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    César Simón (1932-1997)

    Pedro Casas Serra
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    César Simón (1932-1997) Empty César Simón (1932-1997)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Dom 28 Mayo 2023, 03:37

    .


    César Simón nació en Valencia, España el 16 de agosto de 1932, estudió Filosofía y Letras y se doctoró con una tesis sobre Juan Gil Albert. Fue director del Instituto Luis Vives de Benetússer y ejerció como profesor de Teoría de la Literatura en la Universidad de Valencia hasta su fallecimiento por cáncer en 1997. Premio Loewe de Poesía en 1996.

    Obra

    La obra de César Simón cronológicamente pertenece a la llamada "generación segunda de posguerra", si bien su poesía coincide con la generación del setenta, década en la que publicó sus primeras obras. Con notables influencias de poetas como Francisco Brines, César Simón presenta un estilo de escritura austero y una mirada profunda a la hora de analizar aquello que trasciende dentro de lo cotidiano. Fue incluido en la publicación Signos en 1989. A pesar de que sus obras posteriores a 1990 son difíciles de encontrar, y sus obras anteriores a este período casi imposibles de hallar, César Simón ha dejado huella en otros poetas valencianos como Carlos Marzal, Antonio Cabrera o Vicente Gallego.

    En su antología de poesía del cincuenta, El 50 del 50, Vicente Gallego resume brevemente sus impresiones en torno a César Simón:

    «César Simón dejó formuladas todas las preguntas, y todas eran una, y no hubo más respuesta que el asombro. Luego, se fue más adentro, y allí cantaba el grillo desvelado, con su más nítida voz, con la más honda, esperando por nada, por nadie, y aún enamorado. Dolía leerlo. Y era grande el consuelo.»

    Además de poemas, César Simón tiene publicadas dos novelas, Entre un aburrimiento y un amor clandestino y La vida secreta. Esta última novela, que gira en torno a una historia de amor entre un paleontólogo y su estudiante, se caracteriza por un estilo extremadamente depurado de prosa poética, donde los objetos y los lugares se describen en función de la resonancia de sus significados y sus valores como símbolos, sin utilizar en ningún momento de la novela ningún diálogo directo.

    Recientemente se ha publicado una nueva antología poética a cargo de Vicente Gallego, Una noche en vela.

    Fruto de su tesis doctoral sobre César Simón, Begoña Pozo ha publicado el volumen titulado Un aire interior al mundo. Apuntes de un diálogo inacabado con César Simón. Alicante: Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, 2010.

    (Sacado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] )


    *


    Algunos poemas de César Simón:


    De Pedregal (1971):


    LO QUE NOS DISTE

    Avena diste, nubes.
    Diste el silencio de la tierra,
    la densa pulsación de un vino
    que lamía la carne. Diste el ocre
    ribazo que alimenta
    esas brozas.

    Sabíamos de las piedras
    -de noche allí se posan los mochuelos-,
    las diferentes copas y los modos
    de estar, de ser ásperos, duros,
    el olivo, el almendro, el algarrobo.

    Para nosotros era el tiempo raudo,
    más difícil la llama de la sangre;
    pues yo creía ver
    en el tostado rosa de la piel
    los puntos
    de arena aún,
    la sal ya seca en finos
    encajes, en el pelo aún mojado
    de aquella agua del mar que en él olía;
    yo allí creía ver algo más hondo
    que un fácil cuerno de abundancia.

    Oh ribazo clemente, entonces vino
    tu cuerpo, vino tu sustancia,
    tu hondura, tu volteo
    en la luz, en las nubes y la broza.
    Vino entonces el acto de las ropas,
    tosco, el tanteo de los frutos
    que a las manos prendían en sus cepos.
    Y nosotros sabíamos, no obstante.
    que estábamos perdidos,
    hundidos en la tibia madriguera,
    en el vergel viscoso de un instante.

    Allí, prietos, como un canto rodado
    en el lecho del río; allí, entregados,
    mas sin perder la aguja que te punza
    la frente. Y, por eso mismo,
    serios, humanos, con la vida cierta,
    verdadera, en sus límites tenaces.
    Aquí había de ser la salvación
    o no sería nunca.

