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    Luis Florencio Chamizo Trigueros (1894-1945) (poeta extremeño)

    F.Rubio
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    Luis Florencio Chamizo Trigueros (1894-1945) (poeta extremeño) Empty Luis Florencio Chamizo Trigueros (1894-1945) (poeta extremeño)

    Mensaje por F.Rubio Lun 03 Ago 2009, 07:37

    Luis Florencio Chamizo Trigueros (* Guareña, Badajoz (España); 7 de noviembre de 1894 – † Madrid (Id.); 24 de diciembre de 1945) escritor español en castellano y en la variedad local del bajo extremeño de Guareña.

    Nace en el seno de una familia humilde y trabajadora. Su padre Joaquín Chamizo Guerrero, natural de Castuera es tinajero de profesión, y su madre, Asunción Triguero Bravo, natural de Guareña. Recibió los cursos primarios en Guareña, al parecer, por el maestro Don Diego López. Muy joven frecuenta el despacho de su padre y a escondidas escribe sus primeros poemas amorosos.

    Se traslada a Madrid y para empezar a cursar Bachillerato que finalizará en Sevilla, donde también obtiene el Título de Perito Mercantil. A los 24 años se licencia en Derecho en la Universidad de Murcia, donde termina los estudios empezados en la Universidad Central de Madrid. Durante las vacaciones veraniegas de su bachillerato y primeros años de carrera en Guareña entabla amistad con su paisano , Eugenio Frutos Cortés (Vid. edición de Antonio Viudas Camarasa "Obras completas" de Luis Chamizo(1982). Colabora en el periódico “La Semana” en Don Benito, que dirige Francisco Valdés y en ratos libres, inicia su “aventura” en habla extremeña componiendo versos a los parajes de Valdearenales, sus gentes, y a la tierra que le vio nacer. Admirador de José María Gabriel y Galán asistió a la velada poética e inauguración de la estatua, realizada por Enrique Pérez Comendador, que el pueblo de Cáceres le ofreció el año 1925.

    En 1921 marcha a Guadalcanal (Sevilla) y conoce a Virtudes Cordo Nogales con quien contrae matrimonio al año siguiente. Tuvieron cinco hijas, Mª Luisa, Mª Victoria, Mª de las Virtudes, Consolación y Mª Asunción. El 7 de abril de 1924 es elegido circunstancialmente, alcalde de Guadalcanal. Y al mes siguiente se le designa académico de la Real Academia de Buenas Letras de Sevilla (Vid. edición de Antonio Viudas Camarasa (1982))

    En 1930 fue homenajeado en Madrid por el estreno de “Las Brujas”, acto que presidió el Premio Nobel de Literatura D. Jacinto Benavente. Terminada la Guerra Civil Española marcha a Madrid e ingresa en el Sindicato de Espectáculos consiguiendo un sueldo del Estado. En la calle madrileña de El Escorial, 15, da clases de declamación totalmente gratis.

    El 24 de diciembre de 1945, fallece a los 51 años en Madrid. 49 años después del día de su fallecimiento, el 7 de Noviembre de 1994, y gracias al pueblo de Guareña, sus restos son trasladados al Cementerio Municipal para el resto de los siglos, cumpliéndose su deseo en el año del centenario de su nacimiento 1994.

    Chamizo contactó con el movimiento modernista a través de Salvador Rueda, Francisco Villaespesa, Amado Nervo, Emilio Carrere, etc. Conoció a Federico García Lorca, probablemente a Rafael Alberti y a otros intelectuales y poetas de entonces. Chamizo coetáneo del 27 prefirió quedarse en el camino de la poesía regionalista.

    En 1921 aparece por primera vez El Miajón de los Castuos, posteriormente escribiría la obra de teatro Las Brujas (1932), y su libro Extremadura. En 1967 se editó en Madrid una antología poética con el nombre de Obra Poética Completa.





    LA NACENCIA
    I
    Bruñó los recios nubarrones pardos
    la luz del sol que s´agachó en un cerro,
    y las artas cogollas de los árboles
    d´un coló de naranjas se tiñeron.

    A bocanás el aire nos traía
    los ruídos d´alla lejos
    y el toque d´oración de las campanas
    de l´iglesia del pueblo.

    Ibamos dambos juntos, en la burra,
    por el camino nuevo,
    mi mujé mu malita,
    suspirando y gimiendo.

    Bandás de gorriatos montesinos
    volaban, chirriando por el cielo,
    y volaban pál sol qu´en los canchales
    daba relumbres d´espejuelos.

    Los grillos y las ranas
    cantaban a lo lejos,
    y cantaban tamién los colorines
    sobre las jaras y los brezos,
    y roändo, roändo, de las sierras
    llegaba el dolondón de los cencerros.

    ¡Qué tarde más bonita!
    Qu´anochecer más güeno!
    ¡Qué tarde más alegre
    si juéramos contentos!...
    - No pué ser más- me ijo- vaite, vaite
    con la burra pal pueblo,
    y güervete de prisa con la agüela,
    la comadre o el méico...

    Y bajó de la burra poco a poco,
    s´arrellenó en el suelo,
    juntó las manos y miró p´arriba,
    pa los bruñios nubarrones recios.

    ¡Dirme, dejagla sola,
    dejagla yo a ella sola com´un perro,
    en metá de la jesa,
    una legua del pueblo...
    eso no! De la rama
    d´arriba d´un guapero,
    con sus ojos roendos
    nos miraba un mochuelo,
    un mochuelo con ojos vedriaos
    como los ojos de los muertos...
    ¡No tengo juerzas pa dejagla sola;
    pero yo de qué sirvo si me queo!

