Manuel Díaz Martínez (Santa Clara, Cuba, 13 de septiembre de 1936)1 es un poeta, periodista y diplomático cubano de nacimiento, posteriormente nacionalizado español. Es igualmente miembro correspondiente de la Real Academia Española.
Fue diplomático en Bulgaria, investigador del Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias de Cuba, redactor-jefe del suplemento cultural Hoy Domingo (del diario Noticias de Hoy de La Habana) y de La Gaceta de Cuba de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).
Fue uno de los firmantes en 1991 de la Declaración de los intelectuales cubanos (más conocida como Carta de los diez), una carta abierta a Fidel Castro de diez escritores cubanos en la que le solicitaban la democratización del régimen.
Dirige la revista Encuentro de la Cultura Cubana y es miembro del consejo editorial de la Revista Hispano-Cubana, editadas en Madrid.
Posee la ciudadanía española y desde 1992 reside en Las Palmas de Gran Canaria.
(Sacado de https://es.wikipedia.org/wiki/Manuel_D%C3%ADaz_Mart%C3%ADnez )
*
Tres poemas de la obra El amor como ella, 1961:
NI AUNQUE TODOS LOS PÁJAROS DEL MUNDO...
Ni aunque todos los pájaros del mundo
revolaran en torno a tus ojos
serías tan bella como ahora,
que veo tu pelo ondear en la tarde
al filo de mi corazón.
Nunca son tan limpios tus ojos
como cuando resbalan por mi pecho,
ni tu piel tan honda,
ni tu boca tan alta
como cuando a mi sombra
te vuelves febril y melancólica.
Tus besos caen en mi boca como palomas vivas
en un pozo de luz.
Cuando sus alas rodean mi vida de ondas y voces,
sitúo mis límites en tus brazos
y crezco dentro de ellos
como el silencio bajo los párpados.
¡Qué inmenso soy bajo tu amparo,
tus palabras,
tu andar entre los libos y los árboles;
cuando tocas mis papeles
y rozas mi camisa;
cuando me señalas un objeto lejano
y me cuentas la charla familiar...
¿Qué amiga tu confianza cotidiana en mí,
tan sabida
como la ternura que tienen las cosas que amas!
Tu secreto más simple es el que quiero,
es el que tengo tan íntimo,
tan diáfano,
como este día que muere en tu ausencia.
Deja mis palabras sobre tus pechos
un instante...
Ahora
abre la ventana sobre el horizonte
y dame tu amor como ayer,
cuando todo el mundo andaba por las calles
olvidándonos.
EN TUS OJOS...
En tus ojos,
mi niña,
agua de la noche oscura
y apasionado acento,
la rosa libre de mi ternura crece,
avanza sobre las sombras de tus líquidos ojos,
aparta sus horizontes unos tras otros,
galopa como un corcel de niebla
completamente ciego,
y rueda muerta con toda su vida
hasta allí,
hasta la luna honda de tu boca.
EN TUS PECHOS...
En tus pechos
amanecen las flores del agua
y mis noches giran y giran
como luciérnagas.
¿Qué ciudad de mármol
o qué bíblica alegoría es más regia
-dime-
que la bondad de tus pechos?
Callejuela blanca donde me enamoro:
allí pongo mi cabeza,
golpeada por días y recuerdos,
¡y qué dulce rumor el silencio que ocultas!
Toda la fragancia del océano
en la flor redonda de tus pechos;
todo el rumor de la ternura
en las tibias caracolas de tus pechos;
toda la sal de los peces
en el tímido salto de tus pechos;
todo el ángel de la fruta
en la pulpa viva de tus pechos;
toda la fuerza de los animales
en el hambre dura de tus pechos;
todo el júbilo de la primavera
en la leche amanecida de tus pechos...
En ellos, como una hoguera en medio del mar y de la noche,
está el origen puro del amor.
Los vientos fríos
y las viejas tormentas,
mi niña,
mueren en la paz fulgurante de tus pechos.
