José Manuel Caballero Bonald (1926-2021)

José Manuel Caballero Bonald



NO MOLESTEN, POR FAVOR
……………
De descrédito del héroe

.....(Quel mensonge dois-je tenir?
......RIMBAUD)

Ilusoria cautela de los días
a solas, cuando todo
dormita en las inmediaciones
de la imaginación y nada
se filtra entre la oscuridad
y los ojos cerrados, hasta
que de repente se interrumpe
el turno de la inercia
y el soñoliento se levanta
con el horror de haber oído
su nombre.
¿Ignora quien así
se empecina en ser cómplice
de tanto intempestivo comisario
de la razón, que nadie será nunca
capaz de disuadir
al que prefiere equivocarse solo?

José Manuel Caballero Bonald



DOCUMENTAL
De Pliegos de cordel

Un decorado basta
para manchar la vida. Puede
ser que las cosas no sucedan
así, que las veamos ajenas a su propio
poder de persuasión desde el precario
ardid que como espectadores
nos exigen y que no sea
más que un espejo deformante
quien realza hasta el asco la copia
de la fe. Pero aquello que el ojo testifica
frente a la representación
del genocidio, las inmundas
referencias graduales
de los hechos, la lóbrega escombrera
de algo terrible que ocurrió
una vez, van socavando
la personal capacidad
de crédito, la atroz
reconstrucción de lo inhumano,
y nunca ya dejamos de ser parte
de aquella repulsiva inquietud
que resquebraja el fondo
de la historia.
Así, sin más
comprobación que la que suministran
los cómplices valores, la insufrible
frontera del dolor, en la butaca
del cine, frente al libro
implacable, mientras las nóminas
de los torturadores, los decretos
del exterminio de una raza, trazan
sus mandamientos y hacen turno
para activar la ejecutoria
del espanto, entonces,
la crédula conciencia del testigo
araña la madera y el papel,
se encarniza en el pecho como un ácido
y salta ya del otro lado
de las infectas leyes, rompe
la luz, la letra, escupe
en la cara del mundo, entra a saco
en la vida, maldice la virtud.

Cayeron las sangrientas imágenes encima
del estertor de la pantalla,
gangrenando hasta el último muñón
de la verdad, hurgando con sus garfios

en lo más irredento de mi propia
vergüenza de vivir. El espeluzno
de la abyección sin nombre: trozos
de piel humana con tatuajes
decorando cuarteles, fetos
amontonados como latas vacías, rostros
informes fermentando en medio
de gases nauseabundos. Auschwitz,
Treblinka, Brunswick, Bergen-Belsen,
muros de Dite, ciénagas de Estigia,
la toponimia del terror: huesos abriendo
fosas, mutilados despojos, ojos
de niños, ojos de niños
ya sin muerte siquiera, grumos
de ojos con el vidrio en vilo,
inhibidos, horribles, espasmódicos,
sin orbitas de humano, desorbitadamente
abiertos, ya reos de estar vivos,
apiñados en zanjas, en boquetes,
asomados a cuencas
sin pupilas. Y en el seco cristal
de cada ojo, el gueto,
el horrendo almacén de tantos
ojos, de tres generaciones de ojos,
de dieciséis millones
de ojos.
¿A quién le pediremos
cuentas, qué tribunal podría
purgar la podredumbre de la historia?
¿Para qué tantos símbolos
de fraudulentas crónicas de fe?
Nadie tan inhumano que represe
su pensamiento y juzgue
distribuyendo la justicia en códigos
frente a tantas fatídicas culturas,
repugnantes banderas.
Inmortales
los crímenes, ¿clamamos todavía
a los falaces dioses
para que miserablemente
restituyan al tiempo su ignominia,
diriman el horror? ¿Somos los mismos
que en la asamblea de los fratricidas
exigieron los yugos de la paz
e inicuamente promulgaron
la capitulación de la venganza?
¿Merezco yo gritar mientras escribo
sin saber hacia quién, cómplice
de mi propio atestado, y se me llena
de impune virulencia la razón?

José Manuel Caballero Bonald


ESTANCIA DEL INDEFENSO
De pliegos de cordel

¿Acaso tú elegiste
esta inmundicia como habitación
estable? ¿Vivías aquí
con anterioridad
al hosco, al sanguinario asedio
de la tribu?
Una grieta
voraz, un virulento edicto
en las paredes, una última
sombra beligerante, instauran
ya para siempre
la sedentaria estirpe del apátrida.