    No, no lo sería.
    Así había que ser, amargos
    como el baladre en medio de la rambla;
    ásperos, duros, como la carrasca;
    simples, intensos, sin quererlo ser ,
    como el tomillo; sabedores mudos,
    como la roca, como el cielo raso,
    que allí están y allí insisten, y allí esperan.



    REGRESO EN EL  TRENET

    Suave
    la noche.
    Blanca
    la espuma, a flor
    de labios. Tu cabeza
    tronchada, cómo pende
    del hombro.

    Noche. Las estaciones
    del trenecillo suburbano.
    Acacias, bugambilias,
    nísperos, tras de verjas, los caminos
    entre acequias corruptas, de aguas negras
    y brillantes. Bultos de moreras,
    ásperas cañas de maíz
    en dirección al mar. La Malvarrosa.
    Ancho vagón de polvo y papelillos.
    Cierras los ojos. Sientes
    tu cuerpo joven, derrumbado, quieto,
    pero germinativo y oloroso
    como el estiércol. Sientes
    cómo viene el azahar de oscuras fuentes,
    cómo se emboscan las barracas
    -girasoles, higueras-,
    cómo ladran los perros a distancia,
    cómo canta la vida desde el fondo
    del barro.

    Ya viene el mar, ya hueles
    su frescor y su sal, su oscura mole
    fragorosa. Ya caminas, ya sigues
    al lado de las tapias. La Cadena,
    el manantial de Sellarim, jardines
    rotos, perdidos, de azulejos,
    de fuentes y de bancos de azulejos.
    Estrellas. Lejos los silbidos
    del tren. Oh madreselva,
    verdad, oh dispersión confusa,
    aquí amaron tal vez -ficus enormes-,
    aquí venían en calesa -blancos trajes
    de seda cruda, gasas y sombreros
    al viento, al mar-, aquí tomaron
    zarzaparrilla, helados. Aquí urdieron
    entrevistas nocturnas. Tantas cosas
    que ignoras, tantos nombres
    que ignoras, tanta dicha,
    tanta pasión, que tú nunca sabrás.
    Y ahora estos jardines
    que pasaron de moda, estos solares,
    estos faroles rotos, estas tapias
    de bambú, de jazmines, de mojadas
    pasioneras.

    Oh noche, cómo es frágil
    tu paso, cómo es joven
    tu ropa descolgada y polvorienta;
    cómo están secas estas manos
    vacías, que te duelen, entre tanta
    facilidad. Mas cómo es grande y pura
    la ligereza, el temple con que bebes
    lo que te dan: la vida misteriosa,
    la densidad oscura, informe, vaga;
    este total, lejano desvarío
    de tus pasos, en medio del perfume
    de los huertos, este ir a casa mudo,
    prieto, febril, dichoso, ebrio de muerte.




    De Erosión ((1971)


    EL MAR ENFRENTE

    Ser, entre los geranios, las palmeras,
    todo cubriéndolo las hojas,
    en esta sombra, y esta luz. Silencio.

    Y esta brisa inconcreta, vaga, honda,
    lejana, como el tiempo de la vida.

    Y meditar. Y oír el pulso oculto,
    exacto, medidor certero
    de lo que imperceptible pasa.

    Y luego, el gran vacío.
    La carne, como un prado,
    como un tronco de olivo, viejo, añoso,
    reabsorbido en ese fuego
    central.

    Mar, otra vez. Proximidad del mar.
    Abril.
    Y nadie.