Tres poemas de la obra El país de Ofelia, 1965:
OFELIA
"Sur l'onde calme et noire où dorment les étoiles,
La blanche Ophélia flotte comme un gran lys."
ARTHUR RIMBAUD
En el fondo del hombre su blanca imagen fluye
como la tenue sombra de la historia más vieja.
Su cuerpo cristalino, cuando lo rozan, huye
como un pez de silencio que hacia la luz se aleja.
Su carne es la del agua; su corazón, misterio.
Debajo de sus párpados se engendra el espejismo
con que el Amor confunde los signos de su imperio.
Su cabellera cubre, de la noche, el abismo.
Su rostro puede ser manantial de la aurora
y nuestra vida ser el tiempo que demora
la aparición de Ofelia bajo nuestra corriente.
La muerte en nada opaca, con su violenta estrella,
el pálido fulgor de la eterna doncella
-temblor, apenas nube reflejada en la fuente.
HE VISTO LAS PALOMAS
He visto las palomas
en los hilos del telégrafo
Tiemblan
Me recuerdan el invierno
y tus manos de recién casada
He visto también
los cestos de cerezas tempranas
alumbrar esquinas de la ciudad
Me recuerdan el fuego
y tu miedo de reciín casada.
ERES EL MAR
Eres el mar
Cubres mi corazón de espuma relumbrante
y dejas en él una flora de agilísima blancura
y las huellas de tus pies
Camino el litoral de los viejos pescadores
mientras sus redes vuelan a la pesca del cielo
Los veo perderse en la lejanía
y caer sin peso
cuando vuelan tus brazos sobre las barcas
y el tiempo pasa con las gaviotas.
Dos poemas de Sonetos en agosto, 1965:
NINGÚN NOBLE COMBATE QUE ALABAR...
Ningún noble combate que alabar
halla la voz golosa del poeta
entre el zumo del mango amelcochado
y el zunzún que dormita.
Desata en paz Agosto su esplendor
y es bastante que el rayo de su aliento
no seque, no detenga, no destruya,
ni funda, no aniquile.
Bajo un cielo de avispas me debato:
soy el convicto, el ser para la llama
cedido, soñador
monarca, fugitivo y claudicante,
que del favor del agua se enamora
y de su reino umbrío.
SUS AVES SILENCIOSAS MANDA AGOSTO...
Sus aves silenciosas manda Agosto
a la casa en que vivo. Mi ventana,
que en el cuerpo del mar pone fronteras,
en las aves se pierde.
Estas aves de curva inabarcable
en mis ojos reposan su rumor
y de mí se alimentan y se escapan
para volver a mí.
Lentamente, su vuelo repetido
traza un signo de oscura incertidumbre
en la cuenca del sexo.
Me albergo bajo el ala de estas aves
y la gota del filtro anuncia el salto
que intentará mi espíritu.
Once poemas de Vivir es eso, 1968:
LA PALABRA
La palabra es la desgracia; no es la palabra
lo que busco. Ella me sirve,
me sirvo de ella -¡qué remedio!-
¿Y de qué me sirve la palabra
si lo que ansío es el momento en que la digo
y el porqué de decirla y lo que no puedo decir
y lo que se queda en mí cuando saco la palabra
de no sé dónde para que sea yo
donde quise decir yo?
BALADA DEL TIEMPO QUE VIVIMOS
Nos gusta cantar canciones,
menos una:
la que empieza con vítores al muerto
y termina
con vítores al muerto.
No nos gusta la orquesta de los soldados.
¿Bailarás al son de los cañones,
hija mía,
al son del lanzallamas,
de la pistola?
Bailarás.
No habrá remedio.
Ponte en vela, firme
sobre la boca de hierro.
Cuando el sargento diga ahora,
empieza,
y dejarás de ser mi hija
para ser la viva, la muerta,
pobrecita, la muerta de la trenza y la naranja
seca contra el labio seco,
y muérete
para que no te maten,
mata.