José Manuel Caballero Bonald


COMPOSICIÓN DE LUGAR
De pliegos de cordel

Equitativo es recordar ahora
entre otros varones si no claros,
translúcidos, a aquel
en quien solían coincidir los síntomas
más mortecinos, y no precisamente
por su viscosa calidad
cutánea sino por su manera
de ir empalideciendo a trechos
según las graduaciones del encono.

Benjamín insaciable
entre penosos contertulios, fue
en sus varios servicios reputado
de discreto: cumplió
con severa obediencia reiteradas
misiones de recepcionista, supo
supeditar su vocación de edil
a la de ujier, recibió
recompensas, no pernoctó en hoteles.

Nadie intentó jamás atribuirle
innecesarios viajes, gastos,
coitos, indumentarias. Tuvo
no obstante ocasión de mostrar
algún notorio cambio de conducta:
permutó lo mezquino por lo parco
y si antes pusilánime después fue temeroso.

Equitativo es recordarlo: aún
persevera su ejemplo, acaso porque nunca
se permitió licencia alguna sin guantes,
aunque es fama
que utilizó las manos hábilmente
para desabrocharse
y escribir sus informes en el polvo.

José Manuel Caballero Bonald



CUERPO ENTRE DOS
De Las adivinaciones

Hablarte es darle origen divino a mi palabra
porque tú permaneces aunque pasen los cuerpos,
porque mi incauta boca,
nacida para un nombre que en sombra se termine,
nacida para arder entre sospechas,
para llamar en vano de algún modo a la vida,
yo sé que no podría apresarte en la voz.

Mi boca no podría
en su mundo cercado con ecos de preguntas
hablarte, pronunciarte, decirte amor tan sólo,
sin prestarle raíces de dios a mi palabra,
porque tú no te acabas en presencia,
eres también caricia o apretada ternura
o nada más que un gozo de sentirme temblar
más dentro en tu mirada,
cuando ya no te tengo con tu peso de amor
caída entre mis brazos
y sin embargo existes fluyendo de mí mismo,
dejas incertidumbre en rastros indelebles
y nunca ya podrá mi soledad serlo del todo,
pues tu cuerpo, esa contigua posesión recóndita,
no se acaba entregándose,
se queda en siempre, en un tangible azar sin treguas,
en un latir sin treguas sobre mi pecho,
y es como el mar, que huye victorioso ,
que acude derrotado, para otra vez alzar
su lucha inacabable, su efímera obediencia,
en un morir naciendo cada hora,
vencido y vencedor al mismo tiempo.

Oh, amada, cuerpo entre dos, hablarte
es fijar en la tierra sus lindes de alegría,
arrebatar sus légamos a mis labios serviles,
es tañer el silencio con un sonido nuevo,
con un sonido igual al que tendría
una creación que en derredor vibrase,
que estuviese vibrando en mi palabra
para que nunca ya nombrar del mismo modo
a otro ser, que no tú, mi voz pudiera.

José Manuel Caballero Bonald



SOY MI ENEMIGO
De Las adivinaciones

Vino a buscarme mi enemigo: ven,
recuerda el rostro aquel, la idolatrada
sangre que desde el fondo lo encendía,
el brazo simultáneamente puro
y abyecto, los movimientos sedosos
del insumiso cuerpo atribulado.

Recuerda aquella llama fugitiva,
el origen inmundo de lo limpio,
la incrédula razón, la venenosa

rebeldía secreta, la inclemente
pasión de aquella paz encarcelada.
Recuérdalo, no puedes regresar
al vacío: distinta es ya la vida.

No olvides aquel gesto, aquella carne
absorta ayer y ahora más absorta,
las trampas del recuerdo, los activos
sueños mil veces truncos y otras tantas
a su propia ansiedad encadenados.
No es posible que olvides. Vierte, expande
en tu memoria aquel confinamiento,
busca otra vez en las estribaciones
inciertas del pasado, vuelve
a ese tiempo de lívidos contornos
donde el amor, la pesadumbre, el cómplice
cuerpo entregado, el miedo, la inminencia
de la felicidad, la trayectoria
de azogue del deseo, perpetúan,
juntan dentro de ti la inagotable
prisa de lo vivido, esa impaciencia
que a tu propio mañana se anticipa
y no podrá cumplirse mientras ames.

