro quieren decir que yo trabajo entre ruinas”.
A veces la vida de un escritor es inquietantemente coherente con su obra. Tras más de medio siglo de una escritura llena de óvulos, semillas y huevos, a Lispector le diagnosticaron en 1977 un cáncer terminal de ovarios. Pasó sus últimos días en el hospital, en compañía de Olga Borelli. Tras sufrir una hemorragia terrible, nos cuenta Moser, quedó muy pálida, pero aún tuvo fuerzas para, desesperada, levantarse de la cama e intentar salir de la habitación, pero se lo impidió una enfermera: “Clarice miró con rabia a la enfermera y, trastornada, le dijo: ‘¡Usted mató a mi personaje!'”.
Esa dislocación es el gesto fundamental de la poética de Lispector. Del yo a la máscara; de la persona al objeto; de la palabra al símbolo (y entre ambos: el abismo). “Escribo como si fuese a salvar la vida de alguien”, dijo en Un soplo de vida: “Probablemente mi propia vida”. Para llegar a uno mismo hay que pasar por el otro, para ser sujeto hay que ser primero objeto y arte: al menos así ocurre en la mejor literatura.
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- Mensaje n°99
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
CLARICE LISPECTOR:
LA PALABRA RIGUROSA
Elena Losada Soler
Universidad de Barcelona
La palabra rigurosa... La obra de Clarice Lispector es una constante reflexión sobre el lenguaje y sobre todo, sobre los límites de la palabra. Volveremos repetidas veces sobre este tema pero vayamos ahora al concepto de rigor. La palabra de Clarice Lispector es rigurosa porque debe traducir con un medio limitado algo que es mucho más grande que el lenguaje. Debe traducir el misterio y lo que carece de nombre, debe expresar con términos racionales lo que la mirada percibió más allá, debe ser capaz de fijar el instante y el acto ínfimo que está en el origen de todo. Tenemos ya aquí algunos de los motivos recurrentes de su obra: la mirada, a la vez visionaria e implacable, la consagración del instante y la importancia de lo aparentemente banal. La propia Clarice expresó claramente este límite de la palabra y lo que tras él se encuentra: "La palabra tiene su terrible limite. Más allá de ese límite está el caos orgánico. Después del final de la palabra empieza el gran alarido eterno." 1 Ese gran alarido eterno es el que asoma entre sus páginas capturado por un lenguaje que ella quiso ..."escuálido y estructural como el resultado de escuadras, compases y agudos ángulos de estrecho enigmático triángulo." 2
Ahora bien, aunque hablar de Clarice Lispector es hablar del lenguaje, no pretendo hacer una disección crítica de su prosa, porque ella no lo quiso nunca. Nada más lejos de Clarice que la pedantería académica. De hecho siempre desconfió de los especialistas: "No entiendo de qué hablan, pero siento ese falso vanguardismo, lleno de modismos, frío, calculador, poco humano. La mejor crítica es la que entra en contacto con la obra del autor casi telepáticamente." 3 No pretendo tampoco afirmar que yo he entrado en ese contacto telepático con su obra, pero sí quisiera poder transmitir algo de mi apasionada fascinación por Clarice Lispector.
No puedo exponer ahora de forma mínimamente completa lo que ha sido la literatura brasileña de nuestro siglo pero unas referencias necesariamente breves nos permitirán comprender mejor la originalidad de Clarice Lispector en ese conjunto.
La literatura moderna en Brasil arranca de la Semana de Arte Moderno de São Paulo que en 1922 abrió las puertas a los movimientos de vanguardia. Ahora bien, la vanguardia brasileña no es mimética de la europea, es, como ellos mismos dicen "ANTROPÓFAGA", es decir, devora ritualmente las vanguardias europeas para interiorizarlas y mezclarlas con lo más profundamente autóctono del país.
Esta tendencia a potenciar lo diferencialmente brasileño, pero no la revolución del lenguaje literario, se extendió al amplísimo abanico de la narrativa regionalista y al realismo social que surgió durante el Estado Novo. Ambas corrientes, narrativa regionalista y narrativa social se desarrollaron durante los años 30 con un claro predominio del tema sobre la forma, valorizando con las técnicas realistas los diversos registros del habla cotidiana. En esta línea pueden encuadrarse los grandes nombres de la literatura brasileña de la época: José Lins do Rego, Graciliano Ramos y Jorge Amado, entre otros. En casi todos los casos -con la notable excepción de Rachel de Queiroz- se trata de una narrativa masculina y tropical en la que el clima, la naturaleza excesiva, las relaciones sociales en las fábricas y las plantaciones, el mosaico étnico y cultural del Brasil se constituyen en motivos esenciales. Durante un largo tiempo la narrativa, por otra parte magnífica, parece convertirse en la expresión literaria del gran clásico de la antropología brasileña, Casa Grande & Senzala, de Gilberto Freyre. Los intentos de renovación narrativa y lingüística de los vanguardistas Mário de Andrade y Oswald de Andrade en los años 20 parecían no tener continuación.
En 1943 y 1946, sin embargo, se rompe esta tendencia. En 1946 aparece Sagarana, de João Guimarães Rosa, una colección de cuentos que preludia brillantemente una de las obras más importantes de la literatura del siglo XX: Gran Sertón : Veredas (1956), actualización de la narrativa regionalista a través de la invención de un nuevo lenguaje. De nuevo la forma era fundamental para hacer que el texto no sea una mera copia de la realidad sino una nueva realidad transubstanciada por la palabra. Pero ya tres años antes una jovencísima Clarice Lispector había publicado Cerca del corazón salvaje, una novela insólita desde su título, tomado del Retrato de un artista adolescente de Joyce. Era un texto insólito porque era una novela psicológica, femenina y urbana, construída sobre el monólogo interior y de la que había prácticamente desaparecido la trama.
Ya desde su primera novela Clarice Lispector marcaba así lo que iba a ser el territorio de su originalidad en ese mundo masculino, rural y de naturaleza desmesurada dominada por un sol de justicia. Ella aportaría percepciones, no hechos, una mirada de mujer, una mirada urbana y una mirada contemporánea, o quizá mejor sin tiempo, puesta bajo el signo de la luna.
Una mirada de mujer, quizá también una escritura de mujer. Clarice Lispector hincó en el mundo su mirada de mujer inteligente -esta es una precisión necesaria- capaz de captar las mínimas sensaciones, los mínimos detalles y de saber que nada, por pequeño o banal que parezca, carece de importancia. El mundo de lo cotidiano, de lo sin historia, que ha sido durante siglos el mundo de la mujer, puede proporcionar innumerables sorpresas, basta con saber mirar y entender esos signos de una realidad subyacente. Las mujeres de Clarice pueden hablar en tono mayor, alcanzar el fondo de todos los pozos, pero van a la compra, componen fruteros, llaman al fontanero y dominan también todos los resortes del tono menor. Ellas son hermeneutas de una divinidad nocturna y lunar: "Pero de la luna no tenía miedo, porque era más lunar que solar y veía con los ojos bien abiertos en las madrugadas tan oscuras la luna siniestra en el cielo. Entonces se bañaba toda ella en los rayos lunares, así como había quienes tomaban baños de sol. Y quedaba profundamente límpida." 4
Olga Borelli cuenta una anécdota de Clarice Lispector con la que creo que todas las mujeres podemos identificarnos. Clarice se ocupaba de su casa habitualmente pero cuando la presión de la cotidianidad, de esos mil y un pequeños trabajos y distracciones era demasiado grande desaparecía y se encerraba tres o cuatro días en un hotel. Pero para esa fuga es preciso ser libre, es decir estar sola, como la protagonista de La pasión según G.H. : "Quién sabe quizá esa actitud o falta de actitud proceda de que yo, al no haber tenido nunca marido ni hijos, no he necesitado mantener ni romper grilletes: yo era continuamente libre. Ser continuamente libre también era ayudado por mi naturaleza que es fácil: como, bebo y duermo fácilmente. Y también, naturalmente, mi libertad venía de que era económicamente independiente." 5
¿Hay alguna relación espiritual o literaria entre Virginia Woolf y Clarice Lispector? Entre muchas otras posibles esa capacidad para hacer que un acontecimiento exterior trivial desencadene ideas y sensaciones que abandonan rápidamente lo inmediato. En la obra de Clarice Lispector la conciencia desdichada aflora en sus personajes a partir de un incidente anodino. A partir de entonces el que ha sido iluminado vivirá su drama existencial. El instante actúa como desencadenante del descubrimiento del absurdo. Es el punto de partida, como veremos, de La Pasión según G.H. y también de muchas otras obras, como el cuento "Desesperación y desenlace a las tres de la tarde" en que el señor J.B. -llamo la atención entre paréntesis para el uso de las iniciales como despersonalización en toda la narrativa de Clarice Lispector- un frío y correcto burgués que nada pedía y nada daba 6 vivirá la agonía de sus propias convicciones y de su propio orgullo al recorrer un vía crucis de humillaciones iniciado por un "acontecimiento" muy simple: se marea en el autobús a las tres de la tarde y acabará innoblemente, vomitando en un bar y perdiendo su carné de identidad, o quizá su misma identidad, en su propio vómito. Sólo después de esta absoluta humilación social podrá empezar a construir un nuevo yo libre.
La introspección a partir de la conciencia de la propia soledad es constante en estos textos. La conciencia humana -conciencia de infelicidad- encontrará su contrapunto en la sólida plenitud de los objetos y de los animales. Recordemos de pasada la importancia de éstos en la obra de Clarice Lispector, las gallinas y caballos de sus cuentos, los conejos y peces de sus libros infantiles, la cucaracha de La Pasión según G.H., etc.
A lo largo de toda su obra encontramos el análisis de esos momentos interiores que acaban poniendo en crisis la subjetividad. Pero la obra de Clarice Lispector, con la excepción de su primera novela, no es - o no lo es únicamente- literatura psicológica : La 'psicología' nunca me ha interesado. La mirada psicológica me impacientaba y me impacienta, es un instrumento que sólo traspasa. 7. Con el tiempo se producirá un cambio fundamental: el salto de lo psicológico a lo metafísico, del análisis del mecanismo mental -tarea de relojero- al análisis de la razón metafísica de la existencia de ese yo.
Este análisis es, como decíamos, inseparable de la reflexión sobre el lenguaje. Escribir es una forma de salvación y también una condena: "Yo escribo y así me libro de mí y puedo entonces descansar." 8 Porque escribir es peligroso, es entrar en contacto con otra realidad y ser su vehículo -recordemos los "caballos de los dioses", los posesos de las reuniones de macumba-: "Tengo miedo de escribir, es tan peligroso. Quien lo ha intentado, lo sabe. Peligro de revolver en lo oculto - y el mundo no va a la deriva, está oculto en sus raíces sumergidas en las profundidades del mar. Para escribir tengo que colocarme en el vacío." 9 Colocarse en el vacío a partir de la intuición. Escribir no es un proceso intelectual para Clarice Lispector aunque el resultado sea una prosa altamente intelectualizada.
Y siempre la lucha entre la necesidad de expresión y la tentación del silencio, tan fuerte en todas sus obras. Sabemos muy bien que la mística es inefable, pero también el lenguaje, después de un cierto límite, entra en el reino de lo sin nombre. La escritura es una vivencia religiosa, una pasión casi sacrílega como la "comunión" de G.H., porque intenta retener lo fugitivo, fijar lo inaprensible. Las palabras deben ser capaces de congelar aquel instante al que se pueda decir -como en el deseo de Fausto- "¡Detente, eres tan bello!". Para llegar a esto es prescindible un rigor extremo: "Y si tengo que usar palabras, tienen que tener un sentido casi corpóreo (...) palabras hechas de los instantes-ya (...) Quiero como poder coger con la mano la palabra."10
Es preciso, pues, crear una escritura que pueda fundir en palabras la iluminación del instante, una escritura fragmentaria, en que ninguna metáfora-cliché puede sobrevivir, porque sólo la imagen virgen, la asociación más insólita, la palabra que ha sido vaciada de todo su sentido anterior, de su servidumbre de la realidad aparente, puede alcanzar la consagración del instante. Pero no es posible inventar lo que no existe. El trabajo debe ser hecho con el lenguaje que tenemos, Clarice Lispector no crea palabras nuevas, retuerce las ya existentes hasta el límite de sus posibilidades: "Hay muchas cosas por decir que no sé cómo decir. Faltan las palabras. Pero me niego a inventar otras nuevas: las que existen deben decir lo que se consigue decir y lo que está prohibido." 11
Este debate sobre los límites de la palabra evoluciona en las últimas obras de Clarice Lispector -La hora de la estrella y Un soplo de vida -pulsaciones- hacia un debate sobre el fracaso del lenguaje. En Aprendizaje, novela de 1969 aún leemos una consideración optimista: "Nosotros los que escribimos, apresamos en la palabra humana, escrita o hablada, un gran misterio que no quiero revelar con mi raciocinio porque es frío." 12. En 1977, el año de su muerte, escribe en Un soplo de vida: "Yo quisiera escribir un libro ¿Pero dónde están las palabras? Se han agotado los significados. Como sordos y mudos nos comunicamos con las manos." 13 y en La hora de la estrella -también 1977- el pesimismo es aún mayor: "Estoy absolutamente cansado de la literatura; sólo la mudez me hace compañía. Si todavía escribo, es porque no tengo nada más que hacer en el mundo mientras espero la muerte. La búsqueda de la palabra en la oscuridad." 14
Pero ¿quién fue esta mujer que sostuvo tan dura lucha con las palabras? Clarice Lispector, hija de judíos rusos, nació en Tchetchelnik (Ucrania), en 1925, cuando sus padres ya habían decidido emigrar. Con dos meses llegó a Alagoas y jamás admitió otra patria que el Brasil. Poco tiempo después la familia se transladó a Recife y a partir de 1937 siguió estudiando en Río. En 1943, durante sus estudios de derecho, se casó con el diplomático Maury Gurgel Valente, tuvo dos hijos y se separó en 1959. Entre 1944 y 1960 vivió largas temporadas en el extranjero, Nápoles, Berna y E.E.U.U. Durante toda su vida mantuvo su contacto con la prensa iniciado en 1941 en la Agencia Nacional. Un cáncer terminó con su vida en 1977, tenía 52 años.
¿Cómo era Clarice Lispector?, "una mujer tímida y altiva, más solitaria que independiente" afirma Benedito Nunes 15. En todo caso una mujer que no vivió en ninguna torre de marfil ni perdió nunca contacto con la realidad. Olga Borelli recoge el siguiente programa de vida de Clarice: "Nací para amar a los demás, nací para escribir y para criar a mis hijos. Amar a los demás es tan vasto que incluye incluso perdón para mí misma, con lo que sobra. Amar a los demás es la única salvación individual que conozco: nadie estará perdido si da amor y a veces recibe amor a cambio" 16. Posiblemente ahí esté el núcleo, aunque una inteligencia pudorosa pudo frenar su exteriorización. Sin embargo yo iría a buscar a Clarice Lispector en la plegaria de Lori, la protagonista de Aprendizaje: "Alivia mi alma, haz que sienta que Tu mano está cogida de la mía, haz que sienta que la muerte no existe porque ya estamos en verdad en la eternidad, haz que sienta que amar no es morir, que la entrega de sí mismo no significa la muerte, haz que sienta una alegría modesta y diaria, haz que no te indague demasiado, porque la respuesta sería tan misteriosa como la pregunta (...) bendíceme para que viva con alegría el pan que como, el sueño que duermo, haz que tenga caridad hacia mí misma pues si no, no podré sentir que Dios me amó, haz que pierda el pudor de desear que en la hora de mi muerte haya una mano humana para apretar la mía (...)" 17
Pasemos ya en el último tramo de esta exposición con el comentario de algunas de sus obras. De entre la vasta producción de Clarice Lispector -crónicas periodísticas, novelas, cuentos, literatura infantil- seleccionaré tres novelas: La pasión según G.H. (1964), Aprendizaje o el libro de los placeres (1969) y La hora de la estrella (1977), las tres traducidas al castellano. Soy evidentemente consciente de que dejo por el camino los magníficos cuentos de Lazos de familia (1960) y ¿Dónde estuviste de noche? (1974), las 13 historias eróticas de Via Crucis del cuerpo (1974) o novelas como La manzana en lo oscuro, junto con tantas otras páginas importantes.
La pasión según G.H., publicada en 1964 tras un largo silencio de su autora, fue una verdadera sacudida espiritual en el contexto de la literatura brasileña. Novela abierta, sin etapas, sin más argumento que el acto ínfimo en torno al cual se opera la educación existencial del personaje, La pasión... es un entrecortado y jadeante monólogo interior.
G.H. la protagonista (una vez más reencontramos el anonimato de la inicial ¿no les recuerda la agrupación de letras en una agenda GH - IJ etc.?) es una mujer independiente, escultora amateur, que frecuenta los círculos artísticos de la ciudad y vive sola en un ático "de semilujo". Al inicio del libro encontramos seis guiones y una expresión de angustia "Estoy procurando, estoy procurando, estoy intentando entender" 18. Lo que debe ser entendido es su experiencia del día anterior: Ayer perdí durante horas y horas el montaje humano" 19. La narración en primera persona alternará con un tú, interlocutor imaginario encargado de sostener su mano durante el proceso de la narración de este descenso a los infiernos. Como hemos visto antes, dar la mano es un gesto esencial para Clarice Lispector. Es el gesto de lo humano, de la solidaridad ante el vacío (Dar la mano a alguien siempre fue lo que esperé de la alegría) 20. Cogida de una mano humana, G.H. rememora su vía iluminativa, pues se trata en el fondo de una experiencia mística.
Esta mujer social, acomodada, tiene un día la idea de ir al cuarto de la criada, que se despidió poco antes, para comprobar que todo está en orden y prepararlo para la próxima empleada. Al fondo del corredor, ya en otra realidad, G.H. descubre la existencia en su casa de un espacio que no le pertenece. Sin plantas, sin la dulce penumbra que ella cultiva, el cuarto de la criada es un desierto batido por el sol que ha resecado el colchón y las maderas. Como en toda experiencia ascético-mística se repetirán las alusiones a lo yermo, al desierto como expresión física del despojamiento. Y entonces SUCEDE: de la puerta entreabierta del armario surge una enorme cucaracha. Ante ella el horror se apodera de esta mujer civilizada que no está acostumbrada a enfrentarse a las formas más primarias y resistentes de vida. La reacción es inmediata, cierra violentamente la puerta del armario, pero no mata del todo al animal, sino que la cucaracha sigue viva pero con medio cuerpo aprisionado por la puerta. Entonces empezará la mirada. Durante horas el insecto preso y la mujer hipnotizada por él se mirarán en silencio. Otra vez la mirada y lo que tras ella se esconde como motivo de la obra de Clarice Lispector: "Santa María, madre de Dios, ofrezco mi vida a cambio de que no sea verdad aquel momento de ayer. La cucaracha con la materia blanca me miraba. No sé si me veía. No sé lo que ve una cucaracha. Pero ella y yo nos mirábamos y tampoco sé lo que una mujer ve. Pero si sus ojos no me veían su existencia me existía - en el mundo primario donde yo había entrado, los seres existen a los otros como forma de verse. Y en ese mundo que yo estaba conociendo, hay varias formas que significan ver: uno mira al otro sin verlo, uno posee al otro, uno come al otro, uno está sólo en un rincón y el otro está allí también: todo eso también significa ver. La cucaracha no me miraba con los ojos sino con el cuerpo." 21
G.H. se enfrentará a la materia prima de la vida -a lo neutro vivo- y descubrirá en ella su propia esencia más allá del disfraz humano: "Lo que yo veía era la vida mirándome. Cómo llamar de otro modo a aquello horrible y crudo, materia prima y plasma seco, que estaba allí, mientras yo retrocedía hacia dentro de mí en naúsea seca, yo cayendo siglos y siglos en el lodo -era lodo y ni siquiera lodo ya seco sino lodo aún húmedo y aún vivo, era un lodo donde se movían con lentitud insoportable las raíces de mi identidad" 22. En un paroxismo de la introspección que no tiene nada que ver con la mirada psicológica y sí con la angustia metafísica G.H. perderá el espacio y el tiempo -incluso el lenguaje- y en un crescendo lleno de referencias bíblicas y místicas se adentrará en la nada de no ser humano para ser simplemente vida cruda. Llegará así a la máxima expiación, a la comunión con esta esencia vital, cuando, al comer la cucaracha, el yo individual se funda en el todo. Según señala Alfredo Bosi de la misma forma que Ágape, el amor-caridad cristiano se eleva a la comprensión al tocar lo humilde, el objeto-naúsea, G.H., hasta entonces educada en el Eros que sólo ama lo bello, debe bajar a la sima de lo repugnante para saber que no hay un Yo opuesto al Mundo sino un Ser único al que todos pertenecen.23
En 1969 Clarice Lispector escribe otra novela muy distinta: Aprendizaje o El libro de los placeres. Esta vez se trata de una historia de amor, de un aprendizaje de la alegría de la vida a través del cual los protagonistas llegarán a hacerse dignos uno del otro. Sólo así Lori y Ulises (no puedo detenerme en ello, pero tampoco pasar por alto la onomástica simbólica: Lorelei, la sirena, Ulises el navegante, y la transgresión de los roles clásicos en esta novela) podrán alcanzar un amor que roce lo esencial, que no esté sujeto a los miedos y autodefensas: "Yo podría tenerte con mi cuerpo y con mi alma. Esperaré aunque sea años a que tú también tengas cuerpo-alma para amar (...) Mira a todos a tu alrededor y ve lo que hemos hecho de nosotros y de eso considerado como victoria nuestra de cada día. No hemos amado por encima de todas las cosas. No hemos aceptado lo que no se entiende porque no queremos pasar por tontos (...) No tenemos ninguna alegría que no haya sido catalogada (...) Hemos tratado de salvarnos, pero sin usar la palabra salvación para no avergonzarnos de ser inocentes (...) Hemos disfrazado con el pequeño miedo el gran miedo mayor y por eso nunca hablamos de lo que realmente importa (...) Hemos sonreído en público de lo que no sonreiríamos cuando nos quedásemos solos (...) Nos hemos temido el uno al otro, por encima de todo. (...) Pero yo escapé de eso, Lori, escapé con la ferocidad con que se escapa de la peste, Lori, y esperaré hasta que tú estés más preparada." 24
Tenemos esta vez -frente al yo de G.H.- un texto en tercera persona, experimental desde el abrupto comienzo : , estando tan ocupada, había vuelto de hacer la compra (...), hasta el abrupto final: "-Pienso -interrumpió el hombre- y su voz era lenta y sofocada porque estaba sufriendo de vida y de amor-, pienso lo siguiente:"
LA PALABRA RIGUROSA
Elena Losada Soler
Universidad de Barcelona
La palabra rigurosa... La obra de Clarice Lispector es una constante reflexión sobre el lenguaje y sobre todo, sobre los límites de la palabra. Volveremos repetidas veces sobre este tema pero vayamos ahora al concepto de rigor. La palabra de Clarice Lispector es rigurosa porque debe traducir con un medio limitado algo que es mucho más grande que el lenguaje. Debe traducir el misterio y lo que carece de nombre, debe expresar con términos racionales lo que la mirada percibió más allá, debe ser capaz de fijar el instante y el acto ínfimo que está en el origen de todo. Tenemos ya aquí algunos de los motivos recurrentes de su obra: la mirada, a la vez visionaria e implacable, la consagración del instante y la importancia de lo aparentemente banal. La propia Clarice expresó claramente este límite de la palabra y lo que tras él se encuentra: "La palabra tiene su terrible limite. Más allá de ese límite está el caos orgánico. Después del final de la palabra empieza el gran alarido eterno." 1 Ese gran alarido eterno es el que asoma entre sus páginas capturado por un lenguaje que ella quiso ..."escuálido y estructural como el resultado de escuadras, compases y agudos ángulos de estrecho enigmático triángulo." 2
Ahora bien, aunque hablar de Clarice Lispector es hablar del lenguaje, no pretendo hacer una disección crítica de su prosa, porque ella no lo quiso nunca. Nada más lejos de Clarice que la pedantería académica. De hecho siempre desconfió de los especialistas: "No entiendo de qué hablan, pero siento ese falso vanguardismo, lleno de modismos, frío, calculador, poco humano. La mejor crítica es la que entra en contacto con la obra del autor casi telepáticamente." 3 No pretendo tampoco afirmar que yo he entrado en ese contacto telepático con su obra, pero sí quisiera poder transmitir algo de mi apasionada fascinación por Clarice Lispector.
No puedo exponer ahora de forma mínimamente completa lo que ha sido la literatura brasileña de nuestro siglo pero unas referencias necesariamente breves nos permitirán comprender mejor la originalidad de Clarice Lispector en ese conjunto.
La literatura moderna en Brasil arranca de la Semana de Arte Moderno de São Paulo que en 1922 abrió las puertas a los movimientos de vanguardia. Ahora bien, la vanguardia brasileña no es mimética de la europea, es, como ellos mismos dicen "ANTROPÓFAGA", es decir, devora ritualmente las vanguardias europeas para interiorizarlas y mezclarlas con lo más profundamente autóctono del país.
Esta tendencia a potenciar lo diferencialmente brasileño, pero no la revolución del lenguaje literario, se extendió al amplísimo abanico de la narrativa regionalista y al realismo social que surgió durante el Estado Novo. Ambas corrientes, narrativa regionalista y narrativa social se desarrollaron durante los años 30 con un claro predominio del tema sobre la forma, valorizando con las técnicas realistas los diversos registros del habla cotidiana. En esta línea pueden encuadrarse los grandes nombres de la literatura brasileña de la época: José Lins do Rego, Graciliano Ramos y Jorge Amado, entre otros. En casi todos los casos -con la notable excepción de Rachel de Queiroz- se trata de una narrativa masculina y tropical en la que el clima, la naturaleza excesiva, las relaciones sociales en las fábricas y las plantaciones, el mosaico étnico y cultural del Brasil se constituyen en motivos esenciales. Durante un largo tiempo la narrativa, por otra parte magnífica, parece convertirse en la expresión literaria del gran clásico de la antropología brasileña, Casa Grande & Senzala, de Gilberto Freyre. Los intentos de renovación narrativa y lingüística de los vanguardistas Mário de Andrade y Oswald de Andrade en los años 20 parecían no tener continuación.
En 1943 y 1946, sin embargo, se rompe esta tendencia. En 1946 aparece Sagarana, de João Guimarães Rosa, una colección de cuentos que preludia brillantemente una de las obras más importantes de la literatura del siglo XX: Gran Sertón : Veredas (1956), actualización de la narrativa regionalista a través de la invención de un nuevo lenguaje. De nuevo la forma era fundamental para hacer que el texto no sea una mera copia de la realidad sino una nueva realidad transubstanciada por la palabra. Pero ya tres años antes una jovencísima Clarice Lispector había publicado Cerca del corazón salvaje, una novela insólita desde su título, tomado del Retrato de un artista adolescente de Joyce. Era un texto insólito porque era una novela psicológica, femenina y urbana, construída sobre el monólogo interior y de la que había prácticamente desaparecido la trama.
Ya desde su primera novela Clarice Lispector marcaba así lo que iba a ser el territorio de su originalidad en ese mundo masculino, rural y de naturaleza desmesurada dominada por un sol de justicia. Ella aportaría percepciones, no hechos, una mirada de mujer, una mirada urbana y una mirada contemporánea, o quizá mejor sin tiempo, puesta bajo el signo de la luna.
