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Evaristo Ribera Chevremont (1896-1976). Poeta puertorriqueño con una larga y variada trayectoria poética.
Nació en San Juan y sus primeras obras, como Desfile romántico (1914) y El templo de los alabastros (1919), están a medio camino entre el tardo romanticismo y el modernismo. Realizó un viaje a España, entre 1919 y 1924, donde entró en contacto con los ultraístas y se interesó por toda la experimentación de las vanguardias. Así, abandonó el modernismo y se entregó a la experimentación ultraísta, sobre todo, en el cultivo del verso libre en los libros La copa de Hebe (1922), La hora del orífice (1929), Tú, mar, yo, ella (1946), aunque también utilizó el clasicismo, no como calco, sino como nueva fuente de inspiración, tratando temas de contenido humanista y trascendental: Color (1938), Tonos y formas (1943), Anclas de oro (1945) o Verbo (1947). A partir de aquí se adentró en una poesía más personal, trascendental, de formas sobrias y como fondo el mar. Entre estos libros figuran: Creación (1951), La llama pensativa (1954), Inefable orilla (1961), Memorial de arena (1962), Principio de canto (1965), Río volcado (1968), El caos de los sueños (1974). Obras póstumas suyas son El libro de las apologías (1976), Jinetes de la inmortalidad (1977) y Elegías de San Juan (1980).
Algunos poemas de Evaristo Ribera Chevremont:
EL NIÑO Y EL FAROL
I
Por el jardín, de flores
de sombra, viene el niño;
un farol muy lustroso
le relumbra en la mano.
Alumbrada, la cara
del niño resplandece.
En su pelo, los años
dulcemente sonríen.
El niño, que levanta
el farol en su mano,
va hurgando los rincones
del jardín, ya sin nadie.
Va en busca de la gracia
de alguna fantasía.
El jardín sigue al niño,
agitadas sus plantas.
2
El niño, a la luz densa
de su farol, descubre
unos troncos negruzcos,
unas blancas paredes.
En las manchas de verde
del jardín, serpentea
el camino dorado
de las viejas ficciones.
El camino que, en sabias
madureces de tiempo,
reaparece, cargado
de sus mágicas lenguas.
Ir por ese camino
es hallarse en la gloria
de un pretérito pródigo
de ilusivas substancias.
3
Bajándolo y subiéndolo,
por el jardín el niño
lleva el farol. Las flores
de sombra se desmayan.
Contra amontonamiento
de masas vegetales,
se ven danzar figuras
de imaginario mundo.
Un chorro de colores
cae al jardín. El niño,
potente en su misterio,
domina esta belleza.
Más allá de las tapias
del jardín, es la noche
un tejido monstruoso
de tinieblas y astros.
4
Nada duerme. Las cosas,
en un vasto desvelo,
quitándose la mascara,
inmensamente arden.
Con el pulso ligero
de un demonio, en las manos
prodigiosas del niño,
el farol bailotea.
El jardín, deshojado
en sus flores de sombra,
hace tierna en el polvo
la pisada del niño,
Errabundo y sonámbulo,
anda el niño. Arco iris
de leyendas y cuentos
le ilumina la frente.,
5
Y ahora escucha en los árboles,
que llamean y esplenden,
un rumor conocido
de remotas palabras,
¿Quién le habla? ¿Qué genio,
arrancando raíces
y excitando ramajes,
le desnuda sus voces?
Tierra y madre le tocan,
con sus dedos untados
de ternura, la sangre,
la cual vibra y se inflama.
Otra vida lo mueve;
una vida que media
entre el musgo y el aire,
entre el aire y la nube.
6
Ni juguetes, ni juegos,
ni confites, ni pastas
valen más que este rumbo
de pintado alborozo.
El jardín, todo ojos,
se recrea en el niño,
que, borracho de fábulas,
su gobierno establece.
Agigántase el niño;
el farol agigántase,
y ambos cubren la noche
de un azul que es de fuego.
Arropadas de estrellas,
se prolongan las calles,
donde vela el silencio
en su mística guarda.
7
En la noche, cruzada
de humedades y olores,
los insectos se agolpan
en su fiebre de música.
Mientras roncan los hombres
con un largo ronquido;
mientras ladran los perros,
vive el niño su noche.
En las manos del niño
el farol bailotea,
derramando un torrente
que es de soles y auroras.
