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    Fernando Pessoa: Libro del desasosiego - Página 15 Empty Re: Fernando Pessoa: Libro del desasosiego

    Mensaje por Pedro Casas Serra 20.10.21 4:18

    .


    374

    Nunca amamos a nadie. Amamos, tan solamente, a la idea que nos hacemos de alguien. Es a un concepto nuestro —en suma, a nosotros mismos— a lo que amamos.

    Esto es verdad en toda la escala del amor. En el amor sexual buscamos un placer nuestro dado por intermedio de un cuerpo extraño. En el amor diferente del sexual, buscamos un placer nuestro dado por intermedio de una idea nuestra. El onanista es abyecto pero, en exacta verdad, el onanista es la perfecta expresión lógica del amante. Es el único que no disimula ni se engaña.

    Las relaciones entre un alma y otra, a través de cosas tan inciertas y divergentes como las palabras corrientes y los gestos que se hacen, son una materia de extraña complejidad. En el propio arte en que nos conocemos, nos desconocemos. Dicen los dos «te amo» o piensan y sienten mediante una permuta, y cada uno quiere decir una idea diferente, una vida diferente, hasta, por ventura, un color o un aroma diferente, en la suma abstracta de impresiones que constituye la actividad del alma.

    Estoy hoy lúcido como si no existiese. Mi pensamiento es, en claro, como un esqueleto, sin los trapos carnales de la ilusión de expresar. Y estas consideraciones, que formo y abandono, no han nacido de nada —de nada, /por lo/ menos, que esté en la platea de mi conciencia. Tal vez esa desilusión del dependiente con la chica que tenía, tal vez cualquier frase leída en los sucesos pasionales que los periódicos transcriben de los extranjeros, tal vez hasta una vaga náusea que traigo conmigo y no he expelido físicamente…

    Dijo mal el escoliasta de Virgilio. Es comprensible que sobre todo nos cansemos. Vivir es no pensar.

    25-7-1930.


    (Continuará)

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    Fernando Pessoa: Libro del desasosiego - Página 15 Empty Re: Fernando Pessoa: Libro del desasosiego

    Mensaje por Pedro Casas Serra 21.10.21 4:11

    .


    375

    No creo en voz alta en la felicidad de los animales, sino cuando me apetece hablar de ella como marco de un sentimiento que es la suposición derivada. Para ser feliz es necesario saber que se es feliz. No hay felicidad en dormir sin sueños, sino solamente en despertarse sabiendo que se ha dormido sin sueños. La felicidad está fuera de la felicidad.

    No hay felicidad sino con conocimiento. Pero el conocimiento de la felicidad es infeliz; porque saberse feliz es conocerse pasando por la felicidad, y teniendo, enseguida, que dejarla atrás. Saber es matar, en la felicidad como en todo. No saber, sin embargo, es no existir.

    Sólo el absoluto de Hegel ha conseguido, en las páginas, ser dos cosas al mismo tiempo. El no-ser y el ser no se funden y confunden en las sensaciones y razones de la vida: se excluyen, mediante una síntesis al revés.

    ¿Qué hacer? Aislar el momento como una cosa y ser feliz ahora, en el momento en que se siente la felicidad, sin pensar más que en lo que se siente, excluyendo lo demás, excluyéndolo todo. Enjaular al pensamiento en la sensación,(…)

    la clara sonrisa maternal de la tierra plena, el esplendor cerrado de las tinieblas altas, (…)

    Es ésta mi creencia, esta tarde. Mañana por la mañana no será ésta, porque mañana por la mañana seré ya otro. ¿Qué creyente seré mañana? No lo sé, porque sería preciso estar allí para saberlo. Ni el Dios eterno en el que hoy creo la sabrá mañana ni hoy, porque hoy soy yo y mañana quizás ya no haya existido él nunca.


    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra 22.10.21 3:25

    .


    376

    El verdadero sabio es aquel que se dispone de manera que los acontecimientos exteriores le alteren mínimamente. Para eso, necesita acorazarse rodeándose de realidades más próximas a él que los hechos, y a través de las cuales los hechos, alterados de acuerdo con ellas, le lleguen.


    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra 23.10.21 4:33

    .


    377

    Desde el momento en que podamos considerar este mundo como una ilusión y un fantasma, podremos considerar todo lo que nos sucede como un sueño, una cosa que ha fingido ser porque dormíamos. Y entonces nace en nosotros una indiferencia sutil y profunda para con todos los desaires y desastres de la vida. Los que mueren han vuelto una esquina, y por eso dejamos de verlos; los que sufren pasan por delante de nosotros, si sentimos, como una pesadilla; si pensamos, como un devaneo ingrato. Y nuestro propio sufrimiento no será más que esa nada. En este mundo dormimos sobre el costado izquierdo y oímos en los sueños la existencia opresa del corazón.

    Nada más... Un poco de sol, un poco de brisa, unos árboles que enmarcan a la distancia, el deseo de ser feliz, el disgusto de que los días pasen, la ciencia siempre insegura y la verdad siempre por descubrir... Nada más, nada más... Sí, nada más...


    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra 24.10.21 4:18

    .


    378

    Cuanto más avanzamos en la vida, más nos convencemos de dos verdades que sin embargo se contradicen. La primera es que, ante la realidad de la vida, suenan pálidas todas las ficciones de la literatura y el arte. Producen, es cierto, un placer más noble que los de la vida; pero son como los sueños, en los que experimentamos sentimientos que en la vida no se experimentan, y se conjugan formas que en la vida no se encuentran; son, a pesar de todo, sueños, de los que se despierta, que no constituyen memorias ni nostalgias con las que vivamos después una segunda vida.

    La segunda es que, siendo deseo de toda alma noble el recorrer la vida por entero, tener experiencia de todas las cosas, de todos los lugares y de todos los sentimientos vividos, y siendo esto imposible, la vida sólo subjetivamente puede ser vivida por entero, sólo negada puede ser vivida en su substancia total.