    De Estupor final (1977):


    LA BIBLIOTECA

    Esta es la biblioteca, que por extraños avatares de las guerras carlistas
    vino a parar a este bajo techado de la cámara
    -y el escritorio donde se firmaron sentencias de muerte-.
    Existen tratados de metafísica,
    cartularios, manuales de agricultura, poesías completas,
    odas y dísticos, mapas con eolos y céfiros.
    Paso vagamente las páginas. Y las cierro.
    Los transporto del estante de la derecha al de la izquierda,
    del de la izquierda al de la derecha;
    saco de alguno de ellos recetas de un médico,
    tarjetas enviadas por un confuso individuo a su mamá
    desde Solingen. Voy a mirar los cepos.
    Vigilo la parada del agua.
    Hago café. Subo de nuevo hasta el desván. Me detengo
    en el rellano. Olvidaba la llave,
    la llave de la cripta, donde se amontonan las mecedoras.
    He contemplado fijamente los libros. Están los gruesos,
    los más gruesos, los crujientes, los blandos.
    Fijamente los he contemplado, los blandos, los más blandos.
    Los he vuelto a amontonar y arrojar en los cestos
    una vez y otra, como medidas de áridos.
    A veces me detengo junto a la biblioteca, esa es la verdad,
    le doy algunas vueltas, manoseo su mapamundi,
    Los Nueve años de vida errante, de Cabeza de Vaca,
    el Fuero Juzgo.
    Y los transporto del estante de la derecha al de la izquierda,
    del de la izquierda al de la derecha.




    De Precisión de una sombra (1984):


    VIENTO

    Ah, sí, el viento, esa ópera del campo,
    éxtasis de lo seco,
    serpiente en los desvanes,
    portazo irremediable,
    réquiem aeternam de quien se va para siempre,
    que no es morir, sino más lejos,
    por cuyo embudo ascienden los papeles locos,
    los cardos ciegos,
    silbo de afilador en los riscos,
    cabellera de jardín botánico,
    cuando por un momento surges, y ocurre algo,
    y pasa algo,
    y no era nada el viento!



    EN LA NOCHE

    Comenzó a percatarse de lo que de extraño,
    de insólito, de súbito decorado excesivo
    se le ofreció de pronto.
    Y se detuvo en medio de la plaza,
    por ritual, por auscultar los ruidos:
    el murmullo de aquella fuente
    bajo las copas de naranjos.
    Sí, llovía;
    el rumor de las aguas y el negro de las hojas
    le hicieron sentir frío.
    Aceptó la sentencia:
    escuchó y no hubo nada,
    ni sonrisa ni odio.
    Prosiguió su camino,
    de prisa, en busca de la casa escondida,
    aquella especie de piso franco.
    Atravesó el jardín desierto,
    ascendió por la escalera exterior,
    escuchó el rumor de la lluvia remota,
    miró brillar los charcos en la noche,
    se introdujo hacia adentro.



    LA CASA

    ¿No la recuerdas, viajero?
    Esta es la casa que te espera,
    tu casa.
    No tengas prisa en penetrar en ella.
    En tu profunda casa,
    donde los ecos de tus pasos
    se adentran.
    Abre primero la gran puerta,
    y aspira, aspira el frío,
    el vaho, y avanza a tientas,
    hasta tu cuarto oscuro
    donde tu voz resuena.




    De Extravío (1991):


    EN LA LLUVIA

    Hay días en que acaso nada importa.
    No importa ni siquiera el no importar.
    América profunda
    dee incógnitas ciudades,
    vemos pasar los gestos
    desdibujados,
    hoscas miradas o registros
    indiferentes.
    En las interminables avenidas
    anónimas, entramos en un bar,
    a celebrar la noche o la tarde de lluvia,
    tras los cristales invernales.
    Nada es nada.
    Y nada pretendemos, sino lo imprescindible,
    la única certeza, estar ahí,
    indefinidos y perplejos,
    testificando nuestra extraña fe
    en esa lejanía,
    tomando nuestro vaso,
    oyendo estupefactos el rumor de la lluvia.
    Esas irisaciones acuosas
    que pulverizan sus estelas,
    este ofrecerse -taciturnos-
    momias, fantasmas, maniquíes,
    esto es el caos y el nous, el ser y el tiempo
    de las vastedades.
    ¿Dónde escapar, y para qué?
    Es enorme la vida,
    si no feliz;
    es honda su lección, si no dichosa.



