Aires de Libertad

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    HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica. - Página 11 Empty Re: HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica.

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 15 Abr 2021, 08:16

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXII (*)

    Muerte de Héctor

    (*)
    Aquiles, después de decirle que se vengaría
    de él si pudiera, torna al campo de batalla y
    delante de las puertas de la ciudad encuentra a
    Héctor, que le esperaba; huye éste, aquél le persigue
    y dan tres vueltas a la ciudad de Troya;
    Zeus coge la balanza de oro y ve que el destino
    condena a Héctor, el cual, engañado por Atenea
    se detiene y es vencido y muerto por Aquiles,
    no obstante saber éste que ha de sucumbir poco
    después que muera el caudillo troyano.


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    HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica. - Página 11 Empty Re: HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica.

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 15 Abr 2021, 08:28

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXII

    Muerte de Héctor


    1. Los troyanos, refugiados en la ciudad como
    cervatos, se recostaban en los hermosos baluartes,
    refrigeraban el sudor y bebían para apagar
    la sed; y en tanto los aqueos se iban acercando a
    la muralla, con los escudos levantados encima
    de los hombros. La Parca funesta sólo detuvo a
    Héctor para que se quedara fuera de Ilio, en las
    puertas Esceas. Y Febo Apolo dijo al Pelión:

    8. -¿Por qué, oh hijo de Peleo, persigues en veloz
    carrera, siendo tú mortal, a un dios inmortal?
    Aún no conociste que soy una deidad, y no cesa
    tu deseo de alcanzarme. Ya no te cuidas de pelear
    con los troyanos, a quienes pusiste en fuga;
    y éstos han entrado en la población, mientras te
    extraviabas viniendo aquí. Pero no me matarás,
    porque el hado no me condenó a morir.

    14. Muy indignado le respondió Aquiles, el de
    los pies ligeros:

    15. -¡Oh tú, que hieres de lejos, el más funesto
    de todos los dioses! Me engañaste, trayéndome
    acá desde la muralla, cuando todavía hubieran
    mordido muchos la tierra antes de llegar a Ilio.
    Me has privado de alcanzar una gloria no pequeña,
    y has salvado con facilidad a los troyanos,
    porque no temías que luego me vengara. Y
    ciertamente me vengaría de ti, si mis fuerzas lo
    permitieran.

    21. Dijo y, muy alentado, se encaminó apresuradamente
    a la ciudad; como el corcel vencedor
    en la carrera de carros trota veloz por el campo,
    tan ligeramente movía Aquiles pies y rodillas.

    25. EI anciano Príamo fue el primero que con
    sus propios ojos le vio venir por la llanura, tan
    resplandeciente como el astro que en el otoño
    se distingue por sus vivos rayos entre muchas
    estrellas durante la noche obscura y recibe el
    nombre de "perro de Orión", el cual con ser
    brillantísimo constituye una señal funesta porque
    trae excesivo calor a los míseros mortales;
    de igual manera centelleaba el bronce sobre el
    pecho del héroe, mientras éste corría. Gimió el
    viejo, golpeóse la cabeza con las manos levantadas
    y profirió grandes voces y lamentos, dirigiendo
    súplicas a su hijo. Héctor continuaba
    inmóvil ante las puertas y sentía vehemente
    deseo de combatir con Aquiles. Y el anciano,
    tendiéndole los brazos, le decía en tono lastimero:

    38. -¡Héctor, hijo querido! No aguardes, solo y
    lejos de los amigos, a ese hombre, para que no
    mueras presto a manos del Pelión, que es mucho
    más vigoroso. ¡Cruel! Así fuera tan caro a
    los dioses, como a mí: pronto se lo comerían,
    tendido en el suelo, los perros y los buitres, y
    mi corazón se libraría del terrible pesar. Me ha
    privado de muchos y valientes hijos, matando a
    unos y vendiendo a otros en remotas islas. Y
    ahora que los troyanos se han encerrado en la
    ciudad, no acierto a ver a mis dos hijos Licaón y
    Polidoro, que parió Laótoe, ilustre entre las
    mujeres. Si están vivos en el ejército, los rescataremos
    con bronce y oro, que todavía lo hay
    en el palacio; pues a Laótoe la dotó espléndidamente
    su anciano padre, el ínclito Altes. Pero,
    si han muerto y se hallan en la morada de
    Hades, el mayor dolor será para su madre y
    para mí que los engendramos; porque el del
    pueblo durará menos, si no mueres tú, vencido
    por Aquiles. Ven adentro del muro, hijo querido,
    para que salves a los troyanos y a las troyanas;
    y no quieras procurar inmensa gloria al
    Pelida y perder tú mismo la existencia. Compadécete
    también de mí, de este infeliz y desgraciado
    que aún conserva la razón; pues el
    padre Cronida me quitará la vida en la senectud
    y con aciaga suerte, después de presenciar
    muchas desventuras: muertos mis hijos, esclavizadas
    mis hijas, destruidos los tálamos, arrojados
    los niños por el suelo en el terrible combate
    y las nueras arrastradas por las funestas
    manos de los aqueos. Y cuando, por fin, alguien
    me deje sin vida los miembros, hiriéndome con
    el agudo bronce o con arma arrojadiza, los voraces
    perros que con comida de mi mesa crié en
    el palacio para que lo guardasen despedazarán
    mi cuerpo en la puerta exterior, beberán mi
    sangre, y, saciado el apetito, se tenderán en el
    pórtico. Yacer en el suelo, habiendo sido atravesado
    en la lid por el agudo bronce, es decoroso
    para un joven, y cuanto de él pueda verse
    todo es bello, a pesar de la muerte; pero que los
    perros destrocen la cabeza y la barba encanecidas
    y las partes veneradas de un anciano
    muerto en la guerra es lo más triste de cuanto
    les puede ocurrir a los míseros mortales.

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 15 Abr 2021, 08:35

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXII

    Muerte de Héctor.
    CONT.

    77. Así se expresó el anciano, y con las manos se
    arrancaba de la cabeza muchas canas, pero no
    logró persuadir a Héctor. La madre de éste, que
    en otro sitio se lamentaba llorosa, desnudó el
    seno, mostróle el pecho, y, derramando lágrimas,
    dijo estas aladas palabras:

    82. -¡Héctor! ¡Hijo mío! Respeta este seno y
    apiádate de mí. Si en otro tiempo te daba el
    pecho para acallar tu lloro, acuérdate de tu niñez,
    hijo amado; y penetrando en la muralla, rechaza
    desde la misma a ese enemigo y no salgas
    a su encuentro. ¡Cruel! Si te mata, no podré
    llorarte en tu lecho, querido pimpollo a quien
    parí, y tampoco podrá hacerlo tu rica esposa,
    porque los veloces perros te devorarán muy lejos
    de nosotras, junto a las naves argivas.

    90. De esta manera Príamo y Hécuba hablaban a
    su hijo, llorando y dirigiéndole muchas súplicas,
    sin que lograsen persuadirle, pues Héctor
    seguía aguardando a Aquiles, que ya se acercaba.
    Como silvestre dragón que, habiendo comido
    hierbas venenosas, espera ante su guarida a
    un hombre y con feroz cólera echa terribles
    miradas y se enrosca en la entrada de la cueva,
    así Héctor, con inextinguible valor, permanecía
    quieto, desde que arrimó el terso escudo a la
    torre prominente. Y gimiendo, a su magnánimo
    espíritu le decía:

    99. -¡Ay de mí! Si traspongo las puertas y el muro,
    el primero en dirigirme baldones será Polidamante,
    el cual me aconsejaba que trajera el
    ejército a la ciudad la noche funesta en que el
    divinal Aquiles decidió volver a la pelea. Pero
    yo no me dejé persuadir -mucho mejor hubiera
    sido aceptar su consejo--, y ahora que he causado
    la ruina del ejército con mi imprudencia
    temo a los troyanos y a las troyanas, de rozagantes
    pechos, y que alguien menos valiente
    que yo exclame: «Héctor, fiado en su pujanza,
    perdió las tropas». Así hablarán; y preferible
    fuera volver a la población después de matar a
    Aquiles, o morir gloriosamente delante de ella.
    ¿Y si ahora, dejando en el suelo el abollonado
    escudo y el fuerte casco y apoyando la pica
    contra el muro, saliera al encuentro del irreprensible
    Aquiles, le dijera que permitía a los
    Atridas llevarse a Helena y las riquezas que
    Alejandro trajo a Ilio en las cóncavas naves, que
    esto fue lo que originó la guerra, y le ofreciera
    repartir a los aqueos la mitad de lo que la ciudad
    contiene; y más tarde tomara juramento a
    los troyanos de que, sin ocultar nada, formarían
    dos lotes con cuantos bienes existen dentro de
    esta hermosa ciudad?... Mas ¿por qué en tales
    cosas me hace pensar el corazón? No, no iré a
    suplicarle; que, sin tenerme compasión ni respeto,
    me mataría inerme, como a una mujer, tan
    pronto como dejara las armas. Imposible es
    mantener con él, desde una encina o desde una
    roca, un coloquio, como un mancebo y una
    doncella; como un mancebo y una doncella
    suelen mantener. Mejor será empezar el combate
    cuanto antes, para que veamos pronto a
    quién el Olímpico concede la victoria.


    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 15 Abr 2021, 08:47

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXII

    Muerte de Héctor
    . CONT.

    131. Tales pensamientos revolvía en su mente,
    sin moverse de aquel sitio, cuando se le acercó
    Aquiles, igual a Enialio, el impetuoso luchador,
    con el terrible fresno del Pelión sobre el hombro
    derecho y el cuerpo protegido por el bronce
    que brillaba como el resplandor del encendido
    fuego o del sol naciente. Héctor, al verlo, se
    puso a temblar y ya no pudo permanecer allí;
    sino que dejó las puertas y huyó espantado. Y
    el Pelida, confiando en sus pies ligeros, corrió
    en seguimiento del mismo. Como en el monte
    el gavilán, que es el ave más ligera, se lanza con
    fácil vuelo tras la tímida paloma, ésta huye con
    tortuosos giros y aquél la sigue de cerca, dando
    agudos graznidos y acometiéndola repetidas
    veces, porque su ánimo le incita a cogerla, así
    Aquiles volaba enardecido y Héctor movía las
    ligeras rodillas huyendo azorado en torno de la
    muralla de Troya. Corrían siempre por la carretera,
    fuera del muro, dejando a sus espaldas la
    atalaya y el lugar ventoso donde estaba el cabrahígo;
    y llegaron a los dos cristalinos manantiales,
    que son las fuentes del Escamandro voraginoso.
    El primero tiene el agua caliente y lo
    cubre el humo como si hubiera allí un fuego
    abrasador; el agua que del segundo brota es en
    el verano como el granizo, la fría nieve o el hielo.
    Cerca de ambos hay unos lavaderos de piedra,
    grandes y hermosos, donde las esposas y
    las bellas hijas de los troyanos solían lavar sus
    magníficos vestidos en tiempo de paz, antes
    que llegaran los aqueos. Por allí pasaron, el
    uno huyendo y el otro persiguiéndolo: delante,
    un valiente huía, pero otro más fuerte le perseguía
    con ligereza; porque la contienda no era
    por una víctima o una piel de buey, premios
    que suelen darse a los vencedores en la carrera,
    sino por la vida de Héctor, domador de caballos.
    Como los solípedos corceles que toman
    parte en los juegos en honor de un difunto corren
    velozmente en torno de la meta donde se
    ha colocado como premio importante un trípode
    o una mujer, de semejante modo aquéllos
    dieron tres veces la vuelta a la ciudad de Príamo,
    corriendo con ligera planta. Todas las deidades
    los contemplaban. Y Zeus, padre de los
    hombres y de los dioses, comenzó a decir:

    168. -¡Oh dioses! Con mis ojos veo a un caro
    varón perseguido en torno del muro. Mi corazón
    se compadece de Héctor, que tantos muslos
    de buey ha quemado en mi obsequio en las
    cumbres del Ida, en valles abundoso, y en la
    ciudadela de Troya; y ahora el divino Aquiles
    le persigue con sus ligeros pies en derredor de
    la ciudad de Príamo. Ea, deliberad, oh dioses, y
    decidid si lo salvaremos de la muerte ó dejaremos
    que, a pesar de ser esforzado, sucumba
    a manos del Pelida Aquiles.

