PUERTO RICO
POESÍA SOCIAL
BEATRÍZ SANTIAGO IBARRA
ARTÍCULO DE OPINIÓN
por
Ylonka Nacidit Perdomo | 18 de abril de 2016
Beatriz Santiago, “el amor nos dura, el tiempo que el desamor quiera”
Cont.
Nadie sabe el origen del amor, el corpus de ese “algo” sobrenatural, de esa convocación cognitiva cercana a lo bello, y a lo que no se posee, pero que se desea poseer. Pero, ¿qué es el amor para el ser, para el sujeto femenino como hallazgo o suerte, como idea de un “mar de dulzura” o “mar de belleza”, como objeto de visión y objeto de pensamiento? ¿Cómo obtener una valorización estética de ese Eros que adviene de súbito, que aficiona a la enamorada a ennoblecer el objeto visible, como ascenso o avance al cuerpo donde se manifiesta en amplitud la pasión amorosa?
Beatriz Santiago como una poeta de amor de eminente aliento storniano, nos dice, del amor que: “…sexo débil y fuerte, éramos todos los sexos en uno”. [7]
¿Acaso sea Beatriz, luego del intimismo neorromántico de Carmen Alicia Cadilla y del erotismo singular y pasional de Clara Lair, la escritora cuyo marco cognoscitivo y perceptivo sobre el amor es una impresión subjetiva deseante y registro pulsional de lo que se vuelve un poder evocador? ¿Acaso es ella, quien trae consigo un erotismo poético de experiencia vitalista, de grandes reclamos hacia el amante cuando le dice: “tú no puedes vivir a mi lado”; lo cual le permiten su mayor reconocimiento de mujer y el descubrimiento de su cuerpo?
Beatriz Santiago En el silencio de las desgarraduras está, no obstante, encerrada, aprisionada, en un amor erótico nominado por sus “soles quemados”, por sus “inmensas horas ocultas de caricias”, por el “sexo tibio y tierno”, por el “cuerpo-isla”, por sus “senos de aceite”, “en el pistilo de la flor invisible”, porque un día sus ojos crearon cielos nuevos en los de su amante.
Ella siempre es el sujeto hablante de su experiencia erótica, combinando resonancias verbales con una metaforización que crea un mundo de una sola cara. Sin embargo, algunos textos denotan una compleja contradicción en el sentimiento amoroso, porque la autora trama una visión de idealización y una visión de decepción a la vez.
Existe en su obra una confrontación de negación y presencia de carácter flotante, ascendente y emergente de su ilusión, cuando ella se confiesa como “un ave moribunda” y herida, “cuando se (le) cae el hombre necio de Sor Juana Inés…”, o cuando expresa que la razón de (su) mayor desgarradura, es la locura de no tener (lo). Sin embargo, el sujeto hablante En silencio de las desgarraduras conoce este signo contradictorio que hace visible, no explícito, porque su memoria ama y no olvida, en constante flujo y reflujo.
El amor ha sido transformado por Beatriz Santiago en un mito poético eufórico y disfórico; lo recrimina, lo transmuta, hasta empujarlo, al decir de ella, al “décimo cielo donde habita Dios”. El amor para Beatriz no es fragilidad. Es un tema de los mejores para registrar en la corbata de un lunes “una ciudad donde reina la calma” o la soledad, refiriéndose al amante o al “viejo amor, macho y posesivo”, “que has sostenido sin motivar esta rosa”. Aunque pareciera lo contrario, es el amor para ella, una enajenación, un monstruo que le seduce a jugar el juego del amor, convirtiéndose él en el otro, en el sujeto que la encierra, que la corroe a contrapelo y que está en retirada cuando se disuelve finalmente el objeto individual de su amor.
Siento que Beatriz ha estado en medio del amor, subyacente de él, y del ámbito de su totalidad, pero no específicamente privilegiada para disfrutarlo, sino -tal vez, a veces- como sujeto evocador y contemplativo, disolvente de su avasalladora belleza que silencia como una sinfonía “los gritos de (su) alma”. [8]
Sé que el lenguaje es una piedra circular, una metáfora momentánea que inmoviliza los fantasmas. La poesía no sé si es una montaña de ceremonias con siglos de viento, y que, acaso, la mujer es como la tarde y sus labios de humedad: distinta y única, llena de significados y sonidos.
Tal vez el asombro, que entretejió el firmamento, fue para despertar a la mujer a la realidad sentida y disipada, para que sus ojos leyeran sobre el estanque los símbolos del miedo.
En las vasijas del tiempo la mujer-poeta tiene una blanca conjura, cuya curiosidad inunda con una flor rojeante y telúrica. Hoy creo sentir una larga danza que se extiende alrededor, una hora distinta con una multitud de lluvia: es la visión de que en todos los peñascos del universo está el dulce oleaje de la poesía de Beatriz Santiago.
NOTAS
[1] Beatriz Santiago Ibarra (1949) nacida en San Juan (Puerto Rico) estudió Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico. Ha publicado cuatro poemarios: Siembra para no decir adiós (1970), Versos de anafre a mi abuela (1975); las novelas El asesinato de Casandra Ramírez (1991), y El último centauro (2006), la colección de cuentos infantiles Julia (1989), los poemarios En el silencio de las desgarraduras (1991), y Tránsfuga de mi existencia (1991), entre otros.
[2]Poema “En el silencio de las desgarraduras II”. Beatriz Santiago Ibarra En el silencio de las desgarraduras (Bayamón, Puerto Rico, Editorial Coquí-Zahorí, 1991): 13.
[3] Ibídem, “Mujer de muchedumbre solitaria”, 23-24.
[4] Ibídem, “Dime, mi amor”, 38.
[5] Ibídem, “Lo que puedo decir”, 42.
[6] Ibídem, “No te he dicho”, 10.
[7] Ibídem, “Esta hendidura de silencio homicida”, 20.
[8] Ibídem, “Sinfonía conclusa, 47.
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