Aires de Libertad

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    Mensaje por Maria Lua Mar 02 Jul 2024, 14:10

    Día de otoño




    Señor: es hora. Largo fue el verano.
    Pon tu sombra en los relojes solares,
    y suelta los vientos por las llanuras.

    Haz que sazonen los últimos frutos;
    concédeles dos días más del sur,
    úrgeles a su madurez y mete
    en el vino espeso el postrer dulzor.

    No hará casa el que ahora no la tiene,
    el que ahora está solo lo estará siempre,
    velará, leerá, escribirá largas cartas,
    y deambulará por las avenidas,
    inquieto como el rodar de las hojas.


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    y en ese vuelo y en ese sueño
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    y tren de tus ilusiones."
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    Mensaje por Maria Lua Mar 02 Jul 2024, 14:11

    El ángel protector



    Tú eres el ave cuyas alas vi
    al despertar llamando en plena noche,
    sólo con mi braceo, pues tu nombre
    es un abismo de mil noches de hondo.
    Tú eras la sombra en que dormía en calma,
    todo sueño levanta en mi tu germen:
    tú eras imagen, pero yo soy marco
    que te completa en fúlgido relieve:

    ¿Cómo nombrarte? Mira arder mis labios.
    Tú eres principio que se vierte inmenso:
    yo soy el lento y temeroso «Amén»,
    que, tímido, concluye tu belleza.

    Del reposo a menudo me sacaste,
    cuando me era el dormir como un sepulcro,
    como perderse y escapar; entonces
    me alzaste de las sombras de mi pecho
    queriendo alzarme encima de las torres
    como pendón bermejo o colgadura.

    Tú que hablas del milagro como ciencia
    y de los hombres como melodías
    y de las rosas, de esos resultados
    que se cumplen con fuego en tu mirada;
    tú, feliz, ¿cuándo nombras una vez
    al que en su día séptimo y final
    dejó siempre perdido su fulgor
    en tu aleteo?
    ¿Mandas que pregunte?




    El libro de las imágenes (1902-1906)



    cont


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    Mensaje por Maria Lua Miér 03 Jul 2024, 10:21


    El cisne




    Esa fatiga por un grave hacer
    aún no hecho, y cual entrega maniatada,
    tal el paso no creado del cisne.

    Y el morir, ése no más asimiento
    del fondo sobre el que a diario estamos,
    para aposentarse con timidez

    en las aguas que suaves le reciben,
    y, de su transitoriedad dichosas,
    se retiran bajo él onda tras onda;
    mientras seguro y con calma infinita,
    cada vez más emancipado y regio
    boga con serena tranquilidad.



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    Mensaje por Maria Lua Miér 03 Jul 2024, 10:22

    El libro de horas




    Señor, a cada uno dale su muerte,
    una muerte que de cada vida brote
    y en que haya amor, significado y sufrimiento.
    Pues nosotros somos sólo la corteza y la hoja.
    La muerte que cada uno lleva en sí
    es la fruta en torno de la cual todo gira.

    Señor, las grandes ciudades están perdidas y disueltas.
    En la más grande se vive como quien huye de un incendio.
    No hay en ella consuelo capaz de consolar
    y el tiempo demasiado corto cierra el paso.

    Allí viven seres humanos, con gestos angustiados,
    vidas malas y difíciles en cuartos profundos…
    Allí crecen niños en sótanos con ventanas
    siempre hundidas en las mismas sombras
    y donde no saben que afuera los llaman las flores
    a un día lleno de espacio, de júbilo y de viento.


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    Mensaje por Maria Lua Miér 03 Jul 2024, 10:23

    El poeta





    De mí te alejas, hora.
    El batir de tus alas me hace heridas.
    Solitario: ¿qué puede hacer mi boca
    con mi noche y mi día?

    No tengo amada, ni casa, ni sitio
    donde poder vivir.
    Todas las cosas a las que me entrego
    se hacen ricas y a mí me dejan pobre.