Una mirada de mujer, quizá también una escritura de mujer. Clarice Lispector hincó en el mundo su mirada de mujer inteligente -esta es una precisión necesaria- capaz de captar las mínimas sensaciones, los mínimos detalles y de saber que nada, por pequeño o banal que parezca, carece de importancia. El mundo de lo cotidiano, de lo sin historia, que ha sido durante siglos el mundo de la mujer, puede proporcionar innumerables sorpresas, basta con saber mirar y entender esos signos de una realidad subyacente. Las mujeres de Clarice pueden hablar en tono mayor, alcanzar el fondo de todos los pozos, pero van a la compra, componen fruteros, llaman al fontanero y dominan también todos los resortes del tono menor. Ellas son hermeneutas de una divinidad nocturna y lunar: "Pero de la luna no tenía miedo, porque era más lunar que solar y veía con los ojos bien abiertos en las madrugadas tan oscuras la luna siniestra en el cielo. Entonces se bañaba toda ella en los rayos lunares, así como había quienes tomaban baños de sol. Y quedaba profundamente límpida." 4
Olga Borelli cuenta una anécdota de Clarice Lispector con la que creo que todas las mujeres podemos identificarnos. Clarice se ocupaba de su casa habitualmente pero cuando la presión de la cotidianidad, de esos mil y un pequeños trabajos y distracciones era demasiado grande desaparecía y se encerraba tres o cuatro días en un hotel. Pero para esa fuga es preciso ser libre, es decir estar sola, como la protagonista de La pasión según G.H. : "Quién sabe quizá esa actitud o falta de actitud proceda de que yo, al no haber tenido nunca marido ni hijos, no he necesitado mantener ni romper grilletes: yo era continuamente libre. Ser continuamente libre también era ayudado por mi naturaleza que es fácil: como, bebo y duermo fácilmente. Y también, naturalmente, mi libertad venía de que era económicamente independiente." 5
¿Hay alguna relación espiritual o literaria entre Virginia Woolf y Clarice Lispector? Entre muchas otras posibles esa capacidad para hacer que un acontecimiento exterior trivial desencadene ideas y sensaciones que abandonan rápidamente lo inmediato. En la obra de Clarice Lispector la conciencia desdichada aflora en sus personajes a partir de un incidente anodino. A partir de entonces el que ha sido iluminado vivirá su drama existencial. El instante actúa como desencadenante del descubrimiento del absurdo. Es el punto de partida, como veremos, de La Pasión según G.H. y también de muchas otras obras, como el cuento "Desesperación y desenlace a las tres de la tarde" en que el señor J.B. -llamo la atención entre paréntesis para el uso de las iniciales como despersonalización en toda la narrativa de Clarice Lispector- un frío y correcto burgués que nada pedía y nada daba 6 vivirá la agonía de sus propias convicciones y de su propio orgullo al recorrer un vía crucis de humillaciones iniciado por un "acontecimiento" muy simple: se marea en el autobús a las tres de la tarde y acabará innoblemente, vomitando en un bar y perdiendo su carné de identidad, o quizá su misma identidad, en su propio vómito. Sólo después de esta absoluta humilación social podrá empezar a construir un nuevo yo libre.
La introspección a partir de la conciencia de la propia soledad es constante en estos textos. La conciencia humana -conciencia de infelicidad- encontrará su contrapunto en la sólida plenitud de los objetos y de los animales. Recordemos de pasada la importancia de éstos en la obra de Clarice Lispector, las gallinas y caballos de sus cuentos, los conejos y peces de sus libros infantiles, la cucaracha de La Pasión según G.H., etc.
A lo largo de toda su obra encontramos el análisis de esos momentos interiores que acaban poniendo en crisis la subjetividad. Pero la obra de Clarice Lispector, con la excepción de su primera novela, no es - o no lo es únicamente- literatura psicológica : La 'psicología' nunca me ha interesado. La mirada psicológica me impacientaba y me impacienta, es un instrumento que sólo traspasa. 7. Con el tiempo se producirá un cambio fundamental: el salto de lo psicológico a lo metafísico, del análisis del mecanismo mental -tarea de relojero- al análisis de la razón metafísica de la existencia de ese yo.
Este análisis es, como decíamos, inseparable de la reflexión sobre el lenguaje. Escribir es una forma de salvación y también una condena: "Yo escribo y así me libro de mí y puedo entonces descansar." 8 Porque escribir es peligroso, es entrar en contacto con otra realidad y ser su vehículo -recordemos los "caballos de los dioses", los posesos de las reuniones de macumba-: "Tengo miedo de escribir, es tan peligroso. Quien lo ha intentado, lo sabe. Peligro de revolver en lo oculto - y el mundo no va a la deriva, está oculto en sus raíces sumergidas en las profundidades del mar. Para escribir tengo que colocarme en el vacío." 9 Colocarse en el vacío a partir de la intuición. Escribir no es un proceso intelectual para Clarice Lispector aunque el resultado sea una prosa altamente intelectualizada.
Y siempre la lucha entre la necesidad de expresión y la tentación del silencio, tan fuerte en todas sus obras. Sabemos muy bien que la mística es inefable, pero también el lenguaje, después de un cierto límite, entra en el reino de lo sin nombre. La escritura es una vivencia religiosa, una pasión casi sacrílega como la "comunión" de G.H., porque intenta retener lo fugitivo, fijar lo inaprensible. Las palabras deben ser capaces de congelar aquel instante al que se pueda decir -como en el deseo de Fausto- "¡Detente, eres tan bello!". Para llegar a esto es prescindible un rigor extremo: "Y si tengo que usar palabras, tienen que tener un sentido casi corpóreo (...) palabras hechas de los instantes-ya (...) Quiero como poder coger con la mano la palabra."10
Es preciso, pues, crear una escritura que pueda fundir en palabras la iluminación del instante, una escritura fragmentaria, en que ninguna metáfora-cliché puede sobrevivir, porque sólo la imagen virgen, la asociación más insólita, la palabra que ha sido vaciada de todo su sentido anterior, de su servidumbre de la realidad aparente, puede alcanzar la consagración del instante. Pero no es posible inventar lo que no existe. El trabajo debe ser hecho con el lenguaje que tenemos, Clarice Lispector no crea palabras nuevas, retuerce las ya existentes hasta el límite de sus posibilidades: "Hay muchas cosas por decir que no sé cómo decir. Faltan las palabras. Pero me niego a inventar otras nuevas: las que existen deben decir lo que se consigue decir y lo que está prohibido." 11
Este debate sobre los límites de la palabra evoluciona en las últimas obras de Clarice Lispector -La hora de la estrella y Un soplo de vida -pulsaciones- hacia un debate sobre el fracaso del lenguaje. En Aprendizaje, novela de 1969 aún leemos una consideración optimista: "Nosotros los que escribimos, apresamos en la palabra humana, escrita o hablada, un gran misterio que no quiero revelar con mi raciocinio porque es frío." 12. En 1977, el año de su muerte, escribe en Un soplo de vida: "Yo quisiera escribir un libro ¿Pero dónde están las palabras? Se han agotado los significados. Como sordos y mudos nos comunicamos con las manos." 13 y en La hora de la estrella -también 1977- el pesimismo es aún mayor: "Estoy absolutamente cansado de la literatura; sólo la mudez me hace compañía. Si todavía escribo, es porque no tengo nada más que hacer en el mundo mientras espero la muerte. La búsqueda de la palabra en la oscuridad." 14
Pero ¿quién fue esta mujer que sostuvo tan dura lucha con las palabras? Clarice Lispector, hija de judíos rusos, nació en Tchetchelnik (Ucrania), en 1925, cuando sus padres ya habían decidido emigrar. Con dos meses llegó a Alagoas y jamás admitió otra patria que el Brasil. Poco tiempo después la familia se transladó a Recife y a partir de 1937 siguió estudiando en Río. En 1943, durante sus estudios de derecho, se casó con el diplomático Maury Gurgel Valente, tuvo dos hijos y se separó en 1959. Entre 1944 y 1960 vivió largas temporadas en el extranjero, Nápoles, Berna y E.E.U.U. Durante toda su vida mantuvo su contacto con la prensa iniciado en 1941 en la Agencia Nacional. Un cáncer terminó con su vida en 1977, tenía 52 años.
¿Cómo era Clarice Lispector?, "una mujer tímida y altiva, más solitaria que independiente" afirma Benedito Nunes 15. En todo caso una mujer que no vivió en ninguna torre de marfil ni perdió nunca contacto con la realidad. Olga Borelli recoge el siguiente programa de vida de Clarice: "Nací para amar a los demás, nací para escribir y para criar a mis hijos. Amar a los demás es tan vasto que incluye incluso perdón para mí misma, con lo que sobra. Amar a los demás es la única salvación individual que conozco: nadie estará perdido si da amor y a veces recibe amor a cambio" 16. Posiblemente ahí esté el núcleo, aunque una inteligencia pudorosa pudo frenar su exteriorización. Sin embargo yo iría a buscar a Clarice Lispector en la plegaria de Lori, la protagonista de Aprendizaje: "Alivia mi alma, haz que sienta que Tu mano está cogida de la mía, haz que sienta que la muerte no existe porque ya estamos en verdad en la eternidad, haz que sienta que amar no es morir, que la entrega de sí mismo no significa la muerte, haz que sienta una alegría modesta y diaria, haz que no te indague demasiado, porque la respuesta sería tan misteriosa como la pregunta (...) bendíceme para que viva con alegría el pan que como, el sueño que duermo, haz que tenga caridad hacia mí misma pues si no, no podré sentir que Dios me amó, haz que pierda el pudor de desear que en la hora de mi muerte haya una mano humana para apretar la mía (...)" 17
Pasemos ya en el último tramo de esta exposición con el comentario de algunas de sus obras. De entre la vasta producción de Clarice Lispector -crónicas periodísticas, novelas, cuentos, literatura infantil- seleccionaré tres novelas: La pasión según G.H. (1964), Aprendizaje o el libro de los placeres (1969) y La hora de la estrella (1977), las tres traducidas al castellano. Soy evidentemente consciente de que dejo por el camino los magníficos cuentos de Lazos de familia (1960) y ¿Dónde estuviste de noche? (1974), las 13 historias eróticas de Via Crucis del cuerpo (1974) o novelas como La manzana en lo oscuro, junto con tantas otras páginas importantes.
La pasión según G.H., publicada en 1964 tras un largo silencio de su autora, fue una verdadera sacudida espiritual en el contexto de la literatura brasileña. Novela abierta, sin etapas, sin más argumento que el acto ínfimo en torno al cual se opera la educación existencial del personaje, La pasión... es un entrecortado y jadeante monólogo interior.
G.H. la protagonista (una vez más reencontramos el anonimato de la inicial ¿no les recuerda la agrupación de letras en una agenda GH - IJ etc.?) es una mujer independiente, escultora amateur, que frecuenta los círculos artísticos de la ciudad y vive sola en un ático "de semilujo". Al inicio del libro encontramos seis guiones y una expresión de angustia "Estoy procurando, estoy procurando, estoy intentando entender" 18. Lo que debe ser entendido es su experiencia del día anterior: Ayer perdí durante horas y horas el montaje humano" 19. La narración en primera persona alternará con un tú, interlocutor imaginario encargado de sostener su mano durante el proceso de la narración de este descenso a los infiernos. Como hemos visto antes, dar la mano es un gesto esencial para Clarice Lispector. Es el gesto de lo humano, de la solidaridad ante el vacío (Dar la mano a alguien siempre fue lo que esperé de la alegría) 20. Cogida de una mano humana, G.H. rememora su vía iluminativa, pues se trata en el fondo de una experiencia mística.
Esta mujer social, acomodada, tiene un día la idea de ir al cuarto de la criada, que se despidió poco antes, para comprobar que todo está en orden y prepararlo para la próxima empleada. Al fondo del corredor, ya en otra realidad, G.H. descubre la existencia en su casa de un espacio que no le pertenece. Sin plantas, sin la dulce penumbra que ella cultiva, el cuarto de la criada es un desierto batido por el sol que ha resecado el colchón y las maderas. Como en toda experiencia ascético-mística se repetirán las alusiones a lo yermo, al desierto como expresión física del despojamiento. Y entonces SUCEDE: de la puerta entreabierta del armario surge una enorme cucaracha. Ante ella el horror se apodera de esta mujer civilizada que no está acostumbrada a enfrentarse a las formas más primarias y resistentes de vida. La reacción es inmediata, cierra violentamente la puerta del armario, pero no mata del todo al animal, sino que la cucaracha sigue viva pero con medio cuerpo aprisionado por la puerta. Entonces empezará la mirada. Durante horas el insecto preso y la mujer hipnotizada por él se mirarán en silencio. Otra vez la mirada y lo que tras ella se esconde como motivo de la obra de Clarice Lispector: "Santa María, madre de Dios, ofrezco mi vida a cambio de que no sea verdad aquel momento de ayer. La cucaracha con la materia blanca me miraba. No sé si me veía. No sé lo que ve una cucaracha. Pero ella y yo nos mirábamos y tampoco sé lo que una mujer ve. Pero si sus ojos no me veían su existencia me existía - en el mundo primario donde yo había entrado, los seres existen a los otros como forma de verse. Y en ese mundo que yo estaba conociendo, hay varias formas que significan ver: uno mira al otro sin verlo, uno posee al otro, uno come al otro, uno está sólo en un rincón y el otro está allí también: todo eso también significa ver. La cucaracha no me miraba con los ojos sino con el cuerpo." 21
G.H. se enfrentará a la materia prima de la vida -a lo neutro vivo- y descubrirá en ella su propia esencia más allá del disfraz humano: "Lo que yo veía era la vida mirándome. Cómo llamar de otro modo a aquello horrible y crudo, materia prima y plasma seco, que estaba allí, mientras yo retrocedía hacia dentro de mí en naúsea seca, yo cayendo siglos y siglos en el lodo -era lodo y ni siquiera lodo ya seco sino lodo aún húmedo y aún vivo, era un lodo donde se movían con lentitud insoportable las raíces de mi identidad" 22. En un paroxismo de la introspección que no tiene nada que ver con la mirada psicológica y sí con la angustia metafísica G.H. perderá el espacio y el tiempo -incluso el lenguaje- y en un crescendo lleno de referencias bíblicas y místicas se adentrará en la nada de no ser humano para ser simplemente vida cruda. Llegará así a la máxima expiación, a la comunión con esta esencia vital, cuando, al comer la cucaracha, el yo individual se funda en el todo. Según señala Alfredo Bosi de la misma forma que Ágape, el amor-caridad cristiano se eleva a la comprensión al tocar lo humilde, el objeto-naúsea, G.H., hasta entonces educada en el Eros que sólo ama lo bello, debe bajar a la sima de lo repugnante para saber que no hay un Yo opuesto al Mundo sino un Ser único al que todos pertenecen.23
En 1969 Clarice Lispector escribe otra novela muy distinta: Aprendizaje o El libro de los placeres. Esta vez se trata de una historia de amor, de un aprendizaje de la alegría de la vida a través del cual los protagonistas llegarán a hacerse dignos uno del otro. Sólo así Lori y Ulises (no puedo detenerme en ello, pero tampoco pasar por alto la onomástica simbólica: Lorelei, la sirena, Ulises el navegante, y la transgresión de los roles clásicos en esta novela) podrán alcanzar un amor que roce lo esencial, que no esté sujeto a los miedos y autodefensas: "Yo podría tenerte con mi cuerpo y con mi alma. Esperaré aunque sea años a que tú también tengas cuerpo-alma para amar (...) Mira a todos a tu alrededor y ve lo que hemos hecho de nosotros y de eso considerado como victoria nuestra de cada día. No hemos amado por encima de todas las cosas. No hemos aceptado lo que no se entiende porque no queremos pasar por tontos (...) No tenemos ninguna alegría que no haya sido catalogada (...) Hemos tratado de salvarnos, pero sin usar la palabra salvación para no avergonzarnos de ser inocentes (...) Hemos disfrazado con el pequeño miedo el gran miedo mayor y por eso nunca hablamos de lo que realmente importa (...) Hemos sonreído en público de lo que no sonreiríamos cuando nos quedásemos solos (...) Nos hemos temido el uno al otro, por encima de todo. (...) Pero yo escapé de eso, Lori, escapé con la ferocidad con que se escapa de la peste, Lori, y esperaré hasta que tú estés más preparada." 24
Tenemos esta vez -frente al yo de G.H.- un texto en tercera persona, experimental desde el abrupto comienzo : , estando tan ocupada, había vuelto de hacer la compra (...), hasta el abrupto final: "-Pienso -interrumpió el hombre- y su voz era lenta y sofocada porque estaba sufriendo de vida y de amor-, pienso lo siguiente:"
_________________
"Ser como un verso volando
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
(Hánjel)
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
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Maria Lua- Administrador-Moderador
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Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Continuación de
CLARICE LISPECTOR:
LA PALABRA RIGUROSA
El lenguaje de Clarice alcanza ahora su máxima nitidez. Alterna elementos perfectamente prosaicos: "había hecho varias llamadas de teléfono haciendo algunos recados, incluso una dificilísima para llamar al fontanero" 25, con pequeños trucos de la tradición femenina : "Dio un salto fuera de la cama, pero femeninamente dejó como siempre sonar el teléfono algunas veces más para no demostrar avidez, en el caso de que fuera Ulises." 26, con frases como sentencias que cortan el aliento: "...un día será el mundo con su impersonalidad soberbia contra mi extrema individualidad de persona, pero seremos uno solo." 27. - "Conmigo hablará toda tu alma, aún en silencio" 28 y con momentos de extrema depuración lírica, como la descripción del baño de Lori a las cinco de la mañana, en la playa, en busca de sí misma y del valor: "Avanzando, abre las aguas del mundo por la mitad. Ya no necesita coraje, ahora ya es vieja en el ritual recuperado que había abandonado hacía milenios. Baja la cabeza dentro del brillo del mar, y retira una cabellera que sale toda goteando sobre los ojos salados que arden, juega con la mano en el agua, pausada, los cabellos al sol se están casi inmediatamente endureciendo con la sal (...) Se zambulle nuevamente, nuevamente bebe más agua, ahora sin avidez pues ya conoce y ya tiene un ritmo de vida en el mar. Es la amante que no teme pues sabe que lo tendrá todo nuevamente." 29
Y dominando todo el texto, el tema capital de Clarice Lispector, el silencio, misterio puro que el hombre habita lleno de miedo intentando llenarlo con ruídos para no tener que oír el propio yo. Pero hay quien ama ese silencio como una religión: "Hay una masonería del silencio que consiste en no hablar de él y adorarlo sin palabras." 30 Hay unas páginas prodigiosas sobre el silencio en Aprendizaje. Después Clarice las convirtió en un breve cuento llamado "Silencio": "(...) Se puede pensar rápidamente en el día que pasó. O en los amigos que pasaron y para siempre se perdieron. pero es inútil huir: el silencio está ahí. Aún el sufrimiento peor, el de la amistad perdida, es sólo fuga. Pues si al principio el silencio parece aguardar una respuesta -cómo ardemos por ser llamados a responder-, pronto se descubre que de ti nada exige, quizás tan sólo tu silencio. Cuántas horas se pierden en la oscuridad suponiendo que el silencio te juzga, como esperamos en vano ser juzgados por Dios. Surgen las justificaciones, trágicas justificaciones forzadas, humildes disculpas hasta la indignidad. Tan suave es para el ser humano mostrar al fin su indignidad y ser perdonado con la justificación de que es un ser humano humillado de nacimiento. Hasta que se descubre que él ni siquiera quiere su indignidad. Él es el silencio. (...)" 31
Y ya para terminar La hora de la estrella, publicada en 1977, pocos meses antes de la muerte de Clarice Lispector. Esta última novela es un libro muy sorprendente. Para empezar es una narración con inicio y fin, para continuar es pura literatura de cordel, un verdadero folletín, y para terminar no es una sino tres historias. Veamos, primera historia, la de la nordestina que es su protagonista. Segunda historia, la del dolor de muelas y progresiva implicación en la historia de Rodrigo S. M., el narrador, máscara masculina de Clarice, justificado así por la autora:"Otro escritor sí, pero tendría que ser hombre, porque una mujer escritora puede lagrimear tonterías" 32. Tercera historia, la del propio proceso narrativo. Pero por encima de todo la presencia de Clarice, de Clarice ya enferma -la muerte sobrevuela sin aspavientos todo el libro- la autora indiscutible del texto y sobre todo de la dedicatoria, una pequeña obra maestra en sí misma que me recuerda los poemas de Los Conjurados cuando también Borges sabía que se acercaba su muerte.
Nos encontramos con la historia de una vida insignificante, la de Macabea, una campesina nordestina reciclada en oficinista en Río. En la vida mísera de Macabea sólo un gran suceso: una adivina le vaticina que al salir de la consulta su vida cambiará por completo, conocerá a un extranjero rubio y rico (todos los extranjeros son rubios y ricos en el imaginario popular del Brasil) llamado Hans para mayor precisión, que se casará con ella y la tratará como a una reina. ¡Eso es un destino feliz y no el de la chica que salió antes, que iba a ser atropellada por un coche! "ahora ve a encontrarte con tu maravilloso destino" 33 le dice la adivina. Cuando sale es atropellada por un impresionante Mercedes amarillo que ni siquiera se detiene y Macabea muere después de pronunciar una última frase que nadie comprende: "En cuanto al futuro" 34
Un tremendo folletín, pues, que sería la base ideal para una novela llena de lágrimas sobre las injusticias del destino. Pero lo fascinante es que Clarice Lispector construye sobre esta base un libro riguroso y frío en que los sentimientos -de tan congelados- provocan quemaduras: "Ya he avisado que era literatura de cordel aunque me niegue a mostrar la menor piedad" 35, nos advierte.
Efectivamente no hay la forma común de piedad, hay mucho más. Encontramos de nuevo uno de los motivos nucleares de la obra de Clarice Lispector: el absurdo existencial que sólo es rescatado por los pequeños placeres que todos los seres, incluso esta Macabea -tan vegetal, tan raíz- intentan procurarse para pactar con el vacío.
Veamos un poco la historia de Macabea hasta que su destino se cruzó con el Mercedes. Esta historia hubiera podido tener otros doce títulos, que serían a su vez doce formas de leer el texto: "La culpa es mía .- Que ella se apañe .- El derecho al grito .- En cuanto al futuro .- Lamento de un blue .- Ella no sabe gritar.- Una sensación de pérdida .- Silbido en el viento oscuro .- Yo no puedo hacer nada .- Registro de los hechos precedentes .- Historia lacrimógena de cordel .- Salida discreta por la puerta del fondo."
Personalmente elijo Ella no sabe gritar. Porque Macabea no sabe siquiera que puede gritar, no sabe que tiene derechos, no sabe que la Convención decretó en 1792 que el ciudadano tiene derecho a la felicidad. Como Macabea no sabe gritar, gritará por ella el narrador : "Es mi deber, aunque sea de arte menor, revelar su vida. porque tiene derecho al grito. Entonces yo grito." 36. Pero no nos engañemos, Macabea no tiene cualidades de heroína, es vulgar, fea, inculta, incompetente para la vida: La persona de quien voy a hablar es tan tonta que a veces sonríe a los demás en la calle. Nadie responde a su sonrisa porque ni la miran." 37
Macabea es, efectivamente, incompetente para la vida social porque la vida de Macabea es la vida de lo neutro vivo. Macabea es insignificante, especialmente anónima. Repetidamente Clarice-Rodrigo insiste en la invisibilidad de Macabea. En una ocasión con una metáfora fascinante: "Nadie la miraba en la calle, ella era café frío" 38 Para un brasileño esta es la imagen de lo que nadie quiere. Lo prosaico es en Clarice Lispector un arma poderosa.
Un día Macabea conoce a un hombre, nordestino como ella, y él pasa a ocupar en la jerarquía de sus placeres el lugar anteriormente otorgado al dulce de guayaba con queso. La primera conversación marcará el tono de su amor :
"-Disculpe, señorita ¿puedo invitarla a pasear?
-Sí -respondió atolondrada, deprisa, antes de que él cambiara de idea.
-Si me permite, ¿cuál es su nombre?
-Macabea
-Maca ¿qué?
-Bea -se vio obligada a completar
-Disculpe pero parece el nombre de una enfermedad , de una enfermedad -de la piel.
(...)
Los dos ignoraban cómo se pasea. Caminaron bajo la lluvia densa y se detuvieron delante del escaparate de una ferretería donde había expuestos caños, latas, tornillos grandes y clavos.
Macabea , temerosa de que el silencio ya significase una ruptura, dijo al recién-enamorado:
-A mí me gustan mucho los tornillos y los clavos, ¿y a usted?" 39
La relación continúa durante un tiempo al son de conversaciones como la siguiente :
Él: -Pues sí.
Ella: -¿Pues sí, qué?
Él: -¡Yo dije pues sí!
Ella: -¿Pero "pues sí" qué?
Él: -Mejor cambiemos de conversación, porque tú no me entiendes.
Ella: -¿Entender qué?
Él -¡Virgen santa! ¡Macabea, vamos a cambiar de tema ahora mismo!
Ella: -¿Y de qué hablamos?
Él : -De ti, por ejemplo.
Ella: -¡¿De mí?!
Él: -¿Por qué tanto susto? ¿Tú no eres gente? La gente habla de la gente.
Ella: Disculpa, pero no me parece que yo sea muy gente.
Él: -¡Pero si todo el mundo es gente, Dios mío!
Ella: -Yo no me he habituado.
Él: - ¿No te has habituado a qué?
Ella: -Ah, no sé explicarme.
Él: - ¿Entonces?
Ella: -¿Entonces qué?
Él : -Oye, yo me largo, porque tú eres imposible.
Ella: -Es que sólo sé ser imposible, no sé otra cosa. ¿Qué puedo hacer para lograr ser posible?
Él: - ¡Deja de hablar, que sólo dices estupideces! Di lo que quieras.
(...) 40
El diálogo llega al surrealismo por la mezcla de la exagerada vulgaridad y de la trascendencia involuntaria. Macabea es incómoda porque pregunta como un niño, pregunta aquello que no se debe preguntar porque carece de respuesta, pregunta el sentido de las expresiones hechas, de las fórmulas banales que los adultos hemos convenido para disfrazar la soledad. Macabea no tiene piedad para con el pobre edificio del yo metalúrgico de Olímpico, por eso él la dejará por Gloria, su compañera de oficina, tras consolarla con una frase sublime: "Ante la cara un poco demasiado inexpresiva de Macabea, él hasta procuró decirle alguna gentileza que suavizara la hora del adiós para siempre. al despedirse le dijo:
-Tú, Macabea, eres un pelo en la sopa. no te dan ganas de comer. Discúlpame si te he ofendido, pero soy sincero ¿Estás ofendida? " 41
Sólo Rodrigo S.M, su cronista, ama a Macabea, muy a pesar suyo:
"Sí, estoy enamorado de Macabea, mi querida Maca, enamorado de su fealdad y de su anonimato total, pues ella no existe para nadie (...) Yo quisiera que ella abriese la boca para decir:
- Estoy sola en el mundo y no creo en nadie, todos mienten, a veces hasta en la hora del amor, yo no veo que una persona hable con otra, la verdad sólo me llega cuando estoy sola." 42
¿Le llegó la verdad a Macabea cuando fue a la adivina tan contenta porque "por primera vez iba a tener un destino"? 43 ¿Estaría la verdad en ese En cuanto al futuroque nadie entendió? Rodrigo S.M. tiene su opinión: "¿Cuál fue la verdad de mi Maca? Basta descubrir la verdad para que ya no exista: pasó el momento. Pregunto ¿qué existe? Respuesta; no existe." 44
Una vez más la consagración del instante y una vez más la reflexión sobre el lenguaje y sobre el proceso de creación: "No, no es fácil escribir. Es duro como partir rocas. Pero saltan chispas y astillas como aceros pulidos". 45 Así son las palabras, las imágenes de Clarice Lispector, astillas de acero pulido, de firme contorno e insondable profundidad. Palabras rigurosas, porque el adorno destruiría el poder de convocar el misterio, de congelar el instante: "Escribo muy simple y muy desnudo. Por eso hiere" 46. Tras esto sólo el silencio.
Y el alma libre busca un canto para acomodarse. Soy un yo que anuncia. No sé de qué estoy hablando. Yo soy nada. Después de muerta me agrandaré y me esparciré, y alguien dirá con amor mi nombre.