    Estas dos verdades son irreductibles la una a la otra. El sabio se abstendrá de querer conjugarlas, y se abstendrá también de repudiar una u otra. Tendrá sin embargo que seguir una, añorante de la que no sigue; o repudiar ambas, elevándose por cima de sí mismo en un nirvana personal. Feliz quien no exige de la vida más de lo que ella espontáneamente le da, guiándose por el instinto de los gatos, que buscan el sol cuando hace sol, y cuando no hace sol el calor, donde quiera que esté.

    Feliz quien abdica de su personalidad mediante la imaginación, y se deleita en la contemplación de las vidas ajenas, viviendo, no todas las impresiones, sino el espectáculo exterior de todas las impresiones. Feliz, por fin, ese que abdica de todo y a quien, porque ha abdicado de todo, nada puede ser quitado ni disminuido.

    El rústico, el lector de novelas, el puro asceta —estos tres son los felices de la vida, porque son estos tres los que abdican de la personalidad: uno, porque vive del instinto, que es impersonal; otro, porque vive de la imaginación, que es olvido; el tercero, porque no vive y, no habiendo muerto, duerme.

    Nada me satisface, nada me consuela, todo —haya sido o no— me sacia. No quiero tener al alma y no quiero abdicar de ella. Deseo lo que no deseo y abdico de lo que no tengo. No puedo ser nada sin todo: soy el puente entre lo que no tengo y lo que no quiero.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra 25.10.21 4:18

    .


    379

    la tristeza solemne que habita en todas las cosas grandes —en las cimas como en las grandes vidas, en las noches profundas como en los poemas eternos.

    (Posterior a 1923.)


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    Mensaje por Pedro Casas Serra 26.10.21 4:03

    .


    380

    Algunos tienen en la vida un gran sueño y faltan a ese sueño. Otros no tienen en la vida ningún sueño, y también faltan a ése.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra 27.10.21 3:18

    .


    381

    Veo los paisajes soñados con la misma claridad con que miro los reales. Si me inclino sobre mis sueños, es sobre algo sobre lo que me inclino. Si veo a la vida pasar, sueño cualquier cosa.

    De alguien dijo alguien que las figuras de los sueños tenían para él el mismo relieve y perfil que las figuras de la vida. Para mí, aunque comprendería que se me aplicase semejante frase, no la aceptaría. Las figuras de los sueños no son para mí iguales a las de la vida. Son paralelas. Cada vida —la de los sueños y la del mundo— tienen una realidad igual y propia, pero diferente. Como las cosas próximas y las cosas remotas. Las figuras de los sueños están cerca de mí, pero (…)

    (¿1930?)


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    Mensaje por Pedro Casas Serra 29.10.21 3:08

    .


    382

    Todos los movimientos de la sensibilidad, por agradables que sean, son siempre interrupciones de un estado, que no sé en qué consiste, que es la vida íntima de esa misma sensibilidad. No son las grandes preocupaciones las que nos distraen de nosotros, sino que hasta los pequeños enfados perturban una quietud a la que todos, sin saberlo, aspiramos. Vivimos casi siempre fuera de nosotros, y la misma vida es una perpetua dispersión. Pero es hacia nosotros hacia donde tendemos, como hacia un centro entorno al cual hacemos, como los planetas, elipses absurdas y distantes.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra 30.10.21 6:38

    .


    383

    Reconocer la realidad como una forma de ilusión, y la ilusión como una forma de realidad, es igualmente necesario e igualmente inútil. La vida contemplativa, para siquiera existir, tiene que considerar los accidentes objetivos como premisas dispersas de una conclusión inalcanzable; pero tiene al mismo tiempo que considerar las contingencias del sueño como en cierto modo dignas de esa atención a ellas por la que nos volvemos contemplativos.

    Cualquier cosa, conforme se la considera, es un asombro o un estorbo, un todo o una nada, un camino o una preocupación. Considerarla cada vez de un modo diferente es renovarla, multiplicarla por sí misma. Por eso es por lo que el espíritu contemplativo que nunca ha salido de su aldea tiene a pesar de todo a sus órdenes al universo entero. En una celda o en un desierto está el infinito. En una piedra se duerme cósmicamente.

    Hay, sin embargo, ocasiones de la meditación —y a todos cuantos meditan les llegan— en que todo está gastado, todo viejo, todo visto, aunque esté por ver. Porque, por más que meditemos cualquier cosa, y meditándola la transformemos, nunca la transformaremos en algo que no sea substancia de meditación. Nos llega entonces el ansia de la vida, de conocer sin que sea con el conocimiento, de meditar sólo con los sentidos o pensar de un modo táctil o sensible, desde dentro del objeto pensado, como si fuésemos agua y él esponja. Entonces tenemos también nuestra noche, y el cansancio de todas las emociones se ahonda con ser emociones del pensamiento, ya de por sí profundas. Pero es una noche sin reposo,s in resplandor de luna, sin estrellas, una noche como si todo hubiera sido vuelto del revés —el infinito tornado interior y apretado, el día hecho forro negro de un traje desconocido.

    Más vale, sí, más vale siempre ser limaza humana que ama y desconoce, la sanguijuela que es repugnante sin saberlo. ¡Ignorar como vida! ¡Sentir como olvido! ¡Qué episodios perdidos en la estela verde blanca de las naves idas, como una baba fría del timón alto que hace de nariz bajo los ojos de los camarotes viejos!

    14-5-1930.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra 31.10.21 3:38

    .


    384

    En el alto yermo de los montes naturales tenemos, cuando llegamos, las ensación del privilegio. Somos más altos, de toda nuestra estatura, que lo alto de los montes. Lo máximo de la Naturaleza, por lo menos en aquel lugar, nos queda bajo las plantas de los pies. Somos, por posición, reyes del mundo visible. En torno a nosotros todo es más bajo: la vida es una cuesta que baja, una planicie que yace ante la elevación y la cima que somos.

    Todo en nosotros es accidente y malicia, y esta altura que tenemos, no la tenemos; no somos más altos, en lo alto, que nuestra altura. Aquello mismo que pisamos nos eleva; y si somos altos, es por aquello mismo de lo que somos más altos.

