Aires de Libertad

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    JULIO VERNE (1828-1905) - Página 24 Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Jue 17 Oct 2024, 09:49

    ***

    Ésa era la última etapa de nuestro viaje terrestre. Hans nos había
    guiado hasta allí con inteligencia, y yo me sentía más tranquilo pensando
    que todavía debía continuar acompañándonos.
    Al llegar a la puerta de la casa del rector, una simple cabaña baja, ni
    más hermosa ni más confortable que las vecinas, vi a un hombre herrando
    un caballo, con el martillo en la mano y el delantal de cuero a la cintura.
    —Saellvertu —le dijo el cazador.
    —God dag —respondió el herrador en perfecto danés.
    —Kyrkoherde —dijo Hans volviéndose hacia mi tío.
    —¡El rector! —repitió este último—. Parece que este buen hombre es
    el rector, Axel.
    Mientras tanto, el guía ponía al kyrkoherde al corriente de la situación;
    éste, suspendiendo su trabajo, lanzó una especie de grito que sin duda
    debía ser familiar a caballos y chalanes, y al punto una enorme arpía salió
    de la cabaña. Si no medía seis pies de alto, poco le faltaba.
    Yo temía que viniera a ofrecer a los viajeros el beso islandés; pero no
    fue así, e incluso no puso muy buena cara al introducirnos en su casa.
    La habitación para forasteros me pareció la peor del presbiterio,
    estrecha, sucia e infecta. Tuvimos que contentarnos con ella. El rector no
    parecía practicar la hospitalidad antigua. Todo lo contrario. Antes de
    finalizar el día, vi que teníamos que vérnoslas con un herrero, con un
    pescador, con un cazador, con un carpintero, y no con un ministro del
    Señor. Bien es verdad que estábamos en día laborable. Quizá se desquitaba
    el domingo.
    No quiero hablar mal de estos pobres sacerdotes que, después de todo,
    son muy desgraciados; reciben del gobierno danés un sueldo ridículo y
    perciben la cuarta parte de los diezmos de su parroquia, lo que en total no
    llega a sesenta marcos corrientes
    [11]
    . De ahí la necesidad de trabajar para
    vivir; y pescando, cazando y herrando caballos se termina por adoptar los
    modales, el tono y las costumbres de los cazadores, de los pescadores y
    demás gentes algo rudas; aquella misma noche me di cuenta de que
    nuestro huésped no tenía la sobriedad entre el número de sus virtudes.
    Mi tío comprendió rápidamente con qué género de hombre tenía que
    habérselas; en lugar de un buen y digno sabio, encontraba un campesino
    torpe y grosero. Resolvió, pues, comenzar cuanto antes su gran expedición
    y abandonar a aquel párroco poco hospitalario. Sin tener en cuenta su
    cansancio, decidió ir a pasar algunos días a la montaña



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    JULIO VERNE (1828-1905) - Página 24 Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Jue 17 Oct 2024, 09:50

    ***
    Por tanto, los preparativos de partida se hicieron al día siguiente de
    nuestra llegada a Stapi. Hans alquiló los servicios de tres islandeses para
    reemplazar a los caballos en el transporte de los equipajes; pero, una vez
    llegados al fondo del cráter, aquellos nativos debían desandar el camino y
    abandonarnos a nuestras propias fuerzas. Este punto quedó perfectamente
    claro.
    En esta ocasión mi tío hubo de informar al cazador de que su intención
    era proseguir el reconocimiento del volcán hasta sus últimos límites.
    Hans se contentó con inclinar la cabeza. No veía ninguna diferencia en
    ir allá o a otra parte, hundirse en las entrañas de su isla o recorrerla. Por
    mi parte, distraído hasta entonces por los incidentes del viaje, olvidé algo
    el futuro, pero ahora sentía que la emoción se apoderaba de mí con fuerza.
    ¿Qué hacer? Si hubiera podido intentar resistirme al profesor Lidenbrock,
    habría tenido que ser en Hamburgo y no al pie del Sneffels.
    Había una idea que me inquietaba más que cualquier otra, era
    espantosa y capaz de alterar nervios menos sensibles que los míos.
    «Veamos —me decía—, vamos a escalar el Sneffels. Bien. Vamos a
    inspeccionar su cráter. Bueno. Otros lo han hecho y no se han muerto. Pero
    eso no es todo. Si aparece un camino para descender a las entrañas del
    suelo, si ese desventurado Saknussemm ha dicho la verdad, vamos a
    perdernos entre las galerías subterráneas del volcán. Y nada asegura que el
    Sneffels esté apagado. ¿Quién prueba que no se prepara una erupción? ¿Es
    suficiente el argumento de que el monstruo duerme desde 1229 para
    concluir que no puede despertarse? Y si se despierta, ¿qué será de
    nosotros?».
    Merecía la pena reflexionar sobre el tema, y yo lo hacía. No podía
    dormir sin soñar con erupciones. Y representar el papel de escoria me
    parecía bastante brutal.
    Por último, no pude contenerme; resolví someter a mi tío el caso con
    la mayor habilidad posible, y en forma de hipótesis perfectamente irreal.
    Fui en su busca. Le participé mis temores, y me preparé para su
    explosión; pero él respondió simplemente:
    —Estaba pensando en ello.
    ¿Qué significaban aquellas palabras? ¿Iba, pues, a oír la voz de la
    razón? ¿Pensaba suspender sus proyectos? Aquello era demasiado
    hermoso para ser posible.


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    JULIO VERNE (1828-1905) - Página 24 Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Jue 17 Oct 2024, 09:51

    ***

    Tras algunos instantes de silencio, durante los cuales no me atreví a
    interrogarle, continuó diciendo:
    —Estaba pensando en ello. Desde nuestra llegada a Stapi, me he
    preocupado por la grave cuestión que acabas de plantearme, porque no hay
    que actuar imprudentemente.
    —No —respondí yo con aplomo.
    —Hace seiscientos años que el Sneffels está mudo, pero puede hablar.
    Y las erupciones siempre van precedidas de fenómenos perfectamente
    conocidos. Por eso he interrogado a los habitantes de la zona, he estudiado
    el suelo, y puedo decírtelo, Axel: no habrá erupción.
    Ante esta afirmación quedé estupefacto y no pude replicar nada.
    —¿Dudas de mis palabras? —dijo mi tío—, pues bien, sígueme.
    Obedecí maquinalmente. Al salir del presbiterio, el profesor tomó un
    camino recto que, atravesando por una grieta la muralla basáltica, se
    alejaba del mar. Pronto llegamos a campo raso, si es que puede darse este
    nombre a un amontonamiento inmenso de deyecciones volcánicas. La zona
    parecía aplastada bajo una lluvia de piedras enormes de trapp[12] de
    basalto, de granito y de todas las rocas piroxénicas.
    Aquí y allá veía humaredas elevarse en el aire; aquellos vapores
    blancos, llamados reykir en lengua islandesa, procedían de fuentes
    termales, y con su violencia ponían de manifiesto la actividad volcánica
    del suelo. Aquello parecía justificar mis temores. Por eso me quedé
    estupefacto cuando mi tío me dijo:
    —¿Ves todas esas humaredas, Axel?; pues bien, prueban que no
    tenemos nada que temer de los furores del volcán.
    —¿Y por qué? —exclamé yo.
    —Acuérdate de esto —prosiguió el profesor—; cuando se acerca una
    erupción, estas fumarolas reduplican su actividad para desaparecer luego
    por completo mientras dura el fenómeno, porque los fluidos elásticos, al
    no tener ya la tensión necesaria, toman el camino de los cráteres en lugar
    de escapar a través de las fisuras del globo. Por tanto, si estos vapores se
    mantienen en su estado habitual, si su energía no aumenta, y si añades a
    esta observación que el viento y la lluvia no son reemplazados por un aire
    pesado y calmo, puedes afirmar que no habrá erupción próximamente.
    —Pero…
    —Basta. Cuando la ciencia ha hablado, lo único que queda es callarse.
    Volví a la parroquia con las orejas gachas. Mi tío me había vencido con
    argumentos científicos. Sin embargo, aún me quedaba una esperanza: que
    una vez llegados al fondo del cráter no encontráramos ninguna galería y
    fuera imposible descender a mayor profundidad, a pesar de todos los
    Saknussemm del mundo.


