RUBÉN DARÍO
Rubén Darío, el poeta que aprendió a educarse en soledad
Con todas sus limitaciones, Rubén adquirió en su patria, en su Nicaragua natal, la educación indispensable que sirvió de cimiento a su prodigiosa obra literaria.
En Rubén Darío, igual que en todos los grandes poetas de la humanidad, siempre existió una preocupación por el arquetipo de hombre, por los ideales educativos y culturales que deben inspirar el paradigma de ciudadano capaz de encarnar los más altos valores cívicos y sociales.
Werner Jaeger sostiene que: “Los antiguos griegos tenían la convicción de que la educación y la cultura no constituyen un arte formal o una teoría abstracta, distintos de la estructura histórica objetiva de la vida espiritual de una nación. Esos valores tomaban cuerpo, según ellos, en la literatura, que es la expresión real de toda cultura superior”.
De esta suerte podemos afirmar, como una vez lo señalara Luis Alberto Cabrales, que la educación tiene raíces muy profundas en la poesía y la literatura y, a su vez, la literatura y la poesía tienen fuente de inspiración en ese mismo ideal del hombre y la mujer, por ellas soñados y definidos.
Siendo Rubén Darío una de las más altas cimas de la poesía universal, vate por antonomasia, “el ciudadano más cabal e ilustre de América Latina”, al decir de Pedro Salinas, su obra está impregnada de ideales y valores de los cuales es posible extraer todo un ideario, un paradigma, para la formación espiritual, moral, cívica y física del ser hispanoamericano y, por ende, de nosotros sus coterráneos nicaragüenses. Y nada mejor, en estos tiempos de crisis que vivimos, de confusión y degradación política y cívica, que volver a Rubén y encontrar, en la entraña misma de sus inagotables canteras, los ideales pedagógicos, artísticos, culturales y cívicos que podrían orientar nuestros esfuerzos de superación e inspirar un código de virtudes ciudadanas capaz de ennoblecer nuestro quehacer social y político.
Rubén Darío dijo que no pretendía enseñar nada
Y todo esto es posible pese a que Rubén, como él mismo lo afirmara, no pretendía enseñar nada, pues se complacía en reconocerse “el ser menos pedagógico de la tierra”. No sólo así lo dice en las breves palabras introductorias de su obra “Opiniones” (1906), sino que lo reitera, “con placer íntimo”, en las “Dilucidaciones” que preceden “El Canto errante” (1907).
Sin embargo, como afirma su más eminente biógrafo, el Profesor don Edelberto Torres Espinosa, “Darío es un ser profundamente pedagógico, no sólo en el sentido de que es uno de los educadores más excelsos de América, sino porque su labor y su pensamiento se enmarcan bien dentro de la pedagogía de vanguardia, esa en que el niño es centro planetario; el interés sicológico, fuerza de gravedad; y la libertad, atmósfera ambiental”.
“No busco que nadie piense como yo, ni se manifieste como yo”, advirtió Darío. “¡Libertad! ¡Libertad!, mis amigos. Y no os dejéis poner librea de ninguna clase”. Pero, “la poesía fue para él un magisterio, el más alto magisterio a que pueda aspirar el hombre”, nos dice Arturo Torres-Rioseco. Y don Edelberto concluye que “el atributo de educador nadie se lo negará a Darío, si educar se entiende como el ejercicio de influencias estimulantes de desarrollo espiritual”. En diversos artículos y poemas, Darío expresa sus ideas en torno a la educación de manera que puede afirmarse que existe un pensamiento pedagógico dariano. En dos oportunidades, Darío profundizó aún más en sus ideas acerca de la educación, adentrándose, con genial intuición, en el terreno de lo que hoy se denomina “política educativa”. Esas dos oportunidades fueron a) el diagnóstico que hizo de la situación educativa de España hacia 1898, incluido en su libro “España contemporánea”; y b) los consejos que sobre la educación dio a sus compatriotas con motivo de su retorno a Nicaragua en 1907.