    177. Respondióle Atenea, la diosa de ojos de
    lechuza:

    178. -¡Oh padre, que lanzas el ardiente rayo y
    amontonas las nubes! ¿Qué dijiste? ¿De nuevo
    quieres librar de la muerte horrísona a ese
    hombre mortal, a quien tiempo ha que el hado
    condenó a morir? Hazlo, pero no todos los dioses
    te lo aprobaremos.

    182. Contestó Zeus, que amontona las nubes:

    183. Tranquilízate, Tritogenia, hija querida. No
    hablo con ánimo benigno, pero contigo quiero
    ser complaciente. Obra conforme a tus deseos y
    no desistas.

    186. Con tales voces instigóle a hacer lo que ella
    misma deseaba, y Atenea bajó en raudo vuelo
    de las cumbres del Olimpo.

    188. Entre tanto; el veloz Aquiles perseguía y
    estrechaba sin cesar a Héctor. Como el perro va
    en el monte por valles y cuestas tras el cervatillo
    que levantó de la cama, y, si éste se esconde,
    azorado, debajo de los arbustos, corre aquél
    rastreando hasta que nuevamente lo descubre;
    de la misma manera, el Pelión, de pies ligeros,
    no perdía de vista a Héctor. Cuantas veces el
    troyano intentaba encaminarse a las puertas
    Dardanias, al pie de las torres bien construidas,
    por si desde arriba le socorrían disparando flechas;
    otras tantas Aquiles, adelantándosele, lo
    apartaba hacia la llanura, y aquél volaba sin
    descanso cerca de la ciudad. Como en sueños ni
    el que persigue puede alcanzar al perseguido,
    ni éste huir de aquél; de igual manera, ni Aquiles
    con sus pies podía dar alcance a Héctor, ni
    Héctor escapar de Aquiles. ¿Y cómo Héctor se
    hubiera librado entonces de las Parcas de la
    muerte que le estaba destinada, si Apolo,
    acercándosele por la postrera y última vez, no
    le hubiese dado fuerzas y agilizado sus rodillas?

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 15 Abr 2021, 08:56

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXII

    Muerte de Héctor.
    CONT.

    205. El divino Aquiles hacía con la cabeza señales
    negativas a los guerreros, no permitiéndoles
    disparar amargas flechas contra Héctor: no fuera
    que alguien alcanzara la gloria de herir al
    caudillo y él llegase el segundo. Mas cuando en
    la cuarta vuelta llegaron a los manantiales, el
    padre Zeus tomó la balanza de oro, puso en la
    misma dos suertes de la muerte que tiende a lo
    largo -la de Aquiles y la de Héctor, domador de
    caballos-, cogió por el medio la balanza, la desplegó,
    y tuvo más peso el día fatal de Héctor,
    que descendió hasta el Hades. Al instante Febo
    Apolo desamparó al troyano. Atenea, la diosa
    de ojos de lechuza, se acercó al Pelión, y le dijo
    estas aladas palabras:

    216. -Espero, oh esclarecido Aquiles, caro a
    Zeus, que nosotros dos procuraremos a los
    aqueos inmensa gloria, pues al volver a las naves
    habremos muerto a Héctor, aunque sea
    infatigable en la batalla. Ya no se nos puede
    escapar, por más cosas que haga Apolo, el que
    hiere de lejos, postrándose a los pies del padre
    Zeus, que lleva la égida. Párate y respira; e iré a
    persuadir a Héctor para que luche contigo frente
    a frente.

    224. Así habló Atenea. Aquiles obedeció, con el
    corazón alegre, y se detuvo en seguida,
    apoyándose en el arrimo de la pica de asta de
    fresno y broncínea punta. La diosa dejóle y fue
    a encontrar al divino Héctor. Y tomando la figura
    y la voz infatigable de Deífobo, llegóse al
    héroe y pronunció estas aladas palabras:

    229. -¡Mi buen hermano! Mucho te estrecha el
    veloz Aquiles, persiguiéndote con ligero pie
    alrededor de la ciudad de Príamo. Ea, detengámonos
    y rechacemos su ataque.

    232. Respondióle el gran Héctor, de tremolante
    casco:

    233. -¡Deífobo! Siempre has sido para mí el
    hermano predilecto entre cuantos somos hijos
    de Hécuba y de Príamo, pero desde ahora hago
    cuenta de tenerte en mayor aprecio, porque al
    verme con tus ojos osaste salir del muro y los
    demás han permanecido dentro.

    238. Contestó Atenea, la diosa de ojos de lechuza:

    239. -¡Mi buen hermano! El padre, la venerable
    madre y los amigos abrazábanme las rodillas y
    me suplicaban que me quedara con ellos -¡de
    tal modo tiemblan todos!-, pero mi ánimo se
    sentía atormentado por grave pesar. Ahora
    peleemos con brío y sin dar reposo a la pica,
    para que veamos si Aquiles nos mata y se lleva
    nuestros sangrientos despojos a las cóncavas
    naves, o sucumbe vencido por tu lanza.

    246. Así diciendo, Atenea, para engañarlo, empezó
    a caminar. Cuando ambos guerreros se
    hallaron frente a frente, dijo el primero el gran
    Héctor, el de tremolante casco:

    250. -No huiré más de ti, oh hijo de Peleo, como
    hasta ahora. Tres veces di la vuelta, huyendo,
    en torno de la gran ciudad de Príamo, sin atreverme
    nunca a esperar tu acometida. Mas ya mi
    ánimo me impele a afrontarte, ora te mate, ora
    me mates tú. Ea, pongamos a los dioses por
    testigos, que serán los mejores y los que más
    cuidarán de que se cumplan nuestros pactos:
    Yo no te insultaré cruelmente, si Zeus me concede
    la victoria y logro quitarte la vida; pues
    tan luego como te haya despojado de las
    magníficas armas, oh Aquiles, entregaré el
    cadáver a los aqueos. Pórtate tú conmigo de la
    misma manera.

    CONT.


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     ISRAEL: ¡GENOCIDA! LA HISTORIA HABRÁ DE LLEVARLOS ANTE LA CORTE PENAL INTERNACIONAL POR CONTINUADOS CRÍMMENES DE GUERRA
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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 16 Abr 2021, 12:59

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXII

    Muerte de Héctor.
    CONT.

    260. Mirándole con torva faz, respondió Aquiles,
    el de los pies ligeros:

    261. -¡Héctor, a quien no puedo olvidar! No me
    hables de convenios. Como no es posible que
    haya fieles alianzas entre los leones y los hombres,
    ni que estén de acuerdo los lobos y los
    corderos, sino que piensan continuamente en
    causarse daño unos a otros, tampoco puede
    haber entre nosotros ni amistad ni pactos, hasta
    que caiga uno de los dos y sacie de sangre a
    Ares, infatigable combatiente. Revístete de toda
    clase de valor, porque ahora te es muy preciso
    obrar como belicoso y esforzado campeón. Ya
    no te puedes escapar. Palas Atenea te hará sucumbir
    pronto, herido por mi lanza, y pagarás
    todos juntos los dolores de mis amigos, a quienes
    mataste cuando manejabas furiosamente la
    pica.

    273. En diciendo esto, blandió y arrojó la fornida
    lanza. El esclarecido Héctor, al verla venir, se
    inclinó para evitar el golpe: clavóse la broncínea
    lanza en el suelo, y Palas Atenea la arrancó
    y devolvió a Aquiles, sin que Héctor, pastor de
    hombres, lo advirtiese. Y Héctor dijo al eximio
    Pelión:

    279. -¡Erraste el golpe, oh Aquiles, semejante a
    los dioses! Nada te había revelado Zeus acerca
    de mi destino, como afirmabas; has sido un
    hábil forjador de engañosas palabras, para que,
    temiéndote, me olvidara de mi valor y de mi
    fuerza. Pero no me clavarás la pica en la espalda,
    huyendo de ti: atraviésame el pecho cuando
    animoso y frente a frente te acometa, si un dios
    te lo permite. Y ahora guárdate de mi broncínea
    lanza. ¡Ojalá que toda ella penetrara en tu cuerpo!
    La guerra sería más liviana para los troyanos,
    si tú murieses; porque eres su mayor azote.

    289. Así habló; y, blandiendo la ingente lanza,
    despidióla sin errar el tiro, pues dio un bote en
    medio del escudo del Pelida. Pero la lanza fue
    rechazada por la rodela, y Héctor se irritó al ver
    que aquélla había sido arrojada inútilmente por
    su brazo; paróse, bajando la cabeza, pues no
    tenía otra lanza de fresno; y con recia voz llamó
    a Deífobo, el de luciente escudo, y le pidió una
    larga pica. Deífobo ya no estaba a su lado. Entonces
    Héctor comprendiólo todo, y exclamó:

    297 -¡Oh! Ya los dioses me llaman a la muerte.
    Creía que el héroe Deífobo se hallaba conmigo,
    pero está dentro del muro, y fue Atenea quien
    me engañó. Cercana tengo la perniciosa muerte,
    que ni tardará, ni puedo evitarla. Así les habrá
    placido que sea, desde hace tiempo, a Zeus
    y a su hijo, el que hiere de lejos; los cuales,
    benévolos para conmigo, me salvaban de los
    peligros. Ya la Parca me ha cogido. Pero no
    quisiera morir cobardemente y sin gloria, sino
    realizando algo grande que llegara a conocimiento
    de los venideros.

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 16 Abr 2021, 13:05

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXII

    Muerte de Héctor.
    CONT.

    306. Esto dicho, desenvainó la aguda espada,
    grande y fuerte, que llevaba en el costado. Y
    encogiéndose, se arrojó como el águila de alto
    vuelo se lanza a la llanura, atravesando las
    pardas nubes, para arrebatar la tierna corderilla
    o la tímida liebre; de igual manera arremetió
    Héctor, blandiendo la aguda espada. Aquiles
    embistióle, a su vez, con el corazón rebosante
    de feroz cólera: defendía su pecho con el
    magnífico escudo labrado, y movía el luciente
    casco de cuatro abolladuras, haciendo ondear
    las bellas y abundantes crines de oro que Hefesto
    había colocado en la cimera. Como el Véspero,
    que es el lucero más hermoso de cuantos
    hay en el cielo, se presenta rodeado de estrellas
    en la obscuridad de la noche, de tal modo brillaba
    la pica de larga punta que en su diestra
    blandía Aquiles, mientras pensaba en causar
    daño al divino Héctor y miraba cuál parte del
    hermoso cuerpo del héroe ofrecería menos resistencia.
    Éste lo tenía protegido por la excelente
    armadura de bronce que quitó a Patroclo
    después de matarlo, y sólo quedaba descubierto
    el lugar en que las clavículas separan el
    cuello de los hombros, la garganta que es el
    sitio por donde más pronto sale el alma: por
    allí el divino Aquiles envasóle la pica a Héctor,
    que ya lo atacaba, y la punta, atravesando el
    delicado cuello, asomó por la nuca. Pero no le
    cortó el garguero con la pica de fresno que el
    bronce hacía ponderosa, para que pudiera
    hablar algo y responderle. Héctor cayó en el
    polvo, y el divino Aquiles se jactó del triunfo,
    diciendo:

    331. -¡Héctor! Cuando despojabas el cadáver de
    Patroclo, sin duda te creíste salvado y no me
    temiste a mí porque me hallaba ausente. ¡Necio!
    Quedaba yo como vengador, mucho más fuerte
    que él, en las cóncavas naves, y te he quebrado
    las rodillas. A ti los perros y las aves te despedazarán
    ignominiosamente, y a Patroclo los
    aqueos le harán honras fúnebres.

    336. Con lánguida voz respondióle Héctor, el de
    tremolante casco:

    337. -Te lo ruego por tu alma, por tus rodillas y
    por tus padres: ¡No permitas que los perros me
    despedacen y devoren junto a las naves aqueas!
    Acepta el bronce y el oro que en abundancia te
    darán mi padre y mi veneranda madre, y entrega
    a los míos el cadáver para que lo lleven a
    mi casa, y los troyanos y sus esposas lo entreguen
    al fuego.

