Ernestina de Champourcin (Vitoria, 10 de julio de 1905-Madrid, 27 de marzo de 1999) fue una poeta española de la Generación del 27. Está en la nómina de Las Sinsombrero.
Trayectoria vital y literaria
Primeros años y formación
Ernestina Michels de Champourcin y Morán de Loredo nació en la calle del Paseo de San Francisco en Vitoria el 10 de julio de 1905, en una familia católica y tradicionalista, que le ofreció una esmerada educación (en la que se refuerza el conocimiento y uso de diferentes lenguas) en un ambiente familiar, culto y aristocrático, junto a sus hermanos.
Su padre era el abogado de ideas monárquicas, de inclinación liberal-conservadora, Antonio Michels de Champourcin y Tafarrell. Poseía el título de barón de Champourcin, lo que atestiguaba que la familia paterna provenía de la Provenza francesa. Por su parte, Ernestina Morán de Loredo y Castellanos, como se llamaba su madre, nació en Montevideo, y era la única hija de un militar, asturiano de ascendencia, con quien viajó frecuentemente a Europa.
Alrededor de los diez años, se trasladó, junto con el resto de la familia a Madrid, donde fue matriculada en el Colegio del Sagrado Corazón, y recibió preparación por profesores particulares; se examinó como alumna libre de bachillerato en el Instituto Cardenal Cisneros. Su deseo de estudiar en la Universidad se vio truncado debido en parte a la oposición de su padre, pese al apoyo de su madre, dispuesta a acompañarla a las clases, para cumplir con la norma existente para las mujeres menores de edad.
Su conocimiento del francés y del inglés, y su creatividad, la llevaron a comenzar desde muy joven a escribir poesía en francés, que ella misma destruyó al plantearse seriamente una vocación literaria. Su amor a la lectura y el ambiente culto familiar la pusieron en contacto con los grandes de la literatura universal desde muy pequeña, creciendo con los libros de Víctor Hugo, Lamartine, Musset, Vigny, Maurice Maeterlinck, Verlaine y de grandes místicos castellanos, como San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús. Más tarde leyó a Valle-Inclán, Rubén Darío, Concha Espina, Amado Nervo y, sobre todo, Juan Ramón Jiménez. La figura de Juan Ramón Jiménez tiene una importancia vital en el desarrollo de Ernestina como poetisa, y de hecho, ella siempre lo consideró como su maestro.
Pertenencia a las Vanguardias
Como la gran mayoría de representantes de su generación, los primeros testimonios de su obra poética son poemas sueltos publicados a partir de 1923 en diversas revistas de la época, tales como Manantial, Cartagena Ilustrada o La Libertad. En 1926 María de Maeztu y Concha Méndez fundaron el Lyceum Club Femenino, proponiéndose con ello concienciar a la unidad entre las mujeres, a fin de que se ayudasen en la lucha por intervenir en los problemas culturales y sociales de su tiempo. Este proyecto interesó a Champourcín, que se involucró en él, encargándose de todo lo relativo a la literatura.
En ese mismo año Ernestina publicó en Madrid su obra En silencio y le envió a Juan Ramón un ejemplar esperando el juicio y crítica del poeta a su primera obra. Pese a no recibir ninguna contestación, su camino se cruzó con el del admirado poeta y su mujer, Zenobia Camprubí, en La Granja de San Ildefonso. A partir de este casual encuentro surgió entre ambos una amistad que la llevó a considerarlo su mentor, al igual que les sucedió a sus compañeros de generación. Fue así como entró en contacto con algunos de los integrantes de la Generación del 27: Rafael Alberti, Federico García Lorca, Luis Cernuda, Jorge Guillén, Pedro Salinas y Vicente Aleixandre. Y además, debe a su mentor conocer la poesía inglesa clásica y moderna: Keats, Shelley, Blake, Yeats.