    FRENTE AL BALCÓN

    Una mañana,
    evadido, escondido, permanecí en silencio.
    Me senté, frente al balcón, a la mesa desnuda.
    Y, como siempre, estuve traicionándome.
    Yo escribía y usaba de los moldes,
    aunque me figuraba original;
    dentro de mí, se rebelaba ¿la palabra?
    El vacío, mi fiel y noble pulso,
    mi saliva y mi propio corazón,
    mi calor y mi temperatura,
    mi secreto: el silencio.
    Ah, delicadamente, entonces, contemplé de nuevo el balcón,
    el pálido sol del muro, las oscuras plantas,
    mi cuerpo milagroso en un instante, el único instante
    de siempre, el vano instante
    del mundo: la mirada.



    SI PUDIERAN DECIRSE

    Si pudieran decirse
    esos misterios de la noche,
    al borde de una cama,
    frente al espacio absorto de un suelo iluminado
    por turbio resplandor;
    si pudiera decirse
    cuánto llevamos vivos
    o muertos,
    hablando o en silencio,
    respondiendo o llamando a nuestras perdidas voces;
    si pudiera decirse si en estas ocasiones
    se sabe o se confiesa la ignorancia,
    si somos el cimiento
    o la espuma del mundo,
    o si tal vez tan sólo un silbido lejano
    o el pozo sin fondo de la noche.



    ANTIGUO DISCO

    Recuerda el tiempo ahora
    de los que crees fueron
    días felices,
    porque tal vez lo fueran realmente.
    En tu opaco mirar el horizonte
    no sabías que todo se te daba,
    juventud y distancia
    para vagar sin prisa
    y acaso echar de menos otros días.
    Si dejaste escapar aquellas horas,
    así te desdeñabas,
    pródigo de ti mismo.
    Esta música, ahora,
    te certifica que la vida
    fue siempre un poco menos
    de lo que pudo,
    pero que luego es mucho más
    de lo que parecía.



    CUANDO AMAS

    Permanece en silencio cuando amas.
    Escucha al fondo
    la vastedad de la respiración,
    la gota de agua y el rumor del viento.
    Y ven lejos.
    Ven, al amor, de lejos.
    Desde la noche,
    desde el desierto,
    arrimado a los muros,
    a perecer en él, como acto único.


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    César Simón (1932-1997) Empty Re: César Simón (1932-1997)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Dom 28 Mayo 2023, 12:59

    .


    De Templo sin dioses (1997):


    ELEGÍA II

    Es hora sí, de detener el paso
    y sacar conclusiones,
    hora de gesto máximo
    -esta aventura se repite siempre-.
    Encadenado al sol
    y al astro que lo nutre
    de fundamentos,
    sigue rodando el hombre,
    que vive la tangible pesadilla
    del engaño perenne.

    Ya estoy solo, después de tanto tiempo.
    Me perdí en la vereda,
    aunque fuera hermoso el paisaje.
    Nadie responde a lo que me conmueve.

    Cuando vuelvo a esta casa,
    en cuya oscuridad
    quién sabe qué me espera;
    cuando me acerco por la ruta
    y detengo mi paso, qué silencio,
    qué soledad la de los montes.
    La luz, espejo de los años,
    en toda curva del camino
    se remansa,
    en todos los calveros se detiene.
    Intuyo, en el silencio
    -que es un estruendo musical-
    el caos, subordinado
    a ley irreversible.
    Hay un enigma no resuelto,
    un esfuerzo que clama
    dentro de sí, en la dura
    densidad que trasciende.
    Y esto es lo máximo que alcanzo.

    Pero existe la carne. En ella palpo
    las verdades que cuentan:
    profundos incentivos del perfume,
    honda convocatoria de la oscuridad primitiva
    que no sabe qué pretende.

    Voy a llamar de nuevo,
    ignoro si en la tarde
    de un agosto lejano
    o al caer de otras nieves.
    Llamo y nadie responde.
    ¿Abro la puerta o es ella la que se abre?

