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5 participantes
Rainer Maria Rilke (1895-1926)
Maria Lua- Administrador-Moderador
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- Mensaje n°1
Rainer Maria Rilke (1895-1926)
Rainer Maria Rilke
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Rainer Maria Rilke
(Praga, 1875 - Valmont, 1926) Escritor checo en lengua alemana. Fue el poeta en lengua alemana más relevante e influyente de la primera mitad del siglo XX; amplió los límites de expresión de la lírica y extendió su influencia a toda la poesía europea.
Después de abandonar la Academia Militar de Mährisch-Weiskirchen, ingresó en la Escuela de Comercio de Linz y posteriormente estudió historia del arte e historia de la literatura en Praga. Residió en Munich, donde en 1897 conoció a [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo], quince años mayor que él, y que tuvo una influencia decisiva en su pasaje a la madurez. Decidido a no ejercer ningún oficio y a dedicarse plenamente a la literatura, emprendió numerosos viajes. Visitó Italia y Rusia (en compañía de Lou Andreas-Salomé), conoció a [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] y entró en contacto con la mística ortodoxa.
En 1900 se instaló en Worpswede, y un año después contrajo matrimonio con la escultora Clara Westhoff, con la que tuvo a su única hija, Ruth, y a cuyo lado escribió las tres partes del Libro de horas. Tras su separación se instaló en París, donde durante ocho meses trabajó como secretario privado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]. Allí compuso Canto de amor y muerte del alférez Cristobal Rilke, y posteriormente Los cuadernos de Malte Laurids Brigge. Aquejado por una crisis interior, empezó de nuevo a viajar mucho: primero a África del Norte (1910-1911) y luego a España (1912-1913). En 1911 y 1912, invitado por la princesa Marie von Thurn und Taxis, residió en el castillo de Duino (Trieste), escenario en el que surgieron las que denominó precisamente Elegías de Duino.
Durante la [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] vivió la mayor parte del tiempo en Munich. En 1916 fue movilizado y tuvo que incorporarse al ejército en Viena, pero pronto fue licenciado por motivos de salud. De esos años es la intensa relación amorosa con la polaca Baladine Klossowska, madre del escritor [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] y del pintor Balthus, presuntos hijos naturales nunca reconocidos por el poeta. Tras la guerra residió en Suiza, y en 1922 vivió en el castillo de Muzot, donde finalizó las Elegías. Tras una larga y dolorosa agonía, Rainer Maria Rilke murió de leucemia en el sanatorio suizo de Valmont.
La obra de Rainer Maria Rilke
Los cuadernos de Malte Laurids Brigge (1910), la única novela de Rilke, fue escrita a modo de diario y describe con la agudeza de un diagnóstico los contrastes sociales en París, la pobreza y la destrucción. La gran urbe provoca a Malte, el último descendiente de una gran familia danesa, el miedo absoluto. Enfermedad y finitud son en esta obra temas recurrentes. A la muerte deshumanizada y masificada, típica de la gran ciudad, Rilke opone la muerte individual y propia, que está representada por el recuerdo de un antepasado de Malte. Las evocaciones de infancia tienen un carácter redentor, igual que el tema del amor que, junto al de la muerte, constituye el otro gran eje del libro. El amor no correspondido, que perdura como deseo, deja abierto el final de la novela, que desemboca en una reelaboración de la parábola del hijo pródigo.
Estas mismas cuestiones reaparecen en su obra lírica Libro de horas (1905), formada por los títulos Libro primero, el libro de la vida monástica; Libro segundo, el libro de la peregrinación; y Libro tercero, el libro de la pobreza y de la muerte, que remite a las antologías medievales de plegarias privadas. La forma artística de la plegaria le sirve para abandonar la lírica de sentimientos propia de Canto de amor y muerte del alférez Cristóbal Rilke y para experimentar con imágenes nuevas que, mediante traslaciones sensuales y visuales, amplían las fronteras del lenguaje.
En el Libro de las imágenes (1902-1906) se aprecia una tendencia hacia la objetualización de las imágenes evocadas y hacia la observación detallada. Sin embargo, esta precisión no va en detrimento de la dimensión universal y parabólica del momento captado. Pero el giro decisivo hacia lo objetual se produce con la colección publicada con el título Nuevos poemas (1907-1908). Domina aquí la perspectiva observadora del "poema-cosa", y Rilke deja de hablar de la obra de arte para hacerlo de la "cosa de arte", que ha de existir por sí misma, distanciada y liberada del "yo" subjetivo del autor. La poesía ya no es una confesión y se convierte en un objeto que remite sólo a sí mismo.
Esta nueva orientación de la poesía rilkeana se debe, en gran parte, al descubrimiento de la obra de Rodin, pues, para el poeta, el escultor francés significaba la alternativa a los excesos intimistas del arte. Siguiendo el modelo de Rodin, proclamará como divisa de su poetizar el "convertir la angustia en cosas" o lo que es lo mismo: el mundo interior se exterioriza a través de los objetos.
Sus dos últimas obras, las Elegías de Duino (1923) y los Sonetos a Orfeo (1923), suponen otro cambio radical en su concepción poética. Se apartan tanto de la inicial lírica de sentimientos como de la objetualidad de los "poemas-cosa" posteriores. Tampoco parece que sea posible transformar la angustia en cosas. Tras una larga etapa de crisis en la que el escritor incluso se plantea la posibilidad de dejar la poesía, publica unos poemas de cariz existencial que son una interpretación de la existencia humana. Las Elegías de Duino buscan la definición del ser humano y su lugar en el universo, así como la misión del poeta, que en esta obra desarrolla un mundo cerrado en sí mismo de imágenes y símbolos, cargados de recuerdos y de referencias autobiográficas. Rilke se sirve del ritmo dactílico de la tradición elegíaca alemana, tal como lo habían empleado [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] y [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo].
El ciclo de las Elegías, una de las obras más herméticas de la literatura alemana del siglo XX, parte de la lamentación para arribar hasta la dicha. Se inicia con la experiencia del ángel terrible separado del hombre por un abismo para llegar a la posibilidad del acercamiento humano a lo angélico. Es el poeta quien lleva al mundo angélico, liberándonos así del mundo interpretado. Pero para ello es preciso recorrer un largo camino en el que son claves los moribundos, los animales, los amantes y los niños. Todos ellos parecen figuras capaces de sustraerse al mundo cerrado del hombre, orientado hacia la muerte.
El júbilo final de las dos últimas elegías muestra una nueva vida que consigue crear un ámbito común con la muerte, una alegría que se funde con el dolor. Los Sonetos a Orfeo, aunque formalmente son más abiertos y variados que las Elegías, están temáticamente ligados a éstas. También aquí la determinación de la existencia humana lleva a los límites de lo que es posible expresar en palabras. En ellos están presentes imágenes, simbolismos, recuerdos y elementos autobiográficos que remiten a las Elegías, y no en vano fueron definidos por el poeta como un "regalo adicional" surgido "simultáneamente con el impulso de los grandes poemas".
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_________________
"Ser como un verso volando
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
(Hánjel)
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
(Hánjel)
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Maria Lua- Administrador-Moderador
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- Mensaje n°2
Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)
Canción de amor
¿Cómo sujetar mi alma para
que no roce la tuya?
¿Cómo debo elevarla
hasta las otras cosas, sobre ti?
Quisiera cobijarla bajo cualquier objeto perdido,
en un rincón extraño y mudo
donde tu estremecimiento no pudiese esparcirse.
Pero todo aquello que tocamos, tú y yo,
nos une, como un golpe de arco,
que una sola voz arranca de dos cuerdas.
¿En qué instrumento nos tensaron?
¿Y qué mano nos pulsa formando ese sonido?
¡Oh, dulce canto!
_________________
"Ser como un verso volando
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
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o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
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Maria Lua- Administrador-Moderador
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- Mensaje n°3
Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)
Canciones de los ángeles
No he soltado a mi ángel mucho tiempo,
y se me ha vuelto pobre entre los brazos,
se hizo pequeño, y yo me hacía grande:
de repente yo fui la compasión;
y él, solamente. un ruego tembloroso.
Le .di su cielo entonces: me dejó
él lo cercano, de que él se marchaba;
a cernerse aprendió. yo aprendí vida,
y nos reconocimos . lentamente...
Aunque mi ángel no tiene ya deber,
por mi día más fuerte desplazado,
baja a veces su rostro con nostalgia,
como si no quisiera ya su cielo.
Querría alzar de nuevo, de mis pobres
días, sobre las cimas de los bosques
rumorosos, mis pálidas plegarias
basta la patria de los querubines.
Allí llevó mi llanto originario
y pensamientos; y mis diminutos
dolores se volvieron allí bosques
que susurran sobre él...
Sí algún día, en las tierras de la vida,
entre el ruido de feria y de mercado,
la palidez olvido de mi infancia
florecida, y olvido el primer ángel,
su bondad, sus ropajes y sus manos
en oración, su mano bendiciendo;
conservaré en mis sueños más secretos
siempre el plegarse de esas alas,
que como un ciprés blanco
quedaban detrás de él...
Sus manos se quedaron como ciegos
pájaros que, engañados por el sol,
cuando, sobre las olas, los demás
se fueron a perennes primaveras,
han de afrontar los vientos invernales
en los tilos vacíos, sin follaje.
Había en sus mejillas la vergüenza
de las novias, que el espanto del alma
tapan con púrpuras oscuras
ante el esposo.
Y en los ojos había
resplandor del primer día:
pero sobre todo
descollaban las alas portadoras...
Había expectación en la llanura
por un huésped que no acudió jamás:
aún pregunta tal vez el jardín trémulo:
su sonrisa después se vuelve inválida.
Y por los barrizales aburridos
se empobrece en la tarde la alameda,
las manzanas se angustian en las ramas
y les hacen sufrir todos los vientos.
Es donde están las últimas cabañas
y casas nuevas que, con pecho angosto,
se asoman estrujadas, entre andamios miedosos,
quieren saber dónde empieza el campo.
Allí la primavera siempre es pálida, a medias,
el verano es febril tras esas tablas:
enferman los ciruelos y los niños,
y tan sólo el otoño allí tiene algo
de remoto y conciliador: a veces
son sus tardes de suave derretirse:
dormitan las ovejas, y el pastor con zamarra
se apoya, oscuro, en la última farola.
Alguna vez ocurre en la honda noche
que se despierta el viento, como un niño,
y pasa la alameda, solitario,
quedo, quedo, llegando hasta la aldea.
Y a tientas va marchando hasta el estanque
y se para después a oír en torno:
y las casas están pálidas todas
y las encinas mudas...
Versión de Adrian Kovacsics
_________________
"Ser como un verso volando
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
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Maria Lua- Administrador-Moderador
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- Mensaje n°4
Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)
Der Panther
Su mirada se ha cansado de tanto observar
esos barrotes ante sí, en desfile incesante,
que nada más podría entrar ya en ella.
Le parece que sólo hay miles de barrotes
y que detrás de ellos ningún mundo existe.
Mientras avanza dibujando una y otra vez
con sus pisadas círculos estrechos,
el movimiento de sus patas hábiles y suaves
va mostrando una rotunda danza,
en torno a un centro en el que sigue alerta
una imponente voluntad.
Sólo a veces, permite en silencio, la apertura
de los cortinajes que ocultaban sus pupilas;
y cruza una imagen hacia adentro,
se desliza a través de los tensos músculos
cae en su corazón, se desvanece y muere.
_________________
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o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
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Maria Lua- Administrador-Moderador
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- Mensaje n°5
Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)
Día de otoño
Señor: es hora. Largo fue el verano.
Pon tu sombra en los relojes solares,
y suelta los vientos por las llanuras.
Haz que sazonen los últimos frutos;
concédeles dos días más del sur,
úrgeles a su madurez y mete
en el vino espeso el postrer dulzor.
No hará casa el que ahora no la tiene,
el que ahora está solo lo estará siempre,
velará, leerá, escribirá largas cartas,
y deambulará por las avenidas,
inquieto como el rodar de las hojas.
Versión de Jaime Ferreiro
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Maria Lua- Administrador-Moderador
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- Mensaje n°6
Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)
Las elegías de Duíno
Primera elegía
¿Quién, si yo gritara, me escucharía entre las órdenes
angélicas? Y aun si de repente algún ángel
me apretara contra su corazón, me suprimiría
su existencia más fuerte. Pues la belleza no es nada
sino el principio de lo terrible, lo que somos apenas capaces
de soportar, lo que sólo admiramos porque serenamente
desdeña destrozarnos. Todo ángel es terrible.
Así que me contengo, y me ahogo el clamor de la garganta
tenebrosa. Ay, ¿quién de veras podría ayudarnos? No
los ángeles, no los hombres, y ya saben los astutos
animales que no nos sentimos muy seguros en casa,
dentro del mundo interpretado. Nos queda quizás
algún árbol en la loma, al cual mirar todos los días;
nos queda la calle de ayer y la demorada lealtad
de una costumbre, a la que le gustamos, y permaneció,
y no se fue. Oh, y la noche, y la noche, cuando el viento
lleno de espacio cósmico nos roe la cara:
¿Para quién no permanecería aquélla, la anhelada,
la tierna desengañadora, ahí, dolorosamente próxima
al corazón solitario? ¿Es más suave con los amantes?
Ay, ellos sólo se ocultan uno a otro su suerte.
¿Todavía no lo sabes? Arroja el espacio que abarquen
tus brazos hacia los espacios que respiramos; quizá
los pájaros sientan el aire ensanchado con un vuelo más íntimo.
Sí, las primaveras de veras te necesitaban. Varias
estrellas te pedían que las rastrearas. Se alzaba
en el pasado una ola hacia ti, o cuando pasabas
por una ventana abierta, se te entregaba un violín.
Todo esto era una misión, ¿pero fuiste capaz de cumplirla?
¿No estabas siempre distraído por la esperanza, como
si todo ello te anunciara a una amada?
¿Dónde intentas alojarla, si en ti los grandes pensamientos extraños
entran y salen, y con frecuencia se quedan durante la noche?.
Pero si sientes anhelos, canta pues a las amantes; no es,
en absoluto, suficientemente inmortal su famoso
sentimiento. Aquéllas que casi envidias, las abandonadas,
las encuentras mucho más amantes que las saciadas.
Empieza siempre de nuevo la alabanza siempre inalcanzable.
Piensa: el héroe sigue en pie, aun el ocaso fue para él
sólo un pretexto para ser: su último nacimiento.
Pero a las amantes la exhausta naturaleza las recoge
en su seno, como si no hubiera fuerzas para lograr esto
dos veces. ¿Has pensado lo suficiente en Gaspara Stampa,
y lo que puede sentir cualquier chica a quien el amado
abandonó, frente a tan elevado ejemplo de mujer amante:
¿Llegaré a ser como ella? ¿Estos, los más antiguos
dolores, no deberán, por fin, darnos fruto? ¿No es
tiempo ya de que, al amar, nos liberemos del amado y,
temblorosos, resistamos, como la flecha resiste al arco,
para ser, unidos en el salto, algo más que la sola
flecha? Porque el permanecer está en ninguna parte.
Voces, voces. Corazón mío, escucha, como sólo los santos
escuchaban; la enorme llamada los alzaba del suelo;
pero ellos seguían de rodillas, de modo imposible,
sin darse cuenta: de tal manera escuchaban. No
que pudieras soportar la voz de Dios, lejos de eso, pero
escucha el soplo, las noticia incesante que se forma
del silencio. Murmura hasta ti desde aquellos que han
muerto jóvenes. ¿Acaso su destino no se dirigió siempre
tranquilamente a ti, en Roma y Nápoles, cuando entrabas
en alguna iglesia? O una inscripción sublime se grababa
para ti, como hace poco la lápida de Santa María Formosa?
¿Qué quieren de mí? Debo apartar en silencio
la apariencia de injusticia que a veces estorba un poco
el puro movimiento de sus espíritus.
Realmente es extraño ya no habitar la tierra,
ya no ejercitar las costumbres apenas aprendidas;
a las rosas, y a otras cosas particularmente promisorias,
ya no darles el significado del futuro humano; ya no ser
aquél que uno fue en interminables manos angustiadas
y hasta hacer a un lado el propio nombre, como un juguete
roto. Extraño, ya no seguir deseando los deseos. Extraño,
ver todo lo que tenía sus propias relaciones, aletear
tan suelto en el espacio. Y estar muerto es doloroso,
y lleno de recuperación, de modo que uno rastree
lentamente un poco de eternidad. Pero todos los vivos
cometen el mismo error de diferenciar demasiado
tajantemente. Los ángeles (se dice) con frecuencia no
sabrían si andan entre los vivos o entre los muertos.
La corriente eterna arrastra siempre consigo todas
las edades a través de las dos zonas y atruena sobre ambas.
Finalmente ya no nos necesitan, los que partieron
temprano, uno se desteta dulcemente de lo terrestre, como
uno se emancipa con ternura de los senos de la madre.
Pero nosotros, que necesitamos tan grandes secretos,
nosotros que tan frecuentemente obtenemos del duelo
progresos dichosos, ¿podríamos existir sin ellos?
¿Es inútil el mito de que, en la antigüedad, durante
las lamentaciones fúnebres por Linos,
una atrevida música primitiva se abrió paso en la árida materia
inerte; y entonces, por primera vez, en el espacio
sobresaltado, en el que un muchacho casi divino de pronto
se perdió para siempre, el vacío produjo esa vibración
que ahora nos entusiasma y nos consuela y ayuda?
* * *
Primera elegía
¿Quién, si yo gritara, me escucharía entre las órdenes
angélicas? Y aun si de repente algún ángel
me apretara contra su corazón, me suprimiría
su existencia más fuerte. Pues la belleza no es nada
sino el principio de lo terrible, lo que somos apenas capaces
de soportar, lo que sólo admiramos porque serenamente
desdeña destrozarnos. Todo ángel es terrible.
Así que me contengo, y me ahogo el clamor de la garganta
tenebrosa. Ay, ¿quién de veras podría ayudarnos? No
los ángeles, no los hombres, y ya saben los astutos
animales que no nos sentimos muy seguros en casa,
dentro del mundo interpretado. Nos queda quizás
algún árbol en la loma, al cual mirar todos los días;
nos queda la calle de ayer y la demorada lealtad
de una costumbre, a la que le gustamos, y permaneció,
y no se fue. Oh, y la noche, y la noche, cuando el viento
lleno de espacio cósmico nos roe la cara:
¿Para quién no permanecería aquélla, la anhelada,
la tierna desengañadora, ahí, dolorosamente próxima
al corazón solitario? ¿Es más suave con los amantes?
Ay, ellos sólo se ocultan uno a otro su suerte.
¿Todavía no lo sabes? Arroja el espacio que abarquen
tus brazos hacia los espacios que respiramos; quizá
los pájaros sientan el aire ensanchado con un vuelo más íntimo.
Sí, las primaveras de veras te necesitaban. Varias
estrellas te pedían que las rastrearas. Se alzaba
en el pasado una ola hacia ti, o cuando pasabas
por una ventana abierta, se te entregaba un violín.
Todo esto era una misión, ¿pero fuiste capaz de cumplirla?
¿No estabas siempre distraído por la esperanza, como
si todo ello te anunciara a una amada?
¿Dónde intentas alojarla, si en ti los grandes pensamientos extraños
entran y salen, y con frecuencia se quedan durante la noche?.
Pero si sientes anhelos, canta pues a las amantes; no es,
en absoluto, suficientemente inmortal su famoso
sentimiento. Aquéllas que casi envidias, las abandonadas,
las encuentras mucho más amantes que las saciadas.
Empieza siempre de nuevo la alabanza siempre inalcanzable.
Piensa: el héroe sigue en pie, aun el ocaso fue para él
sólo un pretexto para ser: su último nacimiento.
Pero a las amantes la exhausta naturaleza las recoge
en su seno, como si no hubiera fuerzas para lograr esto
dos veces. ¿Has pensado lo suficiente en Gaspara Stampa,
y lo que puede sentir cualquier chica a quien el amado
abandonó, frente a tan elevado ejemplo de mujer amante:
¿Llegaré a ser como ella? ¿Estos, los más antiguos
dolores, no deberán, por fin, darnos fruto? ¿No es
tiempo ya de que, al amar, nos liberemos del amado y,
temblorosos, resistamos, como la flecha resiste al arco,
para ser, unidos en el salto, algo más que la sola
flecha? Porque el permanecer está en ninguna parte.
Voces, voces. Corazón mío, escucha, como sólo los santos
escuchaban; la enorme llamada los alzaba del suelo;
pero ellos seguían de rodillas, de modo imposible,
sin darse cuenta: de tal manera escuchaban. No
que pudieras soportar la voz de Dios, lejos de eso, pero
escucha el soplo, las noticia incesante que se forma
del silencio. Murmura hasta ti desde aquellos que han
muerto jóvenes. ¿Acaso su destino no se dirigió siempre
tranquilamente a ti, en Roma y Nápoles, cuando entrabas
en alguna iglesia? O una inscripción sublime se grababa
para ti, como hace poco la lápida de Santa María Formosa?
¿Qué quieren de mí? Debo apartar en silencio
la apariencia de injusticia que a veces estorba un poco
el puro movimiento de sus espíritus.
Realmente es extraño ya no habitar la tierra,
ya no ejercitar las costumbres apenas aprendidas;
a las rosas, y a otras cosas particularmente promisorias,
ya no darles el significado del futuro humano; ya no ser
aquél que uno fue en interminables manos angustiadas
y hasta hacer a un lado el propio nombre, como un juguete
roto. Extraño, ya no seguir deseando los deseos. Extraño,
ver todo lo que tenía sus propias relaciones, aletear
tan suelto en el espacio. Y estar muerto es doloroso,
y lleno de recuperación, de modo que uno rastree
lentamente un poco de eternidad. Pero todos los vivos
cometen el mismo error de diferenciar demasiado
tajantemente. Los ángeles (se dice) con frecuencia no
sabrían si andan entre los vivos o entre los muertos.
La corriente eterna arrastra siempre consigo todas
las edades a través de las dos zonas y atruena sobre ambas.
Finalmente ya no nos necesitan, los que partieron
temprano, uno se desteta dulcemente de lo terrestre, como
uno se emancipa con ternura de los senos de la madre.
Pero nosotros, que necesitamos tan grandes secretos,
nosotros que tan frecuentemente obtenemos del duelo
progresos dichosos, ¿podríamos existir sin ellos?
¿Es inútil el mito de que, en la antigüedad, durante
las lamentaciones fúnebres por Linos,
una atrevida música primitiva se abrió paso en la árida materia
inerte; y entonces, por primera vez, en el espacio
sobresaltado, en el que un muchacho casi divino de pronto
se perdió para siempre, el vacío produjo esa vibración
que ahora nos entusiasma y nos consuela y ayuda?
* * *
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"Ser como un verso volando
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
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- Mensaje n°7
Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)
Segunda elegía
Todo ángel es terrible. Y sin embargo, ay, los invoco
a ustedes, casi mortíferos pájaros del alma, sé quiénes
son ustedes. Los días de Tobías, ¿dónde quedaron?,
cuando uno de los más radiantes apareció en el umbral
sencillo de la casa un poco disfrazado para el viaje,
ya no tremendo (muchacho para el muchacho,
que se asomó, curioso). Si ahora avanzara el arcángel,
el peligroso, desde atrás de las estrellas, un solo paso,
que bajara y se acercara: el propio corazón, batiendo
alto, nos mataría. ¿Quién es usted?
Tempranos afortunados, ustedes, los mimados
de la creación, cadena de cumbres, cordillera roja
del amanecer de todo lo creado -polen de la divinidad
floreciente, coyunturas de la luz, corredores,
escalones, tronos, espacios del ser, escudos
deliciosos, tumultos del sentimiento tormentosamente
arrebatado, y de pronto, individualizados, espejos,
ustedes, los que recogen nuevamente en sus propios
rostros, la propia belleza que han irradiado.
Porque nosotros, siempre que sentimos, nos evaporamos;
ay, nosotros nos exhalamos a nosotros mismos,
nos disipamos; de ascua en ascua soltamos un olor cada
vez más débil. Probablemente alguien nos diga: Sí,
entras en mi sangre; este cuarto, la primavera se llena
de ti..., ¿de qué sirve? Él no puede retenernos,
nos desvanecemos en él y en torno suyo.
Y aquellos que son hermosos, oh, ¿quién los retiene?
Incesantemente la apariencia llega y se va de sus
rostros. Como rocío de la hierba matinal se esfuma
de nosotros lo que es nuestro, como el calor
de un plato caliente. Oh, sonrisa ¿a dónde? Oh,
mirada a lo alto: nueva, cálida, fugitiva
ola del corazón; sin embargo, ay, somos eso. ¿Entonces
el firmamento, en el que nos disolvemos, sabe
a nosotros? ¿De veras los ángeles recapturan solamente
lo suyo, lo que han irradiado, o a veces, como
por descuido, hay algo nuestro en todo ello? ¿Estamos
tan entremezclados en sus facciones, como la vaga
expresión en los rostros de las mujeres preñadas?
Ellos no lo advierten en el torbellino de su regreso
a sí mismos. (¿Cómo habrían de advertirlo?).
Los amantes podrían, si lo comprendieran,
hablar extrañamente en el aire nocturno. Pues parece
que todo nos oculta. Mira, los árboles son; las casas
que habitamos permanecen todavía. Sólo nosotros pasamos
de largo sobre todas las cosas como un cambio
de vientos. Y todo se une para acallarnos, mitad
por vergüenza quizás, y mitad por esperanza indecible.
Amantes, a ustedes, satisfechos el uno en el otro,
les pregunto por nosotros. Ustedes, los que se aferran
a sí mismos. ¿Tienen pruebas? Miren, me ha ocurrido que
mis manos se reconozcan entre sí, o que mi rostro ajado
se refugie en ellas. Eso me da cierta sensación. ¿Pero
quién, sólo por eso, se atrevió a creer que de veras
es? Sin embargo ustedes, los que crecen el uno
en el arrobo del otro, hasta que él suplica, abrumado:
“Basta”; ustedes, los que crecen, bajo sus recíprocas
manos, más exuberantes, como años de grandes uvas;
los que mueren a veces, sólo porque el otro se ha
expandido demasiado; a ustedes les pregunto por nosotros.
Sé que se tocan tan dichosamente porque la caricia
retiene, porque no desaparece el sitio que ustedes,
los tiernos, ocupan; porque, debajo de todo ello, ustedes
sienten la duración pura. Ustedes, de sus abrazos,
por ello, casi se prometen eternidad. Sin embargo, cuando
ya se han sostenido el sobresalto de la primera mirada,
y ya ocurrieron las ansias junto a la ventana
y del primer paseo juntos, una vez, por el jardín:
Ustedes, amantes, ¿siguen todavía entonces siendo
los mismos? Cuando el uno alza al otro hasta su boca
y se unen -bebida con bebida-: ¡oh, de qué manera
tan extraña el bebedor entonces se escapa de su función!
¿No se asombraron ustedes, en las estelas áticas,
de la prudencia de los gestos humanos? El amor
y la despedida, ¿no fueron puestos demasiado
ligeramente sobre los hombros, como si se tratara
de seres hechos de otra materia que nosotros?
Recuerden las manos, cómo se posan sin presión, aunque
hay vigor en los torsos. Estos dueños de sí mismos
lo sabían: Hasta aquí, nosotros; esto es lo nuestro,
tocarnos así; que los dioses nos aprieten
con mayor fuerza. Pero eso es cosa de los dioses.
Si nosotros encontráramos también una pura, contenida,
estrecha, humana franja de huerto, nuestra, entre
río y roca. Pues nuestro propio corazón nos excede
tanto como a aquéllos. Y ya no podemos mirarlo
a través de imágenes que lo sosieguen, ni a través
de cuerpos divinos, en los que se contenga más.
De "Las Elegías de Duíno" 1922
Versión de Jaime Ferrero Alemparte
Todo ángel es terrible. Y sin embargo, ay, los invoco
a ustedes, casi mortíferos pájaros del alma, sé quiénes
son ustedes. Los días de Tobías, ¿dónde quedaron?,
cuando uno de los más radiantes apareció en el umbral
sencillo de la casa un poco disfrazado para el viaje,
ya no tremendo (muchacho para el muchacho,
que se asomó, curioso). Si ahora avanzara el arcángel,
el peligroso, desde atrás de las estrellas, un solo paso,
que bajara y se acercara: el propio corazón, batiendo
alto, nos mataría. ¿Quién es usted?
Tempranos afortunados, ustedes, los mimados
de la creación, cadena de cumbres, cordillera roja
del amanecer de todo lo creado -polen de la divinidad
floreciente, coyunturas de la luz, corredores,
escalones, tronos, espacios del ser, escudos
deliciosos, tumultos del sentimiento tormentosamente
arrebatado, y de pronto, individualizados, espejos,
ustedes, los que recogen nuevamente en sus propios
rostros, la propia belleza que han irradiado.
Porque nosotros, siempre que sentimos, nos evaporamos;
ay, nosotros nos exhalamos a nosotros mismos,
nos disipamos; de ascua en ascua soltamos un olor cada
vez más débil. Probablemente alguien nos diga: Sí,
entras en mi sangre; este cuarto, la primavera se llena
de ti..., ¿de qué sirve? Él no puede retenernos,
nos desvanecemos en él y en torno suyo.
Y aquellos que son hermosos, oh, ¿quién los retiene?
Incesantemente la apariencia llega y se va de sus
rostros. Como rocío de la hierba matinal se esfuma
de nosotros lo que es nuestro, como el calor
de un plato caliente. Oh, sonrisa ¿a dónde? Oh,
mirada a lo alto: nueva, cálida, fugitiva
ola del corazón; sin embargo, ay, somos eso. ¿Entonces
el firmamento, en el que nos disolvemos, sabe
a nosotros? ¿De veras los ángeles recapturan solamente
lo suyo, lo que han irradiado, o a veces, como
por descuido, hay algo nuestro en todo ello? ¿Estamos
tan entremezclados en sus facciones, como la vaga
expresión en los rostros de las mujeres preñadas?
Ellos no lo advierten en el torbellino de su regreso
a sí mismos. (¿Cómo habrían de advertirlo?).