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    Mensaje por Maria Lua Sáb 19 Oct 2024, 08:28

    ***


    Pasé la noche siguiente sumido en una pesadilla: estaba en el interior
    de un volcán, en las profundidades de la Tierra, y me sentí lanzado a los
    espacios planetarios en forma de roca eruptiva.
    Al día siguiente, 23 de junio, Hans nos esperaba con sus compañeros
    cargados de víveres, herramientas e instrumentos. Dos bastones con
    contera de hierro, dos fusiles y dos cartucheras estaban reservados para mi
    tío y para mí. Como hombre precavido, Hans había añadido a nuestros
    equipajes un odre lleno que, unido a nuestras cantimploras, nos aseguraba
    agua para ocho días.
    Eran las nueve de la mañana. El rector y la arpía esperaban delante de
    su puerta. Sin duda querían dirigirnos el supremo adiós del anfitrión al
    viajero. Pero aquel adiós tomó la forma inesperada de una formidable
    factura, donde se incluía hasta el aire de la casa pastoral, aire infecto, si se
    me permite decirlo. Aquella digna pareja nos desplumaba como un
    hostelero suizo y ponía precio de oro a su hospitalidad sobreestimada.
    Mi tío pagó sin regatear. Un hombre que partía para el centro de la
    Tierra no iba a reparar en unos rixdales más o menos.
    Arreglado este punto, Hans dio la señal de partida, y algunos instantes
    después habíamos dejado Stapi.



    15



    El Sneffels tiene una altura de cinco mil pies. Con su doble cono
    remata una banda traquítica que se destaca del sistema orográfico de la
    isla. Desde nuestro punto de partida no podíamos ver perfilarse sus dos
    picos sobre el fondo grisáceo del cielo. Sólo se divisaba un enorme
    casquete de nieve inclinado sobre la frente del gigante.
    Caminábamos en fila, precedidos por el cazador, que subía por
    estrechos senderos por los que no habrían podido caminar dos personas
    juntas. Por eso se volvía casi imposible cualquier conversación




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    Mensaje por Maria Lua Sáb 19 Oct 2024, 08:29

    ***
    Al otro lado de la muralla basáltica del fiordo de Stapi aparece primero
    un suelo de turba herbácea y fibrosa, residuo de la antigua vegetación de
    los pantanos de la península; la masa de ese combustible, sin explotar
    todavía, bastaría para calentar durante un siglo a toda la población de
    Islandia; si se midiera aquella vasta turbera desde el fondo de ciertos
    barrancos, tendría con frecuencia setenta pies de alto, acumulada en capas
    sucesivas de detritus carbonizados separados por hojas de piedra pómez.
    Como verdadero sobrino del profesor Lidenbrock, y a pesar de mis
    preocupaciones, observaba con interés las curiosidades mineralógicas
    expuestas en aquel vasto gabinete de historia natural; al mismo tiempo
    reproducía en mi mente toda la historia geológica de Islandia.
    Evidentemente, esa isla tan curiosa ha salido del fondo de las aguas en
    una época relativamente moderna. Quizás incluso todavía se eleva con un
    movimiento imperceptible. Si así fuera, no puede atribuirse su origen más
    que a la acción de los fuegos subterráneos. En ese caso, la teoría de
    Humphry Davy, el documento de Saknussemm, las pretensiones de mi tío,
    todo se volvía agua de borrajas. Esta hipótesis me llevó a examinar
    atentamente la naturaleza del suelo, y pronto me di cuenta de la sucesión
    de fenómenos que presidieron su formación.
    Carente por completo de terreno sedimentario, Islandia se compone
    únicamente de toba volcánica, es decir, de un conglomerado de piedras y
    rocas de textura porosa. Antes de la existencia de los volcanes, estaba
    hecha de un macizo trapeico
    lentamente elevado por encima de las olas
    mediante el empuje de fuerzas centrales. Todavía no habían irrumpido en
    el exterior los fuegos internos.
    Pero más tarde se abrió una amplia hendidura diagonal del suroeste al
    noreste de la isla; por la que se derramó poco a poco toda la pasta
    traquítica. El fenómeno se materializaba entonces sin violencia; la boca de
    salida era enorme, y las materias fundidas, rechazadas por las entrañas del
    globo, se extendieron tranquilamente en vastas capas o en masas
    onduladas. En esa época aparecieron los feldespatos, las sienitas y los
    pórfiros




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    Mensaje por Maria Lua Sáb 19 Oct 2024, 08:30

    ***

    Pero gracias a este derrame, el espesor de la isla se incrementó
    considerablemente y, por consiguiente, su resistencia. Es fácil concebir la
    cantidad de fluidos elásticos que se almacenaron en su seno cuando ya no
    encontraron ninguna salida tras el enfriamiento de la corteza traquítica.
    Llegó, pues, un momento en que la potencia mecánica de ese gas fue tal
    que levantó la pesada corteza y se crearon altas chimeneas. Así surgió el
    volcán, hecho del levantamiento de la corteza, y luego el cráter
    súbitamente abierto en la cima del volcán.
    Entonces, los fenómenos volcánicos sucedieron a los eruptivos. Por las
    aberturas recién formadas escaparon primero las deyecciones basálticas,
    cuyos especímenes más maravillosos ofrecía a nuestras miradas la llanura
    que atravesábamos en aquel momento. Caminábamos sobre aquellas rocas
    gris oscuro que el enfriamiento había moldeado en prismas de base
    hexagonal. A lo lejos se veía un gran número de conos aplastados, que en
    otro tiempo fueron bocas ignívomas.
    Luego, acabada la erupción basáltica, el volcán, cuya fuerza se
    incrementó con la de los cráteres apagados, dio paso a las lavas y a las
    tobas de cenizas y escorias cuyas largas corrientes diseminadas por los
    flancos veía yo como una opulenta cabellera.
    Tal fue la sucesión de fenómenos que constituyeron Islandia; todos
    provenían de la acción de fuegos interiores, y suponer que la masa interna
    no permanecía en un estado permanente de incandescente liquidez era una
    locura. ¡Y lo era sobre todo pretender alcanzar el centro del globo!
    Así pues, me tranquilicé sobre el resultado de nuestra empresa al
    tiempo que caminaba al asalto del Sneffels.
    La ruta se hacía cada vez más difícil; el suelo se elevaba; los
    fragmentos de piedras se movían, y había que poner la mayor atención
    para evitar caídas peligrosas.





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    Mensaje por Maria Lua Sáb 19 Oct 2024, 08:31

    ***

    Hans avanzaba tranquilamente como sobre un terreno liso; a veces
    desaparecía tras los grandes bloques, y momentáneamente lo perdíamos de
    vista; entonces un silbido agudo, escapado de sus labios, indicaba la
    dirección a seguir. También a menudo se detenía, recogía algunos desechos
    de rocas, los disponía de forma reconocible y hacía de este modo señales
    destinadas a indicar el camino de vuelta. Precaución buena en sí misma
    que los acontecimientos futuros hicieron inútil.
    Tres fatigosas horas de marcha nos habían llevado tan sólo a la base de
    la montaña. Allí, Hans hizo señas de detenerse, y todos compartimos un
    almuerzo frugal. Para ir más deprisa mi tío daba bocados de tamaño doble
    del normal. Pero como esta parada para comer era también un alto para
    descansar, tuvo que esperar a la decisión del guía, que dio la señal de
    partida una hora más tarde. Los tres islandeses, tan taciturnos como su
    camarada el cazador, no pronunciaron una sola palabra y comieron con
    sobriedad.
    Comenzábamos entonces a escalar las pendientes del Sneffels. Por una
    ilusión óptica frecuente en las montañas, su nevada cima me parecía muy
    cercana y, sin embargo, ¡cuántas interminables horas faltaban para
    alcanzarla! Sobre todo, ¡qué cansancio! Las piedras, a las que no unía
    entre sí ninguna clase de cemento, ni de tierra ni hierba, se desmoronaban
    bajo nuestros pies e iban a perderse en la llanura con la rapidez de una
    avalancha.
    En ciertos lugares, las laderas del monte formaban con el horizonte un
    ángulo de treinta y seis grados por lo menos; era imposible escalarlos, y
    aquellos repechos pedregosos debían ser rodeados no sin dificultad. Nos
    prestábamos entonces ayuda mutua gracias a nuestros bastones.




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    Mensaje por Maria Lua Sáb 19 Oct 2024, 08:31

    ***
    Debo decir que mi tío estaba lo más cerca que podía de mí; no me
    perdía de vista y en muchas ocasiones su brazo me proporcionó un sólido
    apoyo. En cuanto a él, tenía, sin duda, un sentido innato del equilibrio,
    porque no tropezaba. Los islandeses, aunque cargados, trepaban con
    agilidad de montañeros.
    Viendo la altura de la cima del Sneffels, me parecía imposible que
    pudiéramos alcanzarla por aquel lado si no disminuía el ángulo de
    inclinación de las pendientes. Afortunadamente, tras una hora de esfuerzos
    y proezas, apareció inopinadamente, en medio de la vasta alfombra de
    nieve desplegada sobre la cima redondeada del volcán, una especie de
    escala que simplificó nuestro ascenso. Estaba formada por uno de esos
    torrentes de piedras arrojadas por las erupciones, cuyo nombre en islandés
    es stinâ. Si aquel torrente no se hubiera visto detenido en su caída por la
    disposición de los flancos de la montaña, habría ido a precipitarse en el
    mar y a formar nuevas islas.
    Tal como estaba, nos sirvió de mucho. La rigidez de las pendientes
    aumentaba, pero aquellos escalones de piedra permitían escalarla
    fácilmente e, incluso, con tal rapidez que habiéndome quedado un
    momento atrás mientras mis compañeros continuaban su ascensión,
    cuando los vi ya aparecían reducidos por la distancia a una apariencia
    microscópica.
    A las siete de la tarde habíamos subido los dos mil peldaños de la
    escalera y dominábamos una protuberancia de la montaña, especie de
    meseta sobre la que se apoyaba el cono del cráter propiamente dicho.