    Es oscuro el recinto de los templos.
    Sus cánticos egipcios
    invocan a los muertos,
    hablan... sobre los átomos,
    sobre las palpables razones
    de la carne vivida,
    sobre el fatalismo y la muerte.
    Mas, de pronto, enmudecen, y más honda
    escucho la carcoma
    y, como antaño, busco más adentro.

    Quisiera, al descender los escalones,
    encontrarlas abajo,
    mis potestades familiares.
    Sé muy bien que el silencio es la frontera;
    mas su evidencia, dolorosa,
    tan dolorosa es, tan contundente,
    que no hay que darla por resuelta.
    Hay algo, te confiesas,
    Algo; mas lo aparente,
    ya lo ves, es un eco
    y apenas unas sombras,
    sillas beatas, polvorientos muebles.

    No os he vuelto a encontrar, mis dioses lares,
    en esta personal sesión
    de espiritismo.
    Me alejo de la casa, no la niego.
    ¿Cómo negarla?
    ¿Cómo negar la casa de la vida?
    Salgo de nuevo al monte,
    al monte, al cielo raso,
    ¿pero no son los montes otro templo?
    En la frescura de la lluvia,
    sobre las cortezas silvestres,
    ¿no he cantado y amado
    y he sentido el sabor de una alegría
    que no es banal sonrisa,
    sino constancia de la muerte?



    EN EL AZAR REMOTO

    En el azar remoto
    surgió un día este sol,
    y a su calor surgió la vida.
    Y en la vida surgió un afán más hondo.
    ¿Es que hay algo más hondo que la vida?
    Más hondo que la vida, sí, más hondo.



    EL JAZMÍN

    ¿Qué dolor refinado de qué amor?
    ¿Qué mediodía de qué agosto?



    UNA CANCIÓN

    Nos ponemos la ropa del verano
    que comienza, y, de pronto,
    una canción se abre camino
    por los labios acerbos,
    bajo nuestra frente sombría.
    Una letra banal que habla de un "tú"
    y se lamenta de un "sin ti".
    Pero qué hermosa música.



    A MI GATO MERLÍN

    Mirándote, Merlín, quiero que conste
    en mi vida tu nombre,
    tu nombre, en estos años
    que apenas quedarán como una sombra.
    Y, fuera, que las nubes
    del hoy fugaz, como nosotros
    brillen, se esfumen, pasen.



    ADIÓS A QUIEN FUI

    Ahora te recuerdo.
    Y es hondo este recuerdo, aunque es inútil.
    Tu vida aquella es lo que fuimos,
    las piezas encaladas,
    sin muebles casi
    -de ninguna época-,
    tu sensualidad trascendida.
    Silencio fue, en aquellos años,
    lo que viviste;
    aire, lo que circuló por tu casa.

    Bajo aquellas palmeras,
    junto al brocal del pozo, unas gallinas
    picaban el salvado;
    las envidiaba un gato hambriento.
    El tren del otro siglo
    se detenía en la estación
    donde nadie esperaba,
    salvo los árboles.
    Alrededor, el campo;
    el mar, al fondo.
    No hay nada como el mar, decías.

    Casas que tú has vivido.
    Abiertos los balcones, silba el viento.
    En el camastro yaces, escuchándolo.
    Bíblicas ramas penden,
    y la lluvia acaricia
    con rumor embargante.

    Retórico, lo fuiste
    -no es posible no serlo-.
    Eras sincero, sin embargo.
    No en tus palabras, sino en tus costumbres,
    en tus querencias,
    en tus soledades.
    Fue cierto que vivías sin saberlo,
    que algo en la carne te salvaba,
    que amabas el amor, sobre todo.
    Gastabas poco -no tenías-,
    vestías poco,
    te divertías poco;
    pero bebías en modestos bares.
    Siempre eras un extraño: no jugabas,
    no conversabas,
    no conocías en los sitios.
    Pero las playas eran tuyas; el mar, tuyo.
    Y en casa, ni batín ni zapatillas,
    porque vestías casi de soldado.
    Adiós, te dije un día. Que dislate,
    si eras el lujo de mi vida.