Nunca, nunca la muerte
matará al niño. ¡Nunca!
Su farol milagroso
fulgirá ya por siempre.
VALLE DE YABUCOA
Valle que al clima tórrido, basto y vital conformas
tus anchurosidades y tus renacimientos.
Valle que al clima ofreces tus multiformes formas;
formas de exuberancias y de desbordamientos.
Azul de radiaciones, cargado de crudezas,
de acentuación robusta, cubre tus extensiones.
Los picos que te ciñen, guardas de tus bellezas,
enarbolan su verde sobre el verde que expones.
En tu amplitud, con trazos calientes, encendidos,
con trazos decididos, brillan las palmas reales;
y, en tu silencio, impónense sinfonías y ruidos;
sinfonías de insectos y ruidos de cañales.
Anégome en tu aire de trópico, compacto,
en el que las guajanas aligeras enfilas;
y tu insondable esencia concentradora capto
en los bueyes de enormes y solares pupilas.
NOCHE DE SAN JUAN
Esta noche coruscan soles despavoridos
entre nubes monstruosas y en amontonamiento.
En la ciudad, cortada de voces y de ruidos,
vense irradiar los focos con enardecimiento.
Los buques aparecen negruzcos, irreales,
febriles, sonambólicas sus iluminaciones,
en el fuliginoso betún de los canales.
Las luces en el agua con finas reflexiones.
Su amplio fanal proyecta la farola del fuerte
sobre el mar, donde cárvase la endemoniada ola.
De orillas a horizontes, hervor blanco se advierte.
Alumbra las espumas la luz de la farola.
Música de otro tiempo desparrama la orquesta.
Ebulle el populacho, vivaz la fantasía.
Irrumpen en la noche de bullaje y de fiesta
los fuegos de artificio -fuego y policromía.
LA NEGRA MUELE SU GRANO
La negra muele su grano.
Muele su grano la negra.
Muele que muele su grano
en el pilón de madera.
La negra muele su grano.
La negra, que es mansa bestia.
La negra muele su grano
en el pilón de madera.
Y mientras que muele el grano
sus blancos dientes enseña.
La negra muele su grano
en el pilón de madera.
La negra muele su grano.
Muele su grano la negra.
El sol le toca los bronces
que por los brazos se templan.
La negra muele su grano
en el pilón de madera.
El grano -grano molido-
se torna blanca belleza.
La negra muele su grano
en el pilón de madera.
Y mueve negros y blancos
en cruda luz que marea.
Es su alegría salvaje
cuando lo blanco la llena,
cuando es el blanco el que toma
su ardiente masa de negra.
La negra muele su grano.
La negra, que es mansa bestia.
La negra muele su grano
en el pilón de madera.
SINFONÍA EN AZUL
Voy cosechando azules en el azul escueto
de la zona del trópico. Los campos, invadidos
por vegetales masas, denuncian el secreto
de abril, el de los fuertes y lúbricos sentidos.
Por tanto azul, los aires se muestran exaltados;
palpita, en expansiones gozosas, la arboleda;
y revélanse lúcidos e hirvientes los poblados,
de los que se desprende brillante polvareda.
Vibra el azul, nutrido de fuerzas y alborozos,
sobre la verde isla; Refulgen escarlatas.
Esplenden amarillos y azules. Toques mozos
tienen en los jardines las resurrectas matas.
Algunas flores, túmidas y azules sus corolas,
se inmergen en las luces magnéticas del día.
En las riberas cálidas su azul curvan las olas.
Dice el azul su aérea, compleja sinfonía.
EL VERDE TAMARINDO
El verde tamarindo bríndale al patio estrecho,
sin hierbas y arenoso, sombra ceñida y mansa;
y, dulce de amistades y años, en el techo
de zinc de la vivienda su ramaje descansa.
De los soles blancuzcos, rígidos, no se cansa
el árbol oleoso, tremador y derecho;
junto a él, el extático rumiador se remansa,
distante del propósito, del afán y del hecho.
El patio reducido goza su compañía
en la uniforme y lenta seguridad del día,
persistente en un ritmo despejado de lutos.
Me exalto cuando el árbol, en su mejor momento,
esparce por el patio caliente y polvoriento,
donde el lagarto inflámase, sus agridulces frutos.
.