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    Mensaje por Maria Lua Miér 03 Jul 2024, 10:24

    Elegía primera




    ¿Quién, si yo gritara, me escucharía entre las órdenes
    angélicas? Y aun si de repente algún ángel
    me apretara contra su corazón, me suprimiría
    su existencia más fuerte. Pues la belleza no es nada
    sino el principio de lo terrible, lo que somos apenas capaces
    de soportar, lo que sólo admiramos porque serenamente
    desdeña destrozarnos. Todo ángel es terrible.
    Así que me contengo, y me ahogo el clamor de la garganta
    tenebrosa. Ay, ¿quién de veras podría ayudarnos? No
    los ángeles, no los hombres, y ya saben los astutos
    animales que no nos sentimos muy seguros en casa,
    dentro del mundo interpretado. Nos queda quizás
    algún árbol en la loma, al cual mirar todos los días;
    nos queda la calle de ayer y la demorada lealtad
    de una costumbre, a la que le gustamos, y permaneció,
    y no se fue. Oh, y la noche, y la noche, cuando el viento
    lleno de espacio cósmico nos roe la cara:
    ¿Para quién no permanecería aquélla, la anhelada,
    la tierna desengañadora, ahí, dolorosamente próxima
    al corazón solitario? ¿Es más suave con los amantes?
    Ay, ellos sólo se ocultan uno a otro su suerte.
    ¿Todavía no lo sabes? Arroja el espacio que abarquen
    tus brazos hacia los espacios que respiramos; quizá
    los pájaros sientan el aire ensanchado con un vuelo más íntimo.

    Sí, las primaveras de veras te necesitaban. Varias
    estrellas te pedían que las rastrearas. Se alzaba
    en el pasado una ola hacia ti, o cuando pasabas
    por una ventana abierta, se te entregaba un violín.
    Todo esto era una misión, ¿pero fuiste capaz de cumplirla?
    ¿No estabas siempre distraído por la esperanza, como
    si todo ello te anunciara a una amada?
    ¿Dónde intentas alojarla, si en ti los grandes pensamientos extraños
    entran y salen, y con frecuencia se quedan durante la noche?.
    Pero si sientes anhelos, canta pues a las amantes; no es,
    en absoluto, suficientemente inmortal su famoso
    sentimiento. Aquéllas que casi envidias, las abandonadas,
    las encuentras mucho más amantes que las saciadas.
    Empieza siempre de nuevo la alabanza siempre inalcanzable.
    Piensa: el héroe sigue en pie, aun el ocaso fue para él
    sólo un pretexto para ser: su último nacimiento.
    Pero a las amantes la exhausta naturaleza las recoge
    en su seno, como si no hubiera fuerzas para lograr esto
    dos veces. ¿Has pensado lo suficiente en Gaspara Stampa,
    y lo que puede sentir cualquier chica a quien el amado
    abandonó, frente a tan elevado ejemplo de mujer amante:
    ¿Llegaré a ser como ella? ¿Estos, los más antiguos
    dolores, no deberán, por fin, darnos fruto? ¿No es
    tiempo ya de que, al amar, nos liberemos del amado y,
    temblorosos, resistamos, como la flecha resiste al arco,
    para ser, unidos en el salto, algo más que la sola
    flecha? Porque el permanecer está en ninguna parte.

    Voces, voces. Corazón mío, escucha, como sólo los santos
    escuchaban; la enorme llamada los alzaba del suelo;
    pero ellos seguían de rodillas, de modo imposible,
    sin darse cuenta: de tal manera escuchaban. No
    que pudieras soportar la voz de Dios, lejos de eso, pero
    escucha el soplo, las noticia incesante que se forma
    del silencio. Murmura hasta ti desde aquellos que han
    muerto jóvenes. ¿Acaso su destino no se dirigió siempre
    tranquilamente a ti, en Roma y Nápoles, cuando entrabas
    en alguna iglesia? O una inscripción sublime se grababa
    para ti, como hace poco la lápida de Santa María Formosa?
    ¿Qué quieren de mí? Debo apartar en silencio
    la apariencia de injusticia que a veces estorba un poco
    el puro movimiento de sus espíritus.

    Realmente es extraño ya no habitar la tierra,
    ya no ejercitar las costumbres apenas aprendidas;
    a las rosas, y a otras cosas particularmente promisorias,
    ya no darles el significado del futuro humano; ya no ser
    aquél que uno fue en interminables manos angustiadas
    y hasta hacer a un lado el propio nombre, como un juguete
    roto. Extraño, ya no seguir deseando los deseos. Extraño,
    ver todo lo que tenía sus propias relaciones, aletear
    tan suelto en el espacio. Y estar muerto es doloroso,
    y lleno de recuperación, de modo que uno rastree
    lentamente un poco de eternidad. Pero todos los vivos
    cometen el mismo error de diferenciar demasiado
    tajantemente. Los ángeles (se dice) con frecuencia no
    sabrían si andan entre los vivos o entre los muertos.
    La corriente eterna arrastra siempre consigo todas
    las edades a través de las dos zonas y atruena sobre ambas.