Los amantes podrían, si lo comprendieran,
hablar extrañamente en el aire nocturno. Pues parece
que todo nos oculta. Mira, los árboles son; las casas
que habitamos permanecen todavía. Sólo nosotros pasamos
de largo sobre todas las cosas como un cambio
de vientos. Y todo se une para acallarnos, mitad
por vergüenza quizás, y mitad por esperanza indecible.
Amantes, a ustedes, satisfechos el uno en el otro,
les pregunto por nosotros. Ustedes, los que se aferran
a sí mismos. ¿Tienen pruebas? Miren, me ha ocurrido que
mis manos se reconozcan entre sí, o que mi rostro ajado
se refugie en ellas. Eso me da cierta sensación. ¿Pero
quién, sólo por eso, se atrevió a creer que de veras
es? Sin embargo ustedes, los que crecen el uno
en el arrobo del otro, hasta que él suplica, abrumado:
“Basta”; ustedes, los que crecen, bajo sus recíprocas
manos, más exuberantes, como años de grandes uvas;
los que mueren a veces, sólo porque el otro se ha
expandido demasiado; a ustedes les pregunto por nosotros.
Sé que se tocan tan dichosamente porque la caricia
retiene, porque no desaparece el sitio que ustedes,
los tiernos, ocupan; porque, debajo de todo ello, ustedes
sienten la duración pura. Ustedes, de sus abrazos,
por ello, casi se prometen eternidad. Sin embargo, cuando
ya se han sostenido el sobresalto de la primera mirada,
y ya ocurrieron las ansias junto a la ventana
y del primer paseo juntos, una vez, por el jardín:
Ustedes, amantes, ¿siguen todavía entonces siendo
los mismos? Cuando el uno alza al otro hasta su boca
y se unen -bebida con bebida-: ¡oh, de qué manera
tan extraña el bebedor entonces se escapa de su función!
¿No se asombraron ustedes, en las estelas áticas,
de la prudencia de los gestos humanos? El amor
y la despedida, ¿no fueron puestos demasiado
ligeramente sobre los hombros, como si se tratara
de seres hechos de otra materia que nosotros?
Recuerden las manos, cómo se posan sin presión, aunque
hay vigor en los torsos. Estos dueños de sí mismos
lo sabían: Hasta aquí, nosotros; esto es lo nuestro,
tocarnos así; que los dioses nos aprieten
con mayor fuerza. Pero eso es cosa de los dioses.
Si nosotros encontráramos también una pura, contenida,
estrecha, humana franja de huerto, nuestra, entre
río y roca. Pues nuestro propio corazón nos excede
tanto como a aquéllos. Y ya no podemos mirarlo
a través de imágenes que lo sosieguen, ni a través
de cuerpos divinos, en los que se contenga más.
De "Las Elegías de Duíno" 1922
Versión de Jaime Ferrero Alemparte
_________________
"Ser como un verso volando
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
(Hánjel)
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
(Hánjel)
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- Mensaje n°8
Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)
Cartas a un joven poeta
Rainer Maria Rilke
Introducción
Era en 1902, a fines de otoño. Estaba yo sentado en el parque de la Academia Militar de
Wiener Neustadt, bajo unos viejísimos castaños, y leía en un libro. Profundamente
sumido en la lectura, noté apenas cómo se llegó junto a mí Horacek, el sabio y
bondadoso capellán de la Academia, el único entre nuestros profesores que no fuera
militar. Me tomó el libro de las manos, contempló la cubierta y movió la cabeza.
"¿Poemas de Rainer María Rilke?", preguntó pensativo. Y, hojeando luego al azar,
recorrió algunos versos con la vista, miró meditabundo a lo lejos, e inclinó por fin la
frente, musitando: "Así, pues, el cadete Renato Rilke nos ha salido poeta..."
De este modo supe yo algo del niño delgado y pulido, entregado por sus padres más de
quince años atrás a la Escuela Militar Elemental de Sankt Poelten, para que algún día
llegase a oficial. Horacek había estado de capellán en aquel establecimiento y aun
recordaba muy bien al antiguo alumno. El retrato que de él me hizo fue el de un joven
callado, serio y dotado de altas cualidades, que gustoso manteníase retraído y soportaba
con paciencia la disciplina del internado. Al terminar el cuarto curso, pasó junto con los
demás alumnos a la Escuela Militar Superior de Weisskirchen, en Moravia. Allí, por
cierto, echose de ver que su constitución no era bastante recia, y así sus padres tuvieron
que retirarlo del establecimiento, haciéndole proseguir estudios en Praga, cerca del
hogar. De cómo siguió desarrollándose luego el camino externo de su vida, ya nada
supo referirme Horacek.
Por todo ello, será fácil comprender que yo, en aquel mismo instante, decidiera enviar
mis ensayos poéticos a Rainer Maria Rilke y solicitar su dictamen. No cumplidos aún
los veinte años, y hallándome apenas en el umbral de una carrera, que en mi íntimo
sentir era del todo contraria a mis inclinaciones, creía que si acaso podía esperar
comprensión de alguien, había de encontrarla en el autor de "Para mi propio festejo". Y
sin que lo hubiese premeditado, tomó cuerpo y juntose a mis versos una carta, en la cual
me confiaba tan francamente al poeta como jamás me confié, ni antes ni después, a
ningún otro ser.
Muchas semanas pasaron hasta que llegó la respuesta. La carta, sellada con lacre azul,
pesaba mucho en la mano, y, en el sobre, que llevaba la estampilla de París, veíanse los
mismos trazos claros, bellos y seguros, con que iba escrito el texto, desde la primera
línea hasta la última. Iniciada de esta manera mi asidua correspondencia con Rilke,
prosiguió hasta el año 1908, y fue luego enriqueciéndose poco a poco, porque la vida
me desvió hacia unos derroteros de los que precisamente había querido preservarme el
cálido, delicado y conmovedor desvelo del poeta.
Pero esto no tiene importancia. Lo único importante son las diez cartas que siguen.
Importante para saber del mundo en que vivió y creó Rainer Maria Rilke. Importante
también para muchos que se desenvuelvan y se formen hoy y mañana. Y ahí donde
habla uno que es grande y único, deben callarse los pequeños. 1
Franz Xaver Kappus
Berlín, junio de 1929
_________________
"Ser como un verso volando
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
(Hánjel)
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
(Hánjel)
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- Mensaje n°9
Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)
Paris, a 17 de febrero de 1903.
Muy distinguido señor:
Hace sólo pocos días que me alcanzó su carta, por cuya grande y afectuosa confianza
quiero darle las gracias. Sabré apenas hacer algo más. No puedo entrar en minuciosas
consideraciones sobre la índole de sus versos, porque me es del todo ajena cualquier
intención de crítica. Y es que, para tomar contacto con una obra de arte, nada, en efecto,
resulta menos acertado que el lenguaje crítico, en el cual todo se reduce siempre a unos
equívocos más o menos felices.
Las cosas no son todas tan comprensibles ni tan fáciles de expresar como generalmente
se nos quisiera hacer creer. La mayor parte de los acontecimientos son inexpresables;
suceden dentro de un recinto que nunca holló palabra alguna. Y más inexpresables que
cualquier otra cosa son las obras de arte: seres llenos de misterio, cuya vida, junto a la
nuestra que pasa y muere, perdura.
Dicho esto, sólo queda por añadir que sus versos no tienen aún carácter propio, pero sí
unos brotes quedos y recatados que despuntan ya, iniciando algo personal. Donde más
claramente lo percibo es en el último poema: "Mi alma". Ahí hay algo propio que ansía
manifestarse; anhelando cobrar voz y forma y melodía. Y en los bellos versos "A
Leopardi" parece brotar cierta afinidad con ese hombre tan grande, tan solitario. Aun
así, sus poemas no son todavía nada original, nada independiente. No lo es tampoco el
último, ni el que dedica a Leopardi. La bondadosa carta que los acompaña no deja de
explicarme algunas deficiencias que percibí al leer sus versos, sin que, con todo, pudiera
señalarlas, dando a cada una el nombre que le corresponda.
Usted pregunta si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí, como antes lo preguntó a
otras personas. Envía sus versos a las revistas literarias, los compara con otros versos, y
siente inquietud cuando ciertas redacciones rechazan sus ensayos poéticos. Pues bien -
ya que me permite darle consejo- he de rogarle que renuncie a todo eso. Está usted
mirando hacia fuera, y precisamente esto es lo que ahora no debería hacer. Nadie le
puede aconsejar ni ayudar. Nadie... No hay más que un solo remedio: adéntrese en sí
mismo. Escudriñe hasta descubrir el móvil que le impele a escribir. Averigüe si ese
móvil extiende sus raíces en lo más hondo de su alma. Y, procediendo a su propia
confesión, inquiera y reconozca si tendría que morirse en cuanto ya no le fuere
permitido escribir. Ante todo, esto: pregúntese en la hora más callada de su noche:
"¿Debo yo escribir?" Vaya cavando y ahondando, en busca de una respuesta profunda.
Y si es afirmativa, si usted puede ir al encuentro de tan seria pregunta con un "Si debo"
firme y sencillo, entonces, conforme a esta necesidad, erija el edificio de su vida. Que
hasta en su hora de menor interés y de menor importancia, debe llegar a ser signo y
testimonio de ese apremiante impulso. Acérquese a la naturaleza e intente decir, cual si
fuese el primer hombre, lo que ve y siente y ama y pierde. No escriba versos de amor.
Rehuya, al principio, formas y temas demasiado corrientes: son los más difíciles. Pues
se necesita una fuerza muy grande y muy madura para poder dar de sí algo propio ahí
donde existe ya multitud de buenos y, en parte, brillantes legados. Por esto, líbrese de
los motivos de índole general. Recurra a los que cada día le ofrece su propia vida.
Describa sus tristezas y sus anhelos, sus pensamientos fugaces y su fe en algo bello; y
dígalo todo con íntima, callada y humilde sinceridad. Valiéndose, para expresarse, de
las cosas que lo rodean. De las imágenes que pueblan sus sueños. Y de todo cuanto vive
en el recuerdo.
Si su diario vivir le parece pobre, no lo culpe a él. Acúsese a sí mismo de no ser
bastante poeta para lograr descubrir y atraerse sus riquezas. Pues, para un espíritu
creador, no hay pobreza. Ni hay tampoco lugar alguno que le parezca pobre o le sea
indiferente. Y aun cuando usted se hallara en una cárcel, cuyas paredes no dejasen
trascender hasta sus sentidos ninguno de los ruidos del mundo, ¿no le quedaría todavía
su infancia, esa riqueza preciosa y regia, ese camarín que guarda los tesoros del
recuerdo? Vuelva su atención hacia ella. Intente hacer resurgir las inmersas sensaciones
de ese vasto pasado. Así verá cómo su personalidad se afirma, cómo se ensancha su
soledad convirtiéndose en penumbrosa morada, mientras discurre muy lejos el estrépito
de los demás. Y si de este volverse hacia dentro, si de este sumergirse en su propio
mundo, brotan luego unos versos, entonces ya no se le ocurrirá preguntar a nadie si son
buenos. Tampoco procurará que las revistas se interesen por sus trabajos. Pues verá en
ellos su más preciada y natural riqueza: trozo y voz de su propia vida.
Una obra de arte es buena si ha nacido al impulso de una íntima necesidad.
Precisamente en este su modo de engendrarse radica y estriba el único criterio válido
para su enjuiciamiento: no hay ningún otro. Por eso, muy estimado señor, no he sabido
darle otro consejo que éste: adentrarse en sí mismo y explorar las profundidades de
donde mana su vida. En su venero hallará la respuesta cuando se pregunte si debe crear.
Acéptela tal como suene. Sin tratar de buscarle varias y sutiles interpretaciones. Acaso
resulte cierto que está llamado a ser poeta. Entonces cargue con este su destino; llévelo
con su peso y su grandeza, sin preguntar nunca por el premio que pueda venir de fuera.
Pues el hombre creador debe ser un mundo aparte, independiente, y hallarlo todo dentro
de sí y en la naturaleza, a la que va unido.
Pero tal vez, aun después de haberse sumergido en sí mismo y en su soledad, tenga
usted que renunciar a ser poeta. (Basta, como ya queda dicho, sentir que se podría seguir
viviendo sin escribir, para no permitirse el intentarlo siquiera.) Mas, aun así, este
recogimiento que yo le pido no habrá sido inútil : en todo caso, su vida encontrará de
ahí en adelante caminos propios. Que éstos sean buenos, ricos, amplios, es lo que yo le
deseo más de cuanto puedan expresar mis palabras.
¿Qué más he de decirle? Me parece que ya todo queda debidamente recalcado. Al fin y
al cabo, yo sólo he querido aconsejarle que se desenvuelva y se forme al impulso de su
propio desarrollo. Al cual, por cierto, no podría causarle perturbación más violenta que
la que sufriría si usted se empeñase en mirar hacia fuera, esperando que del exterior
llegue la respuesta a unas preguntas que sólo su más íntimo sentir, en la más callada de
sus horas, acierte quizás a contestar.
Fue para mí una gran alegría el hallar en su carta el nombre del profesor Horacek. Sigo
guardando a este amable sabio una profunda veneración y una gratitud que perdurará
por muchos años. Hágame el favor de expresarle estos sentimientos míos. Es prueba de
gran bondad el que aun se acuerde de mí, y yo lo sé apreciar.
Le devuelvo los adjuntos versos, que usted me confió tan amablemente. Una vez más le
doy las gracias por la magnitud y la cordialidad de su confianza. Mediante esta
respuesta sincera y concienzuda, he intentado hacerme digno de ella: al menos un poco
más digno de cuanto, como extraño, lo soy en realidad.
Con todo afecto y simpatía,
Rainer Maria Rilke
Muy distinguido señor:
Hace sólo pocos días que me alcanzó su carta, por cuya grande y afectuosa confianza
quiero darle las gracias. Sabré apenas hacer algo más. No puedo entrar en minuciosas
consideraciones sobre la índole de sus versos, porque me es del todo ajena cualquier
intención de crítica. Y es que, para tomar contacto con una obra de arte, nada, en efecto,
resulta menos acertado que el lenguaje crítico, en el cual todo se reduce siempre a unos
equívocos más o menos felices.
Las cosas no son todas tan comprensibles ni tan fáciles de expresar como generalmente
se nos quisiera hacer creer. La mayor parte de los acontecimientos son inexpresables;
suceden dentro de un recinto que nunca holló palabra alguna. Y más inexpresables que
cualquier otra cosa son las obras de arte: seres llenos de misterio, cuya vida, junto a la
nuestra que pasa y muere, perdura.
Dicho esto, sólo queda por añadir que sus versos no tienen aún carácter propio, pero sí
unos brotes quedos y recatados que despuntan ya, iniciando algo personal. Donde más
claramente lo percibo es en el último poema: "Mi alma". Ahí hay algo propio que ansía
manifestarse; anhelando cobrar voz y forma y melodía. Y en los bellos versos "A
Leopardi" parece brotar cierta afinidad con ese hombre tan grande, tan solitario. Aun
así, sus poemas no son todavía nada original, nada independiente. No lo es tampoco el
último, ni el que dedica a Leopardi. La bondadosa carta que los acompaña no deja de
explicarme algunas deficiencias que percibí al leer sus versos, sin que, con todo, pudiera
señalarlas, dando a cada una el nombre que le corresponda.
Usted pregunta si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí, como antes lo preguntó a
otras personas. Envía sus versos a las revistas literarias, los compara con otros versos, y
siente inquietud cuando ciertas redacciones rechazan sus ensayos poéticos. Pues bien -
ya que me permite darle consejo- he de rogarle que renuncie a todo eso. Está usted
mirando hacia fuera, y precisamente esto es lo que ahora no debería hacer. Nadie le
puede aconsejar ni ayudar. Nadie... No hay más que un solo remedio: adéntrese en sí
mismo. Escudriñe hasta descubrir el móvil que le impele a escribir. Averigüe si ese
móvil extiende sus raíces en lo más hondo de su alma. Y, procediendo a su propia
confesión, inquiera y reconozca si tendría que morirse en cuanto ya no le fuere
permitido escribir. Ante todo, esto: pregúntese en la hora más callada de su noche:
"¿Debo yo escribir?" Vaya cavando y ahondando, en busca de una respuesta profunda.
Y si es afirmativa, si usted puede ir al encuentro de tan seria pregunta con un "Si debo"
firme y sencillo, entonces, conforme a esta necesidad, erija el edificio de su vida. Que
hasta en su hora de menor interés y de menor importancia, debe llegar a ser signo y
testimonio de ese apremiante impulso. Acérquese a la naturaleza e intente decir, cual si
fuese el primer hombre, lo que ve y siente y ama y pierde. No escriba versos de amor.
Rehuya, al principio, formas y temas demasiado corrientes: son los más difíciles. Pues
se necesita una fuerza muy grande y muy madura para poder dar de sí algo propio ahí
donde existe ya multitud de buenos y, en parte, brillantes legados. Por esto, líbrese de
los motivos de índole general. Recurra a los que cada día le ofrece su propia vida.
Describa sus tristezas y sus anhelos, sus pensamientos fugaces y su fe en algo bello; y
dígalo todo con íntima, callada y humilde sinceridad. Valiéndose, para expresarse, de
las cosas que lo rodean. De las imágenes que pueblan sus sueños. Y de todo cuanto vive
en el recuerdo.
Si su diario vivir le parece pobre, no lo culpe a él. Acúsese a sí mismo de no ser
bastante poeta para lograr descubrir y atraerse sus riquezas. Pues, para un espíritu
creador, no hay pobreza. Ni hay tampoco lugar alguno que le parezca pobre o le sea
indiferente. Y aun cuando usted se hallara en una cárcel, cuyas paredes no dejasen
trascender hasta sus sentidos ninguno de los ruidos del mundo, ¿no le quedaría todavía
su infancia, esa riqueza preciosa y regia, ese camarín que guarda los tesoros del
recuerdo? Vuelva su atención hacia ella. Intente hacer resurgir las inmersas sensaciones
de ese vasto pasado. Así verá cómo su personalidad se afirma, cómo se ensancha su
soledad convirtiéndose en penumbrosa morada, mientras discurre muy lejos el estrépito
de los demás. Y si de este volverse hacia dentro, si de este sumergirse en su propio
mundo, brotan luego unos versos, entonces ya no se le ocurrirá preguntar a nadie si son
buenos. Tampoco procurará que las revistas se interesen por sus trabajos. Pues verá en
ellos su más preciada y natural riqueza: trozo y voz de su propia vida.
Una obra de arte es buena si ha nacido al impulso de una íntima necesidad.
Precisamente en este su modo de engendrarse radica y estriba el único criterio válido
para su enjuiciamiento: no hay ningún otro. Por eso, muy estimado señor, no he sabido
darle otro consejo que éste: adentrarse en sí mismo y explorar las profundidades de
donde mana su vida. En su venero hallará la respuesta cuando se pregunte si debe crear.
Acéptela tal como suene. Sin tratar de buscarle varias y sutiles interpretaciones. Acaso
resulte cierto que está llamado a ser poeta. Entonces cargue con este su destino; llévelo
con su peso y su grandeza, sin preguntar nunca por el premio que pueda venir de fuera.
Pues el hombre creador debe ser un mundo aparte, independiente, y hallarlo todo dentro
de sí y en la naturaleza, a la que va unido.
Pero tal vez, aun después de haberse sumergido en sí mismo y en su soledad, tenga
usted que renunciar a ser poeta. (Basta, como ya queda dicho, sentir que se podría seguir
viviendo sin escribir, para no permitirse el intentarlo siquiera.) Mas, aun así, este
recogimiento que yo le pido no habrá sido inútil : en todo caso, su vida encontrará de
ahí en adelante caminos propios. Que éstos sean buenos, ricos, amplios, es lo que yo le
deseo más de cuanto puedan expresar mis palabras.
¿Qué más he de decirle? Me parece que ya todo queda debidamente recalcado. Al fin y
al cabo, yo sólo he querido aconsejarle que se desenvuelva y se forme al impulso de su
propio desarrollo. Al cual, por cierto, no podría causarle perturbación más violenta que
la que sufriría si usted se empeñase en mirar hacia fuera, esperando que del exterior
llegue la respuesta a unas preguntas que sólo su más íntimo sentir, en la más callada de
sus horas, acierte quizás a contestar.
Fue para mí una gran alegría el hallar en su carta el nombre del profesor Horacek. Sigo
guardando a este amable sabio una profunda veneración y una gratitud que perdurará
por muchos años. Hágame el favor de expresarle estos sentimientos míos. Es prueba de
gran bondad el que aun se acuerde de mí, y yo lo sé apreciar.
Le devuelvo los adjuntos versos, que usted me confió tan amablemente. Una vez más le
doy las gracias por la magnitud y la cordialidad de su confianza. Mediante esta
respuesta sincera y concienzuda, he intentado hacerme digno de ella: al menos un poco
más digno de cuanto, como extraño, lo soy en realidad.
Con todo afecto y simpatía,
Rainer Maria Rilke
_________________
"Ser como un verso volando
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
(Hánjel)
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
(Hánjel)
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- Mensaje n°10
Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)
II
Viareggio, cerca de Pisa (Italia), a 5 de abril de 1903
Ha de perdonarme, distinguido y estimado señor, que haya tardado hasta hoy para
recordar con gratitud su carta del 24 de febrero. Durante todo este tiempo me encontré
bastante mal. No precisamente enfermo, pero sí abatido y presa de una postración de
carácter gripal, que me inhabilitaba para todo. Finalmente, al ver que ni por asomo
llegaba a operarse ningún cambio en mi estado, acabé por acudir a orillas de este mar
meridional, cuya acción bienhechora ya me fue de algún alivio en otra ocasión. Pero aun
no estoy restablecido. Todavía me cuesta escribir. Así, pues, tendrá usted que acoger
estas pocas líneas en lugar de muchas más.
Sepa, desde luego, que me causará siempre alegría con cada una de sus cartas. Sólo
habrá de ser indulgente con mis respuestas, que quizás lo dejen a menudo sin nada entre
las manos. Y es que en realidad, sobre todo ante las cosas más hondas y más
importantes, nos hallamos en medio de una soledad sin nombre. Para poder aconsejar y,
más aun, para poder ayudar a otro ser, deben ocurrir y lograrse muchas cosas. Y para
que se llegue a acertar una sola vez, debe darse toda una constelación de circunstancias
propicias.
Sólo dos cosas más querría decirle hoy:
En primer lugar, algo acerca de la ironía. No se deje dominar por ella, y menos que en
cualquier otra ocasión, en los momentos de esterilidad. En los que sean fecundos,
procure aprovecharla como un medio más para comprender la vida. Empleada con
pureza, también la ironía es pura, y no hay por qué avergonzarse de ella. Pero si usted
siente que le es ya demasiado familiar y teme su creciente intimidad, vuélvase entonces
hacia grandes y serios asuntos, ante los cuales ella quedará siempre pequeña y
desamparada. Busque la profundidad de las cosas: hasta allí nunca logra descender la
ironía... Y cuando la haya llevado así al borde de lo sublime, averigüe al mismo tiempo
si ese modo de entender la vida brota de una necesidad propia y esencial. Pues entonces,
bajo el influjo de las cosas serias, acabará por desprenderse de usted -si es algo
meramente accidental-; o bien -si es que realmente le pertenece como algo innato-
cobrará fuerza, y se convertirá en un instrumento serio para incluirse entre los medios
con que usted habrá de plasmar su arte.
Lo otro que yo quería decirle es esto: De todos mis libros, muy pocos me son
imprescindibles. En rigor, sólo dos están siempre entre mis cosas, dondequiera que yo
me halle. También aquí los tengo conmigo: la Biblia y las obras del poeta danés Jens
Peter Jacobsen. Se me ocurre pensar si usted las conoce. Puede adquirirlas fácilmente,
ya que algunas de ellas han sido publicadas -muy bien traducidas por cierto- en la
"Biblioteca Universal" de las "Ediciones Reclam". Procúrese los Seis cuentos de J. P.
Jacobsen así como su novela Niels Lyhne, y empiece por leer, en el primer librito, el
primer cuento, que lleva por título "Mogens": Le sobrecogerá un mundo; la dicha, la
riqueza, la inconcebible grandiosidad de todo un mundo. Permanezca y viva por algún
tiempo en estos libros, y aprenda de ellos cuanto le parezca digno de ser aprendido.
Ante todo, ámelos: su cariño le será pagado miles y miles de veces. Y, cualquiera que
pueda llegar a ser más adelante el rumbo de su vida, estoy seguro de que ese amor
cruzará siempre la urdimbre de su existencia, como uno de los hilos más importantes en
la trama de sus experiencias, de sus desengaños y de sus alegrías.
Si yo he de decirle quien me enseñó algo acerca del crear, de su esencia, de su
profundidad y de cuanto en él hay de eterno, sólo puedo citar dos nombres: el del
grande, muy grande Jacobsen 2 y el de Auguste Rodin 3, el escultor sin par entre todos
los artistas que viven en la actualidad.
¡Que siempre le salga todo bien en sus caminos!
Su
Rainer Maria Rilke
Viareggio, cerca de Pisa (Italia), a 5 de abril de 1903
Ha de perdonarme, distinguido y estimado señor, que haya tardado hasta hoy para
recordar con gratitud su carta del 24 de febrero. Durante todo este tiempo me encontré
bastante mal. No precisamente enfermo, pero sí abatido y presa de una postración de
carácter gripal, que me inhabilitaba para todo. Finalmente, al ver que ni por asomo
llegaba a operarse ningún cambio en mi estado, acabé por acudir a orillas de este mar
meridional, cuya acción bienhechora ya me fue de algún alivio en otra ocasión. Pero aun
no estoy restablecido. Todavía me cuesta escribir. Así, pues, tendrá usted que acoger
estas pocas líneas en lugar de muchas más.
Sepa, desde luego, que me causará siempre alegría con cada una de sus cartas. Sólo
habrá de ser indulgente con mis respuestas, que quizás lo dejen a menudo sin nada entre
las manos. Y es que en realidad, sobre todo ante las cosas más hondas y más
importantes, nos hallamos en medio de una soledad sin nombre. Para poder aconsejar y,
más aun, para poder ayudar a otro ser, deben ocurrir y lograrse muchas cosas. Y para
que se llegue a acertar una sola vez, debe darse toda una constelación de circunstancias
propicias.
Sólo dos cosas más querría decirle hoy:
En primer lugar, algo acerca de la ironía. No se deje dominar por ella, y menos que en
cualquier otra ocasión, en los momentos de esterilidad. En los que sean fecundos,
procure aprovecharla como un medio más para comprender la vida. Empleada con
pureza, también la ironía es pura, y no hay por qué avergonzarse de ella. Pero si usted
siente que le es ya demasiado familiar y teme su creciente intimidad, vuélvase entonces
hacia grandes y serios asuntos, ante los cuales ella quedará siempre pequeña y
desamparada. Busque la profundidad de las cosas: hasta allí nunca logra descender la
ironía... Y cuando la haya llevado así al borde de lo sublime, averigüe al mismo tiempo
si ese modo de entender la vida brota de una necesidad propia y esencial. Pues entonces,
bajo el influjo de las cosas serias, acabará por desprenderse de usted -si es algo
meramente accidental-; o bien -si es que realmente le pertenece como algo innato-
cobrará fuerza, y se convertirá en un instrumento serio para incluirse entre los medios
con que usted habrá de plasmar su arte.
Lo otro que yo quería decirle es esto: De todos mis libros, muy pocos me son
imprescindibles. En rigor, sólo dos están siempre entre mis cosas, dondequiera que yo
me halle. También aquí los tengo conmigo: la Biblia y las obras del poeta danés Jens
Peter Jacobsen. Se me ocurre pensar si usted las conoce. Puede adquirirlas fácilmente,
ya que algunas de ellas han sido publicadas -muy bien traducidas por cierto- en la
"Biblioteca Universal" de las "Ediciones Reclam". Procúrese los Seis cuentos de J. P.
Jacobsen así como su novela Niels Lyhne, y empiece por leer, en el primer librito, el
primer cuento, que lleva por título "Mogens": Le sobrecogerá un mundo; la dicha, la
riqueza, la inconcebible grandiosidad de todo un mundo. Permanezca y viva por algún
tiempo en estos libros, y aprenda de ellos cuanto le parezca digno de ser aprendido.
Ante todo, ámelos: su cariño le será pagado miles y miles de veces. Y, cualquiera que
pueda llegar a ser más adelante el rumbo de su vida, estoy seguro de que ese amor
cruzará siempre la urdimbre de su existencia, como uno de los hilos más importantes en
la trama de sus experiencias, de sus desengaños y de sus alegrías.
Si yo he de decirle quien me enseñó algo acerca del crear, de su esencia, de su
profundidad y de cuanto en él hay de eterno, sólo puedo citar dos nombres: el del
grande, muy grande Jacobsen 2 y el de Auguste Rodin 3, el escultor sin par entre todos
los artistas que viven en la actualidad.
¡Que siempre le salga todo bien en sus caminos!
Su
Rainer Maria Rilke
_________________
"Ser como un verso volando
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
(Hánjel)
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
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Maria Lua- Administrador-Moderador
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- Mensaje n°11
Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)
III
Viareggio, cerca de Pisa (Italia), a 23 de abril de 1903
Me ha causado gran alegría, estimado y distinguido señor, con su carta de Pascua, que
me revela lo mucho de bueno que tiene usted. La forma en que me habla del grande y
dilecto arte de Jacobsen me demuestra que no estuve desacertado al querer encaminar su
vida, con sus múltiples problemas, hacia esa fuente de riqueza y plenitud.
Ante usted abrirase ahora Niels Lyhne, libro lleno de maravillas y de honduras. Cuanto
más se lee, más parece que todo está contenido en él: desde el perfume más sutil de la
vida, hasta el rico e intenso sabor de sus frutos más grávidos. Ahí no hay nada que no
haya sido captado, comprendido, sentido. Nada que no haya sido descubierto y
reconocido entre las trémulas resonancias del recuerdo. Ningún suceso vivido, por
insignificante que parezca, es tenido en poco. El más pequeño lance, el episodio más
nimio, se desarrolla cual si fuese todo un destino. Y hasta el destino mismo es como un
tejido amplio y maravilloso, en cuya trama cada hilo es guiado con infinita ternura por
una mano cariñosa, y colocado a la vera de otro hilo, para ser sostenido y conllevado
por otros mil.
