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    Mensaje por Pedro Casas Serra Sáb 17 Abr 2021, 03:44

    .



    201


    He asistido, desconocido, al desfallecimiento gradual de mi vida, al zozobrar lento de todo cuanto he querido ser. Puedo decir, con esa verdad que no necesita flores para que se sepa que está muerta, que no hay cosa que yo haya querido, o en que haya puesto, aunque fuese un momento, el sueño solo de ese momento, que no se me haya deshecho debajo de las ventanas como polvo que pareciese piedra, caído de una maceta de un piso alto. Parece, incluso, que el Destino ha procurado siempre, primero, hacerme amar o querer aquello que él mismo había dispuesto para que al día siguiente viese que no lo tenía o tendría.


    Espectador irónico de mí mismo, nunca, sin embargo, me he desanimado de asistir a la vida. Y desde que sé, hoy, por anticipación de cada vaga esperanza, que ha de ser desengañada, sufro el gozo especial de disfrutar ya la desilusión con la esperanza, como un amargo con dulce que vuelve lo dulce dulce contra lo amargo. Soy un estratega sombrío que, habiendo perdido todas las batallas, traza ya, en el papel de sus planes, disfrutando de su esquema, los pormenores de su retirada fatal, en la víspera de cada una de sus nuevas batallas.


    Me ha perseguido, como un ente maligno, el destino de no poder desear sin saber que tendré que no tener. Si un momento veo en la calle un rostro núbil de muchacha y, aunque sea indiferentemente, disfruto de un momento de suponer lo que pasaría si fuese mío, es siempre cierto que, a diez pasos de mi sueño, esa muchacha encuentra a un hombre que veo que es su marido o su amante. Un romántico haría de esto una tragedia; un extraño sentiría esto como una comedia; yo, sin embargo, mezclo las dos cosas, pues soy romántico en mí y extraño a mí, y vuelvo la página hacia otra ironía.


    Unos dicen que sin esperanza la vida es imposible, otros que con esperanza es vacía. Para mí, que hoy no espero ni desespero, es un simple cuadro exterior, que me incluye a mí, y al que asisto como a un espectáculo sin enredo, hecho tan sólo para divertir a los ojos: danza sin nexo, moverse de hojas al viento, nubes en que la luz del sol cambia de colores, trazados de calles antiguos, al acaso, en puntos inadecuados de la ciudad.


    Soy, en gran parte, la misma prosa que escribo. Me desarrollo en períodos y parágrafos, me pongo puntuaciones y, en la distribución desencadenada de las imágenes, me visto, como los niños, de rey con papel de periódico o, en la manera como hago un ritmo de una serie de palabras, me adorno la cabeza, como los locos, con flores secas que continúan estando vivas en mis sueños. Y, por cima de todo, estoy tranquilo como un muñeco de serrín que, adquiriendo conciencia de sí mismo, sacudiese de vez en cuando la cabeza para que el cascabel de lo alto del gorro de pico (parte integrante de la misma cabeza) hiciese sonar algo, vida tañida del muerto, aviso mínimo del Destino.


    ¡Cuántas veces, sin embargo, en pleno día de esta insatisfacción sosegada, no me sube poco a poco a la emoción consciente el sentimiento del vacío y del tedio de pensar así! ¡Cuántas veces no me siento, como quien oye hablar a través de sonidos que cesan y vuelven a empezar, la amargura esencial de esta vida extraña a la vida humana: vida en que nada pasa salvo en la conciencia de ella! ¡Cuántas veces, al despertar de mí, no entreveo, desde el exilio que soy, cuánto mejor fuera ser el nadie de todos, el feliz que tiene al menos la amargura real, el contento que siente cansancio en vez de tedio, que sufre en vez de suponer que sufre, que se mata, sí, en vez de morirse!


    Me he vuelto una figura de libro, una vida leída. Lo que siento es (sin que yo quiera) sentido para escribir que se ha sentido. Lo que pienso está luego en palabras, mezclado con imágenes que lo deshacen, abierto en ritmos que son otra cosa cualquiera. De tanto recomponerme, me he destruido. De tanto pensarme, soy ya mis pensamientos pero no yo. Me he sondeado y dejado caer la sonda; vivo pensando si soy hondo o no, sin otra sonda ahora que la mirada que me muestra, de claro a negro en el espejo del pozo alto, mi propio rostro que me contempla contemplarlo.


    Soy una especie de carta de jugar, de naipe antiguo y desconocido, única que queda de la baraja perdida. No tengo sentido, no sé de mi valor, no tengo a qué compararme para encontrarme, no tengo a lo que sirva para que me conozca. Y así, en imágenes sucesivas en que me describo —no sin verdad, pero con mentiras—, voy quedando más en las imágenes que en mí, diciéndome hasta no ser, escribiendo con el alma como tinta, útil para nada más que para escribirse con ella. Pero cesa la reacción y de nuevo me resigno. Vuelvo en mí a lo que soy, aunque no sea nada. Y algo de lágrima sin llanto arde en mis ojos inmóviles, algo de una angustia que no he tenido me irrita ásperamente la garganta seca. Pero ay, no sé lo que había llorado, si es que hubiese llorado, ni por qué fue por lo que no lo lloré. La ficción me acompaña como mi sombra. Y lo que quiero es dormir.


    2-9-1931.




    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Dom 18 Abr 2021, 03:41

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    202


    Reconozco hoy que he fracasado; sólo me pasmo, a veces, de no haber previsto que fracasaría. ¿Qué había en mí que pronosticase un triunfo? Yo no tenía la fuerza ciega de los vencedores o la visión certera de los locos…


    Era lúcido, triste como un día frío.


