POESÍA SOCIAL
MÉXICO
VERÓNICA VOLKOW
LAS HERENCIAS DE LA LIBERTAD. ENTREVISTA A VERÓNICA VOLKOW
JOSÉ ÁNGEL LEYVA 01.03.2018
Proveniente de una familia con una fuerte carga histórica, protegida por la fronda intelectual de Octavio Paz, coetánea del grupo de los infrarrealistas, capitaneados por Mario Santiago Papasquiaro y Roberto Bolaño, Verónica Volkow ha trazado su camino en la poesía con un estricto sentido de libertad y con una búsqueda incesante en diversos ámbitos de lo espiritual y de los arcanos, en las artes visuales y la hermenéutica de la sospecha. Firme en su convicción académica, no abandona Los caminos de la poesía ni de la meditación, como ese Oro del viento que nos deja en claro sus herencias, desde su bisabuelo Trotsky, su padre, Esteban Volkow, superviviente de la cacería estalinista, y su madre, hija del exilio republicano español, hasta el contexto de un México acosado por sus propios fantasmas y anhelos. Ésta es la conversación.
- José Ángel Leyva: Vienes de una familia, al menos por la parte paterna, de formación laica y marxista, revolucionaria, racionalista. Sin embargo, en tu poesía hay desde el inicio brotes de un misticismo inocultable que nos habla de ángeles y de Dios, de epifanías, al tiempo que concedes a la Naturaleza ese poder y ese enigma de revelación. A lo espiritual, lo místico, lo religioso, lo sagrado, ¿qué lugar les reconoces en tu poesía?
- Verónica Volkow: En realidad confluyen varias tradiciones en mi ser. Vengo de una convergencia de tradiciones muy poderosas. Por supuesto, la marxista es la más conocida porque viene de mi bisabuelo paterno, o sea Trotsky, y es mundialmente celebrada, pues representa la defensa de los verdaderos objetivos de la lucha revolucionaria. Pero la herencia de mi madre, sin ser tan visible públicamente, es muy significativa en mi vida. Ella provenía del exilio español y era muy católica en el mejor sentido de la palabra. No porque asistiera con frecuencia a misa, sino por su devoción a la familia, su entrega al esposo, su sentido de piedad y de compasión cristianas, su gran capacidad para el sacrificio y el trabajo. Ella defendía, muy a lo español, a la familia, y nos dio una estructura familiar muy estable y sólida. Lo mejor de mí se lo debo a ella. Paradójicamente, ella sabía convivir con la tradición revolucionaria de los amigos de la familia de mi padre, que aunque no destacaban por su defensa de los valores de la familia, eran loablemente fieles a un compromiso con la historia, con las ideas, con la política, con la evolución de la humanidad. Eran dos compromisos diferentes y complementarios. Mi padre es un hombre brillante en la química, un entusiasta alpinista y amante de la naturaleza; es una persona con una visión clara de la política y una pasión sincera por la música, además de un gran superviviente. Él representa el amor a la vida, al aire libre, a la libertad.
Hay una cuarta tradición que recibo de Marguerite Bonnet, una mujer que fue militante trotskista en su juventud, obtuvo un doctorado en Filología en la Sorbona de París y fue una gran especialista en André Breton y el surrealismo francés. Ella me hizo leer a poetas franceses como Nerval y Rimbaud, y cuando tenía veinte años me regaló las obras completas de Baudelaire.
Eres producto de distintas culturas y tradiciones, pero naciste y creciste en México. En tu poema “Trópico”, del libro Los caminos, afirmas: “En la llamarada del azar / arde la vida. / Sólo en la libertad estoy realmente / mi raíz es lo múltiple”. Es evidente que en la libertad encuentras tu sentido de identidad y pertenencia, pero ¿cuánto pesan en ti el origen judío ucraniano, el ruso, el francés de la infancia de tu padre, el español de tu mexicanidad, tu mestizaje, el color y la diversidad indígena de tu país?
Me ha llevado toda una vida poder integrar los tesoros que hay en cada una de esas tradiciones. Todas estas herencias te extienden también facetas ásperas que no es fácil asimilar: la del bisabuelo, la materna, la paterna, la mexicana, etcétera, por diferentes razones. Pero de pronto, la vida misma te lleva a descubrir la nobleza y el brillo de cada vertiente. He aprendido a apropiarme lo mejor de cada una de ellas y a dejar de lado aquello que no considero positivo o útil para mi existencia y para mi desarrollo intelectual y emocional. Digamos que busco la parte luminosa de cada tradición y evito las partes densas.
Dedicas un poema a Roberto Bolaño, “Puertas”, y él te coloca a ti en su novela Los detectives salvajes. ¿Cómo fue la relación con él en particular y con los infrarrealistas en general? ¿Alguna vez te sentiste parte de ellos, algo infra-?