    Finalmente ya no nos necesitan, los que partieron
    temprano, uno se desteta dulcemente de lo terrestre, como
    uno se emancipa con ternura de los senos de la madre.
    Pero nosotros, que necesitamos tan grandes secretos,
    nosotros que tan frecuentemente obtenemos del duelo
    progresos dichosos, ¿podríamos existir sin ellos?
    ¿Es inútil el mito de que, en la antigüedad, durante
    las lamentaciones fúnebres por Linos,
    una atrevida música primitiva se abrió paso en la árida materia
    inerte; y entonces, por primera vez, en el espacio
    sobresaltado, en el que un muchacho casi divino de pronto
    se perdió para siempre, el vacío produjo esa vibración
    que ahora nos entusiasma y nos consuela y ayuda?


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    Mensaje por Maria Lua Miér 03 Jul 2024, 10:25

    Elegía segunda





    Todo ángel es terrible. Y sin embargo, ay, los invoco
    a ustedes, casi mortíferos pájaros del alma, sé quiénes
    son ustedes. Los días de Tobías, ¿dónde quedaron?,
    cuando uno de los más radiantes apareció en el umbral
    sencillo de la casa un poco disfrazado para el viaje,
    ya no tremendo (muchacho para el muchacho,
    que se asomó, curioso). Si ahora avanzara el arcángel,
    el peligroso, desde atrás de las estrellas, un solo paso,
    que bajara y se acercara: el propio corazón, batiendo
    alto, nos mataría. ¿Quién es usted?
    Tempranos afortunados, ustedes, los mimados
    de la creación, cadena de cumbres, cordillera roja
    del amanecer de todo lo creado -polen de la divinidad
    floreciente, coyunturas de la luz, corredores,
    escalones, tronos, espacios del ser, escudos
    deliciosos, tumultos del sentimiento tormentosamente
    arrebatado, y de pronto, individualizados, espejos,
    ustedes, los que recogen nuevamente en sus propios
    rostros, la propia belleza que han irradiado.

    Porque nosotros, siempre que sentimos, nos evaporamos;
    ay, nosotros nos exhalamos a nosotros mismos,
    nos disipamos; de ascua en ascua soltamos un olor cada
    vez más débil. Probablemente alguien nos diga: Sí,
    entras en mi sangre; este cuarto, la primavera se llena
    de ti…, ¿de qué sirve? Él no puede retenernos,
    nos desvanecemos en él y en torno suyo.
    Y aquellos que son hermosos, oh, ¿quién los retiene?
    Incesantemente la apariencia llega y se va de sus
    rostros. Como rocío de la hierba matinal se esfuma
    de nosotros lo que es nuestro, como el calor
    de un plato caliente. Oh, sonrisa ¿a dónde? Oh,
    mirada a lo alto: nueva, cálida, fugitiva
    ola del corazón; sin embargo, ay, somos eso. ¿Entonces
    el firmamento, en el que nos disolvemos, sabe
    a nosotros? ¿De veras los ángeles recapturan solamente
    lo suyo, lo que han irradiado, o a veces, como
    por descuido, hay algo nuestro en todo ello? ¿Estamos
    tan entremezclados en sus facciones, como la vaga
    expresión en los rostros de las mujeres preñadas?
    Ellos no lo advierten en el torbellino de su regreso
    a sí mismos. (¿Cómo habrían de advertirlo?).

    Los amantes podrían, si lo comprendieran,
    hablar extrañamente en el aire nocturno. Pues parece
    que todo nos oculta. Mira, los árboles son; las casas
    que habitamos permanecen todavía. Sólo nosotros pasamos
    de largo sobre todas las cosas como un cambio
    de vientos. Y todo se une para acallarnos, mitad
    por vergüenza quizás, y mitad por esperanza indecible.