    Tengo elementos espirituales de bohemio, de esos que dejan a la vida irse como algo que se escapa de las manos y en tal momento en que el gesto de obtenerla duerme en la mera idea de hacerlo. Pero no he tenido la compensación /exterior/ del espíritu bohemio: el desnudo fácil de las emociones inmediatas y abandonadas. Nunca he sido más que un bohemio aislado, lo que es absurdo; o un bohemio místico, lo que es algo imposible.


    Ciertas horas-intervalos que he vivido, horas ante la Naturaleza, esculpidas en la ternura del aislamiento, me quedarán para siempre como medallas. En esos momentos he olvidado todos mis propósitos de vida, todas mis direcciones deseadas. He disfrutado de no ser nada con una plenitud de bonanza espiritual, cayendo en el regazo azul de mis aspiraciones. No he disfrutado nunca, quizás, de una hora /indeleble/, exenta de un fondo espiritual de fracaso y de desánimo. En todas mis horas liberadas un dolor dormía, florecía vagamente, por detrás de los muros de mi conciencia, en otros huertos, pero el aroma y el propio color de aquellas flores tristes atravesaban intuitivamente los muros, y su lado de allá, donde florecían las rosas, nunca dejó de ser, en el misterio confuso de mi ser, un lado de acá, esfumado en mi somnolencia de vivir.


    Fue en un mar interior donde terminó el río de mi vida. Alrededor de mi solar soñado, todos los árboles estaban en otoño.


    Este paisaje circular es la corona de espinas de mi alma. Los momentos más felices de mi vida han sido sueños, y sueños de tristeza, y yo me veía en sus lagos como un Narciso ciego que ha disfrutado de la frescura cerca del agua, sintiéndose inclinado sobre ella, mediante una visión anterior y nocturna, secreteada a las emociones abstractas, vivida en los rincones de la imaginación con un cuidado maternal en /preferirse./


    Sé que he fracasado. Disfruto de la voluptuosidad indeterminada del fracaso como quien concede un aprecio exhausto a una fiebre que le enclaustra.




    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Lun 19 Abr 2021, 03:18

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    203


    Envidio a todo el mundo no ser yo. Como de todos los imposibles, éste me ha parecido siempre el mayor de todos, ha sido el que más se ha constituido en mi ansia cotidiana, mi desesperación de todas las horas tristes.



    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Mar 20 Abr 2021, 03:04

    .



    204


    INTERVALO DOLOROSO


    Cosa arrojada a un rincón, trapo caído en la calle, mi ser innoble ante la vida se finge



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    Mensaje por Pedro Casas Serra Miér 21 Abr 2021, 04:25

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    205


    Cuando me encontré, me vi guardado. Pero no me importó. Estaba otro. Había convivido con Dios, siéndolo, y todo era fraterno para mí [...] y yo era fraterno para todo. Cuando beso las piedras y los árboles y los rayos de luz, ellos también me besan. Esos besos son oraciones que yo y las cosas rezamos juntos tan Diosmente fraternos y agradecidos de ser.


    (Posterior a 1913.)




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    Mensaje por Pedro Casas Serra Jue 22 Abr 2021, 03:42

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    206


    Hacer una obra y reconocerla mala después de hecha es una de las tragedias de mi alma. Sobre todo es grande cuando se reconoce que esa obra es la mejor que se podía hacer. Pero al ir a escribir una obra, saber de antemano que tiene que ser imperfecta y fracasada; al estar escribiéndola, estar viendo que es imperfecta y fracasada: esto es el máximo de la tortura y de la humillación del espíritu. No sólo de los versos que escribo siento que no me satisfacen, sino que sé que los versos que estoy para escribir tampoco me satisfarán. Lo sé filosóficamente, como carnalmente, por una entrevisión oscura y gladiolada.


    ¿Por qué escribo entonces? Porque, predicador que soy de la renuncia, no he aprendido todavía a practicarla plenamente. No he aprendido a abdicar de la tendencia al verso y la prosa. Tengo que escribir como cumpliendo un castigo. Y el mayor castigo es el de saber que lo que escribo resulta enteramente fútil, fracasado e inseguro.


    De niño, escribía ya versos. Entonces escribía versos muy malos, pero los creía perfectos. Nunca más volveré a sentir el placer falso de producir obra perfecta. Lo que escribo hoy es mucho mejor. Es mejor, incluso, que lo que podrían escribir los mejores. Pero está infinitamente por debajo de lo que yo, no sé por qué, siento que podía —o tal vez que debía— escribir. Lloro por mis versos malos de la infancia como por un niño muerto, un hijo muerto, una última esperanza que desapareciese.


    (Posterior a 1914.)




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    Mensaje por Pedro Casas Serra Vie 23 Abr 2021, 04:08

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    207


    Haber leído ya los Pickwick Papers es una de las grandes tragedias de mi vida.(No puedo volver a releerlo.)


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Sáb 24 Abr 2021, 13:53

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    208


    Siento el tiempo con un dolor enorme. Es siempre con una conmoción exagerada como abandono algo. El pobre cuarto de alquiler donde he pasado unos meses, la mesa del hotel provinciano donde /he pasado/ seis días, la misma triste sala de espera de la estación de ferrocarril donde he gastado dos horas esperando al tren: sí, pero las cosas buenas de la vida, cuando las abandono y pienso, con toda la sensibilidad de mis nervios, que nunca más las veré y las tendré, por lo menos en aquel preciso y exacto momento, me duelen metafísicamente. Se me abre un abismo en el alma y un soplo frío del momento de Dios me roza en la faz lívida.