Es allí adonde voy
CITAS:
Olga BORELLI: "Liminar", en : Clarice Lispector, A Paixão segundo G. H. (Ed. crítica, Coord. Benedito Nunes), Coleção Arquivos, Editora de Univ. de Florianópolis, 1988, p. XXIII
Clarice LISPECTOR: "Un soplo de vida-Pulsaciones" (fragmento), EL PASEANTE nº 11, Siruela, Madrid, 1988, p. 48
Olga BORELLI: op. cit. , p.XXIII
Clarice LISPECTOR: Aprendizaje o El libro de los placeres, Siruela, Madrid, 1989, p.31
Clarice LISPECTOR: A Paixão segundo G.H. (op. cit.) p. 20
Clarice LISPECTOR: Desespero e desenlace às três da tarde, COLÓQUIO-LETRAS nº 25, Maio 1975, Lisboa, p.50
Clarice LISPECTOR: A Paixão segundo G.H. (op. cit.) p. 18
Clarice LISPECTOR: "Un soplo de vida -Pulsaciones" (op. cit.) p.50
Ibidem, p. 47
Citado por Álvaro Manuel Machado en "Clarice Lispector" (Temas portugueses e brasileiros) Instituto de Cultura e Língua Portuguesa, Lisboa, 1992, p. 187
Clarice LISPECTOR: Água Viva, Editora Nova Fronteira, Rio de Janeiro, 1979 10, p.29
Clarice LISPECTOR: Aprendizaje o El libro de los placeres (op. cit.), p. 83
Clarice LISPECTOR: "Un soplo de vida-Pulsaciones" (op. cit.), p. 47
Clarice LISPECTOR: La hora de la estrella, Siruela, Madrid, 1989, p. 66
Benedito NUNES: "Clarice Lispector ou o naufrágio da introspecção", COLÓQUIO-LETRAS, nº 70, Lisboa, Nov. 1982, p.13
Olga BORELLI: op. cit., p. XXII
Clarice LISPECTOR: Aprendizaje o El libro de los placeres (op. cit), p.50
Clarice LISPECTOR: A Paixão segundo G.H. (op. cit.) p.9
Ibidem, p. 10
Ibidem, p. 13
Ibidem, p. 50
Ibidem, p. 38
Alfredo BOSI: História concisa da literatura brasileira, Cultrix, São Paulo, 1982, p. 480
Clarice LISPECTOR: Aprendizaje o El libro de los placeres (op. cit.) p.42/43
Ibidem, p. 11
Ibidem, p. 91
Ibidem, p. 65
Ibidem, p. 81
Ibidem, p. 70/71
Ibidem, p. 33
Clarice LISPECTOR: Silencio, Grijalbo, Barcelona, 1988, p.135
Clarice LISPECTOR: La hora de la estrella (op. cit.) p. 13
Ibidem, p. 74
Ibidem, p. 79
Ibidem, p. 33
Ibidem, p.15
Ibidem, p. 17
Ibidem, p. 27
Ibidem, p. 42/43
Ibidem, p. 46/47
Ibidem, p. 58
Ibidem, p. 65
Ibidem, p. 71
Ibidem, p. 80
Ibidem, p. 20
Clarice LISPECTOR: Un soplo de vida-Pulsaciones (op. cit.) p.48
Este texto está publicado en: Mujeres y Literatura [Àngels Carabí y Marta Segarra Eds.], PPU, Barcelona, 1994, pp. 123-136.
CLARICE LISPECTOR:
LA PALABRA RIGUROSA
El lenguaje de Clarice alcanza ahora su máxima nitidez. Alterna elementos perfectamente prosaicos: "había hecho varias llamadas de teléfono haciendo algunos recados, incluso una dificilísima para llamar al fontanero" 25, con pequeños trucos de la tradición femenina : "Dio un salto fuera de la cama, pero femeninamente dejó como siempre sonar el teléfono algunas veces más para no demostrar avidez, en el caso de que fuera Ulises." 26, con frases como sentencias que cortan el aliento: "...un día será el mundo con su impersonalidad soberbia contra mi extrema individualidad de persona, pero seremos uno solo." 27. - "Conmigo hablará toda tu alma, aún en silencio" 28 y con momentos de extrema depuración lírica, como la descripción del baño de Lori a las cinco de la mañana, en la playa, en busca de sí misma y del valor: "Avanzando, abre las aguas del mundo por la mitad. Ya no necesita coraje, ahora ya es vieja en el ritual recuperado que había abandonado hacía milenios. Baja la cabeza dentro del brillo del mar, y retira una cabellera que sale toda goteando sobre los ojos salados que arden, juega con la mano en el agua, pausada, los cabellos al sol se están casi inmediatamente endureciendo con la sal (...) Se zambulle nuevamente, nuevamente bebe más agua, ahora sin avidez pues ya conoce y ya tiene un ritmo de vida en el mar. Es la amante que no teme pues sabe que lo tendrá todo nuevamente." 29
Y dominando todo el texto, el tema capital de Clarice Lispector, el silencio, misterio puro que el hombre habita lleno de miedo intentando llenarlo con ruídos para no tener que oír el propio yo. Pero hay quien ama ese silencio como una religión: "Hay una masonería del silencio que consiste en no hablar de él y adorarlo sin palabras." 30 Hay unas páginas prodigiosas sobre el silencio en Aprendizaje. Después Clarice las convirtió en un breve cuento llamado "Silencio": "(...) Se puede pensar rápidamente en el día que pasó. O en los amigos que pasaron y para siempre se perdieron. pero es inútil huir: el silencio está ahí. Aún el sufrimiento peor, el de la amistad perdida, es sólo fuga. Pues si al principio el silencio parece aguardar una respuesta -cómo ardemos por ser llamados a responder-, pronto se descubre que de ti nada exige, quizás tan sólo tu silencio. Cuántas horas se pierden en la oscuridad suponiendo que el silencio te juzga, como esperamos en vano ser juzgados por Dios. Surgen las justificaciones, trágicas justificaciones forzadas, humildes disculpas hasta la indignidad. Tan suave es para el ser humano mostrar al fin su indignidad y ser perdonado con la justificación de que es un ser humano humillado de nacimiento. Hasta que se descubre que él ni siquiera quiere su indignidad. Él es el silencio. (...)" 31
Y ya para terminar La hora de la estrella, publicada en 1977, pocos meses antes de la muerte de Clarice Lispector. Esta última novela es un libro muy sorprendente. Para empezar es una narración con inicio y fin, para continuar es pura literatura de cordel, un verdadero folletín, y para terminar no es una sino tres historias. Veamos, primera historia, la de la nordestina que es su protagonista. Segunda historia, la del dolor de muelas y progresiva implicación en la historia de Rodrigo S. M., el narrador, máscara masculina de Clarice, justificado así por la autora:"Otro escritor sí, pero tendría que ser hombre, porque una mujer escritora puede lagrimear tonterías" 32. Tercera historia, la del propio proceso narrativo. Pero por encima de todo la presencia de Clarice, de Clarice ya enferma -la muerte sobrevuela sin aspavientos todo el libro- la autora indiscutible del texto y sobre todo de la dedicatoria, una pequeña obra maestra en sí misma que me recuerda los poemas de Los Conjurados cuando también Borges sabía que se acercaba su muerte.
Nos encontramos con la historia de una vida insignificante, la de Macabea, una campesina nordestina reciclada en oficinista en Río. En la vida mísera de Macabea sólo un gran suceso: una adivina le vaticina que al salir de la consulta su vida cambiará por completo, conocerá a un extranjero rubio y rico (todos los extranjeros son rubios y ricos en el imaginario popular del Brasil) llamado Hans para mayor precisión, que se casará con ella y la tratará como a una reina. ¡Eso es un destino feliz y no el de la chica que salió antes, que iba a ser atropellada por un coche! "ahora ve a encontrarte con tu maravilloso destino" 33 le dice la adivina. Cuando sale es atropellada por un impresionante Mercedes amarillo que ni siquiera se detiene y Macabea muere después de pronunciar una última frase que nadie comprende: "En cuanto al futuro" 34
Un tremendo folletín, pues, que sería la base ideal para una novela llena de lágrimas sobre las injusticias del destino. Pero lo fascinante es que Clarice Lispector construye sobre esta base un libro riguroso y frío en que los sentimientos -de tan congelados- provocan quemaduras: "Ya he avisado que era literatura de cordel aunque me niegue a mostrar la menor piedad" 35, nos advierte.
Efectivamente no hay la forma común de piedad, hay mucho más. Encontramos de nuevo uno de los motivos nucleares de la obra de Clarice Lispector: el absurdo existencial que sólo es rescatado por los pequeños placeres que todos los seres, incluso esta Macabea -tan vegetal, tan raíz- intentan procurarse para pactar con el vacío.
Veamos un poco la historia de Macabea hasta que su destino se cruzó con el Mercedes. Esta historia hubiera podido tener otros doce títulos, que serían a su vez doce formas de leer el texto: "La culpa es mía .- Que ella se apañe .- El derecho al grito .- En cuanto al futuro .- Lamento de un blue .- Ella no sabe gritar.- Una sensación de pérdida .- Silbido en el viento oscuro .- Yo no puedo hacer nada .- Registro de los hechos precedentes .- Historia lacrimógena de cordel .- Salida discreta por la puerta del fondo."
Personalmente elijo Ella no sabe gritar. Porque Macabea no sabe siquiera que puede gritar, no sabe que tiene derechos, no sabe que la Convención decretó en 1792 que el ciudadano tiene derecho a la felicidad. Como Macabea no sabe gritar, gritará por ella el narrador : "Es mi deber, aunque sea de arte menor, revelar su vida. porque tiene derecho al grito. Entonces yo grito." 36. Pero no nos engañemos, Macabea no tiene cualidades de heroína, es vulgar, fea, inculta, incompetente para la vida: La persona de quien voy a hablar es tan tonta que a veces sonríe a los demás en la calle. Nadie responde a su sonrisa porque ni la miran." 37
Macabea es, efectivamente, incompetente para la vida social porque la vida de Macabea es la vida de lo neutro vivo. Macabea es insignificante, especialmente anónima. Repetidamente Clarice-Rodrigo insiste en la invisibilidad de Macabea. En una ocasión con una metáfora fascinante: "Nadie la miraba en la calle, ella era café frío" 38 Para un brasileño esta es la imagen de lo que nadie quiere. Lo prosaico es en Clarice Lispector un arma poderosa.
Un día Macabea conoce a un hombre, nordestino como ella, y él pasa a ocupar en la jerarquía de sus placeres el lugar anteriormente otorgado al dulce de guayaba con queso. La primera conversación marcará el tono de su amor :
"-Disculpe, señorita ¿puedo invitarla a pasear?
-Sí -respondió atolondrada, deprisa, antes de que él cambiara de idea.
-Si me permite, ¿cuál es su nombre?
-Macabea
-Maca ¿qué?
-Bea -se vio obligada a completar
-Disculpe pero parece el nombre de una enfermedad , de una enfermedad -de la piel.
(...)
Los dos ignoraban cómo se pasea. Caminaron bajo la lluvia densa y se detuvieron delante del escaparate de una ferretería donde había expuestos caños, latas, tornillos grandes y clavos.
Macabea , temerosa de que el silencio ya significase una ruptura, dijo al recién-enamorado:
-A mí me gustan mucho los tornillos y los clavos, ¿y a usted?" 39
La relación continúa durante un tiempo al son de conversaciones como la siguiente :
Él: -Pues sí.
Ella: -¿Pues sí, qué?
Él: -¡Yo dije pues sí!
Ella: -¿Pero "pues sí" qué?
Él: -Mejor cambiemos de conversación, porque tú no me entiendes.
Ella: -¿Entender qué?
Él -¡Virgen santa! ¡Macabea, vamos a cambiar de tema ahora mismo!
Ella: -¿Y de qué hablamos?
Él : -De ti, por ejemplo.
Ella: -¡¿De mí?!
Él: -¿Por qué tanto susto? ¿Tú no eres gente? La gente habla de la gente.
Ella: Disculpa, pero no me parece que yo sea muy gente.
Él: -¡Pero si todo el mundo es gente, Dios mío!
Ella: -Yo no me he habituado.
Él: - ¿No te has habituado a qué?
Ella: -Ah, no sé explicarme.
Él: - ¿Entonces?
Ella: -¿Entonces qué?
Él : -Oye, yo me largo, porque tú eres imposible.
Ella: -Es que sólo sé ser imposible, no sé otra cosa. ¿Qué puedo hacer para lograr ser posible?
Él: - ¡Deja de hablar, que sólo dices estupideces! Di lo que quieras.
(...) 40
El diálogo llega al surrealismo por la mezcla de la exagerada vulgaridad y de la trascendencia involuntaria. Macabea es incómoda porque pregunta como un niño, pregunta aquello que no se debe preguntar porque carece de respuesta, pregunta el sentido de las expresiones hechas, de las fórmulas banales que los adultos hemos convenido para disfrazar la soledad. Macabea no tiene piedad para con el pobre edificio del yo metalúrgico de Olímpico, por eso él la dejará por Gloria, su compañera de oficina, tras consolarla con una frase sublime: "Ante la cara un poco demasiado inexpresiva de Macabea, él hasta procuró decirle alguna gentileza que suavizara la hora del adiós para siempre. al despedirse le dijo:
-Tú, Macabea, eres un pelo en la sopa. no te dan ganas de comer. Discúlpame si te he ofendido, pero soy sincero ¿Estás ofendida? " 41
Sólo Rodrigo S.M, su cronista, ama a Macabea, muy a pesar suyo:
"Sí, estoy enamorado de Macabea, mi querida Maca, enamorado de su fealdad y de su anonimato total, pues ella no existe para nadie (...) Yo quisiera que ella abriese la boca para decir:
- Estoy sola en el mundo y no creo en nadie, todos mienten, a veces hasta en la hora del amor, yo no veo que una persona hable con otra, la verdad sólo me llega cuando estoy sola." 42
¿Le llegó la verdad a Macabea cuando fue a la adivina tan contenta porque "por primera vez iba a tener un destino"? 43 ¿Estaría la verdad en ese En cuanto al futuroque nadie entendió? Rodrigo S.M. tiene su opinión: "¿Cuál fue la verdad de mi Maca? Basta descubrir la verdad para que ya no exista: pasó el momento. Pregunto ¿qué existe? Respuesta; no existe." 44
Una vez más la consagración del instante y una vez más la reflexión sobre el lenguaje y sobre el proceso de creación: "No, no es fácil escribir. Es duro como partir rocas. Pero saltan chispas y astillas como aceros pulidos". 45 Así son las palabras, las imágenes de Clarice Lispector, astillas de acero pulido, de firme contorno e insondable profundidad. Palabras rigurosas, porque el adorno destruiría el poder de convocar el misterio, de congelar el instante: "Escribo muy simple y muy desnudo. Por eso hiere" 46. Tras esto sólo el silencio.
Y el alma libre busca un canto para acomodarse. Soy un yo que anuncia. No sé de qué estoy hablando. Yo soy nada. Después de muerta me agrandaré y me esparciré, y alguien dirá con amor mi nombre.
Es allí adonde voy
CITAS:
Olga BORELLI: "Liminar", en : Clarice Lispector, A Paixão segundo G. H. (Ed. crítica, Coord. Benedito Nunes), Coleção Arquivos, Editora de Univ. de Florianópolis, 1988, p. XXIII
Clarice LISPECTOR: "Un soplo de vida-Pulsaciones" (fragmento), EL PASEANTE nº 11, Siruela, Madrid, 1988, p. 48
Olga BORELLI: op. cit. , p.XXIII
Clarice LISPECTOR: Aprendizaje o El libro de los placeres, Siruela, Madrid, 1989, p.31
Clarice LISPECTOR: A Paixão segundo G.H. (op. cit.) p. 20
Clarice LISPECTOR: Desespero e desenlace às três da tarde, COLÓQUIO-LETRAS nº 25, Maio 1975, Lisboa, p.50
Clarice LISPECTOR: A Paixão segundo G.H. (op. cit.) p. 18
Clarice LISPECTOR: "Un soplo de vida -Pulsaciones" (op. cit.) p.50
Ibidem, p. 47
Citado por Álvaro Manuel Machado en "Clarice Lispector" (Temas portugueses e brasileiros) Instituto de Cultura e Língua Portuguesa, Lisboa, 1992, p. 187
Clarice LISPECTOR: Água Viva, Editora Nova Fronteira, Rio de Janeiro, 1979 10, p.29
Clarice LISPECTOR: Aprendizaje o El libro de los placeres (op. cit.), p. 83
Clarice LISPECTOR: "Un soplo de vida-Pulsaciones" (op. cit.), p. 47
Clarice LISPECTOR: La hora de la estrella, Siruela, Madrid, 1989, p. 66
Benedito NUNES: "Clarice Lispector ou o naufrágio da introspecção", COLÓQUIO-LETRAS, nº 70, Lisboa, Nov. 1982, p.13
Olga BORELLI: op. cit., p. XXII
Clarice LISPECTOR: Aprendizaje o El libro de los placeres (op. cit), p.50
Clarice LISPECTOR: A Paixão segundo G.H. (op. cit.) p.9
Ibidem, p. 10
Ibidem, p. 13
Ibidem, p. 50
Ibidem, p. 38
Alfredo BOSI: História concisa da literatura brasileira, Cultrix, São Paulo, 1982, p. 480
Clarice LISPECTOR: Aprendizaje o El libro de los placeres (op. cit.) p.42/43
Ibidem, p. 11
Ibidem, p. 91
Ibidem, p. 65
Ibidem, p. 81
Ibidem, p. 70/71
Ibidem, p. 33
Clarice LISPECTOR: Silencio, Grijalbo, Barcelona, 1988, p.135
Clarice LISPECTOR: La hora de la estrella (op. cit.) p. 13
Ibidem, p. 74
Ibidem, p. 79
Ibidem, p. 33
Ibidem, p.15
Ibidem, p. 17
Ibidem, p. 27
Ibidem, p. 42/43
Ibidem, p. 46/47
Ibidem, p. 58
Ibidem, p. 65
Ibidem, p. 71
Ibidem, p. 80
Ibidem, p. 20
Clarice LISPECTOR: Un soplo de vida-Pulsaciones (op. cit.) p.48
Este texto está publicado en: Mujeres y Literatura [Àngels Carabí y Marta Segarra Eds.], PPU, Barcelona, 1994, pp. 123-136.
_________________
"Ser como un verso volando
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
(Hánjel)
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
(Hánjel)
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Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Clarice Lispector. En las tinieblas de la materia
Ida Vitale31 octubre 2003
¿Empezamos a escuchar el coro que resuena fronteras adentro del Brasil y que no es otra cosa que la voz que clama en el desierto? Los oídos sordos pierden las muchas calidades de esa literatura, tan rica que podría permitirse también ella jugar el juego de marginar al resto. Para ese mar de diferencias, Clarice Lispector es una insólita e inagotable fuente.
Los perfiles literarios se prestan a la convencionalidad: tanto espacio, tal enfoque. Pero Clarice Lispector, inmune a la convención, la dinamita. En una entrevista de 1974 le preguntan de qué tiene miedo. "Creo que tengo miedo del futuro. Siempre he tenido miedo del futuro. Creo que voy a hacerme cortar el pelo, ¿qué le parece?" ¿No es esto dinamitar no sólo una entrevista, sino la importancia que la fama le está otorgando?
Hay escritores singulares y escondidizos, que se instalan en una tradición y la sabotean desde su centro. Un Nabokov, digamos, no rechaza la cultura, los valores de su herencia: desde ésta, emancipado, crea un laberinto, tiende trampas que desdibujan los recorridos habituales, lanza pistas que perturban al lector, abriéndole otro recorrido con el premio final de ser aceptado en la coalición de quienes aprecian las marcas eficaces de las dentelladas. Impone sus malabarismos en una lengua ajena, de ahora en adelante invadida por su perfección. Sin embargo, acepta la cúpula inequívocamente común a toda la narrativa de este siglo.
Pero pocos digo pocos para cubrirme han arremetido como esta mujer de frontera contra tantas convenciones novelísticas a la vez. A lo largo de su obra extensa fue debilitando argumento, acción, diálogo, cosas esenciales una u otra, al menos, para dejar a sus personajes despojados de todas, braceando en las aguas primitivas de una vida primaria que "respira, respira, respira".
Nació en Chetsélñik, en Ucrania, de familia judía. Los datos acerca de la fecha difieren: en 1920 o 1925. Su infancia transcurrió en Recife, donde sus padres se instalaron cuando tenía dos meses, según ella afirmó y, aunque su vida transcurrió en Río de Janeiro fuera de los periodos pasados en el extranjero, al seguir los destinos diplomáticos de su marido, nunca perdió, según dicen, su acento pernambucano (complicado por un problema de pronunciación de la erre). Al salir su primer libro, Sergio Milliet, crítico con prestigio, percibe todo lo nuevo que depara, pero respinga ante el apellido de su autora, "nombre extraño y hasta desagradable, pseudónimo sin duda". Con su raíz latina, que encerraría "un lirio en el pecho" (a Milliet le habrá sonado a inspector), quizás también en ruso el apellido resulte extraño. En un texto que vale por un autorretrato, Clarice habla de: "Lirios blancos arrimados a la mudez del pecho." La asunción de su apellido es la aceptación de un pasado inabarcable, de una tradición religiosa incluso. La Biblia aparece en su obra, aunque ella elude las referencias culturales: "Toco el piano de oído, nunca lo estudié. Por lo demás 'vivo de oído', vivo de haber oído hablar." Sin embargo, se afirma brasileña, aunque confiesa su gusto por los viajes, sin duda no indiscriminado: Suiza le parece "un cementerio de sensaciones."
En 1979, la revista Polimica 1, de Sao Pablo, publicó una carta reveladora de Clarice Lispector, dirigida a Olga Borelli que se convertiría en su gran amiga y secretaria y, entre otras cosas, organizaría un libro de la escritora.
11- 12- 1970
Olga, escribo esta carta a máquina porque mi letra anda pésima.
He encontrado, sí, una nueva amiga. Pero tú sales perdiendo. Soy una persona insegura, indecisa, sin rumbo en la vida, sin timón para guiarme: en realidad no sé qué hacer conmigo. Soy una persona muy miedosa. Tengo problemas reales gravísimos que después te contaré. Y otros problemas, esos de la personalidad. ¿Tú me quieres como amiga aún así? Si lo quieres no digas que no te he avisado. No tengo cualidades, sólo fragilidades. Pero a veces (no pongas atención en los acentos, quien los pone por mí es el tipógrafo), pero a veces tengo esperanza. El paso de la vida a la muerte me asusta: es igual como pasar del odio, que tiene un objetivo y es limitado, al amor que es ilimitado. Cuando me muera (modo de decir) espero que tú estés cerca. Tú me has parecido una persona de enorme sensibilidad, pero fuerte.
Tú has sido mi mejor regalo de cumpleaños. Porque el día 10, jueves, fue mi cumpleaños, y tú me has regalado el Niño Jesús que parece un niño alegre que juega en su cuna tosca. A pesar de que, sin que tú lo sepas, me has dado un regalo de cumpleaños, sigo creyendo que mi regalo de cumpleaños ha sido tu propia aparición, en una hora difícil, de gran soledad.
Necesitamos charlar. Resulta que yo creía que no había más que hacer. Entonces vi un anuncio de un agua de colonia Coty, llamada Imprevisto. El perfume es barato. Pero me sirvió para recordarme que lo bueno inesperado también sucede. Y siempre que estoy desanimada, me pongo el Imprevisto. Me da suerte. Tú, por ejemplo, no estabas prevista. Y yo imprevistamente acepté la tarde de autógrafos.
Tuya,
Clarice
Dos años después de esta carta, más o menos, Clarice murió a los 56 años de edad, en Río de Janeiro, al cabo de un mes de haber sido operada de un tumor cerebral. Como escritora no se había detenido desde 1944.
En esta fecha, cuando lo prestigioso era ser "comprometido" y acatar los modos del regionalismo, irrumpió en la literatura brasileña Cerca del corazón salvaje, su primera novela, con la doble violencia de su escritura y de su ascenso a los rangos principales: su autora quedó situada, junto a Guimarães Rosa, como heredera del cambio operado por la Semana de Arte Moderno. Clarice Lispector tenía entonces, según las distintas fechas de su nacimiento, diecinueve o veinticuatro años. De todos modos era muy joven. Aunque se habló de "realización defectuosa" (Benedito Nunes) y, como es natural, se recordó a Joyce y a Virginia Wolf y también salió a relucir la literatura femenina, debió de ser unánime la sorpresa de que, tan pronto, la independencia de los formalismos de los géneros en Macunaima, de Mário de Andrade, tuviese sucesión, y tan independiente. Más adelante, Antonio Candido hablará de su osadía expresiva. Aquella primera novela, abierta, muy introspectiva, emplea los acontecimientos exteriores como mínimos puntos de apoyo; todavía recurre a un entrecortado, friable sostén argumental. "Ese edén de la unidad", que decía Salinas, descansa aquí en otros elementos. Su primer capítulo parece un momento coagulado de la propia infancia de la autora: el padre que trabaja en su máquina, la niña que se aburre, los juegos y los poemas inocentes que inventa, su percepción de los ruidos y las cosas. Ya en el padre está la angustia: "nadie puede hacer nada por los demás", "esto es un huevo, un huevecito vivo. ¿Qué será de Juana?" Y ya está en Juana y será el trasfondo de toda la obra, hasta que al fin parezca transformarse en orgullo poderoso. Tanto el diálogo esporádico como la trama están cribados por la reflexión continua; los episodios dejan paso al constante surgir de los recuerdos. Esto se repite tanto en sus novelas como en sus relatos breves. Si bien en algunos casos los textos emplean la primera persona y en otros la tercera, no hay que ver en aquéllos una confidencia autobiográfica (como en La pasión según G.H.). Tampoco corresponde intentar una identificación entre los sucesivos personajes femeninos de las novelas de Lispector, muchos de cuyos rasgos se reiteran, aunque esto cuesta, porque en cualquier momento de la ficción el narrador asoma por una fisura, un cambio de planos: "Dame tu mano desconocida, que la vida me está doliendo, y no sé cómo hablar la realidad es demasiado delicada, sólo la realidad es delicada, mi irrealidad y mi imaginación son más pesadas." (La pasión según G.H.)
En La araña (1946), una niña, Virginia, un ser tímido, construye un mundo al margen de su familia. Los adultos están al fondo del relato, apenas como límites puestos a su fantasía, como sostenes materiales sin importancia espiritual. De esa familia se desgaja el hermano Daniel, bajo cuyo dominio Virginia entra en la vida casi alucinatoria, la verdadera vida, con leyes que él ha creado y ella acata. Al comienzo del relato, apoyados en lo alto de un puente, ven flotar un sombrero en el agua y suponen al ahogado correspondiente a ese sombrero. Implica la revelación de la muerte y segrega misterio. Quizás los adultos no les han hablado de la muerte. Ahora ellos la descubren, a espaldas de quienes determinan lo que ellos deben saber o no. Y callarán, abriendo las puertas de un mundo de secretos y convenciones terribles: la Sociedad de las sombras, en la que Daniel manda y Virginia obedece. De allí parten los lazos poderosos que guiarán la vida futura de la niña, que la novela desarrolla en torno a tres grandes temas: el primero es la infancia en Granja Quieta.
El último episodio de este periodo corresponde a una situación límite, cuando el círculo de los niños, por intermedio de Virginia, se traiciona a sí mismo, al revelar ésta a su padre que la hermana mayor, Esmeralda, tiene encuentros secretos en el jardín con un enamorado. Sin establecerse una franca causalidad entre una cosa y otra, esto parece determinar el fin de la infancia y la apertura al mal.
Cuando Virginia sale de su mundo cerrado, regido por una moral propia o quizás por leyes que no tienen en cuenta necesariamente la moral, traiciona. Virginia desconoce las reglas del mundo de los otros. Pero, concluida la infancia, en la que se tolera que alguien viva con sus reglas propias o su ausencia de reglas, deberá ingresar sin antídotos al nuevo espacio de la adolescencia, la juventud que atisba la madurez y esta misma.