    De El jardín (1997):


    DOS ENFERMOS

    Fue en el sanatorio, por la tarde.
    Él subió a visitarlo
    -también estaba enfermo-.
    Hablaron mansamente
    - hablaba él, su amigo no podía-.
    Le contó cosas de la vida
    del sanatorio, las andanzas
    por el bosque...
    El encamado sonreía.
    Cadáver era su semblante.
    Vinieron otros para confortarlo.
    Y el amigo salió a la galería.
    Se apoyó en la baranda.
    La tarde de verano
    también agonizaba lentamente.
    Entonces fue Chopin, con su nocturno,
    quien sonó en la emisora,
    pero sin lágrimas.
    Él, esta noche, ha murmurado
    la terrible belleza de las notas.



    FE

    Tú ¿qué crees entonces,
    ocioso de la vida a la que abrazas?
    Creo, ya lo habré dicho, en la belleza,
    mas no entendida carnalmente.
    Creo, con fiebre y con ardor,
    en nada.



    VIEJA FORO
    (BAJO UN ÁRBOL)

    Estás leyendo un libro
    en banco modernista.
    ¿Tiene de cierto algo el instante?
    El cuerpo joven,
    el prematuro fatalismo,
    la profundidad de la carne.



    CÁLIDO LECHO

    ¿No ves los animales degollados
    por otros animales?
    ¿No se ven niños muertos,
    peor, morir los niños?
    ¿Y el dolor cotidiano,
    la enfermedad, la muerte?
    Negación de la vida.
    En cambio, abismo celestial,
    NADA definitiva, qué cálido es tu lecho.



    LA MÚSICA

    Para Helena

    ¿A quién escucharé esta hermosa mañana?
    -Hermoso no es alegre para mí,
    estimulante, positivo-.
    ¿A quién?
    No puedo oír a Brahms,
    Ni a Chopin, ni a Tchaikowski.
    Me causan tanto daño,
    Me empapan tanto,
    Me disuelven y angustian tanto.
    El hamburguñes es niebla,
    Chopin es una herida,
    Tchaikowski, ya se ha dicho: patético.
    ¿A quién?
    ¿Trágico Brahms?, respondo. Puede.
    Pero lo que me duele en él no es esto.
    Beethoven no me anula, y es trágico;
    Porque es rebelde, apasionado,
    Viril y combativo,
    épico, lírico.
    Tchaikowski me acongoja,
    Me hace llorar, sencillamente.
    Pobre Tchaikowski,
    Desgraciado Tchaikowski.
    ¿Y Chopin? Imposible.
    Más refinado que Tchaikowski, más artista,
    Más puro, anula tanto,
    duele tanto.
    Era un tuberculoso, al fin y al cabo,
    la enfermedad que yo he sufrido
    -yo sé lo que es la tarde
    en que un nocturno suena en la emisora
    del sanatorio...-.
    ¿Y Wagner? Amo a Wagner,
    o me avergüenzo de ello,
    soy wagneriano.
    Pero no es el momento, esta mañana.
    Esta mañana es alta,
    luminosa, dispersa,
    fáustica, cosmológica,
    pero hace sol y yo soy criatura
    solar, aunque no alegre,
    y, menos, optimista, que es superfluo.
    Soy especulativo,
    ígneo, cerebral, apasionado
    sin decirlo;
    sin que tampoco se me note, frágil.
    Y esta luz de los días no es alegre,
    Es otra cosa: historia, cosmos...
    Es la vida que pasa.
    A quien escucho ahora no me duele,
    es lírico, inspirado,
    sentimental, pero no duele,
    ni angustia, ni envenena.
    Es un impromtu lo que escucho,
    No de Chopin, de Schubert;
    Schubert es un camino, paseando,
    junto a un molino,
    en el verde paisaje de Alemania.
    Schubert, el agua clara.


    CÉSAR SIMÓN, Palabras en la cumbre. Antología 1971-1997, Institució Alfons el Magnànim, 2002.


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