    ¡El tiempo! ¡El pasado! [...] ¡Lo que he sido y nunca más seré! ¡Lo que he tenido y no volveré a tener! ¡Los Muertos! Los muertos que me amaron en mi infancia. Cuando los evoco, toda el alma se me enfría y me siento desterrado de unos corazones, solo en la noche de mí mismo, llorando como un mendigo el silencio cerrado de todas las puertas.




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    Mensaje por Pedro Casas Serra Dom 25 Abr 2021, 05:15

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    209


    Dios me creó para niño, y me dejó siempre niño. ¿Pero por qué dejó que la vida me maltratase y me quitase los juguetes, y me dejase solo en el recreo, estrujando con unas manos tan débiles el delantal azul sucio de lágrimas incesantes? Si yo no podía vivir sino acariciado, ¿por qué echaron fuera a mi cariño? Ah, cada vez que veo en la calle a un niño llorando, un niño exiliado de los otros, me duele más que la tristeza del niño en el horror desprevenido de mi corazón exhausto. Me duelo con toda la estatura de la vida sentida, y son mías las manos que retuercen el borde del delantal, son mías las bocas torcidas por las lágrimas verdaderas, es mía la debilidad, es mía la soledad, y las risas de la vida adulta que pasa me gastan como luces de fósforos frotados en el tejido sensible de mi corazón.


    (Posterior a 1923.)




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    Mensaje por Pedro Casas Serra Lun 26 Abr 2021, 05:28

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    210


    ...como un niño que para de correr, arrastrando un batir alto de pies breves, y respirando corto…



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    Mensaje por Pedro Casas Serra Mar 27 Abr 2021, 03:47

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    211


    Todo se me confunde. Cuando creo que recuerdo, es otra cosa la que pienso; si veo, ignoro, y cuando me distraigo, claramente veo.


    Vuelvo la espalda a la ventana cenicienta, de cristales fríos a las manos que los tocan. Y llevo conmigo, por un sortilegio de la penumbra, de repente, el interior de la casa antigua, fuera de la cual, en el patio de al lado, el papagayo gritaba; y los ojos se me adormecen de toda la irreparabilidad de haber efectivamente vivido.


    Hace dos días que llueve y que cae del cielo ceniciento y frío cierta lluvia, con el color que tiene, que aflige el alma. Hace dos días... Estoy triste de sentir, y pienso en ello a la ventana y al son del agua que gotea y de la lluvia que cae. Tengo el corazón oprimido y los recuerdos convertidos en angustias.


    Sin sueño, ni razón para tenerlo, hay en mí un gran deseo de dormir. Antaño, cuando era niño y feliz, vivía en una casa del patio de al lado la voz de un papagayo verde de colores.


    Nunca, en los días de lluvia, se le entristecía el decir, y clamaba, sin duda al abrigo, cualquier sentimiento constante, que planeaba en la tristeza como un gramófono anticipado.


    ¿He pensado en este papagayo porque estoy triste y la infancia lejana lo recuerda? No, he pensado en él realmente porque desde el patio de al lado de ahora una voz de papagayo grita atravesadamente.


    (...) ese episodio de la imaginación (al) que llamamos (la) realidad.




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    Mensaje por Pedro Casas Serra Miér 28 Abr 2021, 03:32

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    212


    La academia vegetal de los silencios... tu nombre sonando como las amapolas... los estanques... mi regreso... el cura loco que se volvió loco en misa… Estos recuerdos son de mis sueños... No cierro los ojos pero no veo nada... No están aquí las cosas que veo... Aguas…


    En una confusión de enmarañamientos, el verdor de los árboles es parte de mi sangre. Me late la vida en el corazón distante... /Yo no fui destinado a la realidad, y la vida quiso venir a verme/.


    ¡La tortura del destino! ¡Quién sabe si moriré mañana! ¡Quién sabe si no va a sucederme hoy algo terrible para mi alma!... A veces, cuando pienso en estas cosas, me aterroriza la tiranía suprema que nos hace tener los ojos puros no sabiendo de qué acontecimientos va al encuentro mi incertidumbre.




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    Mensaje por Pedro Casas Serra Jue 29 Abr 2021, 04:15

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    213


    En la concavidad de la playa a la orilla del mar, entre las selvas y las campiñas de la orilla, subía de la incertidumbre del abismo nulo la inconstancia del deseo encendido. No habría que escoger entre los trigos y los muchos, y la distancia continuaba entre cipreses.


    El prestigio de las palabras aisladas, o reunidas según una concordancia de sonido, con resonancias íntimas y sonidos divergentes al mismo tiempo que convergen, la pompa de las frases puestas entre los sentidos de las otras, malignidad de los vestigios, esperanza de los bosques, y nada más que la tranquilidad de los estanques entre las quintas de la infancia de mis subterfugios… Así, entre los muros altos de la audacia absurda, en las ringleras de los árboles y en los sobresaltos de lo que se marchita, otro que no fuera yo oiría de los labios tristes la confesión negada a mejores insistencias. Nunca, entre el retiñir de las lanzas en el patio por ver, como si los caballeros viniesen de vuelta del camino visto desde lo alto del muro, habría más sosiego en el Solar de los Últimos, no se recordaría otro nombre, del lado de acá del camino, sino el que encantaba de noche, como el de las moras, al niño que murió después, de la vida y de la maravilla.


    Leves, entre los surcos que había en la hierba, porque los pasos abrían nadas entre el verdor agitado, los tránsitos de los últimos perdidos sonaban arrastradamente, como reminiscencias de lo venidero. Eran viejos los que habrían de venir, y sólo jóvenes los que no vendrían nunca. Los tambores habían rodado al borde del camino y los clarines pendían nulos en las manos lasas, que los dejarían si todavía tuviesen fuerza para dejar algo.