    La burra, que rroía los tomillos
    floridos del lindero
    carcaba las moscas con el rabo;
    y dejaba el careo,
    levantaba el jocico, me miraba
    y seguía royendo.
    ¡Qué pensará la burra
    si es que tienen las burras pensamientos!

    Me juí junt´a mi Juana,
    me jinqué de roillas en el suelo,
    jice por recordá las oraciones
    que m´enseñaron cuando nuevo.
    No tenía pacencia
    p´hacé memoria de los rezos...
    ¡Quién podrá socorrregla si me voy!
    ¡Quién va po la comadre si me queo!

    Aturdio del tó gorví los ojos
    pa los ojos reondos del mochuelo;
    y aquellos ojos verdes,
    tan grandes, tan abiertos,
    qu´otras veces a mí me dieron risa,
    hora me daban mieo.
    ¡Qué mirarán tan fijos
    los ojos del mochuelo!

    No cantaban las ranas,
    los grillos no cantaban a lo lejos,
    las bocanás del aire s´aplacaron,
    s´asomaron la luna y el lucero,
    no llegaba, roändo, de las sierras
    el dolondón de los cencerros...
    ¡Daba tanta quietú mucha congoja!
    ¡Daba yo no sé qué tanto silencio!

    M´arrimé más pa ella;
    l´abrasaba el aliento,
    le temblaban las manos,
    tiritaba su cuerpo...
    y a la lus de la luna eran sus ojos
    más grandes y más negros.

    Yo sentí que los míos chorreaban
    lagrimones de fuego.
    Uno cayó roändo,
    y, prendío d´un pelo,
    en metá de su frente
    se queó reluciendo.
    ¡Que bonita y que güena,
    quién pudiera sé méico!

    Señó, tú que lo sabes
    lo ucho que la quiero.
    Tú que sabes qu´estamos bien casaos,
    Señó, tú qu´eres güeno;
    tú que jaces que broten las simientes
    qu´echamos en el suelo;
    tú que jaces que granen las espigas,
    cuando llega su tiempo;
    tú que jaces que paran las ovejas,
    sin comadres, ni méicos...
    ¿por qué, Señó, se va morí mi Juana,
    con lo que yo la quiero,
    siendo yo tan honrao
    y siendo tú tan güeno?...

    ¡Ay! qué noche más larga
    de tanto sufrimiento;
    ¡qué cosas pasarían
    que decilas no pueo!
    Jizo Dios un milagro;
    ¡no podía por menos!

    II
    toito lleno de tierra
    le levanté del suelo,
    le miré mu despacio, mu despacio,
    con una miaja de respeto.
    Era un hijo, ¡mi hijo!,
    hijo dambos, hijo nuestro...
    Ella me le pedía
    con los brazos abiertos,
    ¡Qué bonita qu´estaba
    llorando y sonriyendo!

    Venía clareando;
    s´oían a lo lejos
    las risotás de los pastores
    y el dolondón de los cencerros.
    Besé a la madre y le quité mi hijo;
    salí con él corriendo,
    y en un regacho d´agua clara
    le lavé tó su cuerpo.
    Me sentí más honrao,
    más cristiano, más güeno,
    bautizando a mi hijo como el cura
    bautiza los muchachos en el pueblo.

    Tié que ser campusino,
    tié que ser de los nuestros,
    que por algo nació baj´una encina
    del camino nuevo.

    Icen que la nacencia es una cosa
    que miran los señores en el pueblo;
    pos pa mí que mi hijo
    la tié mejor que ellos,
    que Dios jizo en presona con mi Juana
    de comadre y de méico.

    Asina que nació besó la tierra,
    que, agraecía, se pegó a su cuerpo;
    y jue la mesma luna
    quien le pagó aquel beso...
    ¡Qué saben d´estas cosas
    los señores aquellos!

    Dos salimos del chozo,
    tres golvimos al pueblo.
    Jizo dios un milagro en el camino;
    ¡no podía por menos!
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    Mensaje por Maria Lua Sáb 08 Ago 2009, 09:45

    Gracias, querido poeta Francisco,
    por la biografía y el poema de
    Luis Florencio Chamizo Trigueros...
    Un beso
    Maria Lua


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    Mensaje por Pepe Cercas Sáb 08 Ago 2009, 10:20

    Sinceramente como extremeño que soy, me llena de emoción que saques a la luz parte de la biografía de Luis Chamizo. Un abrazo
    Pepe Cercas
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    Luis Florencio Chamizo Trigueros (1894-1945) (poeta extremeño) Empty Re: Luis Florencio Chamizo Trigueros (1894-1945) (poeta extremeño)

    Mensaje por Evangelina Valdez Vie 11 Jul 2014, 19:48

    Bueno, como este es un poeta olvidado, lo saco a la luz para que conozcamos más de él, dicen por ahí que el saber no cuesta.

    Añado aportes a este trabajo iniciado por F. Rubio donde quiera que él esté, muchas gracias por la iniciativa.
    Abrazos.

    "EXTREMADURA"
    (SEGUNDA PARTE)


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    VII
    EL PRIMER BESO

    corren tiempos felices. La vida es fácil;
    l'ambición es paciente; la lucha, mansa.
    El amor y el trebajo cierran el broche
    d'un collar desperanzas.
    Puños de jierro labran la tierra;
    manos de raso cuidan la casa
    Bastián, tras de su yunta, canta bravio,
    La Mari-Rosa quedito canta,
    Tan sólo el manijero cuenta, recuenta,
    calcula y calla,
    y silencioso rumia la dicha
    con el mismo sosiego que la desgracia.