Así entramos en el segundo tema: Virginia en la ciudad. Vive primero con Daniel, a su sombra. Éste se casa; ella se siente traicionada. En su nueva soledad busca, busca. Y aparece Vicente. Esta relación está relatada desde un doble punto de vista: el de ambos. Ambos la ven como algo autónomo e injustificado. Sin embargo, el día que Virginia ha resuelto volver a casa de sus padres, ese día preciso, se retrasa en su cita con Vicente; éste, junto con un dolor en un costado que se asocia a la enfermedad de su padre y de su abuelo siente la necesidad de Virginia. Y ella, al despertarse por la mañana sin encontrar a Vicente a su lado y sin haberle dicho que va a dejar la ciudad, padece la aguda conciencia de la pérdida que ya ha aceptado.
Como un cuadro construido sobre el predominio de especiales pigmentos, la obra de Lispector reitera, libro tras libro, ciertos tonos determinantes:
La incomunicación entre los personajes. Personajes que se hablan "como quien tantea angustiada, sin encontrar jamás la pregunta que realmente desearía hacer". Todo trasluce la búsqueda del lugar, de los límites y de la sustancia de una barrera, el tanteo desesperado por saber qué hay detrás de esa barrera. Sus protagonistas tienen dificultades para comprenderse y aceptarse, en paz con ellos mismos, y la incomunicación es consecuencia natural de esto. La protagonista de Agua viva (1973), breve y fascinante novela monólogo, no cuenta hechos de su vida: "soy secreta por naturaleza." Y "confío en mi incomprensión, que me ha dado vida liberada de entendimiento [...] soy una pregunta". Si en algunas obras últimas de Italo Calvino asistimos a la aparición del espíritu en una materia todavía innominada, vaporosa, casi sin precisar en el reino de las nebulosas, este personaje, el más abstracto de la escritora, quiere "la armonía secreta de la desarmonía: [...] no lo que está hecho, sino lo que tortuosamente aún se hace". Es decir, está por hacerse.
Los objetos. Más allá del yo, los objetos existen como exterioridades agresivas, con peso determinante, que acentúan la dependencia y la inseguridad de los personajes. Virginia (La araña) "Vacilaba un poco tratando de ligarse a sus cosas, ver una señal de los objetos". Ve una puerta como "cerrada, oscura, compacta, seria, lisa, grande, alta, intrasponible". La ropa tiene una categoría muy especial. Un sombrero es casi una aureola o un elemento de utilería; un camisón se vuelve la piel de la intimidad, representa la nueva feminidad adquirida mediante el amor, lejano, de anteriores camisones "como de monja". Para otro personaje, la cama, las sábanas entre las que por primera vez se acuesta desnuda se revelan como liberación de las ataduras de las ropas o quizás como el encuentro de su cuerpo con el objeto-sábana, que encierra lo que fue un destino y es ahora una frustración.
Una cucaracha no es un objeto, pero sí una exterioridad agresiva que el personaje de La pasión según G.H. personaje sin nombre cuyas iniciales nos son dadas porque aparecen en una valija descubre al pretender limpiar el cuarto de una empleada que se ha ido. La protagonista primero ha debido franquear un corredor, frontera interna en el apartamento entre la normalidad y eso que empieza ahora: el ingreso al mundo de Janair. Ésta ha dejado un dibujo en la pared; aunque todo las separa, la señora, escultora, lo siente como una pretensión de acercase a ella y se indigna ante las atribuciones que se ha tomado indebidamente Janair: vaciar de objetos la habitación, pintar, crear algo en la pared. Ese enojo la saca de sí, la prepara para ser trastornada por una cucaracha en la que verá "el rostro del otro", y la cual aplasta al cerrar la puerta del armario. Como antes se entrevió la sombra de Virginia Woolf, se pensó entonces en Kafka, pero G.H. no se transforma en un artrópodo: participa de una experiencia atroz: lo come, come la cucaracha, al cabo de un proceso que culmina "en un golpe de gracia. Que se llama pasión". Que no es visto como un acto de santidad, sino, apenas, como el descenso a un acto de despersonalización.
Lo cierto es que en cada nueva obra Clarice intenta una búsqueda diversa, a través de la misma duda de por qué vía llegar a su verdad. No hay otras sino la propia verdad, que, aunque escasa, ha de servir de luminaria hasta el fin. Creo que esta búsqueda y esta angustia de no alcanzarse a sí mima, de no encontrar en sí misma la materia necesaria para la obra, es lo más profundo que tienen en común la brasileña y la inglesa. La soledad de Virginia, aún junto a la honesta compañía de Leonard Wolf, es quizás la de Clarice, quejosa de que su fama la aleja de las relaciones simples que busca cuando señala como primera de las tres cosas importantes de su vida querer a la gente. Luego vienen sus hijos y su obra.
Pronto llegan las múltiples entrevistas. En una, la escritora cuenta su método de escritura: "Ahora he aprendido a no tirar nada. Mi empleada ha recibido la orden de dejar cualquier pedazo de papel que tenga algo escrito... como esté;" como si hubiese seguido el método de Lichtenberg, que recomendaba con insistencia los borradores, no dejar de escribir ningún giro, ninguna expresión. "La riqueza también se obtiene ahorrando verdades de a centavo." Sin embargo, muchos de sus cuentos (ella ha dicho preferir o sentirse más cómoda en la escritura extensa de la novela) delatan la tensión extrema de una carrera para alcanzar la precisión del mayor acercamiento a su meta. "El nombre de la cosa es un intervalo para la cosa... Hablar con las cosas es mudo. Hablar con Dios es lo más mudo que existe."
En otra pone las cartas sobre la mesa. No le interesa repetir antecedentes, aún los magníficos. "Para divertirme podría inventar muchos hechos y crear historias, inventar es fácil y no me falta la capacidad. Pero no quiero usar ese don que desprecio, ya que 'sentir' es más inalcanzable y al mismo tiempo más arriesgado. Sintiéndose se puede caer en un abismo mortal. ¿Qué busco? Busco el deslumbramiento."
Nada salva la distancia entre ser y ser dicho. El lenguaje no resuelve el foso entre la aparente eternidad de la naturaleza y la segura disolución de los seres vivos. Ni la segura incongruencia de querer expresar lo inexpresable, desechando la célebre conclusión de Wittgenstein: "Todo lo que no puede ser dicho hay que callarlo." Justamente Clarice lo sabe. En la culminante Agua viva dice: "Es tan difícil hablar y decir cosas que no pueden ser dichas."
En ese sentido esta ficción, donde todo es legítimo pero no necesariamente lindo, a espaldas de la etimología, compromete más que cualquier otra obra de la autora el lenguaje en que se expresa.
... crear la verdad de lo que me ha sucedido. Ah, será más un grafismo que una escritura, pues pretendo más una reproducción que una expresión. Cada vez necesito menos expresarme. ¿También esto he perdido?... Con el correr de los siglos perdí el secreto de Egipto, cuando yo me movía en longitud, latitud y altura con la acción energética de los electrones, protones, neutrones, en esa fascinación que es la palabra y su sombra. [Agua viva.] ... El secreto de mi trayectoria milenaria de orgía, muerte, gloria y sed hasta que finalmente encontré lo que siempre había tenido... ¿Un trozo de cosa? El secreto de los faraones... que ahora mismo seguía sin entender... (La pasión según G.H.) ... Este no es un libro porque no es así como se escribe. ¿Lo que escribo es solamente clímax? (Agua viva.)
Las intuiciones humanas no dependen tanto, como hoy nos quieren hacer creer, de la historia. De ahí que espero no escandalizar a nadie acordándome del Ruzzante, que en el prólogo de la Vaccaria imagina el placer de tener dos lenguas: "... non ghe piasesse pi tosto aer do lengue che una sola? Che una sarae bona da tassere e l'altra da faelare." Una para callar, otra para hablar. En el otro extremo del humorístico desenfado del Ruzzante, la tensa voz de Clarice busca el silencio. Entrevé que quien nombra mata, llegando a un límite extremo su búsqueda de una expresión propia y coincidente con lo vago de su lucidez. Ella que una vez dijo que escribía por no saber pintar.
Mirar hacia dentro, mirar hacia las entrelíneas del mundo que nadie lee. Eso podría pensarse que es la única escritura posible para Lispector. Sin embargo, en 1977, La hora de la estrella, alude a la historia bíblica de los Macabeos y a la torturada historia nordestina, con su miseria incorregible y su permanente éxodo hacia la capital, a través del personaje Mascabea, joven llena de ilusiones irrealizables. Y muchos de sus cuentos constituyen un retrato insidioso y clarividente de los valores y costumbres de una pequeña burguesía deseosa de alcanzar el siguiente escalón. También se propuso quizás con menos independencia que Mallarmé escribir una sección "femenina" (recetas de belleza, de cocina, etcétera) y hasta lo hizo utilizando el nombre de una actriz (a la que le entregaba la mitad de lo ganado). Escribió notas en los diarios, sobre lo que veía cuando salía de sí: Visión del esplendor / Impresiones leves recogió en 1975 algunas de ellas. Y así como la sentimos cercana a Virginia Woolf, así como se reconoció al leer en una librería unas páginas de la Mansfield, no puedo dejar de asociarla a Ingeborg Bachmann por una bellísima obra de ésta, un canto de amor y odio, de integración al envolvente delirio que puede constituir una ciudad: Berlín. Pienso en "Brasilia", el texto que abre Visão do esplendor, como su imagen especular. Con sorprendente delicadeza, asumiendo gradualmente su impresión, como si ella misma no la entendiese hasta el final, Clarice ve e interpreta, osando encararse con Niemayer, el espanto de estar en una ciudad inventada, inhumana, ajena. Entresaco aquí algo de sus varias páginas:
Brasilia está construida en la línea del horizonte. Brasilia es artificial. Tan artificial como debía haber sido el mundo cuando fue creado. Cuando el mundo fue creado fue preciso crear un hombre especialmente para aquel mundo. Estamos todos deformados por la adaptación de la libertad de Dios... ¿Brasilia tiene Jardín Botánico? ¿Y tiene Jardín Zoológico? Hace falta, porque no es sólo de gente que vive el hombre. Tener animales es esencial... En Brasilia no soñé. ¿Será culpa mía o en Brasilia no se sueña?... Voy a comprar... un chal verde de ganchillo. Brasilia no es ganchillo, es tejido hecho por máquinas especializadas que no se equivocan. Yo, como siempre digo, soy puro error. Y tengo alma zurda. Me envuelvo toda en el ganchillo verde esmeralda... Para protegerme... Ahora voy a morirme un poquitito. Me está haciendo mucha falta... Sí. Acepto, my Lord. Bajo protesta. Pero Brasilia es esplendor. Estoy asustadísima.
Cómo no iba a estarlo en esa ciudad que, más allá del maravilloso proyecto de Niemayer según vi en un detallado reportaje filmado sobre este anciano y vital arquitecto, se apresuró a inventarse esos suburbios y esas miserias que los artistas no anticipan. Cómo no iba a estar queriendo morirse Clarice, que usaba de cartomantes y era toda mágica y en 1976 fue invitada oficial del Congreso Mundial de Brujería de Bogotá, si a la pregunta: "¿Brasilia tiene gnomos?", la obvia respuesta es que menos aún que plantas y animales, ella que aseguraba tener muchos en su casa de Río ("Experimente un solo gnomo y quedará enviciado"). El resultado fue un texto fascinante, honesto y aterrado que confirma la corazonada de quienes nunca se fiaron de ciudad nacida de encargo.
Contemporánea suya, paulista como Clarice era carioca, Lygia Fagundes Telles ha dejado dos imágenes de Clarice. Una muestra a ambas eludiendo los tramos más aburridos de un congreso: se han escapado de compras y luego se han ido a un bar. Al regresar al peligroso salón del encuentro, Lispector toma precauciones para un reingreso disimulado: dispone para ambas de pastillas de menta, para que sus alientos no denuncien la escapada alcohólica, y entrega sus compras a la mucama para que las lleve a sus cuartos, hablando de corbatas, cuando en realidad han comprado esmeraldas, sin duda para impedir una posible tentación. Luego, después de quejarse de lo mucho que se habla en los congresos, ya está dispuesta a mezclarse como miembro concienzudo y obediente con los que empiezan a abandonar la sala "como si hubiésemos estado sentadas en el fondo". En otra ocasión, intercambiando datos sobre sus respectivos problemas, le aconseja a Lygia que "se compre un traje blanco". El otro pasaje roza otro clima: en una habitación de hotel, Lygia despierta a la madrugada rozada por alas. Piensa en un murciélago, en una paloma, se cubre asustada la cabeza. Es extraño que se trate de una golondrina que vuela ahora pegada al techo, ella misma miedosa. Lygia abre la ventana y vuelve a acostarse, y la golondrina baja y, ya más tranquila, se posa en el barrote a los pies de la cama y desde allí la mira a los ojos. Antes de irse. Cuando la escritora llega a la universidad donde la esperan, una alumna la recibe angustiada con la noticia de la muerte de Clarice, enferma desde hace un tiempo atrás. Y Lygia responde: Ya lo sabía. ~
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Ida Vitale31 octubre 2003
¿Empezamos a escuchar el coro que resuena fronteras adentro del Brasil y que no es otra cosa que la voz que clama en el desierto? Los oídos sordos pierden las muchas calidades de esa literatura, tan rica que podría permitirse también ella jugar el juego de marginar al resto. Para ese mar de diferencias, Clarice Lispector es una insólita e inagotable fuente.
Los perfiles literarios se prestan a la convencionalidad: tanto espacio, tal enfoque. Pero Clarice Lispector, inmune a la convención, la dinamita. En una entrevista de 1974 le preguntan de qué tiene miedo. "Creo que tengo miedo del futuro. Siempre he tenido miedo del futuro. Creo que voy a hacerme cortar el pelo, ¿qué le parece?" ¿No es esto dinamitar no sólo una entrevista, sino la importancia que la fama le está otorgando?
Hay escritores singulares y escondidizos, que se instalan en una tradición y la sabotean desde su centro. Un Nabokov, digamos, no rechaza la cultura, los valores de su herencia: desde ésta, emancipado, crea un laberinto, tiende trampas que desdibujan los recorridos habituales, lanza pistas que perturban al lector, abriéndole otro recorrido con el premio final de ser aceptado en la coalición de quienes aprecian las marcas eficaces de las dentelladas. Impone sus malabarismos en una lengua ajena, de ahora en adelante invadida por su perfección. Sin embargo, acepta la cúpula inequívocamente común a toda la narrativa de este siglo.
Pero pocos digo pocos para cubrirme han arremetido como esta mujer de frontera contra tantas convenciones novelísticas a la vez. A lo largo de su obra extensa fue debilitando argumento, acción, diálogo, cosas esenciales una u otra, al menos, para dejar a sus personajes despojados de todas, braceando en las aguas primitivas de una vida primaria que "respira, respira, respira".
Nació en Chetsélñik, en Ucrania, de familia judía. Los datos acerca de la fecha difieren: en 1920 o 1925. Su infancia transcurrió en Recife, donde sus padres se instalaron cuando tenía dos meses, según ella afirmó y, aunque su vida transcurrió en Río de Janeiro fuera de los periodos pasados en el extranjero, al seguir los destinos diplomáticos de su marido, nunca perdió, según dicen, su acento pernambucano (complicado por un problema de pronunciación de la erre). Al salir su primer libro, Sergio Milliet, crítico con prestigio, percibe todo lo nuevo que depara, pero respinga ante el apellido de su autora, "nombre extraño y hasta desagradable, pseudónimo sin duda". Con su raíz latina, que encerraría "un lirio en el pecho" (a Milliet le habrá sonado a inspector), quizás también en ruso el apellido resulte extraño. En un texto que vale por un autorretrato, Clarice habla de: "Lirios blancos arrimados a la mudez del pecho." La asunción de su apellido es la aceptación de un pasado inabarcable, de una tradición religiosa incluso. La Biblia aparece en su obra, aunque ella elude las referencias culturales: "Toco el piano de oído, nunca lo estudié. Por lo demás 'vivo de oído', vivo de haber oído hablar." Sin embargo, se afirma brasileña, aunque confiesa su gusto por los viajes, sin duda no indiscriminado: Suiza le parece "un cementerio de sensaciones."
En 1979, la revista Polimica 1, de Sao Pablo, publicó una carta reveladora de Clarice Lispector, dirigida a Olga Borelli que se convertiría en su gran amiga y secretaria y, entre otras cosas, organizaría un libro de la escritora.
11- 12- 1970
Olga, escribo esta carta a máquina porque mi letra anda pésima.
He encontrado, sí, una nueva amiga. Pero tú sales perdiendo. Soy una persona insegura, indecisa, sin rumbo en la vida, sin timón para guiarme: en realidad no sé qué hacer conmigo. Soy una persona muy miedosa. Tengo problemas reales gravísimos que después te contaré. Y otros problemas, esos de la personalidad. ¿Tú me quieres como amiga aún así? Si lo quieres no digas que no te he avisado. No tengo cualidades, sólo fragilidades. Pero a veces (no pongas atención en los acentos, quien los pone por mí es el tipógrafo), pero a veces tengo esperanza. El paso de la vida a la muerte me asusta: es igual como pasar del odio, que tiene un objetivo y es limitado, al amor que es ilimitado. Cuando me muera (modo de decir) espero que tú estés cerca. Tú me has parecido una persona de enorme sensibilidad, pero fuerte.
Tú has sido mi mejor regalo de cumpleaños. Porque el día 10, jueves, fue mi cumpleaños, y tú me has regalado el Niño Jesús que parece un niño alegre que juega en su cuna tosca. A pesar de que, sin que tú lo sepas, me has dado un regalo de cumpleaños, sigo creyendo que mi regalo de cumpleaños ha sido tu propia aparición, en una hora difícil, de gran soledad.
Necesitamos charlar. Resulta que yo creía que no había más que hacer. Entonces vi un anuncio de un agua de colonia Coty, llamada Imprevisto. El perfume es barato. Pero me sirvió para recordarme que lo bueno inesperado también sucede. Y siempre que estoy desanimada, me pongo el Imprevisto. Me da suerte. Tú, por ejemplo, no estabas prevista. Y yo imprevistamente acepté la tarde de autógrafos.
Tuya,
Clarice
Dos años después de esta carta, más o menos, Clarice murió a los 56 años de edad, en Río de Janeiro, al cabo de un mes de haber sido operada de un tumor cerebral. Como escritora no se había detenido desde 1944.
En esta fecha, cuando lo prestigioso era ser "comprometido" y acatar los modos del regionalismo, irrumpió en la literatura brasileña Cerca del corazón salvaje, su primera novela, con la doble violencia de su escritura y de su ascenso a los rangos principales: su autora quedó situada, junto a Guimarães Rosa, como heredera del cambio operado por la Semana de Arte Moderno. Clarice Lispector tenía entonces, según las distintas fechas de su nacimiento, diecinueve o veinticuatro años. De todos modos era muy joven. Aunque se habló de "realización defectuosa" (Benedito Nunes) y, como es natural, se recordó a Joyce y a Virginia Wolf y también salió a relucir la literatura femenina, debió de ser unánime la sorpresa de que, tan pronto, la independencia de los formalismos de los géneros en Macunaima, de Mário de Andrade, tuviese sucesión, y tan independiente. Más adelante, Antonio Candido hablará de su osadía expresiva. Aquella primera novela, abierta, muy introspectiva, emplea los acontecimientos exteriores como mínimos puntos de apoyo; todavía recurre a un entrecortado, friable sostén argumental. "Ese edén de la unidad", que decía Salinas, descansa aquí en otros elementos. Su primer capítulo parece un momento coagulado de la propia infancia de la autora: el padre que trabaja en su máquina, la niña que se aburre, los juegos y los poemas inocentes que inventa, su percepción de los ruidos y las cosas. Ya en el padre está la angustia: "nadie puede hacer nada por los demás", "esto es un huevo, un huevecito vivo. ¿Qué será de Juana?" Y ya está en Juana y será el trasfondo de toda la obra, hasta que al fin parezca transformarse en orgullo poderoso. Tanto el diálogo esporádico como la trama están cribados por la reflexión continua; los episodios dejan paso al constante surgir de los recuerdos. Esto se repite tanto en sus novelas como en sus relatos breves. Si bien en algunos casos los textos emplean la primera persona y en otros la tercera, no hay que ver en aquéllos una confidencia autobiográfica (como en La pasión según G.H.). Tampoco corresponde intentar una identificación entre los sucesivos personajes femeninos de las novelas de Lispector, muchos de cuyos rasgos se reiteran, aunque esto cuesta, porque en cualquier momento de la ficción el narrador asoma por una fisura, un cambio de planos: "Dame tu mano desconocida, que la vida me está doliendo, y no sé cómo hablar la realidad es demasiado delicada, sólo la realidad es delicada, mi irrealidad y mi imaginación son más pesadas." (La pasión según G.H.)
En La araña (1946), una niña, Virginia, un ser tímido, construye un mundo al margen de su familia. Los adultos están al fondo del relato, apenas como límites puestos a su fantasía, como sostenes materiales sin importancia espiritual. De esa familia se desgaja el hermano Daniel, bajo cuyo dominio Virginia entra en la vida casi alucinatoria, la verdadera vida, con leyes que él ha creado y ella acata. Al comienzo del relato, apoyados en lo alto de un puente, ven flotar un sombrero en el agua y suponen al ahogado correspondiente a ese sombrero. Implica la revelación de la muerte y segrega misterio. Quizás los adultos no les han hablado de la muerte. Ahora ellos la descubren, a espaldas de quienes determinan lo que ellos deben saber o no. Y callarán, abriendo las puertas de un mundo de secretos y convenciones terribles: la Sociedad de las sombras, en la que Daniel manda y Virginia obedece. De allí parten los lazos poderosos que guiarán la vida futura de la niña, que la novela desarrolla en torno a tres grandes temas: el primero es la infancia en Granja Quieta.
El último episodio de este periodo corresponde a una situación límite, cuando el círculo de los niños, por intermedio de Virginia, se traiciona a sí mismo, al revelar ésta a su padre que la hermana mayor, Esmeralda, tiene encuentros secretos en el jardín con un enamorado. Sin establecerse una franca causalidad entre una cosa y otra, esto parece determinar el fin de la infancia y la apertura al mal.
Cuando Virginia sale de su mundo cerrado, regido por una moral propia o quizás por leyes que no tienen en cuenta necesariamente la moral, traiciona. Virginia desconoce las reglas del mundo de los otros. Pero, concluida la infancia, en la que se tolera que alguien viva con sus reglas propias o su ausencia de reglas, deberá ingresar sin antídotos al nuevo espacio de la adolescencia, la juventud que atisba la madurez y esta misma.
Así entramos en el segundo tema: Virginia en la ciudad. Vive primero con Daniel, a su sombra. Éste se casa; ella se siente traicionada. En su nueva soledad busca, busca. Y aparece Vicente. Esta relación está relatada desde un doble punto de vista: el de ambos. Ambos la ven como algo autónomo e injustificado. Sin embargo, el día que Virginia ha resuelto volver a casa de sus padres, ese día preciso, se retrasa en su cita con Vicente; éste, junto con un dolor en un costado que se asocia a la enfermedad de su padre y de su abuelo siente la necesidad de Virginia. Y ella, al despertarse por la mañana sin encontrar a Vicente a su lado y sin haberle dicho que va a dejar la ciudad, padece la aguda conciencia de la pérdida que ya ha aceptado.
Como un cuadro construido sobre el predominio de especiales pigmentos, la obra de Lispector reitera, libro tras libro, ciertos tonos determinantes:
La incomunicación entre los personajes. Personajes que se hablan "como quien tantea angustiada, sin encontrar jamás la pregunta que realmente desearía hacer". Todo trasluce la búsqueda del lugar, de los límites y de la sustancia de una barrera, el tanteo desesperado por saber qué hay detrás de esa barrera. Sus protagonistas tienen dificultades para comprenderse y aceptarse, en paz con ellos mismos, y la incomunicación es consecuencia natural de esto. La protagonista de Agua viva (1973), breve y fascinante novela monólogo, no cuenta hechos de su vida: "soy secreta por naturaleza." Y "confío en mi incomprensión, que me ha dado vida liberada de entendimiento [...] soy una pregunta". Si en algunas obras últimas de Italo Calvino asistimos a la aparición del espíritu en una materia todavía innominada, vaporosa, casi sin precisar en el reino de las nebulosas, este personaje, el más abstracto de la escritora, quiere "la armonía secreta de la desarmonía: [...] no lo que está hecho, sino lo que tortuosamente aún se hace". Es decir, está por hacerse.
Los objetos. Más allá del yo, los objetos existen como exterioridades agresivas, con peso determinante, que acentúan la dependencia y la inseguridad de los personajes. Virginia (La araña) "Vacilaba un poco tratando de ligarse a sus cosas, ver una señal de los objetos". Ve una puerta como "cerrada, oscura, compacta, seria, lisa, grande, alta, intrasponible". La ropa tiene una categoría muy especial. Un sombrero es casi una aureola o un elemento de utilería; un camisón se vuelve la piel de la intimidad, representa la nueva feminidad adquirida mediante el amor, lejano, de anteriores camisones "como de monja". Para otro personaje, la cama, las sábanas entre las que por primera vez se acuesta desnuda se revelan como liberación de las ataduras de las ropas o quizás como el encuentro de su cuerpo con el objeto-sábana, que encierra lo que fue un destino y es ahora una frustración.
Una cucaracha no es un objeto, pero sí una exterioridad agresiva que el personaje de La pasión según G.H. personaje sin nombre cuyas iniciales nos son dadas porque aparecen en una valija descubre al pretender limpiar el cuarto de una empleada que se ha ido. La protagonista primero ha debido franquear un corredor, frontera interna en el apartamento entre la normalidad y eso que empieza ahora: el ingreso al mundo de Janair. Ésta ha dejado un dibujo en la pared; aunque todo las separa, la señora, escultora, lo siente como una pretensión de acercase a ella y se indigna ante las atribuciones que se ha tomado indebidamente Janair: vaciar de objetos la habitación, pintar, crear algo en la pared. Ese enojo la saca de sí, la prepara para ser trastornada por una cucaracha en la que verá "el rostro del otro", y la cual aplasta al cerrar la puerta del armario. Como antes se entrevió la sombra de Virginia Woolf, se pensó entonces en Kafka, pero G.H. no se transforma en un artrópodo: participa de una experiencia atroz: lo come, come la cucaracha, al cabo de un proceso que culmina "en un golpe de gracia. Que se llama pasión". Que no es visto como un acto de santidad, sino, apenas, como el descenso a un acto de despersonalización.
Lo cierto es que en cada nueva obra Clarice intenta una búsqueda diversa, a través de la misma duda de por qué vía llegar a su verdad. No hay otras sino la propia verdad, que, aunque escasa, ha de servir de luminaria hasta el fin. Creo que esta búsqueda y esta angustia de no alcanzarse a sí mima, de no encontrar en sí misma la materia necesaria para la obra, es lo más profundo que tienen en común la brasileña y la inglesa. La soledad de Virginia, aún junto a la honesta compañía de Leonard Wolf, es quizás la de Clarice, quejosa de que su fama la aleja de las relaciones simples que busca cuando señala como primera de las tres cosas importantes de su vida querer a la gente. Luego vienen sus hijos y su obra.
Pronto llegan las múltiples entrevistas. En una, la escritora cuenta su método de escritura: "Ahora he aprendido a no tirar nada. Mi empleada ha recibido la orden de dejar cualquier pedazo de papel que tenga algo escrito... como esté;" como si hubiese seguido el método de Lichtenberg, que recomendaba con insistencia los borradores, no dejar de escribir ningún giro, ninguna expresión. "La riqueza también se obtiene ahorrando verdades de a centavo." Sin embargo, muchos de sus cuentos (ella ha dicho preferir o sentirse más cómoda en la escritura extensa de la novela) delatan la tensión extrema de una carrera para alcanzar la precisión del mayor acercamiento a su meta. "El nombre de la cosa es un intervalo para la cosa... Hablar con las cosas es mudo. Hablar con Dios es lo más mudo que existe."