En realidad nunca hubo una relación con Roberto, y no traté a los infrarrealistas; sólo coincidí con ellos en algunos espacios. Representaban un modelo de búsqueda y de forma de vida muy alejado del mío. Le dediqué a Bolaño el poema como agradecimiento porque muy generosamente me invitó a presentar su novela Los detectives salvajes cuando recibió el premio por ella. Él tenía una simpatía por el trotskismo y me veía de algún modo como una misteriosa extensión de mi bisabuelo. Soy sincera, cuando lo leí, no me di cuenta de que yo formaba parte de la voz narrativa del libro. El que fuera yo una narradora me pone en cierto sentido en una condición que me entristece, pues soy la superviviente que sí puede contar la historia. Y soy la superviviente porque —debo decirlo con cariño y respeto— ellos le apostaron a una vida muy intensa, pero a la larga muy autodestructiva.
¿Piensas que ejercían la derrota como una manera de concebir el triunfo? ¿De destruir todo cuanto hacían como un modo de ganar memoria en el tiempo?
Me parecía que tenían un estilo de vida excesivo, que no sólo no me era afín, sino que no entendía; no alcanzaba a comprender el propósito de tanta violencia contra tantas cosas. Yo tenía demasiadas cosas que asimilar de la tradición literaria francesa, tanto que entender de la perspectiva marxista y revolucionaria de mi bisabuelo, tanto que apropiarme de la historia del arte, que esa obsesión de escándalo y de negación quedaba fuera de mi camino. Mi obsesión era el trabajo. Les tengo mucho cariño y me conmueven, pues reconozco que algunos de ellos tienen poemas maravillosos. Pero me habría gustado que se hubieran cuidado más a sí mismos y que estuvieran hoy vivos platicando de poesía.
¿Cómo es que fuiste a parar a Sudáfrica y escribiste ese libro, Diario de Sudáfrica, que te publicó Sigo XXI? Tenías treinta años, ¿cierto?
Sí, ese libro fue mi bestseller. Un chico brillantísimo, que aparece ahí con el nombre de Joseph, sudafricano, militante contra el apartheid, muy estructurado políticamente, me invitó a su país en 1986. Él fue quien me sugirió que escribiera sobre lo que estaba pasando allá y me dio toda la información para iniciar el proyecto y dar cuenta de la enorme desigualdad social y económica, el inhumano trato a la población negra. Arnaldo Orfila en persona me hizo sugerencias importantes, en cuanto al orden del material, para mejorar la calidad de la obra. Fue el primer libro completo que escribí que no era una reunión de poemas diversos. En esa época trabajaba yo con el doctor José Narro, gran amigo, y él celebró conmigo el éxito de éste.
¿Cómo te percibes generacionalmente, quiénes fueron tus compañeros de escritura? ¿Asististe a talleres de creación literaria, de poesía, trabaste amistades y complicidades literarias?
Sí, asistí a los talleres literarios en la unam y me tocó compartir sesiones con los infrarrealistas. Conocí a Bolaño en el taller de Juan Bañuelos. Pero ellos eran muy agresivos con los poetas que teníamos un estilo de vida más convencional y estable. Para ellos, nosotros pertenecíamos a la “clase burguesa”, cuyos valores había que erradicar al cien por ciento. Yo no siento que mi formación le deba mucho a los talleres de creación literaria, salvo importantes vínculos sociales y simpatías de amistad. Mi riguroso instinto para la poesía podía prescindir de esas enseñanzas, que en realidad sólo eran laxos puntos de vista. Los talleres me parecían demasiado poco exigentes. En la Facultad de Filosofía y Letras trabé amistades para toda la vida, realmente entrañables, con varios compañeros: Fernando Delmar, Paco Martínez Negrete, Ramón Torres. Paco era un excelente amigo, un cómplice existencial siempre solidario. Murió hace poco y todos lo hemos llorado por su gran corazón, un hombre inteligente, generoso, con una enorme experiencia vivencial, un sufrido amador de las mujeres, también poeta, por cierto. A diferencia de ellos que venían de familias muy bien acomodadas, yo comencé a trabajar muy joven como traductora de inglés y de francés para poder comprar mis libros y tener independencia.
Me llama la atención tu insistencia en ver el universo como un ojo, Dios-ojo, y Aleph-espejo. Aunque la referencia borgiana es inevitable, supongo que atiendes a una tradición más compleja donde el hombre, el ser humano, es tal vez esa cerradura por donde puede atisbarse lo de adentro y lo de afuera, no sé, pero me gustaría que me hables un poco de tu relación con la meditación y la filosofía que la sustenta.
Te diría junto con Hugo de San Víctor que existen tres tipos de ojos: el ojo corporal, el ojo racional y el ojo contemplativo. Cuando desarrollas la experiencia espiritual, a través del camino iniciático y meditativo, accedes al ojo contemplativo; es maravilloso y en realidad no te lleva tanto tiempo. Ver puede involucrar cualquiera de estos tres niveles de San Víctor. Con el ojo carnal puedes advertir la belleza y disfrutar la naturaleza. A mí me encanta la belleza de los animales, me fascinan los gatos, los pájaros, la pintura. Está también el ojo de la comprensión con el que puedes asomarte a un problema matemático o a la historia. El ojo contemplativo, el tercero, es el ojo guía, el que se abre en los sueños y también en la meditación, el que te permite caminar con cuidado y protección, y viene desde una región superior a la del propio yo.
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