    ***

    Es víspera del Corpus,
    En amor y compaña
    Bastián y Mari-Rosa caminan juntos,
    tras de sus borriquillos, por espadañas,
    juncias y madreselvas,
    para el altar qu'han puesto frente a su casa.
    Es una tarde tibia de sol radiante.
    Por el chalabarquino rezonga el agua.
    Los titilillos y los jilgueros
    revolotean entre las zarzas.



    ***


    Al fondo de la vasta llanura fértil
    se yergue, majestuosa, la sierra brava,
    ceñía por la comba de los regachos,
    que penden, caprichosos, de sus gargantas
    como regios cintillos de cuentas verdes
    con engarces de plata.
    Y a la vera del lombo, breves alcores,
    extensos altozanos, mesetas amplias,
    que como desperezos de la llanura
    sirven de contrafuertes a la montaña,
    y en donde seculares encinas vírgenes
    muestran la reciedumbre de su pujanza,
    serenas, graves, nobles, como si fueran
    el troquel de la raza.


    ***

    Por entre las encinas van los muchachos
    devanando el ovillo de su caraba.

    ***

    Al abrigo del cerro de las coscojas,
    que reta con sus canchos a la montaña,
    torvo y enfurruñao,
    hay un roíllo de tierra llana
    qu'alfombran gamonitas y jaramagos,
    cardinchas, gallicrestas y ceborranchas,
    en donde muy surito vierte su córrigo
    de limpias aguas
    el fragüín que, saltando de risco en risco,
    desciende de las morras de la Morgaña,
    y en el lecho del llano, sobre la yerba,
    trinsao de fatiga se destiraja,
    diciendo, cantarino, cuentos de lobos
    al doblón, los tamujos y las retamas.

    Porqueros y pastores pueblan el valle,
    Sus chozas de jelechos y de montana
    cercan las parieras y los atajos
    qu'el arroyo deslinda con sus vardascas.
    Adoban el resensio la tierra húmeda,
    el perejil silvestre, la yerba cáustica,
    romeros y tomillos,
    almoradú, jarancios, brezos y jaras.

    Lavando sus almillas de colorines,
    unas zagalas
    entonan al acorde lindos cantares.
    Guarrapean las ranas.
    Llora el rabel gangoso; silban sus notas
    los canutos de caña;
    tiemblan miles de esquilas;
    regruñen los lechones, los borros balan...
    y en las cuencas de fresno repiquetean
    los machotes el himno de la trincaya,

    Bastián y Mari-Rosa suben al cerro,
    desde donde atalayan
    el recocaje de los pastores
    que, discreto y humilde, yace a sus plantas.
    El aroma del viento, jugoso y acre,
    la paz de los albergues, la vida mansa,
    los bejorriles de penachos azules,
    las notas vagas
    de leves tintineos, las tonaíllas
    amorosas y plácidas
    y el balar cadencioso, y el dulce arrullo
    del rabel y las flautas,
    prenden fuego de amores en los muchachos
    y conmueven sus almas.

    Vibra su carne virgen, vela sus ojos
    el fulgor de unas lágrimas;
    y horizontes purísimos azul y rosa
    d'una aurora diáfana
    nimban el cuerpecino d'un chiriveje
    que les tiende los brazos en lontananza...

    Y palpita la roca de los canchales,
    y cloquea fecunda la sierra brava,
    y reviven las flores de los aromos,
    y revientan las yemas, corre la savia…
    Y sobre las coscojas, sobre los riscos,
    sobre los chozos y las cabañas
    el querubín hermoso del primer beso
    bate sus alas.


    Evangelina Valdez
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    Mensaje por Evangelina Valdez Vie 11 Jul 2014, 19:51

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    VIII
    LA SIESTA


    A las caldas ardientes d'un sol de lumbre,
    la tarde bochornosa duerme la siesta.

    No chilrían los mirlos entre las mimbres,
    ni s'arrullan las tórtolas en las charnecas,
    ni los cucos burlones ni las bubillas,
    entre las espadañas jacen la ruea:
    qu'al fuego derretío d'un sol de plomo
    callan los musiqueros de las riberas.

    Tan sólo las chicharras, entre los pámpanos
    de las viñas montúas de las arenas,
    con las alas en pompa, dan rechiníos
    rizando las ternillas de la caeza.
    Y es su canción un blando suspiro jondo
    de calor y cansera:
    la canción que suspira
    la llanura sedienta.

    De repente la copla de las chicharras
    se pone retemblona, se tambalea.
    Un árbol que plantaron en una linde
    desparce por el suelo las. hojas secas,
    y el polvillo mullío de los rastrojos
    se levanta jormando la polvareda.

    Es que corre la racha d'aire solano.
    La tarde da vajíos, y cuando alienta,
    los remolinos barren las hojarascas,
    que se buscan, respingan, corren y juegan,
    vienen de los plantíos a los barbechos,
    tornan de los barbechos a la arbolea,
    saltan y brincan,
    s'encaracolan, revolotean
    y suben como cohetes altas, mu altas,
    jaciendo remetías y garambetas…

    Pasan los remolinos, y luego caen,
    como pájaros muertos, sobre la tierra.