Usted sentirá la dicha de leer este libro por primera vez, e irá adelantándose por entre
sus innumerables sorpresas como en un sueño jamás soñado antes. Mas yo puedo
asegurarle que siempre se vuelve a pasar con igual asombro a través de tales libros, sin
que nunca lleguen a desprenderse de su poder prodigioso, ni pierdan nada del mágico
encanto en que por primera vez envolvieron al lector. Es cada vez más intenso el deleite
que nos brindan y más honda nuestra gratitud hacia ellos. De algún modo nos volvemos
mejores y más sencillos en el mirar; se hace también más profunda nuestra fe en la vida,
y en la vida misma llegamos a ser más venturosos, más nobles.
Luego debe leer usted el admirable libro que nos cuenta el destino y los anhelos de
María Grubbe, así como las cartas de Jacobsen, las hojas de su diario, los fragmentos.
Y, por último, sus versos, que aunque no muy bien traducidos, viven y vibran con
resonancias infinitas. Le aconsejaría que cuando usted tuviera alguna oportunidad para
ello, comprara la bella edición de las obras completas de Jacobsen, que contiene todo
eso. Ha sido publicada una buena traducción en tres tomos por el editor Eugen
Diederichs de Leipzig; creo que su precio es de cinco o seis marcos por cada tomo.
Desde luego, con su parecer acerca de Aquí deben florecer rosas, esa obra de
incomparable finura y forma, tiene usted sin duda toda la razón contra quien escribió el
prólogo. Deseo que desde ahora y aquí mismo quede formulado este ruego: lea lo
menos posible trabajos de carácter estético-crítico: o son dictámenes de bandería, que
por su rigidez y su falta de vida han llegado a petrificarse y a perder todo sentido, o bien
tan sólo hábiles juegos de palabras, en que prevalece hoy una opinión y mañana la
contraria. Las obras de arte viven en medio de una soledad infinita, y a nada son menos
accesibles como a la crítica. Sólo el amor alcanza a comprenderlas y hacerlas suyas:
sólo él puede ser justo para con ellas. Dese siempre la razón a sí mismo y a su propio
sentir, frente a todas esas discusiones, glosas o introducciones. Si luego resulta que no
está en lo cierto, ya se encargará el natural desarrollo de su vida interna de llevarle
paulatinamente y con el tiempo hacia otros criterios. Deje que sus juicios tengan
quedamente y sin estorbo alguno su propio desenvolvimiento. Como todo progreso, éste
ha de surgir desde dentro, desde lo más profundo, sin ser apremiado ni acelerado por
nada. Todo está en llevar algo dentro hasta su conclusión, y luego darlo a luz; dejar que
cualquier impresión, cualquier sentimiento en germen, madure por entero en sí mismo,
en la oscuridad, en lo indecible, inconsciente e inaccesible al propio entendimiento:
hasta quedar perfectamente acabado, esperando con paciencia y profunda humildad la
hora del alumbramiento, en que nazca una nueva claridad. Este y no otro es el vivir del
artista: lo mismo en el entender que en el crear.
Ahí no cabe medir por el tiempo. Un año no tiene valor y diez años nada son. Ser artista
es: no calcular, no contar, sino madurar como el árbol que no apremia su savia, mas
permanece tranquilo y confiado bajo las tormentas de la primavera, sin temor a que tras
ella tal vez nunca pueda llegar otro verano. A pesar de todo, el verano llega. Pero sólo
para quienes sepan tener paciencia, y vivir con ánimo tan tranquilo, sereno, anchuroso,
como si ante ellos se extendiera la eternidad. Esto lo aprendo yo cada día. Lo aprendo
entre sufrimientos, a los que, por ello, quedo agradecido. ¡La paciencia lo es todo!
Richard Dehmel 4: Con sus libros -dicho sea de paso, también con el hombre- me
ocurre esto: En cuanto doy con una de sus bellas páginas, siento siempre temor ante la
próxima, que tal vez pueda destruirlo todo y trastrocar lo que es digno de aprecio en
algo indigno. Lo ha caracterizado usted muy bien con las palabras "vivir y crear como
en celo". Así es: el vivir las cosas como las vive el artista se halla tan increíblemente
cerca del mundo sexual, del sufrimiento y del goce que éste entraña, que ambos
fenómenos no son, bien mirados, sino distintas formas de un mismo anhelo, de una
misma bienandanza. Y si en lugar de celo se pudiera decir "sexo", en el sentido elevado,
amplio y puro de este concepto, libre y por encima de todas las sospechas con que haya
podido enturbiarlo algún error o prejuicio dogmático, entonces el arte de Dehmel sería
grandioso y de infinito valor. Grande es su fuerza poética y tan impetuosa como un
impulso instintivo. Lleva en sí ritmos propios, libres de prejuicios y miramientos, y sale
brotando de él cual de montañas en erupción.
Sin embargo, no parece que esta fuerza sea siempre del todo sincera, ni esté desprendida
de toda afectación. (Pero en ello, por cierto, está una de las pruebas más duras,
impuestas al genio creador, que debe permanecer siempre inconsciente de su propia
valía, sin sospechar siquiera sus mejores virtudes, so pena de hacerles perder su candor
y su pureza). Además, cuando esa fuerza del poeta, atravesando tumultuosamente todo
su ser, alcanza los dominios del sexo, ya no encuentra al hombre tan puro como ella lo
necesitaría. Pues ahí no hay un mundo sexual del todo maduro, puro, sino un mundo
que no es bastante humano, que solo es masculino; que es celo, ebriedad, juicios y
orgullos, con que el hombre ha desfigurado y gravado el amor. Por amar meramente
como hombre y no como humano, hay en su modo de sentir el sexo algo estrecho,
salvaje en apariencia, lleno de rencor y malquerer; algo meramente transitorio y falto de
contenido eterno, que rebaja su arte, volviéndolo ambiguo y dudoso. De este arte, que
no está sin mácula y lleva marcado el estigma del tiempo y de la pasión, poca cosa
podrá subsistir y perdurar. (Esto mismo ocurre con casi todo arte). No obstante,
podemos complacernos hondamente en cuanto ahí hay de grande. Sólo hay que procurar
no perderse ni volverse partidario de ese mundo dehmeliano, tan lleno de angustias
infinitas, confusión y desorden, que dista mucho de los destinos verdaderos. Estos hacen
sufrir más que esas tribulaciones pasajeras; en cambio, dan mayor oportunidad para
llegar a lo sublime y más valor para alcanzar lo eterno.
En cuanto a mis propios libros, mi mayor gusto sería enviarle todos los que pudieran
causarle alguna alegría. Pero soy muy pobre, y mis libros, una vez publicados, ya no me
pertenecen. Ni siquiera los puedo comprar para darlos, como a menudo sería mi deseo, a
quienes sabrían acogerlos con amor. Por esto le indico en una cuartilla los títulos y los
editores de mis libros últimamente publicados -de los más recientes, se entiende, pues
entre todos son ya unos doce o trece los que he dado a la imprenta-, y debo, estimado
señor, dejar a su voluntad el encargar alguno de ellos, cuando se le presente la ocasión.
Me es grato saber que mis libros están con usted. Adiós.
Su
Rainer Maria Rilke
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Viareggio, cerca de Pisa (Italia), a 23 de abril de 1903
Me ha causado gran alegría, estimado y distinguido señor, con su carta de Pascua, que
me revela lo mucho de bueno que tiene usted. La forma en que me habla del grande y
dilecto arte de Jacobsen me demuestra que no estuve desacertado al querer encaminar su
vida, con sus múltiples problemas, hacia esa fuente de riqueza y plenitud.
Ante usted abrirase ahora Niels Lyhne, libro lleno de maravillas y de honduras. Cuanto
más se lee, más parece que todo está contenido en él: desde el perfume más sutil de la
vida, hasta el rico e intenso sabor de sus frutos más grávidos. Ahí no hay nada que no
haya sido captado, comprendido, sentido. Nada que no haya sido descubierto y
reconocido entre las trémulas resonancias del recuerdo. Ningún suceso vivido, por
insignificante que parezca, es tenido en poco. El más pequeño lance, el episodio más
nimio, se desarrolla cual si fuese todo un destino. Y hasta el destino mismo es como un
tejido amplio y maravilloso, en cuya trama cada hilo es guiado con infinita ternura por
una mano cariñosa, y colocado a la vera de otro hilo, para ser sostenido y conllevado
por otros mil.
Usted sentirá la dicha de leer este libro por primera vez, e irá adelantándose por entre
sus innumerables sorpresas como en un sueño jamás soñado antes. Mas yo puedo
asegurarle que siempre se vuelve a pasar con igual asombro a través de tales libros, sin
que nunca lleguen a desprenderse de su poder prodigioso, ni pierdan nada del mágico
encanto en que por primera vez envolvieron al lector. Es cada vez más intenso el deleite
que nos brindan y más honda nuestra gratitud hacia ellos. De algún modo nos volvemos
mejores y más sencillos en el mirar; se hace también más profunda nuestra fe en la vida,
y en la vida misma llegamos a ser más venturosos, más nobles.
Luego debe leer usted el admirable libro que nos cuenta el destino y los anhelos de
María Grubbe, así como las cartas de Jacobsen, las hojas de su diario, los fragmentos.
Y, por último, sus versos, que aunque no muy bien traducidos, viven y vibran con
resonancias infinitas. Le aconsejaría que cuando usted tuviera alguna oportunidad para
ello, comprara la bella edición de las obras completas de Jacobsen, que contiene todo
eso. Ha sido publicada una buena traducción en tres tomos por el editor Eugen
Diederichs de Leipzig; creo que su precio es de cinco o seis marcos por cada tomo.
Desde luego, con su parecer acerca de Aquí deben florecer rosas, esa obra de
incomparable finura y forma, tiene usted sin duda toda la razón contra quien escribió el
prólogo. Deseo que desde ahora y aquí mismo quede formulado este ruego: lea lo
menos posible trabajos de carácter estético-crítico: o son dictámenes de bandería, que
por su rigidez y su falta de vida han llegado a petrificarse y a perder todo sentido, o bien
tan sólo hábiles juegos de palabras, en que prevalece hoy una opinión y mañana la
contraria. Las obras de arte viven en medio de una soledad infinita, y a nada son menos
accesibles como a la crítica. Sólo el amor alcanza a comprenderlas y hacerlas suyas:
sólo él puede ser justo para con ellas. Dese siempre la razón a sí mismo y a su propio
sentir, frente a todas esas discusiones, glosas o introducciones. Si luego resulta que no
está en lo cierto, ya se encargará el natural desarrollo de su vida interna de llevarle
paulatinamente y con el tiempo hacia otros criterios. Deje que sus juicios tengan
quedamente y sin estorbo alguno su propio desenvolvimiento. Como todo progreso, éste
ha de surgir desde dentro, desde lo más profundo, sin ser apremiado ni acelerado por
nada. Todo está en llevar algo dentro hasta su conclusión, y luego darlo a luz; dejar que
cualquier impresión, cualquier sentimiento en germen, madure por entero en sí mismo,
en la oscuridad, en lo indecible, inconsciente e inaccesible al propio entendimiento:
hasta quedar perfectamente acabado, esperando con paciencia y profunda humildad la
hora del alumbramiento, en que nazca una nueva claridad. Este y no otro es el vivir del
artista: lo mismo en el entender que en el crear.
Ahí no cabe medir por el tiempo. Un año no tiene valor y diez años nada son. Ser artista
es: no calcular, no contar, sino madurar como el árbol que no apremia su savia, mas
permanece tranquilo y confiado bajo las tormentas de la primavera, sin temor a que tras
ella tal vez nunca pueda llegar otro verano. A pesar de todo, el verano llega. Pero sólo
para quienes sepan tener paciencia, y vivir con ánimo tan tranquilo, sereno, anchuroso,
como si ante ellos se extendiera la eternidad. Esto lo aprendo yo cada día. Lo aprendo
entre sufrimientos, a los que, por ello, quedo agradecido. ¡La paciencia lo es todo!
Richard Dehmel 4: Con sus libros -dicho sea de paso, también con el hombre- me
ocurre esto: En cuanto doy con una de sus bellas páginas, siento siempre temor ante la
próxima, que tal vez pueda destruirlo todo y trastrocar lo que es digno de aprecio en
algo indigno. Lo ha caracterizado usted muy bien con las palabras "vivir y crear como
en celo". Así es: el vivir las cosas como las vive el artista se halla tan increíblemente
cerca del mundo sexual, del sufrimiento y del goce que éste entraña, que ambos
fenómenos no son, bien mirados, sino distintas formas de un mismo anhelo, de una
misma bienandanza. Y si en lugar de celo se pudiera decir "sexo", en el sentido elevado,
amplio y puro de este concepto, libre y por encima de todas las sospechas con que haya
podido enturbiarlo algún error o prejuicio dogmático, entonces el arte de Dehmel sería
grandioso y de infinito valor. Grande es su fuerza poética y tan impetuosa como un
impulso instintivo. Lleva en sí ritmos propios, libres de prejuicios y miramientos, y sale
brotando de él cual de montañas en erupción.
Sin embargo, no parece que esta fuerza sea siempre del todo sincera, ni esté desprendida
de toda afectación. (Pero en ello, por cierto, está una de las pruebas más duras,
impuestas al genio creador, que debe permanecer siempre inconsciente de su propia
valía, sin sospechar siquiera sus mejores virtudes, so pena de hacerles perder su candor
y su pureza). Además, cuando esa fuerza del poeta, atravesando tumultuosamente todo
su ser, alcanza los dominios del sexo, ya no encuentra al hombre tan puro como ella lo
necesitaría. Pues ahí no hay un mundo sexual del todo maduro, puro, sino un mundo
que no es bastante humano, que solo es masculino; que es celo, ebriedad, juicios y
orgullos, con que el hombre ha desfigurado y gravado el amor. Por amar meramente
como hombre y no como humano, hay en su modo de sentir el sexo algo estrecho,
salvaje en apariencia, lleno de rencor y malquerer; algo meramente transitorio y falto de
contenido eterno, que rebaja su arte, volviéndolo ambiguo y dudoso. De este arte, que
no está sin mácula y lleva marcado el estigma del tiempo y de la pasión, poca cosa
podrá subsistir y perdurar. (Esto mismo ocurre con casi todo arte). No obstante,
podemos complacernos hondamente en cuanto ahí hay de grande. Sólo hay que procurar
no perderse ni volverse partidario de ese mundo dehmeliano, tan lleno de angustias
infinitas, confusión y desorden, que dista mucho de los destinos verdaderos. Estos hacen
sufrir más que esas tribulaciones pasajeras; en cambio, dan mayor oportunidad para
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En cuanto a mis propios libros, mi mayor gusto sería enviarle todos los que pudieran
causarle alguna alegría. Pero soy muy pobre, y mis libros, una vez publicados, ya no me
pertenecen. Ni siquiera los puedo comprar para darlos, como a menudo sería mi deseo, a
quienes sabrían acogerlos con amor. Por esto le indico en una cuartilla los títulos y los
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entre todos son ya unos doce o trece los que he dado a la imprenta-, y debo, estimado
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Rainer Maria Rilke
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o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
(Hánjel)
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Pascual Lopez Sanchez- Administrador-Moderador
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Edad : 72
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- Mensaje n°12
Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)
TENGO UN PAR DE LIBROS DE RILKE. CALIDAD FUERA DE LO COMÚN.
_________________
"LOS DEMÁS TAMBIÉN EXISTIMOS"
NETANYAHU ASESINO
ISRAEL: ¡GENOCIDA! LA HISTORIA HABRÁ DE LLEVARLOS ANTE LA CORTE PENAL INTERNACIONAL POR CONTINUADOS CRÍMMENES DE GUERRA
Maria Lua- Administrador-Moderador
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Fecha de inscripción : 12/04/2009
Localización : Nova Friburgo / RJ / Brasil
- Mensaje n°13
Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)
IV
Worpswede5
, cerca de Bremen, a 16 de julio de 1903
He abandonado París hace unos días, por cierto bastante enfermo y cansado, para
acogerme a esta gran llanura norteña, que con su amplitud, su calma y su cielo, ha de
devolverme la salud. Pero aquí he venido a caer bajo una lluvia persistente hasta hoy,
que es cuando empieza a escampar un poco sobre esta comarca, sin sosiego azotada por
los vientos. Aprovecho, estimado señor, este primer momento de claridad, para
saludarle.
Mi querido señor Kappus: he dejado mucho tiempo sin respuesta una carta suya. No
porque la hubiese olvidado. Al contrario: es una de esas cartas que nos agrada releer
cuando volvemos a encontrarlas entre otras, y en ella le reconocí a usted como desde
muy cerca. Me refiero a su carta del 2 de mayo, que seguramente recordará. Cuando la
leo, como ahora, en medio del gran silencio de estas lejanías, su bella inquietud por la
vida me causa una emoción aun más intensa que la que sentí ya en París, donde todo
suena de otro modo y acaba por perderse, desvaneciéndose entre el enorme estruendo
que allí hace retemblar todas las cosas. Aquí, rodeado de un imponente paisaje batido
por los vientos que los mares le envían, siento que a esas preguntas e inquietudes, que
por sí mismas y allá en sus profundidades tienen vida propia, nadie puede contestarle.
Pues aún los mejores yerran con sus palabras, cuando éstas han de expresar algo en
extremo sutil y casi inefable.
Creo, sin embargo, que usted no ha de quedar sin solución si sabe atenerse a unas cosas
que se parezcan a éstas en que ahora se recrean mis ojos. Si se atiene a la naturaleza, a
lo que hay de sencillo en ella; a lo pequeño que apenas se ve y que tan
improvisadamente puede llegar a ser grande, inmenso; si siente este cariño hacia las
cosas ínfimas y, con toda sencillez, como quien presta un servicio, trata de ganar la
confianza de lo que parece pobre, entonces todo se tornará más fácil, más armonioso, de
algún modo más avenible. Tal vez no en el ámbito de la razón, que, asombrada, se
queda atrás, pero sí en lo más hondo de su conocimiento, en el constante velar de su
alma, en su más íntimo saber.
Por ser usted tan joven, estimado señor, y por hallarse tan lejos aún de todo comienzo,
yo querría rogarle, como mejor sepa hacerlo, que tenga paciencia frente a todo cuanto
en su corazón no esté todavía resuelto. Y procure encariñarse con las preguntas mismas,
como si fuesen habitaciones cerradas o libros escritos en un idioma muy extraño. No
busque de momento las respuestas que necesita. No le pueden ser dadas, porque usted
no sabría vivirlas aún -y se trata precisamente de vivirlo todo. Viva usted ahora sus
preguntas.
Tal vez, sin advertirlo siquiera, llegue así a internarse poco a poco en la
respuesta anhelada y, en algún día lejano, se encuentre con que ya la está viviendo
también. Quizás lleve usted en sí la facultad de crear y de plasmar, que es un modo de
vivir privilegiadamente feliz y puro. Edúquese a sí mismo para esto, pero acoja cuanto
venga luego, con suma confianza. Y siempre que ello proceda de su propia voluntad o
de algún hondo menester, écheselo a cuestas sin renegar de nada.
El sexo es una dura y difícil carga, sí, pero es precisamente duro y difícil 7
cuanto nos ha
sido encomendado. Casi todo lo que es serio es también arduo, y todo es serio... Con tal
que usted reconozca esto y, por sí mismo, conforme a su peculiar modo de ser y a sus
aptitudes, merced a su infancia, a su experiencia y a sus propias fuerzas, llegue a
conseguir y a mantener con el sexo una relación del todo propia y personal, libre de la
influencia que por lo común ejercen convencionalismos y costumbres, ya no debe temer
entonces ni el perderse a sí mismo, ni el hacerse indigno de su más preciado bien.
El goce propio del sexo es una emoción sensual como el simple mirar. O como la mera
sensación que colma la lengua mientras saborea una hermosa fruta. Es una experiencia
grande, infinita, que nos es regalada. Un conocer del mundo, la plenitud y el esplendor
de todo saber... Y lo malo no está en vivir esta experiencia, sino en que casi todos
abusen de ella y la malgasten. Empleándola como incentivo y esparcimiento en los
momentos de mayor lasitud, en vez de vivirla con recogimiento para alcanzar sublimes
culminaciones. También del comer, por cierto, han hecho los hombres otra cosa. Por un
lado la miseria, por otro la opulencia excesiva, han empañado la nitidez de este
menester. De modo parecido se enturbiaron también los profundos y sencillos
menesteres. en virtud de los cuales la vida se renueva. Pero cada individuo, para sí
mismo, puede tratar de devolverles su pureza, viviéndolos con límpida sencillez. Si esto
no está al alcance de cualquier individuo -porque cada cual depende demasiado de
otros-, sí está al alcance del hombre solitario. Puede éste recordar que tanto en las
plantas como en los animales, toda belleza es una callada y persistente forma de amor y
anhelo. Puede también ver a los animales como ve a las plantas: uniéndose,
multiplicándose y creciendo, no por ningún placer ni por ningún sufrimiento físico, sino
doblegándose ante necesidades más grandes que el goce y el dolor, más poderosas que
toda voluntad y que toda resistencia. ¡Oh, si el hombre pudiese acoger con ánimo más
humilde y llevar con mayor seriedad este misterio, del que está llena la tierra hasta en
sus cosas más pequeñas! ¡Y lo soportara, sintiendo cuán terrible y agobiante es su peso,
en vez de tomarlo a la ligera! ¡Y se inclinara con profunda veneración ante su propia
fecundidad, que es una sola! ¡Tanto si parece espiritual como si parece material! Pues
también el crear del espíritu arranca del mundo físico. Es de su misma esencia y como
una reproducción más sutil, más arrobadora y más perenne del goce carnal.
"La idea de ser creador, de engendrar, de dar forma y vida" nada es sin su amplia,
perpetua confirmación y realización en el universo. Nada sin el ascenso que, de mil
modos repetido, emana de los animales y de las cosas. Y si su disfrute resulta
indeciblemente bello y rico, es sólo porque está pleno de recuerdos heredados de los
engendramientos y partos de millones de seres que nos precedieron... En un
pensamiento creador reviven miles y miles de noches de amor olvidadas, que lo llenan
de nobleza y celsitud. Y los que en las noches se juntan, entrelazados y
voluptuosamente mecidos en su amor, llevan a cabo una empresa muy seria, y atesoran
dulzuras, hondura y fuerza para el himno de algún poeta venidero, que un día se alzará
para cantar inefables delicias. Así llaman al porvenir. Y aun cuando yerren, aun cuando
sean ciegos sus abrazos, el porvenir llega. Surge un nuevo ser, y en el ámbito del acaso
que ahí parece haberse consumado, despierta la ley en virtud de la cual un germen de
vida vigoroso y resistente irrumpe con ímpetu, haciéndose paso hacia el óvulo que,
abierto, sale a su encuentro. No se deje engañar por lo que aparezca en la superficie. En
las profundidades es donde todo se vuelve ley. Y aquellos que vivan falsa y torpemente
ese misterio -son muchísimos-, sólo para sí mismos lo pierden. Pues, con todo, lo
retransmiten como un mensaje cerrado, sin llegar a conocerlo. Tampoco debe
desconcertarse ante la multiplicidad de los nombres, ni ante la complejidad de las cosas.
Quizás haya por encima de todo una gran maternidad como anhelo común... La
hermosura de una virgen, es decir, de un ser que -como usted lo define con tan bellas
palabras- "no ha dado aún nada de sí", es maternidad que se presiente a sí misma, y se
prepara temerosa y anhelante: Y la belleza de la madre es maternidad empeñada en su
servidumbre: Y en la mujer anciana perdura una gran remembranza.
Yo creo que también en el hombre hay maternidad. Tanto en su espíritu como en su
cuerpo. Pues su modo de engendrar es así mismo una especie de parto. También es
parto cuando crea al impulso de una íntima plenitud. Acaso haya entre los sexos mayor
grado de parentesco y afinidad que el que se supone comúnmente. Y la gran
Renovación del mundo consistirá quizás en que el hombre y la mujer, una vez libres de
todo falso sentir y de todo hastío, ya no se buscarán mutuamente como seres opuestos y
contrarios, sino como hermanos y allegados. Uniéndose como humanos, para
sobrellevar juntos, con seriedad, sencillez y paciencia, el arduo sexo que les ha sido
impuesto.
Pero todo cuanto tal vez algún día llegue a ser asequible para muchos, lo puede aprestar
ya desde ahora el hombre solitario, edificándolo con sus manos que yerran menos. Por
eso, estimado señor, ame su soledad y soporte el sufrimiento que le causa, profiriendo
su queja con acentos armoniosos. Si, como dice, siente que están lejos de usted los seres
más allegados, es señal de que ya comienza a ensancharse el ámbito en derredor suyo. Y
si lo cercano se halla tan lejos, es que la amplitud de su vida ha crecido mucho y alcanza
ya las estrellas. Alégrese de su propio crecimiento, en el cual, por cierto, a nadie puede
llevarse consigo. Y sea bueno con cuantos se queden rezagados, permaneciendo seguro
y tranquilo ante ellos, sin atormentarlos con sus dudas ni asombrarles con su firme
confianza en sí mismo, o con su alegría, que ellos no sabrían comprender. Trate de
conseguir algún modo de convivencia con ellos. Un algo común, que sea sencillo,
modesto, sincero, que no tenga necesidad de alterarse, aunque usted siga
transformándose más y más cada día. Ame la vida que en ellos se manifiesta en forma
extraña a la suya propia. Y sea indulgente con aquellos que van envejeciendo, y temen
la soledad en que usted tanto confía. Evite enconar con nuevos motivos el drama
siempre tenso entre padres e hijos, que en los jóvenes consume muchas fuerzas, y en los
ancianos corroe ese cariño que siempre obra y da su calor, aun cuando no comprenda...
No les pida consejo, ni cuente con su comprensión. Pero tenga fe en un amor que le
queda reservado como una herencia, y abrigue la certeza de que hay en este amor una
fuerza y también una bendición, de cuyo ámbito no necesita usted salirse para llegar
muy lejos. *
Está bien que, por de pronto, desemboque en una carrera que le vuelva independiente y
le confiera completa autonomía en todos los sentidos. Aguarde con paciencia hasta
poder averiguar si su vida íntima se siente limitada y cohibida por las formas propias de
esta profesión. 8
Yo la tengo por muy difícil y llena de exigencias, porque está gravada
de muchos y grandes convencionalismos. Y porque en ella hay apenas cabida para una
concepción personal de sus cometidos. Pero su soledad, aun en medio de circunstancias
extrañas a su modo de ser, le servirá de sostén y de hogar. Y desde ahí podrá usted
descubrir todos sus caminos.
Mis mejores votos se hallan prontos a acompañarle, y mi confianza está con usted.
Su
Rainer María Rilke
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Worpswede5
, cerca de Bremen, a 16 de julio de 1903
He abandonado París hace unos días, por cierto bastante enfermo y cansado, para
acogerme a esta gran llanura norteña, que con su amplitud, su calma y su cielo, ha de
devolverme la salud. Pero aquí he venido a caer bajo una lluvia persistente hasta hoy,
que es cuando empieza a escampar un poco sobre esta comarca, sin sosiego azotada por
los vientos. Aprovecho, estimado señor, este primer momento de claridad, para
saludarle.
Mi querido señor Kappus: he dejado mucho tiempo sin respuesta una carta suya. No
porque la hubiese olvidado. Al contrario: es una de esas cartas que nos agrada releer
cuando volvemos a encontrarlas entre otras, y en ella le reconocí a usted como desde
muy cerca. Me refiero a su carta del 2 de mayo, que seguramente recordará. Cuando la
leo, como ahora, en medio del gran silencio de estas lejanías, su bella inquietud por la
vida me causa una emoción aun más intensa que la que sentí ya en París, donde todo
suena de otro modo y acaba por perderse, desvaneciéndose entre el enorme estruendo
que allí hace retemblar todas las cosas. Aquí, rodeado de un imponente paisaje batido
por los vientos que los mares le envían, siento que a esas preguntas e inquietudes, que
por sí mismas y allá en sus profundidades tienen vida propia, nadie puede contestarle.
Pues aún los mejores yerran con sus palabras, cuando éstas han de expresar algo en
extremo sutil y casi inefable.
Creo, sin embargo, que usted no ha de quedar sin solución si sabe atenerse a unas cosas
que se parezcan a éstas en que ahora se recrean mis ojos. Si se atiene a la naturaleza, a
lo que hay de sencillo en ella; a lo pequeño que apenas se ve y que tan
improvisadamente puede llegar a ser grande, inmenso; si siente este cariño hacia las
cosas ínfimas y, con toda sencillez, como quien presta un servicio, trata de ganar la
confianza de lo que parece pobre, entonces todo se tornará más fácil, más armonioso, de
algún modo más avenible. Tal vez no en el ámbito de la razón, que, asombrada, se
queda atrás, pero sí en lo más hondo de su conocimiento, en el constante velar de su
alma, en su más íntimo saber.
Por ser usted tan joven, estimado señor, y por hallarse tan lejos aún de todo comienzo,
yo querría rogarle, como mejor sepa hacerlo, que tenga paciencia frente a todo cuanto
en su corazón no esté todavía resuelto. Y procure encariñarse con las preguntas mismas,
como si fuesen habitaciones cerradas o libros escritos en un idioma muy extraño. No
busque de momento las respuestas que necesita. No le pueden ser dadas, porque usted
no sabría vivirlas aún -y se trata precisamente de vivirlo todo. Viva usted ahora sus
preguntas.
Tal vez, sin advertirlo siquiera, llegue así a internarse poco a poco en la
respuesta anhelada y, en algún día lejano, se encuentre con que ya la está viviendo
también. Quizás lleve usted en sí la facultad de crear y de plasmar, que es un modo de
vivir privilegiadamente feliz y puro. Edúquese a sí mismo para esto, pero acoja cuanto
venga luego, con suma confianza. Y siempre que ello proceda de su propia voluntad o
de algún hondo menester, écheselo a cuestas sin renegar de nada.