    Amantes, a ustedes, satisfechos el uno en el otro,
    les pregunto por nosotros. Ustedes, los que se aferran
    a sí mismos. ¿Tienen pruebas? Miren, me ha ocurrido que
    mis manos se reconozcan entre sí, o que mi rostro ajado
    se refugie en ellas. Eso me da cierta sensación. ¿Pero
    quién, sólo por eso, se atrevió a creer que de veras
    es? Sin embargo ustedes, los que crecen el uno
    en el arrobo del otro, hasta que él suplica, abrumado:
    “Basta”; ustedes, los que crecen, bajo sus recíprocas
    manos, más exuberantes, como años de grandes uvas;
    los que mueren a veces, sólo porque el otro se ha
    expandido demasiado; a ustedes les pregunto por nosotros.
    Sé que se tocan tan dichosamente porque la caricia
    retiene, porque no desaparece el sitio que ustedes,
    los tiernos, ocupan; porque, debajo de todo ello, ustedes
    sienten la duración pura. Ustedes, de sus abrazos,
    por ello, casi se prometen eternidad. Sin embargo, cuando
    ya se han sostenido el sobresalto de la primera mirada,
    y ya ocurrieron las ansias junto a la ventana
    y del primer paseo juntos, una vez, por el jardín:
    Ustedes, amantes, ¿siguen todavía entonces siendo
    los mismos? Cuando el uno alza al otro hasta su boca
    y se unen -bebida con bebida-: ¡oh, de qué manera
    tan extraña el bebedor entonces se escapa de su función!

    ¿No se asombraron ustedes, en las estelas áticas,
    de la prudencia de los gestos humanos? El amor
    y la despedida, ¿no fueron puestos demasiado
    ligeramente sobre los hombros, como si se tratara
    de seres hechos de otra materia que nosotros?
    Recuerden las manos, cómo se posan sin presión, aunque
    hay vigor en los torsos. Estos dueños de sí mismos
    lo sabían: Hasta aquí, nosotros; esto es lo nuestro,
    tocarnos así; que los dioses nos aprieten
    con mayor fuerza. Pero eso es cosa de los dioses.
    Si nosotros encontráramos también una pura, contenida,
    estrecha, humana franja de huerto, nuestra, entre
    río y roca. Pues nuestro propio corazón nos excede
    tanto como a aquéllos. Y ya no podemos mirarlo
    a través de imágenes que lo sosieguen, ni a través
    de cuerpos divinos, en los que se contenga más.





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    Mensaje por Maria Lua Jue 04 Jul 2024, 15:36

    Elegía tercera




    Una cosa es cantar a la amante y otra
    al dios-río, culpable y oculto, de la sangre.
    El joven a quien ella ama y reconoce de lejos ¿qué sabe
    él mismo del Maestro del Placer que a menudo, en su
    soledad,
    antes de que ella lo calmara, y aun como si ella no
    existiera, chorreando algo incognosible, levantaba su
    cabeza de dios y llamaba la noche a un tumulto infinito?

    ¡Oh, el Neptuno de la sangre, oh, su terrible tridente,
    el soplo oscuro de su pecho, como el rumor de una
    concha contorneada:
    Oye cómo la noche se hace valle y se ahueca. ¡Oh,
    estrellas! ¿acaso no arranca de vosotras el deseo que
    empuja al amante
    hacia el rostro de la amada? La profunda mirada que fija
    en sus ojos puros ¿no viene acaso de la pureza de los
    astros?

    Por desgracia, ni tú ni su madre son las que han distendido
    en la espera el arco de sus cejas negras.
    No en ti, doncella sensitiva, se curvó su labio en una
    expresión más fecunda.
    ¿Crees de veras que tu ligera aparición
    lo hubiera conmovido tanto, tú que pasas como brisa
    mañanera?
    Es cierto que tú llevaste el terror a su corazón; pero terrores
    más antiguos se precipitaron sobre él al impulso de ese
    choque.
    Así lo llames, tu llamado no lo sacará completamente de su
    oscuro contorno.
    Cierto es que él quiere evadirse; aligerado, se acostumbra
    a la intimidad de tu corazón, se domina y se empieza.
    Pero en realidad ¿se empezó alguna vez?
    Madre, tú fuiste la que lo empezaste, tú que lo hiciste
    pequeñito;
    cuando era nuevo para ti, inclinaste
    sobre sus ojos nuevos el mundo amigo y lo defendiste
    contra el mundo extranjero.