A partir de 1927, Ernestina comienza una etapa en la que publica en los periódicos (en especial en el Heraldo de Madrid y La Época) casi exclusivamente crítica literaria. En estos artículos publicados antes de la guerra civil trata cuestiones como la naturaleza de la poesía pura y la estética de la «poesía nueva» que trabajaban los jóvenes del 27, grupo del que ella se sentía integrante al compartir la misma concepción de la poesía. Publica sus primeros libros en Madrid: En silencio (1926), Ahora (1928), La voz en el viento (1931), Cántico inútil (1936), lo cual la hace ser conocida en el mundo literario de la capital. Se puede descubrir una evolución en su obra desde un Modernismo inicial a la sombra de Juan Ramón Jiménez a una poesía más personal marcada por la temática amorosa envuelta en una rica sensualidad. Fue seleccionada por Gerardo Diego para su Antología de 1934, junto a Josefina de la Torre, siendo las únicas mujeres.
Mantuvo una intensa correspondencia con la poeta Carmen Conde, prácticamente ininterrumpida desde enero de 1928 hasta 1930. A partir de ese año, las cartas se fueron distanciando aunque la mantuvieron hasta los años ochenta. Sin embargo, por circunstancias diversas, se conservan sobre todo las cartas de Champourcín a Conde.
En 1930, mientras realiza actividades en el Lyceum Femenino, al igual que otras intelectuales de la República, conoce a Juan José Domenchina, poeta y secretario personal de Manuel Azaña, con quien contraerá matrimonio el 6 de noviembre de 1936.
Poco antes del golpe de Estado de 1936 Ernestina publicó la que sería su única novela, La casa de enfrente, ya que aparte de esta solo escribió fragmentos de una novela inconclusa, Mientras allí se muere, en la que narra las vivencias experimentadas en su trabajo de enfermera durante la guerra civil. Los acontecimientos políticos que sucedieron justifican que su difusión quedara eclipsada. No obstante, esta obra representa un importante hito en la literatura escrita por mujeres, pues en ella la autora realiza, a través de una narradora-protagonista, un análisis sobre la crianza, educación y socialización de las niñas burguesas en las primeras décadas del pasado siglo XX. Esta obra permite considerar a Ernestina de Champourcin como moderadamente feminista.
Guerra civil y exilio
Durante la Guerra Civil, Juan Ramón y su esposa, Zenobia, preocupados por los niños huérfanos o abandonados, fundaron una especie de comité denominado "Protección de Menores". Ernestina se les unió en calidad de enfermera, pero debido a ciertos problemas con algunos milicianos tuvo que dejarlo y entrar como auxiliar de enfermera en el hospital regentado por Dolores Azaña.
Una de las consecuencias del trabajo de su marido Juan José, como secretario político de Azaña, fue que el matrimonio tuvo que abandonar Madrid, iniciando un periplo que les llevó a Valencia, Barcelona y Francia, donde estuvieron en Toulouse y París, hasta que, finalmente, en 1939, fueron invitados por el diplomático y escritor mexicano Alfonso Reyes Ochoa, fundador y director de la Casa de España de México, convirtiendo este país en el lugar definitivo de su exilio.
Pese a que en un primer momento Ernestina escribió numerosos versos para revistas como Romance y Rueca, su actividad creativa se redujo ante las necesidades económicas que le hicieron centrar su actividad en su trabajo de traductora para el Fondo de Cultura Económica y de intérprete para la Asociación de Personal Técnico de Conferencias Internacionales.
Su etapa en México es una de las más fecundas; publicó Presencia a oscuras (1952), Cárcel de los sentidos (1960) y El nombre que me diste (1960).2 En los años 50 conoce el Opus Dei y colabora en actividades de promoción social en un barrio marginal; poco después solicitó la admisión en esa institución de la Iglesia.