    Se respira mejor cuando se es rico; se es más libre cuando se es célebre; el propio tener un título de nobleza es un pequeño monte. Todo es artificio, pero el artificio ni siquiera es nuestro. Subimos a él, o nos han llevado hasta él, o nacemos en la casa del monte.

    Grande, sin embargo, es el que considera desde el valle al cielo o desde el monte al cielo; la distancia que es diferencia no crea diferencia. Cuando el diluvio creciese estaríamos mejor en los montes. Pero cuando la maldición de Dios fuese de rayos, como la de Júpiter, de vientos, como la de Eolo, el abrigo sería el que no hubiéramos subido, y la defensa el arrastrarnos.

    Sabio de veras es el que tiene la posibilidad de la altura en los músculos y la negación de subir en el conocimiento. Él tiene, por visión, todos los montes; y tiene, por posición, todos los valles. El sol que dora las cimas, las dora para él más [que] para quien allí lo sufre; y el palacio alto entre florestas será más bello para el que lo contempla desde el valle que para el que lo olvida en las salas que le hacen de prisión.

    Con estas reflexiones me consuelo, puesto que no puedo consolarme con la vida. Y el símbolo se me funde con la realidad cuando, transeúnte de cuerpo y alma por estas calles bajas que van a dar al Tajo, veo las alturas claras de la ciudad resplandecer, como la gloria ajena /de las luces variadas de un sol que ya no está en el poniente./

    14-4-1930.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra 01.11.21 5:08

    .


    385

    Toda la vida del alma humana es un movimiento en la penumbra. Vivimos, en un anochecer de la conciencia, nunca seguros de lo que somos y de lo que nos suponemos ser. En los mejores de nosotros vive la vanidad de algo, y hay un error cuyo ángulo no conocemos. Somos algo que sucede en el descanso de un espectáculo; a veces, por determinadas puertas, entrevemos lo que tal vez no sea más que escenario. Todo el mundo es confuso, como unas voces en la noche.

    Estas páginas en las que anoto con una claridad que dura para ellas, ahora mismo las he releído y me interrogo. ¿Qué es esto, y para qué es esto? ¿Quién soy cuando siento? ¿Qué cosa muero cuando soy?

    Como alguien que, desde muy alto, intentase distinguir las vidas del valle, yo así mismo me contemplo desde una cima, y soy, a pesar de todo, un paisaje vago y confuso.

    Es en estas horas de un abismo en el alma cuando el más pequeño pormenor me oprime como una carta de adiós.

    Me siento constantemente en una víspera de despertar, me sufro la envoltura de mí mismo, en una sofocación de conclusiones. De buen grado gritaría si mi voz llegase a algún sitio. Pero hay un gran sueño en mí, y se desplaza de unas sensaciones a otras como una sucesión de nubes, de las que dejan de distintos colores de sol y verde la hierba menos ensombrecida de los campos prolongados.

    Soy como alguien que busca al acaso, no sabiendo dónde fue escondido el objeto que no le han dicho lo que es. Jugamos al escondite con nadie. Hay, en algún sitio, un subterfugio trascendente, una divinidad fluida y sólo oída.

    Releo, sí, estas páginas que representan horas pobres, pequeños sosiegos o ilusiones, grandes esperanzas desviadas hacia el paisaje, penas como cuartos en los que no se entra, ciertas voces, un gran cansancio, el evangelio por escribir.

    Cada uno tiene su vanidad, y la vanidad de cada uno es su olvido de que hay otros con un alma igual. Mi vanidad son algunas páginas, unos fragmentos, ciertas dudas…

    ¿Releo? ¡He mentido! No oso releer. No puedo releer. ¿De qué me sirve releer?El que está ahí es otro. Ya no comprendo nada…

    10-4-1930.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra 02.11.21 4:42

    .


    386

    No toquemos a la vida ni con la punta de los dedos. No amemos ni con el pensamiento.

    Que ningún beso de mujer, ni siquiera en sueños, sea una sensación nuestra.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra 03.11.21 4:43

    .


    387

    Y hoy, pensando en lo que ha sido mi vida, me siento un cualquier animal vivo, transportado en un cesto de los de encorvar el brazo, entre dos estaciones suburbanas. La imagen es estúpida, pero la vida que he definido es todavía más estúpida que ella. Esos cestos suelen tener dos tapas, como medios óvalos, que se levantan un poco en uno y otro de los bordes curvos si el bicho se agita. Pero el brazo de quien lo transporta, apoyado un poco a lo largo de las articulaciones centrales, no deja a una cosa tan débil levantar vilmente más que los extremos inútiles, como alas de una mariposa que está perdiendo fuerzas.

    Me he olvidado de que hablaba de mí con la descripción del cesto. Lo veo claramente, y al brazo gordo y blanco quemado de la criada que lo transporta. No consigo ver a la criada más allá del brazo y su vello. No consigo sentirme bien sino —de repente— una gran frescura de (...) de esas varillas y cintas con que se tejen los cestos y donde me agito, bicho, entre dos paradas que siento. Entre ellas reposo en lo que parece ser un banco y hablan allá, fuera de mi cesto. Me duermo porque me tranquilizo, hasta que me levanten de nuevo en la parada.

    5-4-1930.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra 04.11.21 5:08

    .


    388

    Me duelen la cabeza y el universo. Los dolores físicos, más claramente dolores que los morales, desarrollan, mediante un reflejo del espíritu, tragedias no contenidas en ellos. Provocan una impaciencia de todo que, como es de todo, no excluye a ninguna de las estrellas.