Recuerda aquella llama fugitiva,
el origen inmundo de lo limpio,
la incrédula razón, la venenosa

rebeldía secreta, la inclemente
pasión de aquella paz encarcelada.
Recuérdalo, no puedes regresar
al vacío: distinta es ya la vida.


Yo no tengo palabras para expresar las emociones que Caballero Bonald despierta en mí.

Gracias, Lluvia.

Te entiendo, es algo indescriptible. Me recuerda cuando leía a Bousoño, o, a Elvio Romero, o...
Son buenos transmisores de sentires y es por eso, que no me canso con su poesía.
Gracias, Pascual y sigo...

José Manuel Caballero Bonald



LO QUE DEJA EL OLVIDO
De Las adivinaciones

Si el necesario olvido,
como el contagio de una llama,
tanto más cruento cuanto más tangible,
anuda sus tercos tentáculos
en la benevolente orilla de tu alma,
no lo dejes huir, acógelo
entre los muros que te cercan,
búscale un sitio dentro de tu sueño,
jamás le opongas resistencia alguna
ni esquives su agresión con tu memoria.

Más si el olvido aquel, como el aliento
del salitre en las rocas, interminablemente
vuelve a surgir al par que escapa
y entre las grietas de los años deja
el sedimento puro de cuanto fue preciso
vivir, de aquello que quizá
constituya la base y el reducto
de la esperanza humana y es la vida
(precisamente ella)
quien está convirtiéndolo en historia,
alza entonces contra el posible olvido
todo el poder que te concede
tu propia libertad, quebrántale
sus torrenciales cláusulas al tiempo,
que en la enterrada cifra
de todo lo vivido, su propio dardo oscuro
será tu más gustosa recompensa.

José Manuel Caballero Bonald



TODO LO QUE HE VIVIDO
De Las adivinaciones

Todo lo que he vivido, todo
lo que he salvado vigilantemente
del feroz exterminio de los días,
todo cuanto yo fui, hoy os lo ofrezco,
ojos que seguiréis el rastro de estas letras,
pechos que olvidareis mi condición de crédulo,
mi modo de vivir, todo os lo doy ahora
lo mismo que os daría mi palabra final
en su declinación de certidumbre única.

Es mi memoria lo que os pongo
en las manos, cuanto conozco mío:
la integridad perpleja de mi vida, también
la vida de los otros hecha a mi semejanza,
apenas la profética ceniza
de un tiempo ardiendo entre furiosos raptos,
bajo la servidumbre de intolerables leyes.

Cada día y su huella, cada amor que me hizo,
fulgen aquí, combaten, me atestiguan,
restañan todavía sus agrietados bordes,
erigen su verdad de igual manera
que un hombre sólo funda cuando ama.

Desde mi propia duda, desde
la libertad de estar viviendo, desde el fondo
de quien aprende cada día
a renunciar al tiempo,
traigo mi voz y su holocausto,
la diaria historias de mis conjeturas,
para que no esté sola mi palabra,
para poder vivir quizá
desde el merecimiento en que la creo.

José Manuel Caballero Bonald



POEMA EN LA ESCRITURA
De Las adivinaciones

Y de pronto está solo, ajeno: ya no es mío.
Tiene rasgos que suenan a mi vida, más no es mío.
Se me fue disgregando, desgajando del pecho
como un agua sin bordes que cayera en lo hondo,
como un foso apagado que empezó siendo llama.

Corre sin mí, no es nada mío ya,
no le sirve mi sueño. Puja entre muros que son sombras,
entre zanjas que están detrás del mundo.
Nadie lo mira acaso. Tanto que me acuciara
por dentro de la fe y luego entre los labios
como un filo de luz, como un ala aturdida
que era de amor y era de lumbre mía muda,
tanto que me acosara y ahora está solo, anda
sin la voz que lo hizo, sin nada que lo avale,
ajeno a mis dominios interiores,
quieto como una efigie pasajera
sobre la fría hechura de un papel que se olvida.

Está aquí palpitando aún mientras se aleja,
así una herida que sin pertenecerme me corroe.
Vive exento, su azar entre las cosas,
entre bultos con nombre de extensión familiar,
entre aquello que quise yo haber sido,
entre mi propia desnudez que en lo oscuro se arropa.