LOS OTROS Y YO
No me detengo.
Estos hombres forman parte de mis impulsos.
Ellos son mi resorte
y el camino que siguen mis pies.
Ellos me construyen.
De ellos vengo como el agua.
A ellos voy como el aprendiz.
En su tierra crezco.
Ellos son realmente los que viven.
Son el horno donde cuecen mi pan,
la mesa donde lo como,
la bandera que lo glorifica.
EPITAFIO
Es inútil escribir un epitafio.
Es inútil escribir palabras que nos sustituyan,
que sean testimonio de lo que anhelamos ser,
espuma de la vida que ejercimos
-la vida, que no cabe en las palabras-.
Es inútil escribir un epitafio,
hilvarar una leyenda que será repetida
con gravedad
y que ha de ser, nada más, la sombra menos fiel
de nuestro cadáver.
LA GUERRA
Todos los aviones regresaron a sus bases.
Pero no todos los hombres
regresaron a sus casas. Pero no estaban
todas las casas de los que regresaron. Pero
no todos los que regresaron
encontraron a todos en sus casas.
REINO DE SILENCIO
"La fiesta empieza su color huraño"
J. A. BARAGAÑO
En esta fiesta soy el solitario.
Está visto que no quepo
por el ojo de la aguja.
No sé trenzar
-¿cómo son?-
los pasitos del minuet.
En este festival de juglares sospechosos
mi lengua está contenta de estar sola.
No soy hombre de zalemas
ni de faire la mode.
Tengo, pues, ganado
mi reino de silencio.
REGRESO DE ESCARDÓ
Por fin llegas.
Extraños versos has dicho leyéndome las manos.
Rolando, estás más pálido que nunca,
pareces un muerto.
En esta soledad que hacemos para estar con todos
mencionas la cábala y el hambre, la muerte
en la calle, y la locura
del que duerme en cuartos de azotea.
¡Qué tristes pasiones te dieron la poesía!
Estás más pálido que nunca
y no veo que te atraiga el brillo de las fondas.
Por fin llegas.
Seguimos en revolución. Llueve como siempre.
UN POEMA
Un poema es un pájaro lejano,
siempre es un pájaro lejano
que vuela en su cárcel de viento.
Su canto es él mismo
y su corazón la noche;
se alimenta de la luz,
pero su corazón es la noche.
POSICIÓN ANTE EL POEMA
Si usted elige un poema y lo destroza,
y el poema rechina, se returce como un cólico,
aúlla con su garganta de diablo,
se deshace
y más tarde no puede rehacerlo de otro modo
que como fue puesto sobre el mundo,
usted habrá intentado repetir la noche
de todos los terrores y todos los deleites;
usted habrá cometido su mayor torpeza,
porque el poema es un disparo a quemarropa,
un acto de violencia
que se eterniza entre sus dos frontales.
CARTA A UN AMIGO
A Severo Sarduy
Cuando llegaste a París, de noche y con bufanda,
yo conocía el silencio de aquel sótano
y la tos seca del conserje que pasaba hipando por el vino.
Esa ciudad antigua que ambos habitamos
¿no recuerdas que estaba hecha de puertas que jamás se abrían?
Supe allí lo que es dar vueltas sin remedio
frotándome las manos y espiando no sé qué pasos sigilosos
ni qué extraña, inesperada muerte,
que ansiaba recibir de manos de Suzanne.
Suzanne quizás sigue de ronda en Clignancourt,
entre cafés con leche bebidos con tirios y troyanos
y escribiendo cartas a nadie en su libreta rota
(cahier du cadavre la llamaba),
que escondía debajo de las colchas como una travesura.
Suzanne era un sucio secreto que jamás fue revelado.
¿Recuerdas que viví obsedido por las carnicerías,
el hedor que emana de la tiendas de queso
y los negros pescados que boquean en la rue Daguerre?