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    Mensaje por Maria Lua Sáb 19 Oct 2024, 08:32

    ***

    El mar se extendía a una profundidad de tres mil doscientos pies.
    Habíamos sobrepasado el límite de las nieves perpetuas, bastante poco
    elevadas en Islandia como consecuencia de la humedad constante del
    clima. Hacía un frío violento. El viento soplaba con fuerza. Yo estaba
    agotado. El profesor vio perfectamente que mis piernas se negaban a
    prestar su servicio, y a pesar de su impaciencia decidió detenerse. Así
    pues, hizo una seña al cazador, que movió la cabeza diciendo:
    —Ofvanför.
    —Parece que hay que ir más arriba —dijo mi tío.
    Luego preguntó a Hans el motivo de su respuesta.
    —Mistour —respondió el guía.
    —Ja, mistour —repitió uno de los islandeses en tono bastante
    asustado.
    —¿Qué significa esa palabra? —pregunté con inquietud.
    —Mira —dijo mi tío.
    Dirigí mis ojos hacia la llanura. Una inmensa columna de piedra
    pómez pulverizada, de arena y polvo, se elevaba girando como una
    tromba; el viento la empujaba hacia el flanco del Sneffels al que nos
    aferrábamos nosotros; aquella cortina opaca extendida ante el sol arrojaba
    una gran sombra sobre la montaña. Si aquel torbellino se torcía, nos
    atraparía inevitablemente en sus remolinos. El fenómeno, bastante
    frecuente cuando el viento sopla desde los glaciares, toma en lengua
    islandesa el nombre de mistour.
    —Hastig, hastig —exclamó nuestro guía.
    Sin saber danés, comprendí que teníamos que seguir a Hans más
    deprisa. Éste empezó a rodear el cono del cráter, pero en zigzag, de forma
    que la marcha fuera más fácil. Pronto la tromba se abatió sobre la
    montaña, que se estremecía con su choque; las piedras atrapadas en los
    remolinos de viento volaron como una lluvia, lo mismo que en una
    erupción. Afortunadamente nosotros estábamos en la vertiente opuesta y al
    amparo de cualquier peligro. Sin la precaución del guía, nuestros cuerpos
    despedazados, reducidos a polvo, hubieran terminado por caer lejos como
    producto de algún meteoro desconocido.




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    JULIO VERNE (1828-1905) - Página 24 Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Sáb 19 Oct 2024, 08:33

    ***
    Sin embargo, Hans no creyó prudente pasar la noche en las laderas del
    cono. Continuamos nuestra ascensión en zigzag; los quinientos pies que
    quedaban por franquear nos costaron cinco horas; las vueltas, sesgos y
    contramarchas supusieron tres leguas por lo menos. Yo no podía más,
    sucumbía al frío y al hambre. El aire, algo enrarecido, no era suficiente
    para las necesidades de mis pulmones.
    Por fin, a las once de la noche, en plena oscuridad, alcanzamos la cima
    del Sneffels, y antes de ir a refugiarme en el interior del cráter, tuve
    tiempo de ver «el sol de medianoche» en lo más bajo de su carrera,
    proyectando sus pálidos rayos sobre la isla dormida a mis pies.


    16


    La cena fue devorada rápidamente y la pequeña tropa se instaló lo
    mejor que pudo. La cama era dura, el abrigo insuficiente y la situación
    muy penosa, a cinco mil pies sobre el nivel del mar. Sin embargo, mi
    sueño fue particularmente tranquilo durante aquella noche, una de las
    mejores que pasaba desde hacía tiempo. Ni siquiera soñé.
    Al día siguiente, medio congelados por un viento muy fuerte, nos
    despertaron los rayos de un espléndido sol. Dejé mi cama de granito y fui
    a gozar del magnífico espectáculo que se ofrecía a mis ojos.
    Me hallaba en la cima de uno de los dos picos del Sneffels, el del sur.
    Desde allí, mi vista abarcaba la mayor parte de la isla. El efecto óptico,
    común a todas las grandes alturas, destacaba las orillas mientras parecían
    desvanecerse las partes centrales. Se hubiera dicho que se extendía a mis
    pies uno de esos mapas en relieve de Helbesmer. Veía los valles profundos
    que se cruzaban en todos los sentidos, los precipicios que se ahondaban
    como pozos, los lagos transformados en estanques, los ríos convertidos en
    riachuelos. A mi derecha se sucedían los glaciares sin número y se
    multiplicaban los picos, algunos de ellos coronados por leves humaredas.
    Las ondulaciones de aquellas montañas infinitas, que sus capas de nieve
    parecían volver espumeantes, traían a mi recuerdo la superficie de un mar
    agitado. Si me volvía hacia el oeste, el océano se desarrollaba allí en su
    majestuosa extensión, como continuación de aquellas cimas acanaladas
    por la erosión. Mi vista apenas distinguía dónde terminaba la tierra y
    dónde comenzaban los olas.






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    Mensaje por Maria Lua Dom 20 Oct 2024, 13:00

    ***


    Me sumergía así en ese maravilloso éxtasis que proporcionan las
    cimas, y en esta ocasión sin vértigo, porque por fin me acostumbraba a
    esas sublimes contemplaciones. Mi mirada deslumbrada se bañaba en la
    transparente irradiación de los rayos solares. Me olvidaba de quién era y
    de dónde estaba, para vivir la vida de los elfos o de los silfos, imaginarios
    habitantes de la mitología escandinava. Me embriagaba con la
    voluptuosidad de las alturas, sin pensar en los abismos en que mi destino
    me iba a hundir dentro de poco. Pero fui devuelto a la realidad por la
    llegada del profesor y de Hans, que se reunieron conmigo en la cima del
    pico.
    Volviéndose hacia el oeste, mi tío me indicó con la mano un ligero
    vapor, una bruma, una apariencia de tierra que dominaba la línea de las
    olas.
    —Groenlandia —dijo.
    —¿Groenlandia? —pregunté.
    —Sí, no estamos a más de treinta y cinco leguas, y durante el deshielo
    los osos blancos llegan hasta Islandia traídos por los témpanos del norte.
    Pero eso importa poco. Nos hallamos en la cima del Sneffels, y aquí
    tenemos dos picos, uno al sur, otro al norte. Hans va a decirnos qué
    nombre dan los islandeses al que nos sostiene en este momento.
    Formulada la pregunta, el cazador respondió:
    —Scartaris.
    Mi tío me lanzó una mirada triunfante.
    —¡Al cráter! —dijo.

    El cráter del Sneffels era como un cono invertido, cuyo orificio podía
    tener media legua de diámetro. Estimé su profundidad en unos dos mil
    pies aproximadamente. Júzguese el estado de un recipiente semejante
    cuando se llena de truenos y llamas. El fondo del embudo no debía medir
    más de quinientos pies de perímetro, de forma que sus pendientes,
    bastante suaves, permitían llegar con facilidad a su parte inferior.
    Involuntariamente comparé aquel cráter con un enorme trabuco de boca
    ancha, y la comparación me espantaba.
    «Descender a un trabuco —pensaba— cuando quizá esté cargado y
    puede disparar al menor choque, es cosa de locos».
    Pero no podía retroceder. Con aire indiferente, Hans volvió a ponerse
    al frente de la tropa. Le seguí sin decir palabra.