    Y después las chicharras, y el sol de plomo
    chamuscando la parda llanura seca.
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    Mensaje por Evangelina Valdez Vie 11 Jul 2014, 19:54

    IX
    LA INSOLACIÓN


    Bastián, el mozo juerte de los castúos,
    en mangas de camisa labra la tierra
    que Miguelón, su padre, cansino y viejo,
    mercó pal estribillo de su probeza
    tras un vivir oscuro, noble y jonrao,
    riñendo cuerpo a cuerpo con la miseria.

    Los burros de su yunta dan resoplíos
    con las bocas abiertas.
    A los cuchinfarrones de las cuchillas,
    cruje la tierra.

    Ronca la canga
    con los vaivenes de la mancera.
    Rechinan los chinatos mientras se junden
    bajo las jerraúras y las tachuelas,
    y al restallar los jitos,
    los jierros tiemblan.

    ¡Oh, la canción monótona de notas leves,
    de tonos graves, d'extraña orquesta
    que resopla y que cruje, ronca y rechina,
    restalla y tiembla
    bajo los relumbríos d'un sol de llamas,
    sobre la tierra
    que, compasando el paso, labra la yunta,
    que lleva la batuta con las orejas!
    Tan sólo los labriegos saben su ritmo,
    qu'el arao tan sólo mueve sus cuerdas.




    —¡Qué alegría más grande;
    cómo crecen las juerzas,
    y el corazón se jincha
    de cosas güeñas,
    y llegan a lo vivo de los reaños
    sanas querencias,
    siendo d'uno la suerte,
    siendo d'uno las bestias
    y siendo también d'uno los goterones
    del süor que chorrea!...
    —dice Bastián, jundiendo con paso firme
    los surcos removíos, que se derrengan
    y marcan de sus botos claveteaos
    profundas juéyegas.

    Bastián rumia la historia d'aquella suerte,
    que medirá tan sólo veinte fanegas,
    y, rumiando, rumiando y abriendo surcos
    bajo el sol derretío que le caldea,
    pasa y repasa el mozo sus alegrías
    y sus tristezas.

    Pero los rayos del sol de lumbre
    le taladran la nuca como barrenas,
    y Bastián siente vértigos.
    Su frente abrasa, sus labios queman.
    Una manga de chispas punza sus ojos,
    Un enjambre le bulle por la caeza...
    Y sus puños aflojan entumecíos;
    y las rodillas se le derrengan;
    y su cuerpo de bronce, firme y tallúo,
    de fibras recias,
    se despluma de bruces, asollamao,
    sobre la muletilla de la mancera.

    Ni un cristiano discurre por los carriles,
    La tarde bochornosa duerme la siesta.




    Anochecío,
    cuando el sol, agarbao tras de la sierra,
    tiñe y bruñe la franja de los baraños
    de luz sangrienta,
    y abre la clara luna su puerta de oro,
    y anuncian los luceros a las estrellas,
    asoma traspón vienen canturreando
    las tonás de la tierra
    muchachas que trajinan d'espulgaoras
    y de cesteras,
    bajo sus tenderetes de lonas blancas,
    en las villas montúas de las arenas.

    Traen al cuello collares de verdes pámpanos,
    y esquinitas de uvas en las orejas,
    que alegres, las indinas, con jugueteo,
    por el camino las comisquean.

    Con la pandilla viene la Mari-Rosa.
    El espolique brujo de la querencia
    pone en su cuerpo fino garbo de corza
    y espabila sus piernas
    cuando a los lubricanos,
    labrando su besana, Bastián la espera.
    Pero al subir alegre por un cabezo
    desde donde divisa su cacho e tierra,
    repara, lanza un grito, tiende los brazos
    y parte como loca campotraviesa.
    Y las muchachas de la pandilla
    corren tras ella.





    —¡El sol de los membrillos, el sol de llamas,
    le jirió con sus rayos en la caeza!

    —¡Bastián, Bastián, chachino; no me responde!
    Restregarle las sienes con agua fresca.
    Pronto, ¿No tenéis agua?
    ¿No topásteis un pozo por la verea?...
    —¡Santo Dios, que no hay agua, que me se muere;
    que la frente le arde, qu'el pecho tiembla,
    que sus ojos se ponen ya vidriaos
    y l'estrangula la garraspera!

    —¡Vigen de Guadalupe, Vigen quería;
    tunde la nube fosca de la tormenta!

    Y Mari-Rosa calla. Sus ojos jienden
    la llanura sedienta,
    y los baraños tintos en sangre,
    y los luceros que candilean,
    y el foco de la luna de luz de fragua,
    roja y siniestra.
    Llora la Mari-Rosa. La tierra abrasa;
    se mastica el borchorno; el aire quema.
    D'allá lejos s'escuchan los rechiníos
    d'una carreta,
    y una voz cachazúa que va cantando
    una canción monótona y plañidera.

    —¡Agua: no tener agua!...
    ¡Y por un buche d'agua que me se muera!...

    —¡Ah: las uvas, las uvas!
    Estrujar los racimos a la carrera
    sobre mis manos, pa que con mosto
    le remoje la lengua.

    Los pámpanos son frescos;
    ponerle muchos pámpanos en la cabeza.





    Cierra la noche.
    Los mozos prenden fuego las rastrojeras,
    y en la llanura surgen lagos de llamas
    que fingen oleaje con sus lengüetas.