    344. Mirándole con torva faz, le contestó Aquiles,
    el de los pies ligeros:

    345. -No me supliques, ¡perro!, por mis rodillas
    ni por mis padres. Ojalá el furor y el coraje me
    incitaran a cortar tus carnes y a comérmelas
    crudas. ¡Tales agravios me has inferido! Nadie
    podrá apartar de tu cabeza a los perros, aunque
    me traigan diez o veinte veces el debido rescate
    y me prometan más, aunque Príamo Dardánida
    ordene redimirte a peso de oro; ni, aun así, la
    veneranda madre que te dio a luz te pondrá en
    un lecho para llorarte, sino que los perros y las
    aves de rapiña destrozarán tu cuerpo.

    355. Contestó, ya moribundo, Héctor, el de tremolante
    casco:

    CONT.




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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 16 Abr 2021, 13:11

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXII

    Muerte de Héctor.
    CONT.

    356. -Bien lo conozco, y no era posible que te
    persuadiese, porque tienes en el pecho un corazón
    de hierro. Guárdate de que atraiga sobre
    ti la cólera de los dioses, el día en que Paris y
    Febo Apolo te darán la muerte, no obstante tu
    valor, en las puertas Esceas.

    361. Apenas acabó de hablar, la muerte le cubrió
    con su manto: el alma voló de los miembros y
    descendió al Hades, llorando su suerte, porque
    dejaba un cuerpo vigoroso y joven. Y el divino
    Aquiles le dijo, aunque muerto lo viera:

    365. -¡Muere! Y yo recibiré la Parca cuando Zeus
    y los demás dioses inmortales dispongan que
    se cumpla mi destino.

    367. Dijo; arrancó del cadáver la broncínea lanza
    y, dejándola a un lado, quitóle de los hombros
    las ensangrentadas armas. Acudieron presurosos
    los demás aqueos, admiraron todos el continente
    y la arrogante figura de Héctor y ninguno
    dejó de herirlo. Y hubo quien, contemplándole,
    habló así a su vecino:

    373. -¡Oh dioses! Héctor es ahora mucho más
    blando en dejarse palpar que cuando incendió
    las naves con el ardiente fuego.

    375. Así algunos hablaban, y acercándose lo
    herían. El divino Aquiles, ligero de pies, tan
    pronto como hubo despojado el cadáver, se
    puso en medio de los aqueos y pronunció estas
    aladas palabras:

    378. -¡Oh amigos, capitanes y príncipes de los
    argivos! Ya que los dioses nos concedieron vencer
    a ese guerrero que causó mucho más daño
    que todos los otros juntos, ea, sin dejar las armas
    cerquemos la ciudad para conocer cuál es
    el propósito de los troyanos: si abandonarán la
    ciudadela por haber sucumbido Héctor, o se
    atreverán a quedarse todavía a pesar de que
    éste ya no existe. Mas ¿por qué en tales cosas
    me hace pensar el corazón? En las naves yace
    Patroclo muerto, insepulto y no llorado; y no lo
    olvidaré, mientras me halle entre los vivos y
    mis rodillas se muevan; y si en el Hades se olvida
    a los muertos, aun allí me acordaré del
    compañero amado. Ahora, ea, volvamos cantando
    el peán a las cóncavas naves, y llevémonos
    este cadáver. Hemos ganado una gran victoria:
    matamos al divino Héctor, a quien dentro
    de la ciudad los troyanos dirigían votos cual si
    fuese un dios.

    395. Dijo; y, para tratar ignominiosamente al
    divino Héctor, le horadó los tendones de detrás
    de ambos pies desde el tobillo hasta el talón;
    introdujo correas de piel de buey, y lo ató al
    carro, de modo que la cabeza fuese arrastrando;
    luego, recogiendo la magnífica armadura, subió
    y picó a los caballos para que arrancaran, y
    éstos volaron gozosos. Gran polvareda levantaba
    el cadáver mientras era arrastrado; la negra
    cabellera se esparcía por el suelo, y la cabeza,
    antes tan graciosa, se hundía toda en el polvo;
    porque Zeus la entregó entonces a los enemigos,
    para que allí, en su misma patria, la ultrajaran.

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 16 Abr 2021, 13:19

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXII

    Muerte de Héctor.
    CONT.

    405. Así toda la cabeza de Héctor se manchaba
    de polvo. La madre, al verlo, se arrancaba los
    cabellos; y, arrojando de sí el blanco velo, prorrumpió
    en tristísimos sollozos. El padre suspiraba
    lastimeramente, y alrededor de él y por la
    ciudad el pueblo gemía y se lamentaba. No
    parecía sino que toda la excelsa Ilio fuese desde
    su cumbre devorada por el fuego. Los guerreros
    apenas podían contener al anciano, que,
    excitado por el pesar, quería salir por las puertas
    Dardanias; y, revolcándose en el estiércol,
    les suplicaba a todos llamando a cada varón
    por sus respectivos nombres:

    416. -Dejadme, amigos, por más intranquilos
    que estéis; permitid que, saliendo solo de la
    ciudad, vaya a las naves aqueas y ruegue a ese
    hombre pernicioso y violento: acaso respete mi
    edad y se apiade de mi vejez. Tiene un padre
    como yo, Peleo, el cual le engendró y crió para
    que fuese una plaga de los troyanos; pero es a
    mí a quien ha causado más pesares. ¡A cuántos
    hijos míos mató, que se hallaban en la flor de la
    juventud! Pero no me lamento tanto por ellos,
    aunque su suerte me haya afligido, como por
    uno cuya pérdida me causa el vivo dolor que
    me precipitará en el Hades: por Héctor, que
    hubiera debido morir en mis brazos, y entonces
    nos hubiésemos saciado de llorarle y plañirle la
    infortunada madre que le dio a luz y yo mismo.

    429. Así habló llorando, y los ciudadanos suspiraron.
    Y Hécuba comenzó entre las troyanas el
    funeral lamento:

    431. -¡Oh hijo! ¡Ay de mí, desgraciada! ¿Por qué,
    después de haber padecido terribles penas,
    seguiré viviendo ahora que has muerto tú? Día
    y noche eras en la ciudad motivo de orgullo
    para mí y el baluarte de todos, de los troyanos
    y de las troyanas, que te saludaban como a un
    dios. Vivo, constituías una excelsa gloria para
    ellos; pero ya la muerte y la Parca te alcanzaron.

    437. Así dijo llorando. La esposa de Héctor nada
    sabía, pues ningún veraz mensajero le llevó la
    noticia de que su marido se quedara fuera de
    las puertas; y en lo más hondo del alto palacio
    tejía una tela doble y purpúrea, que adornaba
    con labores de variado color. Había mandado
    en su casa a las esclavas de hermosas trenzas
    que pusieran al fuego un trípode grande, para
    que Héctor se bañase en agua caliente al volver
    de la batalla. ¡Insensata! Ignoraba que Atenea,
    la de ojos de lechuza, le había hecho sucumbir
    muy lejos del baño a manos de Aquiles. Pero
    oyó gemidos y lamentaciones que venían de la
    torre, estremeciéronse sus miembros, y la lanzadera
    le cayó al suelo. Y al instante dijo a las
    esclavas de hermosas trenzas:

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 16 Abr 2021, 13:26

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXII

    Muerte de Héctor.
    CONT.

    450. -Venid, seguidme dos; voy a ver qué ocurre.
    Oí la voz de mi venerable suegra; el corazón
    me salta en el pecho hacia la boca y mis
    rodillas se entumecen: algún infortunio amenaza
    a los hijos de Príamo. ¡Ojalá que tal noticia
    nunca llegue a mis oídos! Pero mucho temo que
    el divino Aquiles haya separado de la ciudad a
    mi Héctor audaz, le persiga a él solo por la llanura
    y acabe con el funesto valor que siempre
    tuvo; porque jamás en la batalla se quedó entre
    la turba de los combatientes, sino que se adelantaba
    mucho y en bravura a nadie cedía.

    460. Dicho esto, salió apresuradamente del palacio
    como una loca, palpitándole el corazón, y
    dos esclavas la acompañaron. Mas, cuando
    llegó a la torre y a la multitud de gente que allí
    se encontraba, se detuvo, y desde el muro registró
    el campo; en seguida vio a Héctor arrastrado
    delante de la ciudad, pues los veloces
    caballos lo arrastraban despiadadamente hacia
    las cóncavas naves de los aqueos; las tinieblas
    de la noche velaron sus ojos, cayó de espaldas y
    se le desmayó el alma. Arrancóse de su cabeza
    los vistosos lazos, la diadema, la redecilla, la
    trenzada cinta y el velo que la áurea Afrodita le
    había dado el día en que Héctor se la llevó del
    palacio de Eetión, constituyéndole una gran
    dote. A su alrededor hallábanse muchas cuñadas
    y concuñadas suyas, las cuales la sostenían
    aturdida como si fuera a perecer. Cuando volvió
    en sí y recobró el aliento, lamentándose con
    desconsuelo dijo entre las troyanas:

    477. -¡Héctor! ¡Ay de mí, infeliz! Ambos nacimos
    con la misma suerte, tú en Troya, en el palacio
    de Príamo; yo en Teba, al pie del selvoso Placo,
    en el alcázar de Eetión, el cual me crió cuando
    niña para que fuese desventurada como él.
    ¡Ojalá no me hubiera engendrado! Ahora tú
    desciendes a la mansión de Hades, en el seno
    de la tierra, y me dejas en el palacio viuda y
    sumida en triste duelo. Y el hijo, aún infante,
    que engendramos tú y yo, infortunados... Ni tú
    serás su amparo, oh Héctor, pues has fallecido;
    ni él el tuyo. Si escapa con vida de la luctuosa
    guerra de los aqueos, tendrá siempre fatigas y
    pesares; y los demás se apoderarán de sus
    campos, cambiando de sitio los mojones. El
    mismo día en que un niño queda huérfano,
    pierde todos los amigos; y en adelante va cabizbajo
    y con las mejillas bañadas en lágrimas.
    Obligado por la necesidad, dirígese a los amigos
    de su padre, tirándoles ya del manto, ya de
    la túnica; y alguno, compadecido, le alarga un
    vaso pequeño con el cual mojará los labios, pero
    no llegará a humedecer la garganta. El niño
    que tiene los padres vivos le echa del festín,
    dándole puñadas a increpándole con injuriosas
    voces: "¡Vete, enhoramala!, le dice, que tu padre
    no come a escote con nosotros". Y volverá a su
    madre viuda, llorando, el huérfano Astianacte,
    que en otro tiempo, sentado en las rodillas de
    su padre, sólo comía medula y grasa pingüe de
    ovejas, y, cuando se cansaba de jugar y se entregaba
    al sueño, dormía en blanda cama, en
    brazos de la nodriza, con el corazón lleno de
    gozo; mas ahora que ha muerto su padre, mucho
    tendrá que padecer Astianacte, a quien los
    troyanos llamaban así porque sólo tú, oh
    Héctor, defendías las puertas y los altos muros.
    Y a ti, cuando los perros se hayan saciado con
    tu carne, los movedizos gusanos te comerán
    desnudo, junto a las corvas naves, lejos de tus
    padres; habiendo en el palacio vestiduras finas
    y hermosas, que las esclavas hicieron con sus
    manos. Arrojaré todas estas vestiduras al ardiente
    fuego; y ya que no te aprovechen, pues
    no yacerás en ellas, constituirán para ti un motivo
    de gloria a los ojos de los troyanos y de las
    troyanas.

    515. Así dijo llorando, y las mujeres gimieron.

    FIN DEL CANTO XXII


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 16 Abr 2021, 14:22

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXIII (*)

    Juegos en honor de Patroclo


    *
    Luego Aquiles celebra unos espléndidos funerales
    en honor de Patroclo, mientras ata el
    cadáver de Hédor por los pies a su carro y se to
    lleva arrastrándolo por el polvo; y desde entonces
    todos los días, al aparecer la aurora, to
    vuelve a arrastrar hasta dar tres vueltas alrededor
    del túmulo de Patroclo.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 16 Abr 2021, 14:31

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXIII

    Juegos en honor de Patroclo


    1. Así gemían los troyanos en la ciudad. Los
    aqueos, una vez llegados a las naves y al
    Helesponto, se fueron a sus respectivos bajeles.
    Pero a los mirmidones no les permitió Aquiles
    que se dispersaran; y, puesto en medio de los
    belicosos compañeros, les dijo:

    6. -¡Mirmidones, de rápidos corceles, mis compañeros
    amados! No desatemos del yugo los
    solípedos corceles; acerquémonos con ellos y
    los carros a Patroclo, y llorémoslo, que éste es el
    honor que a los muertos se les debe. Y cuando
    nos hayamos saciado de triste llanto, desunciremos
    los caballos y aquí mismo cenaremos
    todos.