Acaso ya no sirva para que un llanto se restañe ,
para que una muchacha aprenda a ser feliz,
para que un hombre a quien ignoro me conozca.
Acaso alguien le mire, lo comparta,
lo sienta entre sus manos, lo apoye con su sueño,
y sienta que es igual que un rio
que dentro de él le mana y se le agolpa
en los cauces secretos de la vida,
mostrando aquello, aquel agua, el alma mía,
que mi sueño convoca en vez de dios.

Detrás de su imposible orilla vibra
todo el odio, la lucha, el desamor del mundo,
y toda la alegría, lo que boga y es puro y es feliz,
lo que al final es letra que no se olvida nunca:
la memoria del hombre, los ojos que algo esperan,
la destrucción de un cuerpo volcado sobre otro.

Toda la vida allí deriva, canta,
se nutre y se deshace, se congrega y se inmola,
y como el niño que se queda detrás de nuestro cuerpo
y fuimos él y somos él aún, más libres y convictos,
tal un papel se nos distancia,
se nos desune al convertirlo en voz,
viviendo por virtud de su propia codicia
el vínculo inmortal que asocia a los humanos.

José Manuel Caballero Bonald



SIGNOS FAVORABLES
De Memorias de poco tiempo

En medio de la noche oigo
la vigilia ritual de la naturaleza,
el fragor de los turnos vegetales.
Desde las nubes migratorias viene
fraguándose la costra del verano,
la rezumante oferta de la tierra.

Estoy solo en el tiempo.
(Mi porvenir no existe.)
Ornamentales aguas tejen
las cautelosas mallas de la noche.
Siento el furioso afán de haber vivido
sin saber que vivía y no me pertenecen
mis holocaustos vanos, ni las otras verdades,
ni la fugacidad de tantos sueños.
(Si pudiera volver cuanto yo soy
sólo al amor que fui, a su impostura.)

De pronto hallo en mí mismo el instrumento
que irá remunerándome de todo lo perdido:
es la conflagración de la esperanza.
Oh pasajero vaticinio, arma ciega de nadie,
que en el nocturno estrago deposita
la imposible renuncia de los años.

(Alguien canta en lo oscuro y me parece
que es mi olvido quien canta, que algo existe
en esa voz que es mío y me desprecia.)
Como la lluvia en un espejo, inerte
ya la imagen del desertor que he sido,
la noche me circunda de acechanzas.

Mi memoria es la voz del campo junta
y otra vez la esperanza allí me tienta.
Bajo las ramas de voluble encanto,
miro mi soledad surgir de nuevo:
los signos favorables le dan vida.

José Manuel Caballero Bonald



ALQUIMÍA DE LA CERÁMICA
De Memorias de poco tiempo


En estas cavidades se amotina
la vida, bullen formas
naciendo. ¿No las sientes
pujar, surgir de súbito
entre volutas, ondas
concéntricas de asombro, rastros
de chorreantes combustiones?

Detente, caminante: asiste
a la transmutación sexual
de la materia, luciérnagas que fluyen
desde el caos al orden, sombras
que gesticulan, vociferan
por sus incandescentes rudimentos.

Objetos son de amor
estos reductos, diseminan
la luz y la reagrupan
mientras recobra el barro
la borrasca primaria de su fuego.
Ya está en vilo la vida: irrumpe
del fondo placentario de los hornos.

José Manuel Caballero Bonald



VENGO DE SER UN CUERPO POR EL MUNDO
De Memorias de poco tiempo


Vengo de ser un cuerpo más
entre los utensilios del deseo,
vengo de recordar las mismas cosas
que hoy me hacen caer hacia el olvido:
la imagen del amor, sus atajos desiertos,
la vida que en su cárcel permanece,
el desdén que primero fue ansiedad,
la mano que acaricia después de haber herido,
la afirmación de un tiempo que a sí mismo se niega.

Soy sólo mi pasión, mi transitoria
libertad.
…(Es la hora fugaz de los indicios
donde confluyen fuegos apagados.
Mi memoria contempla una oquedad sin nadie
en el sitio en que fui quien nunca he sido.)

Nombres y nombres zanjan mi recuerdo:
nombres que amé sin tregua en la comarca
de mi furia nativa, nombres de ciegos ojos,
nombres con su hermosura y su veneno, nombres
de habitables rincones, nombres en fin que insisten
desde mi corazón y registran mis años.