Su mentor Juan Ramón Jiménez trabajaba como agregado cultural en la embajada española en Estados Unidos y otros componentes del grupo del 27 se exiliaron también a América como fue el caso, entre otros, de Emilio Prados y Luis Cernuda. Pese a todo el cambio no fue fácil. El matrimonio no tuvo hijos, y sobrellevaron de forma muy distinta el desgajamiento de sus raíces. Mientras Juan José Domenchina no llevó bien su nueva vida como exiliado y murió en 1959, ella llegó a tener fuertes sentimientos de arraigo con esta su nueva “patria”. Es en este momento cuando la religiosidad vivida durante su niñez se agudiza, dando a su obra un misticismo desconocido hasta el momento. Publica Hai-kais espirituales (1967), Cartas cerradas (1968) y Poemas del ser y del estar (1972).
Regreso y «segundo exilio»
En 1972 Ernestina regresó a España. La vuelta no fue fácil y tuvo que vivir un nuevo período de adaptación a su propio país, experiencia que hizo surgir en ella sentimientos que reflejó en obras como Primer exilio (1978). Los sentimientos de soledad y de vejez y una invasión de recuerdos de los lugares en los que había estado y las personas con las que había vivido fueron inundando cada uno de sus posteriores poemarios: La pared transparente (1984), Huyeron todas las islas (1988), Los encuentros frustrados (1991), Del vacío y sus dones (1993) y Presencia del pasado (1996).
La obra titulada La ardilla y la rosa (Juan Ramón en mi memoria) (1981), es una selección comentada de su correspondencia con Zenobia, realizada por Ernestina y publicada por la editorial de la Fundación Zenobia-Juan Ramón Jiménez que la tituló Los libros de Fausto; Zenobia a su vez, publicó un pequeño y revelador libro, titulado Vivir con Juan Ramón que condensa páginas de su “Diario” de 1916 y su texto “Juan Ramón y yo“.
Murió en Madrid el 27 de marzo de 1999.
Análisis de su obra
La poesía de Ernestina de Champourcín es profunda y ligera, suave y contundente: melodiosa. Los versos de Ernestina, son de fácil y agradable lectura, y en ellos supo expresar certeramente la intensa hondura de su alma. Esto hace que su temática sea muy distinta a la de algunos de sus contemporáneos.
En parte de su obra se rememora la poesía de los grandes místicos españoles: Santa Teresa y San Juan de la Cruz; así como la obra de Juan Ramón Jiménez. De hecho, en Presencia a oscuras (1952) utiliza sonetos, décimas, romances y otras estrofas tradicionales de la poesía barroca.
Es muy habitual al hablar de Ernestina de Champourcin como poeta de la Generación del 27, hacer recaer la atención sobre todo en su obra anterior a la guerra. Lo cual lleva inmediatamente a comentar, la radicalidad del cambio, que se produjo en la autora durante el exilio, que la lleva hacia la poesía religiosa. Pero, en cambio, pocas veces se habla de su última poesía, de la que escribió al regresar a España en la que, para algunos autores, está lo mejor de su obra, ya que se trata de una poesía en la que se conjuga la contemplación retrospectiva, la memoria, sin dejar de tener una mirada hacia el futuro afrontado con la lucidez y la valentía de quien se acerca a la muerte.
Etapas en su poesía
Primera etapa: poesía del amor humano
Los expertos consideran que en la obra de Ernestina se pueden ver tres etapas, dos de ellas muy claras. Una primera etapa, la de la poesía del amor humano, que abarca los cuatro libros publicados con anterioridad a la guerra civil: desde En silencio (1926) hasta Cántico inútil (1936), en los que la autora evoluciona pasando de unos orígenes que podrían calificarse de tardorrománticos y modernistas a una “poesía pura” muy próxima a la de Juan Ramón Jiménez.
Segunda etapa: poesía del amor divino
Esta etapa, que se separaría de la anterior por un período de nula producción poética en los primeros momentos del exilio en México, debidos a la necesidad de mantener una actividad remunerada económicamente, podría denominarse la de la poesía del amor divino (1936-1974). Se inicia con Presencia a oscuras (1952) obra que supone un nuevo tiempo en su poesía. La temática pasa a centrarse del amor humano al amor divino. Se puede ver que la protagonista de obras como El nombre que me diste... (1960), Cárcel (1964), Hai-kais espirituales (1967), Cartas cerradas (1968) y Poemas del ser y del estar (1972), tiene una profunda inquietud religiosa.