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    Mensaje por Maria Lua Lun 21 Oct 2024, 09:52

    ***

    A fin de facilitar el descenso, Hans describía en el interior del cono
    elipsis muy alargadas. Había que caminar en medio de rocas eruptivas,
    algunas de las cuales, desgajadas de sus alveolos, se precipitaban dando
    saltos hasta el fondo del abismo. Su caída ocasionaba repercusiones de
    ecos de una sonoridad extraña.
    Ciertas partes del cono formaban glaciares interiores. Hans avanzaba
    entonces con extremada precaución, tanteando el suelo con la punta de
    hierro de su bastón para descubrir las hendiduras. En ciertos pasajes
    dudosos se hizo necesario atarnos con una larga cuerda, a fin de que aquel
    a quien le fallara inopinadamente el suelo se encontrara sostenido por sus
    compañeros. Esta solidaridad era prudente, pero no excluía todo peligro.
    Sin embargo, y a pesar de las dificultades del descenso por pendientes
    que el guía no conocía, se hizo el camino sin accidentes, salvo la caída de
    un paquete de cuerdas que se le escapó de las manos a un islandés y que
    fue por el vacío hasta el fondo del abismo.
    A mediodía habíamos llegado. Alcé la cabeza, y vi el orificio superior
    del cono, en el que estaba enmarcado un trozo de cielo de una
    circunferencia singularmente reducida, pero casi perfecta. Sólo en un
    punto se destacaba el pico del Scartaris, que se hundía en la inmensidad.
    Al fondo del cráter se abrían tres chimeneas, por las que, en la época
    de las erupciones del Sneffels, el foco central expulsaba sus lavas y sus
    vapores. Cada una de aquellas chimeneas tenía aproximadamente cien pies
    de diámetro, y se abrían bajo nuestros pies. Yo no hubiera tenido valor
    para hundir mi mirada en ellas. Sin embargo, el profesor Lidenbrock había
    hecho un rápido examen de su disposición; estaba jadeante; corría de una a
    otra, gesticulando y profiriendo palabras incomprensibles. Hans y sus
    compañeros le observaban sentados sobre unos trozos de lava;
    evidentemente le tomaban por loco.
    De pronto mi tío lanzó un grito. Creí que acababa de perder pie y caer
    en uno de los tres abismos. Pero no. Estaba de pie, con los brazos
    levantados y las piernas separadas, ante una roca de granito situada en el
    centro del cráter, como un enorme pedestal hecho para una estatua de
    Plutón. Se encontraba en la posición de un hombre asombrado; pero esa
    estupefacción dejó paso muy pronto a una alegría insensata.




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    Mensaje por Maria Lua Lun 21 Oct 2024, 09:54

    ***

    —¡Axel, Axel! —gritó—. ¡Ven, ven!
    Yo acudí. Ni Hans ni los islandeses se movieron.
    —¡Mira! —me dijo el profesor.
    Y compartiendo su asombro, aunque no su alegría, leí en la cara
    occidental del bloque, en caracteres rúnicos, semiroídos por el tiempo,
    aquel nombre mil veces maldito:

    (***)

    —¡Arne Saknussemm! —exclamó mi tío—. ¿Sigues dudando todavía?
    No respondí, y volví consternado a mi banco de lava. La evidencia me
    abrumaba.
    ¿Cuánto tiempo permanecí sumido de aquella manera en mis
    reflexiones? Lo ignoro. Todo lo que sé es que al levantar de nuevo la
    cabeza vi a mi tío y a Hans solos en el fondo del cráter. Los islandeses
    habían sido despedidos, y ahora ya estaban bajando por las pendientes
    exteriores del Sneffels en dirección a Stapi.
    Hans dormía tranquilamente al pie de una roca, en una corriente de
    lava en la que se había preparado una improvisada cama; mi tío daba
    vueltas por el fondo del cráter, como un animal salvaje en el foso de un
    trampero. No tuve ganas ni fuerza para levantarme, y tomando ejemplo del
    guía, me dejé ir a un doloroso sopor, creyendo oír ruidos o sentir
    estremecimientos en los flancos de la montaña.
    Así pasó aquella primera noche en el fondo del cráter.
    Al día siguiente un cielo gris, nuboso, pesado, cayó sobre la cima del
    cono. Me di cuenta de ello tanto por la oscuridad del abismo como por la
    cólera que se apoderó de mi tío.

    Pronto comprendí el motivo, y un resto de esperanza reapareció en mi
    ánimo. La razón era la siguiente:
    De las tres rutas abiertas bajo nuestros pies, sólo una había sido
    seguida por Saknussemm. Según el sabio islandés, debíamos reconocerla
    por la particularidad señalada en el criptograma: la sombra del Scartaris
    venía a acariciar sus bordes durante los últimos días del mes de junio.
    En efecto, podíamos considerar aquel pico agudo como la aguja de un
    inmenso cuadrante solar cuya sombra señalaba, en un día determinado, el
    camino del centro del globo.
    Pero si faltaba el sol, no había sombra. Y, por consiguiente, no había
    indicación. Estábamos a 25 de junio. Si el cielo seguía cubierto durante
    seis días, habría que posponer la observación para otro año.












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    Mensaje por Maria Lua Lun 21 Oct 2024, 09:55

    ***
    Renuncio a pintar la cólera impotente del profesor Lidenbrock. Pasó la
    jornada y ninguna sombra vino a alargarse sobre el fondo del cráter. Hans
    no se movió de su sitio; sin embargo, debía preguntarse qué estábamos
    esperando, si es que se preguntaba algo. Mi tío no me dirigió ni una sola
    vez la palabra. Su mirada, vuelta invariablemente hacia el cielo, se perdía
    en su tinte gris y brumoso.
    El 26 tampoco hubo nada. Durante todo el día cayó aguanieve. Hans
    construyó una cabaña con trozos de lava. Me divertí algo siguiendo con la
    mirada las mil cascadas improvisadas en los flancos del cono, cuyo
    ensordecedor murmullo aumentaba en cada piedra.
    Mi tío no se dominaba. Había motivo para irritar a un hombre más
    paciente, porque aquello era realmente naufragar una vez llegado a puerto.
    Pero el cielo mezcla incesantemente los grandes dolores y las grandes
    alegrías, y reservaba al profesor Lidenbrock una satisfacción igual a su
    rabia desesperada.
    Al día siguiente, el cielo siguió cubierto; pero el domingo 28 de junio,
    antepenúltimo día del mes, con el cambio de luna vino el del tiempo. El
    sol derramó a oleadas sus rayos por el cráter. Cada montículo, cada roca,
    cada piedra, cada aspereza participó de su luminoso efluvio y proyectó
    instantáneamente su sombra sobre el suelo. Entre todas, la del Scartaris se
    dibujó como una viva arista y empezó a girar lentamente con el astro
    radiante.
    Mi tío giraba con ella.
    A mediodía, en su proyección más corta, vino a lamer suavemente el
    borde de la chimenea central.
    —¡Ésa es! —gritó el profesor—. ¡Ésa es! ¡Al centro del globo! —
    añadió en danés.
    Yo miré a Hans.
    —Forut! —dijo tranquilamente el guía.
    —¡Adelante! —respondió mi tío.
    Era la una y trece minutos de la tarde.


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    Mensaje por Maria Lua Lun 21 Oct 2024, 09:56

    ***


    17


    Comenzaba el verdadero viaje. Hasta entonces las fatigas habían
    prevalecido sobre las dificultades; ahora éstas iban a nacer realmente bajo
    nuestros pies.
    Aún yo no había hundido mi mirada en aquel pozo insondable donde
    iba a sumergirme. Había llegado el momento. Todavía podía decidirme por
    la aventura o negarme a intentarla. Pero sentí vergüenza de retroceder ante
    el cazador. Hans aceptaba tan tranquilamente la empresa, con tal
    indiferencia, con una despreocupación tan perfecta ante cualquier posible
    peligro que me ruboricé ante la idea de ser menos valiente que él. De estar
    solo, habría iniciado la retahíla de los grandes argumentos; pero en
    presencia del guía me callé; uno de mis recuerdos voló hacia mi linda
    virlandesa, al tiempo que me acercaba a la chimenea central.
    He dicho que medía cien pies de diámetro, o trescientos pies de
    circunferencia. Me incliné por encima de una roca que sobresalía en el
    abismo, y miré. Mis cabellos se erizaron. El sentimiento del vacío se
    apoderó de mi ser. Sentí desplazarse dentro de mí el centro de gravedad y
    subir el vértigo a mi cabeza como una borrachera. Nada más embriagador
    que aquella atracción del abismo. Iba a caer. Una mano me retuvo. La de
    Hans. Decididamente no había tomado suficientes «lecciones de abismo»
    en la Frelsers-Kirk de Copenhague.
    Sin embargo, a poco que hubiera aventurado mis miradas en aquel
    pozo, me habría dado cuenta de su conformación. Sus paredes, casi
    verticales, presentaban numerosos salientes que debían facilitar el
    descenso. Pero si no faltaba la escalera se echaba de menos la barandilla.
    Una cuerda atada al orificio habría bastado para sostenernos, pero ¿cómo
    desatarla cuando hubiéramos llegado al extremo inferior?




