"Cómo leer un poema" de Rosa Navarro Durán. Editorial Ariel, S.A., 1998, Barcelona.
(Recensión)
La relación con el marco de la página sigue siendo hoy el único criterio objetivo en el intento de definir un poema, a pesar de las excepciones. Cuando el blanco de la página se apodera de parte del espacio reservado al texto, la palabra queda realzada por ese blanco: es el verso. Es cierto que hay versos que no cumplen esa condición y que externamente se disfrazan de prosa. Su autor suele anunciar el género para que la transgresión no conduzca al error. Si comparten estos poemas el espacio del libro con otros que sí capta el ojo como tales, su misma convivencia permite aceptarlos en su condición.
Cuando la forma externa que la estrofa impone desaparece por la ausencia de límites que lleva consigo el verso libre, no queda más que un corto espacio para franquear entre la prosa y el verso. Se suele respetar y se abre entre ambos una franja de ambigüedad, que es el lugar de la rítmica prosa poética; su condición es ya la de poema y, por tanto, la forma ha dejado de ser, en parte, determinante en la definición de nuestro objeto.
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Aristóteles en su "Poética" no habla de lírica. Habla de "cómo es preciso construir las fábulas". Menciona luego la epopeya y la poesía trágica, y también la comedia y la ditirámbica. No hay lugar en la preceptiva poética heredera de Aristóteles para la lírica.
Desde sus orígenes griegos, en nuestra cultura, la lírica ha sido la expresión del yo. El objeto de la lírica no es la fábula, es el propio sujeto. Es un cantar y un decir de sí y desde sí, sin que ello signifique que el yo lírico sea real.
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El poeta puede identificarse o no con el yo poético, pero indudablemente son dos personas que confluyen en el pronombre.La ilusión del lector de que ambos son siempre uno ha llevado a muchas lecturas erróneas o al menos a dar una importancia excesiva a la biografía del poeta como camino para la comprensión de su obra. Sólo a partir del Romanticismo puede darse la confusión de ambos yoes, pero aunque se dé, no hay que olvidar que es sólo la verdad instantánea la que persigue el poeta.
El poeta, a través de su yo lírico, puede -suele- dirigirse a un tú que a su vez suele desdoblarse en dos: un tú lírico y un tú real. El destinatario puede existir (o ser un desdoblamiento del yo lírico), pero no coincidir exactamente con el tú interlocutor del yo poético, o no tener apoyo alguno en la realidad no literaria. Todo lector además se convierte en destinatario de los versos del poeta en el acto de la lectura, y ese tú ocasional queda incluido en la experiencia poética.
El yo poético ha sido siempre masculino en nuestra poesía culta. Curiosamente, la primera manifestación de la lírica en lengua romance en la península ibérica -las jarchas- nos ofrece el sentimiento amoroso o el desosiego en boca de una muchacha, y la voz femenina seguirá presente en la lírica tradicional, como queja de malmaridada, de malmonjada o parlamento de doncella o de casada.
La más alta cima de nuestra lírica mística, los tres maravillosos poemas de San Juan de la Cruz, están puestos en el alma, voz femenina. Pero el espacio poético culto y sus palabras ha sido otro lugar a conquistar por la voz de la mujer, porque la historia amorosa en que se asienta el código literario de la lírica áurea le da a ella el papel de bellísima y desdeñosa, causante del dolor amoroso del yo poético, pero la voz y el lamento son del enamorado.
Cuando una poeta escribe en la Edad de Oro, el discurso es el mismo que el del poeta; el yo poético sigue siendo un yo masculino con rarísimas excepciones (algunos poemas de Sor Violante del Cielo, por ejemplo). Si no existían metáforas para cantar a la dama morena, tampoco las hay para retratar al amado, que no tiene perfil.
Hoy el yo del poema culto ya no tiene un único género posible. El propio poema desvela la incógnita recien estrenada: él guarda en sí su situación y contexto.
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Varios factores condicionan la facilidad de la palabra para integrarse en el espacio poético. Uno de ellos es indudablemente su belleza fónica, la armonía de su significante, y otro es su significado: "alondra" o "mariposa" unen ambos requisitos. Otras palabras pueden tener funcionalidad poética por su carga mitológica o su tradición literaria.
El poeta es el prestidigitador de las palabras, puede crear con ellas un mundo. El escritor es quien puede activar su potencia. El poeta puede hacer que una palabra cambie cuatro veces de significado en dos versos.
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El verso -la unidad del poema- tiene un ritmo, una sucesión de acentos y pausas que puede venirle dada por su misma condición. Como dice T. Navarro Tomás, el verso "basta representarlo como serie de palabras cuya disposición produce un determinado efecto rítmico. La base esencial del ritmo son los apoyos del acento espiratorio". Y añade: "La línea que separa el campo del verso del de la prosa se funda en la mayor o menor regularidad de los apoyos acentuales".
Si es un endecasílabo, desde la revolución lírica de Boscán y Garcilaso, la disposición de sus tres acentos lo convertirán en enfático, heroico, melódico o sáfico, según se sitúe el primero en la primera, segunda, tercera o cuarta sílaba. La maestría de Garcilaso mostró cómo la armonía del verso podía surgir de dentro, de las propias palabras, sin que aparentemente regla alguna marcara un ritmo al que acomodarse.
Otro gran maestro del ritmo -de otro ritmo-, Rubén Darío, en las "palabras liminares" de sus "Prosas profanas" dice: "¿Y la cuestión métrica? ¿Y el ritmo? Como cada palabra tiene un alma, hay en cada verso, además de la armonía verbal, una melodía ideal. La música es sólo de la idea, muchas veces".
La música del verso se acentúa con rimas y ritmos marcados o se diluye en suave armonía. Bécquer, que quería domar "el rebelde, mezquino idioma", y escribir "con palabras que fuesen a un tiempo / suspiros y risas, colores y notas", describe dos formas de poesía: "Hay una poesía magnífica y sonora... Hay otra natural, breve, seca.... La primera... es la poesía de todo el mundo. La segunda... puede llamarse la poesía de los poetas".
Sin rima, sin medida, sin estrofas, los versos -libres- siguen hoy con su melodía, con su música.
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(continuará)
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