Tercera etapa: poesía del amor sentido
Esta puede llamarse la de la poesía del amor sentido (1974-1991): Es la que se inicia con la vuelta del exilio, momento en el que surgen nuevas inquietudes en Champourcín: ser capaz de volver a adaptarse a su nueva situación, reencontrarse con lugares al tiempo conocidos e irreconocibles, que se caracteriza por la evocación de tiempos y lugares. Los libros finales, como Huyeron todas las islas (1988), son una recapitulación y un epílogo de una poesía que es a la vez intimista y trascendente.
Reconocimiento
Para Emilio Lamo de Espinosa (catedrático de Sociología de la Universidad Complutense y sobrino de Ernestina de Champourcin) una de las razones del silencio sobre la obra de esta gran literata española es debido a su mística. Para este autor, el intimismo de su obra y el creciente peso de la poesía religiosa hizo que no se le tuviera en cuenta ni su gran labor social, ni su compromiso a la causa republicana, ni sus actividades en pro del reconocimiento de los derechos de las mujeres a ser tratadas al igual que sus compañeros hombres. Y así lo hizo constar en un homenaje que se le hizo a la poeta en la Residencia de Estudiantes en 2005, año del centenario del nacimiento de Ernestina.
Podría afirmarse que Ernestina ha padecido la mala suerte de las «terceras vías», al no acabar de estar claramente ni en la derecha ni en la izquierda, un poco como le ocurre, salvando las distancias, al propio Ortega y Gasset, rechazado por unos por ateo y por los otros porque era elitista, acusado al tiempo de ser de derechas y de ser de izquierdas. También considera Emilio Lamo de Espinosa que la posición de Ernestina se debe fundamentalmente al carácter de la propia autora, de su independencia de criterio total y rotunda, salvaje, casi asocial, y al tiempo de su voluntad de no ser tipificada, categorizada, cosificada.
Pese a poder considerar a Ernestina de Champourcin como la única mujer que realmente estuvo en una situación de igualdad con el resto de los poetas hoy llamados de 27, su reconocimiento en España no se produjo hasta 1989 en que se le concedió el Premio Euskadi de Literatura en castellano en su modalidad de Poesía.
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Ver también: Mujeres poetas del 27: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
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Algunos poemas de Ernestina de Champourcin:
De En silencio, 1926:
INSTANTE
Lentamente, en la paz otoñal se desliza
un pálido fantasma con blancura de flor;
el viento, suspirando los ecos del dolor,
se quiebra al resonar enfermo de una risa.
La hoja desprendida del árbol centenario
cruje como un misterio en la sombra dormida,
y se escucha el pisar doliente de la vida,
y la fuga del tiempo hacia el fúnebre osario.
Nace la eternidad al morir de las horas;
el silencio se cierra egoísta y secreto,
ahogando con sus velos al fantasma que llora.
En la quietud hostil hay un grave concierto;
la campana del mundo tenuemente desflora
la agonía sin fin de ese algo que ha muerto.
VENDRÁS...
Yo sé que has de venir. Será una madrugada
que diluirá en sus oros la aurora del amor;
en la fragante brisa suspirarán las hadas,
y el jardín será bello como una inmensa flor.
Yo sé que has de venir; te esperaré muy pálida,
blanca como una estatua, en la paz matinal;
y tenderé hacia ti mis dos manos tan lánguidas,
que parecen vestigios de un místico vitral.
Yo sé que has de venir tan sólo de camino,
despreciando mi amor, que hollarás con tus pies;
besarás mis dos trenzas, seguirás tu destino,
y en mi alma el dolor enterrará su mies.
Sin embargo, no quiero que demores tu paso;
acerca pronto, amado, ya sé que he de sufrir.