El sexo es una dura y difícil carga, sí, pero es precisamente duro y difícil 7
cuanto nos ha
sido encomendado. Casi todo lo que es serio es también arduo, y todo es serio... Con tal
que usted reconozca esto y, por sí mismo, conforme a su peculiar modo de ser y a sus
aptitudes, merced a su infancia, a su experiencia y a sus propias fuerzas, llegue a
conseguir y a mantener con el sexo una relación del todo propia y personal, libre de la
influencia que por lo común ejercen convencionalismos y costumbres, ya no debe temer
entonces ni el perderse a sí mismo, ni el hacerse indigno de su más preciado bien.
El goce propio del sexo es una emoción sensual como el simple mirar. O como la mera
sensación que colma la lengua mientras saborea una hermosa fruta. Es una experiencia
grande, infinita, que nos es regalada. Un conocer del mundo, la plenitud y el esplendor
de todo saber... Y lo malo no está en vivir esta experiencia, sino en que casi todos
abusen de ella y la malgasten. Empleándola como incentivo y esparcimiento en los
momentos de mayor lasitud, en vez de vivirla con recogimiento para alcanzar sublimes
culminaciones. También del comer, por cierto, han hecho los hombres otra cosa. Por un
lado la miseria, por otro la opulencia excesiva, han empañado la nitidez de este
menester. De modo parecido se enturbiaron también los profundos y sencillos
menesteres. en virtud de los cuales la vida se renueva. Pero cada individuo, para sí
mismo, puede tratar de devolverles su pureza, viviéndolos con límpida sencillez. Si esto
no está al alcance de cualquier individuo -porque cada cual depende demasiado de
otros-, sí está al alcance del hombre solitario. Puede éste recordar que tanto en las
plantas como en los animales, toda belleza es una callada y persistente forma de amor y
anhelo. Puede también ver a los animales como ve a las plantas: uniéndose,
multiplicándose y creciendo, no por ningún placer ni por ningún sufrimiento físico, sino
doblegándose ante necesidades más grandes que el goce y el dolor, más poderosas que
toda voluntad y que toda resistencia. ¡Oh, si el hombre pudiese acoger con ánimo más
humilde y llevar con mayor seriedad este misterio, del que está llena la tierra hasta en
sus cosas más pequeñas! ¡Y lo soportara, sintiendo cuán terrible y agobiante es su peso,
en vez de tomarlo a la ligera! ¡Y se inclinara con profunda veneración ante su propia
fecundidad, que es una sola! ¡Tanto si parece espiritual como si parece material! Pues
también el crear del espíritu arranca del mundo físico. Es de su misma esencia y como
una reproducción más sutil, más arrobadora y más perenne del goce carnal.
"La idea de ser creador, de engendrar, de dar forma y vida" nada es sin su amplia,
perpetua confirmación y realización en el universo. Nada sin el ascenso que, de mil
modos repetido, emana de los animales y de las cosas. Y si su disfrute resulta
indeciblemente bello y rico, es sólo porque está pleno de recuerdos heredados de los
engendramientos y partos de millones de seres que nos precedieron... En un
pensamiento creador reviven miles y miles de noches de amor olvidadas, que lo llenan
de nobleza y celsitud. Y los que en las noches se juntan, entrelazados y
voluptuosamente mecidos en su amor, llevan a cabo una empresa muy seria, y atesoran
dulzuras, hondura y fuerza para el himno de algún poeta venidero, que un día se alzará
para cantar inefables delicias. Así llaman al porvenir. Y aun cuando yerren, aun cuando
sean ciegos sus abrazos, el porvenir llega. Surge un nuevo ser, y en el ámbito del acaso
que ahí parece haberse consumado, despierta la ley en virtud de la cual un germen de
vida vigoroso y resistente irrumpe con ímpetu, haciéndose paso hacia el óvulo que,
abierto, sale a su encuentro. No se deje engañar por lo que aparezca en la superficie. En
las profundidades es donde todo se vuelve ley. Y aquellos que vivan falsa y torpemente
ese misterio -son muchísimos-, sólo para sí mismos lo pierden. Pues, con todo, lo
retransmiten como un mensaje cerrado, sin llegar a conocerlo. Tampoco debe
desconcertarse ante la multiplicidad de los nombres, ni ante la complejidad de las cosas.
Quizás haya por encima de todo una gran maternidad como anhelo común... La
hermosura de una virgen, es decir, de un ser que -como usted lo define con tan bellas
palabras- "no ha dado aún nada de sí", es maternidad que se presiente a sí misma, y se
prepara temerosa y anhelante: Y la belleza de la madre es maternidad empeñada en su
servidumbre: Y en la mujer anciana perdura una gran remembranza.
Yo creo que también en el hombre hay maternidad. Tanto en su espíritu como en su
cuerpo. Pues su modo de engendrar es así mismo una especie de parto. También es
parto cuando crea al impulso de una íntima plenitud. Acaso haya entre los sexos mayor
grado de parentesco y afinidad que el que se supone comúnmente. Y la gran
Renovación del mundo consistirá quizás en que el hombre y la mujer, una vez libres de
todo falso sentir y de todo hastío, ya no se buscarán mutuamente como seres opuestos y
contrarios, sino como hermanos y allegados. Uniéndose como humanos, para
sobrellevar juntos, con seriedad, sencillez y paciencia, el arduo sexo que les ha sido
impuesto.
Pero todo cuanto tal vez algún día llegue a ser asequible para muchos, lo puede aprestar
ya desde ahora el hombre solitario, edificándolo con sus manos que yerran menos. Por
eso, estimado señor, ame su soledad y soporte el sufrimiento que le causa, profiriendo
su queja con acentos armoniosos. Si, como dice, siente que están lejos de usted los seres
más allegados, es señal de que ya comienza a ensancharse el ámbito en derredor suyo. Y
si lo cercano se halla tan lejos, es que la amplitud de su vida ha crecido mucho y alcanza
ya las estrellas. Alégrese de su propio crecimiento, en el cual, por cierto, a nadie puede
llevarse consigo. Y sea bueno con cuantos se queden rezagados, permaneciendo seguro
y tranquilo ante ellos, sin atormentarlos con sus dudas ni asombrarles con su firme
confianza en sí mismo, o con su alegría, que ellos no sabrían comprender. Trate de
conseguir algún modo de convivencia con ellos. Un algo común, que sea sencillo,
modesto, sincero, que no tenga necesidad de alterarse, aunque usted siga
transformándose más y más cada día. Ame la vida que en ellos se manifiesta en forma
extraña a la suya propia. Y sea indulgente con aquellos que van envejeciendo, y temen
la soledad en que usted tanto confía. Evite enconar con nuevos motivos el drama
siempre tenso entre padres e hijos, que en los jóvenes consume muchas fuerzas, y en los
ancianos corroe ese cariño que siempre obra y da su calor, aun cuando no comprenda...
No les pida consejo, ni cuente con su comprensión. Pero tenga fe en un amor que le
queda reservado como una herencia, y abrigue la certeza de que hay en este amor una
fuerza y también una bendición, de cuyo ámbito no necesita usted salirse para llegar
muy lejos. *
Está bien que, por de pronto, desemboque en una carrera que le vuelva independiente y
le confiera completa autonomía en todos los sentidos. Aguarde con paciencia hasta
poder averiguar si su vida íntima se siente limitada y cohibida por las formas propias de
esta profesión. 8
Yo la tengo por muy difícil y llena de exigencias, porque está gravada
de muchos y grandes convencionalismos. Y porque en ella hay apenas cabida para una
concepción personal de sus cometidos. Pero su soledad, aun en medio de circunstancias
extrañas a su modo de ser, le servirá de sostén y de hogar. Y desde ahí podrá usted
descubrir todos sus caminos.
Mis mejores votos se hallan prontos a acompañarle, y mi confianza está con usted.
Su
Rainer María Rilke
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"Ser como un verso volando
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
(Hánjel)
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
(Hánjel)
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- Mensaje n°14
Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)
V
Roma, 29 de octubre de 1903
Estimado señor :
Su carta del 29 de agosto la recibí ya en Florencia, y apenas ahora, después de dos
meses, le hablo de ella. Le ruego me perdone esta demora, pero es que cuando estoy de
viaje no me agrada escribir cartas. Para ello necesito algo más que los avíos
imprescindibles: un poco de calma y de soledad, y también alguna hora que no sea
demasiado extraña a mi íntimo sentir.
Llegamos a Roma hace unas seis semanas, en época en que aun era la Roma desierta,
calurosa y malfamada por sus fiebres. Esta circunstancia, junto con otras dificultades de
orden práctico, relativos a nuestra instalación, contribuyó a que nuestro desasosiego
pareciera no querer acabar nunca, y nos agobiara la estancia en país extraño,
haciéndonos sentir el peso del vivir sin hogar, como en destierro. A esto hay que añadir
que Roma, en los primeros días -cuando no se conoce aún-, infunde en los ánimos una
melancolía que abruma por ese ambiente de museo, exánime y triste, que aquí se
respira. Por la profusión de glorias pasadas que se sacan a relucir y a duras penas se
mantienen en pie, mientras de ellas se nutre un presente mezquino. Y también por esa
desmedida valoración -que fomentan eruditos y filólogos y remedan los rutinarios
visitantes de Italia- de tantas cosas desfiguradas y gastadas, que, en realidad, no son sino
restos casuales de otra época y de una vida que ni es ni ha de ser la nuestra.
Por fin, tras varias semanas de brega diaria en actitud defensiva, vuelve uno, si bien algo
aturdido aún, a encontrarse a sí mismo, y piensa: No, aquí no hay más belleza que en
cualquier otro sitio. Y todas estas cosas que generaciones tras generaciones han seguido
admirando, y que torpes manos de peones han ido rehaciendo y completando, nada
significan, nada son, no tienen alma ni valor alguno. Sin embargo, hay aquí mucha
belleza, porque en todas partes la hay. Aguas rebosantes de vida infinita vienen
afluyendo por los antiguos acueductos a la gran urbe y, en múltiples plazas, saltan y
bailan en conchas de piedra blanca, para derramarse y esparcirse luego en anchos y
espaciosos estanques, musitando de día y alzando su murmullo en la noche, que aquí es
grandiosa y estrellada, y suave por el hálito de los vientos que la orean.
"Aquí hay también jardines, inolvidables alamedas y escalinatas, ideadas éstas por
Miguel Ángel a semejanza de las aguas que se deslizan y caen en cascadas de amplio
declive, naciendo cada grada de otra grada, como una onda nace de otra onda. Merced a
tales impresiones, logramos recogernos y recobrarnos, librándonos de lo mucho que
aquí hay de presuntuoso y hablador; ¡y cuánto había!... De este modo aprendemos
despacio a discernir las muy pocas cosas en que perdura algo eterno, digno de nuestro
amor, y alguna soledad, de la cual podemos participar quedamente.
Aun habito en la ciudad, junto al Capitolio, no muy lejos de la más bella estatua
ecuestre que nos haya quedado bien conservada del arte romano: la de Marco Aurelio.
Pero dentro de pocas semanas me alojaré en un cuarto silencioso y sencillo, antigua
galería perdida en lo más recóndito de un gran parque y oculta a la ciudad, a su bullicio
y a sus azares. Ahí permaneceré durante todo el invierno, gozando de esa gran quietud,
de la cual espero el regalo de algunas horas buenas y fecundas.
Desde allí, donde me será ya más fácil sentirme como en mi propia casa, le escribiré una
carta más extensa, y en ella volveré aún a hablarle de la suya. Hoy sólo he de decirle -y
quizás sea un error el no haberlo hecho antes- que no ha llegado aquí el libro anunciado
en su carta, en el cual habían de venir insertos algunos trabajos suyos. ¿Le habrá sido
devuelto desde Worpswede, ya que no está permitido reexpedir paquetes al exterior?
Esta probabilidad sería sin duda la más favorable, y me agradaría saberla confirmada.
¡Ojalá no se trate de una pérdida, que, desafortunadamente, lo sería por cierto nada
excepcional, dadas las condiciones que imperan en el servicio de correos italiano!
También ese libro, como todo cuanto me dé alguna señal de usted, lo habría recibido
con agrado; y los versos que hayan surgido entretanto, los leeré. siempre, si usted me
los confía, y volveré a leerlos, a sentirlos, a vivirlos, tan bien y tan entrañablemente
como yo sepa hacerlo.
Con mis mejores deseos y saludos,
Su
Rainer María Rilke
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Roma, 29 de octubre de 1903
Estimado señor :
Su carta del 29 de agosto la recibí ya en Florencia, y apenas ahora, después de dos
meses, le hablo de ella. Le ruego me perdone esta demora, pero es que cuando estoy de
viaje no me agrada escribir cartas. Para ello necesito algo más que los avíos
imprescindibles: un poco de calma y de soledad, y también alguna hora que no sea
demasiado extraña a mi íntimo sentir.
Llegamos a Roma hace unas seis semanas, en época en que aun era la Roma desierta,
calurosa y malfamada por sus fiebres. Esta circunstancia, junto con otras dificultades de
orden práctico, relativos a nuestra instalación, contribuyó a que nuestro desasosiego
pareciera no querer acabar nunca, y nos agobiara la estancia en país extraño,
haciéndonos sentir el peso del vivir sin hogar, como en destierro. A esto hay que añadir
que Roma, en los primeros días -cuando no se conoce aún-, infunde en los ánimos una
melancolía que abruma por ese ambiente de museo, exánime y triste, que aquí se
respira. Por la profusión de glorias pasadas que se sacan a relucir y a duras penas se
mantienen en pie, mientras de ellas se nutre un presente mezquino. Y también por esa
desmedida valoración -que fomentan eruditos y filólogos y remedan los rutinarios
visitantes de Italia- de tantas cosas desfiguradas y gastadas, que, en realidad, no son sino
restos casuales de otra época y de una vida que ni es ni ha de ser la nuestra.
Por fin, tras varias semanas de brega diaria en actitud defensiva, vuelve uno, si bien algo
aturdido aún, a encontrarse a sí mismo, y piensa: No, aquí no hay más belleza que en
cualquier otro sitio. Y todas estas cosas que generaciones tras generaciones han seguido
admirando, y que torpes manos de peones han ido rehaciendo y completando, nada
significan, nada son, no tienen alma ni valor alguno. Sin embargo, hay aquí mucha
belleza, porque en todas partes la hay. Aguas rebosantes de vida infinita vienen
afluyendo por los antiguos acueductos a la gran urbe y, en múltiples plazas, saltan y
bailan en conchas de piedra blanca, para derramarse y esparcirse luego en anchos y
espaciosos estanques, musitando de día y alzando su murmullo en la noche, que aquí es
grandiosa y estrellada, y suave por el hálito de los vientos que la orean.
"Aquí hay también jardines, inolvidables alamedas y escalinatas, ideadas éstas por
Miguel Ángel a semejanza de las aguas que se deslizan y caen en cascadas de amplio
declive, naciendo cada grada de otra grada, como una onda nace de otra onda. Merced a
tales impresiones, logramos recogernos y recobrarnos, librándonos de lo mucho que
aquí hay de presuntuoso y hablador; ¡y cuánto había!... De este modo aprendemos
despacio a discernir las muy pocas cosas en que perdura algo eterno, digno de nuestro
amor, y alguna soledad, de la cual podemos participar quedamente.
Aun habito en la ciudad, junto al Capitolio, no muy lejos de la más bella estatua
ecuestre que nos haya quedado bien conservada del arte romano: la de Marco Aurelio.
Pero dentro de pocas semanas me alojaré en un cuarto silencioso y sencillo, antigua
galería perdida en lo más recóndito de un gran parque y oculta a la ciudad, a su bullicio
y a sus azares. Ahí permaneceré durante todo el invierno, gozando de esa gran quietud,
de la cual espero el regalo de algunas horas buenas y fecundas.
Desde allí, donde me será ya más fácil sentirme como en mi propia casa, le escribiré una
carta más extensa, y en ella volveré aún a hablarle de la suya. Hoy sólo he de decirle -y
quizás sea un error el no haberlo hecho antes- que no ha llegado aquí el libro anunciado
en su carta, en el cual habían de venir insertos algunos trabajos suyos. ¿Le habrá sido
devuelto desde Worpswede, ya que no está permitido reexpedir paquetes al exterior?
Esta probabilidad sería sin duda la más favorable, y me agradaría saberla confirmada.
¡Ojalá no se trate de una pérdida, que, desafortunadamente, lo sería por cierto nada
excepcional, dadas las condiciones que imperan en el servicio de correos italiano!
También ese libro, como todo cuanto me dé alguna señal de usted, lo habría recibido
con agrado; y los versos que hayan surgido entretanto, los leeré. siempre, si usted me
los confía, y volveré a leerlos, a sentirlos, a vivirlos, tan bien y tan entrañablemente
como yo sepa hacerlo.
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"Ser como un verso volando
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
(Hánjel)
o un ciego soñando
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Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)
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meses, le hablo de ella. Le ruego me perdone esta demora, pero es que cuando estoy de
viaje no me agrada escribir cartas. Para ello necesito algo más que los avíos
imprescindibles: un poco de calma y de soledad, y también alguna hora que no sea
demasiado extraña a mi íntimo sentir.
Llegamos a Roma hace unas seis semanas, en época en que aun era la Roma desierta,
calurosa y malfamada por sus fiebres. Esta circunstancia, junto con otras dificultades de
orden práctico, relativos a nuestra instalación, contribuyó a que nuestro desasosiego
pareciera no querer acabar nunca, y nos agobiara la estancia en país extraño,
haciéndonos sentir el peso del vivir sin hogar, como en destierro. A esto hay que añadir
que Roma, en los primeros días -cuando no se conoce aún-, infunde en los ánimos una
melancolía que abruma por ese ambiente de museo, exánime y triste, que aquí se
respira. Por la profusión de glorias pasadas que se sacan a relucir y a duras penas se
mantienen en pie, mientras de ellas se nutre un presente mezquino. Y también por esa
desmedida valoración -que fomentan eruditos y filólogos y remedan los rutinarios
visitantes de Italia- de tantas cosas desfiguradas y gastadas, que, en realidad, no son sino
restos casuales de otra época y de una vida que ni es ni ha de ser la nuestra.
Por fin, tras varias semanas de brega diaria en actitud defensiva, vuelve uno, si bien algo
aturdido aún, a encontrarse a sí mismo, y piensa: No, aquí no hay más belleza que en
cualquier otro sitio. Y todas estas cosas que generaciones tras generaciones han seguido
admirando, y que torpes manos de peones han ido rehaciendo y completando, nada
significan, nada son, no tienen alma ni valor alguno. Sin embargo, hay aquí mucha
belleza, porque en todas partes la hay. Aguas rebosantes de vida infinita vienen
afluyendo por los antiguos acueductos a la gran urbe y, en múltiples plazas, saltan y
bailan en conchas de piedra blanca, para derramarse y esparcirse luego en anchos y
espaciosos estanques, musitando de día y alzando su murmullo en la noche, que aquí es
grandiosa y estrellada, y suave por el hálito de los vientos que la orean.
"Aquí hay también jardines, inolvidables alamedas y escalinatas, ideadas éstas por
Miguel Ángel a semejanza de las aguas que se deslizan y caen en cascadas de amplio
declive, naciendo cada grada de otra grada, como una onda nace de otra onda. Merced a
tales impresiones, logramos recogernos y recobrarnos, librándonos de lo mucho que
aquí hay de presuntuoso y hablador; ¡y cuánto había!... De este modo aprendemos
despacio a discernir las muy pocas cosas en que perdura algo eterno, digno de nuestro
amor, y alguna soledad, de la cual podemos participar quedamente.
Aun habito en la ciudad, junto al Capitolio, no muy lejos de la más bella estatua
ecuestre que nos haya quedado bien conservada del arte romano: la de Marco Aurelio.
Pero dentro de pocas semanas me alojaré en un cuarto silencioso y sencillo, antigua
galería perdida en lo más recóndito de un gran parque y oculta a la ciudad, a su bullicio
y a sus azares. Ahí permaneceré durante todo el invierno, gozando de esa gran quietud,
de la cual espero el regalo de algunas horas buenas y fecundas.
Desde allí, donde me será ya más fácil sentirme como en mi propia casa, le escribiré una
carta más extensa, y en ella volveré aún a hablarle de la suya. Hoy sólo he de decirle -y
quizás sea un error el no haberlo hecho antes- que no ha llegado aquí el libro anunciado
en su carta, en el cual habían de venir insertos algunos trabajos suyos. ¿Le habrá sido
devuelto desde Worpswede, ya que no está permitido reexpedir paquetes al exterior?
Esta probabilidad sería sin duda la más favorable, y me agradaría saberla confirmada.
¡Ojalá no se trate de una pérdida, que, desafortunadamente, lo sería por cierto nada
excepcional, dadas las condiciones que imperan en el servicio de correos italiano!
También ese libro, como todo cuanto me dé alguna señal de usted, lo habría recibido
con agrado; y los versos que hayan surgido entretanto, los leeré. siempre, si usted me
los confía, y volveré a leerlos, a sentirlos, a vivirlos, tan bien y tan entrañablemente
como yo sepa hacerlo.
Con mis mejores deseos y saludos,
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Estimado señor :
Su carta del 29 de agosto la recibí ya en Florencia, y apenas ahora, después de dos
meses, le hablo de ella. Le ruego me perdone esta demora, pero es que cuando estoy de
viaje no me agrada escribir cartas. Para ello necesito algo más que los avíos
imprescindibles: un poco de calma y de soledad, y también alguna hora que no sea
demasiado extraña a mi íntimo sentir.
Llegamos a Roma hace unas seis semanas, en época en que aun era la Roma desierta,
calurosa y malfamada por sus fiebres. Esta circunstancia, junto con otras dificultades de
orden práctico, relativos a nuestra instalación, contribuyó a que nuestro desasosiego
pareciera no querer acabar nunca, y nos agobiara la estancia en país extraño,
haciéndonos sentir el peso del vivir sin hogar, como en destierro. A esto hay que añadir
que Roma, en los primeros días -cuando no se conoce aún-, infunde en los ánimos una
melancolía que abruma por ese ambiente de museo, exánime y triste, que aquí se
respira. Por la profusión de glorias pasadas que se sacan a relucir y a duras penas se
mantienen en pie, mientras de ellas se nutre un presente mezquino. Y también por esa
desmedida valoración -que fomentan eruditos y filólogos y remedan los rutinarios
visitantes de Italia- de tantas cosas desfiguradas y gastadas, que, en realidad, no son sino
restos casuales de otra época y de una vida que ni es ni ha de ser la nuestra.
Por fin, tras varias semanas de brega diaria en actitud defensiva, vuelve uno, si bien algo
aturdido aún, a encontrarse a sí mismo, y piensa: No, aquí no hay más belleza que en
cualquier otro sitio. Y todas estas cosas que generaciones tras generaciones han seguido
admirando, y que torpes manos de peones han ido rehaciendo y completando, nada
significan, nada son, no tienen alma ni valor alguno. Sin embargo, hay aquí mucha
belleza, porque en todas partes la hay. Aguas rebosantes de vida infinita vienen
afluyendo por los antiguos acueductos a la gran urbe y, en múltiples plazas, saltan y
bailan en conchas de piedra blanca, para derramarse y esparcirse luego en anchos y
espaciosos estanques, musitando de día y alzando su murmullo en la noche, que aquí es
grandiosa y estrellada, y suave por el hálito de los vientos que la orean.
"Aquí hay también jardines, inolvidables alamedas y escalinatas, ideadas éstas por
Miguel Ángel a semejanza de las aguas que se deslizan y caen en cascadas de amplio
declive, naciendo cada grada de otra grada, como una onda nace de otra onda. Merced a
tales impresiones, logramos recogernos y recobrarnos, librándonos de lo mucho que
aquí hay de presuntuoso y hablador; ¡y cuánto había!... De este modo aprendemos
despacio a discernir las muy pocas cosas en que perdura algo eterno, digno de nuestro
amor, y alguna soledad, de la cual podemos participar quedamente.
Aun habito en la ciudad, junto al Capitolio, no muy lejos de la más bella estatua
ecuestre que nos haya quedado bien conservada del arte romano: la de Marco Aurelio.
Pero dentro de pocas semanas me alojaré en un cuarto silencioso y sencillo, antigua
galería perdida en lo más recóndito de un gran parque y oculta a la ciudad, a su bullicio
y a sus azares. Ahí permaneceré durante todo el invierno, gozando de esa gran quietud,
de la cual espero el regalo de algunas horas buenas y fecundas.
Desde allí, donde me será ya más fácil sentirme como en mi propia casa, le escribiré una
carta más extensa, y en ella volveré aún a hablarle de la suya. Hoy sólo he de decirle -y
quizás sea un error el no haberlo hecho antes- que no ha llegado aquí el libro anunciado
en su carta, en el cual habían de venir insertos algunos trabajos suyos. ¿Le habrá sido
devuelto desde Worpswede, ya que no está permitido reexpedir paquetes al exterior?
Esta probabilidad sería sin duda la más favorable, y me agradaría saberla confirmada.
¡Ojalá no se trate de una pérdida, que, desafortunadamente, lo sería por cierto nada
excepcional, dadas las condiciones que imperan en el servicio de correos italiano!
También ese libro, como todo cuanto me dé alguna señal de usted, lo habría recibido
con agrado; y los versos que hayan surgido entretanto, los leeré. siempre, si usted me
los confía, y volveré a leerlos, a sentirlos, a vivirlos, tan bien y tan entrañablemente
como yo sepa hacerlo.
Con mis mejores deseos y saludos,
Su
Rainer María Rilke
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"Ser como un verso volando
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
(Hánjel)
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
(Hánjel)
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Maria Lua- Administrador-Moderador
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Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)
V
Roma, 29 de octubre de 1903
Estimado señor
:
Su carta del 29 de agosto la recibí ya en Florencia, y apenas ahora, después de dos
meses, le hablo de ella. Le ruego me perdone esta demora, pero es que cuando estoy de
viaje no me agrada escribir cartas. Para ello necesito algo más que los avíos
imprescindibles: un poco de calma y de soledad, y también alguna hora que no sea
demasiado extraña a mi íntimo sentir.
Llegamos a Roma hace unas seis semanas, en época en que aun era la Roma desierta,
calurosa y malfamada por sus fiebres. Esta circunstancia, junto con otras dificultades de
orden práctico, relativos a nuestra instalación, contribuyó a que nuestro desasosiego
pareciera no querer acabar nunca, y nos agobiara la estancia en país extraño,
haciéndonos sentir el peso del vivir sin hogar, como en destierro. A esto hay que añadir
que Roma, en los primeros días -cuando no se conoce aún-, infunde en los ánimos una
melancolía que abruma por ese ambiente de museo, exánime y triste, que aquí se
respira. Por la profusión de glorias pasadas que se sacan a relucir y a duras penas se
mantienen en pie, mientras de ellas se nutre un presente mezquino. Y también por esa
desmedida valoración -que fomentan eruditos y filólogos y remedan los rutinarios
visitantes de Italia- de tantas cosas desfiguradas y gastadas, que, en realidad, no son sino
restos casuales de otra época y de una vida que ni es ni ha de ser la nuestra.
Por fin, tras varias semanas de brega diaria en actitud defensiva, vuelve uno, si bien algo
aturdido aún, a encontrarse a sí mismo, y piensa: No, aquí no hay más belleza que en
cualquier otro sitio. Y todas estas cosas que generaciones tras generaciones han seguido
admirando, y que torpes manos de peones han ido rehaciendo y completando, nada
significan, nada son, no tienen alma ni valor alguno. Sin embargo, hay aquí mucha
belleza, porque en todas partes la hay. Aguas rebosantes de vida infinita vienen
afluyendo por los antiguos acueductos a la gran urbe y, en múltiples plazas, saltan y
bailan en conchas de piedra blanca, para derramarse y esparcirse luego en anchos y
espaciosos estanques, musitando de día y alzando su murmullo en la noche, que aquí es
grandiosa y estrellada, y suave por el hálito de los vientos que la orean.
"Aquí hay también jardines, inolvidables alamedas y escalinatas, ideadas éstas por
Miguel Ángel a semejanza de las aguas que se deslizan y caen en cascadas de amplio
declive, naciendo cada grada de otra grada, como una onda nace de otra onda. Merced a
tales impresiones, logramos recogernos y recobrarnos, librándonos de lo mucho que
aquí hay de presuntuoso y hablador; ¡y cuánto había!... De este modo aprendemos
despacio a discernir las muy pocas cosas en que perdura algo eterno, digno de nuestro
amor, y alguna soledad, de la cual podemos participar quedamente.
Aun habito en la ciudad, junto al Capitolio, no muy lejos de la más bella estatua
ecuestre que nos haya quedado bien conservada del arte romano: la de Marco Aurelio.
Pero dentro de pocas semanas me alojaré en un cuarto silencioso y sencillo, antigua
galería perdida en lo más recóndito de un gran parque y oculta a la ciudad, a su bullicio
y a sus azares. Ahí permaneceré durante todo el invierno, gozando de esa gran quietud,
de la cual espero el regalo de algunas horas buenas y fecundas.
Desde allí, donde me será ya más fácil sentirme como en mi propia casa, le escribiré una
carta más extensa, y en ella volveré aún a hablarle de la suya. Hoy sólo he de decirle -y
quizás sea un error el no haberlo hecho antes- que no ha llegado aquí el libro anunciado
en su carta, en el cual habían de venir insertos algunos trabajos suyos. ¿Le habrá sido
devuelto desde Worpswede, ya que no está permitido reexpedir paquetes al exterior?
Esta probabilidad sería sin duda la más favorable, y me agradaría saberla confirmada.
¡Ojalá no se trate de una pérdida, que, desafortunadamente, lo sería por cierto nada
excepcional, dadas las condiciones que imperan en el servicio de correos italiano!