No sé como reunirlos, devolverles
lo que ellos me han dado, saber en qué consisten
cuando se juntan dentro de algún cuerpo.
Sin ellos no soy nada y con ellos pervivo
en las fragosidades estables del deseo.
Contiguos o distantes, sus emblemas
comparecen por último en la sombra,
me emplazan a vivir según me obligan
los imborrables turnos de esos nombres.
No el olvido, la muerte es quien los salva.

Vengo de ser un cuerpo por el mundo.

José Manuel Caballero Bonald



FRONTERA DE NARCISO
De Memorias de poco tiempo

Hacia una pasión desconocida voy.
No sé cómo alcanzarla, de qué forma vivirla.
Terribles por oscuras sus señales
se vaticinan con mudable engaño
cuando a su encuentro mi esperanza guio.

Herméticos, tenaces, corrosivos,
vienen y van sus rastros por mi cuerpo.
Su mismo nombre de pasión me llena
de afán contradictorio y de ansiedad.
Sé que jamás podré rendirla
porque está rebasando las fronteras del tiempo
porque no existe amor que la vislumbre.

Lejos de mí, poblando
sueños que no conozco, innominadas vidas,
deseos sin posible valimiento,
anuncia la pasión sus turbulentas fases,
y me invade, me tienta, me seduce,
me miente con su máscara impasible,
y voy a ella exento y la doblego
y falazmente me cautiva siempre
porque es mentira el cuerpo en que se entrega.
Incorporado a ella, me es extraño
su posesivo rostro y soy yo quien suma
desconcierto a sus sombras. Interminablemente
la buscaré sabiendo que me busco a mí mismo.

José Manuel Caballero Bonald




UN LIBRO, POR EJEMPLO
De Memorias de poco tiempo.


De parte a parte rotas, como un puente
baldío, hojas
que fueron luz, hoy yacen ciegas,
desprendidas del sueño al que se asían,
bajo el ojo feliz que las juntara.

Germen de un día, qué rebelión urgente
volcó en el tiempo, en su precario hondón
de constante ruindad.
Las letras,
las palabras, rasgos perecederos,
con su luz momentánea, con sus frágiles nudos,
perdidas ya en un rapto de sospechas,
nada proclaman, ningún deseo fundan,
envolturas de un aire sin su mundo.

El libro aquel reposa en la madera
podrida de los años, convive acaso oscuramente
con el ávido sueño que en su fe se reclina.
Qué movimiento borrascoso
surge implacable desde el semillero
que se aferra a sus bordes, qué trámites de olvido
reducen a indigencia cuanto fue patrimonio
de un combativo pecho que lo irguió con su vida.
Una mano lo toca y se estremece el tiempo.
Se escucha allá en su fondo el vibrante estupor
de las cautivas hojas impregnadas.
(El libro está viviendo por virtud de esa mano.)
Después, palabra tras palabra,
piedra tras piedra, empieza a derrumbarse.
Ya es un eco en lo oscuro: lentas
sombras lo arrasan, ácidos del vacío
lo contagian de cautelosa herrumbre,
de erosión que primero fue entereza.

Un libro es un amor: un sustantivo mundo.
Lo no existente allí se transfigura.
Y al fin de su codicia es sólo amago
de caduca verdad, barrunto de evidencias,
reconstrucción de indicios cercenados.
Sólo se salva aquel que ya nació intangible.

José Manuel Caballero Bonald





ENTRE TODAS LAS MANOS
De Memorias de poco tiempo.

Entre todas las manos, entre
todas las vidas de esas manos,
hay una que se yergue
con su injusta ambición sobre el pecho del hombre
y allí lo sobrecoge y lo desplaza,
siervo del poderío de su estirpe,
hacia la esclavitud de los trabajos miserables.

Esa mano está sola y nadie
puede vencerla, reducirla, huir
de su bronco dominio. Es una mano
impávida, cubre la tierra con su imperio,
oprime con su giro unitario
la libertad del mundo, sus estancias más frágiles,
rige el orden sombrío de la vida indefensa.

¿Qué majestad la funda, en qué razón se esconde?
Ya invisible de inmenso, su poder se delata
por su propio castigo, tal la ira de un dios.
Allí hunde el designio de unos labios,
allí cautiva el sueño de la inerme criatura
y allí también regula el transitar
del amor y su furia, de la belleza y sus batallas,
de todo cuanto vive en trance de rehacerse.

