PEDRO CASALDALIGA (1928 - 2020)
EL TIEMPO Y LA ESPERA
"El Tiempo y la espera" no es el primer libro de Pedro Casaldáliga. Es, sin embargo, el primero que cayó en mis manos y leí. Pero es del año 1986 y creo que debe haber unos 4 o 5 anteriores. Los iré poniendo todos, con excepción de los sonetos - que ya han sido expuestos -. Pero EL TIEMPO Y LA ESPERA lleva una DEDICATORIA:
A los pobres,
a los mártires,
a los contemplativos,
a los militantes
y a los teólogos
de la liberación,
por quienes y con quienes
-por Él, con Él y en Él-
el tiempo se hace cristiano
y la espera esperanzada.
que, en su día, me gustó mucho. Y lleva también un PRÓLOGO DE JOSÉ MARÍA VALVERDE, que es el siguiente:
Me abruma la invitación a escribir algo —algo superfluo, sin duda— antes de estos versos de Pedro Casaldáliga: acostumbrado a la cómoda posición del literato que puede permitirse organizar sublimes palabras en formas presuntamente memorables sin necesidad de comprometerse apenas con su lenguaje, me siento ahora como si recibiera una tremenda descarga eléctrica al tener ante mis ojos unos versos que son expresión transparente de una vida por completo entregada a lo que dice.
Ciertamente, no por ello hay en esta poesía ninguna ingenuidad literaria, sino, por el contrario, un «oficio», bien dominado por este poeta. Y aun cabría entrar en detalles técnicos de crítica, señalando, por ejemplo, cómo este hombre de expresión trilingüe —en catalán, como lengua materna; en castellano, como lengua literaria, alternada con la catalana; en «brasileiro», como lengua de pastor y obispo— tiene su referencia tradicional más efectiva, por lo que toca a su forma en verso, en la habitualmente desaprovechada lección del poeta Unamuno.
Pero a mí lo que más me importa aquí no es eso, sino la rarísima calidad que puede dar a una expresión poética la entrega absoluta a la fe, al amor divino —que, sobre todo hoy día, ya no hay excusas para no reconocer, a la vez, como amor al prójimo incluso en su sufrimiento colectivo y en su rebeldía contra la tradicional opresión social y económica—. El fuego de tal entrega a la fe solía, en otros tiempos, en auténticos poetas religiosos —pienso, entre los más altos, en un San Francisco de Asís, en un Iacopone da Todi, en un San Juan de la Cruz— acrisolar materias más puras y simples: hoy día ese fuego puede asumir también en poesía toda la suciedad de la miseria, el sufrimiento de los «parias de la tierra», la dureza de la explotación capitalista, junto con el escalofrío del riesgo en medio de la rebeldía revolucionaria de tantos pueblos contra la represión.
Aquí, la intensidad de este ánimo creyente no sólo hace alta poesía de tales cosas que en otros tiempos no podían ser líricas, sino que asume sus propios recursos literarios volviéndolos casi invisibles, dentro del empuje de quién ha renunciado a su "yo'', uniéndolo en el Otro con los otros.
En términos kierkegaardianos diríamos que Casaldáliga escribe «en indicativo», mientras los demás solemos escribir «en subjuntivo» o «en condicional»: «quisiéramos» o «querríamos» que algo «fuera» o «fuese», cuando en él «es» —y lo respalda con todo su vivir—.
Los que no pasamos de ser «escritores», quizá nos preguntemos cómo cabe seguir escribiendo versos cuando se ha puesto en juego la vida entera —y ello no sólo en casos explícitamente religiosos, sino en casos de entrega a la lucha y el riesgo de muerte por afán de justicia humana—. Eso también se lo preguntan a veces los mismos que viven —o sobreviven— más allá de tales entregas: por ejemplo, Leonel Rugama, ya para siempre el más joven de los buenos poetas nicaragüenses —porque murió en combate a los veinte años después de haber escrito, en anticipada ironía, que «los héroes no dijeron que morían por la patria, sino que murieron»—, escribió estas palabras, aparente despedida de la poesía, que Pedro Casaldáliga pone al frente de su libro, testimonio de un viaje, « Nicaragua: combate y profecía»:
Ya platicamos.
Ahora vamos
a vivir como los santos.
Y sin embargo, Rugama no dejó de «platicar» en verso en el poco tiempo que aún vivió, y sin duda habría seguido haciéndolo así de vivir hasta hoy. La ofrenda de la vida no tiene por qué acabar con la poesía, sino que, al contrario, le da a ésta una calidad nueva, una sublimidad privilegiada.
Tal es la calidad, en un plano a la vez humano y transcendente, que tienen los versos de Casaldáliga, surgidos de una vida de entrega cristiana, siempre con riesgo de martirio, sin dejar el «platicar», la palabra para él y para los demás, en prosa y en verso.
El verso —como señaló alguien, por supuesto inglés, con aparente modestia— tiene la ventaja sobre la prosa, por lo menos, de que es más corto y se recuerda mejor. En el caso de Casaldáliga, tiene otras ventajas de gracia formal, pero no por ello rebaja la razón de ser de su obra en prosa. Su obra en verso, aun en contra de las pretensiones de la «poesía pura», todavía gana si se la engasta entre las páginas en que él da en prosa su experiencia y su reflexión. Ahí, en efecto, se enriquece más el contexto de una vida de santidad en la forma por la que hoy «clama al cielo»' la conciencia universal: «en representación de todo el mundo», según el verso de César Vallejo, asumiendo a todos los hermanos que sufren y que entran en un vasto movimiento de rebeldía y esperanza, de camino al último Amor.
José María Valverde
A partir de ahora seguiremos el orden cronológico. Su primer libro, de 1955, fue PALABRA UNGIDA.
Con sus versos seguiremos.
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