En otra pone las cartas sobre la mesa. No le interesa repetir antecedentes, aún los magníficos. "Para divertirme podría inventar muchos hechos y crear historias, inventar es fácil y no me falta la capacidad. Pero no quiero usar ese don que desprecio, ya que 'sentir' es más inalcanzable y al mismo tiempo más arriesgado. Sintiéndose se puede caer en un abismo mortal. ¿Qué busco? Busco el deslumbramiento."
Nada salva la distancia entre ser y ser dicho. El lenguaje no resuelve el foso entre la aparente eternidad de la naturaleza y la segura disolución de los seres vivos. Ni la segura incongruencia de querer expresar lo inexpresable, desechando la célebre conclusión de Wittgenstein: "Todo lo que no puede ser dicho hay que callarlo." Justamente Clarice lo sabe. En la culminante Agua viva dice: "Es tan difícil hablar y decir cosas que no pueden ser dichas."
En ese sentido esta ficción, donde todo es legítimo pero no necesariamente lindo, a espaldas de la etimología, compromete más que cualquier otra obra de la autora el lenguaje en que se expresa.
... crear la verdad de lo que me ha sucedido. Ah, será más un grafismo que una escritura, pues pretendo más una reproducción que una expresión. Cada vez necesito menos expresarme. ¿También esto he perdido?... Con el correr de los siglos perdí el secreto de Egipto, cuando yo me movía en longitud, latitud y altura con la acción energética de los electrones, protones, neutrones, en esa fascinación que es la palabra y su sombra. [Agua viva.] ... El secreto de mi trayectoria milenaria de orgía, muerte, gloria y sed hasta que finalmente encontré lo que siempre había tenido... ¿Un trozo de cosa? El secreto de los faraones... que ahora mismo seguía sin entender... (La pasión según G.H.) ... Este no es un libro porque no es así como se escribe. ¿Lo que escribo es solamente clímax? (Agua viva.)
Las intuiciones humanas no dependen tanto, como hoy nos quieren hacer creer, de la historia. De ahí que espero no escandalizar a nadie acordándome del Ruzzante, que en el prólogo de la Vaccaria imagina el placer de tener dos lenguas: "... non ghe piasesse pi tosto aer do lengue che una sola? Che una sarae bona da tassere e l'altra da faelare." Una para callar, otra para hablar. En el otro extremo del humorístico desenfado del Ruzzante, la tensa voz de Clarice busca el silencio. Entrevé que quien nombra mata, llegando a un límite extremo su búsqueda de una expresión propia y coincidente con lo vago de su lucidez. Ella que una vez dijo que escribía por no saber pintar.
Mirar hacia dentro, mirar hacia las entrelíneas del mundo que nadie lee. Eso podría pensarse que es la única escritura posible para Lispector. Sin embargo, en 1977, La hora de la estrella, alude a la historia bíblica de los Macabeos y a la torturada historia nordestina, con su miseria incorregible y su permanente éxodo hacia la capital, a través del personaje Mascabea, joven llena de ilusiones irrealizables. Y muchos de sus cuentos constituyen un retrato insidioso y clarividente de los valores y costumbres de una pequeña burguesía deseosa de alcanzar el siguiente escalón. También se propuso quizás con menos independencia que Mallarmé escribir una sección "femenina" (recetas de belleza, de cocina, etcétera) y hasta lo hizo utilizando el nombre de una actriz (a la que le entregaba la mitad de lo ganado). Escribió notas en los diarios, sobre lo que veía cuando salía de sí: Visión del esplendor / Impresiones leves recogió en 1975 algunas de ellas. Y así como la sentimos cercana a Virginia Woolf, así como se reconoció al leer en una librería unas páginas de la Mansfield, no puedo dejar de asociarla a Ingeborg Bachmann por una bellísima obra de ésta, un canto de amor y odio, de integración al envolvente delirio que puede constituir una ciudad: Berlín. Pienso en "Brasilia", el texto que abre Visão do esplendor, como su imagen especular. Con sorprendente delicadeza, asumiendo gradualmente su impresión, como si ella misma no la entendiese hasta el final, Clarice ve e interpreta, osando encararse con Niemayer, el espanto de estar en una ciudad inventada, inhumana, ajena. Entresaco aquí algo de sus varias páginas:
Brasilia está construida en la línea del horizonte. Brasilia es artificial. Tan artificial como debía haber sido el mundo cuando fue creado. Cuando el mundo fue creado fue preciso crear un hombre especialmente para aquel mundo. Estamos todos deformados por la adaptación de la libertad de Dios... ¿Brasilia tiene Jardín Botánico? ¿Y tiene Jardín Zoológico? Hace falta, porque no es sólo de gente que vive el hombre. Tener animales es esencial... En Brasilia no soñé. ¿Será culpa mía o en Brasilia no se sueña?... Voy a comprar... un chal verde de ganchillo. Brasilia no es ganchillo, es tejido hecho por máquinas especializadas que no se equivocan. Yo, como siempre digo, soy puro error. Y tengo alma zurda. Me envuelvo toda en el ganchillo verde esmeralda... Para protegerme... Ahora voy a morirme un poquitito. Me está haciendo mucha falta... Sí. Acepto, my Lord. Bajo protesta. Pero Brasilia es esplendor. Estoy asustadísima.
Cómo no iba a estarlo en esa ciudad que, más allá del maravilloso proyecto de Niemayer según vi en un detallado reportaje filmado sobre este anciano y vital arquitecto, se apresuró a inventarse esos suburbios y esas miserias que los artistas no anticipan. Cómo no iba a estar queriendo morirse Clarice, que usaba de cartomantes y era toda mágica y en 1976 fue invitada oficial del Congreso Mundial de Brujería de Bogotá, si a la pregunta: "¿Brasilia tiene gnomos?", la obvia respuesta es que menos aún que plantas y animales, ella que aseguraba tener muchos en su casa de Río ("Experimente un solo gnomo y quedará enviciado"). El resultado fue un texto fascinante, honesto y aterrado que confirma la corazonada de quienes nunca se fiaron de ciudad nacida de encargo.
Contemporánea suya, paulista como Clarice era carioca, Lygia Fagundes Telles ha dejado dos imágenes de Clarice. Una muestra a ambas eludiendo los tramos más aburridos de un congreso: se han escapado de compras y luego se han ido a un bar. Al regresar al peligroso salón del encuentro, Lispector toma precauciones para un reingreso disimulado: dispone para ambas de pastillas de menta, para que sus alientos no denuncien la escapada alcohólica, y entrega sus compras a la mucama para que las lleve a sus cuartos, hablando de corbatas, cuando en realidad han comprado esmeraldas, sin duda para impedir una posible tentación. Luego, después de quejarse de lo mucho que se habla en los congresos, ya está dispuesta a mezclarse como miembro concienzudo y obediente con los que empiezan a abandonar la sala "como si hubiésemos estado sentadas en el fondo". En otra ocasión, intercambiando datos sobre sus respectivos problemas, le aconseja a Lygia que "se compre un traje blanco". El otro pasaje roza otro clima: en una habitación de hotel, Lygia despierta a la madrugada rozada por alas. Piensa en un murciélago, en una paloma, se cubre asustada la cabeza. Es extraño que se trate de una golondrina que vuela ahora pegada al techo, ella misma miedosa. Lygia abre la ventana y vuelve a acostarse, y la golondrina baja y, ya más tranquila, se posa en el barrote a los pies de la cama y desde allí la mira a los ojos. Antes de irse. Cuando la escritora llega a la universidad donde la esperan, una alumna la recibe angustiada con la noticia de la muerte de Clarice, enferma desde hace un tiempo atrás. Y Lygia responde: Ya lo sabía. ~
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"Ser como un verso volando
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
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- Mensaje n°102
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Entonces subía, seria como una misionera a causa de los obreros del autobús que «podrían decirle alguna cosa». Aquellos hombres que ya no eran jóvenes. Aunque también de los jóvenes tenía miedo, miedo también de los chicos. Miedo de que «le dijesen alguna cosa», de que la mirasen mucho. En la gravedad de la boca cerrada había una gran súplica: que la respetaran. Más que eso. Como si hubiese prestado voto, estaba obligada a ser venerada y, mientras por dentro el corazón golpeaba con miedo, también ella se veneraba, ella era la depositaríade un ritmo. Si la miraban se quedaba rígida y dolorosa. Lo que la salvaba era que los hombres no la veían. Aunque alguna cosa en ella, a medida que dieciséis años se aproximaban en humo y calor, algunacosa estuviera intensamente sorprendida, y eso sorprendiera a algunos hombres. Como si alguien les hubiese tocado el hombro. Una sombra tal vez. En el suelo la enorme sombra de una muchacha sin hombre, elemento cristalizable e incierto que formaba parte de la monótona geometría de las grande sceremonias públicas. Como si les hubieran tocado el hombro. Ellos miraban y no la veían. Ella hacía más sombra que lo que existía.
Del cuento: Preciosidad
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- Mensaje n°103
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
No me den fórmulas ciertas, porque no espero acertar siempre. No me muestren lo que esperan de mí porque voy a seguir mi corazón! No me hagan ser lo que no soy, no me inviten a ser igual, porque sinceramente soy diferente! No sé amar por la mitad, no sé vivir de mentira, no sé volar con los pies en la tierra. Soy siempre yo misma, pero con seguridad no seré la misma para siempre!
Pensamientos.
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- Mensaje n°104
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Mira a todos a tu alrededor y ve lo que hemos hecho de nosotros y de eso considerado como victoria nuestra de cada día. No hemos amado por encima de todas las cosas. No hemos aceptado lo que no se entiende porque no queremos pasar por tontos. Hemos amontonado cosas y seguridades por no tenernos el uno al otro.
Aprendizaje o el libro de los placeres.
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- Mensaje n°105
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Te escribo toda entera y siento un sabor en ser y el sabor a ti es abstracto como el instante. Es también con todo el cuerpo que pinto mis cuadros y en la tela fijo lo incorpóreo, yo cuerpo a cuerpo conmigo misma. No se comprende la música, se la oye. Óyeme entonces con tu cuerpo entero. Cuando vengas a leerme preguntarás por qué no me restrinjo a la pintura y a mis exposiciones, ya que escribo tosco y sin orden. Es que ahora siento necesidad de palabras –y es nuevo para mí l oque escribo porque mi verdadera palabra ha sido hasta ahora intocada. La palabra es mi cuarta dimensión.
Agua Viva.
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- Mensaje n°106
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Pues en la hora oscura, tal vez la más oscura, en pleno día, ocurrió esa cosa que no quiero siquiera intentar definir. En pleno día era noche, y esa cosa que no quiero todavía definir es una luz tranquila dentro de mí, y la llamaría alegría, alegría mansa. Estoy un poco desorientada como si me hubieran arrancado el corazón, y en lugar de él estuviera ahora la súbita ausencia, una ausencia casi palpable de lo que antes era un órgano bañado de oscuridad, de dolor. No estoy sintiendo nada. Pero es lo contrario del sopor. Es un modo más leve y más silencioso de existir.
Tanta mansedumbre
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- Mensaje n°107
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
FRAGMENTO
Estaba profundamente derrotado por el mundo en que vivía. Y se había separado de las personas por su derrota y por sentir que los otros también eran derrotados. Él no quería formar parte de un mundo donde, por ejemplo, el rico devoraba al pobre. Como el suyo sólo le parecía un movimiento romántico, si se agregaba a los que luchaban contra el aplastamiento de la vida tal como era, entonces se cerró en una individualización que, si no tenía cuidado, podía transformarse en soledad histérica o meramente contemplativa. Mientras no llegara algo mejor, buscaba relacionarse con los otros derrotados por intermedio de una especie de amor torcido, que alcanzaba tanto a los otros como, de algún modo, a sí mismo.
Descubrimientos
Estaba profundamente derrotado por el mundo en que vivía. Y se había separado de las personas por su derrota y por sentir que los otros también eran derrotados. Él no quería formar parte de un mundo donde, por ejemplo, el rico devoraba al pobre. Como el suyo sólo le parecía un movimiento romántico, si se agregaba a los que luchaban contra el aplastamiento de la vida tal como era, entonces se cerró en una individualización que, si no tenía cuidado, podía transformarse en soledad histérica o meramente contemplativa. Mientras no llegara algo mejor, buscaba relacionarse con los otros derrotados por intermedio de una especie de amor torcido, que alcanzaba tanto a los otros como, de algún modo, a sí mismo.
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- Mensaje n°108
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
PROFUNDIZACIÓN DE LAS HORAS
No puedo escribir mientras estoy ansiosa o espero soluciones a problemas porque en esas situaciones hago todo para que pasen las horas —y escribir, por el contrario, profundiza y alarga el tiempo. Si bien últimamente, por gran necesidad, aprendí una manera de ocuparme escribiendo, precisamente para ver si las horas pasan.
Descubrimientos.
No puedo escribir mientras estoy ansiosa o espero soluciones a problemas porque en esas situaciones hago todo para que pasen las horas —y escribir, por el contrario, profundiza y alarga el tiempo. Si bien últimamente, por gran necesidad, aprendí una manera de ocuparme escribiendo, precisamente para ver si las horas pasan.
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- Mensaje n°109
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
—Mañana cumplo diez años. Voy a
aprovechar bien mi último día de nueve
años.
Pausa, tristeza.
—Mamá, mi alma no tiene diez
años.—
¿Cuántos tiene?
—Creo que sólo ocho.
—No está mal, es así.
—Pero yo creo que se deberían
contar los años por el alma. La gente
diría: aquel sujeto murió con 20 años de
alma. Pero el sujeto habría muerto con
70 años de cuerpo.
(Fragmento)
Descubrimientos
aprovechar bien mi último día de nueve
años.
Pausa, tristeza.
—Mamá, mi alma no tiene diez
años.—
¿Cuántos tiene?
—Creo que sólo ocho.
—No está mal, es así.
—Pero yo creo que se deberían
contar los años por el alma. La gente
diría: aquel sujeto murió con 20 años de
alma. Pero el sujeto habría muerto con
70 años de cuerpo.
(Fragmento)
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- Mensaje n°110
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
—¿Cómo se siente durante el acto de
escribir? Y después de escrito el libro,
¿se preocupa por el destino que tuvo?
—Cuando escribo, lo bueno es que
no doy muestras de la gran excitación de
la que a veces soy presa. Y por más
difícil que sea el trabajo, siento una
felicidad dolorosa pues, con los nervios
todos aguzados, me quedo sin la
protección de lo cotidiano banal. Y
después de que el libro está listo,
abandonado al editor, puedo decir como
Julio Cortázar: tensa el arco al máximo
mientras escribes y después suéltalo de
un solo golpe y ve a beber vino con los
amigos. La flecha ya anda por el aire, y
se clavará o no se clavará en el blanco;
Descubrimientos
escribir? Y después de escrito el libro,
¿se preocupa por el destino que tuvo?
—Cuando escribo, lo bueno es que
no doy muestras de la gran excitación de
la que a veces soy presa. Y por más
difícil que sea el trabajo, siento una
felicidad dolorosa pues, con los nervios
todos aguzados, me quedo sin la
protección de lo cotidiano banal. Y
después de que el libro está listo,
abandonado al editor, puedo decir como
Julio Cortázar: tensa el arco al máximo
mientras escribes y después suéltalo de
un solo golpe y ve a beber vino con los
amigos. La flecha ya anda por el aire, y
se clavará o no se clavará en el blanco;
Descubrimientos
_________________
"Ser como un verso volando
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
(Hánjel)
o un ciego soñando
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siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
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- Mensaje n°111
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Pero cuántas veces el insomnio es un don. De repente despertar en medio de la noche y tener esa cosa rara: soledad. Casi ningún ruido. Sólo el de las olas del mar golpeando en la playa. Y bebo café con gusto, toda sola en el mundo. Nadie me interrumpe la nada. Es una nada a un mismo tiempo vacía y rica. Y el teléfono mudo, sin ese toque súbito que sobresalta. Después va amaneciendo. Las nubes aclarándose bajo un sol a veces pálido como una luna, a veces de fuego puro. Voy a la terraza y tal vez soy la primera del día en ver la espuma blanca del mar. El mar es mío, el sol es mío, la tierra es mía. Y me siento feliz por nada, por todo. Hasta que, como el sol que sube, la casa se va despertando y está el reencuentro con mis hijos soñolientos.
Descubrimientos.
Descubrimientos.
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compartir contigo sol y luna,
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y tren de tus ilusiones."
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- Mensaje n°112
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
¿QUÉ NOMBRE DAR A LA
ESPERANZA?
Pero si a través de todo corre la esperanza, entonces la cosa se alcanza. Sin embargo la esperanza no es para mañana.
La esperanza es este instante. Es necesario dar otro nombre a cierto tipo de esperanza porque esta palabra significa sobre todo espera. Y la esperanza es ya. Debe haber una palabra
que signifique lo que quiero decir.
Descubrimientos.
ESPERANZA?
Pero si a través de todo corre la esperanza, entonces la cosa se alcanza. Sin embargo la esperanza no es para mañana.
La esperanza es este instante. Es necesario dar otro nombre a cierto tipo de esperanza porque esta palabra significa sobre todo espera. Y la esperanza es ya. Debe haber una palabra
que signifique lo que quiero decir.
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- Mensaje n°113
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
LA CONDICIÓN HUMANA
Mi condición es muy pequeña. Me siento constreñida. Al punto de que sería inútil tener más libertad: mi pequeña condición no me dejaría hacer uso de la libertad. Mientras que la condición del universo es tan grande que no se llama condición. Mi descompás con el mundo llega a ser cómico de tan grande. No logro concertar el paso con él.
Ya intenté ponerme a la par del mundo, y sólo fue gracioso: una de mis piernas siempre demasiado corta.
La paradoja es que mi condición de coja es también alegre porque forma parte de esa condición. Pero si me pongo seria y quiero caminar bien con el mundo, entonces me despedazo y me espanto. Aun entonces, de repente, río con una risa amarga que sólo no es un mal porque pertenece a mi condición. La condición no se cura, pero el miedo a la condición es curable.
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- Mensaje n°114
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
COMO SE LLAMA
Si recibo un regalo dado con cariño por una persona que no me gusta, ¿cómo se llama lo que siento? Una persona de quien ya no se gusta más y ella tampoco gusta más de uno, ¿cómo se llama esa amargura y ese rencor? Estar ocupada, y de pronto parar por haber sido tomada por una despreocupación beata, milagrosa, sonriente e idiota, ¿cómo se llama lo que se sintió? El único modo de llamar es preguntar: ¿cómo se llama? Hasta hoy sólo pude nombrar con la propia pregunta. ¿Cuál es el nombre? Es éste el nombre.
Si recibo un regalo dado con cariño por una persona que no me gusta, ¿cómo se llama lo que siento? Una persona de quien ya no se gusta más y ella tampoco gusta más de uno, ¿cómo se llama esa amargura y ese rencor? Estar ocupada, y de pronto parar por haber sido tomada por una despreocupación beata, milagrosa, sonriente e idiota, ¿cómo se llama lo que se sintió? El único modo de llamar es preguntar: ¿cómo se llama? Hasta hoy sólo pude nombrar con la propia pregunta. ¿Cuál es el nombre? Es éste el nombre.
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- Mensaje n°115
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
MEJOR QUE ARDER, UN CUENTO DE CLARICE LISPECTOR
Era alta, fuerte, con mucho cabello. La madre Clara tenía bozo oscuro y ojos profundos, negros.
Había entrado en el convento por imposición de la familia: querían verla amparada en el seno de Dios. Obedeció.
Cumplía sus obligaciones sin reclamar. Las obligaciones eran muchas. Y estaban los rezos. Rezaba con fervor.
Y se confesaba todos los días. Todos los días recibía la hostia blanca que se deshacía en la boca.
Pero empezó a cansarse de vivir sólo entre mujeres. Mujeres, mujeres, mujeres. Escogió a una amiga como confidente. Le dijo que no aguantaba más. La amiga le aconsejó:
-Mortifica el cuerpo.
Comenzó a dormir en la losa fría. Y se fustigaba con el cilicio*. De nada servía. Le daban fuertes gripas, quedaba toda arañada.
Se confesó con el padre. Él le mandó que siguiera mortificándose. Ella continuó.
Pero a la hora en que el padre le tocaba la boca para darle la hostia se tenía que controlar para no morder la mano del padre. Éste percibía, pero nada decía. Había entre ambos un pacto mudo. Ambos se mortificaban.
No podía ver más el cuerpo casi desnudo de Cristo.
La madre Clara era hija de portugueses y, secretamente, se rasuraba las piernas velludas. Si supieran, ay de ella. Le contó al padre. Se quedó pálido. Imaginó que sus piernas debían ser fuertes, bien torneadas.
Un día, a la hora de almuerzo, empezó a llorar. No le explicó la razón a nadie. Ni ella sabía por qué lloraba.
Y de ahí en adelante vivía llorando. A pesar de comer poco, engordaba. Y tenía ojeras moradas. Su voz, cuando cantaba en la iglesia, era de contralto.
Hasta que le dijo al padre en el confesionario:
-¡No aguanto más, juro que ya no aguanto más!
Él le dijo meditativo:
-Es mejor no casarse. Pero es mejor casarse que arder.
Pidió una audiencia con la superiora. La superiora la reprendió ferozmente. Pero la madre Clara se mantuvo firme: quería salirse del convento, quería encontrar a un hombre, quería casarse. La superiora le pidió que esperara un año más. Respondió que no podía, que tenía que ser ya.
Arregló su pequeño equipaje y salió. Se fue a vivir a un internado para señoritas.
Sus cabellos negros crecían en abundancia. Y parecía etérea, soñadora. Pagaba la pensión con el dinero que su familia le mandaba. La familia no se hacía el ánimo. Pero no podían dejarla morir de hambre.
Ella misma se hacía sus vestiditos de tela barata, en una máquina de coser que una joven del internado le prestaba. Los vestidos los usaba de manga larga, sin escote, debajo de la rodilla.
Y nada sucedía. Rezaba mucho para que algo bueno le sucediera. En forma de hombre.
Y sucedió realmente.
Fue a un bar a comprar una botella de agua. El dueño era un guapo portugués a quien le encantaron los modales discretos de Clara. No quiso que ella pagara el agua. Ella se sonrojó.
Pero volvió al día siguiente para comprar cocada. Tampoco pagó. El portugués, cuyo nombre era Antonio, se armó de valor y la invitó a ir al cine con él. Ella se rehusó.
Al día siguiente volvió para tomar un cafecito. Antonio le prometió que no la tocaría si iban al cine juntos. Aceptó.
Fueron a ver una película y no pusieron la más mínima atención. Durante la película estaban tomados de la mano.
Empezaron a encontrarse para dar largos paseos. Ella con sus cabellos negros. Él, de traje y corbata.
Entonces una noche él le dijo:
-Soy rico, el bar deja bastante dinero para podernos casar ¿Quieres?
-Sí -le respondió grave.
Se casaron por la iglesia y por lo civil. En la iglesia el que los casó fue el padre, quien le había dicho que era mejor casarse que arder. Pasaron la luna de miel en Lisboa. Antonio dejó el bar en manos del hermano.
Ella regresó embarazada, satisfecha y alegre.
Tuvieron cuatro hijos, todos hombres, todos con mucho cabello.
Era alta, fuerte, con mucho cabello. La madre Clara tenía bozo oscuro y ojos profundos, negros.
Había entrado en el convento por imposición de la familia: querían verla amparada en el seno de Dios. Obedeció.
Cumplía sus obligaciones sin reclamar. Las obligaciones eran muchas. Y estaban los rezos. Rezaba con fervor.
Y se confesaba todos los días. Todos los días recibía la hostia blanca que se deshacía en la boca.
Pero empezó a cansarse de vivir sólo entre mujeres. Mujeres, mujeres, mujeres. Escogió a una amiga como confidente. Le dijo que no aguantaba más. La amiga le aconsejó:
-Mortifica el cuerpo.
Comenzó a dormir en la losa fría. Y se fustigaba con el cilicio*. De nada servía. Le daban fuertes gripas, quedaba toda arañada.
Se confesó con el padre. Él le mandó que siguiera mortificándose. Ella continuó.
Pero a la hora en que el padre le tocaba la boca para darle la hostia se tenía que controlar para no morder la mano del padre. Éste percibía, pero nada decía. Había entre ambos un pacto mudo. Ambos se mortificaban.
No podía ver más el cuerpo casi desnudo de Cristo.
La madre Clara era hija de portugueses y, secretamente, se rasuraba las piernas velludas. Si supieran, ay de ella. Le contó al padre. Se quedó pálido. Imaginó que sus piernas debían ser fuertes, bien torneadas.
Un día, a la hora de almuerzo, empezó a llorar. No le explicó la razón a nadie. Ni ella sabía por qué lloraba.
Y de ahí en adelante vivía llorando. A pesar de comer poco, engordaba. Y tenía ojeras moradas. Su voz, cuando cantaba en la iglesia, era de contralto.
Hasta que le dijo al padre en el confesionario:
-¡No aguanto más, juro que ya no aguanto más!
Él le dijo meditativo:
-Es mejor no casarse. Pero es mejor casarse que arder.
Pidió una audiencia con la superiora. La superiora la reprendió ferozmente. Pero la madre Clara se mantuvo firme: quería salirse del convento, quería encontrar a un hombre, quería casarse. La superiora le pidió que esperara un año más. Respondió que no podía, que tenía que ser ya.
Arregló su pequeño equipaje y salió. Se fue a vivir a un internado para señoritas.
Sus cabellos negros crecían en abundancia. Y parecía etérea, soñadora. Pagaba la pensión con el dinero que su familia le mandaba. La familia no se hacía el ánimo. Pero no podían dejarla morir de hambre.
Ella misma se hacía sus vestiditos de tela barata, en una máquina de coser que una joven del internado le prestaba. Los vestidos los usaba de manga larga, sin escote, debajo de la rodilla.
Y nada sucedía. Rezaba mucho para que algo bueno le sucediera. En forma de hombre.
Y sucedió realmente.
Fue a un bar a comprar una botella de agua. El dueño era un guapo portugués a quien le encantaron los modales discretos de Clara. No quiso que ella pagara el agua. Ella se sonrojó.
Pero volvió al día siguiente para comprar cocada. Tampoco pagó. El portugués, cuyo nombre era Antonio, se armó de valor y la invitó a ir al cine con él. Ella se rehusó.
Al día siguiente volvió para tomar un cafecito. Antonio le prometió que no la tocaría si iban al cine juntos. Aceptó.
Fueron a ver una película y no pusieron la más mínima atención. Durante la película estaban tomados de la mano.
Empezaron a encontrarse para dar largos paseos. Ella con sus cabellos negros. Él, de traje y corbata.
Entonces una noche él le dijo:
-Soy rico, el bar deja bastante dinero para podernos casar ¿Quieres?
-Sí -le respondió grave.
Se casaron por la iglesia y por lo civil. En la iglesia el que los casó fue el padre, quien le había dicho que era mejor casarse que arder. Pasaron la luna de miel en Lisboa. Antonio dejó el bar en manos del hermano.
Ella regresó embarazada, satisfecha y alegre.
Tuvieron cuatro hijos, todos hombres, todos con mucho cabello.
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"Ser como un verso volando
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
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- Mensaje n°116
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Clarice Lispector y la escritura como razón de ser
Xabier F. Coronado
Escribir es una maldición, pero una maldición que salva
Clarice Lispector
Hay diferentes maneras de hacerse escritor, muchos llegan a la literatura por estrategia, toman esa decisión como quien elige ser médico o político, motivados casi siempre por un espíritu de provecho. Algunos llegan a la literatura impulsados por las circunstancias, no deciden ser escritores, la vida los lleva a escribir como a otros lleva a ser obreros o funcionarios; no encuentran otra cosa para ganarse el sustento y se entregan a ello con la dedicación del que va a una oficina. También hay escritores que llegan a la literatura por necesidad, no por una necesidad material o de prestigio, sino por necesidad vital. Escribir es para ellos como respirar. Este tipo de autores deja en sus obras una marca, un estigma que se descubre al explorar líneas y párrafos, porque sus textos tienen algo más que palabras unidas y enlazadas de forma coherente. Al leerlos se siente un trasfondo que inquieta y atrae como un abismo, una puerta abierta al misterio que se crea cuando la literatura se practica como razón de ser. Son escritores por naturaleza y viven la literatura como una condena que, casi siempre, cumplen con satisfacción porque son conscientes de que sólo a través de la palabra escrita pueden encontrar el sentido de su existencia.