    La procesión es triste. Cuadro tan triste
    jamás se viera.
    Traen a Bastián las mozas en tenguerengue
    sobre una bestia,
    con la camisa llena de mosto,
    y un vendaje de pámpanos en la caeza.

    Los mozos que retornan de sus trajines
    y los que prenden fuego las rastrojeras,
    ante cosa tan rara se desconfían
    y titubean;
    y al fin sus risoteos llenan el aire,
    pensando que las mozas vienen de fiesta.
    —Dejárnosle a nusotros espulgaoras;
    veréis si le quitamos la borrachera.

    Pesa el aire caliente como una losa
    de plomo derretío. La luna llena,
    rechoncha y mofletúa, roja de risa,
    no repara en los guiños de la estrellas.

    Veniros con nusotros, espulgaoras;
    que ya vos quitaremos la borrachera.

    —Bastián: ¡alante, alante!
    —dice la Mari-Rosa—;
    ¡valor, pacencia!
    ¡Valor!
    ¡Pacencia!

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    Mensaje por Evangelina Valdez Vie 11 Jul 2014, 19:56

    X
    LA CURANDERA DE MEDELLIN


    Mira la curandera de reojo
    pal chinero que guarda sus bártulos,
    y jaciendo caroñas y guiños
    se santigua con un garabato.

    Coge luego un tostillo de jíerro;
    da tres golpes, consulta el oráculo,
    y endispués de lanzar un quejío
    s'engurruña y entona el ensalmo.

    —¡Ay del mozo valiente y fornío
    que al labrar en la siesta su campo
    cae de bruces al filo del surco
    por la lumbre del sol chamuscao!
    ¡Ay del güen mozo,
    si no tiene agua fresca en el jato!

    ¡Muera la víbora!
    ¡Viva el lagarto!
    ¡Corre y brinca detrás de la Maya,
    Samparipayo!


    ¡Ay del recio gañán que s'abrasa
    sin tener más consuelo ni amparo
    que terrones de tierra encendía
    y montones de polvo escaldao!
    ¡Ay del gañán;
    qué amargosa es la jiel del trebajo!


    ¡Muera la víbora!
    ¡Viva el lagarto!
    ¡Corre y brinca detrás de la Maya,
    Samparipayo!

    Mete la curandera su soplillo
    por la boca d'un cántaro;
    sopla fuerte y el agua rebulle
    d'alegría, riyendo y cantando.

    —Agua clara, de fuente perdía
    entre riscos y peñas y canchos,
    donde mojan sus picos las tórtolas
    pa seguirse endispués arrullando.
    ¡Ay, agua clara:
    bien podías jacer un milagro!

    ¡Muera la víbora!
    ¡Viva el lagarto!

    Agua fresca, de copos de nieve,
    serená por la noche del Santo,
    y enramá con jazmines morunos,
    asusón, toronjil y mastranzo.
    ¡Ay, agua fresca;
    bien podías jacer un milagro!

    ¡Muera la víbora!
    ¡Viva el lagarto!
    ¡Corre y brinca detrás de la Maya,
    Samparipayo!

    Saca la curandera zarzamora
    del chinero que guarda sus bártulos,
    y jaciendo mimosos melindres
    la coloca en un cuenco de barro.
    Zarzamora, más dulce qu'almiba,
    perfuma de romero y jarancio,
    que nos curas los malos hechizos
    del amor, que nos dan embrujao...
    ¡Ay, zarzamora;
    bien podías jacer un milagro!

    ¡Muera la víbora!
    ¡Viva el lagarto!...

    Zarzamora que curas cuartanas,
    padrejón, patatús y trancazo,
    y revuelta con flores de luna,
    mal de ojo, tiricia y embargo.
    ¡Ay, zarzamora;
    bien podías jacer un milagro!

    ¡Muera la víbora!
    ¡Viva el lagarto!
    ¡Corre y brinca detrás de la Maya,
    Samparipayo!

    Coge el cuenco la vieja; lo moja
    con el agua bendita del cántaro,
    y lo llena después de vinagre,
    y consulta de nuevo el oráculo,
    y lo pone en la frente del mozo
    a la par que repite el ensalmo:

    ¡Muera la víbora!
    ¡Viva el lagarto!...

    ¡Jierve, jierve; la lumbre caldea!…
    ¡Ya se jizo, por fin, el milagro!

    ¡Muera la víbora!
    ¡Viva el lagarto!

    Y riyendo con risa de bruja,
    se santigua con un garabato.



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    Mensaje por Evangelina Valdez Vie 11 Jul 2014, 19:59



    XI
    CARRERAS DE GALLOS



    Tarde mansa de otoño.
    Medellín arde en fiestas.
    Recios gañanes lucen sus mulas labraoras
    en un cabalgar lento, camino de l'alberca.
    Dulces. Chiquillería
    lampuza y bullanguera.
    Pastores embutíos en trajes d'estezao.
    Mozalbetes, comadres, mocinas peripuestas
    puliendo una sonrisa.
    Sonoras, castañuelas.
    Cielo azul, tierra parda, sol radiante. Jolgorios,
    amoríos, querencias…
    Y una copla bravia desgranando requiebros
    en el ambiente tibio de la tarde serena.

    Es el doce de octubre.
    Los valientes castúos de Medellín celebran
    aquel primer abrazo
    que España le dio a América,
    derrochando, rajosos, valor y gallardía
    en un viril alarde de pujanza y destreza.