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    Mensaje por Maria Lua Lun 21 Oct 2024, 09:56

    ***

    Mi tío empleó un medio muy sencillo para obviar esta dificultad.
    Desenrolló una cuerda del grosor de una pulgada y de cuatrocientos pies
    de larga; dejó caer primero la mitad, y luego la enrolló alrededor de un
    bloque de lava que sobresalía y tiró la otra mitad a la chimenea. Cada uno
    de nosotros podía descender entonces reuniendo en la mano las dos
    mitades de la cuerda que no podían escaparse; una vez que hubiéramos
    bajado doscientos pies, nada nos sería más fácil que recogerla soltando un
    cabo y tirando del otro. Este ejercicio volvería a empezar de nuevo ad
    infinitum.
    —Ahora ocupémonos de los equipajes —dijo mi tío tras haber
    terminado esos preparativos—. Los dividiremos en tres paquetes, y cada
    uno de nosotros atará uno a su espalda; me refiero sólo a los objetos
    frágiles.
    Evidentemente, el audaz profesor no nos incluía en esta última
    categoría.
    —Hans —prosiguió— va a encargarse de las herramientas y de una
    parte de los víveres; tú, Axel, de otro tercio de los víveres y de las armas;
    y yo, del resto de los víveres y de los instrumentos delicados.
    —Pero ¿quién se encargará de bajar la ropa y ese montón de cuerdas y
    escalas? —dije yo.
    —Bajarán solas.
    —¿Cómo? —pregunté.
    —Ahora lo verás.
    Mi tío echaba mano de los grandes medios gustosamente y sin vacilar.
    Por orden suya, Hans reunió en un solo bulto los objetos no frágiles, y
    atado el paquete sólidamente fue arrojado al abismo por las buenas.
    Oí el mugido sonoro producido por el desplazamiento de las capas de
    aire. Mi tío, inclinado sobre el abismo, seguía con mirada satisfecha la
    caída de los equipajes, y no volvió a levantarse hasta haberlos perdido de
    vista.
    —Bueno —dijo—. Ahora nos toca a nosotros.











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    Mensaje por Maria Lua Lun 21 Oct 2024, 09:57

    ***
    Pregunto a cualquier hombre de buena fe si se pueden oír sin
    estremecerse palabras semejantes. El profesor se ató a su espalda el fardo
    de los instrumentos. Hans cogió el de las herramientas y yo el de las
    armas. El descenso comenzó por el siguiente orden: Hans, mi tío y yo. Se
    hizo en un profundo silencio, sólo turbado por la caída de los fragmentos
    de roca que se precipitaban en el abismo.

    Me dejé deslizar, por decirlo así, agarrando frenéticamente la doble
    cuerda en una mano, y afianzándome con la otra ayudado por mi bastón.
    Sólo me dominaba una idea: temía que me faltase el punto de apoyo.
    Aquella cuerda me parecía muy frágil para soportar el peso de tres
    personas. Me servía de ella lo menos posible, haciendo milagros de
    equilibrio sobre los salientes de lava que mi pie trataba de coger como una
    mano.
    Cuando uno de aquellos peldaños deslizantes se movía bajo los pies de
    Hans, decía éste con voz tranquila:
    —Gif akt!
    —¡Cuidado! —repetía mi tío.
    A la media hora, habíamos llegado a la superficie de una roca
    sólidamente encajada en la pared de la chimenea.
    Hans tiró de la cuerda por uno de sus cabos; el otro se elevó en el aire;
    tras haber repasado la roca superior, volvió a caer rastrillando los trozos
    de piedra y lava, especie de lluvia, o mejor de granizo, muy peligrosa.
    Inclinándome por encima de nuestra estrecha plataforma observé que
    el fondo del agujero todavía era invisible.
    La maniobra de la cuerda volvió a empezar, y media hora después
    habíamos ganado otros doscientos pies de profundidad.
    Dudo que el geólogo más apasionado hubiera tratado de estudiar
    durante este descenso la naturaleza de los terrenos que le rodeaban. Por lo
    que a mí se refiere, apenas me preocupaba de ello; me preocupaba poco
    que fueran pliocenos, miocenos, eocenos, cretáceos, jurásicos, triásicos,
    pérmicos, carboníferos, devónicos, silúricos o primitivos. Pero el profesor,
    sin duda, hizo sus observaciones o tomó sus notas, porque en uno de los
    altos me dijo:
    —Cuanto más avanzo, más seguro estoy. La disposición de estos
    terrenos volcánicos da toda la razón a la teoría de Davy. Estamos en pleno
    suelo primordial, suelo en el que se produjo la operación química de los
    metales inflamados al contacto con el aire y el agua. Rechazo
    absolutamente el sistema de un calor central. Además, lo vamos a
    comprobar.
    Siempre la misma conclusión. Como se comprenderá, yo no me
    entretuve en discutir. Mi silencio fue tomado por asentimiento, y el
    descenso comenzó de nuevo.
    Al cabo de tres horas aún no se divisaba el fondo de la chimenea.
    Cuando miraba hacia arriba, veía el orificio que disminuía sensiblemente.








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    JULIO VERNE (1828-1905) - Página 24 Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Lun 21 Oct 2024, 09:58

    ***
    Debido a su ligera inclinación, sus paredes tendían a acercarse. La
    oscuridad iba creciendo poco a poco.
    Mientras tanto seguíamos descendiendo; me parecía que las piedras
    desprendidas de las paredes eran engullidas con una repercusión más
    amortiguada, y que debían encontrar antes el fondo del abismo.
    Como había tenido la precaución de anotar exactamente nuestras
    maniobras de cuerda, pude calcular exactamente la profundidad alcanzada
    y el tiempo transcurrido.
    En aquel momento habíamos repetido catorce veces aquella operación,
    que nos ocupaba media hora. Por lo tanto eran siete horas, más catorce
    cuartos de hora de descanso, a tres horas y media. En total diez horas y
    media. Habíamos partido a la una; en aquel momento debían ser las once.
    En cuanto a la profundidad que habíamos alcanzado, las catorce
    maniobras de una cuerda de doscientos pies daban dos mil ochocientos
    pies.
    En aquel momento se dejó oír la voz de Hans.
    —Halt! —dijo.
    Me detuve en seco en el instante en que iba a golpear con los pies la
    cabeza de mi tío.
    —Hemos llegado —dijo éste.
    —¿Dónde? —pregunté yo, dejándome resbalar junto a él.
    —Al fondo de la chimenea perpendicular.
    —¿No hay otra salida?
    —Sí, una especie de corredor que vislumbro y que tuerce hacia la
    derecha. Mañana lo veremos. Cenemos primero; y luego a dormir.
    La oscuridad no era completa todavía. Abrimos la bolsa de las
    provisiones, comimos y cada cual se acostó lo mejor que pudo en una
    cama de piedras y restos de lava.
    Tendido de espaldas abrí los ojos y divisé un punto brillante en la
    extremidad de aquel tubo de tres mil pies de longitud que se transformaba
    en un gigantesco anteojo.
    Era una estrella despojada de todo centelleo y que, según mis cálculos,
    debía ser la ß de la Osa Menor.
    Luego me dormí profundamente.










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    121


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    JULIO VERNE (1828-1905) - Página 24 Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Mar 22 Oct 2024, 12:57

    ***

    18



    A las ocho de la mañana vino a despertarnos un rayo de luz. Las mil
    facetas de la lava de las paredes lo recogían a su paso y lo desparramaban
    como una lluvia de chispas.
    Aquella luz era lo bastante fuerte como para permitir distinguir los
    objetos circundantes.
    —Y bien, Axel, ¿qué dices? —exclamó mi tío frotándose las manos—.
    ¿Has pasado en alguna ocasión una noche más tranquila en nuestra casa de
    Königstrasse? ¡Ni el más mínimo ruido de carruajes, ningún grito de
    vendedores, nada de voces de bateleros escandalizando!
    —Desde luego, hemos dormido muy tranquilos en el fondo de este
    pozo, pero hasta esta misma calma tiene algo de espantoso.
    —Vamos —exclamó mi tío—, si te asustas ya, ¿qué será más tarde?
    Todavía no nos hemos adentrado ni una pulgada en las entrañas de la
    Tierra.
    —¿Qué quiere decir?
    —Quiero decir que no hemos alcanzado más que el suelo de la isla.
    Este largo tubo vertical, que desemboca en el cráter del Sneffels, se
    detiene aproximadamente al nivel del mar.
    —¿Está usted seguro?
    —Totalmente seguro. Consulta el barómetro.
    En efecto, el mercurio, que había subido poco a poco en el instrumento
    a medida que se efectuaba el descenso, se había detenido en veintinueve
    pulgadas.
    —¿Lo ves? —continuó el profesor—; aún no tenemos más que una
    atmósfera de presión; sólo más tarde vendrá el manómetro a reemplazar a
    ese barómetro.