    12. Así habló. Ellos seguían a Aquiles en compacto
    grupo y gemían con frecuencia. Y sollozando
    dieron tres vueltas alrededor del cadáver
    con los caballos de hermoso pelo: Tetis se
    hallaba entre los guerreros y les excitaba el deseo
    de llorar. Regadas de lágrimas quedaron las
    arenas, regadas de lágrimas se veían las armaduras
    de los hombres. ¡Tal era el héroe, causa
    de fuga para los enemigos, de quien entonces
    padecían soledad! Y el Pelida comenzó entre
    ellos el funeral lamento colocando sus manos
    homicidas sobre el pecho de su amigo:

    19. -¡Alégrate, oh Patroclo, aunque estés en el
    Hades! Ya voy a cumplirte cuanto te prometiera:
    he traído arrastrando el cadáver de Héctor,
    que entregaré a los perros para que lo despedacen
    cruelmente; y degollaré ante tu pira a doce
    hijos de troyanos ilustres, por la cólera que me
    causó tu muerte.

    24. Dijo; y, para tratar ignominiosamente al divino
    Héctor, lo tendió boca abajo en el polvo,
    cara al lecho del Menecíada. Quitáronse todos
    la luciente armadura de bronce, desuncieron
    los corceles de sonoros relinchos, y sentáronse
    en gran número cerca de la nave del Eácida, el
    de los pies ligeros, que les dio un banquete funeral
    espléndido. Muchos bueyes blancos, ovejas
    y balantes cabras palpitaban al ser degollados
    con el hierro; gran copia de grasos puercos,
    de albos dientes, se asaban, extendidos sobre la
    llama de Hefesto; y en torno del cadáver la sangre
    corría en abundancia por todas partes.

    33. Los reyes aqueos llevaron al Pelida, el de los
    pies ligeros, que tenía el corazón afligido por la
    muerte del compañero, a la tienda de Agamenón
    Atrida, después de persuadirlo con mucho
    trabajo; ya en ella, mandaron a los heraldos,
    de voz sonora, que pusieron al fuego un
    gran trípode por si lograban que aquél se lavase
    las manchas de sangre y polvo. Pero Aquiles
    se negó obstinadamente, a hizo, además, un juramento:

    43. -¡No, por Zeus, que es el supremo y más
    poderoso de los dioses! No es justo que el baño
    moje mi cabeza hasta que ponga a Patroclo en
    la pira, le erija un túmulo y me corte la cabellera;
    porque un pesar tan grande no volverá jamás
    a sentirlo mi corazón mientras me cuente
    entre los vivos. Ahora celebremos el triste banquete;
    y, cuando se descubra la aurora, manda,
    oh rey de hombres, Agamenón, que traigan
    leña y la coloquen como conviene a un muerto
    que baja a la región sombría, para que pronto el
    fuego infatigable consuma y haga desaparecer
    de nuestra vista el cadáver de Patroclo, y los
    guerreros vuelvan a sus ocupaciones.

    CONT:


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 17 Abr 2021, 00:46

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXIII

    Juegos en honor de Patroclo
    CONT.

    34. Así dijo; y ellos le escucharon y obedecieron.
    Dispuesta con prontitud la cena, comieron todos,
    y nadie careció de su respectiva porción.
    Mas, después que hubieron satisfecho de comida
    y de bebida al apetito, se fueron a dormir a
    sus tiendas. Quedóse el Pelida con muchos
    mirmidones, dando profundos suspiros, a orillas
    del estruendoso mar, en un lugar limpio
    donde las olas bañaban la playa; pero no tardó
    en vencerlo el sueño, que disipa los cuidados
    del ánimo, esparciéndose suave en torno suyo;
    pues el héroe había fatigado mucho sus fornidos
    miembros persiguiendo a Héctor alrededor
    de la ventosa Ilio. Entonces vino a encontrarle
    el alma del mísero Patroclo, semejante en un
    todo a éste cuando vivía, tanto por su estatura
    y hermosos ojos, como por las vestiduras que
    llevaba; y, poniéndose sobre la cabeza de Aquiles,
    le dijo estas palabras:

    69. -¿Duermes, Aquiles, y me tienes olvidado?
    Te cuidabas de mí mientras vivía, y ahora que
    he muerto me abandonas. Entiérrame cuanto
    antes, para que pueda pasar las puertas del
    Hades; pues las almas, que son imágenes de los
    difuntos, me rechazan y no me permiten que
    atraviese el río y me junte con ellas; y de este
    modo voy errante por los alrededores del palacio,
    de anchas puertas, de Hades. Dame la mano,
    te lo pido llorando; pues ya no volveré del
    Hades cuando hayáis entregado mi cadáver al
    fuego. Ni ya, gozando de vida, conversaremos
    separadamente de los amigos; pues me devoró
    la odiosa muerte que el hado, cuando nací, me
    deparara. Y tu destino es también, oh Aquiles
    semejante a los dioses, morir al pie de los muros
    de los nobles troyanos. Otra cosa te diré y
    encargaré, por si quieres complacerme. No dejes
    mandado, oh Aquiles, que pongan tus huesos
    separados de los míos: ya que juntos nos
    hemos criado en tu palacio, desde que Menecio
    me llevó de Opunte a vuestra casa por un deplorable
    homicidio -cuando encolerizándome
    en el juego de la taba maté involuntariamente
    al hijo de Anfidamante-, y el caballero Peleo me
    acogió en su morada, me crió con regalo y me
    nombró tu escudero; así también, una misma
    urna, la ánfora de oro que te dio tu veneranda
    madre, guarde nuestros huesos.

    93. Respondióle Aquiles, el de los pies ligeros:

    94. -¿Por qué, cabeza querida, vienes a encargarme
    estas cosas? Te obedeceré y lo cumpliré
    todo como lo mandas. Pero acércate y abracémonos,
    aunque sea por breves instantes, para
    saciarnos de triste llanto.

    99. En diciendo esto, le tendió los brazos, pero
    no consiguió asirlo: disipóse el alma cual si
    fuese humo y penetró en la tierra dando chillidos.
    Aquiles se levantó atónito, dio una palmada
    y exclamó con voz lúgubre:

    CONT.


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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 17 Abr 2021, 02:32

    Dando mi paseo por la Grecia clásica, por la gran obra de Homero, que no tiene desperdicio.
    ¡¡Chapeau!! y muchas gracias, querido Pascual


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    se acaba la diversión”.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 17 Abr 2021, 04:31

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXIII

    Juegos en honor de Patroclo
    CONT.

    103. -¡Oh dioses! Cierto es que en la morada de
    Hades quedan el alma y la imagen de los que
    mueren, pero la fuerza vital desaparece por
    entero. Toda la noche ha estado cerca de mí el
    alma del mísero Patroclo, derramando lágrimas
    y despidiendo suspiros, para encargarme to
    que debo hacer; y era muy semejante a él cuando
    vivía.

    108. Así dijo, y a todos les excitó el deseo de
    llorar. Todavía se hallaban alrededor del cadáver,
    sollozando lastimeramente, cuando despuntó
    la Aurora de rosáceos dedos. Entonces el
    rey Agamenón mandó que de todas las tiendas
    saliesen hombres con mulos para ir por leña; y
    a su frente se puso un varón excelente, Meriones,
    escudero del valeroso Idomeneo. Los mulos
    iban delante; tras ellos caminaban los hombres,
    llevando en sus manos hachas de cortar
    madera y sogas bien torcidas; y así subieron y
    bajaron cuestas, y recorrieron atajos y veredas.
    Mas, cuando llegaron a los bosques del Ida,
    abundante en manantiales, se apresuraron a
    cortar con el afilado bronce encinas de alta copa
    que caían con estrépito. Los aqueos las partieron
    en rajas y las cargaron sobre los mulos. En
    seguida éstos, midiendo con sus pasos la tierra,
    volvieron atrás por los espesos matorrales, deseosos
    de regresar a la llanura. Todos los leñadores
    llevaban troncos, porque así to había ordenado
    Meriones, escudero del valeroso Idomeneo.
    Y los fueron dejando sucesivamente en
    un sitio de la orilla del mar, que Aquiles indicó
    para que allí se erigiera el gran túmulo de Patroclo
    y de sí mismo.

    127. Después que hubieron descargado la inmensa
    cantidad de leña, se sentaron todos juntos
    y aguardaron. Aquiles mandó en seguida a
    los belicosos mirmidones que tomaran las armas
    y uncieran los caballos; y ellos se levantaron,
    vistieron la armadura, y los caudillos y sus
    aurigas montaron en los carros. Iban éstos al
    frente, seguíales la nube de la copiosa infantería,
    y en medio los amigos llevaban a Patroclo,
    cubierto de cabello que en su honor se
    habían cortado. El divino Aquiles sosteníale la
    cabeza, y estaba triste porque despedía para el
    Hades al eximio compañero.

    138.Cuando llegaron al lugar que Aquiles les
    señaló, dejaron el cadáver en el suelo, y en seguida
    amontonaron abundante leña. Entonces
    el divino Aquiles, el de los pies ligeros, tuvo
    otra idea: separándose de la pira, se cortó la
    rubia cabellera, que conservaba espléndida
    para ofrecerla al río Esperqueo; y exclamó apenado,
    fijando los ojos en el vinoso ponto:

    144. -¡Esperqueo! En vano mi padre Peleo te
    hizo el voto de que yo, al volver a la tierra patria,
    me cortaría la cabellera en tu honor y te
    inmolaría una sacra hecatombe de cincuenta
    carneros cerca de tus fuentes, donde están el
    bosque y el perfumado altar a ti consagrados.
    Tal voto hizo el anciano, pero tú no has cumplido
    su deseo. Y ahora, como no he de volver a
    la tierra patria, daré mi cabellera al héroe Patrocio
    para que se la lleve consigo.

    152. Habiendo hablado así, puso la cabellera en
    las manos del compañero querido, y a todos les
    excitó el deseo de llorar. Y entregados al llanto
    los dejara el sol al ponerse, si Aquiles no se
    hubiese acercado a Agamenón para decirle:

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 17 Abr 2021, 04:40

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXIII

    Juegos en honor de Patroclo
    CONT.

    156. -¡Atrida! Puesto que la gente aquea lo obedecerá
    más que a nadie, y tiempo habrá para
    saciarse de llanto, aparta de la pira a los guerreros
    y mándales que preparen la cena; y de lo
    que resta nos cuidaremos nosotros, a quienes
    corresponde de un modo especial honrar al
    muerto. Quédense tan sólo los caudillos.

    161. Al oírlo, el rey de hombres, Agamenón,
    despidió la gente para que volviera a las naves
    bien proporcionadas; y los que cuidaban del
    funeral amontonaran leña, levantaron una pira
    de cien pies por lado, y, con el corazón alligido,
    pusieron en lo alto de ella el cuerpo de Patrocio.
    Delante de la pira mataron y desollaron
    muchas pingües ovejas y flexípedes bueyes de
    curvas astas; y el magnánimo Aquiles tomó la
    grasa de aquéllas y de éstos, cubrió con la misma
    el cadáver de pies a cabeza, y hacinó alrededor
    los cuerpos desollados. Llevó también a
    la pira dos ánforas, llenas respectivamente de
    miel y de aceite, y las abocó al lecho; y, exhalando
    profundos suspiros, arrojó a la hoguera
    cuatro corceles de erguido cuello. Nueve
    perros tenía el rey que se alimentaban de su
    mesa, y, degollando a dos, echólos igualmente
    en la pira. Siguiéronles doce hijos valientes de
    troyanos ilustres, a quienes mató con el bronce,
    pues el héroe meditaba en su corazón acciones
    crueles. Y entregando la pira a la violencia indomable
    del fuego para que la devorara, gimió
    y nombró al compañero amado:

    179. -¡Alégrate, oh Patroclo, aunque estés en el
    Hades! Ya te cumplo cuanto te prometí. El fuego
    devora contigo a doce hijos valientes de troyanos
    ilustres; y a Héctor Priámida no le entregaré
    a la hoguera para que lo consuma, sino a
    los perros.