    Van a correr los gallos en el lejío. Cruzan
    las calles polvorientas,
    sobre potros d'empuje, cubiertos d'alamares,
    bordando, fachendosos, lanzas y moringuetas.
    Fajas rojas y azules al viento. Colorines
    de ropas domingueras
    salpicando de tonos calientes el lejío.
    Redoblantes. Trompetas.
    ¡Silencio! Veinte gallos
    —ice el pregón— recuelgan
    a quince pies del suelo.
    Y estribando la cencia
    del festejo en cortarles
    a tajos la caezas,
    ca cual de los mozos ganará los que mate,
    y al que más, nombraremos capitán de la fiesta.

    Calla el pregón. Relucen
    al sol las cachicuernas…
    y palpitan, ansiosos, corazones cansinos
    de viejos labrantines, embotaos por la briega,
    mientras en los rollizos ijares de los potros
    se junden las espuelas,
    y restallan las furias del galope tendió
    sobre la tierra parda, qu'orgullosa retiembla,
    despertando al recuerdo de jazañas d'antaño
    que regaron con sangre de infieles su corteza.

    ¡Alante, alante! —icen
    tambores y trompetas.

    Y en cata de los gallos rebrincan los jinetes
    dando a la vuelta y torna chisfarratás certeras;
    y a cada tajo en firme, rezumba el alboroto
    del pueblo, enardecío, que grita y palmetea.

    —Un trago por mi mozo, compadre —ice un viejo
    levantando su bota de vino de Guareña.
    —¡Bravo, Currillo, bravo! Recorta cuando brinques,
    no t'escaches la jeta.
    —Por las fajas azules apuesto dos lechones.
    —¡No te caerá esa breva!
    —Por mi nieto y los rojos, un chorizo del cabo
    —va gritando la agüela...
    Y entre dos zagalinas,
    ya pronto casaderas,
    queda un ramo d'albeaca
    perfumando una apuesta.




    Ya tornan los jinetes, al paso castellano,
    mostrando en sus arzones las piltrafas sangrientas.
    Mercachifles rumbosos
    les brindan chirrichoflas y dulzainas caseras.

    Ansiedad, cuchicheos;
    redoblantes, trompetas...
    ¡Silencio! El pregonero
    va a fallar la contienda:

    —Once, los coloraos; y nueve, los azules,
    Pedro Cortés, el nieto d'Alfonsa la yegüera,
    seis viajes, seis tajos;
    seis tajos, seis caezas.
    Pedro Cortés; en nombre del Concejo os nombramos
    capitán de la fiesta.

    Y el mozo sale al medio del lejío. Se cuadra,
    se quita la montera
    y marca, cimbreándose sobre su potro negro,
    garbosas reverencias.

    Y el pueblo s'alborota,
    le saluda con vivas, le aplaude, le corteja...
    Y a su paso enrojecen las mocinas tempranas,
    le saludan los viejos y le palpan las viejas.

    Y el castillo —glorioso relicario d'un pueblo
    de valientes que supo dilatar sus fronteras
    hasta imponer, al tajo de sus recias tizonas,
    a la joven América
    su cultura, sus leyes,
    su Dios y su bandera—,

    el castillo soberbio,
    qu'hoy cubre con yerbajos las caries de sus piedras,
    y que opuso a los siglos sus pardos torreones
    que levantó la Gloria y respetó la Guerra,
    pues se runde tan sólo
    al peso formidable de su propia grandeza,
    sonríe, con sonrisa de titán derrengao,
    al cachorro bragao que ganó las carreras.


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    Mensaje por Evangelina Valdez Vie 11 Jul 2014, 20:00



    XII
    LA SEMENTERA


    antes que el sol ascienda majestuoso
    coronando la paz de los oteros,
    la forja del lugar anuncia el día
    con sencillo y jovial chisporroteo.

    Resopla el fuelle. La tenaza corva
    junde la reja en el carbón de brezo
    que enclueca el espetón. Las chispas bullen
    como abejas de fuego;
    y el yunque patriarcal, a las caricias
    del alegre martillo bullanguero,
    vibra sonoro, en el silencio grave,
    despertando al trajín a los labriegos.

    Después, el misterioso
    breve murmullo de los desperezos;
    la voz del gallo saludando al alba,
    el nervioso vaivén del ajetreo,
    y el toque d'oración, a cuyas notas
    vaga el Ave María por el pueblo,
    Y en un beso de luz del sol naciente,
    la ofrenda del trebajo sube al cielo.




    Al pie d'un azauche vejestorio,
    que centra los lindazos del terrero,
    Bastián y Mari-Rosa rezan juntos
    la oración de la siembra. Los labriegos
    que vienen por las trochas se descubren,
    se santiguan y pasan en silencio.

    «Cacho e tierra que tienes entrañas
    que moldean la entraña del pueblo.
    Cacho e tierra que ordeñas y endulzas
    y cuajas el agrio süor del labriego:

    Yo te traigo la güena simiente,
    la flor del granero:
    trigo rubio, más rubio que el oro
    que d'América trajo el agüelo;
    trigo rubio que en pan convirtiera
    la Jambre, si Amor no anduviera por medio.

    Ten allá. Y en la paz de tus surcos,
    y al calor maternal de tus senos,
    que brote, que brote. Que tallos lustrosos
    saluden, airosos, al paso del viento,
    mostrando gozosos hermosas espigas,
    Y aluego
    cuando al sol el jocino relumbre
    terrible, siniestro,
    que humildes agachen sus testas de oro
    como sí el jocino les pidiera un beso.