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    Mensaje por Maria Lua Mar 22 Oct 2024, 12:57

    ***

    En efecto, aquel instrumento se iba a volver inútil en el momento en
    que el peso del aire superase su presión, calculada al nivel del océano.
    —Pero ¿no hemos de temer que al continuar creciendo la presión
    resulte peligrosa? —pregunté.
    —No. Descenderemos lentamente, y nuestros pulmones se habituarán
    a respirar una atmósfera más comprimida. A los aeronautas termina por
    faltarles el aire cuando se elevan a las capas superiores, y a nosotros, en
    cambio, quizá nos sobre. Pero prefiero esto. No perdamos un instante.
    —¿Dónde está el paquete que nos ha precedido en el interior de la
    montaña?
    Recordé entonces que la noche anterior lo habíamos buscado en vano.
    Mi tío preguntó a Hans, quien tras haber mirado atentamente con sus ojos
    de cazador, respondió:
    —Der huppe!
    —Allá arriba.
    En efecto, el bulto se había quedado en un saliente de roca, un centenar
    de pies por encima de nuestras cabezas. Acto seguido el ágil islandés trepó
    como un gato, y pocos minutos más tarde el fardo estaba con nosotros.
    —Ahora —dijo mi tío— desayunemos, pero hagámoslo como personas
    que quizá tengan que hacer un largo camino.
    La galleta y la carne seca fueron rociadas con algunos tragos de agua
    mezclada con ginebra.
    Acabado el almuerzo, mi tío sacó de su bolsillo un cuaderno destinado
    a las observaciones; tomó uno tras otro sus diversos instrumentos y anotó
    los datos siguientes:

    Lunes, 1 de julio
    Cronómetro: 8 h 17 m de la mañana
    Barómetro: 29 p. 7l.
    Termómetro: 6º
    Dirección: E.-S.-E.

    Esta última observación se refería a la galería oscura y fue señalada
    por la brújula.







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    Mensaje por Maria Lua Mar 22 Oct 2024, 12:58

    ***

    —Ahora, Axel —exclamó el profesor con voz entusiasta—, vamos a
    hundirnos verdaderamente en las entrañas del globo. Éste es el momento
    preciso en que comienza nuestro viaje.
    Dicho esto, mi tío cogió en una mano el aparato de Ruhmkorff que
    colgaba de su cuello; con la otra puso en comunicación la corriente
    eléctrica con el serpentín de la linterna, y una luz bastante brillante disipó
    las tinieblas de la galería.
    Hans llevaba el segundo aparato, que también fue activado. Esta
    ingeniosa aplicación de la electricidad nos permitía caminar durante
    mucho tiempo creando luz artificial en medio incluso de los gases más
    inflamables.
    —¡En marcha! —dijo mi tío.
    Cada cual cogió su bulto. Hans se encargó de empujar por delante el
    paquete de cuerdas y ropa y, cerrando yo la marcha, entramos en la galería.
    En el momento de sumirse en aquel oscuro corredor, levanté la cabeza
    y divisé por última vez, a través del inmenso tubo, aquel cielo de Islandia,
    «que no debía volver a ver».
    La lava se había abierto paso a través de aquel túnel durante la última
    erupción de 1229. Alfombraba el interior con un barniz espeso y brillante;
    la luz eléctrica se reflejaba en él centuplicando su intensidad.
    Toda la dificultad de la ruta consistía en no deslizarse con demasiada
    rapidez por una pendiente que tenía una inclinación de unos cuarenta y
    cinco grados aproximadamente; por suerte, ciertas erosiones y algunos
    resaltes cumplían la función de escalones, y no teníamos más que
    descender soltando nuestros equipajes, sujetos a una larga cuerda.
    Pero lo que se convertía en escalón bajo nuestros pies se volvía
    estalactita en las demás paredes. La lava, porosa en ciertos lugares,
    presentaba pequeñas ampollas redondas: cristales de cuarzo opaco,
    adornados de límpidas gotas de cristal y suspendidos de la bóveda como
    lámparas, parecían encenderse a nuestro paso. Se hubiera dicho que los
    genios del abismo iluminaban su palacio para recibir a los huéspedes de la
    Tierra.
    —¡Es magnífico! —exclamé involuntariamente—. ¡Qué espectáculo,
    tío! ¿No siente admiración por esos tonos de la lava que van del rojo
    oscuro al amarillo resplandeciente a través de insensibles gradaciones? ¿Y
    esos cristales que se presentan como globos luminosos?



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    Mensaje por Maria Lua Mar 22 Oct 2024, 12:59

    ***

    —¡Por fin, Axel! —respondió mi tío—. ¡Por fin te parece esto
    espléndido, muchacho! Espero que veas muchas otras maravillas.
    Adelante, caminemos.
    Más precisamente hubiera debido decir «resbalemos», porque nos
    dejábamos deslizar sin esfuerzo por las pendientes inclinadas. Era el
    facilis descensus Averni de Virgilio. La brújula, que consultábamos
    frecuentemente, indicaba dirección sureste con imperturbable rigor.
    Aquella corriente de lava no se desviaba ni a un lado ni a otro. Tenía la
    inflexibilidad de la línea recta.
    Mientras tanto el calor no aumentaba de forma sensible. Lo cual daba
    la razón a las teorías de Davy, y más de una vez consulté el termómetro
    con asombro. Dos horas después de la partida aún no marcaba más que
    10º, es decir, un incremento de 4º. Esto me autorizaba a pensar que nuestro
    descenso era más horizontal que vertical. En cuanto a saber exactamente la
    profundidad alcanzada, nada más fácil. El profesor medía exactamente los
    ángulos de desviación y de inclinación del camino, pero se guardaba para
    sí el resultado de sus observaciones.
    Por la noche, hacia las ocho, dio la señal de parar. Hans se sentó
    inmediatamente. Colgamos las lámparas de un saliente de lava. Estábamos
    en una especie de caverna donde no faltaba el aire. Al contrario. Hasta
    nosotros llegaba alguna brisa. ¿Qué causa la producía? ¿A qué agitación
    atmosférica atribuir su origen? Pregunta que no traté de resolver en aquel
    momento. El hambre y la fatiga me volvían incapaz de razonar. Un
    descenso de siete horas consecutivas no se realiza sin gran desgaste de
    fuerzas. Estaba agotado. Me causó gran placer oír la palabra «alto». Hans
    puso algunas provisiones sobre un bloque de lava y todos comimos con
    apetito. Sin embargo, había algo que me inquietaba: nuestra reserva de
    agua estaba medio agotada. Mi tío esperaba reponerla en las fuentes
    subterráneas, pero hasta entonces no habían aparecido. No pude dejar de
    llamar su atención sobre el tem



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    Mensaje por Maria Lua Mar 22 Oct 2024, 13:00

    ***

    —¿Te sorprende esta falta de manantiales? —dijo.
    —Desde luego, e incluso me inquieta. Sólo tenemos agua para cinco
    días.
    —Tranquilízate, Axel, te aseguro que encontraremos agua, y más de la
    que queramos.
    —¿Cuándo?
    —Cuando hayamos pasado esta capa de lava. ¿Cómo quieres que
    broten fuentes a través de estas paredes?
    —Pero quizá esta corriente se prolongue a grandes profundidades. Me
    parece que aún no hemos avanzado mucho verticalmente.
    —¿Qué te hace suponer eso?
    —Que si lo hubiéramos hecho, el calor sería mayor.
    —Según tu teoría, sí —respondió mi tío—. ¿Qué indica el
    termómetro?
    —Apenas quince grados, lo que en total sólo supone un aumento de
    nueve grados desde nuestra partida.
    —¿Cuál es tu conclusión?
    —La siguiente: según las observaciones más exactas, el aumento de la
    temperatura en el interior del globo es de un grado cada cien pies. Pero
    ciertas condiciones locales pueden modificar esa cifra. Así en Yakust, en
    Siberia, se ha observado que cada treinta pies se produce el aumento de un
    grado. Esta diferencia depende, evidentemente, de la conductibilidad de
    las rocas. También añadiré que en las cercanías de un volcán apagado, y a
    través de los gneis, se ha observado que la elevación de la temperatura era
    sólo de un grado por cada ciento veinticinco pies. Sigamos, pues, esta
    última hipótesis, que es la más favorable, y calculemos.
    —Calcula, muchacho.
    —Nada más fácil —dije yo, anotando las cifras en mi cuaderno—.
    Nueve por ciento veinticinco pies, total mil ciento veinticinco pies de
    profundidad.
    —Totalmente exacto.
    —¿Entonces?
    —Pues que, según mis observaciones, hemos llegado a diez mil pies
    por debajo del nivel del mar.
    —¿Es posible?
    —Sí, o las cifras mienten.
    Los cálculos del profesor eran exactos. Habíamos sobrepasado en más
    de seis mil pies las grandes profundidades alcanzadas por el hombre, como
    las minas de Kitz-Bahl, en el Tirol, y las de Wuttemberg, en Bohemia.
    La temperatura, que en aquel lugar hubiera debido ser de ochenta y un
    grados, era apenas de quince. Singularidad que daba mucho que pensar.