    184. Así dijo en son de amenaza. Pero los canes
    no se acercaron a Héctor. La diosa Afrodita,
    hija de Zeus, los apartó día y noche, y ungió el
    cadáver con un divino aceite rosado para que
    Aquiles no lo lacerase al arrastrarlo. Y Febo
    Apolo cubrió el espacio ocupado por el muerto
    con una sombna nube que hizo pasar del cielo a
    la llanura, a fin de que el ardor del sol no secara
    el cuerpo, con sus nervios y miembros.

    192. En tanto, la pira en que se hallaba el cadáver
    de Patroclo no ardía. Entonces el divino
    Aquiles, el de los pies ligeros, tuvo otra idea:
    apartóse de la pira, oró a los vientos Bóreas y
    Céfiro y votó ofrecerles solemnes sacrificios; y,
    haciéndoles repetidas libaciones con una copa
    de oro, les rogó que acudieran para que la leña
    ardiese bien y los cadáveres fueran consumidos
    prestamente por el fuego. La veloz Iris oyó las
    súplicas, y fue a avisar a los vientos, que estaban
    reunidos celebrando un banquete en la
    morada del impetuoso Céfiro. Iris llegó corriendo
    y se detuvo en el umbral de piedra. Así
    que la vieron, levantáronse todos, y cada uno la
    llamaba a su lado. Pero ella no quiso sentarse, y
    pronunció estas palabras:

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 18 Abr 2021, 05:47

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXIII

    Juegos en honor de Patroclo
    CONT.

    212. Habló así y fuese. Los vientos se levantaron
    con inmenso ruido, esparciendo las nubes; pasaron
    por cima del ponto, y las olas crecían al
    impulso del sonoro soplo, llegaron, por fin, a la
    fértil Troya, cayeron en la pira y el fuego abrasador
    bramó grandemente. Durante toda la
    noche, los dos vientos, soplando con agudos
    silbidos, agitaron la llama de la pira, durante
    toda la noche, el veloz Aquiles, sacando vino de
    una cratera de oro, con una copa de doble asa,
    lo vertió y regó la tierra, a invocó el alma del
    mísero Patroclo. Como solloza un padre, quemando
    los huesos del hijo recién casado, cuya
    muerte ha sumido en el dolor a sus progenitores,
    de igual modo sollozaba Aquiles al quemar
    los huesos del amigo; y, arrastrándose en torno
    de la hoguera, gemía sin cesar.

    226. Cuando el lucero de la mañana apareció
    sobre la tierra anunciando el día, y poco después
    la aurora, de azafranado velo, se esparció
    por el mar, apagábase la hoguera y moría la
    llama. Los vientos regresaron a su morada por
    el ponto de Tracia, que gemía a causa de la hinchazón
    de las olas alborotadas, y el Pelida,
    habiéndose separado un poco de la pira,
    acostóse, rendido de cansancio, y el dulce sueño
    le venció. Pronto los caudillos se reunieron
    en gran número alrededor del Atrida; y el alboroto
    y ruido que hacían al llegar despertaron a
    Aquiles. Incorporóse el héroe; y, sentándose, les
    dijo estas palabras:

    236. -¡Atrida y demás príncipes de los aqueos
    todos! Primeramente apagad con negro vino
    cuanto de la pira alcanzó la violencia del fuego;
    recojamos después los huesos de Patroclo Menecíada,
    distinguiéndolos bien -fácil será reconocerlos,
    porque el cadáver estaba en medio de
    la pira y en los extremos se quemaron confundidos
    hombres y caballos-, y pongámoslos en
    una urna de oro, cubiertos por doble capa de
    grasa donde se guarden hasta que yo descienda
    al Hades. Quiero que le erijáis un túmulo no
    muy grande, sino cual corresponde al muerto; y
    más adelante, aqueos, los que estéis vivos en las
    naves de muchos bancos cuando yo muera, hacedlo
    anchuroso y alto.

    249. Así dijo, y ellos obedecieron al Pelión, de
    pies ligeros. Primeramente apagaron con negro
    vino la parte de la pira a que alcanzó la llama, y
    la ceniza cayó en abundancia; después recogieron,
    llorando, los blancos huesos del dulce amigo
    y los encerraron en una urna de oro, cubiertos
    por doble capa de grasa; dejaron la urna en
    la tienda, tendiendo sobre la misma un sutil
    velo; trazaron el ámbito del túmulo en torno de
    la pira, echaron los cimientos, a inmediatamente
    amontonaron la tierra que antes habían excavado.
    Y, erigido el túmulo, volvieron a su sitio.
    Aquiles detuvo al pueblo y le hizo sentar, formando
    un gran circo; y al momento sacó de las
    naves, para premio de los que vencieren en los
    juegos, calderas, trípodes, caballos, mulos, bueyes
    de robusta cabeza, mujeres de hermosa
    cintura y luciente hierro.

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 18 Abr 2021, 05:59

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXIII

    Juegos en honor de Patroclo
    CONT.

    262. Empezó exponiendo los premios destinados
    a los veloces aurigas: el que primero llegara
    se llevaría una mujer diestra en primorosas
    labores y un trípode con asas, de veintidós medidas;
    para el segundo ofreció una yegua de
    seis años, indómita, que llevaba en su vientre
    un feto de mulo; para el tercero, una hermosa
    caldera no puesta al fuego y luciente aún, cuya
    capacidad era de cuatro medidas; para el cuarto,
    dos talentos de oro; y para el quinto, un vaso
    con dos asas no puesto al fuego todavía. Y,
    estando en pie, dijo a los argivos:

    272. -¡Atrida y demás aqueos de hermosas grebas!
    Estos premios que en medio he colocado
    son para los aurigas. Si los juegos se celebraran
    en honor de otro difunto, me llevaría a mi tienda
    los mejores. Ya sabéis cuánto mis caballos
    aventajan en ligereza a los demás, porque son
    inmortales: Posidón se los regaló a mi padre
    Peleo, y éste me los ha dado a mí. Pero yo me
    quedaré, y también los solípedos corceles, porque
    perdieron al ilustre y benigno auriga que
    tantas veces derramó aceite sobre sus crines,
    después de lavarlos con agua pura. Ambos,
    habiéndose quedado quietos, sienten soledad
    de él; y con las crines colgando hasta tocar la
    tierra permanecen en pie y afligidos en su corazón.
    ¡Adelantaos, pues, los aqueos que confiéis
    en vuestros corceles y sólidos carros!

    287. Así hablo el Pelida, y los veloces aurigas se
    reunieron. Levantóse mucho antes que nadie el
    rey de hombres Eumelo, hijo amado de Admeto,
    que descollaba en el arte de guiar el carro.
    Presentóse después el fuerte Diomedes Tidida,
    el cual puso el yugo a los corceles de Tros, que
    había quitado a Eneas cuando Apolo salvó a
    este héroe. Alzóse luego el rubio Menelao Atrida,
    del linaje de Zeus, y unció al carro una yegua
    y un caballo veloces: Eta, propia de Agamenón,
    y Podargo, que era suyo. Había dado la
    yegua a Agamenón, como presente, Equepolo,
    hijo de Anquises, por no seguirle a la ventosa
    Ilio y gozar tranquilo en la vasta Sición, donde
    moraba, de la abundante riqueza que Zeus le
    había concedido; ésta fue la yegua que Menelao
    unció al yugo, la cual estaba deseosa de corren-
    Fue el cuarto en aparejar los corceles de hermoso
    pelo Antíloco, hijo ilustre del magnánimo
    rey Néstor Nelida: de su carro tiraban caballos
    de Pilos, de pies ligeros. Y su padre se le acercó
    y empezó a darle buenos consejos, aunque no le
    faltaba inteligencia:

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 19 Abr 2021, 06:47

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXIII

    Juegos en honor de Patroclo
    CONT.

    306. -¡Antíloco! Si bien eres joven, Zeus y Posidón
    te quieren y te han enseñado todo el arte
    del auriga. No es preciso, por tanto, que yo lo
    instruya. Sabes perfectamente cómo los caballos
    deben dar la vuelta en torno de la meta,
    pero tus corceles son los más lentos en correr, y
    temo que algún suceso desagradable ha de ocurrirte.
    Empero, si otros caballos son más veloces,
    sus conductores no te aventajan en obrar
    sagazmente. Ea, pues, querido, piensa en emplear
    toda clase de habilidades para que los
    premios no se te escapen. El leñador más hace
    con la habilidad que con la fuerza; con su habilidad
    el piloto gobierna en el vinoso ponto la
    veloz nave combatida por los vientos; y con su
    habilidad puede un auriga vencer a otro. El que
    confía en sus caballos y en su carro les hace dar
    vueltas imprudentemente acá y acullá, y luego
    los corceles divagan en la carrera y no los puede
    sujetar, mas el que conoce los arbitrios del
    arte y guía caballos inferiores clava los ojos
    continuamente en la meta, da la vuelta cerca de
    la misma, y no le pasa inadvertido cuándo debe
    aguijar a aquéllos con el látigo de piel de buey:
    así los domina siempre, a la vez que observa a
    quien le precede. La meta de ahora es muy fácil
    de conocer, y voy a indicártela para que no dejes
    de verla. Un tronco seco de encina o de pino,
    que la lluvia no ha podrido aún, sobresale un
    codo de la tierra; encuéntranse a uno y otro
    lado del mismo, cuando el camino acaba, sendas
    piedras blancas; y luego el terreno es llano
    por todas partes y propio para las carreras de
    carros: el tronco debe de haber pertenecido a la
    tumba de un hombre que ha tiempo murió, o
    fue puesto como mojón por los antiguos; y ahora
    el divino Aquiles, el de los pies ligeros, lo ha
    elegido por meta. Acércate a ésta y den la vuelta
    casi tocándola carro y caballos; y tú inclínate
    en el fuerte asiento hacia la izquierda y anima
    con imperiosas voces al corcel del otro lado
    aflojándole las riendas. El caballo izquierdo se
    aproxime tanto a la meta, que parezca que el
    cubo de la bien construida rueda haya de llegar
    al tronco, pero guárdate de chocar con la piedra:
    no sea que hieras a los corceles, rompas el
    carro y causes el regocijo de los demás y la confusión
    de ti mismo. Procura, oh querido, ser
    cauto y prudente. Pero, si aguijando los caballos,
    logras dar la vuelta a la meta, ya nadie se
    te podrá anticipar ni alcanzarte siquiera, aunque
    guíe al divino Arión -el veloz caballo de
    Adrasto, que descendía de un dios- o sea arrastrado
    por los corceles de Laomedonte, que se
    criaron aquí tan excelentes.

    349. Así dijo Néstor Nelida, y volvió a sentarse
    cuando hubo enterado a su hijo de to más importante
    de cada cosa.

    351. Meriones fue el quinto en aparejar los caballos
    de hermoso pelo. Subieron los aurigas a los
    carros y echaron suertes en un casco que agitaba
    Aquiles. Salió primero la de Antíloco Nestórida;
    después, la del rey Eumelo; luego, la de
    Menelao Atrida, famoso por su lanza; en seguida,
    la de Meriones; y por último, la del Tidida,
    que era el más hábil. Pusiéronse en fila, y Aquiles
    les indicó la meta a lo lejos, en el terreno
    llano; y encargó a Fénix, escudero de su padre,
    que se sentara cerca de aquélla como observador
    de la carrera, a fin de que, reteniendo en la
    memoria cuanto ocurriese, les dijese luego la
    verdad.

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 19 Abr 2021, 06:57

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXIII

    Juegos en honor de Patroclo
    CONT.