    ¿Ah, dónde están los años en que tú, simplemente con tu
    esbelta forma,
    cerrabas el paso al hirviente caos?
    Muchas cosas le ocultaste así: el cuarto nocturno y
    sospechoso,
    lo hiciste inofensivo; en tu corazón lleno de refugios
    mezclaste un espacio humano con el espacio de su noche.
    Colocaste la luz nocturna, como una luz de amistad,
    no en la oscuridad, sino en tu existencia más cercana.
    En ninguna parte hubo un crujido que no hayas explicado
    con una sonrisa, como si supieras desde hacía mucho
    en qué forma se portarían las duelas del piso.
    Y él te escuchaba y se calmaba. Tal era el poder
    que surgía de tu ternura; detrás del ropero
    se metía, alto, embozado, su destino, y en los pliegues
    de la cortina
    acechaba su inquieto porvenir de líneas movedizas.

    Y él mismo, mientras yacía, consolado,
    bajo los adormecidos párpados de tu forma ligera,
    saboreaba la dulzura derretida precursora del sueño:
    parecía un ser que estaba protegido… Pero en sus
    adentros
    ¿quién lo defendía, quién detenía las olas del porvenir?
    ¡Ah!, no había
    protección alguna en el durmiente; durmiendo soñaba
    febril: ¡cómo
    se abandonaba él, el ser nuevo, temeroso; cómo estaba
    atado
    con el interno acontecer de invasoras marañas
    enredadas ya para formar normas que, al crecer, habían
    de asfixiarlo,
    formas de animales de presa que lo perseguían! ¡Cómo
    se abandonaba!

    Amaba su yermo interior,
    esa interna selva virgen que era el origen
    de su callada ruina, en que se erguía, verde claro, su
    corazón.

    Amaba… luego su corazón lo abandonó, siguió sus
    propias raíces en potente embate,
    y las dejó para entrar en el poderoso origen primigenio
    en que su pequeño nacimiento era ya cosa superada.
    Al amar,
    descendía en la sangre más antigua, en los barrancos
    en que yacía lo terrible que aún se saciaba en sus
    antepasados. Cada terror
    lo conocía, le hacía guiños de connivencia.
    Hasta el horror sonreía… Rara vez
    has sonreído con tanta ternura, Madre. ¿Cómo no la hubiera
    amado él
    puesto que le sonreía? Antes de ti, muchacha, lo amaba
    a ella, pues, cuando ya estaba preñada
    de él, ese horror estaba diluido en el agua que hace ligero
    al germen.

    Ve, no amamos, como las flores, durante una sola
    estación;
    cuando amamos, se nos sube por los brazos una savia
    inmemorial.
    ¡Oh, muchacha!, en nosotros amamos, no a un ser futuro,
    sino la innumerable fermentación; no a un niño entre todos,
    sino los padres que, como escombros de montañas,
    descansan en nuestras profundidades; sino el cauce
    desecado
    de las madres de otros tiempos; sino el silencioso paisaje
    de cielo nublado o puro del Destino; esto, muchacha, fue lo
    que se te anticipó.
    ¿Y tú misma, qué sabes? Tú, con tus halagos hiciste surgir
    en el amante los tiempos más remotos de su historia.
    ¿Qué sentimientos
    se agitaron en las profundidades de los seres
    desaparecidos? ¿Qué mujeres
    te odiaron allí? ¿Qué hombres sombríos despertaste
    en las venas del joven? Niños muertos querían
    ir hacia ti… ¡Oh!, en silencio, muy quedo,
    haz algo que le agrade: una segura tarea cotidiana que
    le sea grata.
    Llévalo al jardín, dale el dominio sobre la noche…
    detenlo.



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    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
    compartir contigo sol y luna,
    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
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    Mensaje por Maria Lua Jue 04 Jul 2024, 15:38

    Entrada




    Quienquiera que tú seas: al atardecer sal
    de tu cuarto, en el cual lo sabes todo;
    ante la lejanía está tu casa
    como el final: quienquiera que tú seas.
    Como tus ojos que apenas, fatigados,
    del consumido umbral pueden librarse,
    levantas muy despacio un árbol negro
    poniéndolo ante el cielo: esbelto, solo.
    Y has hecho el mundo. Y es grande, y es como
    una palabra que aun en silencio madura.
    Y según tu querer comprende su sentido
    se desasen tus ojos tiernamente…



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    Mensaje por Maria Lua Jue 04 Jul 2024, 15:40

