Rosa Chacel (Valladolid, 3 de junio de 1898-Madrid, 27 de julio de 1994) fue una escritora española de la Generación del 27.
Biografía
Nacida en una familia liberal, creció en un ambiente que le permitió desarrollar una personalidad de gran independencia, amplia cultura literaria (no debe perderse de vista que era sobrina nieta de José Zorrilla) y una autonomía de pensamiento poco frecuentes en una niña educada sin asistir a colegio alguno durante su niñez a causa de su delicada salud. Recibió educación directamente de su madre, Rosa-Cruz Arimón, que era maestra, y le dio formación elemental en su propia casa.
En 1908 la familia se trasladó a Madrid y se fueron a vivir cerca del hogar de su abuela materna, en el madrileño barrio de las Maravillas. Aproximadamente a los once años fue matriculada en la Escuela de Artes y Oficios, y de allí pasó a la Escuela del Hogar y Profesional de la Mujer, inaugurada poco después. En 1915 pasó a matricularse en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando, con la finalidad de estudiar escultura. En esta modalidad concurrió en 1917 a la Exposición Nacional de Bellas Artes con dos obras. De 68 participantes sólo participaron en escultura dos mujeres: Chacel y Eva Vázquez, que era natural de Dinamarca. Pese a esto, abandonó esta materia en 1918. En este momento conoció a su marido, el pintor Timoteo Pérez Rubio, y a una de las grandes figuras intelectuales de aquella época: Ramón María del Valle-Inclán.
Desde su ingreso en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando empezó a frecuentar la tertulias del café Granja El Henar y el Ateneo de Madrid (en este último dio su primera conferencia titulada “La mujer y sus posibilidades”). En esa época (1918-1922) comenzó a colaborar con la revista vanguardista Ultra, y trabar amistad con personajes como José Ortega y Gasset, Miguel de Unamuno, Ramón Gómez de la Serna, o Juan Ramón Jiménez entre otros.
Se casó en 1921 con el pintor Timoteo Pérez Rubio («Timo»), con quien tuvo a su único hijo, Carlos. Entre 1922 y 1927, viajó por Europa, primero a Italia acompañando a su marido, que había obtenido una beca en la Academia de España de Roma.
Regresaron a España en 1927, y se instalaron en Madrid. Entró en el círculo de Ortega y Gasset, y empezó a colaborar en la Revista de Occidente (en la que publicó dos relatos "Chinina Migone", 1928, y "Juego de las dos esquinas", 1929; y un ensayo “Esquema de los problemas culturales y prácticos del amor”, publicado en 1931); en la La Gaceta Literaria; y en el segundo número de la revista Ultra publica el relato "Las ciudades". También publicó su primera novela: Estación. Ida y vuelta (1930), novela en la estela de Ortega, que en esos días le encargó escribir una biografía de la amante de José de Espronceda, para una colección llamada "Vidas extraordinarias del Siglo XIX", y que, titulado Teresa, se acabó publicando en 1941 en Buenos Aires. En 1933 se trasladó temporalmente a Berlín, tratando de salir de la crisis creativa provocada por la muerte de su madre. Más tarde, en 1936, Manuel Altolaguirre le publicó en la colección Héroe, su libro de sonetos A la orilla de un pozo, con prólogo escrito por Juan Ramón Jiménez.
Al estallar la guerra civil española, Rosa Chacel permaneció en Madrid. Colaboró con publicaciones de izquierda y suscribió manifiestos y convocatorias que se llevaron a cabo durante el primer año de la contienda, al tiempo que realizaba trabajos como enfermera. Por su parte, su marido fue uno de los responsables de que se evacuaran los cuadros del Museo del Prado durante la Guerra Civil, que en un primer momento se trasladaron de Madrid a Valencia, y luego a Cataluña, y de allí a Francia y posteriormente a Suiza. Rosa y su hijo se trasladan durante esta época a Barcelona, Valencia y finalmente en 1937 a París, permaneciendo, durante una breve etapa en Grecia (donde coincidió con Concha Albornoz y hospedándose ambas en casa del escritor Nikos Kazantzakis. En sus diarios Alcancía, titulados también Ida y Vuelta (1982) y en el libro Timoteo Pérez Rubio y sus retratos del jardín, la autora hace referencia a este período. No pudo estar toda la familia reunida hasta el final de la contienda en 1939, cuando logran reunirse en el exilio, en Brasil, con un paréntesis en Buenos Aires, con la finalidad de evitar que su hijo Carlos llegase a desconocer el idioma español.