    362. Todos a un tiempo levantaron el látigo,
    dejáronlo caer sobre los caballos y los animaron
    con ardientes voces. Y éstos, alejándose de las
    naves, corrían por la llanura con suma rapidez;
    la polvareda que levantaban envolvíales el pecho
    como una nube o un torbellino, y las crines
    ondeaban al soplo del viento. Los carros unas
    veces tocaban al fértil suelo, y otras daban saltos
    en el aire; los aurigas permanecían en los
    asientos con el corazón palpitante por el deseo
    de la victoria; cada cual animaba a sus corceles,
    y éstos volaban, levantando polvo, por la llanura.

    373. Mas, cuando los veloces caballos llegaron a
    la segunda mitad de la carrera y ya volvían
    hacia el espumoso mar, entonces se mostró la
    pericia de cada conductor, pues todos aquéllos
    empezaron a galopar. Venían delante las yeguas,
    de pies ligeros, de Eumelo Feretíada. Seguíanlas
    los caballos de Diomedes, procedentes
    de los de Tros; y estaban tan cerca del primer
    carro, que parecía que iban a subir en él: con su
    aliento calentaban la espalda y anchos hombros
    de Eumelo, y volaban poniendo la cabeza sobre
    el mismo. Diomedes le hubiera pasado delante,
    o por lo menos hubiera conseguido que la victoria
    quedase indecisa si Febo Apolo, que estaba
    irritado con el hijo de Tideo, no le hubiese
    hecho caer de las manos el lustroso látigo. Afligióse
    el héroe, y las lágrimas humedecieron sus
    ojos al ver que las yeguas corrían más que antes,
    y en cambio sus caballos aflojaban, porque ya
    no sentían el azote. No le pasó inadvertido a
    Atenea que Apolo jugara esta treta al Tidida; y,
    corriendo hacia el pastor de hombres, devolvióle
    el látigo, a la vez que daba nuevos bríos a sus
    caballos. Y la diosa, irritada, se encaminó al
    momento hacia el hijo de Admeto y le rompió
    el yugo: cada yegua se fue por su lado, fuera de
    camino; el timón cayó a tierra, y el héroe vino al
    suelo, junto a una rueda, hirióse en los codos,
    boca y narices, se rompió la frente por encima
    de las cejas, se le arrasaron los ojos de lágrimas,
    y la voz, vigorosa y sonora, se le cortó. El Tidida
    guio los solípedos caballos, desviándolos un
    poco, y se adelantó un gran espacio a todos los
    demás; porque Atenea dio vigor a sus corceles
    y le concedió a él la gloria del triunfo. Seguíale
    el rubio Menelao Atrida. E inmediato a él iba
    Antíloco, que animaba a los caballos de su padre:

    403. -Corred y alargad el paso cuanto podáis.
    No os mando que compitáis con aquéllos, con
    los caballos del aguerrido Tidida, a los cuales
    Atenea dio ligereza, concediéndole a él la gloria
    del triunfo. Mas alcanzad pronto a los corceles
    del Atrida y no os quedéis rezagados para que
    no os avergüence Eta con ser hembra. ¿Por qué
    os atrasáis, excelentes caballos? Lo que os voy a
    decir se cumplirá: se acabarán para vosotros los
    cuidados en el palacio de Néstor, pastor de
    hombres, y éste os matará en seguida con el
    agudo bronce si por vuestra desidia nos llevamos
    el peor premio. Seguid y apresuraos cuanto
    podáis. Y yo pensaré cómo, valiéndome de la
    astucia, me adelanto en el lugar donde se estrecha
    el camino; no se me escapará la ocasión.

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 19 Abr 2021, 07:04

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXIII

    Juegos en honor de Patroclo
    CONT.

    417. Así dijo. Los corceles, temiendo la amenaza
    de su señor, corrieron más diligentemente un
    breve rato. Pronto el belicoso Antíloco alcanzó
    a descubrir el punto más estrecho del camino
    -había allí una hendedura de la tierra, producida
    por el agua estancada durante el invierno,
    la cual robó parte de la senda y cavó el suelo-, y
    por aquel sitio guiaba Menelao sus corceles,
    procurando evitar el choque con los demás carros.
    Pero Antíloco, torciendo la rienda a sus caballos,
    sacó el carro fuera del camino, y por un
    lado y de cerca seguía a Menelao. El Atrida
    temió un choque, y le dijo gritando:

    426 -¡Antíloco! De temerario modo guías el carro.
    Detén los corceles; que ahora el camino es
    angosto, y en seguida, cuando sea más ancho,
    podrás ganarme la delantera. No sea que choquen
    los carros y seas causa de que recibamos
    daño.

    429- Así dijo. Pero Antíloco, como si no le oyese,
    hacía correr más a sus caballos picándolos con
    el aguijón. Cuanto espacio recorre el disco que
    tira un joven desde lo alto de su hombro para
    probar la fuerza, tanto aquéllos se adelantaron.
    Las yeguas del Atrida cejaron, y él mismo, voluntariamente,
    dejó de avivarlas; no fuera que
    los solípedos caballos, tropezando los unos con
    los otros, volcaran los fuertes carros, y ellos
    cayeran en el polvo por el anhelo de alcanzar la
    victoria. Y el rubio Menelao, reprendiendo a
    Antíloco, exclamó:

    439. -¡Antíloco! Ningún mortal es más funesto
    que tú. Ve enhoramala; que los aqueos no estábamos
    en lo cierto cuando to teníamos por sensato.
    Pero no te llevarás el premio sin que antes
    jures.

    442. Después de hablar así, animó a sus caballos
    con estas palabras:

    443. -No aflojéis el paso, ni tengáis el corazón
    afligido. A aquéllos se les cansarán los pies y
    las rodillas antes que a vosotros, pues ya ambos
    pasaron de la edad juvenil.

    446. Así dijo. Los corceles, temiendo la amenaza
    de su señor, corrieron más diligentemente, y
    pronto se hallaron cerca de los otros.

    448. Los argivos, sentados en el circo, no quitaban
    los ojos de los caballos; y éstos volaban,
    levantando polvo por la llanura. Idomeneo,
    caudillo de los cretenses, fue quien distinguió
    antes que nadie los primeros corceles que llegaban;
    pues era el que estaba en el sitio más
    alto por haberse sentado en un altozano, fuera
    del circo. Oyendo desde lejos la voz del auriga
    que animaba a los corceles, la reconoció; y al
    momento vio que corría, adelantándose a los
    demás, un caballo magnífico, todo bermejo, con
    una mancha en la frente, blanca y redonda como
    la luna. Y poniéndose en pie, dijo estas palabras
    a los argivos:

    457. -¡Oh amigos, capitanes y príncipes de los
    argivos! ¿Veo los caballos yo solo o también
    vosotros? Paréceme que no son los mismos de
    antes los que vienen delanteros, ni el mismo el
    auriga: deben de haberse lastimado en la llanura
    las yeguas que poco ha eran vencedoras. Las
    vi cuando doblaban la meta; pero ahora no
    puedo distinguirlas, aunque registro con mis
    ojos todo el campo troyano. Quizá las riendas
    se le fueron al auriga, y, siéndole imposible
    gobernar las yeguas al llegar a la meta, no dio
    felizmente la vuelta: me figuro que habrá caído,
    el carro estará roto, y las yeguas, dejándose
    llevar por su ánimo enardecido, se habrán echado
    fuera del camino. Pero levantaos y mirad,
    pues yo no lo distingo bien: paréceme que el
    que viene delante es un varón etolio, el fuerte
    Diomedes, hijo de Tideo, domador de caballos,
    que reina sobre los argivos.

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 19 Abr 2021, 07:12

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXIII

    Juegos en honor de Patroclo
    CONT.

    473. Y el veloz Ayante de Oileo increpóle con
    injuriosas voces:

    474. -¡ldomeneo! ¿Por qué charlas antes de lo
    debido? Las voladoras yeguas vienen corriendo
    a lo lejos por la llanura espaciosa. Tú no eres el
    más joven de los argivos, ni tu vista es la mejor,
    pero siempre hablas mucho y sin substancia.
    Preciso es que no seas tan gárrulo, estando presentes
    otros que te son superiores. Esas yeguas
    que aparecen las primeras son las de antes, las
    de Eumelo, y él mismo viene en el carro y tiene
    las riendas.

    482. El caudillo de los cretenses le respondió
    enojado:

    483. -Ayante, valiente en la injuria, detractor;
    pues en todo lo restante estás por debajo de los
    argivos a causa de tu espíritu perverso. Apostemos
    un trípode o una caldera y nombremos
    árbitro al Atrida Agamenón para que manifieste
    cuáles son las yeguas que vienen delante y tú
    lo aprendas perdiendo la apuesta.

    488. Así habló. En seguida el veloz Ayante de
    Oileo se alzó colérico para contestarle con palabras
    duras. Y la contienda habría pasado más
    adelante entre ambos, si el propio Aquiles, levantándose,
    no les hubiese dicho:

    492. -¡Ayante a Idomeneo! No alterquéis con
    palabras duras y pesadas, porque no es decoroso;
    y vosotros mismos os irritaríais contra el
    que así lo hiciera. Sentaos en el circo y fijad la.
    vista en los caballos, que pronto vendrán aquí
    por el anhelo de alcanzar la victoria, y sabréis
    cuáles corceles argivos son los delanteros y
    cuáles los rezagados.

    499. Así dijo; el Tidida, que ya se había acercado
    un buen trecho, aguijaba a los corceles, y constantemente
    les azotaba la espalda con el látigo,
    y ellos, levantando en alto los pies, recorrían
    velozmente el camino y rociaban de polvo al
    auriga. El carro, guarnecido de oro y estaño,
    corría arrastrado por los veloces caballos y las
    llantas casi no dejaban huella en el tenue polvo.
    ¡Con tal ligereza volaban los corceles! Cuando
    Diomedes llegó al circo, detuvo el luciente carro;
    copioso sudor corría de la cerviz y del pecho
    de los corceles hasta el suelo, y el héroe,
    saltando a tierra, dejó el látigo colgado del yugo.
    Entonces no anduvo remiso el esforzado
    Esténelo, sino que al instante tomó el premio y
    lo entregó a los magnánimos compañeros; y
    mientras éstos conducían la cautiva a la tienda
    y se llevaban el trípode con asas, desunció del
    carro a los corceles.

    514. Después de Diomedes llegó Antíloco, descendiente
    de Neleo, el cual se había anticipado
    a Menelao por haber usado de fraude y no por
    la mayor ligereza de su carro; pero, así y todo,
    Menelao guiaba muy cerca de él los veloces caballos.
    Cuando el corcel dista de las ruedas del
    carro en que lleva a su señor por la llanura (las
    últimas cerdas de la cola tocan la llanta y un
    corto espacio los separa mientras aquél corre
    por el campo inmenso): tan rezagado estaba
    Menelao del eximio Antíloco; pues, si bien al
    principio se quedó a la distancia de un tiro de
    disco, pronto volvió a alcanzarle porque el
    fuerte vigor de la yegua de Agamenón, de Etá,
    de hermoso pelo, iba aumentando. Y si la carrera
    hubiese sido más larga, el Atrida se le habría
    adelantado, sin dejar dudosa la victoria.- Meriones,
    el buen escudero de Idomeneo, seguía al
    ínclito Menelao, como a un tiro de lanza; pues
    sus corceles, de hermoso pelo, eran más tardos
    y él muy poco diestro en guiar el carro en un
    certamen.- Presentóse, por último, el hijo de
    Admeto tirando de su hermoso carro y conduciendo
    por delante los caballos. Al verlo, el divino
    Aquiles, el de los pies ligeros, se compadeció
    de él, y dirigió a los argivos estas aladas
    palabras:

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 20 Abr 2021, 12:16

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXIII

    Juegos en honor de Patroclo
    CONT.

    536. -Viene el último con los solípedos caballos
    el varón que más descuella en guiarlos. Ea,
    démosle, como es justo, el segundo premio, y
    llévese el primero el hijo de Tideo.