    Cacho e tierra que tienes entrañas
    que moldean la entraña del pueblo:
    Dios te salve de grama y cenizo,
    Dios te salve de la ira del trueno,
    Dios te salve del hombre sin nombre
    que trunca, cobarde y brutal, tus empreños;
    Dios te salve de hechizo de bruja,
    Dios te salve del ala del cuervo,
    que trueca en negrillo la espiga que toca
    ¡Dios te salve y te dé buen tempero!»




    ¡Qué bonita qu'está la Mari-Rosa!
    se dicen los que cruzan el sendero,
    camino de sus tierras, ¡Con qué garbo
    ciñen la gracia del justillo nuevo
    los ramales de crines, que sostienen
    el zurrón de pellejo!
    ¡Paece la Vigen de la sementera
    que bajara del Cielo!

    —¡Qué bonita que está la Mari-Rosa!
    Se dice un zagalillo, que, a lo lejos,
    de pie sobre un jalón, cual estatuilla
    de barro qu'el sol bruñe, mira atento
    cómo la moza tira la simiente
    precisando el alcance del voleo.
    ¡Paece la Vigen de la Sementera
    que bajara del Cielo!

    —¡Qué bonita qu'está la Mari-Rosa!
    Se dicen, a su vez, el sol, el viento,
    la tierra labrantía,
    el alcudón, la alondra y el triguero.
    ¡Qué bonita qu'está! Y el sol la besa,
    y, juguetón, ciñe su talle el viento,
    y cantan las alondras, y a su paso
    se abre la tierra en surcos, sonriendo.
    ¡Paece la Vigen de la Sementera
    que bajara del Cielo!

    ¡Qué bonita qu'está mi Mari-Rosa!
    Se dice el mozo, que por un momento
    para la yunta pa secar su frente
    y aspirar el aroma del resensio.
    ¡Qué bonita qu'está! Y ha de ser mía,
    mía pa siempre, ¡pa siempre! Y será luego
    la madre de mis hijos: la maestra
    que les enseñe dende nuevos
    dónde está Dios y dónde está la tierra
    de donde sale el pan que nos comemos.
    ¡Qué bonita qu'está qué repreciosa,
    qué firme y qué garboso tiene el cuerpo!...
    ¡Quién fuera el airecino que revuela
    los faralares de su zagalejo!

    Y ella mira, comprende, s'arrebola,
    sonríe coquetuela; tira luego
    unos granos de trigo contra el mozo
    mientras que, mimosina, va diciendo:
    —Déjame que te siembre, pa que broten
    en tu magín los güenos pensamientos—.
    Y el gozo bailarín brinca y retoza
    en sus ojillos claros entreabiertos...
    ¡Paece la Vigen de la Sementera
    que bajara del Cielo!

    Una vieja canción d'amores pasa
    cuchicheando con el viento.
    Tiemblan esquilas en los andurriales;
    suenan lejanos los cencerros;
    canta un zorzal; murmullos leves
    siembran la paz en el resensio.

    Turba de pronto la inefable calma
    brusco tropel, vertiginoso estrépito
    que de las altas cumbres de la jesa
    se derrumba, roando por el brejo.
    Son cazaores que corriendo potros
    vienen de La Morgaña con sus perros.

    Mari-Rosa y Bastián ven una liebre
    que llega mu surita, de garbeo,
    por la linde adelante, y s'acurruca
    detrás d'unas matillas de jelecho.

    Un perrillo nervioso corretea
    por entre las magarzas del lindero,
    meneando la cola. Cuatro galgos
    se mantienen, astutos, al rececho.

    El perro ve la liebre, tiende el rabo,
    queda parao en seco,
    y encandila los ojos, que semejan
    dos carbuncos de fuego.
    Y azuza el galopín; salta la liebre,
    corren los potros, jipan los podencos,
    se revuelven los galgos, vociferan
    a la zaga, ya roncos, los perreros…,
    y en confuso tropel van devastando
    los surcos por Bastián recién abiertos.

    La paz fecunda de los campos juye
    por un rayo de sol, clamando al Cielo.

    —Es Fermín, que divierte a los señores
    cazando liebres a la vera el pueblo,
    —dice Bastián— mirando sus amielgas
    ya trastocás en un rejollaero.

    —¡Alante, alante! —dice Mari-Rosa—;
    sembraremos de nuevo.




    Ya entre desluces, cuando las campanas
    traen de la iglesia la señal del rezo,
    al pie del azauche vejestorio
    que centra los lindazos del terrero.
    Bastián y Mari-Rosa rezan juntos
    la oración de la siembra. Los labriegos
    que vuelven por las trochas se descubren,
    se santiguan y pasan en silencio.
    Cacho e tierra que llenas el mundo
    que tus hijos llevamos por drento.
    Cacho e tierra que tienes entrañas
    que moldean la entraña del pueblo:
    Dios te salve de grama y cenizo,
    Dios te salve de la ira del trueno,
    Dios te salve del hombre sin nombre
    que trunca, cobarde y brutal, tus empreños;
    Dios te salve... ¡del hombre!
    Dios te salve y te dé buen tempero.
    ¡Dios te salve
    y te dé buen tempero!…
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    Mensaje por Evangelina Valdez Vie 11 Jul 2014, 20:08

    Extraído del libro de versos EL MIAJÓN DE LOS CASTÚOS de Luis Chamizo publicado por vez 1ª en el año 1921.

    Nótese que el texto está escrito en un dialecto extremeño, (el castúo), de ahí su peculiar ortografía.