También ese libro, como todo cuanto me dé alguna señal de usted, lo habría recibido
con agrado; y los versos que hayan surgido entretanto, los leeré. siempre, si usted me
los confía, y volveré a leerlos, a sentirlos, a vivirlos, tan bien y tan entrañablemente
como yo sepa hacerlo.
Con mis mejores deseos y saludos,
Su
Rainer María Rilke
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Roma, 29 de octubre de 1903
Estimado señor
:
Su carta del 29 de agosto la recibí ya en Florencia, y apenas ahora, después de dos
meses, le hablo de ella. Le ruego me perdone esta demora, pero es que cuando estoy de
viaje no me agrada escribir cartas. Para ello necesito algo más que los avíos
imprescindibles: un poco de calma y de soledad, y también alguna hora que no sea
demasiado extraña a mi íntimo sentir.
Llegamos a Roma hace unas seis semanas, en época en que aun era la Roma desierta,
calurosa y malfamada por sus fiebres. Esta circunstancia, junto con otras dificultades de
orden práctico, relativos a nuestra instalación, contribuyó a que nuestro desasosiego
pareciera no querer acabar nunca, y nos agobiara la estancia en país extraño,
haciéndonos sentir el peso del vivir sin hogar, como en destierro. A esto hay que añadir
que Roma, en los primeros días -cuando no se conoce aún-, infunde en los ánimos una
melancolía que abruma por ese ambiente de museo, exánime y triste, que aquí se
respira. Por la profusión de glorias pasadas que se sacan a relucir y a duras penas se
mantienen en pie, mientras de ellas se nutre un presente mezquino. Y también por esa
desmedida valoración -que fomentan eruditos y filólogos y remedan los rutinarios
visitantes de Italia- de tantas cosas desfiguradas y gastadas, que, en realidad, no son sino
restos casuales de otra época y de una vida que ni es ni ha de ser la nuestra.
Por fin, tras varias semanas de brega diaria en actitud defensiva, vuelve uno, si bien algo
aturdido aún, a encontrarse a sí mismo, y piensa: No, aquí no hay más belleza que en
cualquier otro sitio. Y todas estas cosas que generaciones tras generaciones han seguido
admirando, y que torpes manos de peones han ido rehaciendo y completando, nada
significan, nada son, no tienen alma ni valor alguno. Sin embargo, hay aquí mucha
belleza, porque en todas partes la hay. Aguas rebosantes de vida infinita vienen
afluyendo por los antiguos acueductos a la gran urbe y, en múltiples plazas, saltan y
bailan en conchas de piedra blanca, para derramarse y esparcirse luego en anchos y
espaciosos estanques, musitando de día y alzando su murmullo en la noche, que aquí es
grandiosa y estrellada, y suave por el hálito de los vientos que la orean.
"Aquí hay también jardines, inolvidables alamedas y escalinatas, ideadas éstas por
Miguel Ángel a semejanza de las aguas que se deslizan y caen en cascadas de amplio
declive, naciendo cada grada de otra grada, como una onda nace de otra onda. Merced a
tales impresiones, logramos recogernos y recobrarnos, librándonos de lo mucho que
aquí hay de presuntuoso y hablador; ¡y cuánto había!... De este modo aprendemos
despacio a discernir las muy pocas cosas en que perdura algo eterno, digno de nuestro
amor, y alguna soledad, de la cual podemos participar quedamente.
Aun habito en la ciudad, junto al Capitolio, no muy lejos de la más bella estatua
ecuestre que nos haya quedado bien conservada del arte romano: la de Marco Aurelio.
Pero dentro de pocas semanas me alojaré en un cuarto silencioso y sencillo, antigua
galería perdida en lo más recóndito de un gran parque y oculta a la ciudad, a su bullicio
y a sus azares. Ahí permaneceré durante todo el invierno, gozando de esa gran quietud,
de la cual espero el regalo de algunas horas buenas y fecundas.
Desde allí, donde me será ya más fácil sentirme como en mi propia casa, le escribiré una
carta más extensa, y en ella volveré aún a hablarle de la suya. Hoy sólo he de decirle -y
quizás sea un error el no haberlo hecho antes- que no ha llegado aquí el libro anunciado
en su carta, en el cual habían de venir insertos algunos trabajos suyos. ¿Le habrá sido
devuelto desde Worpswede, ya que no está permitido reexpedir paquetes al exterior?
Esta probabilidad sería sin duda la más favorable, y me agradaría saberla confirmada.
¡Ojalá no se trate de una pérdida, que, desafortunadamente, lo sería por cierto nada
excepcional, dadas las condiciones que imperan en el servicio de correos italiano!
También ese libro, como todo cuanto me dé alguna señal de usted, lo habría recibido
con agrado; y los versos que hayan surgido entretanto, los leeré. siempre, si usted me
los confía, y volveré a leerlos, a sentirlos, a vivirlos, tan bien y tan entrañablemente
como yo sepa hacerlo.
Con mis mejores deseos y saludos,
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o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
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Amalia Lateano- Cantidad de envíos : 4330
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- Mensaje n°17
Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)
He vuelto a mi infancia. Donde las Frases del Poeta
se desgranaban en la voz de mi padre...
"!La belleza no es más que los principios del terror, que aún somos capaces de soportar, y estamos tan impresionados porque serenamente desdeñamos aniquilarnos."
Gracias por revivir , María Lua, esos momentos tan gratosd!!
Besos
Amalia
se desgranaban en la voz de mi padre...
"!La belleza no es más que los principios del terror, que aún somos capaces de soportar, y estamos tan impresionados porque serenamente desdeñamos aniquilarnos."
Gracias por revivir , María Lua, esos momentos tan gratosd!!
Besos
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Maria Lua- Administrador-Moderador
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- Mensaje n°18
Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)
VI
Roma, 23 de diciembre de 1903
Estimado señor Kappus:
No ha de quedar sin mi saludo, ahora que llegan las Navidades, y que en medio de
tantas fiestas debe pesarle su soledad más aún que de costumbre. Pero si siente que esta
soledad es grande, alégrese. Pues -así ha de preguntárselo a sí mismo- ¿que sería una
soledad que no tuviera su grandeza? Sólo hay una soledad. Es grande y difícil de
soportar. Y casi a todos nos llegan horas en que de buen grado la cederíamos a trueque
de cualquier convivencia. Por muy trivial y mezquina que fuere. Hasta por la mera
ilusión de una ínfima coincidencia con cualquier otro ser. Con el primero que se
presente, aunque resulte tal vez el menos digno. Mas acaso sean éstas, precisamente, las
horas en que la soledad crece, pues su desarrollo es doloroso como el crecimiento de los
niños y triste como el comienzo de la primavera. Ello, sin embargo, no debe
desconcertarle, pues lo único que por cierto hace falta es esto: Soledad, grande, íntima
soledad. Adentrarse en sí mismo, y, durante horas y horas, no encontrar a nadie... Esto
es lo que importa saber conseguir. Estar solos como estuvimos solos cuando niños,
mientras en derredor nuestro iban los mayores de un lado para otro, enredados en cosas
que parecían importantes y grandes, sólo porque ellos se mostraban atareados, y porque
nosotros nada entendíamos de sus quehaceres.
Ahora bien: si un día se acaba por descubrir cuán pobres son sus ocupaciones, y se echa
de ver que sus profesiones están yertas y faltas ya de todo nexo con la vida, ¿por qué no
seguir entonces mirando todo eso con los ojos de la infancia, como si fuese algo
extraño? ¿Por qué no mirarlo todo desde la profundidad de nuestro propio mundo, desde
las extensas regiones de nuestra propia soledad, que es también trabajo y dignidad y
oficio? ¿Por qué empeñarse en querer cambiar el sabio no-entender del niño por un
espíritu constantemente en guardia y lleno de desprecio frente a los demás, ya que no
comprender es estar solo, mientras defenderse y despreciar equivale a tomar parte en
aquello de lo cual uno quiere precisamente desligarse por tales medios?
Piense, muy estimado señor, en el mundo que lleva en sí mismo, y dé a este pensar el
nombre que guste. Así sea recuerdo de la propia infancia, o anhelo del propio porvenir.
Sobre todo, permanezca siempre atento a cuanto se alce en su alma, y póngalo por
encima de todo lo que perciba en torno suyo. Siempre ha de merecer todo su amor
cuanto acontezca en lo más íntimo de su ser. En ello debe usted laborar de algún modo,
y no perder demasiado tiempo ni demasiado ánimo en esclarecer su posición frente a sus
semejantes. ¿Hay acaso quien pueda asegurarle que usted tiene siquiera posición
alguna?
Ya sé, su carrera 9
es para usted dura y llena de cosas que se hallan en contradicción con
su modo de ser. Yo preveía su queja y sabía que no dejaría de llegar. Ahora que ha
llegado, no sé cómo aquietarla. Sólo puedo aconsejarle que considere si todas las
profesiones no son también así: llenas de exigencias y de hostilidad para cada individuo
y, en cierto modo, saturadas del odio de cuantos se han conformado, mudos y huraños
en su sordo rencor, con el cumplimiento de un deber insulso y gris, falto de toda
ilusión... 10 La posición en que ha de vivir ahora no se halla más gravada de
convencionalismos, prejuicios y errores, que cualquier otro estado. Si bien hay algunos
que hacen alarde de mayor libertad, no existe de veras ninguno que por dentro sea
desahogado y amplio, y tenga relación con las grandes cosas en que consiste la
verdadera vida. Únicamente el hombre solitario está sometido, cual una cosa, a las leyes
profundas de la naturaleza. Y cuando uno sale al encuentro de la naciente mañana, o con
su mirada penetra en la noche preñada de aconteceres, sintiendo cuanto ahí acaece,
entonces despréndese de él, cual de un muerto, toda condición, aunque él se halle en
medio del más puro vivir.
Lo que usted, muy estimado señor Kappus, ha de sentir ahora como militar, lo habría
sentido de modo parecido en cualquier otra carrera. Y aun cuando, fuera de todo cargo y
empleo, hubiese procurado mantener con la sociedad tan sólo una tenue forma de
contacto, que dejase a salvo su independencia, no por eso le habría sido ahorrado el
sentirse cohibido. En todas partes ocurre lo mismo, pero esto no ha de ser motivo para
sentir angustia ni tristeza. Si no hay nada de común entre usted y los hombres, procure
vivir cerca de las cosas. Ellas no le abandonarán. Aun hay noches y vientos que van por
entre los árboles y por encima de muchas tierras. Aun, en cosas y animales, está todo
lleno de acaeceres que usted puede compartir. Y también los niños siguen siendo
todavía como usted fue de niño: tan tristes y tan felices. En cuanto usted piense en su
propia infancia, volverá a vivir entre ellos, entre los niños solitarios. Y entonces las
personas mayores ya no significarán nada, ni tendrá valor alguno toda su dignidad.
Si le angustia y le tortura el pensar en la infancia, en la sencillez y quietud que con ella
van enlazadas -porque usted ya no sabe creer en Dios, que está presente en todo ello-,
pregúntese entonces a sí mismo, querido amigo, si es que de veras ha perdido a Dios.
¿No será más cierto que nunca lo ha poseído aún? Pues ¿cuándo habría podido ser?
¿Cree usted que un niño pueda tenerle a Él, a quien sólo con gran esfuerzo logran llevar
los que ya son hombres, y cuyo peso doblega a los ancianos? ¿Cree usted que si alguien
lo poseyera de verdad, podría jamás perderle como se pierde una piedrecita? ¿No le
parece mas bien, como a mí, que quien lo poseyese, ya sólo podría ser perdido por Él?...
Ahora bien: si usted reconoce que Él nunca se halló en su infancia, y que antes tampoco
fue; si llega a sospechar que Cristo fue deslumbrado por su inmenso anhelo, y Mahoma
engañado por su gran orgullo; si con espanto siente que tampoco ahora está presente, en
este mismo instante en que de Él estamos hablando, ¿con qué derecho pretende entonces
echarlo de menos, a Él que nunca fue, como a un ser que hubiese pasado y
desaparecido? ¿Y qué le autoriza a buscarlo como si se hubiera perdido? ¿Por qué no
piensa más bien que Él es Aquél que aun ha de venir, el que desde hace una eternidad
está por llegar: El Venidero 11, fruto supremo de un árbol cuyas hojas somos nosotros?
¿Qué le impide proyectar Su nacimiento hacia los tiempos por venir? Y ¿qué le priva de
vivir su propia vida, como se vive un día doloroso y bello en la larga historia de una
magna preñez? ¿No ve cómo todo cuanto acontece es siempre un comienzo? Y ¿no
podría ser esto el principio de Él, ya que todo comenzar es en sí tan bello? Si Él es El
Más Perfecto, ¿no ha de precederle forzosamente algo menos grande, para que Él pueda
elegir su propio ser de entre la plenitud y la abundancia? ¿No debe Él ser El Último,
para poder abarcarlo todo en sí mismo? ¿Qué sentido tendría nuestra existencia si Aquél
a quien anhelamos hubiera sido ya?...
Así como las abejas liban y juntan la miel también nosotros extraemos de todo lo más
dulce para edificarlo a Él. Podemos iniciarlo también con lo ínfimo. Con lo que menos
presencia tenga: siempre que suceda por amor. Con el trabajo y luego con el reposo.
Con un silencio. Con una pequeña y solitaria alegría. Con todo cuanto realicemos solos,
sin partícipes ni seguidores, iniciamos a Aquél que no alcanzaremos a conocer, como
tampoco nuestros antepasados pudieron conocernos a nosotros. Sin embargo, esos que
hace tanto tiempo pasaron, están aún dentro de nosotros. Como depósito, herencia y
fundamento. Como carga que pesa sobre nuestro destino. Como sangre que bulle, y
como ademán que se alza desde las profundidades del tiempo. ¿Hay algo que logre
arrebatarle la esperanza de llegar algún día a estar del mismo modo en Él, que es El Más
Lejano, El Supremo?...
Celebre, estimado señor Kappus, las Navidades con el piadoso sentimiento de que Él,
para poder empezar, necesite tal vez de esta misma angustia que usted abriga frente a la
vida. Precisamente estos días de transición son quizás la época en que todo en usted
labora para moldearle a Él, como también antes, cuando niño, trabajó ya, anhelante, en
darle forma. Tenga paciencia y serenidad. Y piense que lo menos que podemos hacer es
no ponerle nosotros más trabas a su desarrollo que la tierra a la primavera, cuando ésta
quiere llegar. ¡Quede contento y confiado!
Su
Rainer Maria Rilke
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Roma, 23 de diciembre de 1903
Estimado señor Kappus:
No ha de quedar sin mi saludo, ahora que llegan las Navidades, y que en medio de
tantas fiestas debe pesarle su soledad más aún que de costumbre. Pero si siente que esta
soledad es grande, alégrese. Pues -así ha de preguntárselo a sí mismo- ¿que sería una
soledad que no tuviera su grandeza? Sólo hay una soledad. Es grande y difícil de
soportar. Y casi a todos nos llegan horas en que de buen grado la cederíamos a trueque
de cualquier convivencia. Por muy trivial y mezquina que fuere. Hasta por la mera
ilusión de una ínfima coincidencia con cualquier otro ser. Con el primero que se
presente, aunque resulte tal vez el menos digno. Mas acaso sean éstas, precisamente, las
horas en que la soledad crece, pues su desarrollo es doloroso como el crecimiento de los
niños y triste como el comienzo de la primavera. Ello, sin embargo, no debe
desconcertarle, pues lo único que por cierto hace falta es esto: Soledad, grande, íntima
soledad. Adentrarse en sí mismo, y, durante horas y horas, no encontrar a nadie... Esto
es lo que importa saber conseguir. Estar solos como estuvimos solos cuando niños,
mientras en derredor nuestro iban los mayores de un lado para otro, enredados en cosas
que parecían importantes y grandes, sólo porque ellos se mostraban atareados, y porque
nosotros nada entendíamos de sus quehaceres.
Ahora bien: si un día se acaba por descubrir cuán pobres son sus ocupaciones, y se echa
de ver que sus profesiones están yertas y faltas ya de todo nexo con la vida, ¿por qué no
seguir entonces mirando todo eso con los ojos de la infancia, como si fuese algo
extraño? ¿Por qué no mirarlo todo desde la profundidad de nuestro propio mundo, desde
las extensas regiones de nuestra propia soledad, que es también trabajo y dignidad y
oficio? ¿Por qué empeñarse en querer cambiar el sabio no-entender del niño por un
espíritu constantemente en guardia y lleno de desprecio frente a los demás, ya que no
comprender es estar solo, mientras defenderse y despreciar equivale a tomar parte en
aquello de lo cual uno quiere precisamente desligarse por tales medios?
Piense, muy estimado señor, en el mundo que lleva en sí mismo, y dé a este pensar el
nombre que guste. Así sea recuerdo de la propia infancia, o anhelo del propio porvenir.
Sobre todo, permanezca siempre atento a cuanto se alce en su alma, y póngalo por
encima de todo lo que perciba en torno suyo. Siempre ha de merecer todo su amor
cuanto acontezca en lo más íntimo de su ser. En ello debe usted laborar de algún modo,
y no perder demasiado tiempo ni demasiado ánimo en esclarecer su posición frente a sus
semejantes. ¿Hay acaso quien pueda asegurarle que usted tiene siquiera posición
alguna?
Ya sé, su carrera 9
es para usted dura y llena de cosas que se hallan en contradicción con
su modo de ser. Yo preveía su queja y sabía que no dejaría de llegar. Ahora que ha
llegado, no sé cómo aquietarla. Sólo puedo aconsejarle que considere si todas las
profesiones no son también así: llenas de exigencias y de hostilidad para cada individuo
y, en cierto modo, saturadas del odio de cuantos se han conformado, mudos y huraños
en su sordo rencor, con el cumplimiento de un deber insulso y gris, falto de toda
ilusión... 10 La posición en que ha de vivir ahora no se halla más gravada de
convencionalismos, prejuicios y errores, que cualquier otro estado. Si bien hay algunos
que hacen alarde de mayor libertad, no existe de veras ninguno que por dentro sea
desahogado y amplio, y tenga relación con las grandes cosas en que consiste la
verdadera vida. Únicamente el hombre solitario está sometido, cual una cosa, a las leyes
profundas de la naturaleza. Y cuando uno sale al encuentro de la naciente mañana, o con
su mirada penetra en la noche preñada de aconteceres, sintiendo cuanto ahí acaece,
entonces despréndese de él, cual de un muerto, toda condición, aunque él se halle en
medio del más puro vivir.
Lo que usted, muy estimado señor Kappus, ha de sentir ahora como militar, lo habría
sentido de modo parecido en cualquier otra carrera. Y aun cuando, fuera de todo cargo y
empleo, hubiese procurado mantener con la sociedad tan sólo una tenue forma de
contacto, que dejase a salvo su independencia, no por eso le habría sido ahorrado el
sentirse cohibido. En todas partes ocurre lo mismo, pero esto no ha de ser motivo para
sentir angustia ni tristeza. Si no hay nada de común entre usted y los hombres, procure
vivir cerca de las cosas. Ellas no le abandonarán. Aun hay noches y vientos que van por
entre los árboles y por encima de muchas tierras. Aun, en cosas y animales, está todo
lleno de acaeceres que usted puede compartir. Y también los niños siguen siendo
todavía como usted fue de niño: tan tristes y tan felices. En cuanto usted piense en su
propia infancia, volverá a vivir entre ellos, entre los niños solitarios. Y entonces las
personas mayores ya no significarán nada, ni tendrá valor alguno toda su dignidad.
Si le angustia y le tortura el pensar en la infancia, en la sencillez y quietud que con ella
van enlazadas -porque usted ya no sabe creer en Dios, que está presente en todo ello-,
pregúntese entonces a sí mismo, querido amigo, si es que de veras ha perdido a Dios.
¿No será más cierto que nunca lo ha poseído aún? Pues ¿cuándo habría podido ser?
¿Cree usted que un niño pueda tenerle a Él, a quien sólo con gran esfuerzo logran llevar
los que ya son hombres, y cuyo peso doblega a los ancianos? ¿Cree usted que si alguien
lo poseyera de verdad, podría jamás perderle como se pierde una piedrecita? ¿No le
parece mas bien, como a mí, que quien lo poseyese, ya sólo podría ser perdido por Él?...
Ahora bien: si usted reconoce que Él nunca se halló en su infancia, y que antes tampoco
fue; si llega a sospechar que Cristo fue deslumbrado por su inmenso anhelo, y Mahoma
engañado por su gran orgullo; si con espanto siente que tampoco ahora está presente, en
este mismo instante en que de Él estamos hablando, ¿con qué derecho pretende entonces
echarlo de menos, a Él que nunca fue, como a un ser que hubiese pasado y
desaparecido? ¿Y qué le autoriza a buscarlo como si se hubiera perdido? ¿Por qué no
piensa más bien que Él es Aquél que aun ha de venir, el que desde hace una eternidad
está por llegar: El Venidero 11, fruto supremo de un árbol cuyas hojas somos nosotros?
¿Qué le impide proyectar Su nacimiento hacia los tiempos por venir? Y ¿qué le priva de
vivir su propia vida, como se vive un día doloroso y bello en la larga historia de una
magna preñez? ¿No ve cómo todo cuanto acontece es siempre un comienzo? Y ¿no
podría ser esto el principio de Él, ya que todo comenzar es en sí tan bello? Si Él es El
Más Perfecto, ¿no ha de precederle forzosamente algo menos grande, para que Él pueda
elegir su propio ser de entre la plenitud y la abundancia? ¿No debe Él ser El Último,
para poder abarcarlo todo en sí mismo? ¿Qué sentido tendría nuestra existencia si Aquél
a quien anhelamos hubiera sido ya?...
Así como las abejas liban y juntan la miel también nosotros extraemos de todo lo más
dulce para edificarlo a Él. Podemos iniciarlo también con lo ínfimo. Con lo que menos
presencia tenga: siempre que suceda por amor. Con el trabajo y luego con el reposo.
Con un silencio. Con una pequeña y solitaria alegría. Con todo cuanto realicemos solos,
sin partícipes ni seguidores, iniciamos a Aquél que no alcanzaremos a conocer, como
tampoco nuestros antepasados pudieron conocernos a nosotros. Sin embargo, esos que
hace tanto tiempo pasaron, están aún dentro de nosotros. Como depósito, herencia y
fundamento. Como carga que pesa sobre nuestro destino. Como sangre que bulle, y
como ademán que se alza desde las profundidades del tiempo. ¿Hay algo que logre
arrebatarle la esperanza de llegar algún día a estar del mismo modo en Él, que es El Más
Lejano, El Supremo?...
Celebre, estimado señor Kappus, las Navidades con el piadoso sentimiento de que Él,
para poder empezar, necesite tal vez de esta misma angustia que usted abriga frente a la
vida. Precisamente estos días de transición son quizás la época en que todo en usted
labora para moldearle a Él, como también antes, cuando niño, trabajó ya, anhelante, en
darle forma. Tenga paciencia y serenidad. Y piense que lo menos que podemos hacer es
no ponerle nosotros más trabas a su desarrollo que la tierra a la primavera, cuando ésta
quiere llegar. ¡Quede contento y confiado!
Su
Rainer Maria Rilke
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"Ser como un verso volando
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
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- Mensaje n°19
Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)
... una exposición preciosa, que se agradece, cómo no, cómo no, María ... Abrazo fuerte. a. justel/Orión
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- Mensaje n°20
Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)
Gracias, amigo Orión, por tu comentario!
Rainer Maria Rilke es un gran escritor!
Besos
Maria Lua
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Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)
VII
Roma, 14 de mayo de 1904
Muy estimado señor Kappus:
Ha pasado mucho tiempo desde que recibí su última carta. No me lo tome a mal:
primero el trabajo, luego los contratiempos, y por último mis dolencias estuvieron
retrayéndome una vez y otra de darle esta respuesta, que -tal era mi deseo- había de
llegarle como fruto de unos días apacibles y buenos. Ahora vuelvo a encontrarme un
tanto mejor: también aquí se hizo sentir duramente el comienzo de la primavera con sus
malignas y caprichosas variaciones. Así llego por fin a saludarle, estimado señor
Kappus, y a decirle con sumo gusto, de todo corazón y como yo mejor sepa, esto y
aquello en contestación a su carta. Ya ve: he copiado su soneto por hallarlo bello y
sencillo, y porque está compuesto con tan recatado primor. Son éstos los mejores versos
suyos que me ha sido dado leer. Ahora le entrego la copia que de ellos hice, porque sé
cuánta importancia tiene y qué caudal de nuevas experiencias nos descubre el volver a
encontrar un trabajo propio, escrito con letra ajena. Lea estos versos como si fueran de
otro, y sentirá en lo más hondo del alma cuán suyos son. 12
Ha sido para mí una gran alegría el leer a menudo su soneto y su carta. Por ambas cosas
le doy las gracias. No debe dejarse desviar en su soledad porque haya en usted algo que
ansíe evadirse de ella. Precisamente este deseo, si usted sabe aprovecharlo con
serenidad y dominio, sirviéndose de él como de un instrumento, le ayudará a ensanchar
su soledad en dilatado campo. La gente, valiéndose de criterios convencionales, lo tiene
todo resuelto, inclinándose siempre hacia lo más fácil, y buscando aún el lado más fácil
de lo fácil. Pero está claro que nuestro deber es atenernos a lo que es arduo y difícil.
Todo cuanto vive se atiene a ello. Todo en la naturaleza crece y lucha a su manera y
constituye por sí mismo algo propio, procurando serlo a toda costa y en contra de todo
lo que se le oponga. Poca cosa sabemos. Pero que siempre debemos atenernos a lo
difícil es una certeza que nunca nos abandonará. Es bueno estar solo, porque también la
soledad resulta difícil. Y el que algo sea difícil debe ser para nosotros un motivo más
para hacerlo.
También es bueno amar, pues el amor es cosa difícil. El amor de un ser humano hacia
otro: esto es quizás lo más difícil que nos haya sido encomendado. Lo último, la prueba
suprema, la tarea final, ante la cual todas las demás tareas no son sino preparación. Por
eso no saben ni pueden amar aún los jóvenes, que en todo son principiantes. Han de
aprenderlo. Con todo su ser, con todas sus fuerzas reunidas en torno a su corazón
solitario y angustiado, que palpita alborotadamente, deben aprender a amar. Pero todo
aprendizaje es siempre un largo período de retiro y clausura. Así, el amor es por mucho
tiempo y hasta muy lejos dentro de la vida, soledad, aislamiento crecido y ahondado
para el que ama. Amar no es, en un principio, nada que pueda significar absorberse en
otro ser, ni entregarse y unirse a él. Pues, ¿qué sería una unión entre seres inacabados,
faltos de luz y de libertad? Amar es más bien una oportunidad, un motivo sublime, que
se ofrece a cada individuo para madurar y llegar a ser algo en sí mismo; para volverse
mundo, todo un mundo, por amor a otro. Es una gran exigencia, un reto, una demanda
ambiciosa, que se le presenta y le requiere; algo que lo elige y lo llama para cumplir con
un amplio y trascendental cometido. Sólo en este sentido, es decir, tomándolo como
deber y tarea para forjarse a sí mismo "escuchando y martilleando día y noche", es
como los jóvenes deberían valerse del amor que les es dado. Ni el absorberse
mutuamente, ni el entregarse, ni cualquier otra forma de unión, son cosas hechas para
ellos, que por mucho tiempo aún, han de acopiar y ahorrar. Pues todo eso es la meta
final. Lo último que se pueda alcanzar. Es tal vez aquello para lo cual, por ahora, resulta
apenas suficiente la vida de los hombres.
Pero en esto yerran los jóvenes tan a menudo y tan gravemente. Ellos, en cuya
naturaleza está el no tener paciencia, se arrojan y se entregan, unos en brazos de otros,
cuando les sobrecoge el amor. Se prodigan y desparraman tal como son, aun sin
desbrozar, con todo su desorden y su confusión... Mas ¿qué ha de suceder luego? Qué
ha de hacer la vida con ese montón de afanes truncos, que ellos llaman su convivir, su
unión, y que, de ser posible, desearían poder llamar su felicidad, y aún más: ¡su
porvenir! Ahí se pierde cada cual a sí mismo por amor al otro. Pierde igualmente al otro,
y a muchos más que aun habían de llegar. Pierde también un sin fin de horizontes y de
posibilidades, trocando el flujo y reflujo de posibilidades de sutil presentimiento por un
estéril desconcierto, del cual ya nada puede brotar. Nada sino un poco de hastío,
desencanto y miseria, y el buscar tal vez la salvación en alguno de los múltiples
convencionalismos que, cual refugios abiertos a todo el mundo, dispuestos están en gran
número al borde de este peligrosísimo camino. Ninguna región del humano sentir se
halla tan provista de convencionalismos como ésta. Ahí hay salvavidas de variadísima
invención: botes, vejigas, flotadores... Recursos y medios de escape de toda laya supo
crear la sociedad, ya que por hallarse predispuesta a tomar la vida amorosa como mero
placer, tuvo también que hacerla fácil, barata, segura y sin riesgos, como suelen ser las
diversiones públicas.
Por cierto, muchos jóvenes que aman de un modo falso, es decir, haciendo del amor una
simple entrega y rehuyendo la soledad -nunca llegará a más el promedio de los
hombres-, sienten el peso de su falta, y también a este trance en que han venido a
encontrarse, quieren infundirle vida y fecundidad de una manera propia y personal. Pues
su naturaleza les revela que las cuestiones de amor, menos aun que cualquier otra cosa
de importancia, jamás pueden ser dirimidas por algún procedimiento de carácter
público, de conformidad con tal o cual convenio. Que son asuntos privativos de cada
cual y deben resolverse de modo individual, de ser a ser, precisándose en cada caso de
una solución exclusivamente personal. Pero ¿cómo ha de ser posible que ellos, quienes
al juntarse se han despeñado y hundido en una misma confusión, dejando de deslindarse
y de distinguirse el uno del otro, y no poseyendo, por tanto, nada propio ya, acierten a
dar con alguna salida, por sí mismos, desde el abismo de su derrumbada soledad?