    539. Así habló y todos aplaudieron lo que proponía.
    Y le hubiese entregado la yegua -pues
    los aqueos lo aprobaban-, si Antíloco, hijo del
    magnánimo Néstor, no se hubiera levantado
    para decir con razón al Pelida Aquiles:

    544. -¡Oh Aquiles! Mucho me irritaré contigo si
    llevas a cabo lo que dices. Vas a quitarme el
    premio, atendiendo a que recibieron daño su
    carro y los veloces corceles y él es esforzado,
    pero tenía que rogar a los inmortales y no habría
    llegado el último de todos. Si le compadeces
    y es grato a tu corazón, como hay en tu tienda
    abundante oro y posees bronce, rebaños, esclavas
    y solípedos caballos, entrégale, tomándolo
    de estas cosas, un premio aún mejor que éste,
    para que los aqueos te alaben. Pero la yegua no
    la daré, y pruebe de quitármela quien desee
    llegar a las manos conmigo.

    555. Así habló. Sonrióse el divino Aquiles, el de
    los pies ligeros, holgándose de que Antíloco se
    expresara en tales términos, porque era amigo
    suyo; y en respuesta, díjole estas aladas palabras:

    558. -¡Antíloco! Me ordenas que dé a Eumelo
    otro premio, sacándolo de mi tienda, y así lo
    haré. Voy a entregarle la coraza de bronce que
    quité a Asteropeo, la cual tiene en sus orillas
    una franja de luciente estaño, y constituirá para
    él un presente de valor.

    563. Dijo, y mandó a Automedonte, el compañero
    querido, que la sacara de la tienda; fue éste y
    llevósela; y Aquiles la puso en las manos de
    Eumelo, que la recibió alegremente.

    566. Pero levantóse Menelao, afligido en su corazón
    y muy irritado contra Antíloco. El heraldo
    le dio el cetro, y ordenó a los argivos que
    callaran. Y el varón igual a un dios habló diciendo:

    570. -¡Antíloco! Tú, que antes eras sensato, ¿qué
    has hecho? Desluciste mi habilidad y atropellaste
    mis corceles, haciendo pasar delante a los
    tuyos, que son mucho peores. ¡Ea, capitanes y
    príncipes de los argivos! Juzgadnos imparcialmente
    a entrambos: no sea que alguno de
    los aqueos, de broncíneas corazas, exclame:
    "Menelao, violentando con mentiras a Antíloco,
    ha conseguido llevarse la yegua, a pesar de la
    inferioridad de sus corceles, por ser más valiente
    y poderoso." Y si queréis, yo mismo lo decidiré;
    y creo que ningún dánao me podrá reprender,
    porque el fallo será justo. Ea, Antíloco,
    alumno de Zeus, ven aquí y, puesto, como es
    costumbre, delante de los caballos y el carro,
    teniendo en la mano el flexible látigo con que
    los guiabas y tocando los corceles, jura, por el
    que ciñe y sacude la tierra, que si detuviste mi
    carro fue involuntariamente y sin dolo.

    586. Respondióle el prudente Antíloco:


    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 20 Abr 2021, 12:26

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXIII

    Juegos en honor de Patroclo
    CONT.

    587. -Perdóname, oh rey Menelao, pues soy más
    joven y tú eres mayor y más valiente. No te son
    desconocidas las faltas que comete un mozo,
    porque su pensamiento es rápido y su juicio
    escaso. Apacígüese, pues, tu corazón: yo mismo
    te cedo la yegua que he recibido; y, si de cuanto
    tengo me pidieras algo de más valor que este
    premio, preferiría dártelo en seguida, oh alumno
    de Zeus, a perder para siempre tu afecto y
    ser culpable delante de los dioses.

    596. Así habló el hijo del magnánimo Néstor, y,
    conduciendo la yegua adonde estaba el Atrida,
    se la puso en la mano. A éste se le alegró el alma:
    como el rocío cae en torno de las espigas
    cuando las mieses crecen y los campos se erizan,
    del mismo modo, oh Menelao, tu espíritu
    se bañó en gozo. Y, respondiéndole, pronunció
    estas aladas palabras:

    602. -¡Antíloco! Aunque estaba irritado, seré yo
    quien ceda; porque hasta aquí no has sido imprudente
    ni ligero y ahora la juventud venció a
    la razón. Absténte en lo sucesivo de querer engañar
    a los que te son superiores. Ningún otro
    aqueo me ablandaría tan pronto, pero has padecido
    y trabajado mucho por mi causa, y tu
    padre y tu hermano también; accederé, pues, a
    tus súplicas y te daré la yegua, que es mía, para
    que éstos sepan que mi corazón no fue nunca ni
    soberbio ni cruel.

    612. Dijo; entregó a Noemón, compañero de
    Antíloco, la yegua para que se la llevara, y
    tomó la reluciente caldera. Meriones, que había
    llegado el cuarto, recogió los dos talentos de
    oro. Quedaba el quinto premio, el vaso con dos
    asas; y Aquiles levantólo, atravesó el circo y lo
    ofreció a Néstor con estas palabras:

    618. -Toma, anciano; sea tuyo este presente como
    recuerdo de los funerales de Patroclo, a
    quien no volverás a ver entre los argivos. Te
    doy el premio porque no podrás ser parte ni en
    el pugilato, ni en la lucha, ni en el certamen de
    los dardos, ni en la carrera, que ya te abruma la
    vejez penosa.

    624. Así diciendo, se lo puso en las manos.
    Néstor recibiólo con alegría, y respondió con
    estas aladas palabras:

    626. -Sí, hijo, oportuno es cuanto acabas de decir.
    Ya mis miembros no tienen el vigor de antes,
    ni mis pies, ni mis brazos se mueven ágiles
    a partir de los hombros. Ojalá fuese tan joven y
    mis fuerzas tan robustas como cuando los epeos
    enterraron en Buprasio al poderoso Amarinceo,
    y los hijos de éste sacaron premios para los
    juegos que debían celebrarse en honor del rey.
    Allí ninguno de los epeos, ni de los pilios, ni de
    los magnánimos etolios, pudo igualarse conmigo.
    Vencí en el pugilato a Clitomedes, hijo de
    Énope, y en la lucha a Anceo Pleuronio, que
    osó afrontarme; en la carrera pasé delante de
    Ificlo, que era robusto; y en arrojar la lanza superé
    a Fileo y a Polidoro. Sólo los hijos de Áctor
    mé dejaron atrás con su carro porque eran dos;
    y me disputaron la victoria a causa de haberse
    reservado los mejores premios para este juego.
    Eran aquéllos hermanos gemelos, y el uno gobernaba
    con firmeza los caballos, sí, gobernaba
    con firmeza los caballos, mientras el otro con el
    látigo los aguijaba. Así era yo en aquel tiempo.
    Ahora los más jóvenes entren en las luchas; que
    ya debo ceder a la triste senectud, aunque entonces
    sobresaliera entre los héroes. Ve y continúa
    celebrando los juegos fúnebres de tu amigo.
    Acepto gustoso el presente, y se me alegra
    el corazón al ver que te acuerdas siempre del
    buen Néstor y no dejas de advertir con qué honores
    he de ser honrado entre los aqueos. Las
    deidades te concedan por ello abundantes gracias.

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 20 Abr 2021, 12:33

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXIII

    Juegos en honor de Patroclo
    CONT.

    651. Así habló; y el Pelida, oído todo el elogio
    que de él hizo el Nelida, fuese por entre la muchedumbre
    de los aqueos. En seguida sacó los
    premios del duro pugilato: condujo al circo y
    ató en medio de él una mula de seis años, cerril,
    difícil de domar, que había de ser sufridora del
    trabajo; y puso para el vencido una copa de
    doble asa. Y, estando en pie, dijo a los argivos:

    658. -¡Atrida y demás aqueos de hermosas grebas!
    Invitemos a los dos varones que sean más
    diestros, a que levanten los brazos y combatan
    a puñadas por estos premios. Aquél a quien
    Apolo conceda la victoria, reconociéndolo así
    todos los aqueos, conduzca a su tienda la mula
    sufridora del trabajo; el vencido se llevará la
    copa de doble asa.

    664. Así habló. Levantóse al instante un varón
    fuerte, alto y experto en el pugilato: Epeo, hijo
    de Panopeo. Y, poniendo la mano sobre la mula
    paciente en el trabajo, dijo:

    667. -Acérquese el que haya de llevarse la copa
    de doble asa, pues no creo que ningún aqueo
    consiga la mula, si ha de vencerme en el pugilato.
    Me glorío de mantenerlo mejor que nadie.
    ¿No basta acaso que sea inferior a otros en la
    batalla? No es posible que un hombre sea diestro
    en todo. Lo que voy a decir se cumplirá: al
    campeón que se me oponga le rasgaré la piel y
    le aplastaré los huesos; los que de él hayan de
    cuidar quédense aquí reunidos, para llevárselo
    cuando sucumba a mis manos.

    676. Así se expresó. Todos enmudecieron y
    quedaron silenciosos. Y tan sólo se levantó para
    luchar con él Euríalo, varón igual a un dios, hijo
    del rey Mecisteo Talayónida, el cual fue a Teba
    cuando murió Edipo y en los juegos fúnebres
    venció a todos los cadmeos. El Tidida, famoso
    por su lanza, animaba a Euríalo con razones,
    pues tenía un gran deseo de que alcanzara la
    victoria, y le ayudaba a disponerse para la lucha:
    atóle el cinturón y le dio unas bien cortadas
    correas de piel de buey salvaje. Ceñidos
    ambos contendientes, comparecieron en medio
    del circo, levantaron las robustas manos, acometiéronse
    y los fornidos brazos se entrelazaron.
    Crujían de un modo horrible las mandíbulas
    y el sudor brotaba de todos los miembros. El
    divino Epeo, arremetiendo, dio un golpe en la
    mejilla de su rival que le espiaba; y Euríalo no
    siguió en pie largo tiempo, porque sus hermosos
    miembros desfallecieron. Como, encrespándose
    la mar al soplo del Bóreas, salta un
    pez en la orilla poblada de algas y las negras
    olas lo cubren en seguida, así Euríalo, al recibir
    el golpe, dio un salto hacia atrás. Pero el
    magnánimo Epeo, cogiéndole por las manos, lo
    levantó; rodeáronle los compañeros y se lo llevaron
    del circo -arrastraba los pies, escupía
    espesa sangre y la cabeza se le inclinaba a un
    lado; sentáronle entre ellos, desvanecido, y fueron
    a recoger la copa doble.


    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 20 Abr 2021, 12:41

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXIII

    Juegos en honor de Patroclo
    CONT.

    700. El Pelida sacó después otros premios para
    el tercer juego, la penosa lucha, y se los mostró
    a los dánaos: para el vencedor un gran trípode,
    apto para ponerlo al fuego, que los aqueos
    apreciaban en doce bueyes; para el vencido,
    una mujer diestra en muchas labores y valorada
    en cuatro bueyes, que sacó en medio de
    ellos. Y, estando en pie, dijo a los argivos:

    707. -Levantaos, los que hayáis de entrar en esta
    lucha.

    708. Así habló. Alzóse en seguida el gran Ayante
    Telamonio y luego el ingenioso Ulises, fecundo
    en ardides. Puesto el ceñidor, fueron a
    encontrarse en medio del circo y se cogieron
    con los robustos brazos como se enlazan las
    vigas que un ilustre artífice une, al construir
    alto palacio, para que resistan el embate de los
    vientos. Sus espaldas crujían, estrechadas fuertemente
    por los vigorosos brazos; copioso sudor
    les brotaba de todo el cuerpo; muchos
    cruentos cardenales iban apareciendo en los
    costados y en las espaldas; y ambos contendientes
    anhelaban siempre alcanzar la victoria
    y con ella el bien construido trípode. Pero ni
    Ulises lograba hacer caer y derribar por el suelo
    a Ayante, ni éste a aquél, porque la gran fuerza
    de Ulises se lo impedía. Y cuando los aqueos de
    hermosas grebas ya empezaban a cansarse de la
    lucha, dijo el gran Ayante Telamonio:

    723. -¡Laertíada, del linaje de Zeus, Ulises, fecundo
    en ardides! Levántame, o te levantaré yo;
    y Zeus se cuidará del resto.
    725. Habiendo hablado así, lo levantaba; mas
    Ulises no se olvidó de sus ardides, pues,
    dándole por detrás un golpe en la corva, dejóle
    sin vigor los miembros, le hizo venir al suelo,
    de espaldas, y cayó sobre su pecho: la muchedumbre
    quedó admirada y atónita al contemplarlo.
    Luego, el divino y paciente Ulises alzó
    un poco a Ayante, pero no consiguió sóstenerlo
    en vilo; porque se le doblaron las rodillas y
    ambos cayeron al suelo, el uno cerca del otro, y
    se mancharon de polvo. Levantáronse, y hubieran
    luchado por tercera vez, si Aquiles, poniéndose
    en pie, no los hubiese detenido:

    735. -No luchéis ya, ni os hagáis más daño. La
    victoria quedó por ambos. Recibid igual premio
    y retiraos para que entren en los juegos otros
    aqueos.