    No comulgo, no he comulgado nunca, no podré, supongo, comulgar nunca con ese concepto bastardo según el cual somos, en cuanto almas, consecuencia de una cosa natural llamada cerebro, que existe, por nacimiento, dentro de otra cosa material llamada cráneo. No puedo ser materialista, que es lo que, creo, se llama ese concepto, porque no puedo establecer una relación clara —una relación visible, diré— entre una masa visible de materia cenicienta, o de otro color cualquiera, y esta cosa yo que por detrás de mi mirada ve los cielos y los piensa, e imagina cielos que no existen. Pero, aunque nunca pueda caer en el abismo de suponer que una cosa pueda ser otra sólo porque ambas están en el mismo lugar, como una gran pared y mi sombra en ella, o que depender el alma del cerebro sea más que depender yo, para mí trayecto, del vehículo en el que voy, creo, sin embargo, que hay entre lo que en nosotros es sólo espíritu y lo que en nosotros es espíritu del cuerpo una relación de convivencia en la que pueden surgir discusiones. Y la que surge vulgarmente es la de que la persona más ordinaria moleste a la que lo es menos.

    Me duele la cabeza hoy, y es quizás desde el estómago desde donde me duele. Pero el dolor, una vez sugerido a la cabeza desde el estómago, va a interrumpir las meditaciones que tengo por detrás del cerebro. Quien me tapa los ojos no me ciega pero me impide ver. Y así ahora, porque me duele la cabeza, juzgo sin valía ni nobleza el espectáculo, en este momento monótono y absurdo, de lo que hay fuera y apenas quiero ver como mundo. Me duele la cabeza y esto quiere decir que tengo conciencia de una ofensa que la materia me hace, y que, porque, como todas las ofensas, me indigna, me predispone a estar a mal con todo el mundo, incluidos los que están cerca pero no me han ofendido. Mi deseo es morir, por lo menos temporalmente, pero esto, como ya he dicho, sólo porque me duele la cabeza. Y en este momento, de repente, recuerdo con cuánta mayor nobleza diría esto uno de los grandes prosistas. Desarrollaría, período por período, la amargura anónima del mundo; ante sus ojos imaginadores de parágrafos surgirían, diferentes, los dramas humanos que hay en la tierra, y a través del latir de las sienes febriles se elevaría en el papel toda una metafísica de la desgracia. Yo, sin embargo, no tengo nobleza estilística. Me duele la cabeza porque me duele la cabeza. Me duele el universo porque la cabeza me duele. Pero el universo que realmente me duele no es el verdadero, el que existe porque no sabe que existo, sino ése, mío de mí, que, si me paso las manos por los cabellos me hace parecer sentir que sufren todos ellos para hacerme sufrir.

    5-2-1932.


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    Fernando Pessoa: Libro del desasosiego - Página 15 Empty Re: Fernando Pessoa: Libro del desasosiego

    Mensaje por Pedro Casas Serra 05.11.21 5:31

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    389

    Me siento a veces conmovido, no sé por qué, por un presagio de muerte... Ya sea una vaga dolencia, que no se materializa en dolor y por eso tiende al fin a espiritualizarse, ya sea un cansancio que necesita un sueño tan profundo que el dormir no le basta —lo cierto es que siento como si, al fin de un empeoramiento de enfermo, quitase por fin, sin violencia o nostalgia, las manos débiles de encima de la colcha sentida.

    Considero entonces qué cosa es ésta a la que llamamos muerte. No quiero decir el misterio de la muerte, que no penetro, sino la sensación física de dejar de vivir. La humanidad tiene miedo a la muerte, pero de modo confuso; el hombre normal se bate bien en activo; el hombre normal, enfermo o viejo, raras veces mira con horror al abismo de la nada que él atribuye a ese abismo. Todo eso es falta de imaginación. No hay nada menos propio de quien piensa que suponer a la muerte un sueño. ¿Por qué ha de serlo si la muerte no se parece al sueño? Lo esencial del sueño es el despertarse de él, y de la muerte, suponemos, no se despierta. Y si la muerte se asemeja al sueño, debemos tener la noción de que se despierta de ella. No es eso, sin embargo, lo que el hombre normal se figura: imagina para sí a la muerte corno un sueño del que no despierta, o que nada quiere decir. La muerte, decía, no se parece al sueño, pues en el sueño se está vivo y durmiendo: no sé cómo puede alguien comparar la muerte a nada, pues no puede tener experiencia de ella, o cosa con que compararla.

    A mí, cuando veo un muerto, la muerte me parece una partida. El cadáver me produce la impresión de un traje que se ha dejado. Alguien se ha ido y no ha necesitado llevarse ese traje único que vestía.


    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra 06.11.21 5:01

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    390

    No sé lo que es el tiempo. No sé cuál es su verdadera medida, si tiene alguna. La del reloj sé que es falsa: divide al tiempo espacialmente, por fuera. La de las emociones sé también que es falsa: divide, no al tiempo, sino a la sensación de él. La de los sueños es errónea: en ellos rozamos al tiempo, una vez prolongadamente, otra vez deprisa, y lo que vivimos es apresurado o lento conforme alguna propiedad del decorrer cuya naturaleza ignoro.

    Creo, a veces, que todo es falso, y que el tiempo no es más que la moldura para encuadrar lo que le es extraño. En el recuerdo que tengo de mi vida pasada, los tiempos están dispuestos en niveles y planos absurdos, siendo yo más joven en determinado episodio de los quince años solemnes que en otro de la infancia sentada entre juguetes.

    Se me enmaraña la conciencia si pienso en estas cosas. Presiento un error en todo esto; no sé, sin embargo, a qué lado cae. Es como si presenciase una especie de prestidigitación, donde, por ser tal, me supiese engañado, aunque no concibiese cuál es la técnica, o la mecánica, del engaño.

    Me asaltan, entonces, pensamientos absurdos, que no consigo sin embargo rechazar como absurdos del todo. Pienso si un hombre que medita despacio dentro de un coche que va deprisa está yendo deprisa o despacio. Pienso si un hombre que medita despacio dentro de un coche que va deprisa está yendo deprisa o despacio. Pienso si serán iguales las velocidades idénticas con que caen en el mar el suicida y el que ha perdido el equilibrio en la explanada. Pienso si son realmente sincrónicos los movimientos, que ocupan el mismo tiempo, mediante los cuales fumo un cigarrillo, escribo este fragmento y pienso oscuramente.