Tenía una filosofía educativa
Rubén Darío es, pues, nuestro educador en el sentido más amplio y noble de la palabra. Su obra es rica en pensamientos y principios susceptibles de integrar nuestra Paideia, nuestra filosofía educativa, conjunto de fines y objetivos para el quehacer educativo, cultural y cívico de nuestro pueblo, inspirador del arquetipo de ciudadano que tan urgentemente necesitamos.
¿Qué lección podemos extraer de la propia formación, de la propia experiencia educativa de Rubén Darío, sin reducirla únicamente a su breve tránsito por el sistema escolar sino incluyendo el más rico de sus elementos formativos: su ejemplar vocación autodidacta, por cierto primera y hermosa lección para nuestros jóvenes? Rubén nos demuestra que el proceso de enseñanza-aprendizaje no se limita al aula ni al maestro. En verdad, radica principalmente en el individuo, que puede educarse por sí mismo desde su nacimiento hasta su muerte. Darío encarnó, en su propio ciclo vital, lo que hoy día llamamos la educación permanente, es decir, la plena integración del aprendizaje y la vida. “Su lección fue, nos señala Arturo Marasso, de trabajo tenaz e inteligente”… “Rubén fue un creador dado al trabajo y al estudio que sorprende por la vastedad de su investigación tocada por el genio, a pesar de su existencia viajera”.
Si la educación es, en definitiva, una relación envolvente entre el individuo y su medio, es importante también analizar el contexto familiar y social en que se forja toda personalidad, principalmente en sus primeros años de existencia, tan decisivos para la formación del carácter y la adopción de los valores que orientarán su futuro.
La infancia de Rubén Darío y su casa
Es lo que hizo el académico Edgardo Buitrago en su excelente ensayo “La Casa de Rubén Darío – Influencia del medio en el poeta durante su infancia”. En el citado ensayo, Buitrago nos dice que si bien es cierto que el genio es “como un golpe de ala”, más cierto es “que el hombre se forma en función del grupo a que pertenece; que la personalidad se hace y se confirma dentro de un juego de incitaciones y respuestas, de estímulos, de sugerencias y aun de provocaciones y de contradicciones del medio social en que el niño crece y se desarrolla”.
Con todas sus limitaciones, Rubén Darío adquirió en su patria, en su Nicaragua natal, la educación indispensable que sirvió de cimiento a su prodigiosa obra literaria. “Nicaragua tuvo una vez un poeta, y, en cierta medida, también supo educarlo”, afirma Ernesto Mejía Sánchez en el párrafo final de su discurso de ingreso a la Academia Nicaragüense de la Lengua. Cuando se aleja de su tierra lleva consigo un “tesoro humanístico”. “Lejos está el tiempo, escribe el Profesor Fidel Coloma, en que la crítica repetía, unánime, que Rubén Darío poco o nada sabía de arte y literatura al llegar a Chile”. Diego Manuel Sequeira, con su Rubén Darío Criollo y Ernesto Mejía Sánchez, con su erudito análisis de las fuentes de Los primeros cuentos de Rubén Darío, añade Coloma, “muestran el vasto caudal de conocimientos y experiencias literarias que llevaba Darío desde Nicaragua”.
Rubén nunca desdeñó el aporte de Nicaragua a su formación. Al contrario, en su célebre discurso pronunciado en la velada que tuvo lugar el 22 de diciembre de 1907, en ocasión de su apoteósico retorno a la tierra natal, Darío hizo un hermoso reconocimiento a esa contribución: “Yo sé lo que debo literariamente a la tierra de mi infancia y a la ciudad de mi juventud: no creáis que en mis agitaciones de París, que en mis noches de Madrid, que en mis tardes de Roma, que en mis crepúsculos de Palma de Mallorca, no he tenido pensares como estos: un sonar de viejas campanas de nuestra Catedral”.
(información tomada de : "Prensa/ Cultura")
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