Ah, la virtud que tienen esos versos
que escribí aquel invierno es que pueden olvidarse fácilmente.
Esos versos fueron, son harto compasivos,
y el mejor efecto de un poema se parece al de un insulto
gritado al oído del que duerme,
seguido de un golpe si acaso no despierta.
Dudo de todos los poemas que no engendren
la sorpresa y el recelo.
Celebro que un poema se haga odiar.
Si ves a Sonia, háblale de su ternura;
me salvarás del infierno si lo haces.
Desde entonces se han vaciado sobre el mundo siete años
y recurro a tu memoria y a la mía
para no perder aquellos meses (sin verdaderas penas
y sin ninguna gloria, pero vividor con delirio).
Nuevos inviernos te habrán hecho envejecer un poco;
para mí son los veranos la medida del tiempo.
¿Pero esto no es un viaje que se recomienza?
Nos reiteramos, amigo, el mundo se reitera.
¿Llegaremos a tener la tos seca del conserje
que vagaba por la casa hipando, rezongando?
Todas las nevadas caerán en nuestros ojos
y un día —¡sea así!— no será más que verano abierto
meciéndose sobre el olvido de nosotros dos.
(Has de pensar que es ésta una pésima esperanza.)
Vivo, quiero decir que me devoro:
tengo a cada instante una mayor urgencia, un más vasto apetito.
Lo grande es hacer de la vida cotidiana una suma de sorpresas.
Hablamos de esto algunas veces y un día me citaste a Apollinaire:
Á la fin tu es las de ce monde ancien.
Dije que sí, y aquella noche, en mi cama, Suzanne me reveló
que la vida sigue siendo la parte más hermosa de la muerte.
Descríbeme el entierro de Breton.
EL FANGO
El fango ha vomitado a dos marines perfectamente hediondos.
Es preciso saber cómo la bala dibuja un ojo negro en la gargante,
cómo la sangre va cayendo, grumo
a grumo,
en el vientre de las moscas.
El aire fue limpio en este recodo de Bien Hoa
que ahora oscila con las explosiones.
-El silbido del obús es peor que el de la sierpe,
pero todo es cosa de habituarse. ¡Baja la cabeza!
ya verás que te acostumbras a estar muerto.
Ocho poemas de Mientras traza su curva el pez de fuego, 1984:
AUTORRETRATO
Nazco de mis muertes cada día
haciendo que mis manos y mis ojos
no se cansen, no se cierren.
Maestro es el árbol,
con la flor dispuesta al fruto
y la madera al fuego.
¿QUIÉN?
¿Quién habita la casa que habité:
quién toca las maderas que toqué,
quién ve los resplandores que yo vi,
quién vive las penumbras que viví,
quién sueño en la ventana en que soñé,
quién llora en la escalera en que lloré,
quién abre los batientes que yo abri,
quién ríe en el pasillo en que reí,
quién cabalga en los hombros de mi sombra,
quién habla, grita, llama y no me nombra,
quién mis brazos desplaza con sus brazos,
quién llena mi silueta sin saberlo,
quién anda hacia su muerta y, sin quererlo,
ocupa con sus pies mis viejos pasos?
IMPOSIBLE SOLEDAD
"Huimos de puntillas de nosotros"
CÉSAR VALLEJO
Huimos en puntillas de nosotros:
otras veces, poeta, nos fugamos
vertiginosamente como potros,
pero a poco de andar nos encontramos.
Veces hay en que huimos de los otros,
y sigilosamente nos marchamos
a donde solo estemos con nosotros,
pero a poco de estar nos encontramos.
Es que la soledad jamás se alcanza
mientras el mundo vaya con nosotros,
y este mundo jamás de andar se canse:
camina de nosotros a los otros
y regresa, sin falta ni tardanza,
repleto de los otros a nosotros.
