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“Murena esencial”, por Concha García (La Vanguardia, 29-06-2019)
Desde hace ya algún tiempo se está imponiendo una moda que pretende capturar la poesía, sin conseguirlo. Ante ello, la voz del poeta H.A. Murena emerge como una pieza de ajedrez que deja a los peones y obvia los reinados. Nacido en Buenos Aires (1923-1975), escribió ensayos, colaboró con la revista Sur y el diario La Nación, escribió teatro, cuento y poesía. También se dedicó a la traducción -fue el primero que dio a conocer a Walter Benjamin en castellano- y codirigió la colección de Estudios Alemanes en la Universidad Monteávila de Caracas. Fue, además, un exquisito conocedor de los textos sagrados de Oriente y Occidente.
En este país es apenas un desconocido. También en Argentina estuvo olvidado durante varios años. Comenzó a tener lectores años después de su muerte. Sus libros eran compartidos en tertulias literarias en algunos cafés porteños. Ahora, gracias al cuidado de la poeta María Negroni y Federico Barea, nos llega: Una corteza de paraíso (1951-1979) (Editorial Pre-textos).
En La metáfora y lo sagrado, cautivador ensayo acerca de la metáfora, H.AA. Murena dejó escrito que cualquier humano llega, en determinado momento, a la zona en la que no hay respuestas, aquella en la que el sentido que atribuimos a nuestras vidas se derrumba. Murena sugiere detenerse, apartar los mandatos mentales de quienes nos lo dan todo pensado, elegir vaciarse ante el materialismo y la servidumbre del tiempo usado para tirar. Para ello practicaba el arte de volverse anacrónico, para poder mirar las dos orillas (pasado y futuro) y alcanzar la vida en su plenitud.
Su poesía hace que te detengas y sientas esa otra orilla de la realidad que podemos percibir a condición de no estar exasperados por lo útil. Los poemas, sin apenas sostén narrativo ni anecdótico, se dibujan en el papel forman mínimas líneas donde cada palabra cae para darle sentido a la siguiente y al final sostenerse todas formando axiomas desconcertantes, enigmas que comprendes pero no te atreves a explicar, y un ligero placer que anima a recluirse para alcanzar el estado de gracia como lectora. Como dice María Negroni en el prólogo, sus poemas son objetos solitarios, cajas de resonancia irregular, tramas donde se enlazan por un instante conceptos metafísicos con imágenes líricas.
En los primeros libros aparece la conciencia de una brevedad que ilumina los instantes como si la realidad no emanase solo de la percepción visual: “Los hongos tristes que brotan / entre el deseo y el recuerdo /es un lento y profundo golpe de mar / que de improviso abate / los viejos ropajes del corazón”. Los últimos, como F.G. Un bárbaro entre la belleza (1972) -libro original sobre poemas inventados donde el autor se desdobla en un heterónimo y a cada uno de los poemas le sigue un extenso comentario-, son fuente de conocimiento poético en una escalada de tensión nihilista, pero con música en el alma. Murena desconfiaba de las personas que carecen de ella.
El águila que desaparece, publicado el año de su muerte, es el poemario más desconcertante: “Aprieta / los pulgares / contra / los oídos / oirás / tu arroyo / que es de todos”. En esta poesía se hace evidente que hay dos tipos de lenguaje, aquel que usa la palabra entendiéndola como algo útil, ya que el progreso puede ser una forma de engaño; y el lenguaje que se abre al sentido, su ser propio a la percepción de lo que nos rodea. Sin llegar a ser poesía religiosa, viajamos de la plegaria a lo mundano. Lo dice María Negroni, “de la herida, a un esplendor todavía más alto, más triste, más sabio, al misterio de la existencia”.
Concha García (La Vanguardia, 29-06-2019)
TRES POEMAS DE H.A. MURENA:
PAISAJE DETRÁS DEL PAISAJE
La bella
copa
hipnótica.
Déjala caer
serenamente
rómpela
contra
el suelo.
Soplo
del
gran misterio
llenará
entonces
tus ojos.
NATURALEZA DEL FIN
Diálogo
somos
entre
una corza
oscura
y
el secreto
claro.
Así
el fin
nunca
en el fin
fenece.
COMO UN JARDÍN ABANDONADO
¿Por
mis amores
con el viento
del este?
Tiniebla
crece
en mi corazón.
Pero tiniebla
no es
mi corazón.
Pasa él
ella pasa
solamente
lo otro
siempre
y nunca
queda.