¿De dónde vienes tú, perenne asedio,
mano infamante, germinal presagio,
qué me quieres luchando contra mí,
salvándome o atándome a la muerte,
cómo procuras desde tu acechanza
establecer el ciclo de mis sueños,
suplantar mis herencias, asumir la orfandad
de mi oscura esperanza transeúnte?

Nivel de amor de mi conciencia,
su propia hostilidad vela mis días,
los reduce a su cifra más gregaria
y acabará amarrándolos a una inútil verdad.

José Manuel Caballero Bonald



BLANCO DE ESPAÑA

De las horas muertas



Escribo la palabra libertad,
la extiendo
sobre la piel dormida de mi patria.
Cuántas salpicaduras, ateridas
entre sus letras indefensas, mojan
de fe mis manos, las consagran
de olvido.
¿Quién sacrificó
por quién?
Tarde llegué a las puertas
que me abrieron, tarde llegué
desde el refugio maternal
hasta el lugar del crimen,
con la paz aprendida
de memoria y una palabra pura
yerta sobre el papel amordazado.

Blanco de España, ensombrecido
de púrpura, madre y madera
de odio, olvídate
del número mortal, bruñe y colora
los hierros sanguinarios
con las ciegas tinturas del amor,
para que nadie pueda recordar
las divididas grietas de tu cuerpo,
para escribir tu nombre sobre el mío,
para encender con mi esperanza
la piel naciente de tu libertad.

José Manuel Caballero Bonald




LA EQUIDAD DE LA MAÑANA

De las horas muertas



Reo de sus actos, el cuerpo
yace convicto al borde
de su propia caída, mientras
la voluntad, ya confesión inerte,
va devorando su veneno,
carne ultrajada donde
el tiempo es ya su único testigo.

Cercana al lecho hostil, la música
del día, leve
como el placer, estrena
su purificadora luminaria.

El cuerpo entonces, todavía
con el lastre del barro ardiendo
entre sus baluartes, busca
la luz, las bridas del castigo,
se arrastra hacia su propia
misericordia sofocante
y lava su inmundicia con el chorro
de la equidad de la mañana.

José Manuel Caballero Bonald




LA CUEVA DEL SIURREL

De las horas muertas



¿Me equivoco al entrar?
Junto al cobalto
súbito, del ocre al verde, tiento
la pared de la cueva. Cae el agua
hacia el vidrio, allí la arcilla y el metal,
las cautelosas láminas del liquen,
se juntan y decantan.
¿Es ésta
aquella piedra dolménica
de Joan Miró, aquella Piedra Escrita
de Fuencaliente, lívida flor calcárea
que brota perpetuando
el argumento azul de la materia?

Penetro más abajo, llego
a la galería del siurell: hachas,
arqueros, nervaduras
y el caballito aquel donde resuenan
vientos de Covalanas y Altamira.
Pasan sombras de ídolos. La roja
estría líquida del aíre
se funde en la cultura
mineral de los óleos. El orfebre
del yeso, el timonel, el hombre-árbol,
¿qué límites, recintos, geografías
restituyen al mundo, tributario
orden de la creación, pura reliquia
del silencio?
...........I les altres paraules?

Ahondo roca a roca. Última
cámara, imán del sortilegio, dime
qué alumbras, dime en qué redoma
reciennace el color, se expande el humo
de la alquimia rupestre, restañando
el agua con el fuego.
Lasca de sílex,
silbo sabiendo a tierra, cavernario
sarmiento entre los grumos
blancos de Marratxí, crucial
cometa libre de la infancia.

No me equivoco: entro
en la séptima cueva lo mismo que en el día
inaugural del mundo. Allí
reconstruyen las formas su cimiento,
se reintegra a sus astros la materia,
libra la realidad
sus furiosos litigios contra el sueño.

José Manuel Caballero Bonald



EN LA HORA PROPICIA

De las horas muertas


En la hora propicia, el solitario
recuenta su esperanza con la misma avidez
que el avariento sus monedas.
No se equivoca nunca la memoria
del que no puede preguntar. La noche
despojada, lo abolido del mundo,
penetran libres hasta el propio centro
del abandono, mientras van los días
gastando su caudal y la tiniebla
furtiva del ayer ronda el recinto
que ocupara la vida.
El solitario
espera aún, se vuelve hacia su propia
libertad despoblada. Los errores
limítrofes, las medianeras culpas
regresan a ser pasto del silencio.
Nadie le dice la palabra. Bajo
la despreciable paz, el tiempo mudo
brota como la flor de la codicia.