OH TRENES QUE PASÁIS EN LA ALTA NOCHE
Oh, barcos que pasáis en la alta noche
René López
En una mínima estación de campo,
cuya puerta es un bostezo ante los rieles,
registro el vértigo de luces
de los trenes que pasan.
Sale del silencio el Halley Express,
colma de fulgor y asombro un solo instante de mi vida,
y corre a su origen trepidando,
silbando.
Cruza el cometa Diesel de un lado al otro de la noche
envuelto en vapores siderales y ruidos mecánicos;
repleto de adioses y de parabienes,
vuela al encuentro de las grandes terminales
del recuerdo y la melancolía.
Oh, trenes,
los espero, los saludo, los despido.
Siempre hallarán mis ojos muy abiertos
frente a sus ventanas,
enlazadas por la prisa.
Siempre encontrarán a este viajero
ardiendo en el andén.
ÁRBOL EN LA TORMENTA
Moviéndose en la sombra, batido
por el viento ciego de la noche,
extiende sus ramas hacia mí
en ademán desesperado.
¡Qué humana su mole gigantesca,
bajo el cielo turbulento,
estremecida por el desamparo!
VERSOS A UNA MUJER DIFUNTA
¿Quién no te olvidará? ¿Pero quién sí?
Al fin estas preguntas: ya no hay otras.
Tú fuiste tibia, breve, tersa, suave,
destinada al amor como las rosas.
Para el que pasa y mira en tu sepulcro
tu nombre solitario ¿qué eres ahora?
Cuando lleguen las nuevas primaveras
tú no estarás despierta ni dormida,
ni encenderá tus rosas el amor,
ni serás tersa, suave, breve, tibia.
Otra vida tendrás, si te recuerdan.
Otra muerte, más honda, si te olvidan.
ETERNIDAD
Llegaste muy temprano una mañana,
una mañana de no sé qué día,
una mañana que resplandecía.
Quizás eras tú misma la mañana.
Llegaste no recuerdo si mañana,
porque aquella mañana de aquel día
era tanto lo que resplandecía
que confundo el ayer con el mañana.
Llegaste como la inicial mañana
llegara sobre el mundo el primer día:
de tu esplendor haciendo la mañana;
de tu esplendor, lo que resplandecía.
Y para siempre fuiste la mañana,
la eternidad naciendo con el día.
POEMA ROMÁNTICO
Hoy quiero estar con los ojos cerrados,
sentir el mundo como lo siente un ciego,
evocarte en la fresca lisura de un vaso,
presentir tu mirada en un golpe de viento.
Hoy no quiero el brillo, los contornos,
las aprendidas formas de las cosas.
Hoy necesito cerrar bien los ojos
y quedarme con el tiempo a solas.
Quiero que sea el mar sólo un sonido
y la muerte un olvidado invierno,
y que el ruido de una puerta en el pasillo
inaugure para siempre tu regreso.
Hoy no soporto que las cosas sean
mutiladas maderas y humillados metales.
Espero de mis dedos que ahora sientan,
en todo lo que toquen, nada más que tu imagen.
Ocho poemas de El carro de los mortales, 1989:
PODER
Si yo supiera, como sabe el agua,
discurrir y brillar entre guijarros
y ser espejo en la cerrada noche
y vastedad de cielo en una alberca;
si yo aprendiera a ser como es el agua,
que se despeña y rompe y sigue siendo
la plenitud de su alma y de su carne,
el todo de su gesto y de su modo;
si yo pudiera, como puede el agua,
derrotar, sin saberlo, la dureza
de un día sin amor que se le asome;
si tuviera, como ella, el homenaje
de la sed que la piensa, del calor
que la ansía, del polvo que la teme…
ESOS ADIOSES BREVES
A Dulce María Loynaz
De las flores de ese vaso,
la más cautivadora
es esa rosa a punto ya de incorporarse
a la penumbra
como el humo al viento.
Pétalos suyos
han ido cayendo en torno al vaso,
abandonando en ella
un vago ademán de despedida.