    738. Así dijo. Ellos le escucharon y obedecieron;
    pues en seguida, después de haberse limpiado
    el polvo, vistieron la túnica.

    740. El Pelida sacó otros premios para la velocidad
    en la carrera. Expuso primero una cratera
    de plata labrada, que tenía seis medidas de capacidad
    y superaba en hermosura a todas las
    de la tierra. Los sidonios, eximios artífices, la
    fabricaron primorosa; los fenicios, después de
    llevarla por el sombrío ponto de puerto en
    puerto, se la regalaron a Toante; más tarde,
    Euneo Jasónida la dio al héroe Patroclo para
    rescatar a Licaón, hijo de Príamo; y entonces
    Aquiles la ofreció como premio, en honor del
    difunto amigo, al que fuese más veloz en correr
    con los pies ligeros. Para el que llegase el segundo
    señaló un buey corpulento y pingüe, y
    para el último, medio talento de oro. Y estando
    en pie, dijo a los argivos:

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 20 Abr 2021, 12:48

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXIII

    Juegos en honor de Patroclo
    CONT.

    753. -Levantaos, los que hayáis de entrar en esta
    lucha.

    754. Así habló. Levantóse al instante el veloz
    Ayante de Oileo, después el ingenioso Ulises, y
    por fin Antíloco, hijo de Néstor, que en la carrera
    vencía a todos los jóvenes. Pusiéronse en fila
    y Aquiles les indicó la meta. Empezaron a correr
    desde el sitio señalado, y el Oilíada se adelantó
    a los demás, aunque el divino Ulises le
    seguía de cerca. Cuanto dista del pecho el huso
    que una mujer de hermosa cintura revuelve en
    su mano, mientras devana el hilo de la trama, y
    tiene constantemente junto al seno, tan inmediato
    a Ayante corría el divinal Ulises: pisaba
    las huellas de aquél antes de que el polvo cayera
    en torno de las mismas y le echaba el aliento
    a la cabeza, corriendo siempre con suma rapidez.
    Todos los aqueos aplaudían los esfuerzos
    que realizaba Ulises por el deseo de alcanzar la
    victoria, y le animaban con sus voces. Mas
    cuando les faltaba poco para terminar la carrera,
    Ulises oró en su corazón a Atenea, la de ojos
    de lechuza:

    770. -Óyeme, diosa, y ven a socorrerme propicia,
    dando a mis pies más ligereza.

    771. Así dijo rogando. Palas Atenea le oyó, y
    agitóle los miembros todos y especialmente
    los pies y las manos. Ya iban a coger el premio,
    cuando Ayante, corriendo, dio un resbalón
    -pues Atenea quiso perjudicarle- en el lugar
    que habían llenado de estiércol los bueyes mugidores
    sacrificados por Aquiles, el de los pies
    ligeros, en honor de Patroclo; y el héroe llenóse
    de boñiga la boca y las narices. El divino y paciente
    Ulises le pasó delante y se llevó la cratera;
    y el preclaro Ayante se detuvo, tomó el buey
    silvestre, y, asiéndolo por el asta, mientras escupía
    el estiércol, habló así a los argivos:

    782. -¡Oh dioses! Una diosa me.dañó los pies;
    aquélla que desde antiguo socorre y favorece a
    Ulises cual una madre.

    784. Así dijo, y todos rieron con gusto. Antíloco
    recibió, sonriente, el último premio; y dirigió
    estas palabras a los argivos:

    787. -Os diré, argivos, aunque todos lo sabéis,
    que los dioses honran a los hombres de más
    edad, hasta en los juegos. Ayante es un poco
    mayor que yo; Ulises pertenece a la generación
    precedente, a los hombres antiguos, dicen que
    es ya de edad provecta, pero vigoroso, y contender
    con él en la carrera es muy difícil para
    cualquier aqueo que no sea Aquiles.

    793. Así dijo, ensalzando al Pelida, de pies ligeros.
    Aquiles respondióle con estas palabras:

    795 -¡Antíloco! No en balde me habrás elogiado,
    pues añado a tu premio medio talento de
    oro.

    797. Así diciendo, se lo puso en la mano, y Antíloco
    lo recibió con alegría. Acto continuo el
    Pelida sacó y colocó en el circo una larga pica,
    un escudo y un casco, que eran las armas que
    Patroclo había quitado a Sarpedón. Y puesto en
    pie, dijo a los argivos:

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 20 Abr 2021, 12:55

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXIII

    Juegos en honor de Patroclo
    CONT.

    802. Invitemos a los dos varones que sean más
    esforzados, a que, vistiendo las armas y asiendo
    el tajante bronce, pongan a prueba su valor ante
    el concurso. Al primero que logre tocar el gallardo
    cuerpo de su adversario, le rasguñe el
    vientre atrevesándole la armadura y le haga
    brotar la negra sangre, daréle esta magnífica
    espada tracia, tachonada con clavos de plata,
    que quité a Asteropeo. Ambos campeones se
    llevarán las restantes armas y les daremos un
    espléndido banquete en nuestra tienda.

    811. Así dijo. Levantóse en seguida el gran
    Ayante Telamonio y luego el fuerte Diomedes
    Tidida. Tan pronto como se hubieron armado,
    separadamente de la muchedumbre, fueron a
    encontrarse en medio del circo, deseosos de
    combatir y mirándose con torva faz; y todos los
    aqueos se quedaron atónitos. Cuando se hallaron
    frente a frente, tres veces se acometieron y
    tres veces procuraron herirse de cerca. Ayante
    dio un bote en el escudo liso del adversario,
    pero no pudo llegar a su cuerpo, porque la coraza
    lo impidió. El Tidida intentaba alcanzar
    con la punta de la luciente lanza el cuello de
    aquél, por encima del gran escudo. Y los aqueos,
    temiendo por Ayante, mandaron que cesara la
    lucha y ambos contendientes se llevaran igual
    premio; pero el héroe dio al Tidida la gran espada,
    ofreciéndosela con la vaina y el bien cortado
    ceñidor.

    826. Luego el Pelida sacó la bola de hierro sin
    bruñir que en otro tiempo lanzaba el forzudo
    Eetión: el divino Aquiles, el de los pies ligeros,
    mató a este príncipe y se llevó en las naves la
    bola con otras riquezas. Y, puesto en pie, dijo a
    los argivos:

    831. -¡Levantaos los que hayáis de entrar en esta
    lucha! La presente bola procurará al que venciere
    cuanto hierro necesite durante cinco años,
    aunque sean muy extensos sus fértiles campos;
    y sus pastores y labradores no tendrán que ir
    por hierro a la ciudad.

    836. Así habló. Levantóse en seguida el intrépido
    Polipetes; después, el vigoroso Leonteo,
    igual a un dios; luego, Ayante Telamoníada, y,
    por fin, el divino Epeo. Pusiéronse en fila, y el
    divino Epeo cogió la bola y la arrojó, después
    de voltearla, y todos los aqueos se rieron. La
    tiró el segundo, Leonteo, vástago de Ares. El
    gran Ayante Telamonio la despidió también,
    con su robusta mano, y logró pasar las señales
    de los anteriores tiros. Tomóla entonces el intrépido
    Polipetes y cuanta es la distancia a que
    llega el cayado cuando lo lanza el pastor y voltea
    por cima de la vacada, tanto pasó la bola el
    espacio del circo; aplaudieron los aqueos, y los
    amigos del esforzado Polipetes, levantándose,
    llevaron a las cóncavas naves el premio que su
    rey había ganado.

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 20 Abr 2021, 13:03

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXIII

    Juegos en honor de Patroclo
    CONT.

    850. Luego sacó Aquiles azulado hierro para los
    arqueros, colocando en el circo diez hachas
    grandes y otras diez pequeñas. Clavó en la arena,
    a lo lejos, un mástil de navío después de
    atar en su punta, por el pie y con delgado cordel,
    una tímida paloma; a invitóles a tirarle
    saetas, diciendo:

    855. -El que hiera a la tímida paloma llévese a su
    casa todas las hachas grandes; el que acierte a
    dar en la cuerda sin tocar al ave, como más inferior,
    tomará las hachas pequeñas.

    859. Así dijo. Levantóse en seguida el robusto
    caudillo Teucro y luego Meriones, esforzado
    escudero de Idomeneo. Echaron dos suertes en
    un casco de bronce, y, agitándolas, salió primero
    la de Teucro. Éste arrojó al momento y con
    vigor una flecha, sin ofrecer a Apolo una hecatombe
    perfecta de corderos primogénitos; y, si
    bien no tocó al ave -negóselo Apolo-, la amarga
    saeta rompió el cordel muy cerca de la pata por
    la cual se había atado a la paloma: ésta voló al
    cielo, el cordel quedó colgando y los aqueos
    aplaudieron. Meriones arrebató apresuradamente
    el arco de las manos de Teucro, acercó a
    la cuerda la flecha que de antemano tenía preparada,
    votó a Apolo sacrificarle una hecatombe
    de corderos primogénitos; y, viendo a la
    tímida paloma que daba vueltas allá en lo alto
    del aire, cerca de las nubes, disparó y le atravesó
    una de las alas. La flecha vino al suelo, a
    los pies de Meriones; y el ave, posándose en el
    mástil del navío de negra proa, inclinó el cuello
    y abatió las tupidas alas, la vida huyó veloz de
    sus miembros y aquélla cayó del mástil a lo
    lejos. La gente lo contemplaba con admiración
    y asombro. Meriones tomó, por tanto, todas las
    diez hachas grandes, y Teucro se llevó a las
    cóncavas naves las pequeñas.

    884. Luego el Pelida sacó y colocó en el circo
    una larga pica y una caldera no puesta aún al
    fuego, que era del valor de un buey y estaba
    decorada con flores. Dos hombres diestros en
    arrojar la lanza se levantaron: el poderoso
    Agamenón Atrida y Meriones, escudero esforzado
    de Idomeneo. Y el divino Aquiles, el de
    los pies ligeros, les dijo:

    890. -¡Atrida! Pues sabemos cuánto aventajas a
    todos y que así en la fuerza como en arrojar la
    lanza eres el más señalado, toma este premio y
    vuelve a las cóncavas naves. Y entregaremos la
    pica al héroe Meriones, si te place lo que te
    propongo.

    895. Así habló. Agamenón, rey de hombres, no
    dejó de obedecerle. Aquiles dio a Meriones la
    pica de bronce, y el héroe Atrida tomó el
    magnífico premio y se lo entregó al heraldo
    Taltibio.

    FIN DEL CANTO XXIII


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    Localización : Murcia / Muchas veces en Mazarrón/ Algunas en Cieza ( amo la ciudad donde nací; amo su río - Río Segura_ y amo sus montes secos llenos de espartizales)

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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 21 Abr 2021, 07:10

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXIV (*)

    Rescate de Héctor

    (*)
    Los dioses se apiadan de Héctor, y Zeus encarga
    a Tetis que amoneste a su hijo para que
    devuelva el cadáver, a la vez que manda a
    Priamo, por medio de Iris, que con un solo
    heraldo vaya con magníficos presentes a la
    tienda de Aquileo para rescatar el cuerpo de
    Héctor. Príamo obedece y parte con el heraldo
    ideo y dos carros; antes de llegar al campamento
    se les aparece Hermes, que los guía hasta la
    tienda del héroe; entra Príamo y, echándose a
    los pies de Aquiles, le dirige la súplica más
    conmovedora; Aquiles entrega el cadáver, los
    dos ancianos lo conducen a Troya y se celebran
    con toda solemnidad las honras fúnebres de
    Héctor, que era el principal sostén de la ciudad
    asediada.


    _________________
    "LOS DEMÁS TAMBIÉN EXISTIMOS" 


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