    Pero, de nuevo, en la conclusión del prestigio, sonaban altos los alaridos acabados, y los perros tergiversaban en las filas de árboles vistos. Todo era absurdo, como un luto, y las princesas de los sueños de los demás se paseaban sin claustros indefinidamente.


    22-3-1929.




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    Mensaje por Pedro Casas Serra Vie 30 Abr 2021, 04:38

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    214


    En mi alma innoble y profunda registro, día a día, las impresiones que forman la substancia exterior de mi conciencia de mí. Las pongo en palabras vagabundas, que desertan de mí desde que las escribo, y yerran, independientes de mí, por pendientes y céspedes de imágenes, por hileras de conceptos, por veredas de confusiones. Esto no me sirve de nada, pues nada me sirve de nada. Pero me tranquilizo escribiendo, como quien respira mejor sin que la enfermedad haya pasado.


    Hay quien, estando distraído, escriba rayas y nombres absurdos en el secante sujeto con cantoneras. Estas páginas son los garabatos de mi inconsciencia intelectual de mí mismo. Las trazo con una modorra de sentirme, como un gato al sol, y las releo, a veces, con un vago pasmo tardío, como el de haberme acordado de algo que siempre olvidara.


    Cuando escribo, me visito solemnemente. Tengo salas especiales, recordadas por otro en intersticios de la representación, donde me deleito analizando lo que no siento, y me examino como a un cuadro en la sombra.


    Perdí, antes de nacer, mi castillo antiguo. Fueron vendidas, antes de que yo fuese, las tapicerías de mi palacio solariego. Mi solar de antes de la vida cayó en ruinas, y sólo en ciertos momentos, cuando el claro de luna nace en mí desde por cima de los juncos del río, me enfría la nostalgia de los lados de donde el resto desdentado de los muros se recorta negro contra el cielo de un azul oscuro blancuzco que tira a amarillo lechoso.


    Me distingo a esfinges. Y del regazo de la reina que me falta cae, como un episodio del bordado inútil, el ovillo olvidado de mi alma. Rueda por debajo del armario de adornos metálicos, y hay en mí aquello que lo sigue como unos ojos hasta que se pierde en un gran horror de túmulo y de final.




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    Mensaje por Pedro Casas Serra Sáb 01 Mayo 2021, 04:22

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    215


    Pero la exclusión, que me he impuesto, de los fines y de los movimientos de la vida; la ruptura, que he procurado, de mi contacto con las cosas —me ha conducido precisamente a aquello de lo que yo procuraba huir. Yo no quería sentir la vida, ni tocar las cosas, sabiendo, por la experiencia de mi temperamento al contagio del mundo, que la sensación de la vida era siempre dolorosa para mí. Pero al evitar ese contacto, me he aislado y, al aislarme, he exacerbado mi ya excesiva sensibilidad. Si fuese posible cortar del todo el contacto con las cosas, le iría bien a mi sensibilidad. Pero ese aislamiento total no puede efectuarse. Por menos que yo haga, respiro; por menos que actúe, me muevo. Y, así, al conseguir exacerbar mi sensibilidad mediante el aislamiento, he conseguido que los hechos mínimos, que antes nada, incluso a mí, me harían, me hiriesen como catástrofes. He equivocado el método de fuga. He huido, mediante un rodeo incómodo, hacia el mismo lugar en que estaba, con el cansancio del viaje sobre el horror de vivir allí.


    Nunca he encarado el suicidio como una solución, porque odio a la vida por amor a ella. Me ha llevado tiempo convencerme de este lamentable equívoco en que vivo conmigo mismo. Convencido de él, me he quedado desazonado, lo que siempre me sucede cuando me convenzo de algo, porque el convencimiento es en mí, siempre, la pérdida de una ilusión.


    He matado a la voluntad a fuerza de analizarla. ¡Quién me volverá a la infancia de antes del análisis, incluso de antes de la voluntad!


    En mis parques, sueño muerto, la somnolencia de los estanques al sol alto, cuando los rumores de los insectos se aglomeran en la hora y me pesa vivir, no como una angustia, sino como un dolor físico por concluir.


    Palacios muy lejos, bosques absortos, la estrechez de los paseos a lo lejos, la gracia muerta de los bancos de piedra para los que han sido: pompas muertas, gracia deshecha, oropel perdido. Anhelo mío que olvido, ¡ojalá pudiera recuperar la amargura con que te he soñado!




    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Dom 02 Mayo 2021, 04:06

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    216


    ¿Qué reina imperiosa guarda al pie de sus lagos la memoria de mi vida partida? Fui el paje de alamedas insuficientes a las horas aves de mi sosiego azul. Naves lejos completaron al mar que ondeaba desde mis azoteas, y en las nubes del sur perdí el alma, con un remo dejado caer.




    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Lun 03 Mayo 2021, 03:02

    .



    217


    y los lirios de las márgenes de ríos remotos, fríos y solemnes, en una tarde eterna al fondo de continentes verdaderos. Sin nada más y sin embargo verdaderos.




    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Mar 04 Mayo 2021, 07:19

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    218


    He sido siempre un soñador irónico, infiel a las promesas interiores. He gozado siempre, como otro y extranjero, de las derrotas de mis devaneos, asistente casual a lo que pensé ser. Nunca he dado fe a aquello en que he creído. He llenado mis manos de arena, le he llamado oro, y he abierto las manos de toda ella, escurridiza. La frase había sido la única verdad. Una vez dicha la frase, todo estaba hecho; lo demás era la arena que siempre había sido.


    Si no fuese por el soñar siempre, por el vivir en una perpetua enajenación, podría, de buen grado, llamarme un realista, es decir, un individuo para quien el mundo exterior es /una nación/ independiente. Pero prefiero no darme nombre, ser lo que soy con /cierta/ oscuridad y tener para conmigo mismo la malicia de no saberme prever.