Durante estas estancias en Buenos Aires publicó la novela que expertos han considerado la mejor de su obra literaria La sinrazón (1960). Por otra parte, en Brasil continuó su actividad literaria: tertulias, colaboraciones en prensa escrita, traducciones del francés y el inglés; y aunque no dejó de escribir, puede afirmarse que su exilio resultó poco prolífico en lo narrativo y además, la situación económica de la familia llegó a ser comprometida.
En 1959 consiguió una beca de creación, otorgada por la Fundación Guggenheim, que la llevó a residir durante dos años en Nueva York; el proyecto era escribir un libro de ensayos erótico-filosóficos, Saturnal, ensayo que rescató en 1970. Lo más destacable del periodo neoyorquino fue que durante el mismo, Chacel trabó una estrecha amistad con Victoria Kent, descubriendo el Nouveau roman y defendió en foros de renombre el arte "moderno". Al finalizar la beca, en noviembre de 1961 viajó a España, permaneciendo tan solo hasta mayo de 1963, regresando nuevamente a Brasil. Pese a que volvió en 1970, hasta 1973 no regresó a vivir a España, tras conseguir una beca de creación de la Fundación Juan March, destinada a terminar Barrio de Maravillas. En 1977, fecha en que murió su marido, se instaló definitivamente en Madrid, alternando su residencia entre Río de Janeiro y la capital española.
Con la llegada de la democracia se produjeron cambios en las esferas literarias y culturales en general del país. Esto produjo un redescubrimiento de Rosa Chacel y se empezó a valorar su obra. Este proceso coincidió con una etapa de gran producción por parte de la autora, que publicó y reeditó muchas de sus obras.
Publicó el ensayo La Confesión (1970). Al año siguiente salió Saturnal. Publicó los relatos de Sobre el piélago (1951) y Ofrenda a una virgen loca, y en un solo volumen tres libros: Icada, Nevda, Díada. Y en 1976 publicó Barrio de Maravillas, que en cierto modo supuso su consagración.
En la década de los años 80, comenzó de nuevo una dura etapa en la que la autora volvió a estar preocupada por su economía, lo que le llevó a escribir los guiones para RTVE de una serie basada en su novela Teresa. Pero la serie, ya aprobada, se quedó sin filmar. En 1981 publicó el ensayo Los títulos y la novela Novelas antes de tiempo. En 1984 publicó Acrópolis, donde describe el Círculo Sáfico de Madrid, al que ella misma pertenecía junto con Victorina Durán, Elena Fortún y Matilde Ras 7 y Ciencias Naturales, que cerró el ciclo de Barrio de Maravillas. En 1986 se publicó Rebañaduras y en 1989 Balaam, que es un libro de cuentos infantiles.
Murió en 19942 y está enterrada en el Panteón de Personas Ilustres del Cementerio El Carmen de Valladolid.
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Ver también: Mujeres poetas del 27: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
*
Algunos poemas de Rosa Chacel:
De A la orilla de un pozo, 1936:
CUANDO LA MAR ESTÉ BAJO TU ALMOHADA...
A Rafael Alberti
Cuando la mar esté bajo tu almohada
¡Alegría de turbas infantiles!
¡Triunfo de los egregios, varoniles
pámpanos que estremece la alborada!
Frutos dará la náyade dorada
que llamea en los ínclitos candiles
y en sus perlas de amor claros abriles
hervirán al compás de tu mirada.
¡Qué ventura te aguarda en el impacto
si alcanzar logras la divina orquesta!
Tu frente surtirá con el contacto
de la escondida nuez templada y presta
que a trompa airada vibrará en el acto.
¡La vida es gracia y el reir no cuesta!