    EL MIAJÓN DE LOS CASTÚOS
    (RAPSODIAS EXTREMEÑAS)
    por
    Luis Chamizo


    EL NOVIAJO

    I

    Tocan las campanas,
    la gente s'alegra.
    Unos güenos mozos, cantando flamenco,
    jacen gorgoritos en una taberna.

    Tocan las campanas,
    tocan dando güertas,
    qu'asín tocan siempre
    los días de fiesta.

    Hay riñas de gallos
    en la resolana de las corraletas,
    y en el artozano, junt'a los ceviles,
    unos zagalones se juegan las perras.

    Los viejos s'apíñan,
    s'apiñan las viejas
    jaciendo la bulra
    de la gente nueva.

    S'arriscan las mozas,
    y van peripuestas
    luciendo los guapos
    pañuelos de sëa;
    goliendo a manzanas,
    goliendo a camuesas.

    Van en carrefilas, jaciendo pinitos,
    camino e la iglesia...
    Y yo, qu'era malo, más malo qu'un vendo,
    me voy detrás d'ellas.

    Me voy detrás d'ellas sin ver a los gallos
    que riñen los mozos en las corraletas;
    sin tomá las once,
    sin jugá las perras.

    Me voy tras las mozas
    porque va con ellas
    la que yo dinguelo,
    la que me dinguela
    con sus ojos tristes de miras mu tristes,
    con sus ojos tristes de miras mu negras.

    Yo, qu'era tan malo,
    me voy pa l'iglesia
    sin tomá las once,
    sin jugá las perras,
    sin dir a las riñas
    de las corraletas.

    ¡Qué jormá te pones! —me icen los viejos—.
    ¡Que güeno que eres! —me icen las viejas—.
    ¡Chacho! ¿qué t'ha dao? —me icen los mozos
    dende la taberna.

    M'ha dao la vía,
    la vía qu'es güeña
    cuando se trebaja
    por una querencia;
    cuando por un argo
    que llevamos drento
    se sufre y se pena;
    cuando, de röillas,
    drento de la iglesia,
    rezando, lloramos
    sin danos vergüenza.

    La quiero y me quiere,
    espero y espera
    jasta que yo junte pa dale las donas,
    jasta qu'ella s'haga'l ajuá con la hijuela.




    Tocan las campanas
    la gente s'alegra.
    Mi novia va a misa:
    yo voy detrás d'ella;
    y allí, mesmamente delante del Cristo,
    jincao en la tierra,
    rezando las cosas qu'a mí m'enseñaron
    cuand'iba a la escuela,
    una vos me ice: ¡sé güeno y trebaja!
    y otra vos me ice: ¡trebaja y espera!

    II

    ¡Qué güeña y qué santa!
    ¡Qué santa y qué güeña!...
    Con lo que me quiere, ni siquiá me mira
    drento de la iglesia.

    Por eso me icen
    qu'a mí me disprecia,
    porque no me mira
    drento de l'iglesia.
    ¡Juy, qué cacho e brutos!
    ¡Juy, qué mal que piensan!
    Si mesmitamente
    lo qu'a mí m'alegra
    es que no se istraiga,
    es que no m'atienda,
    pa qu'asín la Vigen mus dé de seguía
    lo qu'ella la píe ca ves que la reza.

    III

    Cariños mu jondos son dambos cariños;
    querencias mu jondas son dambas querencias.

    Cuando con la jacha
    descuajo en la jesa,
    las ramas se runden,
    la jacha se mella,
    y yo, que soy juerte,
    me queo sin juerzas...

    Cuando yo la vide
    po la ves primera,
    prencipió la cosa de nuestro noviajo
    con nuestros quereles y nuestras querencias.

    Yo sé qu'el cariño d'ella no se runde,
    ni el mío se mella,
    que semos más duros que los arcornoques
    y más que los jierros de las jerramientas.

    |Qué juerza más grande llevamos por drento!
    ¡qué juerza, qué juerza!

    Cuando con el burro salgo mu templano
    camino e la jesa,
    siempre me la encuentro
    barriendo la puerta;
    y siempre me ice: —¡Anda con Dios, hombre!—
    y siempre la igo: —¡Quéate con Él, Petra!—
    y le doy al burro pa qu'ande más listo,
    y ella barre, barre, mucho más depriesa...

    Y si, ya mu lejos,
    güervo la caëza,
    me mira y se ríe
    con esa risina que tanto m'alegra…

    ¡Qué trabajaora!
    ¡Qué guapa y que güena!
    ¡Si páece mintira
    que tanto me quiera!




    Tocan las campanas,
    locan dando güertas...
    Unos güenos mozos, cantando flamenco,
    jacen gorgoritos en una taberna.

    Hay riñas de gallos
    en la resolana de las corraletas;
    y en el artozano, junt'a los ceviles,
    unos zagalones se juegan las perras...

    ¡Juy, qué cacho e brutos!
    ¡Juy, qué mal que piensan
    creyendo que asina son las diversiones
    de la gente nueva!

    Y es ¡claro!, por eso, ¡qué coñio!, me icen
    qu'ella me disprecia,
    porque no me mira
    drento de la iglesia
    con sus ojos negros de mirás mu tristes,
    con sus ojos tristes de mirás mu negras.

    ONTINUARÁ...




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    Luis Florencio Chamizo Trigueros (1894-1945) (poeta extremeño) Empty Re: Luis Florencio Chamizo Trigueros (1894-1945) (poeta extremeño)

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