    Tengo una especie de deber de soñar siempre, pues, no siendo más, ni queriendo ser más, que un espectador de mí mismo, tengo que tener el mejor espectáculo que puedo. Así me construyo con oro y sedas, en salas supuestas, tablado falso, escenario antiguo, sueño creado entre juego de luces suaves y músicas invisibles.


    Guardo, íntimo, como la memoria de un beso agradable, el recuerdo infantil de un teatro en que el escenario azulado y lunar figuraba la terraza de un palacio imposible. Había, pintado también, un parque vasto alrededor, y gasté el alma en vivir como real todo aquello. La música, que sonaba blanda en aquella ocasión /mental/ de mi experiencia de la vida, convertía en real de una fiebre aquel escenario gratuito.


    El escenario era definitivamente azulado y lunar. En el tablado, no recuerdo quién aparecía, pero la pieza que pongo en el paisaje recordado me sale hoy de los versos de Verlaine y Pessanha; no era la que olvido, pasada en el palco vivo más acá de aquella realidad de azul música. Era mía y fluida, (la) mascarada inmensa y lunar, (el) interludio de plata y azul concluido.


    Después vino la vida. Aquella noche me llevaron a cenar al León. Conservo aún el recuerdo de los filetes en el paladar de la nostalgia —filetes, lo sé porque lo supongo, como hoy nadie hace o no como yo. Y todo se me mezcla —infancia, vivida a distancia, comida sabrosa de noche, escenario lunar, Verlaine futuro y yo presente— en una diagonal confusa, en un espacio falso entre lo que he sido y lo que soy.


    16-10-1931.




    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Miér 05 Mayo 2021, 02:59

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    219


    Cuando vine por primera vez a Lisboa, había, en el piso de encima de donde vivíamos, un sonido de piano tocado en escalas, aprendizaje monótono de la señorita que nunca vi. Descubro hoy que, mediante procesos de infiltración que desconozco, tengo todavía en las bodegas del alma, audibles se abren la puerta de allá abajo, las escalas repetidas, tecleadas, de la señorita hoy señora otra, o muerta o encerrada en un lugar blanco donde verdean negros los cipreses.


    Yo era un niño, y hoy no lo soy; el sonido, sin embargo, es igual en el recuerdo al que era en la verdad, y tiene, perennemente presente, si se levanta de donde finge que duerme, el mismo lento tecleo, la misma rítmica monotonía. Me invade, de considerarlo o sentirlo, una tristeza difusa, angustiosa, mía.


    No lloro la pérdida de mi infancia; lloro el que todo, y en ello la infancia (mía), se pierda. Es la fuga abstracta del tiempo, no la fuga concreta del tiempo —que es mío, que me duele en el cerebro físico por la periodicidad repetida, involuntaria, de las escalas del piano de arriba, terriblemente anónimo y lejano. Es todo el misterio de que nada dura de lo que martillea repetidas cosas que no llegan a ser música, pero son nostalgia, en el fondo absurdo de mi recuerdo.


    Insensiblemente, en un erguirse visual, veo la salita que nunca he visto, donde la aprendiz que no he conocido está todavía hoy relacionando, dedo a dedo cuidados, las escalas siempre iguales de lo que ya está muerto. Veo, voy viendo más, reconstruyo viendo. Y todo el hogar del piso de arriba, nostálgico hoy pero no ayer, se va alzando ficticio desde mi contemplación desentendida.


    Supongo, sin embargo, que en todo esto soy translaticio, que la nostalgia que siento no es precisamente la mía, ni precisamente abstracta, sino la emoción interceptada de no sé qué tercero, para quien estas emociones, que en mí son literarias, fuesen —como diría Vieira— literales. Es en mi suposición de sentir en la que me duelo y angustio, y las nostalgias, a cuya sensación se me marean los ojos propios, es por imaginación y otredad como las pienso y siento.


    Y siempre, con una constancia que viene del fondo del mundo, con una persistencia que estudia metafísicamente, suenan, suenan, suenan, las escalas de quien estudia piano, por la espina dorsal física de mi recuerdo. Son las calles antiguas con otra gente, hoy las mismas calles diferentes; son personas muertas que me están hablando, a través de la transparencia de la falta de ellas hoy; son remordimientos de lo que hice o no hice, ruidos de regatos de noche, ruidos allá abajo, en la casa quieta.


    Tengo ganas de gritar dentro de la cabeza. Quiero parar, machacar, romper ese imposible disco gramofónico que suena dentro de mí, en una casa ajena, torturador intangible. Quiero mandar pararse al alma, para que ella, como vehículo que me [...] siga hacia delante sólo y me deje. Enloquezco de tener que oír... Y por fin soy yo, en mi cerebro odiosamente sensible, en mi piel pelicular, en mis nerviosa flor de piel, las teclas tecleadas en escalas, oh piano horroroso y /personal/ de nuestro recuerdo.


    Y siempre, siempre, como en una parte del cerebro que se volviese independiente, suenan, suenan, suenan las escalas allá abajo, allá arriba, de la primera casa de Lisboa donde vine a vivir.


    3-12-1931.




    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Jue 06 Mayo 2021, 10:39

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    220


    Si algún día me sucediese que, con una vida firmemente segura, pudiera escribir libremente y publicar, sé que tendré nostalgia de esta vida insegura en que apenas escribo y no publico. Tendré nostalgia, no sólo porque esa vida vulgar es pasado y vida que ya no tendré, sino porque hay en cada especie de vida una cualidad propia y un placer peculiar, y cuando se pasa a otra vida, aunque sea mejor, ese placer peculiar es menos feliz, esa cualidad propia es menos buena, dejan de existir, y hay una falta.