YO VEO A TU DRAGÓN LLORANDO CIEGO
A Pablo Neruda
Yo veo a tu dragón, llorando ciego,
con el hambre clavada entre las cejas,
lamer la sombra, cuando tú te alejas
y queda yerto el polvo de tu fuego.
Zozobrar en el rojo, ingente riego
de fluviales hespérides complejas,
limpiar su pelo de memorias viejas
y sonreir, agonizando luego.
Si la piedad su tierna flor incuba
para ti, entre blasfemias y escorpiones,
el placer del martirio es tu camino.
Cuando a tu frente el sacro aliento suba,
cautiva el canon, luz de sus lecciones,
y plántalo en el centro de tu sino.
EL PRÍNCIPE DEL PIÉLAGO ASCENDIERA...
A Luis Cernuda
El príncipe del piélago ascendiera
por tu corona al cenit de tu lecho
si el fatídico, eterno, lazo estrecho,
anudado por Dios, romper pudiera.
Arde la lumbre insigne y verdadera,
bajo el pie del impulso expira el hecho,
y las furias aullantes, en acecho,
engullen su infernal mirada artera.
El ave roja cuya sangre es canto,
cuyo nido es el rayo de los ojos
vive en el inmortal, difícil broche.
La hiedra enrama con su noble encanto
muros de angustia y cerros de despojos,
pero es tuyo el secreto de la noche,
YO ME ENCONTRÉ EL OLIVO Y EL ACANTO
A Nikos Kazantzakis
Yo me encontré el olivo y el acanto
que sin saber plantaste, hallé dormidas
las piedras de tu frente desprendidas,
y el de tu búho fiel, solemne canto.
El rebaño inmortal, paciendo al canto
de tus albas y siestas transcurridas,
las cuadrigas frenéticas, partidas
de tus horas amargas con quebranto.
La roja musa airada y violenta,
la serena deidad épica y pura
que donde tú soñabas hoy se asienta.
De estas piezas compongo tu escultura.
Nuestra amistad mis mismos años cuenta:
de ti hablaban mi cielo y mi llanura.
ESA FUENTE ESTIVAL, BRISA CAUTIVA...
A Manuel Altolaguirre
Esa fuente estival, brisa cautiva,
dibujada en el ¡ay! de una paloma,
ésa, que escapa en encendida poma
y huye de tu voraz mano lasciva,
su torvo impulso en la ponzoña aviva
y entre la llama que a su labio asoma
hurga su entraña pálida carcoma,
llorando, en su infortunio, sensitiva.
Golpea con tu mano, penitente,
la caverna del fiero minotauro
y en tu anaquel un tierno sueño escoge.
Edifica un palacio sorprendente,
entre el boscaje de fragante lauro
y el matronil regazo que te acoge.
De Versos prohibidos, 1978:
EPÍSTOLA
(A los perros de Atenas)
Un dios extraño acecha, con horrible garganta:
Ladrad, ladrad conmigo porque está oscuro en torno.
Las manos que lamíais serán menos que humo,
los pies se perderán por la cañada negra
donde ¡inútil llevar vuestra nariz por guía!…
Un dios vendrá, increíble como un feto del miedo,
que no tendrá los muslos luminosos de Apolo
ni el costado aterido que transió la lanzada,
que no nos mandará su mensaje en centellas
ni contará en los diez dedos su ley escrita.
Yo os llamo porque sólo vuestra voz extrahumana
debe aullar. ¡Escarbad la tierra sobre el VERBO!
Solamente a vosotros es dada la elegía
que merece el insomnio cuando es la noche oscura,
cuando María pasa, llorando, en las tinieblas…
EPÍSTOLA A NORA BORGES
DEL ARTE
Río de Janeiro, 1941
Hacia ti, queridísima, mis brazos
como tú los pintaste, se dilatan,
como dos blancas ramas que, del tronco,
se alargan contra el viento del olvido.
Mis manos van a tus delgadas manos
que ignoran el carnal, curvo abandono,
que atraviesan la vida y sus anhelos
con la pura dureza de las alas.