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    Mensaje por Maria Lua Mar 22 Oct 2024, 13:01

    ***


    19


    A las seis del día siguiente, martes 30 de junio, se reanudó el descenso.
    Continuábamos por la galería de lava, verdadera rampa natural, suave
    como esos planos inclinados que todavía reemplazan a la escalera en las
    casas antiguas. Así seguimos hasta las doce y diecisiete minutos, instante
    preciso en que alcanzamos a Hans, que acababa de detenerse.
    —¡Ah! —exclamó mi tío—. ¡Hemos llegado al final de la chimenea!
    Miré a mi alrededor. Estábamos en el centro de una encrucijada a la
    que iban a parar dos rutas, ambas sombrías y estrechas. ¿Cuál convenía
    tomar? Era un problema.
    Sin embargo, mi tío no quiso dar la impresión de duda delante de mí ni
    ante el guía; señaló el túnel del este, y pronto nos hundimos los tres por él.
    Además, cualquier vacilación ante aquel doble camino se hubiera
    prolongado indefinidamente porque ningún indicio podía determinar la
    elección de uno u otro; había que ponerse por entero en manos del azar.
    La pendiente de esta nueva galería era poco pronunciada, y su sección
    muy desigual. A veces ante nosotros se desarrollaba una sucesión de arcos
    como los arbotantes de una catedral gótica. Los artistas de la Edad Media
    habrían podido estudiar allí todas las formas de esa arquitectura religiosa
    que tiene a la ojiva como base. Una milla más allá, nuestra cabeza se
    inclinaba a causa de las cimbras rebajadas de estilo románico, y grandes
    pilares encajados en el macizo se plegaban bajo el arranque de las
    bóvedas. En ciertos lugares, esta disposición dejaba paso a bajas
    construcciones subterráneas que parecían obras de castores, y nos
    deslizábamos reptando a través de estrechos pasadizos.
    El calor se mantenía en un grado soportable. Yo pensaba
    involuntariamente en su intensidad cuando las lavas vomitadas por el
    Sneffels se habían precipitado por aquella ruta tan tranquila en aquel
    momento. Imaginaba los torrentes de fuego quebrados en los ángulos de la
    galería y la acumulación de vapores recalentados en aquel estrecho
    ambiente.
    «¡Con tal de que al viejo volcán no se le ocurra una fantasía tardía!»,
    pensé.


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    Mensaje por Maria Lua Mar 22 Oct 2024, 13:02

    ***


    No le comunicaba ninguna de estas reflexiones al tío Lidenbrock; no
    las hubiera comprendido. Su único pensamiento era seguir adelante.
    Caminaba, se deslizaba, rodaba incluso, con una convicción que después
    de todo era de admirar.
    A las seis de la tarde, tras un paseo poco fatigoso, habíamos avanzado
    dos leguas en dirección sur, pero apenas un cuarto de milla en
    profundidad.
    Mi tío hizo la señal de descanso. Comimos sin hablar mucho y nos
    dormimos sin reflexionar demasiado.
    Nuestro equipo nocturno era muy sencillo: una manta de viaje, en la
    que nos liábamos, componía toda la ropa de cama. No teníamos que temer
    ni frío ni visita inoportuna. Los viajeros que se adentran en los desiertos
    de África o en el seno de las selvas del Nuevo Mundo se ven obligados a
    relevarse en la vigilancia durante las horas del sueño. Pero aquí había
    soledad absoluta y seguridad completa. Ni salvajes ni animales feroces,
    ninguna de esas especies malhechoras era de temer.
    Nos levantamos al día siguiente frescos y dispuestos. Reanudamos el
    camino. Seguíamos un camino de lava como la víspera. Imposible
    reconocer la naturaleza de los terrenos que atravesaba. En lugar de
    hundirse en las entrañas del globo, el túnel tendía a volverse
    absolutamente horizontal. Creí observar incluso que remontaba hacia la
    superficie de la Tierra. Esta disposición fue tan manifiesta hacia las diez
    de la mañana, y por consiguiente tan fatigosa, que me vi forzado a
    moderar nuestra marcha.
    —¿Qué pasa, Axel? —dijo impaciente el profesor.
    —Que no puedo más —respondí.
    —¡Cómo! ¿Después de tres horas de paseo por un camino tan fácil?
    —Fácil no digo que no, pero cansado, desde luego.
    —¿Cómo? ¡Si no tenemos más que bajar!
    —Que subir, si no le importa.
    —¡Que subir! —dijo mi tío encogiéndose de hombros.
    —Desde luego. Desde hace media hora, las pendientes se han
    modificado, y de seguir así volveremos a buen seguro a la superficie de
    Islandia.




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    Mensaje por Maria Lua Mar 22 Oct 2024, 13:03

    ***

    El profesor sacudió la cabeza como hombre que no quiere convencerse.
    Traté de reanudar la conversación. No me respondió y dio la señal de
    partida. Me di cuenta de que su silencio no era más que malhumor
    concentrado.
    Sin embargo, yo había vuelto a cargar mi fardo con buen ánimo, y
    seguía rápidamente a Hans, a quien precedía mi tío. Tenía cuidado de no
    distanciarme. Mi gran preocupación era no perder de vista a mis
    compañeros. Temblaba ante la idea de perderme en las profundidades de
    aquel laberinto.
    Además, aunque la ruta ascendente se volvía más penosa, me
    consolaba pensando que me acercaba a la superficie de la Tierra. Era una
    esperanza. Cada paso lo confirmaba, y me alegraba ante la idea de volver a
    ver a mi pequeña Graüben.
    A mediodía se produjo un cambio de aspecto en las paredes de la
    galería. Percibí el debilitamiento de la luz eléctrica reflejada por los
    muros. Al revestimiento de lava sucedía la roca viva. El macizo se
    componía de capas inclinadas y a menudo dispuestas verticalmente.
    Estábamos en plena época de transición, en pleno período silúrico
    [14]
    .
    —Es evidente —me decía a mí mismo—; en la segunda época de la
    Tierra los sedimentos de las aguas formaron estos esquistos, estas calizas
    y estas areniscas. Estamos dando vueltas al macizo granítico. Somos como
    gentes de Hamburgo que tomaran el camino de Hannover para ir a Lübeck.
    Hubiera debido guardarme para mí estas observaciones. Pero mi
    temperamento de geólogo prevaleció sobre la prudencia, y el tío
    Lidenbrock oyó mis exclamaciones.
    —¿Qué te pasa? —dijo.
    —Mire —respondí, mostrándole la variada sucesión de areniscas, de
    calizas y los primeros indicios de terrenos pizarrosos.
    —¿Y qué pasa?
    —Que hemos llegado al período en que aparecieron las primeras
    plantas y los primeros animales.
    —¿Eso crees?
    —Pero mire, examine, observe.




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    JULIO VERNE (1828-1905) - Página 24 Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Mar 22 Oct 2024, 13:04

    ***
    Obligaba al profesor a pasear su lámpara por las paredes de la galería.
    Yo esperaba alguna exclamación de su parte. Pero no dijo ni una palabra y
    continuó su camino.
    ¿Me había comprendido o no? ¿No quería aceptar, por amor propio de
    tío y de sabio, que se había equivocado al escoger el túnel del este, o
    trataba de reconocer aquel pasadizo hasta su final? Era evidente que
    habíamos abandonado la ruta de las lavas y que aquel camino no podía
    conducir al centro del Sneffels.
    Sin embargo, yo me preguntaba si no daba excesiva importancia a esta
    modificación de los terrenos. ¿No me equivocaba yo también?
    ¿Atravesábamos realmente esas capas de roca superpuestas al macizo
    granítico?
    «Si tengo razón —pensé— debo encontrar algún resto de planta
    primitiva, y tendrá que rendirse a la evidencia. Busquemos».
    No había dado cien pasos cuando se ofrecieron a mis ojos pruebas
    irrefutables. Tenía que ser así, ya que en la época silúrica los mares
    encerraban más de mil quinientas especies vegetales o animales. Mis pies,
    habituados al suelo duro de las lavas, pisaron de pronto un polvo formado
    por restos de plantas y conchas. En las paredes se veían nítidamente
    huellas de fucos y de licopodios. El profesor Lidenbrock no podía
    engañarse ante aquello, pero cerraba los ojos, según pienso, y proseguía su
    camino con paso invariable.
    Era la obstinación llevada más allá de cualquier límite. No pude
    contenerme. Recogí una concha perfectamente conservada, que había
    pertenecido a un animal más o menos semejante a la actual cochinilla;
    luego se la alcancé a mi tío y le dije:
    —Mire.
    —Bueno —respondió tranquilamente—; es la concha de un crustáceo
    del desaparecido orden de los trilobites. Nada más.
    —Pero ¿no deduce de ello?…
    —¿Lo que tú deduces? Sí. Perfectamente. Hemos abandonado la capa
    de granito y la ruta de lavas. Es posible que me haya equivocado; pero no
    estaré seguro de mi error hasta el momento en que haya alcanzado el
    extremo de esta galería.
    —Hace bien actuando así, tío, y yo lo aprobaría si no tuviéramos que
    temer un peligro cada vez más amenazador.
    —¿Cuál?
    —La falta de agua.
    —Pues la racionaremos, Axel.