Obran en virtud de un común desamparo y, cuando luego quieren, con la mejor
voluntad, rehuir algún convencionalismo notorio -por ejemplo el matrimonio-, caen en
las tenazas de otra solución convencional, tal vez menos manifiesta, pero igualmente
mortal. Pues ahí -dentro de un amplio ámbito en derredor suyo- todo es convención.
Allí donde se obre al impulso de una confluencia prematura y de un turbio convivir,
cualquier lazo que derive de tal desorden tiene su convencionalismo, por muy insólito
que parezca; es decir: aunque resulte "inmoral" en el sentido corriente de la palabra.
Hasta la separación viene a ser un paso convencional, una decisión nacida del azar,
impersonal y sin fuerza ni fruto.
Quien seriamente repare en ello, descubre que, como para la muerte, que es cosa difícil,
tampoco para el arduo cometido del amor se han hallado aún ni luz ni solución, ni señal
ni camino. Para esas dos tareas -amor y muerte, que veladas y ocultas llevamos dentro,
y que retransmitimos a otros sin descorrer el velo que las recubre- no se podrá dar con
ninguna regla común que se funde en algún convenio. Pero en la misma medida en que
iniciemos nuestros intentos de vivir cada cual como un ser independiente, esos magnos
asuntos nos encontrarán, a cada uno de nosotros, más próximos a ellos. Las exigencias
que la difícil tarea del amor presenta a nuestro desarrollo, son de inmensa magnitud.
Nosotros, como principiantes, no estamos a su altura. Pero si a pesar de todo sabemos
perseverar y llevamos este amor a cuestas, como carga y aprendizaje, en lugar de
perdernos en ese juego fácil y frívolo, tras del cual los hombres se han escondido para
eludir cuanto hay de más serio y de más grave en su existencia, entonces, un pequeño
progreso y algún alivio serán tal vez perceptibles para aquellos que lleguen largo tiempo
después de nosotros. Y esto ya sería mucho...
Es que apenas ahora empezamos a considerar las relaciones entre un individuo y otro,
sin prejuicios y de manera objetiva. Los intentos que vamos realizando a fin de vivir
tales relaciones nada tienen ante sí que les pueda servir de ejemplo. Sin embargo, se dan
ya en el correr y mudar del tiempo muchas cosas que quieren acudir en auxilio de
nuestro tímido principiar.
La mujer, en su propio desenvolvimiento más reciente, sólo por algún tiempo y de
modo pasajero imitará los hábitos y modales masculinos, buenos y malos, ejerciendo a
su vez las profesiones generalmente reservadas al hombre. Tras la incertidumbre de
tales etapas transitorias, quedará de manifiesto que si las mujeres han pasado por la gran
variedad y la continua mudanza de esos disfraces a menudo risibles, fue tan sólo para
poder depurar su modo de ser peculiarísimo, y limpiarlo de las influencias deformadoras
del otro sexo. Por cierto, las mujeres, en quienes la vida se detiene, permanece y mora
de una manera más inmediata, más fecunda, más confiada, deben de haberse hecho
seres más maduros y más humanos que el hombre. Éste, además de liviano -por no
obligarlo el peso de ningún fruto de sus entrañas a descender bajo la superficie de la
vida- es también engreído, presuroso, atropellado, y menosprecia en realidad lo que cree
amar... Esta más honda humanidad de la mujer, consumada entre sufrimientos y
humillaciones, saldrá a la luz y llegará a resplandecer cuando en las mudanzas y
transformaciones de su condición externa se haya desprendido y librado de los
convencionalismos añejos a lo meramente femenino. Los hombres, que no presienten
aún su advenimiento, quedarán sorprendidos y vencidos. Llegará un día que indudables
signos precursores anuncian ya de modo elocuente y brillante, sobre todo en los países
nórdicos, en que aparecerá la mujer cuyo nombre ya no significará sólo algo opuesto al
hombre, sino algo propio, independiente. Nada que haga pensar en complemento ni en
límite, sino tan sólo en vida y en ser: el Humano femenino...
Tal progreso -al principio muy en contra de la voluntad de los hombres, que se verán
rebasados y superados- transformará de modo radical la vida amorosa, ahora llena de
errores, y la convertirá en una relación tal, que se entenderá de ser humano a ser
humano y ya no de varón a hembra. Este amor más humano, que se consumará con
delicadeza y dulzura infinitas -imperando luz y bondad, así en el unirse como en el
desligarse- se asemejará al que vamos preparando entre luchas y penosos esfuerzos: el
amor que consista en que dos soledades se protejan, se deslinden y se saluden
mutuamente...
Además, esto: no crea que se haya perdido aquel gran amor que le fue encomendado
antaño, cuando aun era niño. ¿Acaso puede afirmar usted que no maduraron entonces en
su corazón, grandes y buenos anhelos, y propósitos de los que aun hoy sigue viviendo?
Yo creo que ese amor perdura tan fuerte y poderoso en su recuerdo, porque fue su
primer aislamiento profundo. Y también la primera labor que realizó en aras de su vida.
¡Todos mis buenos deseos para usted, querido señor Kappus!
Su
Rainer Maria Rilke
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Roma, 14 de mayo de 1904
Muy estimado señor Kappus:
Ha pasado mucho tiempo desde que recibí su última carta. No me lo tome a mal:
primero el trabajo, luego los contratiempos, y por último mis dolencias estuvieron
retrayéndome una vez y otra de darle esta respuesta, que -tal era mi deseo- había de
llegarle como fruto de unos días apacibles y buenos. Ahora vuelvo a encontrarme un
tanto mejor: también aquí se hizo sentir duramente el comienzo de la primavera con sus
malignas y caprichosas variaciones. Así llego por fin a saludarle, estimado señor
Kappus, y a decirle con sumo gusto, de todo corazón y como yo mejor sepa, esto y
aquello en contestación a su carta. Ya ve: he copiado su soneto por hallarlo bello y
sencillo, y porque está compuesto con tan recatado primor. Son éstos los mejores versos
suyos que me ha sido dado leer. Ahora le entrego la copia que de ellos hice, porque sé
cuánta importancia tiene y qué caudal de nuevas experiencias nos descubre el volver a
encontrar un trabajo propio, escrito con letra ajena. Lea estos versos como si fueran de
otro, y sentirá en lo más hondo del alma cuán suyos son. 12
Ha sido para mí una gran alegría el leer a menudo su soneto y su carta. Por ambas cosas
le doy las gracias. No debe dejarse desviar en su soledad porque haya en usted algo que
ansíe evadirse de ella. Precisamente este deseo, si usted sabe aprovecharlo con
serenidad y dominio, sirviéndose de él como de un instrumento, le ayudará a ensanchar
su soledad en dilatado campo. La gente, valiéndose de criterios convencionales, lo tiene
todo resuelto, inclinándose siempre hacia lo más fácil, y buscando aún el lado más fácil
de lo fácil. Pero está claro que nuestro deber es atenernos a lo que es arduo y difícil.
Todo cuanto vive se atiene a ello. Todo en la naturaleza crece y lucha a su manera y
constituye por sí mismo algo propio, procurando serlo a toda costa y en contra de todo
lo que se le oponga. Poca cosa sabemos. Pero que siempre debemos atenernos a lo
difícil es una certeza que nunca nos abandonará. Es bueno estar solo, porque también la
soledad resulta difícil. Y el que algo sea difícil debe ser para nosotros un motivo más
para hacerlo.
También es bueno amar, pues el amor es cosa difícil. El amor de un ser humano hacia
otro: esto es quizás lo más difícil que nos haya sido encomendado. Lo último, la prueba
suprema, la tarea final, ante la cual todas las demás tareas no son sino preparación. Por
eso no saben ni pueden amar aún los jóvenes, que en todo son principiantes. Han de
aprenderlo. Con todo su ser, con todas sus fuerzas reunidas en torno a su corazón
solitario y angustiado, que palpita alborotadamente, deben aprender a amar. Pero todo
aprendizaje es siempre un largo período de retiro y clausura. Así, el amor es por mucho
tiempo y hasta muy lejos dentro de la vida, soledad, aislamiento crecido y ahondado
para el que ama. Amar no es, en un principio, nada que pueda significar absorberse en
otro ser, ni entregarse y unirse a él. Pues, ¿qué sería una unión entre seres inacabados,
faltos de luz y de libertad? Amar es más bien una oportunidad, un motivo sublime, que
se ofrece a cada individuo para madurar y llegar a ser algo en sí mismo; para volverse
mundo, todo un mundo, por amor a otro. Es una gran exigencia, un reto, una demanda
ambiciosa, que se le presenta y le requiere; algo que lo elige y lo llama para cumplir con
un amplio y trascendental cometido. Sólo en este sentido, es decir, tomándolo como
deber y tarea para forjarse a sí mismo "escuchando y martilleando día y noche", es
como los jóvenes deberían valerse del amor que les es dado. Ni el absorberse
mutuamente, ni el entregarse, ni cualquier otra forma de unión, son cosas hechas para
ellos, que por mucho tiempo aún, han de acopiar y ahorrar. Pues todo eso es la meta
final. Lo último que se pueda alcanzar. Es tal vez aquello para lo cual, por ahora, resulta
apenas suficiente la vida de los hombres.
Pero en esto yerran los jóvenes tan a menudo y tan gravemente. Ellos, en cuya
naturaleza está el no tener paciencia, se arrojan y se entregan, unos en brazos de otros,
cuando les sobrecoge el amor. Se prodigan y desparraman tal como son, aun sin
desbrozar, con todo su desorden y su confusión... Mas ¿qué ha de suceder luego? Qué
ha de hacer la vida con ese montón de afanes truncos, que ellos llaman su convivir, su
unión, y que, de ser posible, desearían poder llamar su felicidad, y aún más: ¡su
porvenir! Ahí se pierde cada cual a sí mismo por amor al otro. Pierde igualmente al otro,
y a muchos más que aun habían de llegar. Pierde también un sin fin de horizontes y de
posibilidades, trocando el flujo y reflujo de posibilidades de sutil presentimiento por un
estéril desconcierto, del cual ya nada puede brotar. Nada sino un poco de hastío,
desencanto y miseria, y el buscar tal vez la salvación en alguno de los múltiples
convencionalismos que, cual refugios abiertos a todo el mundo, dispuestos están en gran
número al borde de este peligrosísimo camino. Ninguna región del humano sentir se
halla tan provista de convencionalismos como ésta. Ahí hay salvavidas de variadísima
invención: botes, vejigas, flotadores... Recursos y medios de escape de toda laya supo
crear la sociedad, ya que por hallarse predispuesta a tomar la vida amorosa como mero
placer, tuvo también que hacerla fácil, barata, segura y sin riesgos, como suelen ser las
diversiones públicas.
Por cierto, muchos jóvenes que aman de un modo falso, es decir, haciendo del amor una
simple entrega y rehuyendo la soledad -nunca llegará a más el promedio de los
hombres-, sienten el peso de su falta, y también a este trance en que han venido a
encontrarse, quieren infundirle vida y fecundidad de una manera propia y personal. Pues
su naturaleza les revela que las cuestiones de amor, menos aun que cualquier otra cosa
de importancia, jamás pueden ser dirimidas por algún procedimiento de carácter
público, de conformidad con tal o cual convenio. Que son asuntos privativos de cada
cual y deben resolverse de modo individual, de ser a ser, precisándose en cada caso de
una solución exclusivamente personal. Pero ¿cómo ha de ser posible que ellos, quienes
al juntarse se han despeñado y hundido en una misma confusión, dejando de deslindarse
y de distinguirse el uno del otro, y no poseyendo, por tanto, nada propio ya, acierten a
dar con alguna salida, por sí mismos, desde el abismo de su derrumbada soledad?
Obran en virtud de un común desamparo y, cuando luego quieren, con la mejor
voluntad, rehuir algún convencionalismo notorio -por ejemplo el matrimonio-, caen en
las tenazas de otra solución convencional, tal vez menos manifiesta, pero igualmente
mortal. Pues ahí -dentro de un amplio ámbito en derredor suyo- todo es convención.
Allí donde se obre al impulso de una confluencia prematura y de un turbio convivir,
cualquier lazo que derive de tal desorden tiene su convencionalismo, por muy insólito
que parezca; es decir: aunque resulte "inmoral" en el sentido corriente de la palabra.
Hasta la separación viene a ser un paso convencional, una decisión nacida del azar,
impersonal y sin fuerza ni fruto.
Quien seriamente repare en ello, descubre que, como para la muerte, que es cosa difícil,
tampoco para el arduo cometido del amor se han hallado aún ni luz ni solución, ni señal
ni camino. Para esas dos tareas -amor y muerte, que veladas y ocultas llevamos dentro,
y que retransmitimos a otros sin descorrer el velo que las recubre- no se podrá dar con
ninguna regla común que se funde en algún convenio. Pero en la misma medida en que
iniciemos nuestros intentos de vivir cada cual como un ser independiente, esos magnos
asuntos nos encontrarán, a cada uno de nosotros, más próximos a ellos. Las exigencias
que la difícil tarea del amor presenta a nuestro desarrollo, son de inmensa magnitud.
Nosotros, como principiantes, no estamos a su altura. Pero si a pesar de todo sabemos
perseverar y llevamos este amor a cuestas, como carga y aprendizaje, en lugar de
perdernos en ese juego fácil y frívolo, tras del cual los hombres se han escondido para
eludir cuanto hay de más serio y de más grave en su existencia, entonces, un pequeño
progreso y algún alivio serán tal vez perceptibles para aquellos que lleguen largo tiempo
después de nosotros. Y esto ya sería mucho...
Es que apenas ahora empezamos a considerar las relaciones entre un individuo y otro,
sin prejuicios y de manera objetiva. Los intentos que vamos realizando a fin de vivir
tales relaciones nada tienen ante sí que les pueda servir de ejemplo. Sin embargo, se dan
ya en el correr y mudar del tiempo muchas cosas que quieren acudir en auxilio de
nuestro tímido principiar.
La mujer, en su propio desenvolvimiento más reciente, sólo por algún tiempo y de
modo pasajero imitará los hábitos y modales masculinos, buenos y malos, ejerciendo a
su vez las profesiones generalmente reservadas al hombre. Tras la incertidumbre de
tales etapas transitorias, quedará de manifiesto que si las mujeres han pasado por la gran
variedad y la continua mudanza de esos disfraces a menudo risibles, fue tan sólo para
poder depurar su modo de ser peculiarísimo, y limpiarlo de las influencias deformadoras
del otro sexo. Por cierto, las mujeres, en quienes la vida se detiene, permanece y mora
de una manera más inmediata, más fecunda, más confiada, deben de haberse hecho
seres más maduros y más humanos que el hombre. Éste, además de liviano -por no
obligarlo el peso de ningún fruto de sus entrañas a descender bajo la superficie de la
vida- es también engreído, presuroso, atropellado, y menosprecia en realidad lo que cree
amar... Esta más honda humanidad de la mujer, consumada entre sufrimientos y
humillaciones, saldrá a la luz y llegará a resplandecer cuando en las mudanzas y
transformaciones de su condición externa se haya desprendido y librado de los
convencionalismos añejos a lo meramente femenino. Los hombres, que no presienten
aún su advenimiento, quedarán sorprendidos y vencidos. Llegará un día que indudables
signos precursores anuncian ya de modo elocuente y brillante, sobre todo en los países
nórdicos, en que aparecerá la mujer cuyo nombre ya no significará sólo algo opuesto al
hombre, sino algo propio, independiente. Nada que haga pensar en complemento ni en
límite, sino tan sólo en vida y en ser: el Humano femenino...
Tal progreso -al principio muy en contra de la voluntad de los hombres, que se verán
rebasados y superados- transformará de modo radical la vida amorosa, ahora llena de
errores, y la convertirá en una relación tal, que se entenderá de ser humano a ser
humano y ya no de varón a hembra. Este amor más humano, que se consumará con
delicadeza y dulzura infinitas -imperando luz y bondad, así en el unirse como en el
desligarse- se asemejará al que vamos preparando entre luchas y penosos esfuerzos: el
amor que consista en que dos soledades se protejan, se deslinden y se saluden
mutuamente...
Además, esto: no crea que se haya perdido aquel gran amor que le fue encomendado
antaño, cuando aun era niño. ¿Acaso puede afirmar usted que no maduraron entonces en
su corazón, grandes y buenos anhelos, y propósitos de los que aun hoy sigue viviendo?
Yo creo que ese amor perdura tan fuerte y poderoso en su recuerdo, porque fue su
primer aislamiento profundo. Y también la primera labor que realizó en aras de su vida.
¡Todos mis buenos deseos para usted, querido señor Kappus!
Su
Rainer Maria Rilke
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"Ser como un verso volando
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
(Hánjel)
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
(Hánjel)
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Maria Lua- Administrador-Moderador
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- Mensaje n°22
Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)
VIII
Borgeby Gard, Fladie (Suecia), 12 de agosto de 1904
Quiero volver a hablarle un rato, querido señor Kappus, aunque yo casi nada sepa
decirle que pueda procurarle algún alivio. Ni siquiera algo que alcance a serle útil.
Usted ha tenido muchas y grandes tristezas, que ya pasaron, y me dice que incluso el
paso de esas tristezas fue para usted duro y motivo de desazón. Pero yo le ruego que
considere si ellas no han pasado más bien por en medio de su vida misma. Si en usted
no se transformaron muchas cosas. Y si, mientras estaba triste, no cambió en alguna
parte -en cualquier parte- de su ser. Malas y peligrosas son tan sólo aquellas tristezas
que uno lleva entre la gente para sofocarlas. Cual enfermedades tratadas de manera
superficial y torpe suelen eclipsarse para reaparecer tras breve pausa, y hacen erupción
con mayor violencia. Se acumulan dentro del alma y son vida. Pero vida no vivida,
despreciada, perdida, por cuya causa se puede llegar a morir.
Si nos fuese posible ver más allá de cuanto alcanza y abarca nuestro saber, y hasta un
poco más allá de las avanzadillas de nuestro sentir, tal vez sobrellevaríamos entonces
nuestras tristezas más confiadamente que nuestras alegrías. Pues son ésos los momentos
en que algo nuevo, algo desconocido, entra en nosotros. Nuestros sentidos enmudecen,
encogidos, espantados. Todo en nosotros se repliega. Surge una pausa llena de silencio,
y lo nuevo, que nadie conoce, se alza en medio de todo ello y calla...
Yo creo que casi todas nuestras tristezas son momentos de tensión que experimentamos
como si se tratara de una parálisis. Porque ya no percibimos el vivir de nuestros sentidos
enajenados, y nos encontramos solos con lo extraño que ha penetrado en nosotros.
Porque se nos arrebata por un instante todo cuanto nos es familiar, habitual. Y porque
nos hallamos en medio de una transición, en la cual no podemos detenernos.
Por eso pasa la tristeza. Lo nuevo que está en nosotros, lo recién llegado, se nos entra en
el corazón, se desliza en su cámara más recóndita, y ya tampoco está allí: está en la
sangre. Y no alcanzamos a saber lo que fue... Sería fácil hacernos creer que no sucedió
nada. Sin embargo nos transformamos como se transforma una casa en la que ha
entrado un huésped. No podemos decir quién ha llegado. Quizás nunca logremos
saberlo. Pero muchos indicios nos revelan que el porvenir entra de ese modo en nuestra
vida para transformarse en nosotros mucho antes de acontecer. Por esto es tan
importante permanecer solitario y alerta cuando se está triste. Pues el instante
aparentemente yerto y sin suceso en que el porvenir nos penetra, se halla mucho más
cerca de la vida que aquel otro momento, ruidoso y accidental, en que el futuro nos
acaece como si proviniese de fuera.
Cuanto más callados, cuanto más pacientes y sinceros sepamos ser en nuestras tristezas,
tanto más profunda y resueltamente se adentra lo nuevo en nosotros. Tanto mejor lo
hacemos nuestro, y con tanto mayor intensidad se convierte en nuestro propio destino.
Así, cuando más tarde surge el día en que lo futuro "acontece" -es decir: cuando al
brotar de dentro de nosotros pasa a los demás-, nos sentimos íntimamente más afines,
más allegados a él. ¡Esto es lo que hace falta! Hace falta -y a eso ha de tender
paulatinamente nuestro desarrollo- que no nos suceda nada extraño, sino tan sólo
aquello que desde mucho tiempo atrás nos pertenezca. ¡Se ha tenido que revisar y
rectificar ya tantos antiguos conceptos acerca de las leyes que rigen el movimiento! Se
aprenderá también a reconocer poco a poco que lo que llamamos destino pasa de dentro
de los hombres a fuera, y no desde fuera hacia dentro. Sólo porque tantos hombres no
supieron asimilar y transformar en su interior, cada cual su propio destino, mientras éste
vivía en ellos, no alcanzaron tampoco a conocer lo que de ellos salía. Les era tan ajeno,
tan extraño, que ellos, llenos de pavor y de confusión, creían que debía de habérseles
entrado en aquel mismo instante en que se percataban de su presencia. Pues hasta
juraban que jamás antes habían descubierto nada parecido en sí mismos. Así como
durante mucho tiempo hubo error acerca del movimiento del sol, sigue aún el engaño
sobre el movimiento de lo venidero. El porvenir está ya fijo, querido señor Kappus, mas
nosotros nos movemos en el espacio infinito. ¡Cómo no habría de resultarnos todo muy
difícil...!
Volviendo a hablar de la soledad, aparece cada vez más claramente que ella no es en
rigor, nada que se pueda tomar o dejar. Y es que somos solitarios. Uno puede querer
engañarse a este respecto y obrar como si no fuese así; esto es todo. ¡Pero cuánto más
vale reconocer que somos efectivamente solitarios, y hasta partir de esta base! Así, por
cierto, ocurrirá que sintamos vértigo, pues nos vemos privados de todos los puntos de
referencia en que solía descansar nuestra vista. Ya no hay nada cercano. Y todo lo que
es lejano está infinitamente lejos. Quien fuera llevado, casi sin preparación ni transición
alguna, desde su aposento a la cúspide de una gran montaña, tendría que experimentar
algo semejante. Se sentiría casi anonadado por una inseguridad sin igual y por el verse
abandonado al capricho de algo que no tiene nombre. Le parecería estar cayendo, o se
creería lanzado al espacio, o bien estallando en mil pedazos. ¡Qué enorme mentira
debería inventar entonces su cerebro para alcanzar a recuperar el anterior estado de sus
sentidos y devolverles su serenidad! Así se transforman, para quien se vuelva solitario,
todas las distancias, todas las medidas. Muchos de estos cambios se producen de un
modo repentino, brusco. Y, al igual que en aquel hombre transportado a la cima de una
montaña, surgen entonces aprensiones insólitas, sensaciones extrañas, que parecen
rebasar todo lo humanamente soportable. Pero es necesario que también esto lo
vivamos. Debemos aceptar y asumir nuestra existencia del modo más amplio posible.
Todo, incluso lo inaudito, ha de ser viable en ella. Este es, en realidad, el único valor
que se nos pide y exige: tener ánimo ante las cosas más extrañas, más portentosas y más
inexplicables, que nos puedan acaecer.
El que los hombres hayan sido cobardes en este terreno ha causado infinito daño a la
vida. Los sucesos a los que se da el nombre de "fenómenos" o de "apariciones", el
llamado "mundo espectral" 13, la muerte, todas esas cosas que nos son tan afines, han
sido de tal modo desalojadas de la vida por el diario afán de defenderse de ellas, que los
sentidos con que podríamos aprehenderlas se han atrofiado -¡y de Dios, ni hablar! Mas
el miedo ante lo inexplicable no sólo ha empobrecido la existencia del individuo.
También las relaciones de ser a ser han quedado cercenadas por él. Valga el símil, han
sido descuajadas del cauce de un río caudaloso en posibilidades infinitas, para ser
llevadas a un lugar yermo de la ribera, donde nada sucede. Pues no sólo por desidia se
repiten las relaciones humanas con tan indecible monotonía y sin renovación alguna de
un caso a otro, sino también por temor y recelo ante cualquier vivencia nueva y de
imprevisible trascendencia, que uno cree superior a sus fuerzas. Pero sólo quien esté
apercibido para todo, sólo quien no excluya nada de su existencia -ni siquiera lo que sea
enigmático y misterioso- logrará sentir hondamente sus relaciones con otro ser como
algo vivo. Sólo él estará en condiciones de apurar por sí mismo su propia vida. Pues en
cuanto consideramos la existencia de cada individuo como una habitación mayor o
menor, queda de manifiesto que los más sólo llegan a conocer apenas un rincón de su
aposento. Un sitio junto a la ventana. O bien alguna estrecha faja del entarimado, que
van y vienen recorriendo de un lado para otro. Así disfrutan de alguna seguridad...
Sin embargo, ¡cuánto más humana es aquella inseguridad llena de peligros, que, en los
cuentos de Poe, impulsa a los cautivos a palpar las formas de sus horribles mazmorras y
a familiarizarse con los indecibles terrores de su estancia! Pero nosotros no somos
presos. Ni trampas, ni redes, ni lazos, se hallan aparejados en torno nuestro. Ni hay nada
que deba causarnos angustia o darnos tormento. Si hemos sido puestos en medio de la
vida, es por ser éste el elemento al que mejor correspondemos, al que somos más
adecuados.
Además, por obra de una adaptación milenaria, nos hemos vuelto tan
semejantes a esa vida, que cuando permanecemos inmóviles, apenas si -merced a un
feliz mimetismo- se nos puede distinguir de cuanto nos rodea. Ninguna razón tenemos
para recelar y desconfiar del mundo en que vivimos. Si entraña terrores, son nuestros
terrores. Si contiene abismos, estos abismos nos pertenecen. Y si en él hay peligros,
debemos procurar amarlos. Con tal que cuidemos de ordenar y ajustar nuestra vida
conforme a ese principio que nos aconseja atenernos siempre a lo difícil, cuanto ahora
nos parece ser lo más extraño acabara por sernos lo más familiar, lo mas fiel. ¿Cómo
podríamos olvidarnos de aquellos mitos antiguos que presiden el origen de todos los
pueblos, esos mitos de los dragones que en el momento supremo se transforman en
princesas? Quizá sean todos los dragones de nuestra vida, princesas que sólo esperan
vernos alguna vez resplandecientes de belleza y valor. Quizá todo lo terrible no sea, en
realidad, nada sino algo indefenso y desvalido, que nos pide auxilio y amparo...
No debe, pues, azorarse, querido señor Kappus, cuando una tristeza se alce ante usted,
tan grande como nunca vista. Ni cuando alguna inquietud pase cual reflejo de luz, o
como sombra de nubes sobre sus manos y por sobre todo su proceder. Ha de pensar más
bien que algo acontece en usted.
Que la vida no le ha olvidado. Que ella le tiene entre
sus manos y no lo dejará caer. ¿Por qué quiere excluir de su vida toda inquietud, toda
pena, toda tristeza, ignorando -como lo ignora- cuánto laboran y obtan en usted tales
estados de ánimo? ¿Por qué quiere perseguirse a sí mismo, preguntándose de dónde
podrá venir todo eso y a dónde irá a parar? ¡Bien sabe usted que se halla en continua
transición y que nada desearía tanto como transformarse! Si algo de lo que en usted
sucede es enfermizo, tenga en cuenta que la enfermedad es el medio por el cual un
organismo se libra de algo extraño. En tal caso, no hay más que ayudarle a estar
enfermo. A poseer y dominar toda su enfermedad, facilitando su erupción, pues en ello
consiste su progreso. ¡En usted, querido señor Kappus, suceden ahora tantas cosas!...
Debe tener paciencia como un enfermo y confianza como un convaleciente. Pues quizá
sea usted lo uno y lo otro a la vez. Aun más: es usted también el médico que ha de
vigilarse a sí mismo. Pero hay en toda enfermedad muchos días en que el médico nada
puede hacer sino esperar. Esto, sobre todo, es lo que usted debe hacer ahora, mientras
actúe como su propio médico.
No se observe demasiado a sí mismo. Ni saque prematuras conclusiones de cuanto le
suceda. Deje simplemente que todo acontezca como quiera. De otra suerte, harto
fácilmente incurriría en considerar con ánimo lleno de reproches a su propio pasado;
que, desde luego, tiene su parte en todo cuanto ahora le ocurra. Pero lo que sigue
obrando en usted como herencia de los errores y anhelos de su mocedad, no es lo que
ahora recuerda y condena. Las circunstancias anormales de una infancia solitaria y
desamparada son tan difíciles, tan complejas, se hallan expuestas y abandonadas a tantas
influencias y, al mismo tiempo, tan desprendidas de todos los verdaderos vínculos
vitales, que cuando en tales condiciones se desliza un vicio, no se le debe llamar vicio
sin más ni más. 13
¡Hay que ser de todos modos tan cauto, tan prudente, con los
nombres! ¡Es tan frecuente que toda una vida se quiebre y quede rota por el mero
nombre de un crimen! No por la acción misma, personal y sin nombre, que acaso
respondiere a un determinado menester de esa vida, y hubiera podido ser admitida y
absorbida por ella sin esfuerzo alguno. Si el consumir tantas energías le parece grande a
usted, es sólo porque exagera el valor de la victoria. No está en ella lo grande que usted
cree haber realizado, si bien tiene razón en su sentir. Lo grande está en que ahí ya
existió algo que usted pudo poner en lugar de aquel artificioso fraude, algo real y
verdadero. Sin esto, su victoria sólo habría resultado ser una reacción moral, sin
importancia ni sentido, mientras que así ha llegado a formar parte de su vida. (De una
vida, querido señor Kappus, a la que yo dedico tantos pensamientos y buenos deseos).
¿Recuerda usted cómo esta vida, ya desde la misma infancia, suspiró por los "grandes"?
Yo veo cómo ahora, partiendo de los grandes, anhela poder alcanzar a los más grandes.
Precisamente por eso no cesa su vida de ser difícil. Pero por esta misma razón no cesará
de crecer.
Si he de decirle algo más, es esto: no crea que quien ahora está tratando de aliviarlo viva
descansado, sin trabajo ni pena, entre las palabras llanas y calmosas que a veces lo
confortan a usted. También él tiene una vida llena de fatigas y de tristezas, que se queda
muy por debajo de esas palabras. De no ser así, no habría podido hallarlas nunca..