Evaristo Ribera Chevremont (1896-1976). Poeta puertorriqueño con una larga y variada trayectoria poética.
Nació en San Juan y sus primeras obras, como Desfile romántico (1914) y El templo de los alabastros (1919), están a medio camino entre el tardo romanticismo y el modernismo. Realizó un viaje a España, entre 1919 y 1924, donde entró en contacto con los ultraístas y se interesó por toda la experimentación de las vanguardias. Así, abandonó el modernismo y se entregó a la experimentación ultraísta, sobre todo, en el cultivo del verso libre en los libros La copa de Hebe (1922), La hora del orífice (1929), Tú, mar, yo, ella (1946), aunque también utilizó el clasicismo, no como calco, sino como nueva fuente de inspiración, tratando temas de contenido humanista y trascendental: Color (1938), Tonos y formas (1943), Anclas de oro (1945) o Verbo (1947). A partir de aquí se adentró en una poesía más personal, trascendental, de formas sobrias y como fondo el mar. Entre estos libros figuran: Creación (1951), La llama pensativa (1954), Inefable orilla (1961), Memorial de arena (1962), Principio de canto (1965), Río volcado (1968), El caos de los sueños (1974). Obras póstumas suyas son El libro de las apologías (1976), Jinetes de la inmortalidad (1977) y Elegías de San Juan (1980).
Algunos poemas de Evaristo Ribera Chevremont:
EL NIÑO Y EL FAROL
I
Por el jardín, de flores
de sombra, viene el niño;
un farol muy lustroso
le relumbra en la mano.
Alumbrada, la cara
del niño resplandece.
En su pelo, los años
dulcemente sonríen.
El niño, que levanta
el farol en su mano,
va hurgando los rincones
del jardín, ya sin nadie.
Va en busca de la gracia
de alguna fantasía.
El jardín sigue al niño,
agitadas sus plantas.
2
El niño, a la luz densa
de su farol, descubre
unos troncos negruzcos,
unas blancas paredes.
En las manchas de verde
del jardín, serpentea
el camino dorado
de las viejas ficciones.
El camino que, en sabias
madureces de tiempo,
reaparece, cargado
de sus mágicas lenguas.
Ir por ese camino
es hallarse en la gloria
de un pretérito pródigo
de ilusivas substancias.
3
Bajándolo y subiéndolo,
por el jardín el niño
lleva el farol. Las flores
de sombra se desmayan.
Contra amontonamiento
de masas vegetales,
se ven danzar figuras
de imaginario mundo.
Un chorro de colores
cae al jardín. El niño,
potente en su misterio,
domina esta belleza.
Más allá de las tapias
del jardín, es la noche
un tejido monstruoso
de tinieblas y astros.
4
Nada duerme. Las cosas,
en un vasto desvelo,
quitándose la mascara,
inmensamente arden.
Con el pulso ligero
de un demonio, en las manos
prodigiosas del niño,
el farol bailotea.
El jardín, deshojado
en sus flores de sombra,
hace tierna en el polvo
la pisada del niño,
Errabundo y sonámbulo,
anda el niño. Arco iris
de leyendas y cuentos
le ilumina la frente.,
5
Y ahora escucha en los árboles,
que llamean y esplenden,
un rumor conocido
de remotas palabras,
¿Quién le habla? ¿Qué genio,
arrancando raíces
y excitando ramajes,
le desnuda sus voces?
Tierra y madre le tocan,
con sus dedos untados
de ternura, la sangre,
la cual vibra y se inflama.
Otra vida lo mueve;
una vida que media
entre el musgo y el aire,
entre el aire y la nube.
6
Ni juguetes, ni juegos,
ni confites, ni pastas
valen más que este rumbo
de pintado alborozo.
El jardín, todo ojos,
se recrea en el niño,
que, borracho de fábulas,
su gobierno establece.
Agigántase el niño;
el farol agigántase,
y ambos cubren la noche
de un azul que es de fuego.
Arropadas de estrellas,
se prolongan las calles,
donde vela el silencio
en su mística guarda.
7
En la noche, cruzada
de humedades y olores,
los insectos se agolpan
en su fiebre de música.
Mientras roncan los hombres
con un largo ronquido;
mientras ladran los perros,
vive el niño su noche.
En las manos del niño
el farol bailotea,
derramando un torrente
que es de soles y auroras.
Nunca, nunca la muerte
matará al niño. ¡Nunca!