    Es una mártir. Como duro golpe…




    Es una mártir. Como duro golpe
    con un tirón
    el hacha atravesó su breve juventud,
    y se puso el sutil anillo rojo
    en su cuello como primer adorno
    que ella con una extraña sonrisa recibió;
    pero aún éste la lleva con vergüenza.
    y su hermana menor, cuando ella duerme.
    (que, infantil todavía, se adorna con la herida
    de esa piedra que le oprime la frente)
    debe echarle sus duros brazos en torno al cuello
    y en sueños, a menudo, huye la otra: Más
    fuerte, más fuerte. A veces se le ocurre a la niña
    esconder esa frente con, la imagen
    de la piedra en las pliegos del manto de la noche,
    que, claro, en el aliento de su hermana se eleva,
    lleno como una vela que vive de su viento.

    Esa es la hora cuando son sagradas,
    la muchacha callada y la pálida niña.

    Y otra vez están como ante todo dolor,
    duermen pobres y no tienen nada de gloria,
    y sus almas son como blanca seda,
    y con el misma anhelo las dos tiemblan
    y sienten miedo de su heroicidad

    Y tú puedes pensar: si de las camas
    con la próxima luz se levantaran,
    y con los mismos rostros soñadores,
    entraran las callejas en los pueblos,
    no quedaría nadie iras de ellas asombrado,
    en las filas de casas ni una ventana habría
    ruido, y por las mujeres no iría un cuchicheo,
    y de los niños no gritaría ninguno.
    Irían a través del silencio en camisa
    (los pliegues lisos no dan resplandor)
    tan raras, pero a nadie sorprendentes,
    como para la fiesta, pero sin la guirnalda.





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    Mensaje por Maria Lua Ayer a las 08:09

    Esa fatiga por un grave hacer…




    Esa fatiga por un grave hacer
    aún no hecho, y cual entrega maniatada,
    tal el paso no creado del cisne.

    Y el morir, ése no más asimiento
    del fondo sobre el que a diario estamos,
    para aposentarse con timidez

    en las aguas que suaves le reciben,
    y, de su transitoriedad dichosas,
    se retiran bajo él onda tras onda;
    mientras seguro y con calma infinita,
    cada vez más emancipado y regio
    boga con serena tranquilidad.





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    Mensaje por Maria Lua Ayer a las 08:11


    Haz que algo nos ocurra. Mira…





    Haz que algo nos ocurra. Mira
    cómo hacia la vida temblamos.
    Y queremos alzarnos como
    un resplandor y una canción.

    Querías ser como las otras,
    que en el frescor se visten, tímidas;
    tu alma quería que sus cantos
    cansados de muchacha, en seda
    florecieran hasta las lindes
    de la vida. Pero en lo hondo
    de lo enfermo tuyo, una fuerza
    osó echar pámpanos: brillaron
    soles, y se hundieron semillas,
    y lo volviste como el vino.

    Y ahora estás tú, dulce y saciada
    como tarde, en nosotras todas;
    y sentimos cómo caemos
    y nos dejas sin brillo a todas…

    Mira, son tan estrechos nuestros
    días, y temeroso el cuarto.
    de la noche; todas deseamos
    desmañadas, la rosa roja.

    Debes sernos suave, María,
    florecemos desde la sangre,
    tú sola puedes sabe cómo
    el anhelo hace tanto daño;

    tú misma has percibido este
    dolor de doncella en el alma;
    tiene un tacto como de nieve
    navideña pero está ardiendo…

    De tantas cosas, nos quedó el sentido:
    precisamente de lo suave y tierno
    hemos sacado un poco de saber;
    como de un secreto jardín,
    como de un almohadón de seda,
    que se nos ha metido bajo el sueño,
    o de algo, que nos quiere
    con ternura desconcertante…






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    Mensaje por Maria Lua Ayer a las 08:12


    La adormidera




    Apartada florece en el jardín la mala adormidera,
    los vehementes, introducidos de oculto en ella,
    se dieron de bruces con la pasión de nuevos espejismos,
    cóncavos, solícitos y abiertos,

    sueños con máscaras incitadoras
    entraron en escena, agigantadas en sus coturnos:
    todo esto se representa en lo alto de esos huecos
    y endebles tallos, los cuales (llevando abajados

    los pimpollos que creían marchitos)
    alzan la urna de semillas hermética,
    dejando abiertos los orlados cálices
    que, febriles, rodean la adormidera.







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