Voy a buscarte para que escapemos
a nuestro mundo o elemento amigo,
sueltan nuestra melena y nuestras colas
surcando los albures de la espuma.
Mientras los otros van contra las piedras
a mellarse las uñas y se frotan
los ojos con trabajo, en su trabajo
de menudas hormigas roedoras,
eternamente vírgenes, ligeras;
enlazadas del talle, cruzaremos
océanos de sueños y canciones,
como el invierno aquel te acuerdas? Daba
tu cuarto triste la pequeña calle
cuando tu blanco seno aparecía
iluminando con su luz sagrada:
tú apenas comprendías el milagro,
pero tu sangre abría un cauce nuevo.
Y así, eras toda tú, tal como un vaso
que de infantil esencia rebosase,
la que tu cuerpo dio como prodigio,
la que a tu lápiz lleva de la mano,
la que en tu voz pequeña juguetea:
condena celestial, que te señala.
A KAZANTZAKIS
DE LA PATRIA
Si el capitán de Dios detiene el sol,
la Hisoria alza la mano y no respira;
muda y perpleja aguarda, y el cuadrante
como mano que escucha su ventura,
oye las confidencias de la sangre
a la espada, que ellas solas se entienden.
CANCIÓN DE PIRATAS
Venid, piratas,
los que queréis hundir las manos entre perlas;
venid con la risa en los dientes como una daga implacable:
acaso pronto sople el Astro
y haya que huir hacia el oeste.
Venid por este mar que inventó las caricias,
que creó los labios abiertos para nosotros,
la rosa wu nació en la madreperla
y aquellos brazos que en el confín nos llaman.
¡Aquellos brazos, en la cruel colina,
bajo el cielo que llora sus centellas!...
¡Venid por este mar!
Venid, porque las costas nos aguardan
y las grutas oscuras
donde esconden sus huevos los tesoros,
y donde los placeres
lamerán nuestros pies con su verde melena...
Como la ola aún no despierta
sueña en el vendaval que habrá de arrebatarla
así, las perlas, sueñan derramar su blancura
entre la negra espuma de nuestros pechos.
¡Venid por este mar!
Acaso pronto sople el Austro
y entonces... ¡a las naces, a las velas, a huir!...
con la risa en los dientes y ellas en nuestros brazos.
¡Ellas, las perlas, antes que se cierren sus ojos!
BELLEZA EN NUEVA YORK
Bien conozco tu cara, que me mira
hoy desde el fondo mismo de esta noche…
sobre el agua, tan tersa, pasan barcos,
sobre este agua que llaman Río Hudson.
Pero tu cara, igual que sobre el Nilo,
sobre el Sena o el Tíber, ¡tan hermosa!,
¡tan silenciosa!, ¡tan terrible, tan
próxima, inconfundible, indefinible!…
Me mira igual que siempre, porque siempre
que abro de noche una ventana espero
encontrarte mirándome, y te encuentro.
La oscuridad delata tu pureza…
El grito atroz de una luz roja, el suave
canto de una luz verde, sólo dicen
que el río no está inmóvil, que es un río
y se va, como el Tíber, como el Sena,
como el mar a la nube. Todo corre
bajo tu quieta permanencia oscura.
Tú estás ahí, mirando a quien te mira.
Hoy aquí estás, como la flor del HOY,
porque eres siempre actual presencia, aroma
del momento, sustancia del lugar.
Hoy el HOY y el AQUÍ te dan su sangre
y así tu eternidad se hace tangible.
Porque hoy eres esa agua que se llama
Río Hudson y corre entre mil pléyades
de eléctricas estrellas vigilantes,
de culebrillas fúlgidas, polícromas,
porque hoy eres esa agua que se llena
de luminarias que pasean, graves,
en círculo, a la altura de las torres.
LOS MARINEROS
Para Luis y Stanley
Ellos son los que viven sin nacer a la tierra:
no les sigáis con vuestros ojos,
vuestra mirada dura, nutrida de firmezas,
cae a sus pies como impotente llanto.
Ellos son los que viven en el líquido olvido,
oyendo sólo el corazón materno que les mece,
el pulso de la calma o la borrasca
como el misterio o canto de un ámbito entrañable.