Mas ¿qué importa? Me basta entreverte, y… acaso,
acaso logre hablarte otra vez, y… morir.
Yo sé que pasarás, más rápido que un sueño,
llevándote prendida mi alma de mujer,
que ennublará el recuerdo mi rostro antes risueño,
que volverás un día de la tarde al caer.
Entonces, de rodillas, suplicarás ansioso
el corazón ardiente, que al alba te ofrecí;
no lo tengo, diré; en el bosque aromoso
se me perdió una noche que te seguía a ti.
EL ÚLTIMO ENSUEÑO
Prende a mi vestido capullos de almendro,
perfuma de nardo mis negros cabellos
y entierra entre flores los tristes recuerdos.
Apaga las luces… pero haz que a lo lejos
Beethoven suspire, nostálgico y lento.
Cerraré los ojos y sobre mis dedos
se irá deshojando, silencioso y yerto,
el llanto divino del último ensueño.
Entorna las puertas. Deshaz este velo
que tejí con plata. ¡Ya sólo deseo
descansar tranquila! Cuando esté deshecho,
recoge sus hilos, bésalos y… luego
deja que mis manos vayan componiendo
con las hebras rotas el postrer ensueño.
Mi vida se acaba. ¡Ya sé que me muero!
Y quiero extinguirme, muda, sonriendo,
con el alma alegre y el corazón lleno
de bellas quimeras, guardando en mi pecho
toda la agonía del postrer momento.
¡Déjame que muera viviendo mi ensueño!
De Ahora, 1928:
CANCIONES DE OTOÑO
(ALMAS)
Para mi hermana Adolfina
¿Por qué mueves la hojarasca?
No la turbes, déjala.
Dulcemente la cobija
un sudario de cristal.
No busques nada, hermana,
lo que ha de venir, vendrá:
las flores en primavera
y en otoño el vendaval.
No atropelles el destino,
con bastante prisa va.
Has de ver tu alma desnuda
lo mismo que el castañar.
No mires las hojas secas,
el viento las barrerá.
Piensa que todo se muere
para volver a brotar.
APUNTES LÍRICOS
8
Esta vida profunda
que surge de las cosas
-olor a savia fresca
venida de lo ignoto-,
se m rvla plna
d extrañas sugerencias.
Guarda en remotos pliegues
la dulce flor screta
de un pch nxplrad,
la maravlla trémola
escondida en el sutil
desván de la conciencia.
Indolente y efímera
como ave de niebla
se retuerce en la llama,
es callada y violenta,
pero viene del alma
que las cosas encierran.
¡Tenue alma sin forma,
invisible y pequeña,
traspasada de voces
que stremecen la nuestra!
PRELUDIOS MARINOS
5
Por un camino de oro voy.
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
La antorcha del poniente salpica con su sangre
la castidad morena de mi brazo desnudo.
Soy esta tarde, amor, la intensa llamarada
que hará pronto cenizas de tu efímero yugo.
Tengo un velo de espumas y una sutil diadema
que enrosca el sol mimoso a mi cabello lacio.
Una scala mullida con pétalos de oro
inquieta dulcemente el ansia de mi paso.
Voy a perderme lejos y arrastrará mi fuga
un arrebol de azahares. ¡Caricia de los vientos,
muérdeme con tu filo sabiamente aguzado,
sólo en ti quiero hallar el abrazo supremo!
CROMOS VIVOS
A Juan Ramón Jiménez
8
Hoja blanca de hoy, de siempre, de mañana.
Frutal de cada día, semilla fecundada
por un rayo de luz o una gota de agua.
La vida fluye abajo, arrastrándose vana.
Encima de mi frente, los divinos fantasmas
del sueño verdadero, los éxtasis del alma...
cicatrices de oro, que mi pluma va abriendo
sobre la hoja blanca.
De La voz en el viento, 1931:
LA VOZ EN EL VIENTO
¡Encaramada al viento!
