TOMO II
Segundo período: Juventud
Su memoria
(cont.)
Y atmósfera, y perfume de deidad,
Como deidad la miro allá en su altura
¡Cada vez más, de mi pasión... lejana!
Que no es dado tener al alma humana
Con seres de otra esfera, sociedad.
Y solo yo en el mundo, ella en el cielo,
Fatiga mi vivir, no le acompaña:
Véla con mis delirios cuando velo;
Ocupa, si medito, mi razón.
Y mi sueño febril acecha, y viene
Solitaria a la orilla de mi lecho,
Férrea mano a posar sobre mi pecho,
Que no deja latir mi corazón.
Sobre él entonces un recuerdo pesa,
Como si un mundo entero le abrumara;
Cual si inmensa una lápida, una huesa
Desplomara sobre él la eternidad.
Memoria de un placer nunca sentido,
Memoria de deseos sin objeto,
Memoria atroz que el corazón inquieto
No osa creer memoria de verdad.
Que no es entonces la visión radiante,
Que cruzó por la esfera de mi vida,
Un día, que su angélico semblante
De inmortal resplandor la iluminó.
Que no es aquel mirar en que brillaba
El astro al fin de mi tormenta oscura,
Y un nombre ¡ay Dios! que el cielo no escribió.
Que no es la aérea, arrebolada nube,
Del aura entre los árboles mecida,
Sílfida, que del Prado lenta sube
Entre sombras y gas, y aroma y tul.
Que se desliza y pierde ante mis pasos,
-Sólo un mirar dejándole a mi noche,
Robado a los cristales de su coche,
O de los pliegues de su manto azul.
No es genio de esperanza y de consuelo
No es la visión de un porvenir de gloria,
El éxtasis purísimo del cielo,
El amor, la virtud y la beldad.
¡Todo esto fue su vista! y su memoria
Es la imagen de espanto que me oprime;
-El triste acento que incesante gime...
¡Desengaño, despecho, soledad!
Tal flotar la miré sobre mi frente,
Crespón de luto funeral colgando,
Lanzarme su mirada indiferente,
Y a su región retroceder veloz.
Y un punto en mi frenética congoja
Fuerza y valor cobrando del despecho,
La mano alzando del helado lecho,
Así su manto, y la llamó mi voz.
-«Tente, clamé, no busques esa altura
Dó contigo no vuela el alma mía;
¡Sé en imagen, al menos, mi ventura!
(¡Era tu imagen más que otra verdad!)
»Y aunque de luto y de terror vestida
Tu fantástica forma viene ahora,
Aún ese luto y era muerte implora
Como el supremo bien, mi soledad».
«¿Por qué, dime, enojada, a mi deseo
Martirio tornas mi única esperanza?
¿Por qué el solo recuerdo que poseo
En vértigo me agita y convulsión?
¿Por qué a tu paso, antorcha de mi vida,
La sangre de mis venas siento helada?
¿Por qué al clavarme esa fatal mirada,
Sangre destila herido el corazón?»-
Víla a este acento estremecer el suelo,
Y severa plantarse y silenciosa;
Vi al viento de la noche alzar su velo,
Y su aureola fosfórica apagar.
Dura sentí su túnica ondulante,
Fría mi mano que su borde asiera;
Cual si mi voz maléfica pudiera
Su vaporoso ser petrificar.
¡Sí, la misma visión, pero de roca!...
(cont.)
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