.
Su
Rainer Maria Rilke
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Borgeby Gard, Fladie (Suecia), 12 de agosto de 1904
Quiero volver a hablarle un rato, querido señor Kappus, aunque yo casi nada sepa
decirle que pueda procurarle algún alivio. Ni siquiera algo que alcance a serle útil.
Usted ha tenido muchas y grandes tristezas, que ya pasaron, y me dice que incluso el
paso de esas tristezas fue para usted duro y motivo de desazón. Pero yo le ruego que
considere si ellas no han pasado más bien por en medio de su vida misma. Si en usted
no se transformaron muchas cosas. Y si, mientras estaba triste, no cambió en alguna
parte -en cualquier parte- de su ser. Malas y peligrosas son tan sólo aquellas tristezas
que uno lleva entre la gente para sofocarlas. Cual enfermedades tratadas de manera
superficial y torpe suelen eclipsarse para reaparecer tras breve pausa, y hacen erupción
con mayor violencia. Se acumulan dentro del alma y son vida. Pero vida no vivida,
despreciada, perdida, por cuya causa se puede llegar a morir.
Si nos fuese posible ver más allá de cuanto alcanza y abarca nuestro saber, y hasta un
poco más allá de las avanzadillas de nuestro sentir, tal vez sobrellevaríamos entonces
nuestras tristezas más confiadamente que nuestras alegrías. Pues son ésos los momentos
en que algo nuevo, algo desconocido, entra en nosotros. Nuestros sentidos enmudecen,
encogidos, espantados. Todo en nosotros se repliega. Surge una pausa llena de silencio,
y lo nuevo, que nadie conoce, se alza en medio de todo ello y calla...
Yo creo que casi todas nuestras tristezas son momentos de tensión que experimentamos
como si se tratara de una parálisis. Porque ya no percibimos el vivir de nuestros sentidos
enajenados, y nos encontramos solos con lo extraño que ha penetrado en nosotros.
Porque se nos arrebata por un instante todo cuanto nos es familiar, habitual. Y porque
nos hallamos en medio de una transición, en la cual no podemos detenernos.
Por eso pasa la tristeza. Lo nuevo que está en nosotros, lo recién llegado, se nos entra en
el corazón, se desliza en su cámara más recóndita, y ya tampoco está allí: está en la
sangre. Y no alcanzamos a saber lo que fue... Sería fácil hacernos creer que no sucedió
nada. Sin embargo nos transformamos como se transforma una casa en la que ha
entrado un huésped. No podemos decir quién ha llegado. Quizás nunca logremos
saberlo. Pero muchos indicios nos revelan que el porvenir entra de ese modo en nuestra
vida para transformarse en nosotros mucho antes de acontecer. Por esto es tan
importante permanecer solitario y alerta cuando se está triste. Pues el instante
aparentemente yerto y sin suceso en que el porvenir nos penetra, se halla mucho más
cerca de la vida que aquel otro momento, ruidoso y accidental, en que el futuro nos
acaece como si proviniese de fuera.
Cuanto más callados, cuanto más pacientes y sinceros sepamos ser en nuestras tristezas,
tanto más profunda y resueltamente se adentra lo nuevo en nosotros. Tanto mejor lo
hacemos nuestro, y con tanto mayor intensidad se convierte en nuestro propio destino.
Así, cuando más tarde surge el día en que lo futuro "acontece" -es decir: cuando al
brotar de dentro de nosotros pasa a los demás-, nos sentimos íntimamente más afines,
más allegados a él. ¡Esto es lo que hace falta! Hace falta -y a eso ha de tender
paulatinamente nuestro desarrollo- que no nos suceda nada extraño, sino tan sólo
aquello que desde mucho tiempo atrás nos pertenezca. ¡Se ha tenido que revisar y
rectificar ya tantos antiguos conceptos acerca de las leyes que rigen el movimiento! Se
aprenderá también a reconocer poco a poco que lo que llamamos destino pasa de dentro
de los hombres a fuera, y no desde fuera hacia dentro. Sólo porque tantos hombres no
supieron asimilar y transformar en su interior, cada cual su propio destino, mientras éste
vivía en ellos, no alcanzaron tampoco a conocer lo que de ellos salía. Les era tan ajeno,
tan extraño, que ellos, llenos de pavor y de confusión, creían que debía de habérseles
entrado en aquel mismo instante en que se percataban de su presencia. Pues hasta
juraban que jamás antes habían descubierto nada parecido en sí mismos. Así como
durante mucho tiempo hubo error acerca del movimiento del sol, sigue aún el engaño
sobre el movimiento de lo venidero. El porvenir está ya fijo, querido señor Kappus, mas
nosotros nos movemos en el espacio infinito. ¡Cómo no habría de resultarnos todo muy
difícil...!
Volviendo a hablar de la soledad, aparece cada vez más claramente que ella no es en
rigor, nada que se pueda tomar o dejar. Y es que somos solitarios. Uno puede querer
engañarse a este respecto y obrar como si no fuese así; esto es todo. ¡Pero cuánto más
vale reconocer que somos efectivamente solitarios, y hasta partir de esta base! Así, por
cierto, ocurrirá que sintamos vértigo, pues nos vemos privados de todos los puntos de
referencia en que solía descansar nuestra vista. Ya no hay nada cercano. Y todo lo que
es lejano está infinitamente lejos. Quien fuera llevado, casi sin preparación ni transición
alguna, desde su aposento a la cúspide de una gran montaña, tendría que experimentar
algo semejante. Se sentiría casi anonadado por una inseguridad sin igual y por el verse
abandonado al capricho de algo que no tiene nombre. Le parecería estar cayendo, o se
creería lanzado al espacio, o bien estallando en mil pedazos. ¡Qué enorme mentira
debería inventar entonces su cerebro para alcanzar a recuperar el anterior estado de sus
sentidos y devolverles su serenidad! Así se transforman, para quien se vuelva solitario,
todas las distancias, todas las medidas. Muchos de estos cambios se producen de un
modo repentino, brusco. Y, al igual que en aquel hombre transportado a la cima de una
montaña, surgen entonces aprensiones insólitas, sensaciones extrañas, que parecen
rebasar todo lo humanamente soportable. Pero es necesario que también esto lo
vivamos. Debemos aceptar y asumir nuestra existencia del modo más amplio posible.
Todo, incluso lo inaudito, ha de ser viable en ella. Este es, en realidad, el único valor
que se nos pide y exige: tener ánimo ante las cosas más extrañas, más portentosas y más
inexplicables, que nos puedan acaecer.
El que los hombres hayan sido cobardes en este terreno ha causado infinito daño a la
vida. Los sucesos a los que se da el nombre de "fenómenos" o de "apariciones", el
llamado "mundo espectral" 13, la muerte, todas esas cosas que nos son tan afines, han
sido de tal modo desalojadas de la vida por el diario afán de defenderse de ellas, que los
sentidos con que podríamos aprehenderlas se han atrofiado -¡y de Dios, ni hablar! Mas
el miedo ante lo inexplicable no sólo ha empobrecido la existencia del individuo.
También las relaciones de ser a ser han quedado cercenadas por él. Valga el símil, han
sido descuajadas del cauce de un río caudaloso en posibilidades infinitas, para ser
llevadas a un lugar yermo de la ribera, donde nada sucede. Pues no sólo por desidia se
repiten las relaciones humanas con tan indecible monotonía y sin renovación alguna de
un caso a otro, sino también por temor y recelo ante cualquier vivencia nueva y de
imprevisible trascendencia, que uno cree superior a sus fuerzas. Pero sólo quien esté
apercibido para todo, sólo quien no excluya nada de su existencia -ni siquiera lo que sea
enigmático y misterioso- logrará sentir hondamente sus relaciones con otro ser como
algo vivo. Sólo él estará en condiciones de apurar por sí mismo su propia vida. Pues en
cuanto consideramos la existencia de cada individuo como una habitación mayor o
menor, queda de manifiesto que los más sólo llegan a conocer apenas un rincón de su
aposento. Un sitio junto a la ventana. O bien alguna estrecha faja del entarimado, que
van y vienen recorriendo de un lado para otro. Así disfrutan de alguna seguridad...
Sin embargo, ¡cuánto más humana es aquella inseguridad llena de peligros, que, en los
cuentos de Poe, impulsa a los cautivos a palpar las formas de sus horribles mazmorras y
a familiarizarse con los indecibles terrores de su estancia! Pero nosotros no somos
presos. Ni trampas, ni redes, ni lazos, se hallan aparejados en torno nuestro. Ni hay nada
que deba causarnos angustia o darnos tormento. Si hemos sido puestos en medio de la
vida, es por ser éste el elemento al que mejor correspondemos, al que somos más
adecuados.
Además, por obra de una adaptación milenaria, nos hemos vuelto tan
semejantes a esa vida, que cuando permanecemos inmóviles, apenas si -merced a un
feliz mimetismo- se nos puede distinguir de cuanto nos rodea. Ninguna razón tenemos
para recelar y desconfiar del mundo en que vivimos. Si entraña terrores, son nuestros
terrores. Si contiene abismos, estos abismos nos pertenecen. Y si en él hay peligros,
debemos procurar amarlos. Con tal que cuidemos de ordenar y ajustar nuestra vida
conforme a ese principio que nos aconseja atenernos siempre a lo difícil, cuanto ahora
nos parece ser lo más extraño acabara por sernos lo más familiar, lo mas fiel. ¿Cómo
podríamos olvidarnos de aquellos mitos antiguos que presiden el origen de todos los
pueblos, esos mitos de los dragones que en el momento supremo se transforman en
princesas? Quizá sean todos los dragones de nuestra vida, princesas que sólo esperan
vernos alguna vez resplandecientes de belleza y valor. Quizá todo lo terrible no sea, en
realidad, nada sino algo indefenso y desvalido, que nos pide auxilio y amparo...
No debe, pues, azorarse, querido señor Kappus, cuando una tristeza se alce ante usted,
tan grande como nunca vista. Ni cuando alguna inquietud pase cual reflejo de luz, o
como sombra de nubes sobre sus manos y por sobre todo su proceder. Ha de pensar más
bien que algo acontece en usted.
Que la vida no le ha olvidado. Que ella le tiene entre
sus manos y no lo dejará caer. ¿Por qué quiere excluir de su vida toda inquietud, toda
pena, toda tristeza, ignorando -como lo ignora- cuánto laboran y obtan en usted tales
estados de ánimo? ¿Por qué quiere perseguirse a sí mismo, preguntándose de dónde
podrá venir todo eso y a dónde irá a parar? ¡Bien sabe usted que se halla en continua
transición y que nada desearía tanto como transformarse! Si algo de lo que en usted
sucede es enfermizo, tenga en cuenta que la enfermedad es el medio por el cual un
organismo se libra de algo extraño. En tal caso, no hay más que ayudarle a estar
enfermo. A poseer y dominar toda su enfermedad, facilitando su erupción, pues en ello
consiste su progreso. ¡En usted, querido señor Kappus, suceden ahora tantas cosas!...
Debe tener paciencia como un enfermo y confianza como un convaleciente. Pues quizá
sea usted lo uno y lo otro a la vez. Aun más: es usted también el médico que ha de
vigilarse a sí mismo. Pero hay en toda enfermedad muchos días en que el médico nada
puede hacer sino esperar. Esto, sobre todo, es lo que usted debe hacer ahora, mientras
actúe como su propio médico.
No se observe demasiado a sí mismo. Ni saque prematuras conclusiones de cuanto le
suceda. Deje simplemente que todo acontezca como quiera. De otra suerte, harto
fácilmente incurriría en considerar con ánimo lleno de reproches a su propio pasado;
que, desde luego, tiene su parte en todo cuanto ahora le ocurra. Pero lo que sigue
obrando en usted como herencia de los errores y anhelos de su mocedad, no es lo que
ahora recuerda y condena. Las circunstancias anormales de una infancia solitaria y
desamparada son tan difíciles, tan complejas, se hallan expuestas y abandonadas a tantas
influencias y, al mismo tiempo, tan desprendidas de todos los verdaderos vínculos
vitales, que cuando en tales condiciones se desliza un vicio, no se le debe llamar vicio
sin más ni más. 13
¡Hay que ser de todos modos tan cauto, tan prudente, con los
nombres! ¡Es tan frecuente que toda una vida se quiebre y quede rota por el mero
nombre de un crimen! No por la acción misma, personal y sin nombre, que acaso
respondiere a un determinado menester de esa vida, y hubiera podido ser admitida y
absorbida por ella sin esfuerzo alguno. Si el consumir tantas energías le parece grande a
usted, es sólo porque exagera el valor de la victoria. No está en ella lo grande que usted
cree haber realizado, si bien tiene razón en su sentir. Lo grande está en que ahí ya
existió algo que usted pudo poner en lugar de aquel artificioso fraude, algo real y
verdadero. Sin esto, su victoria sólo habría resultado ser una reacción moral, sin
importancia ni sentido, mientras que así ha llegado a formar parte de su vida. (De una
vida, querido señor Kappus, a la que yo dedico tantos pensamientos y buenos deseos).
¿Recuerda usted cómo esta vida, ya desde la misma infancia, suspiró por los "grandes"?
Yo veo cómo ahora, partiendo de los grandes, anhela poder alcanzar a los más grandes.
Precisamente por eso no cesa su vida de ser difícil. Pero por esta misma razón no cesará
de crecer.
Si he de decirle algo más, es esto: no crea que quien ahora está tratando de aliviarlo viva
descansado, sin trabajo ni pena, entre las palabras llanas y calmosas que a veces lo
confortan a usted. También él tiene una vida llena de fatigas y de tristezas, que se queda
muy por debajo de esas palabras. De no ser así, no habría podido hallarlas nunca..
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Rainer Maria Rilke
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"Ser como un verso volando
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
(Hánjel)
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- Mensaje n°23
Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)
¿ ... y me es expuesto a mí – reparador tan simple - que con un "cuín" de belleza,
va intentando reparaciones de horas y horas,
de soledad y silencio ...???
¿ ... a mí, a mí ..???
***
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- Mensaje n°24
Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)
Carta Número 9
Furuborg, Jonsered, en Suecia
4 de noviembre de 1904
Mi querido señor Kappus:
Todo este tiempo en que usted no ha recibido ninguna carta mía, he estado de
viaje o tan ocupado que no le he podido escribir. Incluso hoy me resulta difícil hacerlo,
porque he tenido que redactar muchas cartas y mi mano está cansada. Si pudiera
dictar, le diría muchas cosas, pero como no es así, tome, se lo ruego, estas pocas
palabras como si fueran una larga carta.
Suelo pensar en usted, querido señor Kappus, con tan concentrados deseos que,
de alguna forma, estoy convencido de que, así, le puedo ayudar. En cambio, que mis
cartas, en verdad, puedan servirle de ayuda… lo dudo muchas veces. No me diga: «sí,
me ayudan». Tómelas con sencillez y sin excesivo agradecimiento y esperemos lo que
quiera venir.
Quizá no sea provechoso que ahora trate con pormenor sus palabras, pues ¿qué le
podría decir sobre su tendencia a la duda o sobre su incapacidad para armonizar la
vida interior con la exterior?, ¿o también acerca de todo lo que le oprime, que no le
haya dicho ya? Deseo que encuentre la paciencia suficiente para soportar y la
simplicidad necesaria para creer a fin de adquirir más confianza en lo que es difícil y en
la soledad que de pronto le rodea por sorpresa en medio de la gente.
Por lo demás, deje que la vida vaya sucediendo y traiga lo que tenga que traer.
Créame, la vida siempre, siempre tiene razón.
En cuanto a los sentimientos: son auténticos los que le concentran y elevan; impuro
es el sentimiento que le agarra por una parte de su ser y así lo desfigura. Todo lo que
usted pueda meditar acerca de su infancia, es bueno. Todo lo que le hace ser más de
lo que era hasta ahora en sus mejores momentos, es acertado. Cada incremento es
31
bueno si está en toda su sangre, si no es ebriedad o turbulencia, sino alegría que deja
ver el fondo. ¿Comprende usted lo que le quiero decir?
Respecto a la duda: puede convertírsele en una buena cualidad si la educa. La
duda ha de llegar a ser sabia, ha de convertirse en crítica. Pregúntele, siempre que
quiera echarle algo a perder, pregúntele porqué es fea aquella cosa; pídale pruebas,
sométala a examen y quizá la encuentre perpleja y desconcertada, quizá también
irritada. Pero usted no ceda, exija argumentos.
Compórtese atenta y consecuentemente en todas las ocasiones; y llegará el día en
que el destructor se convertirá en uno de sus mejores trabajadores, tal vez en el más
inteligente de todos los que le edifican la vida.
Esto es lo que deseaba decirle hoy, querido señor Kappus. Al mismo tiempo le
mando la copia impresa de un poema corto, que ahora ha sido publicado en el
Deutschen Arbeit de Praga. Allí sigo hablándole de la vida y de la muerte, ambas, a la
vez, grandes y maravillosas.
Suyo,
Rainer Maria Rilke
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o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
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- Mensaje n°25
Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)
Carta Número 10
París, día siguiente de Navidad, 1908
Usted ha de saber, querido señor Kappus, cuánto me alegró su hermosa carta. Las
noticias que me daba, muy reales y precisas, me parecen buenas y cuanto más las
medito más las percibo como objetivamente auténticas. En realidad, quería escribirle
esto la víspera de Navidad. Pero a causa del ininterrumpido y múltiple trabajo en que
vivo este invierno, la antigua fiesta transcurrió tan deprisa que apenas he tenido
tiempo de realizar las tareas más urgentes y mucho menos para escribir.
Pero he pensado con frecuencia en usted estos días y me he imaginado qué
tranquilo debe de sentirse en su solitario fortín en medio de desiertas montañas sobre
las que se precipitan los grandes vientos del sur como si quisieran engullirlas a grandes
bocados.
El silencio que acoge tales sonidos y movimientos debe de ser inmenso y si a todo
esto se añade la lejana presencia del mar, que resuena en todo, tal vez, como el tono
más íntimo de esta armonía más vieja que la historia, sólo le puedo desear que, lleno
de confianza y de paciencia, deje obrar en usted esta grandiosa soledad que jamás se
borrará de su vida y que, en todo lo que está a punto de vivir y de hacer, actuará como
un influjo anónimo, constante, decisivo e imperceptible, de la misma forma, que,
incansable, fluye en nosotros la sangre de nuestros antepasados, combinándose con lo
que es nuestro para formar en cada recodo de nuestras vidas esa cualidad única e
irrepetible que nos constituye.
Sí, me alegra que tenga esta existencia sólida y descriptible, ese grado, ese
uniforme, ese servicio, todo eso tangible y limitado, que, en un entorno semejante, en
medio de una tropa tan aislada como poco numerosa, adopta un aire de gravedad y
necesidad, permite y crea, más allá de los pasatiempos y ocios de la profesión militar,
una aplicación atenta y una atención independiente. Al fin y al cabo, lo único que
necesitamos es encontrarnos en circunstancias que actúen sobre nosotros y que, de
vez en cuando, nos coloquen ante inmensas manifestaciones naturales.
33
También el arte es sólo una manera de vivir y puede uno prepararse para él
viviendo en la circunstancia que sea y sin darse cuenta. En todo lo real estamos más
cerca del arte que en los oficios semiartísticos e irreales que, dándonos la ilusión de su
proximidad, de hecho niegan su existencia y lo dañan, como sucede con todo el
periodismo, con casi toda la crítica y con las tres cuartas partes de aquello que se llama
o dice llamarse literatura. En una palabra, me alegra que haya superado ese peligro y
se halle solo y animoso en una ruda realidad. Deseo que el año que está a punto de
empezar le conserve y le afirme en ella.
Siempre suyo,
Rainer Maria Rilke
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París, día siguiente de Navidad, 1908
Usted ha de saber, querido señor Kappus, cuánto me alegró su hermosa carta. Las
noticias que me daba, muy reales y precisas, me parecen buenas y cuanto más las
medito más las percibo como objetivamente auténticas. En realidad, quería escribirle
esto la víspera de Navidad. Pero a causa del ininterrumpido y múltiple trabajo en que
vivo este invierno, la antigua fiesta transcurrió tan deprisa que apenas he tenido
tiempo de realizar las tareas más urgentes y mucho menos para escribir.
Pero he pensado con frecuencia en usted estos días y me he imaginado qué
tranquilo debe de sentirse en su solitario fortín en medio de desiertas montañas sobre
las que se precipitan los grandes vientos del sur como si quisieran engullirlas a grandes
bocados.
El silencio que acoge tales sonidos y movimientos debe de ser inmenso y si a todo
esto se añade la lejana presencia del mar, que resuena en todo, tal vez, como el tono
más íntimo de esta armonía más vieja que la historia, sólo le puedo desear que, lleno
de confianza y de paciencia, deje obrar en usted esta grandiosa soledad que jamás se
borrará de su vida y que, en todo lo que está a punto de vivir y de hacer, actuará como
un influjo anónimo, constante, decisivo e imperceptible, de la misma forma, que,
incansable, fluye en nosotros la sangre de nuestros antepasados, combinándose con lo
que es nuestro para formar en cada recodo de nuestras vidas esa cualidad única e
irrepetible que nos constituye.
Sí, me alegra que tenga esta existencia sólida y descriptible, ese grado, ese
uniforme, ese servicio, todo eso tangible y limitado, que, en un entorno semejante, en
medio de una tropa tan aislada como poco numerosa, adopta un aire de gravedad y
necesidad, permite y crea, más allá de los pasatiempos y ocios de la profesión militar,
una aplicación atenta y una atención independiente. Al fin y al cabo, lo único que
necesitamos es encontrarnos en circunstancias que actúen sobre nosotros y que, de
vez en cuando, nos coloquen ante inmensas manifestaciones naturales.
33
También el arte es sólo una manera de vivir y puede uno prepararse para él
viviendo en la circunstancia que sea y sin darse cuenta. En todo lo real estamos más
cerca del arte que en los oficios semiartísticos e irreales que, dándonos la ilusión de su
proximidad, de hecho niegan su existencia y lo dañan, como sucede con todo el
periodismo, con casi toda la crítica y con las tres cuartas partes de aquello que se llama
o dice llamarse literatura. En una palabra, me alegra que haya superado ese peligro y
se halle solo y animoso en una ruda realidad. Deseo que el año que está a punto de
empezar le conserve y le afirme en ella.
Siempre suyo,
Rainer Maria Rilke
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o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
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cecilia gargantini- Administrador-Moderador
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- Mensaje n°26
Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)
También el arte es sólo una manera de vivir y puede uno prepararse para él
viviendo en la circunstancia que sea y sin darse cuenta. En todo lo real estamos más
cerca del arte que en los oficios semiartísticos e irreales que, dándonos la ilusión de su
proximidad, de hecho niegan su existencia y lo dañan, como sucede con todo el
periodismo, con casi toda la crítica y con las tres cuartas partes de aquello que se llama
o dice llamarse literatura.
Soy una gran admiradora de su poesía!!!!!!!!!!
Graciasssssssss Lua. Besosssssssss
viviendo en la circunstancia que sea y sin darse cuenta. En todo lo real estamos más
cerca del arte que en los oficios semiartísticos e irreales que, dándonos la ilusión de su
proximidad, de hecho niegan su existencia y lo dañan, como sucede con todo el
periodismo, con casi toda la crítica y con las tres cuartas partes de aquello que se llama
o dice llamarse literatura.
Soy una gran admiradora de su poesía!!!!!!!!!!
Graciasssssssss Lua. Besosssssssss
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- Mensaje n°27
Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)
Gracias, Cecilia!
También yo soy admiradora de su obra literaria!
Feliz fin de semana!
También yo soy admiradora de su obra literaria!
Feliz fin de semana!
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- Mensaje n°28
Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)
Herbsttag
Herr: es ist Zeit. Der Sommer war sehr groß.
Leg deinen Schatten auf die Sonnenuhren,
und auf den Fluren laß die Winde los.
Befiel den letzten Früchten voll zu sein;
gib ihnen noch zwei südlichere Tage,
dränge sie zur Vollendung hin und jage
die letzte Süße in den schweren Wein.
Wer jetzt kein Haus hat, baut sich keines mehr.
Wer jetzt allein ist, wird es lange bleiben,
wird wachen, lesen, lange Briefe schreiben
und wird in den Alleen hin und her
unruhig wandern, wenn die Blätter treiben.
**********************
Día de otoño
Señor: es hora. Largo fue el verano.
Pon tu sombra en los relojes solares,
y suelta los vientos por las llanuras.
Haz que sazonen los últimos frutos;
concédeles dos días más del sur,
úrgeles a su madurez y mete
en el vino espeso el postrer dulzor.
No hará casa el que ahora no la tiene,
el que ahora está solo lo estará siempre,
velará, leerá, escribirá largas cartas,
y deambulará por las avenidas,
inquieto como el rodar de las hojas.
Traducción de Jaime Ferreiro
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Herr: es ist Zeit. Der Sommer war sehr groß.
Leg deinen Schatten auf die Sonnenuhren,
und auf den Fluren laß die Winde los.
Befiel den letzten Früchten voll zu sein;
gib ihnen noch zwei südlichere Tage,
dränge sie zur Vollendung hin und jage
die letzte Süße in den schweren Wein.
Wer jetzt kein Haus hat, baut sich keines mehr.
Wer jetzt allein ist, wird es lange bleiben,
wird wachen, lesen, lange Briefe schreiben
und wird in den Alleen hin und her
unruhig wandern, wenn die Blätter treiben.
**********************
Día de otoño
Señor: es hora. Largo fue el verano.
Pon tu sombra en los relojes solares,
y suelta los vientos por las llanuras.
Haz que sazonen los últimos frutos;
concédeles dos días más del sur,
úrgeles a su madurez y mete
en el vino espeso el postrer dulzor.
No hará casa el que ahora no la tiene,
el que ahora está solo lo estará siempre,
velará, leerá, escribirá largas cartas,
y deambulará por las avenidas,
inquieto como el rodar de las hojas.
Traducción de Jaime Ferreiro
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_________________
"Ser como un verso volando
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
(Hánjel)
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
(Hánjel)
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Maria Lua- Administrador-Moderador
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- Mensaje n°29
Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)
En alemán
Einsamkeit
Die Einsamkeit ist wie ein Regen.
Sie steigt vom Meer den Abenden entgegen;
von Ebenen, die fern sind und entlegen,
geht sie zum Himmel, der sie immer hat.
Und erst vom Himmel fällt sie auf die Stadt.
Regnet hernieder in den Zwitterstunden,
wenn sich nach Morgen wenden alle Gassen
und wenn die Leiber, welche nichts gefunden,
enttäuscht und traurig von einander lassen;
und wenn die Menschen, die einander hassen,
in einem Bett zusammen schlafen müssen:
dann geht die Einsamkeit mit den Flüssen…
***************
En español
«Soledad»
La soledad es como la lluvia,
que sube del mar y avanza hacia la noche.
De llanuras lejanas y perdidas
sube hasta el cielo, que siempre la recoge.
Y sólo desde el cielo cae en la ciudad.
Es como una lluvia en horas indecisas
cuando todas las sendas apuntan hacia el día
y cuando los cuerpos, que no encontraron nada,
se apartaron unos de otros, defraudados y tristes;
y cuando los seres que mutuamente se odian
deben dormir juntos en una misma cama.
Entonces la soledad se marcha con los ríos…
***************
En portugués
Solidão
A solidão é como a chuva.
Levanta-se do mar em rumo à lua;
das mais remotas planícies flutua
desejando os céus, seu lar de verdade.
E cai enfim dos céus sobre a cidade.
Chove naquelas horas oscilantes,
quando as ruas o amanhecer encaram,
e quando os corpos frios dos amantes,
tristes e desiludidos, se separam;
quando duas pessoas que brigaram
dividem uma cama contrafeitos:
é quando a solidão flui para os leitos…
***************
En francés
Este poema fue escrito originalmente por Rainer María Rilke en francés:
“Solitude”
La solitude est comme une pluie
Elle monte de la mer à la rencontre des soirs,
Des plaines, qui sont lointaines et dispersées
elle va jusqu’au ciel qui toujours la possède
et là du ciel elle retombe sur la ville.
Elle se déverse sur les heures indifférenciées
lorsque les rues se tournent vers le matin
Et lorsque les corps qui ne se sont pas trouvés
se détachent l’un de l’autre abusés et tristes
Et lorsque les hommes qui se haïssent
sont obligés de coucher ensemble dans un même et seul lit:
Alors la solitude s’en va dans les fleuves…
***************
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Einsamkeit
Die Einsamkeit ist wie ein Regen.
Sie steigt vom Meer den Abenden entgegen;
von Ebenen, die fern sind und entlegen,
geht sie zum Himmel, der sie immer hat.
Und erst vom Himmel fällt sie auf die Stadt.
Regnet hernieder in den Zwitterstunden,
wenn sich nach Morgen wenden alle Gassen
und wenn die Leiber, welche nichts gefunden,
enttäuscht und traurig von einander lassen;
und wenn die Menschen, die einander hassen,
in einem Bett zusammen schlafen müssen:
dann geht die Einsamkeit mit den Flüssen…
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En español
«Soledad»
La soledad es como la lluvia,
que sube del mar y avanza hacia la noche.
De llanuras lejanas y perdidas
sube hasta el cielo, que siempre la recoge.
Y sólo desde el cielo cae en la ciudad.
Es como una lluvia en horas indecisas
cuando todas las sendas apuntan hacia el día
y cuando los cuerpos, que no encontraron nada,
se apartaron unos de otros, defraudados y tristes;
y cuando los seres que mutuamente se odian
deben dormir juntos en una misma cama.
Entonces la soledad se marcha con los ríos…
***************
En portugués
Solidão
A solidão é como a chuva.
Levanta-se do mar em rumo à lua;
das mais remotas planícies flutua
desejando os céus, seu lar de verdade.
E cai enfim dos céus sobre a cidade.