París, 1938
SOLEDAD
Ya que me es dado hablar aunque soporte
tu terrible destino,
aunque tu sello me designe irrevocable,
y sobre todo
ya que me es dado hablar porque tú me enseñaste.
AUSENCIA
Cuarenta metros cúbicos de soledad, el cuarto.
El abrigo en la percha, ahorcado,
el sombrero en la mesa, como un cráneo,
los zapatos,
uno delante de otro, echando el paso.
Y una escarpia negra posada en lo blanco.
NARCISO
¿Dónde habitas, amor, en qué profundo
seno existes del agua o de mi alma?
Lejos, en tu sin fondo abismo verde,
a mi llamada pronto e infalible.
Nuestras frentes unánimes separa
frío, cruel cristal inexorable.
Zarzas de tus cabellos y los míos
tienden, en vano, a unir lindes fronteras.
Sobre el mío y tu cuello mantenido
un templo de distancia en dos columnas
silencio eterno guarda entre sus muros;
nuestro mutuo secreto, nuestro diálogo.
Silencio en que te adoro, en que te encierras,
recinto de silencio inaccesibles
y lugar a la vez de nuestras citas.
¡Siglos espero frente a la cruenta
muralla dura que lamento inerme!
Eternidades entre nuestras bocas
a cien brisas y a cien vuelos de pájaro.
¿Para qué pies que hollaban la pradera
jóvenes, blancos corzos corredores
si no me llevan hacia ti ni un punto?
¿Para qué brazos tallos de mis manos
si jamás alcanzarán a estrecharte?
¡Límpida, clara linfa temblorosa
jamás en nuestro abrazo aprisionada!
¿Para qué vida, en fin, si vida acaba
en el umbral de la mansión oscura
donde moras sin hálito, en el vidrio
que con mi aliento ni a empañar alcanzo?
¡Oh, sueño sin ensueño, muerte quieta
lecho para mi anhelo, eterno insomne!
Único al fin reposo de mis ojos
tu infinito vacío negro espejo!
A MARUJA
Dios nos dio un libro de hojas infinitas
que caen, como de un olmo, cada invierno
sin pena, y brotan por su jugo eterno
en verdes leyes cada abril escritas.
No contemples, piadosa, las marchitas
que el viento arranca a su ramaje externo,
bebe el aroma del sentido interno
y así, en tu vida, su vivir suscita.
Cierto, son muchas cosas las que ordenan
esas páginas santas, imponentes,
con tan claro secreto manifiesto.
Reduce los preceptos que las llenan
a una palabra, entre las más potentes,
AMOR AMOR AMOR... y olvida el resto.
A CELIA
(Soneto escrito sobre un fuelle)
Primero el viento es viento y luego aliento.
Primero el viento es viento y luego llama.
Según el que lo aspira y lo derrama,
suspiro puede ser, si no elemento.
Rugido puede ser o suave acento,
bufido o trino en florecida rama,
o corola versátil, si se inflama
en cifra o trazo de ilegible intento.
¡Sopla y desata la corriente presa,
el huracán de amor o de locura
que hacia el vórtice ardiente se desliza,
sin pensar si serás en el pavesa!
Sobre el hogar, al alba fría y pura,
el Fénix surgirá de la ceniza.
LA CEBOLLA
¡Oh blanca, dura y dulce, levantina,
del ajo castellano compañera!...
de sutiles camisas prisionera
tu intenso aroma en alta flor se empina.
Perla que sin estuche nacarina
bajo el bronco terrón húmedo espera
la dura azada que traerá certera
tu fresco cuerpo al aura matutina...
En la hoguera del hambre en que te arrojas
al rodar generosa de la mano
que regó tus liliales, verdes hojas
-y el vino junto a ti, y el pan, su hermano
la sangre que arde en estas horas rojas
cobra su impulso y fuego soberano.