Entre esta clase escritores se encuentra Clarice Lispector. La narradora brasileña confiesa que, para ella, escribir “es una maldición porque obliga y arrastra como un vicio penoso del cual es casi imposible librarse, pues nada lo sustituye. Y es una salvación. Salva el alma presa, salva a la persona que se siente inútil, salva el día que se vive y que nunca se entiende a menos que se escriba.”
Literatura de introspección
Escribo para mí, para sentir mi alma hablando y cantando, a veces llorando…
Clarice Lispector
Clarice Lispector (1920-1977) es una escritora por naturaleza que muy pronto siente la necesidad de escribir. Desde niña enviaba sus cuentos a la página infantil del Diario de Pernambuco pero no se los publicaban porque “ninguno contaba realmente un cuento con los hechos necesarios para un cuento. Yo leía los que publicaban ellos, y todos relataban un acontecimiento”. Las historias de Clarice, aunque todas empezaban con el acostumbrado “Había una vez…”, no poseían un hilo narrativo, sólo describían sensaciones. Esta tendencia a la introspección es el eje fundamental de una obra literaria que busca transcribir el lenguaje interno, “me adiestré desde los siete años para tener un día la lengua en mi poder”.
La narrativa de Clarice Lispector se enfoca en examinar la esencia íntima y profundizar la vivencia interna. Esta decisión conlleva la difícil tarea de encontrar las palabras que materialicen en el plano literario el intangible mundo interior: “Hay muchas cosas por decir que no sé cómo decir. Faltan las palabras. Pero me niego a inventar otras nuevas: las que existen deben decir lo que se consigue decir y lo que está prohibido”.
Foto: panikonuclear.com
Una literatura de introspección que trasciende lo psicológico para transformarse en metafísica; sorprende que la autora apueste por la sencillez, por la palabra sobria: “Escribo muy simple y muy desnudo. Por eso hiere”; que exige, sobre todo, claridad y práctica: “No se equivoquen: la sencillez sólo se logra a través del trabajo duro”. El resultado, un producto extraño difícil de encasillar en un estilo determinado, posee una fuerza literaria que nos atrae desde el primer momento. Además, a través de ese no-estilo siempre inquisitivo, sus libros se convierten en verdaderos tratados poéticos de educación existencial.
Una obra diferente
Lo que te estoy escribiendo no es para leer, es para ser
Clarice Lispector
Cuando aparece su primera novela, Cerca del corazón salvaje, Clarice Lispector ya había publicado algunos cuentos y artículos en revistas y periódicos. El libro, galardonado con el premio Graça Aranha a la mejor novela publicada en 1943, llama la atención de escritores como Lauro Escorel, que ve en la joven autora, “una novelista excepcional”, y Antonio Candido, que destaca, “su valentía para experimentar en terrenos poco explorados”. Se trata de una novela diferente porque rompe con la tradición literaria brasileña, dominada hasta entonces por dos tipos de narrativa, una de ámbito regional, realista y de costumbres, y otra de carácter social.
Clarice termina sus estudios de Derecho en la Universidad de Río de Janeiro en 1943 y contrae matrimonio con un diplomático; comienza entonces una etapa que la lleva a vivir en Europa, primero en Italia y luego en Suiza e Inglaterra. Durante este período publica dos novelas, La araña (1946) y La ciudad sitiada (1949), escrita durante su estancia en Berna, y una primera recopilación de relatos, Alguns contos (1952).
En 1959, después de tener dos hijos y vivir durante ocho años en Washington, se separa de su marido, regresa a Río y escribir se convierte en su ocupación fundamental. Colabora en distintos periódicos y publica un excelente libro de relatos, Lazos de familia (1960), que recibe el premio de la Cámara Brasileña del Libro; después una novela muy elaborada, La manzana en la oscuridad (1961), premiada como mejor libro del año; y un nuevo volumen de cuentos, La legión extranjera (1964). Inmediatamente aparece su novela más conocida, La pasión según G.H. (1964), un relato inquietante y experimental que desata su trama cuando la protagonista se come una cucaracha: “¿Existo? ¿Es ésta la intensidad que me lo puede comprobar? Si al menos encontrase a otra, ya que no me encuentro a mí misma…”
A partir de entonces Clarice Lispector entra en la madurez literaria y desarrolla su maestría en una serie de obras, a veces de difícil clasificación, donde nos encontramos libros infantiles: O mistério do coelho pensante (1967), A mulher que matou os peixes (1968), y La vida íntima de Laura (1974); novelas: Aprendizaje o El libro de los placeres (1969) –definida como un canto al amor– y Agua viva (1973) –un texto extraño e interesante, intimista y lleno de confesiones–; colecciones de relatos: Felicidad clandestina (1971), La imitación de la rosa (1973), Onde estivestes de noite (1974); y un libro de narraciones eróticas: Vía Crucis del cuerpo (1974).
Antes de su muerte publica una de sus mejores novelas, La hora de la estrella (1977), donde narra por vez primera una historia lineal. De manera póstuma, aparecen media docena más de libros que recopilan relatos y escritos inéditos entre ellos otra novela Un soplo de vida (1978), y dos relevantes volúmenes epistolares, Cartas perto do coração (2001) y Correspondências (2002).
Clarice Lispector también practicó el periodismo; desde su ingreso en la Agência Nacional, en 1940, escribió multitud de artículos y entrevistas para diferentes medios. Entre agosto de 1967 y diciembre de 1973, publicó un artículo semanal en el Jornal do Brasil, la mayoría fueron recopilados en A descoberta do mundo (1984), que en español se editó en dos volúmenes: Revelación de un mundo, 2004 y Descubrimientos, 2010 (Ed. AH, Buenos Aires); en ellos nos encontramos una autora que aborda temas de actualidad, sucesos cotidianos y preocupaciones personales. Son crónicas que tienen su inconfundible sello y muestran la parte más desconocida de su producción literaria.
En esta amplia obra, en la que también hay poesía, destaca la perspectiva original y sutil que plantea en sus textos. En ellos, la magia de lo cotidiano se hace presente y hechos aparentemente banales producen situaciones catárticas para sus personajes.
Confluencias
Nosotros los que escribimos, apresamos en la palabra humana un gran misterio
Clarice Lispector
Ante una manera de escribir tan personal, resulta difícil especular sobre las influencias que haya podido tener la obra de Clarice Lispector. Sabemos de su libro preferido en la infancia, Reinações de Narizinho, de Monteiro Lobato, y de los autores leídos en la adolescencia: Rachel de Queiroz, Machado de Assis, Eça de Queiroz, Jack London, Dostoievski… Al indagar más a fondo, encontramos que la propia autora manifiesta que entró en contacto con la “gran literatura” al leer El lobo estepario, y comenta: “De los trece a los catorce años fui germinada por Hermann Hesse.”
Posteriormente se sintió identificada con Katherine Mansfield que, sin duda, fue su maestra en el relato breve, género en el que Lispector consigue sus mejores páginas. La crítica apunta otros nombres como James Joyce, Virginia Wolf y Julien Green. De Joyce, además de compartir la fascinación por el monólogo interno, la autora toma el título de su primera novela del Retrato del artista adolescente; con la escritora inglesa, confluye en el enfoque introspectivo y la visión de que los sucesos ordinarios pueden ser determinantes; y con el autor francés, converge en la profunda preocupación por la vida interior. También ha sido comparada con Chéjov, Sartre o Graciliano Ramos y enmarcada dentro de la literatura existencialista.
La obra de Lispector es muy particular y de difícil clasificación. La crítica la ubica en la tercera fase del modernismo, en la generación brasileña del 45. Si bien es una escritora cada vez más estudiada y valorada, falta enmarcarla dentro de un contexto internacional. Clarice Lispector no fue, en vida, una autora muy leída fuera de Brasil y aunque ella siempre manifestó estar enamorada de su idioma, “esta es una confesión de amor: amo la lengua portuguesa”, hay quien dice que escribir en portugués supuso una barrera para conseguir la proyección internacional que su obra merecía.
El problema no fue tanto la lengua como ser una escritora brasileña. Los autores brasileños fueron olvidados por el denominado “Boom de la literatura latinoamericana”, que más bien fue hispanoamericano. Un suceso cultural auspiciado por editoriales españolas, mexicanas y argentinas, que dejó de lado a la literatura brasileña y a muchos autores fundamentales del continente que quedaron ocultos bajo la sombra que produjo ese fenómeno literario. Entre los olvidados brasileños están João Guimarães Rosa y Clarice Lispector –que podría haber sido el componente femenino de calidad que tanto se echaba de menos–. Sus novelas representativas, Gran Sertón: Veredas (1956) y La pasión según G.H. (1964), reunían las características narrativas y generacionales para formar parte del suceso. El problema real es que siempre ha existido una falta de comunicación entre las literaturas iberoamericanas, que parece ir solventándose con el creciente interés editorial, sobre todo en Argentina y España, por la literatura brasileña.
Actualmente, gracias a las excelentes traducciones de sus libros y a ese esfuerzo editorial, Clarice Lispector es una autora reconocida entre los lectores de habla hispana y su obra ha influido en muchos escritores latinoamericanos.
Manifiesto literario
Escribo como si fuese a salvar la vida de alguien. Probablemente mi propia vida
Clarice Lispector
Clarice Lispector nos dejó muchos textos y algunas entrevistas que revelan su visión literaria. En sus libros descubrimos un verdadero manifiesto sobre su relación con la palabra escrita, un vínculo que cambia a medida que su obra cobra madurez. De la admiración: “Al escribir me doy las más inesperadas sorpresas. Es en la hora de escribir que muchas veces me vuelvo consciente de cosas que no sabía que sabía”; y el entusiasmo: “Escribo porque me resulta un placer que no puedo traducir”; pasa al desánimo: “En cuanto al hecho de escribir digo, si le interesa a alguien, que estoy desilusionada. Escribir no me ha traído lo que yo quería, es decir, paz”; y la confusión: “¿Dónde está lo que quiero decir, dónde está lo que debo decir?”. Un proceso que evidencia su relación ambivalente con la literatura.
En la novela La hora de la estrella, publicada meses antes de su muerte, Clarice Lispector dejó lo que podríamos clasificar como su testamento literario. Valiéndose de un alter ego masculino, también escritor, nos habla del cansancio que siente después de toda una vida buscando las palabras para trasmitir algo que muchas veces era imposible comunicar. A pesar de todo, mantuvo hasta el final su lucha por encontrar la palabra precisa porque la escritura fue siempre su razón de ser: “Estoy absolutamente cansada de la literatura; sólo la mudez me hace compañía. Si todavía escribo, es porque no tengo nada más que hacer en el mundo mientras espero la muerte. La búsqueda de la palabra en la oscuridad”.
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Xabier F. Coronado
Escribir es una maldición, pero una maldición que salva
Clarice Lispector
Hay diferentes maneras de hacerse escritor, muchos llegan a la literatura por estrategia, toman esa decisión como quien elige ser médico o político, motivados casi siempre por un espíritu de provecho. Algunos llegan a la literatura impulsados por las circunstancias, no deciden ser escritores, la vida los lleva a escribir como a otros lleva a ser obreros o funcionarios; no encuentran otra cosa para ganarse el sustento y se entregan a ello con la dedicación del que va a una oficina. También hay escritores que llegan a la literatura por necesidad, no por una necesidad material o de prestigio, sino por necesidad vital. Escribir es para ellos como respirar. Este tipo de autores deja en sus obras una marca, un estigma que se descubre al explorar líneas y párrafos, porque sus textos tienen algo más que palabras unidas y enlazadas de forma coherente. Al leerlos se siente un trasfondo que inquieta y atrae como un abismo, una puerta abierta al misterio que se crea cuando la literatura se practica como razón de ser. Son escritores por naturaleza y viven la literatura como una condena que, casi siempre, cumplen con satisfacción porque son conscientes de que sólo a través de la palabra escrita pueden encontrar el sentido de su existencia.
Entre esta clase escritores se encuentra Clarice Lispector. La narradora brasileña confiesa que, para ella, escribir “es una maldición porque obliga y arrastra como un vicio penoso del cual es casi imposible librarse, pues nada lo sustituye. Y es una salvación. Salva el alma presa, salva a la persona que se siente inútil, salva el día que se vive y que nunca se entiende a menos que se escriba.”
Literatura de introspección
Escribo para mí, para sentir mi alma hablando y cantando, a veces llorando…
Clarice Lispector
Clarice Lispector (1920-1977) es una escritora por naturaleza que muy pronto siente la necesidad de escribir. Desde niña enviaba sus cuentos a la página infantil del Diario de Pernambuco pero no se los publicaban porque “ninguno contaba realmente un cuento con los hechos necesarios para un cuento. Yo leía los que publicaban ellos, y todos relataban un acontecimiento”. Las historias de Clarice, aunque todas empezaban con el acostumbrado “Había una vez…”, no poseían un hilo narrativo, sólo describían sensaciones. Esta tendencia a la introspección es el eje fundamental de una obra literaria que busca transcribir el lenguaje interno, “me adiestré desde los siete años para tener un día la lengua en mi poder”.
La narrativa de Clarice Lispector se enfoca en examinar la esencia íntima y profundizar la vivencia interna. Esta decisión conlleva la difícil tarea de encontrar las palabras que materialicen en el plano literario el intangible mundo interior: “Hay muchas cosas por decir que no sé cómo decir. Faltan las palabras. Pero me niego a inventar otras nuevas: las que existen deben decir lo que se consigue decir y lo que está prohibido”.
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Una literatura de introspección que trasciende lo psicológico para transformarse en metafísica; sorprende que la autora apueste por la sencillez, por la palabra sobria: “Escribo muy simple y muy desnudo. Por eso hiere”; que exige, sobre todo, claridad y práctica: “No se equivoquen: la sencillez sólo se logra a través del trabajo duro”. El resultado, un producto extraño difícil de encasillar en un estilo determinado, posee una fuerza literaria que nos atrae desde el primer momento. Además, a través de ese no-estilo siempre inquisitivo, sus libros se convierten en verdaderos tratados poéticos de educación existencial.
Una obra diferente
Lo que te estoy escribiendo no es para leer, es para ser
Clarice Lispector
Cuando aparece su primera novela, Cerca del corazón salvaje, Clarice Lispector ya había publicado algunos cuentos y artículos en revistas y periódicos. El libro, galardonado con el premio Graça Aranha a la mejor novela publicada en 1943, llama la atención de escritores como Lauro Escorel, que ve en la joven autora, “una novelista excepcional”, y Antonio Candido, que destaca, “su valentía para experimentar en terrenos poco explorados”. Se trata de una novela diferente porque rompe con la tradición literaria brasileña, dominada hasta entonces por dos tipos de narrativa, una de ámbito regional, realista y de costumbres, y otra de carácter social.
Clarice termina sus estudios de Derecho en la Universidad de Río de Janeiro en 1943 y contrae matrimonio con un diplomático; comienza entonces una etapa que la lleva a vivir en Europa, primero en Italia y luego en Suiza e Inglaterra. Durante este período publica dos novelas, La araña (1946) y La ciudad sitiada (1949), escrita durante su estancia en Berna, y una primera recopilación de relatos, Alguns contos (1952).
En 1959, después de tener dos hijos y vivir durante ocho años en Washington, se separa de su marido, regresa a Río y escribir se convierte en su ocupación fundamental. Colabora en distintos periódicos y publica un excelente libro de relatos, Lazos de familia (1960), que recibe el premio de la Cámara Brasileña del Libro; después una novela muy elaborada, La manzana en la oscuridad (1961), premiada como mejor libro del año; y un nuevo volumen de cuentos, La legión extranjera (1964). Inmediatamente aparece su novela más conocida, La pasión según G.H. (1964), un relato inquietante y experimental que desata su trama cuando la protagonista se come una cucaracha: “¿Existo? ¿Es ésta la intensidad que me lo puede comprobar? Si al menos encontrase a otra, ya que no me encuentro a mí misma…”
A partir de entonces Clarice Lispector entra en la madurez literaria y desarrolla su maestría en una serie de obras, a veces de difícil clasificación, donde nos encontramos libros infantiles: O mistério do coelho pensante (1967), A mulher que matou os peixes (1968), y La vida íntima de Laura (1974); novelas: Aprendizaje o El libro de los placeres (1969) –definida como un canto al amor– y Agua viva (1973) –un texto extraño e interesante, intimista y lleno de confesiones–; colecciones de relatos: Felicidad clandestina (1971), La imitación de la rosa (1973), Onde estivestes de noite (1974); y un libro de narraciones eróticas: Vía Crucis del cuerpo (1974).
Antes de su muerte publica una de sus mejores novelas, La hora de la estrella (1977), donde narra por vez primera una historia lineal. De manera póstuma, aparecen media docena más de libros que recopilan relatos y escritos inéditos entre ellos otra novela Un soplo de vida (1978), y dos relevantes volúmenes epistolares, Cartas perto do coração (2001) y Correspondências (2002).
Clarice Lispector también practicó el periodismo; desde su ingreso en la Agência Nacional, en 1940, escribió multitud de artículos y entrevistas para diferentes medios. Entre agosto de 1967 y diciembre de 1973, publicó un artículo semanal en el Jornal do Brasil, la mayoría fueron recopilados en A descoberta do mundo (1984), que en español se editó en dos volúmenes: Revelación de un mundo, 2004 y Descubrimientos, 2010 (Ed. AH, Buenos Aires); en ellos nos encontramos una autora que aborda temas de actualidad, sucesos cotidianos y preocupaciones personales. Son crónicas que tienen su inconfundible sello y muestran la parte más desconocida de su producción literaria.
En esta amplia obra, en la que también hay poesía, destaca la perspectiva original y sutil que plantea en sus textos. En ellos, la magia de lo cotidiano se hace presente y hechos aparentemente banales producen situaciones catárticas para sus personajes.
Confluencias
Nosotros los que escribimos, apresamos en la palabra humana un gran misterio
Clarice Lispector
Ante una manera de escribir tan personal, resulta difícil especular sobre las influencias que haya podido tener la obra de Clarice Lispector. Sabemos de su libro preferido en la infancia, Reinações de Narizinho, de Monteiro Lobato, y de los autores leídos en la adolescencia: Rachel de Queiroz, Machado de Assis, Eça de Queiroz, Jack London, Dostoievski… Al indagar más a fondo, encontramos que la propia autora manifiesta que entró en contacto con la “gran literatura” al leer El lobo estepario, y comenta: “De los trece a los catorce años fui germinada por Hermann Hesse.”
Posteriormente se sintió identificada con Katherine Mansfield que, sin duda, fue su maestra en el relato breve, género en el que Lispector consigue sus mejores páginas. La crítica apunta otros nombres como James Joyce, Virginia Wolf y Julien Green. De Joyce, además de compartir la fascinación por el monólogo interno, la autora toma el título de su primera novela del Retrato del artista adolescente; con la escritora inglesa, confluye en el enfoque introspectivo y la visión de que los sucesos ordinarios pueden ser determinantes; y con el autor francés, converge en la profunda preocupación por la vida interior. También ha sido comparada con Chéjov, Sartre o Graciliano Ramos y enmarcada dentro de la literatura existencialista.
La obra de Lispector es muy particular y de difícil clasificación. La crítica la ubica en la tercera fase del modernismo, en la generación brasileña del 45. Si bien es una escritora cada vez más estudiada y valorada, falta enmarcarla dentro de un contexto internacional. Clarice Lispector no fue, en vida, una autora muy leída fuera de Brasil y aunque ella siempre manifestó estar enamorada de su idioma, “esta es una confesión de amor: amo la lengua portuguesa”, hay quien dice que escribir en portugués supuso una barrera para conseguir la proyección internacional que su obra merecía.
El problema no fue tanto la lengua como ser una escritora brasileña. Los autores brasileños fueron olvidados por el denominado “Boom de la literatura latinoamericana”, que más bien fue hispanoamericano. Un suceso cultural auspiciado por editoriales españolas, mexicanas y argentinas, que dejó de lado a la literatura brasileña y a muchos autores fundamentales del continente que quedaron ocultos bajo la sombra que produjo ese fenómeno literario. Entre los olvidados brasileños están João Guimarães Rosa y Clarice Lispector –que podría haber sido el componente femenino de calidad que tanto se echaba de menos–. Sus novelas representativas, Gran Sertón: Veredas (1956) y La pasión según G.H. (1964), reunían las características narrativas y generacionales para formar parte del suceso. El problema real es que siempre ha existido una falta de comunicación entre las literaturas iberoamericanas, que parece ir solventándose con el creciente interés editorial, sobre todo en Argentina y España, por la literatura brasileña.
Actualmente, gracias a las excelentes traducciones de sus libros y a ese esfuerzo editorial, Clarice Lispector es una autora reconocida entre los lectores de habla hispana y su obra ha influido en muchos escritores latinoamericanos.
Manifiesto literario
Escribo como si fuese a salvar la vida de alguien. Probablemente mi propia vida
Clarice Lispector
Clarice Lispector nos dejó muchos textos y algunas entrevistas que revelan su visión literaria. En sus libros descubrimos un verdadero manifiesto sobre su relación con la palabra escrita, un vínculo que cambia a medida que su obra cobra madurez. De la admiración: “Al escribir me doy las más inesperadas sorpresas. Es en la hora de escribir que muchas veces me vuelvo consciente de cosas que no sabía que sabía”; y el entusiasmo: “Escribo porque me resulta un placer que no puedo traducir”; pasa al desánimo: “En cuanto al hecho de escribir digo, si le interesa a alguien, que estoy desilusionada. Escribir no me ha traído lo que yo quería, es decir, paz”; y la confusión: “¿Dónde está lo que quiero decir, dónde está lo que debo decir?”. Un proceso que evidencia su relación ambivalente con la literatura.
En la novela La hora de la estrella, publicada meses antes de su muerte, Clarice Lispector dejó lo que podríamos clasificar como su testamento literario. Valiéndose de un alter ego masculino, también escritor, nos habla del cansancio que siente después de toda una vida buscando las palabras para trasmitir algo que muchas veces era imposible comunicar. A pesar de todo, mantuvo hasta el final su lucha por encontrar la palabra precisa porque la escritura fue siempre su razón de ser: “Estoy absolutamente cansada de la literatura; sólo la mudez me hace compañía. Si todavía escribo, es porque no tengo nada más que hacer en el mundo mientras espero la muerte. La búsqueda de la palabra en la oscuridad”.
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"Ser como un verso volando
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
(Hánjel)
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Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Los ríos de Clarice Lispector
Andrea Jeftanovic
Una orilla en la playa, una barraca, el domicilio de sus últimos once años de vida, el hotel en que se hospedaba para terminar sus libros. Este recorrido nos ofrece una lectura personal de la vida y obra de una autora indispensable, al tiempo que le da la razón a Guimarães Rosa cuando dijo: “Clarice, yo no te leo para la literatura, sino para la vida.”
Y al final dejé de saber
qué era lo que tanto buscaba.
Wisława Szymborska
Río de Janeiro es la ciudad de los brazos abiertos. Su imagen-souvenir, que motiva a cientos de feligreses y turistas a trepar las laderas del Parque Nacional de Tijuca hasta el Corcovado, es la figura del Cristo Redentor con los brazos extendidos. A mí no me espera Cristo, me espera Clarice Lispector. El itinerario de mi viaje tiene como hitos los lugares que recorrió la escritora y sus personajes. Más que a una figura bíblica, mi salvación personal la he encomendado a alguno de sus libros.
Río es, con justicia, la “Ciudad Maravillosa”, pocas urbes concentran tal heterogénea textura que zurce una larga costa atlántica con bosque tropical, morros, playas abiertas, parques nacionales, largas avenidas costeras y un clima templado todo el año. Ella misma decía: “De todas las ciudades en las que viví, Río es la que más me asombra.” Quizás por eso instó a sus personajes a recorrer su río-afluente personal por el Jardín Botánico, Copacabana, los barrios de Leme, Cosme Velho, São Cristovão, entre otros.
En Brasil Clarice Lispector es “Clarice”, todos comprenden, los brasileños llaman por el nombre de pila a sus figuras queridas. Esta escritora nacida lejos, en Chechelnik, Ucrania, en 1920, fue hija de judíos rusos que decidieron emigrar a América escapando de persecuciones religiosas. Arribó a los meses de vida a Alagoas, y luego la familia se mudó a Recife. La autora sufría cierto “karma” de extranjerización. El hecho de haber nacido fuera, sus erres marcadas debido a un problema fonológico y la naturaleza de sus creaciones causaron que se le tildara de foránea en el panorama literario brasileño. Fue criticada por alejarse del regionalismo, del realismo social y de la contingencia política en momentos de la dictadura militar. Ella dirá en una entrevista para la revista Manchete: “¿De qué forma un pintor, un escritor, un artista no es un espejo de su tiempo? Yo hablo de la angustia, de los sentimientos humanos, ¿hay algo más participativo que eso?”
Su literatura se fue abriendo camino al ritmo de una latencia vital. El connotado autor João Guimarães Rosa expresó: “Clarice, yo no te leo para la literatura, sino para la vida”; el músico Chico Buarque le dijo cuando la conoció: “Te estoy leyendo con candor”; su traductor al inglés, Gregory Rabassa, señaló: “Quedé impresionado al encontrar una persona que se parecía a Marlene Dietrich y escribía como Virginia Woolf.” La filósofa francesa Hélène Cixous ensayó una iluminadora definición: “Si Kafka fuera una mujer; si Rilke fuera una escritora brasileña judía nacida en Ucrania; si Rimbaud hubiera sido una madre y hubiera llegado a cumplir cincuenta años; si Heidegger hubiera sido capaz de dejar de ser alemán.”
Confieso que yo tuve un amor a primera vista con su libro Agua viva. Por azar visitaba una librería en Barcelona en 1997 junto a una amiga brasileña, pasamos por una mesa y ahí estaban sus libros traducidos al español por Siruela. “Creo que te va a gustar esa autora.” Leí Agua viva como si me cayese una tormenta sobre la cabeza. Me decía para mis adentros: “Escribe eso que es tan difícil de verbalizar: el miedo al otro, el miedo a la soledad, las epifanías en nuestra rutina cotidiana, el espanto de la vida, la curiosidad y el miedo a la muerte, el hechizo contemplativo del lenguaje, el vértigo del presente. ¿De qué trata esa ambigua novela-ensayo- registro? De instantes.”
Pero aquello que capto en mí tiene, ahora que está siendo transpuesto a la escritura, la desesperación de que las palabras ocupen más instantes que la mirada. Más que un instante quiero su fluencia.
Seguramente ella misma había sido arrojada a esa angustia desde muy temprano, la de ser ella y su nacimiento una apuesta fallida. Clarice contaba que su madre, estando enferma, se dejó llevar por una superstición que decía que un hijo recién nacido curaba a una mujer de una dolencia. Pero Clarice fracasó en la “misión” asignada porque su madre falleció. Luego vinieron el duelo y la pobreza, el padre viudo y su búsqueda de mejores horizontes, la mudanza con las tres hijas desde Recife a Río de Janeiro. Allí la joven Clarice se tituló en derecho, pese a que nunca ejerció como abogada. En esos años entró a la escena literaria rompiendo cánones y estéticas con su primera novela Cerca del corazón salvaje, en 1943, y lo siguió haciendo con más novelas, libros de cuentos, crónicas, libros para niños, columnas de opinión.
Nací para amar a los demás, nací para escribir y para criar a mis hijos. Amar a los demás es tan vasto que incluye incluso perdón para mí misma, con lo que sobra. Amar a los demás es la única salvación individual que conozco: nadie estará perdido si da amor y a veces recibe amor a cambio.
¿Habrá ella perdonado a Dios?