    De dos ruedas en el mismo eje podemos pensar que hay una que está siempre más delante, aunque sea unas fracciones de milímetro. Un microscopio exageraría esta dislocación hasta convertirla en casi increíble, imposible si no fuese real. ¿Y porqué no ha de tener razón contra mi vista el microscopio? ¿Son consideraciones inútiles? Bien lo sé. ¿Son ilusiones de la consideración? Lo concedo. ¿Qué es, sin embargo, esto que nos mide sin medida y nos mata sin ser? Y es en estos momentos, en que no sé si el tiempo existe, cuando siento como una persona y tengo ganas de dormir.

    23-5-1932.


    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra 07.11.21 5:10

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    391

    Nadie comprende a otro. Somos, como dijo el poeta, islas en el mar de la vida; corre [sic] entre nosotros el mar que nos define y separa. Por más que un alma se esfuerce por saber lo que es otra alma, no sabrá sino lo que le diga una palabra —sombra disforme en el suelo de su entendimiento.

    Amo a las expresiones porque no sé nada de lo que expresan. Soy como el maestro de Santa Marta, me contento con lo que me dan. Veo, y ya es mucho.¿Quién es capaz de entender?

    Tal vez sea debido a este escepticismo de lo inteligible por lo que encaro de igual modo un árbol y una cara, un cartel y una sonrisa. (Todo es natural, todo artificial, todo igual.) Todo lo que veo es para mí lo único visible, sea el cielo alto azul de verde blanco de la mañana que ha de venir, sea la mueca /falsa/ en que se contrae el rostro de quien está sufriendo ante testigos la muerte de quien ama.

    Muñecos, ilustraciones, páginas que existen y se vuelven. Mi corazón no está en ellos ni casi mi atención que los recorre desde fuera, como una mosca por un papel.

    ¿Sé yo siquiera si siento, si pienso, si existo? Nada: sólo un esquema objetivo de colores, de formas, de expresiones del que soy el espejo oscilante por vender inútil.

    14-6-1932.


    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra 08.11.21 3:35

    392

    Detrás de los primeros menos-calores del estío terminado, han venido, en los acasos de las tardes, ciertas coloraciones más suaves del cielo amplio, ciertos retoques de brisa fría que anuncian al otoño. No era todavía el desverdecer del follaje, o el desprenderse de las hojas, ni esa vaga angustia que acompaña a nuestra sensación de muerte exterior, porque lo ha de ser también la nuestra. Era como un cansancio del esfuerzo existente, un vago sueño sobrevenido a los últimos gestos del hacer. Ah, son las tardes de una tan afligida indiferencia que, antes que comience en las cosas, comienza en nosotros el otoño.

    Cada otoño que viene está más cerca del otoño que tendremos, y lo mismo es verdad del verano y del estío; pero el otoño recuerda, por lo que es, el acabarse de todo, y en el verano o en el estío es fácil, de mirar, que lo olvidemos. No es todavía el otoño, no está todavía en el aire el amarillo de las hojas caídas o la tristeza húmeda del tiempo que va a ser más tarde invierno.

    Pero hay un resquicio de tristeza anticipada, una angustia vestida para el viaje, en el sentimiento en el que estamos vagamente atentos a la difusión colorida de las cosas, al otro tono del viento, al sosiego más viejo que se arrastra, si cae la noche, por la presencia inevitable del universo.

    Sí, pasaremos todos, pasaremos todo. Nada quedará de lo que gastó sentimientos y guantes, de lo que habló de la muerte y de la política local. Como es la misma luz la que ilumina las faces de los santos y las polainas de los transeúntes, así será la misma falta de luz la que dejará en lo oscuro la nada que quede de haber sido unos santos y otros gastadores de polainas. En el vasto remolino, como el de las hojas secas, en que yace indolentemente el mundo entero, tanto importan los reinos como los vestidos de las costureras, y las trenzas de las niñas rubias van en el mismo giro mortal que los cetros que han figurado a los imperios. Todo es nada, y en el atrio de lo Invisible, cuya puerta abierta muestra apenas, en frente, una puerta cerrada, bailan, esclavas de ese viento que las revuelve sin manos, todas las cosas, pequeñas y grandes, que han formado, paran osotros y en nosotros, el sistema sentido del universo. Todo es sombra y polvo removido, no hay más voz que la del ruido que hace lo que el viento levanta y arrastra, ni más silencio que el de lo que el viento abandona. Unos, hojas leves, menos presas de la tierra por más leves, van altos por el vórtice del atrio y caen más lejos que el círculo de los pesados. Otros, casi invisibles, polvo igual, diferente sólo si lo viésemos de cerca, se hacen cama a sí mismos en el remolino. Otros todavía, miniaturas de troncos, son arrastrados circularmente y terminan acá y allá. Un día, al final del conocimiento de las cosas, se abrirá la puerta del fondo, y todo lo que fuimos —basura de estrellas y de almas— será barrido hacia fuera de casa, para que lo que existe vuelva a empezar.

    El corazón me duele como un cuerpo extraño. Mi cerebro duerme todo cuanto siento. Sí, es el principio del otoño el que trae al aire y a mi alma esa luz sin sonrisa que va orlando de amarillo muerto el redondeamiento confuso de las pocas nubes del poniente. Sí, es el principio del otoño, y el conocimiento claro, en la hora límpida, de la insuficiencia anónima de todo. El otoño, sí, el otoño, el que hay o el que va a haber, y el cansancio anticipado de todos los gestos, la desilusión anticipada de todos los sueños. ¿Qué puedo yo esperar y de qué? Ya, en lo que pienso de mí, voy entre las hojas y los polvos del atrio, en la órbita sin sentido de ninguna cosa, haciendo ruido de vida en las losas limpias que un sol angular dora no sé dónde.