AL ANDROS
Pienso en ti por las noches, cuando siento en la almohada
el ruido de mi sangre: eran llenas de estrellas
y del viento de marzo aquellas en que oía
latir tu corazón bajo mi sien sin sueño,
en que oía tu quilla que rasgaba el camino
como una seda alegre ceñida a tus costados
y las olas que a veces se alzaban y venían
corriendo en contra tuya, batiendo como suaves
palmadas de la mar a su bestia querida...
VIOLANTE
¿Por qué Violante le mandó al poeta
fabricar un soneto, al tan amante,
al tan ardiente vate, al incesante
de amoríos y enredos exegeta?
Y aún más, ¿cómo era ella, fue coqueta,
fue caprichosa o sólo fue Violante
como la pura ley del consonante,
fatal, inmarcesible rima neta?
Fue verdadera, como el germen real
que la impensada cópula del hombre
en el SER deposita, viva almendra.
Radiante cría fue del inmortal
soneto, circulando por su nombre
la sangre excelsa que la idea engendra.
A RAMÓN GAYA
Distancia, olvido, ausencia, muerte. Nada...,
lo estudiado y también lo padecido,
lo buscado, perdido o escondido,
la pena o gloria, huida o alcanzada.
En la altamar del tiempo aposentada,
la memoria, meciéndose en olvido,
lo que fue, se diría no haber sido,
toda imagen, en sombra o esfumada...
Gritar tu nombre en medio de una calla
rompió el cristal del malhadado hechizo,
borró de cuatro décadas los pasos.
Se disipó la niebla por el valle,
joven, intacta, pura y fiel se hizo
relumbrar la amistad sobre los vasos...
LAS ORQUÍDEAS
A Marisa
He venido al país de las orquídeas,
esas flores del triunfo, parásitos de las mujeres elegidas.
Su polen vuela al hombro
de esas que vienen con cinturas jóvenes
y hacia sus pies la América
tiende sus manos blandas,
de ésas cuyo perfume llega al mato,
llamando a la pantera, hermana suya,
que les presta sus pieles.
Pero yo vine por un mar
que una mitad era de sangre
y otra, sin esperanza, quisiera ser de olvido,
y a mi llegada no acudieron
en ligeras vitrinas encintadas.
No me asaltaron al llegar: su polen
no sabía mi nombre.
Tampoco en manos mercenarias
llegaron a subir mis doce pisos,
tampoco se dejaron cautivar
en los mercados ni en las florerías.
Tampoco el mundo, ese artefacto
referencial, las puso
en el correo en fechas onomásticas…
He venido al país de las orquídeas
y hoy ya le digo adiós, yendo hacia el puerto.
¡Adiós!… ¿Quién sabe cuándo?…
¡ALARMA!
Por tejas y chimeneas,
entre veletas y agujas,
por aceras y calzadas,
por callejuelas oscuras,
corre la Alarma de noche,
corre en un grito,
Ojos de fuego, y melena
al viento entregada, aúlla.
Asoma por las esquinas
en rauda, indecible fuga;
con su grito llama al pecho,
que adormecido no escucha;
con su insistente lamento
en desvelo, el sueño muda.
Los lechos abren su flor,
su calor de lana o pluma;
los brazos de los amantes,
reacios, se desanudan.
Pesados cuerpos de niños,
arrancados de las cunas,
estremecidos, se acogen,
al seno que los refugia.
Las escaleras prolongan,
bajo las plantas desnudas,
desnuda se libra bajo la luna,
su espiral interminable
hacia las cuevas profundas.
Y el lamento de la Alarma,
deidad de la noche oscura,
ya se aproxima o se aleja,
ya se pierde o se dibuja,
ya parece que su boca,
con su voz, el aire inunda,
y agigantada habla al alma
de la inaudita aventura;
una batalla de arcángeles
se libra bajo la luna.
Sus alas, rojas o negras,
veloces el cielo surcan
con maléficos destellos,
con claras estelas puras.
Sus fragorosos alientos
con ira pasando zumban.
Lanzas de fuego se arrojan,
que encendidas se entrecruzan;
meteoros de la tierra
brotan, siguiendo su ruta.
Y las aves de la noche,
sus pupilas desmesuran
mirando el sin par combate
de férrea y rígida pluma.