Vectores y personajes
El primer vector del mapa me lanza a la orilla de la playa de Copacabana. Me largo a caminar por sus baldosas sinuosas. A medida que avanzo experimento una sensación sublime, entre genuina y ridícula, que me recuerda la plenitud que experimenta la protagonista del cuento “Perdonando a Dios”. Transito por sus mosaicos blanquinegros, me abro paso entre ciclistas, deportistas, quioscos con caipiriña. Una sensación de libertad y gloria invade a la protagonista mientras observa los edificios y la franja azul del mar. Un instante de éxtasis que se arruina abruptamente cuando pisa una enorme rata blanca en plena avenida Atlántica. Del embelesamiento pasa a una gran compunción, a la rabia por la supuesta venganza de Dios sobre ella. ¿Era una señal para el amor desprevenido? ¿Dios puede ser grosero? ¿Cómo enfrentar la vulnerabilidad de una criatura sola?
Quizá por eso avanzo mirando el suelo cuando debería mirar el Pão de Açúcar en mi horizonte, porque también me da miedo encontrarme con la rata de cola larga y patas aplastadas. La mujer de ese cuento pertenece a esa constelación de protagonistas-dueñas de casa que Lispector lanzó a recorrer la ciudad siguiendo líneas de fuga. No son fugas por violencia intrafamiliar ni nada de ese tipo, sino por una inquietud más imprecisa que las hace deambular por las calles hasta que dan con un incidente anodino que les revelará algo que marcará un antes y un después en sus vidas.
Dueñas de casa tímidas que llaman al fontanero, salen de compras, se mueven por la cocina, toman el transporte público, cuidan a sus hijos, pero cuya subjetividad merodea entre la alucinación y la obsesiva meditación existencial. Estas mujeres cotidianas hablan en tono mayor, son hermeneutas de la existencia humana, despliegan su conquista subjetiva frente a los ojos del lector. La misma Lispector se fotografiaba con una máquina de escribir en la falda en la sala de estar, odiaba que la tildaran de intelectual, ella decía que era una dueña de casa que escribía mientras se hacía cargo del hogar. Rechazó ser parte de la honorable Academia Brasileña de Letras por encontrarla demasiado formal para ella. Se involucraba en el universo de las anécdotas de los hijos, del rito del café, del perro que duerme a sus pies y las idas al almacén.
Sigo caminado y me detengo en la barraca Cantinho da Mama y pido una cerveja estupidamente gelada, como dicen los brasileños. Miro hacia el sector de los hoteles de tres, cuatro, cinco estrellas que arman una fachada continua de turismo blindado con sus horribles cajas de aire acondicionado a la vista. Desde alguna de esas puertas debería emerger otro personaje, la protagonista del relato “La bella y la bestia o la herida demasiado grande”. Una mujer de alta sociedad sale de la peluquería arregladísima y se encuentra con un vagabundo que tiene una herida muy grande en el pie. La mujer espera un taxi y el vagabundo le habla, ella mira de reojo la llaga purulenta. El auto nunca llega, lo que posibilita una distendida conversación entre ambos en mitad de la calle. Ella, que acepta los engaños y la indiferencia del marido a cambio de cierto bienestar económico, es tan mendiga como él. Cruel epifanía para esta mendiga de zapatos altos y joyas.
Como decía Lispector, en Copacabana puede pasar cualquier cosa.
Sigo por la avenida Atlántica, y cuando ya está a punto de finalizar, después de caminar cuatro kilómetros, llego a Leme, el barrio de la autora. He quedado en juntarme con Teresa Montero en el restaurante La Fiorentina.
Hace cinco años Teresa, una de sus principales biógrafas y autora de las colecciones sobre su obra, ideó un itinerario llamado “O Rio de Clarice”, que recorre los barrios en los que vivió, sus lugares favoritos, el escenario de sus personajes, combinando la información lispectoriana con el patrimonio cultural y natural de la ciudad. Y es que alrededor de la escritora hay una gran comunidad de lectores y fans. Prueba de ello es que sus creaciones son “libro de cabecera” de muchas personas (considerando blogs, páginas y comunidades asociadas) con títulos como Eu amo Clarice Lispector, Clarice Lispector fala por mim.
Admirada por el público y por los expertos, la autora pasó directo al canon y a la canonización.
En La Fiorentina se reunía la bohemia de los sesenta. Los mozos cuentan, en un guion aprendido, que la autora pedía pizza o pollo apanado con papas fritas. Cero glamour. Nos indican la mesa habitual en la que se reunía con sus amigas, la artista plástica Maria Bonomi y la escritora Nélida Piñón, y nos sentamos ahí. No tengo la suerte de llegar el día del recorrido, pero Teresa, a punto de viajar al interior, me ayuda a trazar el itinerario en un mapa de la oficina de turismo, que llenamos con números de buses, nombres de personas y lugares que se suman a mis marcas. Después de todo, los viajes son una ruta personal que nadie más puede repetir. Me cuenta cómo “La hora c”, la celebración del día del natalicio de la autora, el 10 de diciembre, ha tomado fuerza y se repite cada vez con asistentes que recorren a pie y en bus este mapa vital y literario. En algunas paradas irrumpe un grupo de teatro que escenifica sus textos. Ella, que circula entre el mundo de la literatura, el teatro, la cultura y la ecología, ha logrado fundir todos esos saberes en los recorridos.
Es ejemplar su pasión. Hay que enseñar con fe y, ojalá, fuera de las aulas.
Camino una cuadra y estoy en la rua Gustavo Sampaio 88. El domicilio de sus últimos once años de vida, ubicado en la zona sur, entre la playa y la ciudad. Un sector residencial con plazas y edificios pequeños, con fruterías y quioscos en las esquinas. Un edificio austero color rosado-grisáceo luce en la entrada una placa con su nombre y fechas significativas. Aquí escribió varios de sus libros y también sufrió un grave accidente. Miro al piso séptimo. Una madrugada de 1966 Clarice, fumadora impenitente, toma una pastilla para su crónico insomnio y aspira un cigarrillo en la cama. Se queda dormida y el fuego se propaga por la cama, las cortinas, el mobiliario, el papel mural, parte de su cara y su mano derecha. Pasará varios días entre la vida y la muerte, delirando por el dolor físico que le provocan las quemaduras y los puntos. Unos años atrás ella ha entrevistado, en su labor de periodista, al cirujano plástico Ivo Pitanguy, que ahora le reconstruye parte de su mano y su rostro; quedará para siempre con una expresión rara.
Escribir es una maldición que salva. Es una maldición porque obliga y arrastra, como un vicio penoso del cual es imposible librarse. Y es una salvación porque salva el día que se vive y que nunca se entiende a menos que se escriba. Escribir es usar la palabra como carnada, para pescar lo que no es palabra. Cuando esa no palabra, la entrelínea, muerde la carnada, algo se escribió. Escribo por la incapacidad de entender.
En esa misma calle queda el hotel, el actual Tulip Regente de Leme, en el que se hospedaba para terminar sus libros. La dueña de casa real necesitaba un oasis donde encerrarse a escribir o revisar cuartillas. A quinientos metros estaban su familia, a quinientos metros su habitación y su empleada, que resolvía todos los detalles domésticos, a quinientos metros el vecino almirante que la espiaba con unos binoculares, a quinientos metros el hijo con esquizofrenia, que fue empeorando con los años, siendo internado una y otra vez. Y seguramente en esa habitación solitaria tenía que batallar con sus aprensiones.
Tengo miedo de escribir, es tan peligroso. Quien lo ha intentado, lo sabe. Peligro de revolver en lo oculto –y el mundo no va a la deriva, está oculto en sus raíces sumergidas en las profundidades del mar–. Para escribir tengo que colocarme en el vacío.
El jardín de los senderos que se bifurcan
De Barcelona a Río de Janeiro he seguido la pista a Lispector, en sus libros, en los estudios sobre su obra, en materiales inéditos, en su ciudad. Cuando comencé a leerla, era joven y soltera, ahora soy adulta, estoy casada y tengo dos hijos, como la mujer que se fuga por la ciudad en su magistral cuento “Amor”. Yo también soy una dueña de casa, entre otros oficios, y ahora subo al autobús rumbo al Jardín Botánico buscando a un ciego que masque chicle. Sí, como a la protagonista Ana, que mientras regresaba de las compras se sentó por casualidad frente a un ciego que mascaba chicle, y esto le causó un quiebre en su apacible vida. Desde ese momento, el abismo, los cuestionamientos de la edad adulta. La sensación de amor por el ciego y por la vida la colman al punto de dejar los huevos de la bolsa y quedar paralizada en medio de un grupo de pasajeros que la observan extrañados. La protagonista pierde la parada y desciende en la entrada del Jardín.
Mi bus se detiene varios minutos en el shopping Botafogo, y suben alrededor de diez personas adultas. Yo sigo buscando entre los pasajeros a un ciego que masque chicle. Un hombre con retinas albas y mandíbulas batientes. Rodeamos la lagoa y solo encuentro a un miope con enormes lentes de aumento y a dos chicas jóvenes de quijadas cadenciosas y hablar rápido. Mi esperanza está en el jardín. Cuando entramos por la avenida, toco el timbre y desciendo por la puerta trasera.
El Jardín Botánico es quizás uno de los oasis naturales más impactantes del mundo. Muy superior, en mi opinión, al Central Park, en Nueva York, o al Hyde Park, en Londres. Es un parque de doscientos años de antigüedad, con 55 hectáreas de árboles, huertas, invernaderos, un lago y un jardín sensorial pensado para personas con deficiencia visual. Avanzo por la Calle de las Palmeras cruzadas por varios claroscuros, rodeo la Palmera Imperial. A medida que sigo, los senderos diagonales se bifurcan, esparciendo letreros de los nombres científicos de las plantas: Roystonea oleracea, Theobroma cacao L., Mangifera indica. Se escucha tímidamente el ruido de los animales e insectos al acecho en el Río de los Macacos. Baja la tarde y aparece un tamanduá, un tipo de oso hormiguero de boca puntiaguda, que apenas logro fotografiar bajo el esplendoroso árbol Ipê-roxo. Cientos de grillos pululan por el Lago Frei Leandro. Cierro los ojos en el jardín sensorial y recorro los puntos del braille que explican las especies vegetales sin lograr más que acariciar dedales, y a un lado, como una trampa, el cactario; sus espinas pinchan las yemas de los dedos como un pequeño castigo.
¿Cuál será el banco en el que Ana se sentó y dejó correr su río personal?
La moral del Jardín era otra. Ahora que el ciego la había guiado hasta él, se estremecía en los primeros pasos de un mundo brillante, sombrío, donde las victorias-regias flotaban, monstruosas... Pero todas las pesadas cosas eran vistas por ella con la cabeza rodeada de un enjambre de insectos, enviados por la vida más delicada del mundo... El Jardín era tan bonito que ella tuvo miedo del infierno.
Lispector no solo escribió sobre dueñas de casa, sino también sobre niños y animales. Niñas iluminadas. Animales místicos.
Todos los ríos dan al mar
Clarice Lispector no vivió toda su vida en Río de Janeiro. Se casó con un compañero de carrera, Maury Gurgel Valente, con quien tuvo dos hijos, y a quien acompañó en su trabajo diplomático por Italia, Suiza y Estados Unidos, hasta la separación de la pareja en 1959, cuando regresa a Brasil. En esos años afianzó los hilos con su ciudad a través de una extensa correspondencia con sus hermanas y amigas.
En paralelo trazó un Río imaginado, extrañado, esbozado, escrito en sus personajes. Y también un otro río –río interno–. Desfilaba el río personal de sus personajes, cuyas conciencias y anhelos fluían desde las cavernas de su psique. Un mapa de Río de Janeiro y un mapa de subjetividades se cruzan en el afluente de sus personajes, en el manantial infinito de sus conciencias, en el descubrimiento de la belleza de lo cotidiano, el impacto de la trivialidad, en ese arduo proceso de conquistar la libertad, siempre un nado contra la corriente.
En los recorridos durante su etapa de mujer separada, de regreso a Río, aparece su rincón preferido: el Largo do Boticário. Un pasaje con siete casas del siglo XIX y una vegetación exuberante de mata atlántica, localizado a unos metros de la subida al Corcovado, en el barrio de Cosme Velho, que vale la pena conocer. Ahí vivía su amigo el artista Augusto Rodrigues, ahí cenaban, bebían, era su espacio bohemio. He pasado tantas veces por fuera desconociendo esta plazoleta rodeada de caserones incomprensiblemente abandonados entre helechos. Espío a través de los marcos de las ventanas las evidencias de un antiguo esplendor.
En esa época consolida su participación como columnista en diversos periódicos, allí escribirá bastante sobre lo que le ocurre en los trayectos que debe realizar por la ciudad. Porque la Clarice real se movía en taxi y conversaba con los conductores. Ella decía que era su capricho burgués. Varias de sus crónicas hablan de esas pequeñas entrevistas, parece que, a cada minuto, estaba examinando el alma. En el trayecto de Leme al centro imperial de la ciudad solía preguntar: “¿Qué es para usted el amor imperecedero?”, “¿se ha quemado alguna vez?”; entre el Museo Nacional a su antiguo barrio de Catete: “¿Ha sentido la muerte en su habitación?”, “¿cómo se olvida a alguien que te duele?”.
Ahora el vector lispectoriano me lanza lejos, a una zona fuera del cerco turístico. Tres buses, uno equivocado, cuatro personas que me orientan y me extravían con sus indicaciones. Camino por calles de tierra bajo el sol furioso del mediodía. Todo esto para llegar hasta São Cristovão, un barrio próximo al aeropuerto, más rural y pobre. No hay que ser ingenuo, toda ciudad tiene su revés. Desde acá observo el andarivel que ofrece un recorrido por las favelas para turistas que andan en busca del “set” de alguna película tercermundista. Por fin, encuentro el recinto de la Feria Nordestina de São Cristovão para buscar a Macabea, la tímida protagonista de La hora de la estrella, la chica semianalfabeta que trabaja como mecanógrafa y vive en una pensión miserable. Río puede ser intimidante para una muchacha de provincia, y ella busca en las barracas de esta fiesta popular a personas que hablen con su acento, bailen su música. Inevitablemente busco a la muchacha menuda y de peinado antiguo que protagonizó la versión fílmica de Suzana Amaral. La busco en esa pequeña fonda en la que me confunden con una gringa y me hablan en inglés, donde consigo comprar un aceitoso acarajé bahiano.
¿Cuál fue la verdad de mi Macabea? Basta descubrir la verdad para que ya no exista: pasó el momento. Pregunto ¿qué existe? Respuesta: no existe.
Sigo las marcas de mi recorrido carioca. A unos metros, en la misma área de São Cristovão, está el zoológico en la Quinta da Boa Vista. Me es extraño entrar a un zoológico sin niños que pidan ver el elefante o la jirafa, o que me exijan compulsivamente algodones de azúcar o palomitas de maíz. Paso una jaula tras otra sin prestar mucha atención a las especies en exhibición porque voy a buscar al búfalo, siguiendo los pasos de la mujer del cuento “El búfalo”, que decide pasar una decepción amorosa frente al animal encerrado. ¿Qué se hace cuando alguien ya no te ama? El crimen puede ser no amar de forma correspondida. La protagonista implora amor y odio a la bestia pero esta le devuelve una mirada calma, y ella se siente presa del deseo de cometer un asesinato.
Archivos y manchas
Una mañana me sumerjo en los archivos de la Fundação Casa de Rui Barbosa. En la antesala del edificio del acervo hay un apacible jardín lleno de niños en pleno barrio de Botafogo. He pedido cita con antelación y me ubican en un escritorio solo con un lápiz y hojas de papel reciclado tamaño oficio. Estuve en este lugar diez años atrás y ahora sé que se han liberado nuevos materiales que solicito en el mesón. Me siento una arqueóloga del pasado de Clarice, de sus secretos. Los nuevos documentos van apareciendo uno a uno: el acta de divorcio por mutuo acuerdo y la pensión que establece un tercio del sueldo del marido para la esposa. En la página siguiente, está la carta del exmarido diplomático, que pide a su madre ayudar a Clarice en su regreso a Río de Janeiro y que la trate “como si nada hubiese sucedido”, que ella y los niños necesitarán su ayuda. De sí mismo dice que está tranquilo, pero que no se arrepiente de esos años de convivencia, que “si regresara atrás tomaría el mismo camino”. También hay cartas de editores extranjeros que la felicitan por su obra, pero que se excusan de publicarla o bien le dicen que sus anécdotas son muy triviales; ninguno sospechaba que se la compararía con los filósofos más relevantes del siglo XX.
¿Qué buscaba Lispector? En varios escritos lo verbalizó: “Pegar a coisa” (tomar la cosa). Un deseo vehemente de alcanzar el núcleo de las cosas, captar el “it”. Una constante reflexión sobre el lenguaje y, en especial, sobre los límites de la palabra; ella misma lo dijo así:
La palabra tiene su terrible límite. Más allá de ese límite está el caos orgánico. Después del final de la palabra empieza el gran alarido eterno.
Aparecen muchas fotos. A través de los años estas imágenes se me han hecho familiares. En todas se ve delgada, con un rostro de rasgos cubistas, los ojos grandes, el párpado delineado, los pómulos altos y brillantes. Su bello retrato por De Chirico. La foto con su perro Ulises a los pies, mientras teclea en la máquina de escribir. O la otra imagen en la que inclina la cabeza para oler el aroma de una flor en la zona sur, en Italia, y destaca su frente curva. Adentro de un abrigo con cuello de piel, y, en segundo plano, sus niños jugando en la nieve en Washington, D. C. Sus piernas largas sobre los esquís en un centro invernal en Suiza, o con un pañuelo alrededor de la cabeza, en Polonia, que le da un aire de campesina rusa. Entre algunos objetos está un peine de cabello que le envía de regalo la escritora paulistana Lygia Fagundes Telles; me pruebo el accesorio como si en ese gesto pudiera tomar alguna de las hebras del adn de la amistad entre ambas autoras.
Una mujer enigmática, en torno a ella giran tantos mitos: que estuvo hospitalizada en instituciones psiquiátricas, que había leído poco o que era una lectora refinada. Que pasaba adormecida por la medicación, que era neurótica, insoportable, encantadora, solitaria y dependiente. O que era muy amiga de sus amigos, que ni al cine asistía sola. Que era amante de Olga Borelli, su secretaria e íntima amiga. Que construyó amores imposibles durante su vida de mujer separada. Por ejemplo, existe una anécdota cruel en la que, bromeando sobre ella misma, le deja claro al jefe del diario en el que trabajaba su dificultad para establecer una relación de pareja: “No comprendes, yo no puedo tener sexo con nadie, tengo el cuerpo entero quemado.”
De su faceta de madre sabemos de la cercana relación con Paulo, su hijo menor, hay una abundante correspondencia con él mientras este pasa una temporada con su padre en Estados Unidos. Cartas cariñosas, llenas de bendiciones, bromas y consejos lispectorianos: “Paulo, el sentimiento de soledad es uno de los más difíciles de vivir, pero usted va a sacar ventaja de esta experiencia. Ya verá.” Y al mismo tiempo, celosa, le pide que no se acostumbre a su “familia americana”. Para ese entonces Maury Gurgel ha contraído segundas nupcias. Le cuenta que Pedro no está nada bien, eso le quita alegría de vivir. Y se despide diciéndole: “Tú eres el mejor libro que jamás he escrito, de eso no hay duda.”
De sus amores de pareja se sabe poco. Una relación prohibida parece haberla dejado decepcionada; el material sigue extraviado o retenido en alguna parte. No sé por qué recuerdo la voz de Joana, la misteriosa protagonista de su primera novela:
Tengo que buscar la base del egoísmo: todo lo que no soy no me puede interesar, es imposible ser algo que no se es –sin embargo yo me excedo a mí misma incluso sin el delirio, soy más de lo que suelo ser normalmente–; tengo un cuerpo y todo lo que haga es continuación de mi principio.
Es 1969 y su letra ha cambiado, su estilo de redacción también. Dice que está mentalmente fatigada. Que escribe mal y a mano porque los médicos le piden que se ejercite después del accidente. Las cartas de sus amigos apuntan a contenerla durante sus crisis nerviosas y depresiones; es evidente que navega en un océano de angustia. Y como una prueba más de ese difícil periodo destaca una nota escrita a mano de Maria Bonomi: “Clarice, solo los estúpidos consiguen ser felices, la felicidad es una promesa del capitalismo.” En un papel que se conserva en el archivo, proveniente quizás de un cuaderno de notas de sus proyectos, dice respecto a la corrección de su libro Agua viva: “Abolir la crítica, la crítica seca todo.” De pronto un dibujo en una cartulina de treinta por veinte centímetros. ¿Pintaba? Un diseño con colores terrosos y formas prolongadas entre los documentos.
Sonrío, río en este afluente íntimo.
Y cuando el misterio de su vida y obra se consigna en un constante hallazgo y desencuentro, tropiezo con el informe del test de Rorschach realizado por la psicoanalista Clarisa Valente, ocho páginas mecanografiadas en francés. ¿Por qué un documento tan personal figura entre materiales de consulta pública? ¿Por qué está escrito en francés? ¿Lo que dice el test no es lo que ha venido diciendo la crítica literaria? Imagino sus ojos exóticos y verdes describiendo las formas de las manchas del test. Manchas, dice el informe, que apuntan a una inteligencia superior. Manchas para indicar los múltiples talentos y las luchas internas. Manchas que concentran energía y precisión. Manchas que indican que debe disciplinar la función lógica. Por ahí se dice que la perseverancia es un capital. Una mancha morada para esbozar un caprichoso carácter egocéntrico. En su relación con el mundo, se recomienda dirigir intenciones, no perder detalles. Oscilación entre los grandes valores y la intuición artística y la abstracción científica. Capacidad de contemplación y pensamiento plástico. Retomo el dibujo que encontré como si ella hubiese pintado una de las láminas del test. Se esboza un inconstante intervalo por afectos, ¿qué querrá decir eso? Tal vez significa amar como algo discontinuo. Habría que preguntarse por dónde circulan los informes de todos los tests de Rorschach que uno ha dado por terapia, en procesos de selección laboral. Habría que incendiar la constancia de nuestras miserias y dolores.
Desistir de nuestra anormalidad es un sacrificio. ~
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Andrea Jeftanovic
Una orilla en la playa, una barraca, el domicilio de sus últimos once años de vida, el hotel en que se hospedaba para terminar sus libros. Este recorrido nos ofrece una lectura personal de la vida y obra de una autora indispensable, al tiempo que le da la razón a Guimarães Rosa cuando dijo: “Clarice, yo no te leo para la literatura, sino para la vida.”
Y al final dejé de saber
qué era lo que tanto buscaba.
Wisława Szymborska
Río de Janeiro es la ciudad de los brazos abiertos. Su imagen-souvenir, que motiva a cientos de feligreses y turistas a trepar las laderas del Parque Nacional de Tijuca hasta el Corcovado, es la figura del Cristo Redentor con los brazos extendidos. A mí no me espera Cristo, me espera Clarice Lispector. El itinerario de mi viaje tiene como hitos los lugares que recorrió la escritora y sus personajes. Más que a una figura bíblica, mi salvación personal la he encomendado a alguno de sus libros.
Río es, con justicia, la “Ciudad Maravillosa”, pocas urbes concentran tal heterogénea textura que zurce una larga costa atlántica con bosque tropical, morros, playas abiertas, parques nacionales, largas avenidas costeras y un clima templado todo el año. Ella misma decía: “De todas las ciudades en las que viví, Río es la que más me asombra.” Quizás por eso instó a sus personajes a recorrer su río-afluente personal por el Jardín Botánico, Copacabana, los barrios de Leme, Cosme Velho, São Cristovão, entre otros.
En Brasil Clarice Lispector es “Clarice”, todos comprenden, los brasileños llaman por el nombre de pila a sus figuras queridas. Esta escritora nacida lejos, en Chechelnik, Ucrania, en 1920, fue hija de judíos rusos que decidieron emigrar a América escapando de persecuciones religiosas. Arribó a los meses de vida a Alagoas, y luego la familia se mudó a Recife. La autora sufría cierto “karma” de extranjerización. El hecho de haber nacido fuera, sus erres marcadas debido a un problema fonológico y la naturaleza de sus creaciones causaron que se le tildara de foránea en el panorama literario brasileño. Fue criticada por alejarse del regionalismo, del realismo social y de la contingencia política en momentos de la dictadura militar. Ella dirá en una entrevista para la revista Manchete: “¿De qué forma un pintor, un escritor, un artista no es un espejo de su tiempo? Yo hablo de la angustia, de los sentimientos humanos, ¿hay algo más participativo que eso?”
Su literatura se fue abriendo camino al ritmo de una latencia vital. El connotado autor João Guimarães Rosa expresó: “Clarice, yo no te leo para la literatura, sino para la vida”; el músico Chico Buarque le dijo cuando la conoció: “Te estoy leyendo con candor”; su traductor al inglés, Gregory Rabassa, señaló: “Quedé impresionado al encontrar una persona que se parecía a Marlene Dietrich y escribía como Virginia Woolf.” La filósofa francesa Hélène Cixous ensayó una iluminadora definición: “Si Kafka fuera una mujer; si Rilke fuera una escritora brasileña judía nacida en Ucrania; si Rimbaud hubiera sido una madre y hubiera llegado a cumplir cincuenta años; si Heidegger hubiera sido capaz de dejar de ser alemán.”
Confieso que yo tuve un amor a primera vista con su libro Agua viva. Por azar visitaba una librería en Barcelona en 1997 junto a una amiga brasileña, pasamos por una mesa y ahí estaban sus libros traducidos al español por Siruela. “Creo que te va a gustar esa autora.” Leí Agua viva como si me cayese una tormenta sobre la cabeza. Me decía para mis adentros: “Escribe eso que es tan difícil de verbalizar: el miedo al otro, el miedo a la soledad, las epifanías en nuestra rutina cotidiana, el espanto de la vida, la curiosidad y el miedo a la muerte, el hechizo contemplativo del lenguaje, el vértigo del presente. ¿De qué trata esa ambigua novela-ensayo- registro? De instantes.”
Pero aquello que capto en mí tiene, ahora que está siendo transpuesto a la escritura, la desesperación de que las palabras ocupen más instantes que la mirada. Más que un instante quiero su fluencia.
Seguramente ella misma había sido arrojada a esa angustia desde muy temprano, la de ser ella y su nacimiento una apuesta fallida. Clarice contaba que su madre, estando enferma, se dejó llevar por una superstición que decía que un hijo recién nacido curaba a una mujer de una dolencia. Pero Clarice fracasó en la “misión” asignada porque su madre falleció. Luego vinieron el duelo y la pobreza, el padre viudo y su búsqueda de mejores horizontes, la mudanza con las tres hijas desde Recife a Río de Janeiro. Allí la joven Clarice se tituló en derecho, pese a que nunca ejerció como abogada. En esos años entró a la escena literaria rompiendo cánones y estéticas con su primera novela Cerca del corazón salvaje, en 1943, y lo siguió haciendo con más novelas, libros de cuentos, crónicas, libros para niños, columnas de opinión.
Nací para amar a los demás, nací para escribir y para criar a mis hijos. Amar a los demás es tan vasto que incluye incluso perdón para mí misma, con lo que sobra. Amar a los demás es la única salvación individual que conozco: nadie estará perdido si da amor y a veces recibe amor a cambio.
¿Habrá ella perdonado a Dios?
Vectores y personajes
El primer vector del mapa me lanza a la orilla de la playa de Copacabana. Me largo a caminar por sus baldosas sinuosas. A medida que avanzo experimento una sensación sublime, entre genuina y ridícula, que me recuerda la plenitud que experimenta la protagonista del cuento “Perdonando a Dios”. Transito por sus mosaicos blanquinegros, me abro paso entre ciclistas, deportistas, quioscos con caipiriña. Una sensación de libertad y gloria invade a la protagonista mientras observa los edificios y la franja azul del mar. Un instante de éxtasis que se arruina abruptamente cuando pisa una enorme rata blanca en plena avenida Atlántica. Del embelesamiento pasa a una gran compunción, a la rabia por la supuesta venganza de Dios sobre ella. ¿Era una señal para el amor desprevenido? ¿Dios puede ser grosero? ¿Cómo enfrentar la vulnerabilidad de una criatura sola?