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“Murena esencial”, por Concha García (La Vanguardia, 29-06-2019)
Desde hace ya algún tiempo se está imponiendo una moda que pretende capturar la poesía, sin conseguirlo. Ante ello, la voz del poeta H.A. Murena emerge como una pieza de ajedrez que deja a los peones y obvia los reinados. Nacido en Buenos Aires (1923-1975), escribió ensayos, colaboró con la revista Sur y el diario La Nación, escribió teatro, cuento y poesía. También se dedicó a la traducción -fue el primero que dio a conocer a Walter Benjamin en castellano- y codirigió la colección de Estudios Alemanes en la Universidad Monteávila de Caracas. Fue, además, un exquisito conocedor de los textos sagrados de Oriente y Occidente.
En este país es apenas un desconocido. También en Argentina estuvo olvidado durante varios años. Comenzó a tener lectores años después de su muerte. Sus libros eran compartidos en tertulias literarias en algunos cafés porteños. Ahora, gracias al cuidado de la poeta María Negroni y Federico Barea, nos llega: Una corteza de paraíso (1951-1979) (Editorial Pre-textos).
En La metáfora y lo sagrado, cautivador ensayo acerca de la metáfora, H.AA. Murena dejó escrito que cualquier humano llega, en determinado momento, a la zona en la que no hay respuestas, aquella en la que el sentido que atribuimos a nuestras vidas se derrumba. Murena sugiere detenerse, apartar los mandatos mentales de quienes nos lo dan todo pensado, elegir vaciarse ante el materialismo y la servidumbre del tiempo usado para tirar. Para ello practicaba el arte de volverse anacrónico, para poder mirar las dos orillas (pasado y futuro) y alcanzar la vida en su plenitud.
Su poesía hace que te detengas y sientas esa otra orilla de la realidad que podemos percibir a condición de no estar exasperados por lo útil. Los poemas, sin apenas sostén narrativo ni anecdótico, se dibujan en el papel forman mínimas líneas donde cada palabra cae para darle sentido a la siguiente y al final sostenerse todas formando axiomas desconcertantes, enigmas que comprendes pero no te atreves a explicar, y un ligero placer que anima a recluirse para alcanzar el estado de gracia como lectora. Como dice María Negroni en el prólogo, sus poemas son objetos solitarios, cajas de resonancia irregular, tramas donde se enlazan por un instante conceptos metafísicos con imágenes líricas.
En los primeros libros aparece la conciencia de una brevedad que ilumina los instantes como si la realidad no emanase solo de la percepción visual: “Los hongos tristes que brotan / entre el deseo y el recuerdo /es un lento y profundo golpe de mar / que de improviso abate / los viejos ropajes del corazón”. Los últimos, como F.G. Un bárbaro entre la belleza (1972) -libro original sobre poemas inventados donde el autor se desdobla en un heterónimo y a cada uno de los poemas le sigue un extenso comentario-, son fuente de conocimiento poético en una escalada de tensión nihilista, pero con música en el alma. Murena desconfiaba de las personas que carecen de ella.
El águila que desaparece, publicado el año de su muerte, es el poemario más desconcertante: “Aprieta / los pulgares / contra / los oídos / oirás / tu arroyo / que es de todos”. En esta poesía se hace evidente que hay dos tipos de lenguaje, aquel que usa la palabra entendiéndola como algo útil, ya que el progreso puede ser una forma de engaño; y el lenguaje que se abre al sentido, su ser propio a la percepción de lo que nos rodea. Sin llegar a ser poesía religiosa, viajamos de la plegaria a lo mundano. Lo dice María Negroni, “de la herida, a un esplendor todavía más alto, más triste, más sabio, al misterio de la existencia”.
Concha García (La Vanguardia, 29-06-2019)
TRES POEMAS DE H.A. MURENA:
PAISAJE DETRÁS DEL PAISAJE
La bella
copa
hipnótica.
Déjala caer
serenamente
rómpela
contra
el suelo.
Soplo
del
gran misterio
llenará
entonces
tus ojos.
NATURALEZA DEL FIN
Diálogo
somos
entre
una corza
oscura
y
el secreto
claro.
Así
el fin
nunca
en el fin
fenece.
COMO UN JARDÍN ABANDONADO
¿Por
mis amores
con el viento
del este?
Tiniebla
crece
en mi corazón.
Pero tiniebla
no es
mi corazón.
Pasa él
ella pasa
solamente
lo otro
siempre
y nunca
queda.
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