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En efecto, tuvimos que racionarla. Nuestra provisión no podía durar
más de tres días. De eso me di cuenta en el momento de la cena.
Desagradable perspectiva: había pocas esperanzas de encontrar algún
manantial en aquellos terrenos de la época de transición.
Durante toda la jornada del día siguiente, la galería desarrolló ante
nosotros sus interminables arcos de bóveda. Caminábamos casi sin decir
palabra. Iba ganándonos el mutismo de Hans.
La ruta no ascendía, al menos de forma sensible. A veces, incluso,
parecía inclinarse. Pero esta tendencia, por lo demás poco marcada, no
debía tranquilizar al profesor, porque la naturaleza de las capas no variaba,
y el período de transición se afirmaba cada vez más.
La luz eléctrica hacía centellear espléndidamente los esquistos, las
calizas y las viejas areniscas rojas de las paredes. Podría pensarse en una
zanja abierta en medio de Devonshire, la región que dio su nombre a este
género de terrenos. Especímenes de mármoles magníficos revestían las
paredes, unos de un gris ágata con vetas blancas caprichosamente
acusadas, otros de color encarnado o de un amarillo manchado de placas
rojas; más adelante, muestras de mármoles de manchas carmín y colores
sombríos, en los que las areniscas destacaban con matices vivos.
La mayoría de aquellas piedras contenían huellas de animales
primitivos. Desde la víspera, la creación había hecho un progreso evidente.
En lugar de los trilobites rudimentarios, percibí restos de un orden más
perfecto: entre otros, peces ganoides y esos sauropteris en los que la
mirada de paleontólogos ha sabido descubrir las primeras formas del
reptil. Los mares devónicos estaban habitados por gran número de
animales de esta especie, y los depositaron por millares en las rocas de
nueva formación.
Estaba claro que remontábamos la escala de la vida animal, cuya cima
ocupa el hombre. Pero el profesor Lidenbrock no parecía prestarle
atención.
Esperaba dos cosas: o que un pozo vertical se abriera ante nuestros
pies y le permitiera seguir su descenso, o que un obstáculo le impidiese
continuar por aquella ruta. Pero llegó la noche sin que tales esperanzas se
vieran realizadas
cont.
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En efecto, tuvimos que racionarla. Nuestra provisión no podía durar
más de tres días. De eso me di cuenta en el momento de la cena.
Desagradable perspectiva: había pocas esperanzas de encontrar algún
manantial en aquellos terrenos de la época de transición.
Durante toda la jornada del día siguiente, la galería desarrolló ante
nosotros sus interminables arcos de bóveda. Caminábamos casi sin decir
palabra. Iba ganándonos el mutismo de Hans.
La ruta no ascendía, al menos de forma sensible. A veces, incluso,
parecía inclinarse. Pero esta tendencia, por lo demás poco marcada, no
debía tranquilizar al profesor, porque la naturaleza de las capas no variaba,
y el período de transición se afirmaba cada vez más.
La luz eléctrica hacía centellear espléndidamente los esquistos, las
calizas y las viejas areniscas rojas de las paredes. Podría pensarse en una
zanja abierta en medio de Devonshire, la región que dio su nombre a este
género de terrenos. Especímenes de mármoles magníficos revestían las
paredes, unos de un gris ágata con vetas blancas caprichosamente
acusadas, otros de color encarnado o de un amarillo manchado de placas
rojas; más adelante, muestras de mármoles de manchas carmín y colores
sombríos, en los que las areniscas destacaban con matices vivos.
La mayoría de aquellas piedras contenían huellas de animales
primitivos. Desde la víspera, la creación había hecho un progreso evidente.
En lugar de los trilobites rudimentarios, percibí restos de un orden más
perfecto: entre otros, peces ganoides y esos sauropteris en los que la
mirada de paleontólogos ha sabido descubrir las primeras formas del
reptil. Los mares devónicos estaban habitados por gran número de
animales de esta especie, y los depositaron por millares en las rocas de
nueva formación.
Estaba claro que remontábamos la escala de la vida animal, cuya cima
ocupa el hombre. Pero el profesor Lidenbrock no parecía prestarle
atención.
Esperaba dos cosas: o que un pozo vertical se abriera ante nuestros
pies y le permitiera seguir su descenso, o que un obstáculo le impidiese
continuar por aquella ruta. Pero llegó la noche sin que tales esperanzas se
vieran realizadas
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