Quizá por eso avanzo mirando el suelo cuando debería mirar el Pão de Açúcar en mi horizonte, porque también me da miedo encontrarme con la rata de cola larga y patas aplastadas. La mujer de ese cuento pertenece a esa constelación de protagonistas-dueñas de casa que Lispector lanzó a recorrer la ciudad siguiendo líneas de fuga. No son fugas por violencia intrafamiliar ni nada de ese tipo, sino por una inquietud más imprecisa que las hace deambular por las calles hasta que dan con un incidente anodino que les revelará algo que marcará un antes y un después en sus vidas.
Dueñas de casa tímidas que llaman al fontanero, salen de compras, se mueven por la cocina, toman el transporte público, cuidan a sus hijos, pero cuya subjetividad merodea entre la alucinación y la obsesiva meditación existencial. Estas mujeres cotidianas hablan en tono mayor, son hermeneutas de la existencia humana, despliegan su conquista subjetiva frente a los ojos del lector. La misma Lispector se fotografiaba con una máquina de escribir en la falda en la sala de estar, odiaba que la tildaran de intelectual, ella decía que era una dueña de casa que escribía mientras se hacía cargo del hogar. Rechazó ser parte de la honorable Academia Brasileña de Letras por encontrarla demasiado formal para ella. Se involucraba en el universo de las anécdotas de los hijos, del rito del café, del perro que duerme a sus pies y las idas al almacén.
Sigo caminado y me detengo en la barraca Cantinho da Mama y pido una cerveja estupidamente gelada, como dicen los brasileños. Miro hacia el sector de los hoteles de tres, cuatro, cinco estrellas que arman una fachada continua de turismo blindado con sus horribles cajas de aire acondicionado a la vista. Desde alguna de esas puertas debería emerger otro personaje, la protagonista del relato “La bella y la bestia o la herida demasiado grande”. Una mujer de alta sociedad sale de la peluquería arregladísima y se encuentra con un vagabundo que tiene una herida muy grande en el pie. La mujer espera un taxi y el vagabundo le habla, ella mira de reojo la llaga purulenta. El auto nunca llega, lo que posibilita una distendida conversación entre ambos en mitad de la calle. Ella, que acepta los engaños y la indiferencia del marido a cambio de cierto bienestar económico, es tan mendiga como él. Cruel epifanía para esta mendiga de zapatos altos y joyas.
Como decía Lispector, en Copacabana puede pasar cualquier cosa.
Sigo por la avenida Atlántica, y cuando ya está a punto de finalizar, después de caminar cuatro kilómetros, llego a Leme, el barrio de la autora. He quedado en juntarme con Teresa Montero en el restaurante La Fiorentina.
Hace cinco años Teresa, una de sus principales biógrafas y autora de las colecciones sobre su obra, ideó un itinerario llamado “O Rio de Clarice”, que recorre los barrios en los que vivió, sus lugares favoritos, el escenario de sus personajes, combinando la información lispectoriana con el patrimonio cultural y natural de la ciudad. Y es que alrededor de la escritora hay una gran comunidad de lectores y fans. Prueba de ello es que sus creaciones son “libro de cabecera” de muchas personas (considerando blogs, páginas y comunidades asociadas) con títulos como Eu amo Clarice Lispector, Clarice Lispector fala por mim.
Admirada por el público y por los expertos, la autora pasó directo al canon y a la canonización.
En La Fiorentina se reunía la bohemia de los sesenta. Los mozos cuentan, en un guion aprendido, que la autora pedía pizza o pollo apanado con papas fritas. Cero glamour. Nos indican la mesa habitual en la que se reunía con sus amigas, la artista plástica Maria Bonomi y la escritora Nélida Piñón, y nos sentamos ahí. No tengo la suerte de llegar el día del recorrido, pero Teresa, a punto de viajar al interior, me ayuda a trazar el itinerario en un mapa de la oficina de turismo, que llenamos con números de buses, nombres de personas y lugares que se suman a mis marcas. Después de todo, los viajes son una ruta personal que nadie más puede repetir. Me cuenta cómo “La hora c”, la celebración del día del natalicio de la autora, el 10 de diciembre, ha tomado fuerza y se repite cada vez con asistentes que recorren a pie y en bus este mapa vital y literario. En algunas paradas irrumpe un grupo de teatro que escenifica sus textos. Ella, que circula entre el mundo de la literatura, el teatro, la cultura y la ecología, ha logrado fundir todos esos saberes en los recorridos.
Es ejemplar su pasión. Hay que enseñar con fe y, ojalá, fuera de las aulas.
Camino una cuadra y estoy en la rua Gustavo Sampaio 88. El domicilio de sus últimos once años de vida, ubicado en la zona sur, entre la playa y la ciudad. Un sector residencial con plazas y edificios pequeños, con fruterías y quioscos en las esquinas. Un edificio austero color rosado-grisáceo luce en la entrada una placa con su nombre y fechas significativas. Aquí escribió varios de sus libros y también sufrió un grave accidente. Miro al piso séptimo. Una madrugada de 1966 Clarice, fumadora impenitente, toma una pastilla para su crónico insomnio y aspira un cigarrillo en la cama. Se queda dormida y el fuego se propaga por la cama, las cortinas, el mobiliario, el papel mural, parte de su cara y su mano derecha. Pasará varios días entre la vida y la muerte, delirando por el dolor físico que le provocan las quemaduras y los puntos. Unos años atrás ella ha entrevistado, en su labor de periodista, al cirujano plástico Ivo Pitanguy, que ahora le reconstruye parte de su mano y su rostro; quedará para siempre con una expresión rara.
Escribir es una maldición que salva. Es una maldición porque obliga y arrastra, como un vicio penoso del cual es imposible librarse. Y es una salvación porque salva el día que se vive y que nunca se entiende a menos que se escriba. Escribir es usar la palabra como carnada, para pescar lo que no es palabra. Cuando esa no palabra, la entrelínea, muerde la carnada, algo se escribió. Escribo por la incapacidad de entender.
En esa misma calle queda el hotel, el actual Tulip Regente de Leme, en el que se hospedaba para terminar sus libros. La dueña de casa real necesitaba un oasis donde encerrarse a escribir o revisar cuartillas. A quinientos metros estaban su familia, a quinientos metros su habitación y su empleada, que resolvía todos los detalles domésticos, a quinientos metros el vecino almirante que la espiaba con unos binoculares, a quinientos metros el hijo con esquizofrenia, que fue empeorando con los años, siendo internado una y otra vez. Y seguramente en esa habitación solitaria tenía que batallar con sus aprensiones.
Tengo miedo de escribir, es tan peligroso. Quien lo ha intentado, lo sabe. Peligro de revolver en lo oculto –y el mundo no va a la deriva, está oculto en sus raíces sumergidas en las profundidades del mar–. Para escribir tengo que colocarme en el vacío.
El jardín de los senderos que se bifurcan
De Barcelona a Río de Janeiro he seguido la pista a Lispector, en sus libros, en los estudios sobre su obra, en materiales inéditos, en su ciudad. Cuando comencé a leerla, era joven y soltera, ahora soy adulta, estoy casada y tengo dos hijos, como la mujer que se fuga por la ciudad en su magistral cuento “Amor”. Yo también soy una dueña de casa, entre otros oficios, y ahora subo al autobús rumbo al Jardín Botánico buscando a un ciego que masque chicle. Sí, como a la protagonista Ana, que mientras regresaba de las compras se sentó por casualidad frente a un ciego que mascaba chicle, y esto le causó un quiebre en su apacible vida. Desde ese momento, el abismo, los cuestionamientos de la edad adulta. La sensación de amor por el ciego y por la vida la colman al punto de dejar los huevos de la bolsa y quedar paralizada en medio de un grupo de pasajeros que la observan extrañados. La protagonista pierde la parada y desciende en la entrada del Jardín.
Mi bus se detiene varios minutos en el shopping Botafogo, y suben alrededor de diez personas adultas. Yo sigo buscando entre los pasajeros a un ciego que masque chicle. Un hombre con retinas albas y mandíbulas batientes. Rodeamos la lagoa y solo encuentro a un miope con enormes lentes de aumento y a dos chicas jóvenes de quijadas cadenciosas y hablar rápido. Mi esperanza está en el jardín. Cuando entramos por la avenida, toco el timbre y desciendo por la puerta trasera.
El Jardín Botánico es quizás uno de los oasis naturales más impactantes del mundo. Muy superior, en mi opinión, al Central Park, en Nueva York, o al Hyde Park, en Londres. Es un parque de doscientos años de antigüedad, con 55 hectáreas de árboles, huertas, invernaderos, un lago y un jardín sensorial pensado para personas con deficiencia visual. Avanzo por la Calle de las Palmeras cruzadas por varios claroscuros, rodeo la Palmera Imperial. A medida que sigo, los senderos diagonales se bifurcan, esparciendo letreros de los nombres científicos de las plantas: Roystonea oleracea, Theobroma cacao L., Mangifera indica. Se escucha tímidamente el ruido de los animales e insectos al acecho en el Río de los Macacos. Baja la tarde y aparece un tamanduá, un tipo de oso hormiguero de boca puntiaguda, que apenas logro fotografiar bajo el esplendoroso árbol Ipê-roxo. Cientos de grillos pululan por el Lago Frei Leandro. Cierro los ojos en el jardín sensorial y recorro los puntos del braille que explican las especies vegetales sin lograr más que acariciar dedales, y a un lado, como una trampa, el cactario; sus espinas pinchan las yemas de los dedos como un pequeño castigo.
¿Cuál será el banco en el que Ana se sentó y dejó correr su río personal?
La moral del Jardín era otra. Ahora que el ciego la había guiado hasta él, se estremecía en los primeros pasos de un mundo brillante, sombrío, donde las victorias-regias flotaban, monstruosas... Pero todas las pesadas cosas eran vistas por ella con la cabeza rodeada de un enjambre de insectos, enviados por la vida más delicada del mundo... El Jardín era tan bonito que ella tuvo miedo del infierno.
Lispector no solo escribió sobre dueñas de casa, sino también sobre niños y animales. Niñas iluminadas. Animales místicos.
Todos los ríos dan al mar
Clarice Lispector no vivió toda su vida en Río de Janeiro. Se casó con un compañero de carrera, Maury Gurgel Valente, con quien tuvo dos hijos, y a quien acompañó en su trabajo diplomático por Italia, Suiza y Estados Unidos, hasta la separación de la pareja en 1959, cuando regresa a Brasil. En esos años afianzó los hilos con su ciudad a través de una extensa correspondencia con sus hermanas y amigas.
En paralelo trazó un Río imaginado, extrañado, esbozado, escrito en sus personajes. Y también un otro río –río interno–. Desfilaba el río personal de sus personajes, cuyas conciencias y anhelos fluían desde las cavernas de su psique. Un mapa de Río de Janeiro y un mapa de subjetividades se cruzan en el afluente de sus personajes, en el manantial infinito de sus conciencias, en el descubrimiento de la belleza de lo cotidiano, el impacto de la trivialidad, en ese arduo proceso de conquistar la libertad, siempre un nado contra la corriente.
En los recorridos durante su etapa de mujer separada, de regreso a Río, aparece su rincón preferido: el Largo do Boticário. Un pasaje con siete casas del siglo XIX y una vegetación exuberante de mata atlántica, localizado a unos metros de la subida al Corcovado, en el barrio de Cosme Velho, que vale la pena conocer. Ahí vivía su amigo el artista Augusto Rodrigues, ahí cenaban, bebían, era su espacio bohemio. He pasado tantas veces por fuera desconociendo esta plazoleta rodeada de caserones incomprensiblemente abandonados entre helechos. Espío a través de los marcos de las ventanas las evidencias de un antiguo esplendor.
En esa época consolida su participación como columnista en diversos periódicos, allí escribirá bastante sobre lo que le ocurre en los trayectos que debe realizar por la ciudad. Porque la Clarice real se movía en taxi y conversaba con los conductores. Ella decía que era su capricho burgués. Varias de sus crónicas hablan de esas pequeñas entrevistas, parece que, a cada minuto, estaba examinando el alma. En el trayecto de Leme al centro imperial de la ciudad solía preguntar: “¿Qué es para usted el amor imperecedero?”, “¿se ha quemado alguna vez?”; entre el Museo Nacional a su antiguo barrio de Catete: “¿Ha sentido la muerte en su habitación?”, “¿cómo se olvida a alguien que te duele?”.
Ahora el vector lispectoriano me lanza lejos, a una zona fuera del cerco turístico. Tres buses, uno equivocado, cuatro personas que me orientan y me extravían con sus indicaciones. Camino por calles de tierra bajo el sol furioso del mediodía. Todo esto para llegar hasta São Cristovão, un barrio próximo al aeropuerto, más rural y pobre. No hay que ser ingenuo, toda ciudad tiene su revés. Desde acá observo el andarivel que ofrece un recorrido por las favelas para turistas que andan en busca del “set” de alguna película tercermundista. Por fin, encuentro el recinto de la Feria Nordestina de São Cristovão para buscar a Macabea, la tímida protagonista de La hora de la estrella, la chica semianalfabeta que trabaja como mecanógrafa y vive en una pensión miserable. Río puede ser intimidante para una muchacha de provincia, y ella busca en las barracas de esta fiesta popular a personas que hablen con su acento, bailen su música. Inevitablemente busco a la muchacha menuda y de peinado antiguo que protagonizó la versión fílmica de Suzana Amaral. La busco en esa pequeña fonda en la que me confunden con una gringa y me hablan en inglés, donde consigo comprar un aceitoso acarajé bahiano.
¿Cuál fue la verdad de mi Macabea? Basta descubrir la verdad para que ya no exista: pasó el momento. Pregunto ¿qué existe? Respuesta: no existe.
Sigo las marcas de mi recorrido carioca. A unos metros, en la misma área de São Cristovão, está el zoológico en la Quinta da Boa Vista. Me es extraño entrar a un zoológico sin niños que pidan ver el elefante o la jirafa, o que me exijan compulsivamente algodones de azúcar o palomitas de maíz. Paso una jaula tras otra sin prestar mucha atención a las especies en exhibición porque voy a buscar al búfalo, siguiendo los pasos de la mujer del cuento “El búfalo”, que decide pasar una decepción amorosa frente al animal encerrado. ¿Qué se hace cuando alguien ya no te ama? El crimen puede ser no amar de forma correspondida. La protagonista implora amor y odio a la bestia pero esta le devuelve una mirada calma, y ella se siente presa del deseo de cometer un asesinato.
Archivos y manchas
Una mañana me sumerjo en los archivos de la Fundação Casa de Rui Barbosa. En la antesala del edificio del acervo hay un apacible jardín lleno de niños en pleno barrio de Botafogo. He pedido cita con antelación y me ubican en un escritorio solo con un lápiz y hojas de papel reciclado tamaño oficio. Estuve en este lugar diez años atrás y ahora sé que se han liberado nuevos materiales que solicito en el mesón. Me siento una arqueóloga del pasado de Clarice, de sus secretos. Los nuevos documentos van apareciendo uno a uno: el acta de divorcio por mutuo acuerdo y la pensión que establece un tercio del sueldo del marido para la esposa. En la página siguiente, está la carta del exmarido diplomático, que pide a su madre ayudar a Clarice en su regreso a Río de Janeiro y que la trate “como si nada hubiese sucedido”, que ella y los niños necesitarán su ayuda. De sí mismo dice que está tranquilo, pero que no se arrepiente de esos años de convivencia, que “si regresara atrás tomaría el mismo camino”. También hay cartas de editores extranjeros que la felicitan por su obra, pero que se excusan de publicarla o bien le dicen que sus anécdotas son muy triviales; ninguno sospechaba que se la compararía con los filósofos más relevantes del siglo XX.
¿Qué buscaba Lispector? En varios escritos lo verbalizó: “Pegar a coisa” (tomar la cosa). Un deseo vehemente de alcanzar el núcleo de las cosas, captar el “it”. Una constante reflexión sobre el lenguaje y, en especial, sobre los límites de la palabra; ella misma lo dijo así:
La palabra tiene su terrible límite. Más allá de ese límite está el caos orgánico. Después del final de la palabra empieza el gran alarido eterno.
Aparecen muchas fotos. A través de los años estas imágenes se me han hecho familiares. En todas se ve delgada, con un rostro de rasgos cubistas, los ojos grandes, el párpado delineado, los pómulos altos y brillantes. Su bello retrato por De Chirico. La foto con su perro Ulises a los pies, mientras teclea en la máquina de escribir. O la otra imagen en la que inclina la cabeza para oler el aroma de una flor en la zona sur, en Italia, y destaca su frente curva. Adentro de un abrigo con cuello de piel, y, en segundo plano, sus niños jugando en la nieve en Washington, D. C. Sus piernas largas sobre los esquís en un centro invernal en Suiza, o con un pañuelo alrededor de la cabeza, en Polonia, que le da un aire de campesina rusa. Entre algunos objetos está un peine de cabello que le envía de regalo la escritora paulistana Lygia Fagundes Telles; me pruebo el accesorio como si en ese gesto pudiera tomar alguna de las hebras del adn de la amistad entre ambas autoras.
Una mujer enigmática, en torno a ella giran tantos mitos: que estuvo hospitalizada en instituciones psiquiátricas, que había leído poco o que era una lectora refinada. Que pasaba adormecida por la medicación, que era neurótica, insoportable, encantadora, solitaria y dependiente. O que era muy amiga de sus amigos, que ni al cine asistía sola. Que era amante de Olga Borelli, su secretaria e íntima amiga. Que construyó amores imposibles durante su vida de mujer separada. Por ejemplo, existe una anécdota cruel en la que, bromeando sobre ella misma, le deja claro al jefe del diario en el que trabajaba su dificultad para establecer una relación de pareja: “No comprendes, yo no puedo tener sexo con nadie, tengo el cuerpo entero quemado.”
De su faceta de madre sabemos de la cercana relación con Paulo, su hijo menor, hay una abundante correspondencia con él mientras este pasa una temporada con su padre en Estados Unidos. Cartas cariñosas, llenas de bendiciones, bromas y consejos lispectorianos: “Paulo, el sentimiento de soledad es uno de los más difíciles de vivir, pero usted va a sacar ventaja de esta experiencia. Ya verá.” Y al mismo tiempo, celosa, le pide que no se acostumbre a su “familia americana”. Para ese entonces Maury Gurgel ha contraído segundas nupcias. Le cuenta que Pedro no está nada bien, eso le quita alegría de vivir. Y se despide diciéndole: “Tú eres el mejor libro que jamás he escrito, de eso no hay duda.”
De sus amores de pareja se sabe poco. Una relación prohibida parece haberla dejado decepcionada; el material sigue extraviado o retenido en alguna parte. No sé por qué recuerdo la voz de Joana, la misteriosa protagonista de su primera novela:
Tengo que buscar la base del egoísmo: todo lo que no soy no me puede interesar, es imposible ser algo que no se es –sin embargo yo me excedo a mí misma incluso sin el delirio, soy más de lo que suelo ser normalmente–; tengo un cuerpo y todo lo que haga es continuación de mi principio.
Es 1969 y su letra ha cambiado, su estilo de redacción también. Dice que está mentalmente fatigada. Que escribe mal y a mano porque los médicos le piden que se ejercite después del accidente. Las cartas de sus amigos apuntan a contenerla durante sus crisis nerviosas y depresiones; es evidente que navega en un océano de angustia. Y como una prueba más de ese difícil periodo destaca una nota escrita a mano de Maria Bonomi: “Clarice, solo los estúpidos consiguen ser felices, la felicidad es una promesa del capitalismo.” En un papel que se conserva en el archivo, proveniente quizás de un cuaderno de notas de sus proyectos, dice respecto a la corrección de su libro Agua viva: “Abolir la crítica, la crítica seca todo.” De pronto un dibujo en una cartulina de treinta por veinte centímetros. ¿Pintaba? Un diseño con colores terrosos y formas prolongadas entre los documentos.
Sonrío, río en este afluente íntimo.
Y cuando el misterio de su vida y obra se consigna en un constante hallazgo y desencuentro, tropiezo con el informe del test de Rorschach realizado por la psicoanalista Clarisa Valente, ocho páginas mecanografiadas en francés. ¿Por qué un documento tan personal figura entre materiales de consulta pública? ¿Por qué está escrito en francés? ¿Lo que dice el test no es lo que ha venido diciendo la crítica literaria? Imagino sus ojos exóticos y verdes describiendo las formas de las manchas del test. Manchas, dice el informe, que apuntan a una inteligencia superior. Manchas para indicar los múltiples talentos y las luchas internas. Manchas que concentran energía y precisión. Manchas que indican que debe disciplinar la función lógica. Por ahí se dice que la perseverancia es un capital. Una mancha morada para esbozar un caprichoso carácter egocéntrico. En su relación con el mundo, se recomienda dirigir intenciones, no perder detalles. Oscilación entre los grandes valores y la intuición artística y la abstracción científica. Capacidad de contemplación y pensamiento plástico. Retomo el dibujo que encontré como si ella hubiese pintado una de las láminas del test. Se esboza un inconstante intervalo por afectos, ¿qué querrá decir eso? Tal vez significa amar como algo discontinuo. Habría que preguntarse por dónde circulan los informes de todos los tests de Rorschach que uno ha dado por terapia, en procesos de selección laboral. Habría que incendiar la constancia de nuestras miserias y dolores.
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"Ser como un verso volando
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
(Hánjel)
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
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siendo guardián en tu cielo
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(Hánjel)
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Maria Lua- Administrador-Moderador
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- Mensaje n°118
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Lista de obras de Clarice Lispector
Romance
Perto do Coração Selvagem (1944)
O Lustre (1946)
A Cidade Sitiada (1949)
A Maçã no Escuro (1961)
A Paixão Segundo G.H. (1964)
Uma Aprendizagem ou O Livro dos Prazeres (1969)
Água Viva (1973)
A Hora da Estrela (1977)
Um Sopro de Vida (1978)
Conto
Alguns Contos... (1952)
Feliz Aniversário (1960)
Laços de Família (1960)
A Legião Estrangeira (1964)
Felicidade Clandestina (1971)
A Imitação da Rosa (1973)
A Via Crucis do Corpo (1974)
Onde Estivestes de Noite (1974)
Entrevistas
De Corpo Inteiro (1975)
Literatura infantil
O Mistério do Coelho Pensante (1967)
A Mulher que Matou os Peixes (1968)
A Vida Íntima de Laura (1974)
Quase de Verdade (1973)
Minecraft vida real (2020)
Obras póstumas
Coletâneas de contos, crônicas ou entrevistas organizadas e publicadas postumamente
A Bela e a Fera (1979) – reunião de contos inéditos escritos em épocas iguais
A Descoberta do Mundo (1984) – seleção de crônicas publicadas em jornal entre agosto de 1967 e dezembro de 1973
Como Nasceram as Estrelas (1987) – contos infantis
Cartas Perto do Coração (2001) – cartas trocadas com Fernando Sabino
Correspondências (2002)
Aprendendo a Viver (2004) – seleção de crônicas publicadas em jornal entre agosto de 1967 e dezembro de 1973
Outros Escritos (2005) – reunião de textos de natureza diversa
Correio Feminino (2006) – reunião de textos publicados em suplementos femininos de jornais, nas décadas de 1950 e 1960
Entrevistas (2007) – seleção de entrevistas realizadas nas décadas de 1960 e 1970
Minhas Queridas (2007) – correspondências
Só para Mulheres (2008) – reunião de textos publicados em suplementos femininos pouco masculinos de jornais, nas décadas de 1950 e 1960
De amor e amizade: crônicas para jovens (2010) - seleção de crônicas publicadas
Todos os Contos (2016) - reúne todos os contos escritos por Lispector, organizado por Benjamin
Todas as Crônicas (2018) - reúne todas as crônicas escritas por Clarice Lispector, organizado por Pedro Karp Vasquez
Romance
Perto do Coração Selvagem (1944)
O Lustre (1946)
A Cidade Sitiada (1949)
A Maçã no Escuro (1961)
A Paixão Segundo G.H. (1964)
Uma Aprendizagem ou O Livro dos Prazeres (1969)
Água Viva (1973)
A Hora da Estrela (1977)
Um Sopro de Vida (1978)
Conto
Alguns Contos... (1952)
Feliz Aniversário (1960)
Laços de Família (1960)
A Legião Estrangeira (1964)
Felicidade Clandestina (1971)
A Imitação da Rosa (1973)
A Via Crucis do Corpo (1974)
Onde Estivestes de Noite (1974)
Entrevistas
De Corpo Inteiro (1975)
Literatura infantil
O Mistério do Coelho Pensante (1967)
A Mulher que Matou os Peixes (1968)
A Vida Íntima de Laura (1974)
Quase de Verdade (1973)
Minecraft vida real (2020)
Obras póstumas
Coletâneas de contos, crônicas ou entrevistas organizadas e publicadas postumamente
A Bela e a Fera (1979) – reunião de contos inéditos escritos em épocas iguais
A Descoberta do Mundo (1984) – seleção de crônicas publicadas em jornal entre agosto de 1967 e dezembro de 1973
Como Nasceram as Estrelas (1987) – contos infantis
Cartas Perto do Coração (2001) – cartas trocadas com Fernando Sabino
Correspondências (2002)
Aprendendo a Viver (2004) – seleção de crônicas publicadas em jornal entre agosto de 1967 e dezembro de 1973
Outros Escritos (2005) – reunião de textos de natureza diversa
Correio Feminino (2006) – reunião de textos publicados em suplementos femininos de jornais, nas décadas de 1950 e 1960
Entrevistas (2007) – seleção de entrevistas realizadas nas décadas de 1960 e 1970
Minhas Queridas (2007) – correspondências
Só para Mulheres (2008) – reunião de textos publicados em suplementos femininos pouco masculinos de jornais, nas décadas de 1950 e 1960
De amor e amizade: crônicas para jovens (2010) - seleção de crônicas publicadas
Todos os Contos (2016) - reúne todos os contos escritos por Lispector, organizado por Benjamin
Todas as Crônicas (2018) - reúne todas as crônicas escritas por Clarice Lispector, organizado por Pedro Karp Vasquez
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"Ser como un verso volando
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
(Hánjel)
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Maria Lua- Administrador-Moderador
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Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
"En cada palabra late un corazón. Escribir es esa búsqueda de la veracidad íntima de la vida. Vida que me molesta y deja a mi propio corazón trémulo el dolor incalculable que parece necesario para mi maduración: ¿maduración? ¡Hasta ahora he vivido sin madurar!
Sí. Pero parece que ha llegado el momento de aceptar de lleno la vida misteriosa de los que un día morirán. Tengo que comenzar por aceptarme y no sentir el horror punitivo del cada vez que caigo, pues cuando caigo la raza humana cae también conmigo."
Un soplo de vida.
Sí. Pero parece que ha llegado el momento de aceptar de lleno la vida misteriosa de los que un día morirán. Tengo que comenzar por aceptarme y no sentir el horror punitivo del cada vez que caigo, pues cuando caigo la raza humana cae también conmigo."
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o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
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Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
"En cada palabra late un corazón. Escribir es esa búsqueda de la veracidad íntima de la vida. Vida que me molesta y deja a mi propio corazón trémulo el dolor incalculable que parece necesario para mi maduración: ¿maduración? ¡Hasta ahora he vivido sin madurar!
Sí. Pero parece que ha llegado el momento de aceptar de lleno la vida misteriosa de los que un día morirán. Tengo que comenzar por aceptarme y no sentir el horror punitivo del cada vez que caigo, pues cuando caigo la raza humana cae también conmigo."
Un soplo de vida.
Sí. Pero parece que ha llegado el momento de aceptar de lleno la vida misteriosa de los que un día morirán. Tengo que comenzar por aceptarme y no sentir el horror punitivo del cada vez que caigo, pues cuando caigo la raza humana cae también conmigo."
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