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por Pedro Casas Serra Lun 18 Mayo 2015, 07:00.
“¿Quién tiene miedo de la literatura?” por Narcís Comadira (Les paraules alades. Papers sobre el sentit de la lletra. Grup Editorial 62, Barcelona 2011)
Una vez aceptado que la literatura makes nothing happen (no hace que pase nada), para decirlo con la conocida expresión de Auden, podemos empezar a acercarnos a su necesidad inútil.
No hace que pase nada a nivel de utilidad, delo que entendemos como utilidad: bienestar social, economía y finanzas, agricultura, ganadería y pesca, etc. La literatura actúa en otros ámbitos, lejos de los despachos ministeriales y las consejerías. El territorio de la literatura no es el de la historia, el del relato nacional ni global; el territorio de la literatura no es el de la comunicación, el de la difusión ideológica, el de la publicidad, el del proselitismo; el territorio de la literatura no es el de la confección de ideologías. La literatura es la formalización máxima del lenguaje.
De aquí proviene una cierta confusión. Porque, siendo el lenguaje ya una organización formal de unos signos, este hecho puede inducir a pensar que todo uso del lenguaje ya es literatura. Y no. Hace falta una decidida voluntad de formalización añadida para que el lenguaje se convierta en literatura, es decir, arte. Bandos, decretos y leyes sí que hacen que pasen cosas. Incluso lo que con un punto de sarcasmo llaman “literatura” de los prospectos farmacéuticos puede hacer que pasen cosas: facilitar la salud si se siguen correctamente, o alterarla a veces peligrosamente en caso contrario. La literatura de verdad no hace que pase nada. Y esto es seguramente lo que la distingue del lenguaje de los usos cotidianos. La piedra de toque: su inoperancia en el ámbito práctico. Su magnífica e inútil gratuidad.
La literatura, como toda Forma, opera en regiones íntimas. Se infiltro entre los pliegues de la inteligencia y las articulaciones del alma. Conmueve, altera, seda, excita, abre grietas en el granito más duro sobre los mares de los sentimientos, inunda con torrentes de luz. La literatura trae en su seno semillas perdición y de salvación. De perdición para el mundo práctico, claro; de salvación para el mundo del estremecimiento del Sentido.
Aquel logos que existía en el principio, que nos ha configurado a imagen suya y que, por lo tanto, ha hecho que seamos lenguaje, tiene que ser, su perfección original y originaria, el sentido último de la literatura. La literatura tiene que aspirar a acercarse a la forma más pura de aquello que somos, de aquello que nos constituye.
La literatura, toda forma artística del lenguaje y toda forma artística en general, sacude -tiene que hacerlo- nuestra esencia más profunda. quema la hojarasca acumulada, levanta vendavales de deseo, hace saltar chispazos de un nuevo fuego, deja un riachuelo de luz que canta. La verdadera literatura es subversiva, subvierte el orden de los hábitos establecidos, y es conversiva, nos convierte en ciudadanos de un país desconocido.
¿Quién tiene miedo de la literatura? Todo aquel que tiene miedo de lo desconocido. Todo aquel que tiene miedo de este zarandeo interior que nos transporta al núcleo más íntimo de nuestra propia esencia, con todo lo que esto quiere decir de negación de las ruedas de molino con qué políticos y sacerdotes nos quieren hacer comulgar. Por eso siempre ha habido libros prohibidos. Libros quemados por degenerados o por heréticos. ¿Por sus ideas? Algunos sí, claro. Pero muchos porque eran literatura, por el zarandeo que provocaban, por las dudas en profundidad que desvelaban, por el serio placer que conferían. Y es que este encuentro con lo más puro de la propia esencia provoca un relámpago de placer, mental y sensible a la vez. Por eso podemos hablar de escalofrío estético, traducción física del relámpago mental y sensible y sentimental.
La literatura no hace que pase nada. Pero hace que pase todo, que pueda pasar todo. La literatura configura en nuestro interior territorios de libertad inexplorados, junglas de pensamientos, desiertos de soledad, cumbres de voluntad, lagos de alegría profunda, paraísos de locura. De locura según los parámetros de la utilidad, claro está, de locura según el mundo de la ganancia y el tanto por ciento, de la rentabilidad, del crecimiento per cápita. La literatura construye un mundo aparte. Por eso el mundo que se cree real le tiene miedo. Y si antes luchaba directamente, ahora ha descubierto maneras más sutiles de lucha. La indiferencia, arma eficaz. Y el aturdimiento de las conciencias con la creación de esta sociedad del espectáculo en que nos quieren hacer vivir, sociedad que se nutre de ella misma. Autocomplaciente y autoreferente. Sociedad sin alegría.
Narcís Comadira*, Les paraules alades, Papers sobre el sentit de la lletra, 2011.
(Traducción de Pedro Casas Serra)
*Narcís Comadira (Girona, 1942) es poeta y pintor. En el año 2003 reunió todos los libros de versos que había publicado hasta entonces en el volumen Formes de l'ombra: Poesia 1966-2002 (2003); posteriormente ha publicado aún un libro de poesía, Llast (2007). También ha publicado tres volumenes de obra dramática original y un conjunto de de traducciones de teatro y poesía (entre otras, la versión íntegra de los Cantos de Leopardi. Como prosista ha publicado Girona: Matèria i memòria (1922), los libros de ensayo Sense escut (1998) y Forma i prejudici: Papers sobre el Noucentisme (2006), y ha reunido en diversos volúmenes algunas de sus colaboraciones en a prensa local (empezando por Fórmules magistrals, 1997, reeditado recientemente en edición de bolsillo).
LEER POEMAS DE NARCÍS COMADIRA EN: https://www.airesdelibertad.com/t34784-narcis-comadira
.