Los murciélagos que habitan
las viejas arquitecturas
no osan alzar el vuelo
de los nichos o las urnas.
Perros negros, gatos negros,
cola y lomo despeluznan.
Y en el palomar, insomne,
el ave amorosa arrulla
por recobrar de su nido
la cálida compostura.
Prende la llama en un cuerpo
que inflamado se derrumba;
huye la negra bandada
a tierras que llama suyas.
Y aquella, de la Victoria,
faz melancólica y pura,
más alta que las estrellas
y más clara se columbra.
Alas serenas, triunfantes,
con pausa el espacio cruzan
y van a posar su vuelo
en la propicia llanura.
La Alarma traga su grito
y atenta su puesto ocupa
con el oído en la antena,
que, en lo alto, el aire escucha.
Sabiendo que ella vigila,
la ciudad duerme segura.
LA NUBE AMADA
¡Oh nube,nube blanca! ¡Quién te prendiera
una rosa en el pecho! ¡Ay, quién pudiera
abrazarte allá arriba en la montaña
y contigo rodar por la ladera!
LAS CAMPANAS
¡Cómo las campanas os persigue, palomas!
No os dejéis alcanzar.
¡Huid, volad, volved!
¡Huid, volad, volved!
¡Volved, volad! ¡Volved, volad! ¡Volved, volar!
LO BELLO Y LA BELLA
¿Cuándo el pez es más bello?
Cuando salta en el agua con un breve destello.
Y la estrella ¿cuándo es más bella?
Cuando rasgo looscuro
y se deshace en el misterio puro...
Lo bello, lo más bello es el fugar instante,
pero mi bella... ¡que sea constante!
LA MAÑANA
Despierto está el lucero,
calladamente, suavemente, se acerca el alba.
Alegremente, ardientemente, locamente viene la aurora...
El sol, redondo, entero,
llega a su hora.
LA TARDE
El día es ya recuerdo:
Amor fue el nombre de este día.
¿Por qué te vas veloz, por qué te pierdo?...
Dolor fue el nombre de este día.
Aunque tan lerdo,
tu esencia es exquisita... ¡Melancolía!...
LA NOCHE
Bella, bella mil veces, adorada,
límpida, deslumbrante, risueña, airada...
Bella, mil veces bella, sombría, tenebrosa,
dulce, materna, amante.
¡Siempre hermosa!
Otros poemas no incluidos en libro:
RETORNO
Si mi pie no se rompe entre las piedras agrias
o se hunde entre la duda que a zozobrar le empuja
o se enreda en la artera culebra ponzoñosa,
si el tiempo, en fin, concede libertad a un suspiro...
yo volveré hacia ti, mi casa de verano.
LA DAMA DE NOCHE
Pasa, como el olvido, arrastrando sus velos,
pasa como el recuerdo, exhalando su aliento...
En Río, por las noches, bajo las palmas reales,
bajo los reverberos, se escapa de las verjas.
La ncuentran los que balan con las mjllas jnas,
al vlvr, cuando saltan, con sandalias de oro,
del coche, las mujeres, con un ¡adiós! al alba...
Se cruza en el camino de los que vagan solos,
por calles donde se oye la llamada del mato...
EN EL CAMPO DE GUERRA
Quedan charcos de sangre en el campo de guerra,
charcos donde las nubes evitan espejarse,
donde beben los cuervos y las liebres no osan,
donde las ranas lloran el inaudito engaño.
En el campo de guerra vaga una sombra y busca…
teme pisar su sangre y busca; es su propósito
plantar una columna en un espacio pulcro,
trazar una calzada teórica, ascendente…
Que la brisa dibuje alguna línea firme
sobre la noche negra, sólo en eso habrá en alba,
que el viento arranque el seco armazón de la hiedra,
que en su nido mediten los pájaros nocturnos,
y las blancas, de Venus, esponjen sus pechugas.
Sólo en esto habrá un alba sobre un dintel de mármol.
Un alba con tres faces, ecuánimes, sentada
sobre su propia luz, sobre su propia forma,
sobre su propio ser.
ROSA CHACEL, Poesía (1931-1991), Tusquets, 1992
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