Chove naquelas horas oscilantes,
quando as ruas o amanhecer encaram,
e quando os corpos frios dos amantes,
tristes e desiludidos, se separam;
quando duas pessoas que brigaram
dividem uma cama contrafeitos:
é quando a solidão flui para os leitos…
***************
En francés
Este poema fue escrito originalmente por Rainer María Rilke en francés:
“Solitude”
La solitude est comme une pluie
Elle monte de la mer à la rencontre des soirs,
Des plaines, qui sont lointaines et dispersées
elle va jusqu’au ciel qui toujours la possède
et là du ciel elle retombe sur la ville.
Elle se déverse sur les heures indifférenciées
lorsque les rues se tournent vers le matin
Et lorsque les corps qui ne se sont pas trouvés
se détachent l’un de l’autre abusés et tristes
Et lorsque les hommes qui se haïssent
sont obligés de coucher ensemble dans un même et seul lit:
Alors la solitude s’en va dans les fleuves…
***************
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"Ser como un verso volando
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
(Hánjel)
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
(Hánjel)
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Maria Lua- Administrador-Moderador
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- Mensaje n°30
Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)
«Las rosas»
I
Si tu frescura a veces nos sorprende tanto,
dichosa rosa,
es que en ti misma, por dentro,
pétalo contra pétalo, descansas.
Conjunto bien despierto cuyo centro
duerme, mientras se tocan, innumerables,
las ternuras de ese corazón silencioso
que suben hasta la extrema boca.
II
Te veo, rosa, libro entreabierto,
que contiene tantas páginas
de dicha detallada
que nadie leerá nunca. Libro-mago
que se abre al viento y se puede leer
con los ojos cerrados…,
del que salen mariposas turbadas
por habérsele ocurrido las mismas ideas.
III
Rosa, tú, oh cosa por excelencia completa
que se contiene en sí misma infinitamente
y que infinitamente se expande, oh cabeza
de un cuerpo ausente de tan suave,
nada te iguala, oh tú, suprema esencia
de este flotante ámbito;
de este espacio de amor en el que, apenas se avanza,
tu aroma nos envuelve.
IV
Nosotros fuimos, empero, quienes te propusimos
llenar tu cáliz.
Encantanda con ese artificio
tu abundancia lo había intentado.
Asaz rica para llegar a ser cien veces tú misma
en una sola flor;
es el estado de quien ama…
Pero nunca pensaste en otra cosa.
V
Abandono rodeado de abandono,
ternura contra ternuras…
Es tu interior el que, sin cesar,
parece que se acaricia;
se acaricia en sí mismo,
por su propio reflejo iluminado.
Así inventas el tema
del Narciso que alcanza su deseo.
VI
Una sola rosa es todas las rosas
y es ésta: el irreemplazable,
el perfecto, el dócil vocablo,
que encuadra el texto de las cosas.
Cómo lograr decir sin ella
lo que fueron nuestras esperanzas,
y las tiernas intermitencias
en nuestro incesante partir.
VII
Apoyándote, fresca, clara
rosa, contra mi ojo cerrado -,
parecerías mil párpados
superpuestos
contra el mío, ardiente.
Mil sueños contra mi disimulo
bajo el cual voy, errante,
por el perfumado laberinto.
VIII
De tu sueño asaz repleto,
flor por dentro numerosa,
mojada como una llorona
te inclinas sobre la mañana.
Tus suaves fuerzas que duermen
en incierto deseo,
desenvuelven las tiernas formas
entre mejillas y senos.
IX
Rosa, por entero ardiente y sin embargo clara,
que tendríamos que llamar relicario
de Santa Rosa…, rosa que difunde
su aroma turbador de santa desnuda.
Rosa ya nunca más tentada, desconcertante
por su paz interior; amante última,
tan lejos de Eva, de su primera alarma -,
rosa que infinitamente posee la pérdida.
X
Amiga de las horas en las que nadie queda,
en que todo se niega al corazón amargo;
consoladora cuya presencia atestigua
tantas caricias que flotan en el aire.
Si renunciamos a vivir, si renegamos
de lo que era y de lo por venir,
¿pensamos, acaso, lo bastante en la insistente amiga
que a nuestro lado cumple con su labor de hada?
XI
Tengo una tal conciencia de tu
ser, rosa completa,
que mi consentimiento te confunde
con mi festivo corazón.
Te respiro como si fueses,
rosa, la vida entera,
y me siento el amigo perfecto
de una tal amiga.
XII
¿Contra quién, rosa,
has adoptado
estas espinas?
¿Tu alegría demasiado fina
te obligó
a transformarte en esta cosa
armada?
Pero, ¿de quién te proteje
esta arma exagerada?
Cuántos enemigos te he
sacado
que no le tenían miedo alguno.
Al contrario, del verano al otoño,
hieres los cuidados
que se te prodigan.
XIII
¿Prefieres, rosa, ser la ardiente compañera
de nuestros arrebatos presentes?
¿Es el recuerdo quien te invade aún más
cuando se va una dicha?
Tantas veces te he visto, feliz y seca,
-cada pétalo una mortaja-
en un cofre perfumado, junto a una mecha
o en un libro amado que releeremos solos.
XIV
Verano : ser por unos días
coetáneo de las rosas;
respirar lo que flota en torno
de sus almas abiertas.
Hacer de cada una que muere
una confidente,
y sobrevivir a esa hermana
en otras rosas ausente.
XV
Sola, oh abundante flor,
creas tu propio espacio;
admiras tu imagen en un espejo
de fragancia.
Tu perfume envuelve como otros pétalos
tu cáliz innumerable.
Yo te retengo, tú te muestras,
Prodigiosa actriz
XVI
No hablemos de ti. Eres inefable
por naturaleza.
Otras flores adornan la mesa
que tú transfiguras.
Te ponen en un simple jarrón -,
y he aquí que todo cambia:
es la misma frase, quizás,
pero cantada por un ángel.
XVII
Eres tú quien preparas en ti misma
algo más que tú, tu última esencia.
Lo que sale de ti, turbadora emoción,
es tu danza.
Cada pétalo consiente
y da en el viento
algunos pasos perfumados
invisibles.
Oh música de los ojos
toda rodeada por ellos,
te vuelves en el medio
intangible.
XVIII
Todo lo que nos emociona lo compartes.
Pero lo que te ocurre lo ignoramos.
Habría que ser cien mariposas
para leer todas tus páginas.
Algunas de vosotras sois como diccionarios;
quienes las cortan
querrían encuadernar todas esas hojas.
En cuanto a mí, amo las rosas epistolares.
XIX
¿Es como ejemplo que te propones ?
¿Puede uno colmarse como las rosas
multiplicando su materia sutil
que fue hecha para no hacer nada?
Ya que ser una rosa no es
según parece, trabajar,
Dios, mientras mira por la ventana,
hace la casa.
XX
Dime, rosa, ¿cómo es
que en ti misma encerrada,
tu lenta esencia impone
a este espacio en prosa
tantos aéreos transportes?
Cuántas veces el aire
pretende que lo horadan las cosas
o, bien con un mohín,
se muestra amargo.
Mientras que en torno de tu carne,
rosa, se pavonea.
XXI
¿No te produce vértigo girar
en torno a ti misma sobre tu tallo
para terminarte, rosa redonda?
Pero cuando tu propio ímpetu te inunda,
en tu capullo te ignoras.
Es un mundo que gira en redondo
para que su calmo centro ose
el redondo reposo de la rosa redonda.
XXII
De nuevo, tú sales
del país de los muertos,
rosa, tú que llevas
hacia un día de oro
esta dicha convencida.
¿Lo autorizan, acaso, esos
cuyos cráneos vacíos
nunca supieron tanto.
XXIII
Rosa, que tan tarde llegaste y a quien las noches amargas
detienen con su excesiva claridad sideral,
rosa, ¿adivinas las fáciles delicias plenas
de tus hermanas estivales?
Durante días y días te veo vacilar
en tu vaina demasiado ajustada.
Rosa que, al nacer, imitas al revés
las lentitudes de la muerte.
¿Tu estado innumerable te hace conocer
en una mezcla en que todo se confunde
ese acuerdo inefable de la nada y el ser
que nosotros ignoramos?
XXIV
Rosa, ¿hubiéramos tenido que dejarte fuera,
amada exquisita?
¿Qué hace una rosa allí donde el destino
en nosotros se agota?
No hay retorno. Hete aquí:
con nosotros
compartes, arrobada, esta vida, esta vida
que no es la de tu tiempo.
Rainer Maria Rilke
Traducción de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán
Poema traducido al francés:
****************
«Les roses»
I
Si ta fraîcheur parfois nous étonne tant,
heureuse rose,
c’est qu’en toi-même, en dedans,
pétale contre pétale, tu te reposes.
Ensemble tout évéillé, dont le milieu
dort, pendant qu’innombrables, se touchent
les tendresses de ce cœur silencieux
qui aboutissent à l’extrême bouche.
II
Je te vois, rose, livre entrebâillé,
qui contient tant de pages
de bonheur détaillé
qu’on ne lira jamais. Livre-mage,
qui s’ouvre au vent et qui peut être lu
les yeux fermés…,
dont les papillons sortent confus
d’avoir eu les mêmes idées.
III
Rose, toi, ô chose par excellence complète
qui se contient infiniment
et qui infiniment se répand, ô tête
d’un corps par trop de douceur absent,
rien ne te vaut, ô toi, suprême essence
de ce flotant séjour ;
de cet espace d’amour où à peine l’on avance
ton parfum fait le tour.
IV
C’est pourtant nous qui t’avons proposé
de remplir ton calice.
Enchantée de cet artifice,
ton abondance l’avait osé.
Tu étais assez riche, pour devenir cent fois toi-même
en une seule fleur ;
c’est l’état de celui qui aime…
Mais tu n’as pas pensé ailleurs.
V
Abandon entouré d’abandon,
tendresse touchant aux tendresses…
C’est ton intérieur qui sans cesse
se caresse, dirait-on ;
se caresse en soi même,
par son propre reflet éclairé.
Ainsi tu inventes le thème
du Narcisse exhaucé.
VI
Une rose seule, c’est toutes les roses
et celle-ci : l’irremplaçable,
le parfait, le souple vocable
encadré par le texte des choses.
Comment jamais dire sans elle
ce que furent nos espérances,
et les tendres intermittences
dans la partance continuelle.
VII
T’appuyant, fraîche, claire
rose, contre mon œil fermé -,
on dirait mille paupières
superposées
contre la mienne chaude.
Mille sommeils contre ma feinte
sous laquelle je rôde
dans l’odorant labyrinthe.
VIII
De ton rêve trop plein,
fleur en dedans nombreuse,
mouillée comme une pleureuse,
tu te penches sur le matin.
Tes douces forces qui dorment
dans un désir incertain,
développent ses tendres formes
entre joues et seins.
IX
Rose, toute ardente et pourtant claire,
que l’on devrait nommer reliquaire
de Sainte-Rose…, rose qui distribue
cette troublante odeur de sainte nue.
Rose plus jamais tentée, déconcertante
de son interne paix ; ultime amante,
si loin d’Ève, de sa première alerte -,
rose qui infiniment possède la perte.
X
Amie des heures où aucun être ne reste,
où tout se refuse au cœur amer ;
consolatrice dont la présence atteste
tant de caresses qui flottent dans l’air.
Si l’on renonce à vivre, si l’on renie
ce qui était et ce qui peut arriver,
pense-t-on jamais assez à l’insistante amie
qui à côté de nous fait son œuvre de fée.
XI
J’ai une telle conscience de ton
être, rose complète,
que mon consentement te confond
avec mon cœur en fête.
Je te respire comme si tu étais,
rose, toute la vie,
et je me sens l’ami parfait
d’une telle amie.
XII
Contre qui, rose,
avez-vous adopté
ces épines ?
Votre joie trop fine
vous a-t-elle forcée
de devenir cette chose
armée ?
Mais de qui vous protège
cette arme exagérée ?
Combien d’ennemis vous ai-je
enlevés
qui ne la craignaient point.
Au contraire, d’été en automne,
vous blessez les soins
qu’on vous donne.
XIII
Préfères-tu, rose, être l’ardente compagne
de nos transports présents ?
Est-ce le souvenir qui davantage te gagne
lorsqu’un bonheur se reprend ?
Tant de fois je t’ai vue, heureuse et sèche,
– chaque pétale un linceul –
dans un coffret odorant, à côté d’une mèche,
ou dans un livre aimé qu’on relira seul.
XIV
Eté : être pour quelques jours
le contemporain des roses ;
respirer ce qui flotte autour
de leurs âmes écloses.
Faire de chacune qui se meurt
une confidente,
et survivre à cette sœur
en d’autres roses absente.
XV
Seule, ô abondante fleur,
tu crées ton propre espace ;
tu te mires dans une glace
d’odeur.
Ton parfum entoure comme d’autres pétales
ton innombrable calice.
Je te retiens, tu t’étales,
prodigieuse actrice.
XVI
Ne parlons pas de toi. Tu es ineffable
selon ta nature.
D’autres fleurs ornent la table
que tu transfigures.
On te met dans un simple vase -,
voici que tout change :
c’est peut-être la même phrase,
mais chantée par un ange.
XVII
C’est toi qui prépares en toi
plus que toi, ton ultime essence.
Ce qui sort de toi, ce troublant émoi,
c’est ta danse.
Chaque pétale consent
et fait dans le vent
quelques pas odorants
invisibles.
O musique des yeux
toute entourée d’eux,
tu deviens au milieu
intangible.
XVIII
Tout ce qui nous émeut, tu le partages.
Mais ce qui t’arrive, nous l’ignorons.
Il faudrait être cent papillons
pour lire toutes tes pages.
Il y en a d’entre vous qui sont comme des dictionnaires ;
ceux qui les cueillent
ont envie de faire relier toutes ces feuilles.
Moi, j’aime les roses épistolaires.
XIX
Est-ce en exemple que tu te proposes ?
Peut-on se remplir comme les roses,
en multipliant sa subtile matière
qu’on avait faite pour ne rien faire ?
Car ce n’est pas travailler que d’être
une rose, dirait-on.
Dieu, en regardant par la fenêtre,
fait la maison.
XX
Dis-moi, rose, d’où vient
qu’en toi-même enclose,
ta lente essence impose
à cet espace en prose
tous ces transports aériens ?
Combien de dois cet air
prétend que les choses le trouent,
ou, avec une moue,
il se montre amer.
Tandis qu’autour de ta chair,
rose, il fait la roue.
XXI
Cela ne te donne-t-il pas le vertige
de tourner autour de toi sur ta tige
pour te terminer, rose ronde ?
Mais quand ton propre élan t’inonde,
tu t’ignores dans ton bouton.
C’est un monde qui tourne en rond
pour que son calme centre ose
le rond repos de la ronde rose.
XXII
Vous encor, vous sortez
de la terre des morts,
rose, vous qui portez
vers un jour tout en or
ce bonheur convaincu.
L’autorisent-ils, eux
dont le crâne creux
n’en a jamais tant su?
XXIII
Rose, venue très tard, que les nuits amères arrêtent
par leur trop sidérale clarté,
rose, devines-tu les faciles délices complètes
de tes sœurs d’été ?
Pendant des jours et des jours je te vois qui hésites
dans ta gaine serrée trop fort.
Rose qui, en naissant, à rebours imites
les lenteurs de la mort.
Ton innombrable état te fait-il connaître
dans un mélange où tout se confond,
cet ineffable accord du néant et de l’être
que nous ignorons ?
XXIV
Rose, eût-il fallu te laissé dehors,
chère exquise ?
Que fait une rose là où le sort
sur nous s’épuise ?
Point de retour. Te voici
qui partages
avec nous, éperdue, cette vie, cette vie
qui n’est pas de ton âge.
I
Si tu frescura a veces nos sorprende tanto,
dichosa rosa,
es que en ti misma, por dentro,
pétalo contra pétalo, descansas.
Conjunto bien despierto cuyo centro
duerme, mientras se tocan, innumerables,
las ternuras de ese corazón silencioso
que suben hasta la extrema boca.
II
Te veo, rosa, libro entreabierto,
que contiene tantas páginas
de dicha detallada
que nadie leerá nunca. Libro-mago
que se abre al viento y se puede leer
con los ojos cerrados…,
del que salen mariposas turbadas
por habérsele ocurrido las mismas ideas.
III
Rosa, tú, oh cosa por excelencia completa
que se contiene en sí misma infinitamente
y que infinitamente se expande, oh cabeza
de un cuerpo ausente de tan suave,
nada te iguala, oh tú, suprema esencia
de este flotante ámbito;
de este espacio de amor en el que, apenas se avanza,
tu aroma nos envuelve.
IV
Nosotros fuimos, empero, quienes te propusimos
llenar tu cáliz.
Encantanda con ese artificio
tu abundancia lo había intentado.
Asaz rica para llegar a ser cien veces tú misma
en una sola flor;
es el estado de quien ama…
Pero nunca pensaste en otra cosa.
V
Abandono rodeado de abandono,
ternura contra ternuras…
Es tu interior el que, sin cesar,
parece que se acaricia;
se acaricia en sí mismo,
por su propio reflejo iluminado.
Así inventas el tema
del Narciso que alcanza su deseo.
VI
Una sola rosa es todas las rosas
y es ésta: el irreemplazable,
el perfecto, el dócil vocablo,
que encuadra el texto de las cosas.
Cómo lograr decir sin ella
lo que fueron nuestras esperanzas,
y las tiernas intermitencias
en nuestro incesante partir.
VII
Apoyándote, fresca, clara
rosa, contra mi ojo cerrado -,
parecerías mil párpados
superpuestos
contra el mío, ardiente.
Mil sueños contra mi disimulo
bajo el cual voy, errante,
por el perfumado laberinto.
VIII
De tu sueño asaz repleto,
flor por dentro numerosa,
mojada como una llorona
te inclinas sobre la mañana.
Tus suaves fuerzas que duermen
en incierto deseo,
desenvuelven las tiernas formas
entre mejillas y senos.
IX
Rosa, por entero ardiente y sin embargo clara,
que tendríamos que llamar relicario
de Santa Rosa…, rosa que difunde
su aroma turbador de santa desnuda.
Rosa ya nunca más tentada, desconcertante
por su paz interior; amante última,
tan lejos de Eva, de su primera alarma -,
rosa que infinitamente posee la pérdida.
X
Amiga de las horas en las que nadie queda,
en que todo se niega al corazón amargo;
consoladora cuya presencia atestigua
tantas caricias que flotan en el aire.
Si renunciamos a vivir, si renegamos
de lo que era y de lo por venir,
¿pensamos, acaso, lo bastante en la insistente amiga
que a nuestro lado cumple con su labor de hada?
XI
Tengo una tal conciencia de tu
ser, rosa completa,
que mi consentimiento te confunde
con mi festivo corazón.
Te respiro como si fueses,
rosa, la vida entera,
y me siento el amigo perfecto
de una tal amiga.
XII
¿Contra quién, rosa,
has adoptado
estas espinas?
¿Tu alegría demasiado fina
te obligó
a transformarte en esta cosa
armada?
Pero, ¿de quién te proteje
esta arma exagerada?
Cuántos enemigos te he
sacado
que no le tenían miedo alguno.
Al contrario, del verano al otoño,
hieres los cuidados
que se te prodigan.
XIII
¿Prefieres, rosa, ser la ardiente compañera
de nuestros arrebatos presentes?
¿Es el recuerdo quien te invade aún más
cuando se va una dicha?
Tantas veces te he visto, feliz y seca,
-cada pétalo una mortaja-
en un cofre perfumado, junto a una mecha
o en un libro amado que releeremos solos.
XIV
Verano : ser por unos días
coetáneo de las rosas;
respirar lo que flota en torno
de sus almas abiertas.
Hacer de cada una que muere
una confidente,
y sobrevivir a esa hermana
en otras rosas ausente.
XV
Sola, oh abundante flor,
creas tu propio espacio;
admiras tu imagen en un espejo
de fragancia.
Tu perfume envuelve como otros pétalos
tu cáliz innumerable.
Yo te retengo, tú te muestras,
Prodigiosa actriz
XVI
No hablemos de ti. Eres inefable
por naturaleza.
Otras flores adornan la mesa
que tú transfiguras.
Te ponen en un simple jarrón -,
y he aquí que todo cambia:
es la misma frase, quizás,
pero cantada por un ángel.
XVII
Eres tú quien preparas en ti misma
algo más que tú, tu última esencia.
Lo que sale de ti, turbadora emoción,
es tu danza.
Cada pétalo consiente
y da en el viento
algunos pasos perfumados
invisibles.
Oh música de los ojos
toda rodeada por ellos,
te vuelves en el medio
intangible.
XVIII
Todo lo que nos emociona lo compartes.
Pero lo que te ocurre lo ignoramos.
Habría que ser cien mariposas
para leer todas tus páginas.
Algunas de vosotras sois como diccionarios;
quienes las cortan
querrían encuadernar todas esas hojas.
En cuanto a mí, amo las rosas epistolares.
XIX
¿Es como ejemplo que te propones ?
¿Puede uno colmarse como las rosas
multiplicando su materia sutil
que fue hecha para no hacer nada?
Ya que ser una rosa no es
según parece, trabajar,
Dios, mientras mira por la ventana,
hace la casa.
XX
Dime, rosa, ¿cómo es
que en ti misma encerrada,
tu lenta esencia impone
a este espacio en prosa
tantos aéreos transportes?
Cuántas veces el aire
pretende que lo horadan las cosas
o, bien con un mohín,
se muestra amargo.
Mientras que en torno de tu carne,
rosa, se pavonea.
XXI
¿No te produce vértigo girar
en torno a ti misma sobre tu tallo
para terminarte, rosa redonda?
Pero cuando tu propio ímpetu te inunda,
en tu capullo te ignoras.
Es un mundo que gira en redondo
para que su calmo centro ose
el redondo reposo de la rosa redonda.
XXII
De nuevo, tú sales
del país de los muertos,
rosa, tú que llevas
hacia un día de oro
esta dicha convencida.
¿Lo autorizan, acaso, esos
cuyos cráneos vacíos
nunca supieron tanto.
XXIII
Rosa, que tan tarde llegaste y a quien las noches amargas
detienen con su excesiva claridad sideral,
rosa, ¿adivinas las fáciles delicias plenas
de tus hermanas estivales?
Durante días y días te veo vacilar
en tu vaina demasiado ajustada.
Rosa que, al nacer, imitas al revés
las lentitudes de la muerte.
¿Tu estado innumerable te hace conocer
en una mezcla en que todo se confunde
ese acuerdo inefable de la nada y el ser
que nosotros ignoramos?
XXIV
Rosa, ¿hubiéramos tenido que dejarte fuera,
amada exquisita?
¿Qué hace una rosa allí donde el destino
en nosotros se agota?
No hay retorno. Hete aquí:
con nosotros
compartes, arrobada, esta vida, esta vida
que no es la de tu tiempo.
Rainer Maria Rilke
Traducción de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán
Poema traducido al francés:
****************
«Les roses»
I
Si ta fraîcheur parfois nous étonne tant,
heureuse rose,
c’est qu’en toi-même, en dedans,
pétale contre pétale, tu te reposes.
Ensemble tout évéillé, dont le milieu
dort, pendant qu’innombrables, se touchent
les tendresses de ce cœur silencieux
qui aboutissent à l’extrême bouche.
II
Je te vois, rose, livre entrebâillé,
qui contient tant de pages
de bonheur détaillé
qu’on ne lira jamais. Livre-mage,
qui s’ouvre au vent et qui peut être lu
les yeux fermés…,
dont les papillons sortent confus
d’avoir eu les mêmes idées.
III
Rose, toi, ô chose par excellence complète
qui se contient infiniment
et qui infiniment se répand, ô tête
d’un corps par trop de douceur absent,
rien ne te vaut, ô toi, suprême essence
de ce flotant séjour ;
de cet espace d’amour où à peine l’on avance
ton parfum fait le tour.
IV
C’est pourtant nous qui t’avons proposé
de remplir ton calice.
Enchantée de cet artifice,
ton abondance l’avait osé.
Tu étais assez riche, pour devenir cent fois toi-même
en une seule fleur ;
c’est l’état de celui qui aime…
Mais tu n’as pas pensé ailleurs.
V
Abandon entouré d’abandon,
tendresse touchant aux tendresses…
C’est ton intérieur qui sans cesse
se caresse, dirait-on ;
se caresse en soi même,
par son propre reflet éclairé.
Ainsi tu inventes le thème
du Narcisse exhaucé.
VI
Une rose seule, c’est toutes les roses
et celle-ci : l’irremplaçable,
le parfait, le souple vocable
encadré par le texte des choses.
Comment jamais dire sans elle
ce que furent nos espérances,
et les tendres intermittences
dans la partance continuelle.
VII
T’appuyant, fraîche, claire
rose, contre mon œil fermé -,
on dirait mille paupières
superposées
contre la mienne chaude.
Mille sommeils contre ma feinte
sous laquelle je rôde
dans l’odorant labyrinthe.
VIII
De ton rêve trop plein,
fleur en dedans nombreuse,
mouillée comme une pleureuse,
tu te penches sur le matin.
Tes douces forces qui dorment
dans un désir incertain,
développent ses tendres formes
entre joues et seins.
IX
Rose, toute ardente et pourtant claire,
que l’on devrait nommer reliquaire
de Sainte-Rose…, rose qui distribue
cette troublante odeur de sainte nue.
Rose plus jamais tentée, déconcertante
de son interne paix ; ultime amante,
si loin d’Ève, de sa première alerte -,
rose qui infiniment possède la perte.
X
Amie des heures où aucun être ne reste,
où tout se refuse au cœur amer ;
consolatrice dont la présence atteste
tant de caresses qui flottent dans l’air.
Si l’on renonce à vivre, si l’on renie
ce qui était et ce qui peut arriver,
pense-t-on jamais assez à l’insistante amie
qui à côté de nous fait son œuvre de fée.
XI
J’ai une telle conscience de ton
être, rose complète,
que mon consentement te confond
avec mon cœur en fête.
Je te respire comme si tu étais,
rose, toute la vie,
et je me sens l’ami parfait
d’une telle amie.
XII
Contre qui, rose,
avez-vous adopté
ces épines ?
Votre joie trop fine
vous a-t-elle forcée
de devenir cette chose
armée ?
Mais de qui vous protège
cette arme exagérée ?
Combien d’ennemis vous ai-je
enlevés
qui ne la craignaient point.
Au contraire, d’été en automne,
vous blessez les soins
qu’on vous donne.
XIII
Préfères-tu, rose, être l’ardente compagne
de nos transports présents ?
Est-ce le souvenir qui davantage te gagne
lorsqu’un bonheur se reprend ?
Tant de fois je t’ai vue, heureuse et sèche,
– chaque pétale un linceul –
dans un coffret odorant, à côté d’une mèche,
ou dans un livre aimé qu’on relira seul.
XIV
Eté : être pour quelques jours
le contemporain des roses ;
respirer ce qui flotte autour
de leurs âmes écloses.
Faire de chacune qui se meurt
une confidente,
et survivre à cette sœur
en d’autres roses absente.
XV
Seule, ô abondante fleur,
tu crées ton propre espace ;
tu te mires dans une glace
d’odeur.
Ton parfum entoure comme d’autres pétales
ton innombrable calice.
Je te retiens, tu t’étales,
prodigieuse actrice.
XVI
Ne parlons pas de toi. Tu es ineffable
selon ta nature.
D’autres fleurs ornent la table
que tu transfigures.
On te met dans un simple vase -,
voici que tout change :
c’est peut-être la même phrase,
mais chantée par un ange.
XVII
C’est toi qui prépares en toi
plus que toi, ton ultime essence.
Ce qui sort de toi, ce troublant émoi,
c’est ta danse.
Chaque pétale consent
et fait dans le vent
quelques pas odorants
invisibles.
O musique des yeux
toute entourée d’eux,
tu deviens au milieu
intangible.
XVIII
Tout ce qui nous émeut, tu le partages.
Mais ce qui t’arrive, nous l’ignorons.
Il faudrait être cent papillons
pour lire toutes tes pages.
Il y en a d’entre vous qui sont comme des dictionnaires ;
ceux qui les cueillent
ont envie de faire relier toutes ces feuilles.
Moi, j’aime les roses épistolaires.
XIX
Est-ce en exemple que tu te proposes ?
Peut-on se remplir comme les roses,
en multipliant sa subtile matière
qu’on avait faite pour ne rien faire ?
Car ce n’est pas travailler que d’être
une rose, dirait-on.
Dieu, en regardant par la fenêtre,
fait la maison.
XX
Dis-moi, rose, d’où vient
qu’en toi-même enclose,
ta lente essence impose
à cet espace en prose
tous ces transports aériens ?
Combien de dois cet air
prétend que les choses le trouent,
ou, avec une moue,
il se montre amer.
Tandis qu’autour de ta chair,
rose, il fait la roue.
XXI
Cela ne te donne-t-il pas le vertige
de tourner autour de toi sur ta tige
pour te terminer, rose ronde ?
Mais quand ton propre élan t’inonde,
tu t’ignores dans ton bouton.
C’est un monde qui tourne en rond
pour que son calme centre ose
le rond repos de la ronde rose.
XXII
Vous encor, vous sortez
de la terre des morts,
rose, vous qui portez
vers un jour tout en or
ce bonheur convaincu.
L’autorisent-ils, eux
dont le crâne creux
n’en a jamais tant su?
XXIII
Rose, venue très tard, que les nuits amères arrêtent
par leur trop sidérale clarté,
rose, devines-tu les faciles délices complètes
de tes sœurs d’été ?
Pendant des jours et des jours je te vois qui hésites
dans ta gaine serrée trop fort.
Rose qui, en naissant, à rebours imites
les lenteurs de la mort.
Ton innombrable état te fait-il connaître
dans un mélange où tout se confond,
cet ineffable accord du néant et de l’être
que nous ignorons ?
XXIV
Rose, eût-il fallu te laissé dehors,
chère exquise ?
Que fait une rose là où le sort
sur nous s’épuise ?
Point de retour. Te voici
qui partages
avec nous, éperdue, cette vie, cette vie
qui n’est pas de ton âge.
_________________
"Ser como un verso volando
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
(Hánjel)
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
(Hánjel)
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