“¿Quién tiene miedo de la literatura?” por Narcís Comadira (Les paraules alades. Papers sobre el sentit de la lletra. Grup Editorial 62, Barcelona 2011)
Una vez aceptado que la literatura makes nothing happen (no hace que pase nada), para decirlo con la conocida expresión de Auden, podemos empezar a acercarnos a su necesidad inútil.
No hace que pase nada a nivel de utilidad, delo que entendemos como utilidad: bienestar social, economía y finanzas, agricultura, ganadería y pesca, etc. La literatura actúa en otros ámbitos, lejos de los despachos ministeriales y las consejerías. El territorio de la literatura no es el de la historia, el del relato nacional ni global; el territorio de la literatura no es el de la comunicación, el de la difusión ideológica, el de la publicidad, el del proselitismo; el territorio de la literatura no es el de la confección de ideologías. La literatura es la formalización máxima del lenguaje.
De aquí proviene una cierta confusión. Porque, siendo el lenguaje ya una organización formal de unos signos, este hecho puede inducir a pensar que todo uso del lenguaje ya es literatura. Y no. Hace falta una decidida voluntad de formalización añadida para que el lenguaje se convierta en literatura, es decir, arte. Bandos, decretos y leyes sí que hacen que pasen cosas. Incluso lo que con un punto de sarcasmo llaman “literatura” de los prospectos farmacéuticos puede hacer que pasen cosas: facilitar la salud si se siguen correctamente, o alterarla a veces peligrosamente en caso contrario. La literatura de verdad no hace que pase nada. Y esto es seguramente lo que la distingue del lenguaje de los usos cotidianos. La piedra de toque: su inoperancia en el ámbito práctico. Su magnífica e inútil gratuidad.
La literatura, como toda Forma, opera en regiones íntimas. Se infiltro entre los pliegues de la inteligencia y las articulaciones del alma. Conmueve, altera, seda, excita, abre grietas en el granito más duro sobre los mares de los sentimientos, inunda con torrentes de luz. La literatura trae en su seno semillas perdición y de salvación. De perdición para el mundo práctico, claro; de salvación para el mundo del estremecimiento del Sentido.
Aquel logos que existía en el principio, que nos ha configurado a imagen suya y que, por lo tanto, ha hecho que seamos lenguaje, tiene que ser, su perfección original y originaria, el sentido último de la literatura. La literatura tiene que aspirar a acercarse a la forma más pura de aquello que somos, de aquello que nos constituye.
La literatura, toda forma artística del lenguaje y toda forma artística en general, sacude -tiene que hacerlo- nuestra esencia más profunda. quema la hojarasca acumulada, levanta vendavales de deseo, hace saltar chispazos de un nuevo fuego, deja un riachuelo de luz que canta. La verdadera literatura es subversiva, subvierte el orden de los hábitos establecidos, y es conversiva, nos convierte en ciudadanos de un país desconocido.
¿Quién tiene miedo de la literatura? Todo aquel que tiene miedo de lo desconocido. Todo aquel que tiene miedo de este zarandeo interior que nos transporta al núcleo más íntimo de nuestra propia esencia, con todo lo que esto quiere decir de negación de las ruedas de molino con qué políticos y sacerdotes nos quieren hacer comulgar. Por eso siempre ha habido libros prohibidos. Libros quemados por degenerados o por heréticos. ¿Por sus ideas? Algunos sí, claro. Pero muchos porque eran literatura, por el zarandeo que provocaban, por las dudas en profundidad que desvelaban, por el serio placer que conferían. Y es que este encuentro con lo más puro de la propia esencia provoca un relámpago de placer, mental y sensible a la vez. Por eso podemos hablar de escalofrío estético, traducción física del relámpago mental y sensible y sentimental.
La literatura no hace que pase nada. Pero hace que pase todo, que pueda pasar todo. La literatura configura en nuestro interior territorios de libertad inexplorados, junglas de pensamientos, desiertos de soledad, cumbres de voluntad, lagos de alegría profunda, paraísos de locura. De locura según los parámetros de la utilidad, claro está, de locura según el mundo de la ganancia y el tanto por ciento, de la rentabilidad, del crecimiento per cápita. La literatura construye un mundo aparte. Por eso el mundo que se cree real le tiene miedo. Y si antes luchaba directamente, ahora ha descubierto maneras más sutiles de lucha. La indiferencia, arma eficaz. Y el aturdimiento de las conciencias con la creación de esta sociedad del espectáculo en que nos quieren hacer vivir, sociedad que se nutre de ella misma. Autocomplaciente y autoreferente. Sociedad sin alegría.
Narcís Comadira*, Les paraules alades, Papers sobre el sentit de la lletra, 2011.
(Traducción de Pedro Casas Serra)
*Narcís Comadira (Girona, 1942) es poeta y pintor. En el año 2003 reunió todos los libros de versos que había publicado hasta entonces en el volumen Formes de l'ombra: Poesia 1966-2002 (2003); posteriormente ha publicado aún un libro de poesía, Llast (2007). También ha publicado tres volumenes de obra dramática original y un conjunto de de traducciones de teatro y poesía (entre otras, la versión íntegra de los Cantos de Leopardi. Como prosista ha publicado Girona: Matèria i memòria (1922), los libros de ensayo Sense escut (1998) y Forma i prejudici: Papers sobre el Noucentisme (2006), y ha reunido en diversos volúmenes algunas de sus colaboraciones en a prensa local (empezando por Fórmules magistrals, 1997, reeditado recientemente en edición de bolsillo).
LEER POEMAS DE NARCÍS COMADIRA EN: https://www.airesdelibertad.com/t34784-narcis-comadira
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Última edición por Pedro Casas Serra el Sáb 01 Ago 2015, 12:57, editado 1 vez
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