El solitario entonces acrecienta
su acopio de esperanzas, colma el yermo
claustro del corazón con su memoria.
Escrita está la cifra del indulto:
mengua su libertad aquel que olvida
que es su propio recuerdo quien lo salva.

José Manuel Caballero Bonald



LA FUNESTA MANÍA DE PENSAR

De pliegos de cordel


No podía, de pronto, rechazar
la costumbre, correr
a la deriva hacia el rincón
contrario.
Mientras iba
sintiéndome cada vez más distante
de la gregaria educación, del rito
divisorio entre buenos
y malos, cotejaba
mis primeros instintos
de rebeldía con mi propia
conciencia juvenil
de frustración.
Creía
invariablemente en muchas cosas
que hoy apenas son indicios,
referencias más bien
inexpresivas de algo
que (queramos o no)
condicionaba nuestra única
manera de aprender.

Pero la abulia, la funesta
manía de pensar, el lastre
de aquel grito de muerte
contra la inteligencia, fueron
actuando lo mismo
que una cuña en mi propia
retráctil, acolchada
vigencia de vivir.

(Ver cada tarde el porche
de delicada y húmeda
fragancia, los muebles
del jardín, tanto solar
de agonizantes brillos; ver
los pupitres, las alacenas
del colegio, donde los benjamines
de la paz, procedentes
de una esmerada selección, guardaban
sus reservas de gula, y allí mismo
percibir vagamente
la pútrida carcoma de aquel barrio
que el buen gusto imperante
nos aconsejaba evitar
como el contagio
del tifus; ver cómo iban
convirtiéndose en hambre imaginaria
los anafres, los humos
que exhalaban los cardos
borriqueros, la mísera despensa
repartida como una indivisible
levadura en mitad
de la calle.)
Doméstica razón
del tiempo que vivimos
a oscuras, mientras
iban en derredor cantando
y yo con ellos. Qué lección
la de entonces, no aprendida
sino por el instinto
y por una especial disposición
para ir desplazando
a nuestros más invictos
mayores en gobierno y en saber.

José Manuel Caballero Bonald


LA LLAVE

De pliegos de cordel

Y entonces fue cuando llegamos
a la casa de campo. Atardecía
húmedamente entre los prietos
plantones de piorno y ya se columbraba
la excitante cimera del almiar
desde el recodo de la trocha. Olía
a acequia y a fogata
y al seminal sopor de los establos.
Era de cal la luz y en los ladrillos
rebullía el resol como una sábana
de sofocante vaho.
Me acuerdo de la casa
como si fuese un cuerpo echado
sobre el mío. A veces le sobraban
habitaciones por arriba y toda
la galería alta me envolvía entonces
en un urgente miedo de vivir.

Aquí podrás tener tus cosas,
me dijeron. Y allí llevé los frascos
de botica, la impaciente alquitara,
el infiernillo de latón, los tubos
en su efímera horma
de madera: todos los materiales
con que experimenté mi libertad
de nueve años.
Dueño del cuarto,
con la llave amarrada a mi cadena
de hombre, cómo me convencía
de ser más justo entre los ilusorios
oficios del azufre, cuando el sol
de la iracunda siesta
cegaba el trajinar de lo diario.

Mi posesión de tanta vida,
mi heredad de probetas, ¿dónde
se fueron cuando el dieciocho
de julio de aquel año
tuvimos que volver a la ciudad?

Detrás de los cristales escuchaba
los primeros disparos, el temible
golpear de las puertas
del coche celular y, sobre todo,
los pasos de mi madre, resonando
entre las vetas de lo oscuro
cada vez que un motor
propagaba su furia en los balcones.

Mano sin nadie en los laboratorios
del bolsillo, sin más humo en la piel
que el de mis tercas fórmulas
de pólvora, como no haber
recuperado para siempre
la llave aquella con que abrí
el sedimento libre de mi vida.

José Manuel Caballero Bonald


EL REGISTRO

De pliegos de cordel



No podía dormirme, oía
como un fragor de manos tanteando
en los cristales, como un advenimiento
furtivo de peligro. Al fondo
de la casa, en los arcones
que nadie registró, crujían
los papeles prohibidos, delataban
su oculta furia al borde
de la noche infantil, entrechocando
con las trémulas sábanas.
¿Todavía
vendrán, irán golpeando
con el fusil los muebles, la ceniza
de las últimas letras desterradas?
¿Vendrán ahora, cuando
ya no podemos encender
más que una sola luz
entre tanta invasión de andar a tientas?