    Si algún día me sucediese que consiguiera llevar al buen calvario la cruz de mi intención, encontraré un calvario en ese buen calvario, y tendré nostalgia de cuando era fútil, vulgar e imperfecto. Seré menos de cualquier manera.


    Tengo sueño. El día ha sido pesado de trabajo absurdo en la oficina casi desierta. Dos empleados están enfermos y los otros no están aquí. Estoy solo, salvo el mozo lejano. Tengo nostalgia de la hipótesis de tener un día de nostalgia, y aun así absurda.


    Casi pido a los dioses que haya que me guarden aquí, como en un cofre, defendiéndome de las amarguras y también de las felicidades de la vida.




    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Vie 07 Mayo 2021, 02:43

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    221


    Todo cuanto no es mi alma es para mí, por más que quiera que no lo sea, no más que escenario y decoración. Un hombre, aunque yo pueda reconocer con el pensamiento que es un ser vivo como yo, ha tenido siempre, para el que en mí, por serme involuntario, es verdaderamente yo, menos importancia que un árbol, si el árbol es más bello. Por eso he sentido siempre los movimientos humanos —las grandes tragedias colectivas de la historia o de lo que hacen de ella— como frisos coloreados, vacíos del alma de los que pasan por ellos. Nunca me ha pesado lo que de trágico sucediese en la China. Es decoración lejana, aunque en sangre y peste.


    Recuerdo, con tristeza irónica, una manifestación de obreros, hecha no sé con qué sinceridad (pues me cuesta siempre admitir sinceridad en las cosas colectivas, visto que es el individuo, a solas consigo mismo, el único ser que siente). Era un grupo compacto y suelto de estúpidos animados que pasó gritando diferentes cosas ante mi indiferentismo ajeno. Sentí súbitamente una náusea. Ni siquiera estaban suficientemente sucios. Los que verdaderamente sufren no se hacen plebe, no forman conjunto. Lo que sufre sufre solo.


    ¡Qué mal conjunto! ¡Qué falta de humanidad y de dolor! Eran reales y sin embargo increíbles. Nadie haría con ellos un cuadro de novela, un escenario de descripción. Corrían como la basura por un río, por el río de la vida. Tuve sueño de verlos, asqueado y supremo.




    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Sáb 08 Mayo 2021, 03:29

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    222


    Siempre me ha preocupado, en esas horas ocasionales de desprendimiento en que tomamos conciencia de nosotros mismos como individuos de que somos otros para los demás, la imaginación de la figura que haré físicamente, y hasta moralmente, para aquellos que me contemplan y me hablan, o todos los días o por casualidad.


    Estamos todos acostumbrados a considerarnos como primordialmente realidades mentales, y a los demás como directamente realidades físicas; vagamente nos consideramos como gente física, para efectos en los ojos de los demás; vagamente consideramos a los demás como realidades mentales, pero sólo en el amor o en el conflicto adquirimos verdadera conciencia de que los demás tienen sobre todo alma, como nosotros para nosotros.


    Me pierdo, por eso, a veces en un imaginar fútil de qué especie de gente seré para quienes me ven, cómo es mi voz, qué tipo de figura dejo escrita en la memoria involuntaria de los demás, de qué manera mis gestos, mis palabras, mi vida aparente, se graban en las retinas de la interpretación ajena. No he conseguido nunca verme desde fuera. No hay espejo que nos dé a nosotros mismos como fueras, porque no hay espejo que nos saque de nosotros mismos. Sería precisa otra alma, otra colocación de la mirada y del pensamiento. Si yo fuese actor prolongado de cine o grabase en discos audibles mi voz alta, estoy seguro de que del mismo modo quedaría lejos de saber lo que soy del lado de allá, pues, quiera lo que quiera, grábese lo que de mí se grabe, estoy siempre aquí dentro, en la quinta de muros altos de mi conciencia de mí.


    No sé si los otros serán así, si la ciencia de la vida no consistirá esencialmente en ser tan ajeno a sí mismo que instintivamente se consiga un alejamiento y se pueda participar de la vida como extraño a la conciencia; o si los demás, más ensimismados que yo, no serán del todo la brutalidad de no ser más que ellos, viviendo exteriormente merced a ese milagro por el que las abejas forman sociedades más organizadas que cualquier nación, y las hormigas se comunican entre sí con un habla de antenas mínimas que excede en los resultados a nuestra compleja ausencia de entendernos.


    La geografía de la conciencia de la realidad es de una gran complejidad de costas, accidentadísima de montañas y de lagos. Y todo me parece, si medito demás, una especie de mapa como el del «Pays du Tendré» o de los «Viajes de Gulliver», broma de exactitud inscrita en un libro irónico o fantasioso para gozo de entes superiores, que saben dónde es donde las tierras son tierras.


    Todo es complejo para quien piensa, y sin duda el pensamiento lo torna más complejo por voluptuosidad propia. Pero quien piensa tiene la necesidad de justificar su abdicación con un vasto programa de comprender, expuesto, como las razones de los que mienten, con todos los pormenores excesivos que descubren, con el esparcir de la tierra, la raíz de la mentira.


    Todo es complejo o soy yo quien lo soy. Pero, de cualquier modo, no importa porque, de cualquier modo, nada importa. Todo esto, todas estas consideraciones extraviadas de la calle ancha, vegetan en los huertos de los dioses exclusos como trepadoras lejos de las paredes. Y me sonrío, en la noche en que concluyo sin fin estas consideraciones sin engranaje, de la ironía vital que las hace surgir de un alma humana, huérfana, desde antes de los astros, de las grandes razones del Destino.