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    Mensaje por Maria Lua Miér 23 Oct 2024, 08:26

    ***
    20



    En efecto, tuvimos que racionarla. Nuestra provisión no podía durar
    más de tres días. De eso me di cuenta en el momento de la cena.
    Desagradable perspectiva: había pocas esperanzas de encontrar algún
    manantial en aquellos terrenos de la época de transición.
    Durante toda la jornada del día siguiente, la galería desarrolló ante
    nosotros sus interminables arcos de bóveda. Caminábamos casi sin decir
    palabra. Iba ganándonos el mutismo de Hans.
    La ruta no ascendía, al menos de forma sensible. A veces, incluso,
    parecía inclinarse. Pero esta tendencia, por lo demás poco marcada, no
    debía tranquilizar al profesor, porque la naturaleza de las capas no variaba,
    y el período de transición se afirmaba cada vez más.
    La luz eléctrica hacía centellear espléndidamente los esquistos, las
    calizas y las viejas areniscas rojas de las paredes. Podría pensarse en una
    zanja abierta en medio de Devonshire, la región que dio su nombre a este
    género de terrenos. Especímenes de mármoles magníficos revestían las
    paredes, unos de un gris ágata con vetas blancas caprichosamente
    acusadas, otros de color encarnado o de un amarillo manchado de placas
    rojas; más adelante, muestras de mármoles de manchas carmín y colores
    sombríos, en los que las areniscas destacaban con matices vivos.
    La mayoría de aquellas piedras contenían huellas de animales
    primitivos. Desde la víspera, la creación había hecho un progreso evidente.
    En lugar de los trilobites rudimentarios, percibí restos de un orden más
    perfecto: entre otros, peces ganoides y esos sauropteris en los que la
    mirada de paleontólogos ha sabido descubrir las primeras formas del
    reptil. Los mares devónicos estaban habitados por gran número de
    animales de esta especie, y los depositaron por millares en las rocas de
    nueva formación.
    Estaba claro que remontábamos la escala de la vida animal, cuya cima
    ocupa el hombre. Pero el profesor Lidenbrock no parecía prestarle
    atención.
    Esperaba dos cosas: o que un pozo vertical se abriera ante nuestros
    pies y le permitiera seguir su descenso, o que un obstáculo le impidiese
    continuar por aquella ruta. Pero llegó la noche sin que tales esperanzas se
    vieran realizadas




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    Mensaje por Maria Lua Miér 23 Oct 2024, 08:29

    ***
    El viernes, tras una noche en la que comencé a sentir los tormentos de
    la sed, nuestro pequeño grupo se hundió de nuevo en el laberinto de la
    galería.
    Después de diez horas de marcha, observé que disminuía
    singularmente la reverberación de nuestras lámparas sobre las paredes. El
    mármol, el esquisto, la caliza, la arenisca de las paredes dejaban paso a un
    revestimiento sombrío y sin brillo. En el momento en que el túnel se
    volvía más estrecho, me apoyé sobre su pared de la izquierda.
    Cuando aparté mi mano, estaba completamente negra. Miré más de
    cerca. Estábamos en una hullera.
    —¡Una mina de carbón! —exclamé

    —Una mina sin mineros —respondió mi tío.
    —¡Quién sabe!
    —Yo lo sé —replicó el profesor en tono seco—, y estoy seguro de que
    esta galería horadada a través de las capas de hulla no ha sido hecha por la
    mano del hombre. Pero sea o no obra de la naturaleza, poco me importa.
    Es hora de cenar. Cenemos.
    Hans preparó algunos alimentos. Yo apenas comí, y bebí las pocas
    gotas de agua que constituían mi ración. Todo lo que quedaba para apagar
    la sed de tres hombres era la cantimplora del guía medio llena.
    Después de la cena, mis dos compañeros se tumbaron bajo sus mantas
    y encontraron en el sueño reposo para sus fatigas. En cuanto a mí, no pude
    dormir y conté las horas hasta el alba.
    El sábado, a las seis, iniciamos de nuevo la marcha. Veinte minutos
    más tarde llegábamos a una vasta excavación: reconocí entonces que la
    mano del hombre no podía haber perforado aquella hullera: las bóvedas
    hubieran estado apuntaladas, y realmente sólo se sostenían por un milagro
    de equilibrio.
    Esta especie de caverna tenía cien pies de ancho por ciento cincuenta
    de alto. El terreno había sido separado violentamente por una conmoción
    subterránea. El macizo terrestre, cediendo a algún empuje poderoso, se
    había dislocado, dejando aquel amplio vacío donde por primera vez
    entraban habitantes de la Tierra.
    Toda la historia del período hullero estaba escrita sobre aquellas
    sombrías paredes, y un geólogo podía seguir fácilmente sus diversas fases.
    Las capas de carbón estaban separadas por compactos estratos de arenisca
    o de arcilla, y como aplastadas por las capas superiores.
    En esa edad del mundo que precedió a la época secundaria, la Tierra se
    recubrió de inmensas vegetaciones debidas a la doble acción de un calor
    tropical y de una humedad persistente. Una atmósfera de vapores envolvía
    el globo por todas partes, privándole aún de los rayos del sol.
    De ahí la conclusión de que las altas temperaturas no provenían de ese
    nuevo foco. Quizá el astro del día aún no estaba dispuesto para jugar su
    papel resplandeciente. Los «climas» no existían todavía y un calor tórrido
    se difundía por toda la superficie de la Tierra, igual en el ecuador que en
    los polos. ¿De dónde procedía? Del interior del planeta.

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    Mensaje por Maria Lua Miér 23 Oct 2024, 08:30

    ***

    A pesar de las teorías del profesor Lidenbrock, un fuego violento
    anidaba en las entrañas del esferoide; su acción se dejaba sentir hasta las
    últimas capas de la corteza terrestre; las plantas, privadas de los
    bienhechores efluvios del sol, no daban ni flores ni perfumes, pero sus
    raíces extraían una vida poderosa de los terrenos ardientes de los primeros
    días.
    Había pocos árboles, sólo plantas herbáceas, inmensos céspedes,
    helechos, licopodios, sigilarias, asterofilites, familias raras cuyas especies
    se contaban entonces por millares.
    Y precisamente a esta exuberante vegetación debe su origen la hulla.
    La corteza todavía elástica del globo obedecía a los movimientos de la
    masa líquida que lo recubría. De ahí las numerosas fisuras y hundimientos.
    Las plantas, arrastradas bajo las aguas, formaron poco a poco
    considerables acumulaciones.
    Entonces intervino la química natural; en el fondo de los mares, las
    masas vegetales primero se hicieron turba; luego, gracias a la influencia
    de los gases, y bajo el calor de la fermentación, sufrieron una
    mineralización completa.
    Así se formaron esas inmensas capas de carbón que, sin embargo, un
    consumo excesivo debe agotar en menos de tres siglos, si los pueblos
    industriales no tienen cuidado.
    Estas reflexiones venían a mi espíritu mientras consideraba las
    riquezas hulleras acumuladas en aquella porción del macizo terrestre. Sin
    duda, nunca habrán de salir a la luz. La explotación de estas minas remotas
    exigiría inversiones demasiado considerables. Además, ¿para qué, si la
    hulla todavía está desparramada, por así decir, por la superficie de la
    Tierra en gran número de comarcas? Por eso, cuando llegara la última hora
    del mundo, aquellas capas estarían tal como yo las veía ahora, intactas.
    Mientras tanto, seguíamos caminando, y yo era el único de los tres que
    olvidaba la longitud de la ruta para perderme en consideraciones
    geológicas. La temperatura seguía siendo sensiblemente la misma que
    durante nuestro paso entre las lavas y los esquistos. Sólo mi olfato estaba
    afectado por un olor muy acusado de protocarburo de hidrógeno. Reconocí
    inmediatamente la presencia en aquella galería de una notable cantidad de
    ese fluido peligroso al que los mineros han dado el nombre de grisú, y
    cuya explosión ha causado tan a menudo catástrofes espantosas.
    Por fortuna estábamos iluminados por los ingeniosos aparatos de
    Ruhmkorff. Si por desgracia hubiéramos explorado imprudentemente
    aquella galería antorcha en mano, una terrible explosión habría puesto fin
    al viaje suprimiendo a los viajeros.

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