    Todo cuanto he pensado, todo cuanto he soñado, todo cuanto he hecho o no he hecho —todo esto se irá en el otoño, como las cerillas usadas que tapizan el suelo en diferentes sentidos, o los papeles estrujados en falsas pelotas, o los grandes imperios, las religiones todas, las filosofías con que han jugado, al hacerlas, los hijos soñolientos del abismo. Todo cuanto ha sido mi alma, desde todo a lo que he aspirado a la casa vulgar en que vivo, desde los dioses que he tenido hasta el patrón Vasques que también he tenido, todo se va en el otoño, todo en el otoño, en la ternura indiferente del otoño. Todo en el otoño, sí, todo en el otoño…

    14-9-1931.


    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra 09.11.21 3:45

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    393

    ¡Remolinos, remolinos, en la futilidad fluida de la vida! En la gran plaza del centro de la ciudad, el agua sobriamente multicolor de la gente que pasa se desvía, forma charcos, se abre en arroyos, se junta en riachuelos. Mis ojos ven distraídamente, y construyo en mí esta imagen aquea que, mejor que cualquier otra, y porque he pensado que iba a llover, se ajusta a este incierto movimientos.

    Al escribir esta última frase, que para mí dice exactamente lo que define, he pensado que sería útil poner al final de mi libro, cuando lo publique, debajo de las «Errata» unas «No-Errata», y decir: la frase «a este incierto movimientos», de la página tal, es así mismo, con las voces adjetivas en singular y el substantivo en plural. ¿Pero qué tiene que ver esto con lo que estaba pensando? Nada, y por eso me ha dejado que lo piense.

    Alrededor de en medio de la plaza, como cajas de cerillas móviles, grandes y amarillas, en que un niño espetase una cerilla quemada inclinada, para hacer mal de trole, los tranvías gruñen y tintinean; al arrancar, silban a hierro alto. Alrededor de la estatua central, las palomas son migajas negras que se mueven, como si les diese un viento esparcidor. Dan pasitos, gordas sobre las patas pequeñas.

    Y son sombras, sombras…

    Vista de cerca, toda la gente es monótonamente diferente. Decía Vieira que Frei Luís de Sousa escribía «lo vulgar con singularidad». Esta gente es singular con vulgaridad, al revés del estilo de la Vida del Arzobispo. Todo esto me da pena, siéndome sin embargo indiferente. He venido a parar aquí sin motivo, como todo en la vida.

    Del lado de oriente, entrevista, la ciudad se levanta casi a plomada, asalta casi extáticamente al Castillo. El sol pálido moja de un aureolamiento vago esta mole súbita de casas que para aquí lo oculta. El cielo es de un azul húmedamente blancuzco. La lluvia de ayer quizás se repita hoy, pero más suave. El viento parece Este, tal vez porque aquí mismo, de repente, huele vagamente al maduro y verde del mercado cercano. Del lado oriental de la plaza hay más forasteros que del otro. Como descargas tapizadas, los cierres ondulados bajan hacia arriba; no sé por qué es así la frase que me transmite ese ruido. Es quizás porque hacen más ruido al bajar, aunque ahora suben. Todo se explica.

    De repente, estoy solo en el mundo. Veo todo esto desde lo alto de un tejado espiritual. Estoy solo en el mundo. Ver es ser distante. Ver claro es parar. Analizar es ser extranjero. Toda la gente pasa junto a mí sin rozarme. Sólo tengo aire a mi alrededor. Me siento tan aislado que siento la distancia que hay entre mí y mi traje. Soy un niño, con una palmatoria mal encendida, que atraviesa, en camisón de dormir, una gran casa desierta. Viven sombras que me rodean —sólo sombras hijas de los muebles rígidos y de la luz que me acompaña. Ellas me rondan aquí, al sol, pero son gente.

    25-4-1930.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra 10.11.21 3:41

    .


    394

    Cuanto más alto está el hombre, de más cosas tiene que privarse. En la cumbre no hay sitio sino para el hombre solo. Cuanto más perfecto es, más completo; y cuanto más completo, menos otro.

    Estas consideraciones han venido a hacerme compañía después de leer en un diario la noticia de la gran vida múltiple de un hombre célebre. Era un millonario americano, y lo había sido todo. Había tenido cuanto ambicionaba —dinero, amores, afectos, dedicaciones, viajes, colecciones. No es que el dinero lo pueda todo, pero el gran magnetismo con el que se obtiene mucho dinero lo puede, efectivamente, casi todo.

    Cuando dejaba el diario en la mesa del café, ya reflexionaba que lo mismo, en su esfera, podría decir el dependiente de comercio, más o menos conocido mío, que almuerza todos los días, como hoy está almorzando, en la mesa del fondo del rincón. Todo cuanto el millonario ha tenido, este hombre lo ha tenido; en menor grado, es cierto, pero en proporción a su estatura. Los dos hombres han conseguido lo mismo; no hay diferencia de celebridad, porque, también allí, la diferencia de ambientes establece la identidad. No hay nadie en el mundo que no conozca el nombre del millonario americano, pero no hay nadie en la plaza de Lisboa que no conozca el nombre del hombre que está almorzando allí.

    Estos hombres, al final, han conseguido todo cuanto la mano puede alcanzar extendiendo el brazo. Variaba en ellos la longitud del brazo; en lo demás eran iguales. No he conseguido nunca tener envidia de esta especie de gente. Siempre he opinado que la virtud estaba en conseguir lo que no se alcanza, en vivir donde no se está, en estar más vivo después de muerto que cuando se está vivo, en conseguir, en fin, algo imposible, absurdo, en vencer, como a obstáculos, la propia realidad del mundo.

    Si me dijesen que es nulo el placer de durar después de no existir, respondería, primero, que no sé si lo es o no, pues no sé la verdad sobre la supervivencia humana; respondería, después, que el placer de la fama futura es un placer presente —la fama es la que es futura. Y es un placer de orgullo igual a ninguno que cualquier posesión material consiga proporcionar. Puede ser, en efecto, ilusorio, pero, sea lo que sea, es más generoso que el placer de disfrutar tan sólo de lo que está aquí. El millonario americano no puede creer que la posteridad vaya a apreciar sus poemas, visto que no ha escrito ningunos; el dependiente de comercio no puede suponer que el futuro vaya a deleitarse con sus cuadros, visto que no ha pintado ningunos.