Y ahora que estamos solos,
enlazados por un mismo silencio,
le pregunto y me pregunto
si son de ella, sólo
de ella,
esos adioses breves.
SIEMPRE OTRA VEZ
Otra vez
el zureo de las palomas
sobre el penacho de las arecas.
Otra vez el aire
en aquellas cortinas
leves como celajes.
Otra vez,
a la sombra del alero,
el olor a leche hervida
y, junto al pozo,
el perro revolviendo la hojarasca.
Otra vez la noche de los jazmines.
Otra vez todo,
siempre otra vez.
NI A DIOS NI A SEÑOR
Ni a Dios ni a señor le pido
mi quijada de asno
ni mi cuchillo
ni mi coraza.
Ni a Dios ni a señor le pido
que me bendiga
que me perdone
ni que me ensalce.
Ni a Dios ni a señor le pido
mi aire, mi agua,
mi cama, mi vela,
mi pan, mi palabra.
Ni a Dios ni a señor le pido
mi tierra para pisar,
mi tierra para crecer,
mi tierra para morir.
CON AMOR LOS PREVENGO
Cuando te toque morir, mano mía,
aférrate a la mano que te quede más cerca
porque en ella saludarás la vida.
Tú, mi oído, pon asunto
al que hable menos
porque será el que más te sienta.
Ojos, miren bien los ojos que los miren
porque en ellos quedarán ardiendo.
Boca, limítate a callar
porque en tu caso
ya todo estará dicho
o habrás tenido tiempo de decirlo todo.
Y tú, cuerpo, animal, carne cotidiana,
no te atrevas a temblar:
acepta que eres el máximo culpable,
que he sido tu víctima
porque siempre fuiste
el más astuto de los dos.
NOCHE DE ABRIL
Te me has ido mostrando
con lentitud de abismo.
(Ahora el viento se vuelve
y extiende sobre el mar
el rumor de la tierra.)
Hay casas a tu espalda,
con voces y secretos
y ruido de vajillas,
y hay ventanas que rielan
en la cal de los muros
como luces de barcos.
Pero tú no te salvas:
emerges de un adiós
y te vas con nosotros
por entre los adioses
que traman el olvido.
POÉTICA
Pretendo que estas fuentes de cristal
en cuyos bordes espejean
reflejos de la luz del ventanal,
miradas por mis ojos sean
algo más que unas fuentes de cristal
en cuyos bordes espejean
reflejos de la luz de un ventanal.
UN TREN ATRAVIESA LAS ESTEPAS
DE LA MADRUGADA
A Carlos Rafael Rodríguez
No parará,
no parará,
no parará este tren hasta llegar al día.
No parará
hasta las terminales del amanecer.
Con el estruendo de su prisa invade
los túneles dormidos,
desgarra los andenes desolados,
estremece los pasos a nivel.
No parará,
no parará.
Sus ruedas,
violentas y seguras,
isócronas y tercas,
golpean hasta el alma
las vías que se juntan y se apartan,
las vías que se apartan y se juntan
en una sola flecha rauda.
No parará,
no parará,
no parará esta cólera de lámparas
que cruza entre rebaños de vapores
por las estepas de la madrugada.
No parará,
no parará ni aunque los negros puentes
chillen en sus herrumbres,
crujan en sus pilastras.
No parará,
no parará.
Contra la noche y la ventisca avanza.
Viene de lejos con su faro insomne,
evaporándose en las distancias.
Reapareciendo en las soledades.
No parará,
no parará,
no parará.
Abandonó crepúsculos y ríos
tras los semáforos de las fronteras
y dejó atrás pañuelos blancos
entre amarillas novias muertas.
No parará en brumosos caseríos
ni en estaciones perdidas.
No parará,
no parará
este tren hasta llegar al día.
Última edición por Pedro Casas Serra el Miér 21 Sep 2022, 02:08, editado 1 vez
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