    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Dom 09 Mayo 2021, 04:09

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    223


    Para comprender, me he destruido. Comprender es olvidarse de amar. Nada conozco más al mismo tiempo falso y significativo que aquel dicho de Leonardo da Vinci de que no se puede amar u odiar una cosa sino después de comprenderla.


    La soledad me desoía; la compañía me oprime. La presencia de otra persona me descamina los pensamientos; sueño su presencia con una distracción especial, que toda mi atención analítica no consigue definir.




    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Lun 10 Mayo 2021, 03:09

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    224


    El aislamiento me ha tallado a su imagen y semejanza. La presencia de otra persona —aunque sea de una sola persona— me atrasa inmediatamente el pensamiento y, al paso que en el hombre normal el contacto con otro es un estímulo para la expresión y para el dicho, en mí, ese contacto es un contraestímulo, si es que esta palabra compuesta es viable ante el lenguaje. Soy capaz, a solas conmigo, de idear muchas frases ingeniosas, respuestas rápidas a lo que nadie ha dicho, fulguraciones de una sociabilidad inteligente con persona ninguna; pero todo eso se me esfuma si estoy ante un otro físico, pierdo la inteligencia, dejo de poder decir, y, al fin de unos cuartos de hora, sólo siento sueño. Sí, hablar con gente me da ganas de dormir. Sólo mis amigos espectrales e imaginados, sólo mis conversaciones resultantes del sueño tienen una verdadera realidad y un justo relieve, y en ellos el espíritu está presente como una imagen en un espejo.


    Me pesa, además, toda idea de ser forzado a un contacto con otro. Una simple invitación a cenar con un amigo me produce una angustia difícil de definir. La idea de una obligación social cualquiera —ir a un entierro, tratar con alguien de un asunto de la oficina, ir a esperar en la estación a una persona cualquiera, conocida o desconocida—, sólo esa idea me estorba los pensamientos de un día, y a veces me preocupo desde la misma víspera, y duermo mal, y el caso real, cuando sucede,es absolutamente insignificante, no justifica nada; y el caso se repite y yo no aprendo nunca a aprender.


    «Mis hábitos son de la soledad, que no de los hombres»; no sé si fue Rousseau, si Senancour, el que dijo esto. Pero fue un espíritu de mi especie; no podré decir, quizás, de mi raza.




    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Mar 11 Mayo 2021, 03:12

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    225


    Esclavo del temperamento como de las circunstancias, insultado por la indiferencia de los hombres lo mismo que por su afecto a quien suponen que soy —(...) los insultos humanos del Destino.



    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Miér 12 Mayo 2021, 02:51

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    226


    Aquello que, creo, produce en mí el sentimiento profundo, en que vivo, de incongruencia con los demás, es que la mayoría piensa con la sensibilidad y yo siento con el pensamiento.


    Para el hombre vulgar, sentir es vivir y pensar es saber vivir.


    Para mí, pensar es vivir y sentir no es más que el alimento del pensar.


    Es curioso que, siendo escasa mi capacidad de entusiasmo, ella es naturalmente más solicitada por los que se me oponen en temperamento que por los que son de mi especie espiritual. A nadie admiro en literatura, más que a los clásicos, que son a quienes menos me asemejo. De tener que escoger, para lectura única, entre Chateaubriand y Vieira, escogería a Vieira sin necesidad de meditar.


    Cuanto más diferente de mí es alguien, más real me parece, porque menos depende de mi subjetividad. Y es por eso por lo que mi estudio atento y constante es esa misma humanidad vulgar que no acepto y de quien disto. La amo porque la odio. Me gusta verla porque detesto sentirla. El paisaje, tan admirable como cuadro, es en general incómodo como lecho.


    13-4-1930.




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    Mensaje por Pedro Casas Serra Jue 13 Mayo 2021, 02:48

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    227


    Desearía construir un código de inercia para los superiores de las sociedades modernas.


    La sociedad se gobernaría espontáneamente y a sí propia, si no contuviese gente de sensibilidad e inteligencia. Crean que es la única cosa que la perjudica. Las sociedades primitivas tenían una feliz existencia más o menos así.


    Es una pena que la expulsión de los superiores de la sociedad tendría para ellos el resultado de morir, porque no saben trabajar. Y quizás muriesen de tedio, por no haber espacios de estupidez entre ellos. Pero yo hablo desde el punto de cura de la felicidad humana.


    Cada superior que se manifestase en la sociedad sería expulsado a la isla […] de los superiores. Los superiores serían alimentados, como animales enjaulados, por la sociedad normal.


    Creedme: si no hubiese gente inteligente que tomase nota de los malestares humanos, la humanidad no se daría cuenta de ellos. Y las criaturas de sensibilidad hacen sufrir a los demás por simpatía.


    Mientras tanto, visto que vivimos en sociedad, el único deber de los superiores es reducir al mínimo su participación en la vida de la tribu.


    No leer periódicos, o leerlos sólo para saber lo que de poco importante y curioso sucede: no, nadie imagina la voluptuosidad que arranco al noticiario sucinto de provincias. Los meros nombres me abren puertas a lo indefinido.


    El supremo estado honroso para un hombre superior es no saber quién es el jefe de Estado de su país, o si vive en una monarquía o en una república.


    Toda su actitud debe ser situar al alma de modo que el paso de las cosas,de los acontecimientos, no le incomode. Si no lo hace, tendrá que interesarse por los demás, para ocuparse de sí mismo.


    (¿1914?)