    Yo, sin embargo, que en la vida transitoria no soy nada, puedo disfrutar de la visión del futuro leyendo esta página, pues efectivamente la escribo; puedo enorgullecerme, como de un hijo, de la fama que tendré, porque, por lo menos, tengo con qué tenerla. Y cuando pienso esto, al levantarme de la mesa, es con una íntima majestad como mi estatura invisible se hiergue por cima de Detroit, Michigan, y de toda la plaza de Lisboa.

    Me doy cuenta, sin embargo, de que no ha sido con estas reflexiones con las que he empezado a reflexionar. En lo que pensé en seguida fue en lo poco que tiene que ser en la vida quien tiene que sobrevivir. Tanto vale una reflexión como la otra, pues son la misma. La gloria no es una medalla, sino una moneda: de un lado tiene la Cara, del otro una indicación del valor. Para los valores mayores no hay moneda: son de papel y ese valor es siempre poco.

    Con estas psicologías metafísicas se consuelan los humildes como yo.

    2-2-1931.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra 11.11.21 12:53

    .


    395

    Todo placer es un /vicio/ —porque buscar el placer es lo que todos hacen en la vida, y el único vicio negro es hacer lo que hace toda la gente.


    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra 12.11.21 4:22

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    396

    Si algo hay que esta vida tenga para nosotros y, salvo la misma vida, tengamos que agradecer a los Dioses, es el don de desconocernos: de desconocernos a nosotros mismos y de desconocernos los unos a los otros. El alma humana es un abismo oscuro y viscoso, un pozo que no se usa en la superficie del mundo. Nadie se amaría a sí mismo si de verdad se conociese, y así, si no existiese la vanidad, que es la sangre de la vida espiritual, moriríamos de anemia en el alma. Nadie conoce a otro, y menos mal que no le conoce, y, si le conociese, conocería en él, aunque madre, mujer o hijo, al íntimo, metafísico enemigo.

    Nos entendemos porque nos ignoramos. Qué sería de tantos cónyuges felices si pudiesen ver el uno en el alma del otro, si pudiesen comprenderse, como dicen los románticos, que no conocen el peligro —si bien el peligro fútil— de lo que dicen. Todos los casados del mundo son malcasados, porque cada uno guarda consigo, en los secretos en los que el alma es del Diablo, la imagen sutil del hombre deseado que no es aquél, la figura voluble de la mujer sublime a la que aquélla no ha realizado. Los más felices ignoran en sí mismos estas disposiciones suyas frustradas; los menos felices no las ignoran, pero no las conocen, y sólo un que otro arrebato ordinario, una que otra aspereza en el trato, evoca, en la superficie casual de los gestos y de las palabras, al Demonio oculto, a la Eva antigua, al Caballero o a la Sílfide.

    La vida que se vive es una incomprensión fluida, una media alegre entre la grandeza que no hay y la felicidad que no puede haber. Estamos contentos porque, hasta al pensar y al sentir, somos capaces de no creer en la existencia del alma. En el baile de máscaras que vivimos, nos basta el agrado del traje, que en el baile lo es todo. Somos esclavos de las luces y de los colores, vamos en la danza como en la verdad, no hay para nosotros —salvo si, abandonados, no bailamos— conocimiento del gran frío alto de la noche exterior, del cuerpo mortal debajo de los trapos que le sobreviven, de todo cuanto, a solas, creemos que es esencialmente nosotros, pero al final no es más que la parodia íntima de la verdad de lo que nos suponemos.

    Todo cuanto hacemos o decimos, todo cuanto pensamos o sentimos, lleva la misma máscara y el mismo dominó. Por más que nos quitemos lo que vestimos, nunca llegamos a la desnudez, pues la desnudez es un fenómeno del alma y no de quitarse el traje. Así, vestidos de cuerpo y alma, con nuestros múltiples trajes tan pegados a nosotros como las plumas de las aves, vivimos felices o desgraciados, o hasta no sabiendo lo que somos, el breve espacio que nos conceden los dioses para que los divirtamos, como niños que juegan a juegos serios.

    Uno u otro de nosotros, liberado o maldito, ve de repente —pero hasta ése raras veces ve— que todo cuanto somos es lo que no somos, que nos engañamos en lo que es verdadero y no tenemos razón en lo que concluimos justo. Y ése, que, durante un breve período, ve el universo desnudo, crea una filosofía, o sueña una religión; y la filosofía se divulga y la religión se propaga, y los que creen en la filosofía pasan a usarla como una veste que no ven, y los que creen en la religión pasan a ponérsela como una máscara de la que se olvidan.

    Y siempre, desconociéndonos a nosotros y a los demás, y entendiéndonos alegremente por eso, pasamos por las volutas de la danza o por las conversaciones del descanso, humanos, fútiles, seriamente, al son de la gran orquesta de los astros, bajo las miradas desdeñosas y ajenas de los organizadores del espectáculo.

    Sólo ellos saben que nosotros somos presa de la ilusión que nos han creado. Pero cuál es la razón de esa ilusión, y por qué existe esa, o cualquier, ilusión, o porqué es por lo que ellos, ilusos también, nos han concedido que tuviésemos la ilusión que nos concedieron —eso, por cierto, ellos mismos no lo saben.

    29-11-1931.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra 13.11.21 4:30

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    397

    La ladera lleva al molino, pero el esfuerzo no lleva a nada. Era una tarde de otoño, cuando el cielo tiene un calor frío, muerto, y hay nubes que sofocan la luz entre cobertores de lentitud.

    Sólo dos cosas me ha concedido el Destino: unos libros de contabilidad y el don de soñar.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra 14.11.21 5:53

    .


    398

    ¿Has pensado ya, /oh Otra,/ cuan invisibles somos los unos para los otros?¿Has meditado ya cuánto nos desconocemos? Nos vemos y no nos vemos. Nos oímos y cada uno escucha tan sólo una voz que está dentro de él.