Altas banderas, himnos
de victoriosos fraudes, confundían
sus odios con mi miedo, me marcaban
con no sé qué inminencia
de huérfana verdad.
¿Quién llamaba a las puertas, desatando
iras azules contra las reliquias
clandestinas del sueño,
contra el vituperable
delito de ser libre? (María,
Rafael, estáis dormidos?)

Pero ya resonaban las pisadas
cerca del corredor, ya se sentían
llegar entre una fétida
bocanada de vino
fermentado y subrepticia pólvora.

Oh que voraces grietas de madera
familiar destruida, que iracundos
papeles borbotando a chorros
desde el brocal de los arcones.
(María, Rafael, que ya es la hora:
ya todo terminó, ya somos tiempo.)

José Manuel Caballero Bonald



CALLES NEUTRALES

De pliegos de cordel

Lo que siempre quedaba
flotando como un tenue
entrevero de asco en la conciencia
no era más que el difuso
contorno de las calles, con las ásperas
luces suavemente impelidas
contra el verdín
de los tejados. Lo demás
eran sólo resabios
de impotencia, valores
adquiridos.
Nadie pasaba, nada
se oía, apenas el barrunto
de un carro entre la bruma,
el sordo discurrir
de un estruendo de agua, el aldabón
de la última puerta.

¿Qué hacía a aquella
hora, de regreso a ofenderme
contra nadie, sin una perentoria
convicción por ninguna
actitud, ya medio acostumbrado
a volver a mi casa
con la complicidad
del día? ¿Qué esperaba
en la calle, medio cayéndome
en la injuriosa
acera, esquivando la escoba
mortificante, el paso
de los trabajadores de la fábrica?

Fúnebre luz con que me veo
en las calles aquellas, dócil
a los volubles veredictos
de una vida pudiente
y más o menos ejercida
entre la atrofia y la evasión.

Neutral el porvenir, impuesto
el desdén privativo
de tantos poderosos, era
tortuosamente aconsejable
permanecer inmóvil, apoyar
los privilegios de la fuerza
en la inacción.
Letárgica
memoria que me enseña
a actuar, foscas calles
en vilo donde aprendo
a volver, donde sabré ganarme
tanto incierto futuro que perdí.

"Letárgica
memoria que me enseña
a actuar, foscas calles
en vilo donde aprendo
a volver, donde sabré ganarme
tanto incierto futuro que perdí."

NUNCA MEJOR DICHO: HE APRENDIDO A VOLVER, PORQUE HABÍA PERDIDO A CABALLERO BONALD. PERO ME PONDRÉ AL DÍA, COMO DICE MI "PLUVIOSA" COMPAÑERA.

José Manuel Caballero Bonald




UNA PREGUNTA

De Manual de infractores

Una pregunta,
una querella se propaga
por los atolladeros de la historia.
Hace ya tiempo que se escucha
en las patrias, los foros, las iglesias,
y no responde nadie.
¿A quién
le pediremos cuentas?
¿Cuántos
consorcios de falsarios, púlpitos
execrables, compraventas de armas,
eufemismos que solo encubren
crímenes, hemos de cotejar con nuestros muertos
antes de que por fin prevalezca la vida?

¿Cuántos
consorcios de falsarios, púlpitos
execrables, compraventas de armas,
eufemismos que solo encubren
crímenes, hemos de cotejar con nuestros muertos
antes de que por fin prevalezca la vida?


SIN PALABRAS, QUERIDA AMIGA.

UN FUERTE ABRAZO.

Pues así es, su poesía engancha.
Sigo pues.

José Manuel Caballero Bonald



IMPERMANENCIA

De Manual de infractores


Se amotinan los días extramuros
del tiempo,
pasan veloces por aquí,
no se confunden nunca
de sentido, son
mortecinos preferiblemente:
un aluvión de vida y de anhelantes
indicios de poder.
Hay que sacar a flote
un remanente antiguo de alegría, esa feble
coartada de que se valen los intrusos
entre tan redundantes discordias con los años.

Aceptaré de grado sus mentiras,
me dejaré engañar, no diré nada,
y al fin sabré que indefectiblemente
me sigo equivocando de destino.