Gritando hasta soltar
la rienda de mis voces…
Sin látigo ni espuela,
con la única fuerza
de este clamor lanzado
a cumbres inholladas,
con el apoyo efímero
de un soplo vagabundo
sin base, ni raíz.
Galoparé adherida
al filo de los tiempos
y colmará mi grito
vacíos insondados.
¡Erguida sobre el lomo
de todo lo inestable,
derrumbaré certezas
en nombre del azar!
CEPO
La tarde, flexible y larga,
se anudó estrechamente
al latir de mi garganta.
Suave, ligera,
¡cómo tiraba!
¡Qué sordo crujir de nervios
y de palabras!
Los pinos me hundieron sus agujas;
un embrollo de zarzas
tejió un collar ceñido
sobre mi piel tostada.
Ya la tarde se iba;
pero, cuánto apretaba.
Me arrastró hacia el mar
sujeta con los grillos
de la nube soñada...
¿El sol querría al morir
que yo le acompañara?
PAUSA
¿Qué agria rosa de luz
me trastorna la vida!
Huyeron los pudores
de nuestra madrugada
y la plena virtud
de lo ya rebosado
distiende bruscamente
la red justa del alma.
Replegada la fuerza
y ceñido el antojo
abriré las esclusas...
¡Qué fatiga de rama
esclavizada al fruto!
¡Cómo rompe el deseo
un instante de calma!
HUIDA
Salí sin ser notada.
SAN JUAN DE LA CRUZ
Que nada en mí se mueva.
Quiero salir sin ruido,
comprando el imposible
silencio de la hora.
Sujetando el menudo
chispeo de la vida
para alcanzar la voz
crecida sobre mí.
Inmóvil ya; sin manos
que detengan la huida,
sin pupilas que toquen
la anchura del vacío,
ni labios para anclar
el rumbo de tus besos…
¡Ilimitada, única!
Buscándote en lo eterno,
me evadiré de ti.
VOLANTE
He soñado tus manos
precisas, enguantadas
esquivando a su antojo
las embestidas del viento.
Al impulso más leve
-fuerza plena, medida-
giraba cauteloso
el aro de madera.
Nos acecharon, torvos,
los cuernos del espacio,
pero tus palmas rígidas
guardaban el secreto
de toda resistencia.
¡Dame tus dedos, acres
de olor a gasolina.
Esos dedos cerrados
que precintan la oscura
mercancía del vértigo.
¡Ellos me harán correr
hasta encontrar mi vida!
NOCTURNO
Va la noche ceñida
a mis pulsos calientes,
vistiendo la desnuda
pureza del asfalto.
No hay ruedas, sí faroles,
-verdes ojos ya ebrios
de mirar y mirar-.
Sobra una estrella inmóvil,
tan cuajada allá arriba
como su más perfecto
y ágil simulacro.
Llueven flores de aceite
en pulidos charoles
y el silencio prepara
con tránsito incoloro
sus dinteles de ausencia.
ACCIDENTE
(ELEGÍA)
Nuestras manos acechan
una rosa distante,
que llega consumida,
persiguiendo en el aire
sus cien rumbos tronchados.
Vientos de perdición
le taladran las sienes.
¡Pobre flor esquemática,
en vano intentaremos
soldar a un nuevo tallo
tu juventud deshecha!
Nunca más los caminos,
ni el susto delicioso
de la escondida curva,
ni el abrazo del polvo,
incitante, reseco.
Ya todo será oscuro.
Viejos hierros decrépitos
mancharán de negrura
tu vigor abdicado.
Llora un claxon tu muerte,
sin alma, en la cuneta.
AMOR
Puliré mi belleza con los garfios del viento.
Seré tuya sin forma, hecha polvo de aire,
diluida en un cielo de planos invisibles.
Para ti quiero, amado, la posesión sin cuerpo,
el delirio gozoso de sentir que tu abrazo
solo ciñe rosales de pura eternidad.