    Las palabras de los demás son errores de nuestra audición, naufragios de nuestro entendimiento. Con qué confianza creemos en /nuestro/ sentido de las palabras de los demás. Nos saben a muerte las voluptuosidades que otros ponen en palabras. Leemos voluptuosidad y vida en lo que los otros dejan caer sin intención de darle un sentido profundo.

    La voz de los regatos que interpretamos [...] explicadora, la voz de los árboles en cuyo murmurar ponemos un sentido —¡ah, amor mío desconocido, hasta qué punto todo esto es nosotros y fantasías, todo de ceniza que resbala por las rejas de nuestra celda!

    (Posterior a 1923.)


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    Mensaje por Pedro Casas Serra 15.11.21 4:23

    .


    399

    CASCADA

    La niña sabe que la muñeca no es real, y la trata como real hasta llorarla y disgustarse cuando se rompe. El arte del niño es el de irrealizar. ¡Bendita esa edad equivocada de la vida, cuándo se niega el amor porque no hay sexo, cuando se niega la realidad por jugar, tomando por reales a cosas que no lo son!

    Que sea yo vuelto niño y me quede siéndolo siempre, sin que me importen los valores que los hombres conceden a las cosas ni las relaciones que los hombres establecen entre ellas. Yo, cuando era pequeño, ponía los soldados de plomo, muchas veces, patas arriba... ¿Y hay algún argumento, con aptitudes lógicas para convencer, que me demuestre que los soldados reales no deben andar cabeza abajo?

    El niño no da más valor al oro que al vidrio. Y, en verdad, ¿vale más el oro? —El niño juzga oscuramente absurdos las pasiones, las rabias, los recelos que ve esculpidos en los gestos adultos. ¿Y no son en verdad absurdos y vanos todos nuestros recelos y todos nuestros odios y todos nuestros amores?

    ¡Oh divina y absurda ambición infantil! ¡Visión verdad de las cosas que nosotros revestimos de /convenciones/ en el más desnudo verlas, que nos embrumamos de ideas nuestras en el más directo mirarlas!

    ¿Será Dios un niño muy grande? El universo entero ¿no parece un juego, una partida de niño Travieso? Tan irreal, tan (...), tan (…)

    Os he lanzado, riendo, esta idea al aire y ved cómo, al verla distante de mí, de repente veo lo horrorosa que es. (¿Quién sabe si no contiene la verdad?) Y cae y se rompe a mis pies, en polvo de horror y fragmentos de angustia…

    Despierto para saber que existo…

    Un gran tedio indeterminado gargariza equivocadamente fresco al oído, por las cascadas, colmenar abajo, allá al fondo /estúpido/ del jardín.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra 16.11.21 4:08

    .


    400

    La única manera de que tengas sensaciones nuevas es que te construyas un alma nueva. /Baldío/ esfuerzo el tuyo si quieres sentir otras cosas sin sentir de otra manera, y sentirte de otra manera sin cambiar de alma. Porque las cosas son como nosotros las sentimos —¿cuánto tiempo hace que tú sabes esto sin saberlo?— y el único modo de que haya cosas nuevas, de sentir cosas nuevas, es que haya novedad en el sentirlas.

    ¿Cambio de alma cómo? Descúbrelo tú.

    Desde que nacemos hasta que morimos, cambiamos de alma lentamente, como de cuerpo. Consigue un medio de volver rápido ese cambio, como con ciertas enfermedades, o ciertas convalecencias, el cuerpo nos cambia rápidamente.

    No descender nunca a dar conferencias para que no se crea que tenemos opiniones, o que descendemos hasta el público para hablar con él. Si quiere, que nos lea.

    Y es que además el conferenciante parece un actor —una criatura que el buen artista desprecia, un mozo de cuerda del Arte.


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    Fernando Pessoa: Libro del desasosiego - Página 15 Empty Re: Fernando Pessoa: Libro del desasosiego

    Mensaje por Pedro Casas Serra 17.11.21 3:03

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    401

    El alma humana es una víctima tan inevitable del dolor, que sufre el dolor de la sorpresa dolorosa, incluso con lo que debía esperar. Tal hombre, que toda la vida ha hablado de la inconstancia y de la volubilidad femenina como de cosas naturales y típicas, experimentará toda la angustia de la sorpresa cuando se vea traicionado en amor —tal cual, no otro, como si hubiese tenido siempre por dogma o esperanza la fidelidad y la firmeza de la mujer. Tal otro, que tiene a todo por hueco y vacío, sentirá como un rayo súbito el descubrimiento de que tienen por nada lo que escribe, o que es estéril su esfuerzo por enseñar o que es falsa la comunicabilidad de su emoción.

    No hay que creer que los hombres a quien estas desgracias suceden, y otras desgracias como éstas, hubiesen sido poco sinceros en las cosas que decían, o que escribían, y en cuya substancia esas desgracias eran previsibles o seguras. Nada tiene que ver la sinceridad de la afirmación inteligente con la naturalidad de la emoción espontánea. Y esto parece poder ser así, el alma parece poder tener sorpresas de éstas, sólo porque el dolor no le falte, el oprobio no deje de caberle en suerte, la angustia no le escasee como parte /igualitaria/ en la vida. Todos somos iguales en la capacidad para el error y para el sufrimiento. Sólo no le pasa a quien no siente; y los más altos, los más nobles, los más previsores, son lo que ven, pasando y sufriendo, lo que preveían y lo que desdeñaban. Es a esto a lo que se llama la Vida.


    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra 18.11.21 12:31

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    402

    El hombre no debe poder ver su propia cara. Eso es lo más terrible que hay. La naturaleza le ha concedido el don de no poder verla, así como el de no poder mirar a sus propios ojos.

    Sólo en el agua de los ríos y de los lagos podía mirar su rostro. Y la postura, incluso, que tenía que adoptar era simbólica. Tenía que inclinarse, que rebajarse para cometer la ignominia de verse.

    El creador del espejo envenenó al alma humana.


    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra 19.11.21 5:05

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    403

    y todo es una enfermedad incurable.

    La ociosidad de sentir, el disgusto de tener que no saber hacer nada, la incapacidad de hacer, como un (…)


    (Continuará)


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