TOMO II
LOS VALLES IMAGINARIOS
(1984)
LA MUERTE EN EL VALLE
En los valles imaginarios
acudía la Muerte, trayendo la desgracia
bajo las parraleras o al herir en los puentes
al jinete que alzaba su perdición a cuestas,
con mirada amarilla en las noches de fiebre
esperando al yacente, en un rincón oscuro;
o verde, viendo con ojos verdes una larga agonía.
Llegaba a veces a Yegros
apagando las lámparas; una Muerte granate
si bajaba a llevar bajo la luna
al que caía herido en los aserraderos;
con un cajón al hombro por si acaso,
por si el pobre rehusase su visita por falta
de un cajón miserable;
con cabellos de hoguera en las noches terribles del
verano
partiendo el espinazo al bebedor furibundo;
o nadando en el centro del remanso
o jugando en San Juan con la paja reseca y con el
fuego.
Eran tristes los días
cuando movía todas las tablas de la casa,
cuando llevaba en su bolso a los desprevenidos,
si asumía una forma de hoz en las caballerizas,
o de bala perdida en los alborotados festejos
patronales;
una Muerte graciosa como cuando enterró a
Vitálica que salía riendo de otro entierro; con un
gesto beatífico
al transportar de golpe al campanero loco por el aire.
Eran las tardes de color violeta
cuando nos visitaba, aturdiéndonos de sorpresa,
a deshora, suspendiendo las lluvias, penetrando
bajo los mosquiteros, con mirada opalina,
calándose el sombrero, si pasaba de largo en un
caballo negro
en un caballo negro cuyo relincho helaba hasta los
huesos.
Porque pasaba a veces
galopando de largo, segura de regresar de nuevo;
era un compás de espera, un minutero que no daba
la hora,
jadeando atravesaba las calladas distancias,
pero volvía siempre, abría las ventanas
con alas de murciélago, regresaba
cuando alguien suponía que la estaba esquivando
y hacía estallar rosas grises entre sus manos.
La supongo esperando, con la mantilla oscura
bajo un alero, impasible y segura; una Muerte
rural y repentina; está allá, entre las cartas
que la adivina entrevera, cuando el valle convoca
a sus espectros, sus alucinaciones y el eco de sus
sollozos;
sube a la grupa de los caballos, hiende
el aire con el facón en las quermeses, y se agazapa
en los bailes,
vigila desde el campanario,
se apoya en los hamaqueros, amarilla,
ciñe espuelas en las carreras, sabe
que nadie va a escapar, que nadie
la podría eludir, que nadie
le podrá disputar su algarabía negra y desgraciada.
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