Su farol milagroso
fulgirá ya por siempre.
VALLE DE YABUCOA
Valle que al clima tórrido, basto y vital conformas
tus anchurosidades y tus renacimientos.
Valle que al clima ofreces tus multiformes formas;
formas de exuberancias y de desbordamientos.
Azul de radiaciones, cargado de crudezas,
de acentuación robusta, cubre tus extensiones.
Los picos que te ciñen, guardas de tus bellezas,
enarbolan su verde sobre el verde que expones.
En tu amplitud, con trazos calientes, encendidos,
con trazos decididos, brillan las palmas reales;
y, en tu silencio, impónense sinfonías y ruidos;
sinfonías de insectos y ruidos de cañales.
Anégome en tu aire de trópico, compacto,
en el que las guajanas aligeras enfilas;
y tu insondable esencia concentradora capto
en los bueyes de enormes y solares pupilas.
NOCHE DE SAN JUAN
Esta noche coruscan soles despavoridos
entre nubes monstruosas y en amontonamiento.
En la ciudad, cortada de voces y de ruidos,
vense irradiar los focos con enardecimiento.
Los buques aparecen negruzcos, irreales,
febriles, sonambólicas sus iluminaciones,
en el fuliginoso betún de los canales.
Las luces en el agua con finas reflexiones.
Su amplio fanal proyecta la farola del fuerte
sobre el mar, donde cárvase la endemoniada ola.
De orillas a horizontes, hervor blanco se advierte.
Alumbra las espumas la luz de la farola.
Música de otro tiempo desparrama la orquesta.
Ebulle el populacho, vivaz la fantasía.
Irrumpen en la noche de bullaje y de fiesta
los fuegos de artificio -fuego y policromía.
LA NEGRA MUELE SU GRANO
La negra muele su grano.
Muele su grano la negra.
Muele que muele su grano
en el pilón de madera.
La negra muele su grano.
La negra, que es mansa bestia.
La negra muele su grano
en el pilón de madera.
Y mientras que muele el grano
sus blancos dientes enseña.
La negra muele su grano
en el pilón de madera.
La negra muele su grano.
Muele su grano la negra.
El sol le toca los bronces
que por los brazos se templan.
La negra muele su grano
en el pilón de madera.
El grano -grano molido-
se torna blanca belleza.
La negra muele su grano
en el pilón de madera.
Y mueve negros y blancos
en cruda luz que marea.
Es su alegría salvaje
cuando lo blanco la llena,
cuando es el blanco el que toma
su ardiente masa de negra.
La negra muele su grano.
La negra, que es mansa bestia.
La negra muele su grano
en el pilón de madera.
SINFONÍA EN AZUL
Voy cosechando azules en el azul escueto
de la zona del trópico. Los campos, invadidos
por vegetales masas, denuncian el secreto
de abril, el de los fuertes y lúbricos sentidos.
Por tanto azul, los aires se muestran exaltados;
palpita, en expansiones gozosas, la arboleda;
y revélanse lúcidos e hirvientes los poblados,
de los que se desprende brillante polvareda.
Vibra el azul, nutrido de fuerzas y alborozos,
sobre la verde isla; Refulgen escarlatas.
Esplenden amarillos y azules. Toques mozos
tienen en los jardines las resurrectas matas.
Algunas flores, túmidas y azules sus corolas,
se inmergen en las luces magnéticas del día.
En las riberas cálidas su azul curvan las olas.
Dice el azul su aérea, compleja sinfonía.
EL VERDE TAMARINDO
El verde tamarindo bríndale al patio estrecho,
sin hierbas y arenoso, sombra ceñida y mansa;
y, dulce de amistades y años, en el techo
de zinc de la vivienda su ramaje descansa.
De los soles blancuzcos, rígidos, no se cansa
el árbol oleoso, tremador y derecho;
junto a él, el extático rumiador se remansa,
distante del propósito, del afán y del hecho.
El patio reducido goza su compañía
en la uniforme y lenta seguridad del día,
persistente en un ritmo despejado de lutos.
Me exalto cuando el árbol, en su mejor momento,
esparce por el patio caliente y polvoriento,
donde el lagarto inflámase, sus agridulces frutos.
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Última edición por Pedro Casas Serra el Miér 25 Mayo 2022, 12:37, editado 1 vez
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