Nunca podrás tenerme sin abrir tu deseo
sobre la desnudez que sella lo inefable,
ni encontrarás mis labios
mientras algo concreto enraíce tu amor..
¡Que tus manos inútiles acaricien estrellas!
No entorpezcas besándome la fuga de mi cuerpo.
¡Seré tuya en la piel hecha fuego del sol!
(INSOMNIO)
Surge mi mano de la trama oscura
que afelpa, silenciosa, los desvelos.
Fuga hacia ti. Navegan nuestros cielos
Con rumbo a su recíproca ternura.
Caminos de tu acento. Senda pura
que aquieta suavemente mis anhelos.
despojando la sombra de sus velos
llego al refugio que en tu voz perdura.
¡Cómo se adhieren a mi palma abierta
los ecos de ti mismo! Ya despierta,
ingrávida y ferviente, la caricia
de mi mano, que roza tu palabra,
mientras la noche con ausencias labra
el prodigio de un sueño que se inicia.
LA VOZ TRANSFIGURADA
4
Dejar de ser. Vivir la gloria de tu sueño
en místico naufragio de sones y palabras.
Derramar en tu vida la esencia de mi vida,
sumergir en tus labios el eco de mi voz.
Olvidar los caminos y la senda trenzada
por el sordo latir de mis pulsos febriles.
Anularme en la sombra de tus manos abiertas
que apaciguan mi sien con ternura de luz.
Quiero perderme en ti. Cobija mi silencio
bajo el apalio encendido de una larga caricia.
Despojada de todo y prendida a tu boca,
Imantaré, ya inmóvil, los rumbos de tu amor.
LA VOZ TRANSFIGURADA
6
¡Sueña más alto aún!
Más allá de mi frente, más allá de ti mismo.
No te importe dejarme pequeña y olvidada;
yo seguiré tu vuelo, aunque roces a Dios.
Más ancha que mi sien es la ruta del aire,
más honda que mis ojos el agua de tu sueño.
Voy a borrar el límite de todas las orillas
alargando mi sombra para besar tu luz.
Viaje sin llegada. na áspra vntisca
imanta hacia la cumbre mis ágiles cabellos.
Ingrávida, tensando la curva del impulso,
aguardo la distancia que me eternice en ti.
Lo ideal punzará tu carne soñadora.
Asciende a la belleza sin escuchar mi grito
y prende mi sonrisa en los labios del mundo.
POEMAS AUSENTES
2
¿Para qué recordarte si te siento en mí misma
desgarrando mi carne con el garfio del viento,
oprimiendo mis venas con el crudo cilicio
de esa falsa presencia que alucina mi afán?
Voy ceñida a ti. Por la múltiple herida
que abrió en mi paz secreta el potro de los sueños,
por la muda zozobra de mis ojos hundidos
en la distancia inmóvil que me roba tu voz.
¿Para qué recordarte si aún calienta mis pulsos
el fuego que encendió tu mano apasionada,
si el deseo punzante que taladra mis sienes,
es el mismo que seca la pulpa de tus labios?
Circulan por mi sangre jirones de tu vida
que ciñen a mi pecho su cálida esperanza.
¡Puedes borrar si quieres la luz de mi memoria!
¡No necesito espejos para pensar en ti!
POEMAS AUSENTE
10
Te esperaré apoyada en la curva del cielo
y todas las estrellas abrirán para verte
sus ojos conmovidos.
Te esperaré desnuda.
Seis túnicas de luz resbalando ante ti
deshojarán el ámbar moreno de mis hombros.
Nadie podrá mirarme sin que azote sus párpados
un látigo de niebla.
Sólo tú lograrás ceñir en tus pupilas
mi sien alucinada
y mis manos que ofrecen su cáliz entreabierto
a todo lo inasible.
Te esperaré encendida.
Mi antorcha despejando la noche de tus labios
libertará por fin tu esencia creadora.
¡Ven a fundirte en mí!
El agua de mis besos, ungiéndote, dirá
tu verdadero nombre.
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