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    Mensaje por Pedro Casas Serra Vie 14 Mayo 2021, 02:55

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    228


    Así como, lo sepamos o no, todos tenemos una metafísica, así también, lo queramos o no, todos tenemos una moral. Tengo una moral muy sencilla: no hacer a nadie ni mal ni bien. No hacer a nadie mal, porque no sólo reconozco en los demás el mismo derecho, que creo que me corresponde, de que no me molesten, sino porque me parece que los males naturales bastan para el mal que tenga que haber en el mundo. Vivimos todos, en este mundo, a bordo de un navío zarpado de un puerto que desconocemos hacia un puerto que ignoramos; debemos tener los unos para con los otros una amabilidad de viaje. No hacer bien, porque no sé lo que es el bien, ni si lo hago cuando me parece que lo hago. ¿Sé yo qué males causo si doy limosna? ¿Sé yo qué males causo si educo o instruyo? En la duda, me abstengo. Y me parece, además, que auxiliar o ilustrar es, en cierto modo, hacer el mal de intervenir en la vida ajena. La bondad es un capricho temperamental: no tenemos derecho a hacer a los demás víctimas de nuestros caprichos, aunque sean de humanidad o de ternura. Los beneficios son cosas que se infligen; por eso abomino fríamente de ellos.


    Si no hago el bien, por moral, tampoco exijo que me lo hagan. Si me pongo enfermo, lo que más me pesa es que obligo a alguien a cuidarme, cosa que me repugnaría hacer a otro. Nunca he visitado a un amigo enfermo. Siempre que, habiéndome puesto enfermo, me han visitado, he sufrido cada visita como una molestia, un insulto, una violación injustificada de mi intimidad decisiva. No me gusta que me den cosas; parecen, con ello, obligarme a que también las dé: a los mismos o a otros, sea a quien fuere.


    Soy altamente sociable de un modo altamente negativo. Soy la inofensividad encarnada. Pero no soy más que eso, no quiero ser más que eso, no puedo ser más que eso. Tengo para con todo cuanto existe una ternura visual, un cariño de la inteligencia —nada en el corazón. No tengo fe en nada, esperanza de nada, caridad para nada. Abomino con náusea y pasmo de los sinceros de todas las sinceridades y de los místicos de todos los misticismos o, antes y mejor, de todas las sinceridades de todos los sinceros y de los misticismos de todos los místicos. Esa náusea es casi física cuando ésos misticismos son activos, cuando pretenden convencer a la inteligencia ajena, o mover a la voluntad ajena, encontrar la verdad o reformar al mundo.


    Me considero feliz por no tener ya parientes. No me veo así en la obligación, que inevitablemente me pesaría, de tener que amar a alguien. No tengo añoranzas sino literariamente. Recuerdo mi infancia con lágrimas, pero con lágrimas rítmicas, en las que ya se prepara la prosa. La recuerdo como algo exterior y a través de cosas exteriores; recuerdo sólo las cosas exteriores. No es el sosiego de las veladas de provincia el que me enternece por la infancia que viví en ellas, es la disposición de la mesa del té, son los bultos de los muebles por la casa, son las caras y los gestos físicos de las personas. Es de cuadros de lo que tengo nostalgia. Por eso tanto me enternece mi infancia como la de otro: son ambas, en el pasado que no sé el que es, fenómenos puramente visuales que siento con la atención literaria. Me enternezco, sí, pero no es porque recuerdo, sino porque veo.


    Nunca he amado a nadie. Lo más que he amado son sensaciones mías —estados de visualidad consciente, impresiones de audición despierta, perfumes que son una manera de que hable conmigo la humildad del mundo exterior, me diga cosas del pasado (tan fácil de recordar con los olores)— es decir, de darme más realidad, más emoción, que el simple pan cociéndose allá dentro en la panadería honda, como aquella tarde lejana en que venía del entierro de mi tío, que me había amado tanto, y había en mí vagamente la ternura de un alivio, no sé bien de qué.


    Es ésta mi vida moral, o mi metafísica, o yo: Transeúnte de todo —hasta de mi propia alma—, no pertenezco a nada, no deseo nada, no soy nada: centro abstracto de sensaciones impersonales, espejo caído sintiente vuelto hacia la variedad del mundo. Con esto, no sé si soy feliz o desgraciado; ni me importa.


    18-9-1931.




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    PESSOA  FERNANDO - Fernando Pessoa: Libro del desasosiego - Página 9 Empty Re: Fernando Pessoa: Libro del desasosiego

    Mensaje por Pedro Casas Serra Sáb 15 Mayo 2021, 12:32

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    Muchas veces, para entretenerme —porque nada entretiene como las ciencias, o las cosas con aire de ciencias, usadas fútilmente—, me pongo escrupulosamente a estudiar mi psiquismo a través de la forma como lo encaran los demás. Raras veces es triste el placer, a veces doloroso, que esta táctica fútil me produce.


    Generalmente, procuro estudiar la impresión general que causo en los otros, /sacando conclusiones/.


    En general, soy una criatura con quien los demás simpatizan, con quien simpatizan, incluso, con un vago y curioso respeto. Pero ninguna simpatía violenta despierto. Nadie será nunca conmovidamente mi amigo. Por eso pueden respetarme tantos.




    (Continuará)

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    PESSOA  FERNANDO - Fernando Pessoa: Libro del desasosiego - Página 9 Empty Re: Fernando Pessoa: Libro del desasosiego

    Mensaje por cecilia gargantini Sáb 15 Mayo 2021, 14:47

    Como ya te he comentado, yo había leído varias veces el libro...pero esta vez, inserta en este desasosiego universal, es como si cada imagen, cada palabra me calaran más hondo que otras veces...me veo reflejada en momentos, imágenes, climas...
    Una vez más, muchas gracias, querido amigo

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