Carlos Marzal (Valencia, 1961) es uno de los principales representantes de la poesía de la experiencia, que dominó la lírica española en los años 80 y 90. Numerosos críticos incluyen también en este grupo la obra de autores como Luis García Montero, Felipe Benítez Reyes o Vicente Gallego.
Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Valencia, durante sus diez años de existencia codirigió Quites, revista de literatura y toros. La obra poética de Marzal alcanza su punto de mayor éxito con la publicación de Metales pesados, poemario que tras su publicación consigue los premios Nacional de Poesía y de la Crítica. El año 2003 obtuvo el Premio Antonio Machado de Poesía y en 2004 el XVI Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe por su obra Fuera de mí. Ha debutado en la narrativa con la novela Los reinos de la casualidad (Tusquets, 2005), considerada como la mejor novela del año por el suplemento El Cultural del periódico El Mundo.
Ha traducido del valenciano la obra poética de Enric Sòria Andén de cercanías (Pre-Textos, 1995).
(Sacado de https://es.wikipedia.org/wiki/Carlos_Marzal )
*
Algunos poemas de Carlos Marzal:
De El último de la fiesta (1987):
INVOCACIÓN
Que otras vidas más hondas sofoquen mi nostalgia
y que el don del valor me sea concedido.
Que el amor se engrandezca y sea fiel y dure
y que ajenos paisajes impidan la tristeza.
Que el olvido y la muerte, que el tiempo y el dolor
formen por esta vez en el bando vencido.
Que las luces se apaguen, y en la noche del cine
una breve mentira nos convierta en más vivos.
EL MAL POEMA
La lección es sencilla
y basta entender a unos cuantos maestros,
para no olvidarla en lo futuro.
Tú misma la conoces:
el verdadero arte nos hace amar la vida;
y aunque enseñe el dolor y pueda herirnos,
y no consiga hacernos más felices cuando lo precisamos,
aunque nos fuerce a desear la muerte en ocasiones
-quien lo probó lo sabe-, el arte, si es auténtico,
nos reconcilia con nuestra impotencia,
nos infunde un absurdo valor
con que afrontar el correr de los días.
Y así, por todo ello
y algún tópico más que ya he olvidado,
algo en el arte hay inevitable que conduce al amor.
Mas permíteme ahora que olvide la doctrina.
De todo cuanto he dicho me retracto.
Y si el azar quisiera que alguno de estos versos
moviese a un sentimiento noble,
no soy yo quien en ellos lo puso.
He pensado brindarte toda la soledad, toda la cólera,
ofrecerte la saña y el delirio
sin enmienda ninguna, sin redención posible.
He querido que sufras en el tiempo
y que nadie lo sepa.
Pero no estimo que sea suficiente.
Y espero que por tanto ahora comprendas
en su justa medida este mi envío:
si aún consigues creer en un poema,
considérate muerta.
EL ÚLTIMO DE LA FIESTA
I
Deberías marcharte. La fiesta ha terminado.
Helada y sucia ya se anuncia el alba
con su oscuro cortejo de presagios.
Tendrías que acostarte, huir de este lugar
antes de que la luz te restituya
esa imagen de ti que ya conoces,
indefensa a tus ojos, lastimosa.
Has tocado por hoy el fondo de tu noche:
las ropas no guardan la corrección de unas horas atrás
y tu lengua está torpe,
has empezado a hurgar en la memoria
y ya no hay quien te fíe.
lo más sensato ahora sería retirarse.
II
Aquí, con convicción, ya nada te retiene.
Suena de nuevo idéntica la música
y no es fácil andar sobre el untuoso suelo del local.
Ha pasado la hora de raptarse alguna compañía
con quien querer fingir la noche inacabable,
y te será mejor no recurrir
a invitados finales,
errante cada cual en su constelación,
rezumando bebida como paredes húmedas,
dispuestos a cualquier confidencia extemporánea.
Es infame el lugar. Tal vez lo fuera siempre;
pero hasta hace poco era el teatro
idóneo para tus intenciones.
Se trataba de malgastar el tiempo,
uno más entre la turbadora clientela,
regresando al sabor bronco de noches apuradas,
de ti mismo perdido y encontrado.
El azar nos otorga reductos alejados de la severidad,
momentáneos reinos en donde nadie trata
el enojoso tema de la vida,
no importa si a conciencia o ignorantes
de que la vida huye al ser nombrada.
El azar nos obsequia y el azar nos despoja.
Así te ocurre ahora: la fiesta ha terminado,
y con la fiesta terminó el hechizo.
III
Has apurado el plazo
que la noche te había concedido,
y a quien la luz ha de traer
ya lo conoces.
Si vuelves hacia casa, con tus pasos
volverán sus pasos. Y a tu fatiga
su fatiga habrá de acompañar.
La fiesta ha terminado y queda su enseñanza:
como una vieja deuda contraída,
nada hay más imposible que escapar de nosotros.
Ya se aproxima el alba, y nadie ignora
que todo plazo acaba por cumplirse,
que toda deuda acaba por pagarse.
IV
Ya ves; eso es lo que te aguarda, si te marchas,
y lo que aquí te espera no es mejor.
Conoces de antemano cuál será tu conducta:
sopesarás los dos ofrecimientos que posees
-la despoblada soledad de una fiesta ya extinta,
la habitual afrenta de estar solo contigo-
y antes de encaminarte hacia la casa
apurarás la noche un poco más.
(Un poco más, a estas torpes alturas de tu vida,
no puede ser muy malo.)
La fiesta ha terminado. Y aquí viene la luz,
la vieja hiena.
UNA COMPAÑÍA OCASIONAL
Déjame que te hable del tacto de las armas,
de la canela altiva que esta noche nos lleva
tu perfume. Permíteme volver
del antiguo honor y de la antigua sangre,
y que no exista guerra que no haya conocido.
Tengo el mundo en la mano para malbaratarlo,
y sólo pido que me dejes hablarte.
Si te avienes, mi voz será en ti un himno,
tendrás por camaradas a mis viejos amigos
y el tiempo detendrá su curso aciago.
Ya sé que es poco pago una botella,
pero quiero creer que hoy nos amamos.
LAS BUENAS INTENCIONES
Como, mal que le pese, uno en el fondo es serio,
debe dejar escrita su opinión del oficio
(los muertos aplicados dejan su testamento
aunque a los vivos, luego, no les complazca oírlo).
Hablo con la certeza de que mis impresiones
serán para los tristes una fuente de alivio.
¿Me estará agradecida la juventud del orbe,
siempre desorientada y falta de modelos,
y me idolatrarán los investigadores?
Escribo, simplemente, por tratarse de un método
que me libra sin daño (sin demasiado daño)
de cuestiones que a veces entorpecen mi sueño.
Por tanto, los poemas han de ser necesarios
para quien los escribe, y que así lo parezcan
al paciente lector que acaba de comprarlos.
Se me ocurre, además, que trato de dar cuenta
de una vida moral, es decir, reflexiva,
mediante un personaje que vive en los poemas.
Esas ciertas cuestiones que he mencionado arriba
son las viejas verdades que a la vida dan forma,
y la forma en que urdimos nuestras viejas mentiras.
Ahora bien, reconozco que no sólo me importan
estas pocas razones. Escribo por capricho,
y por juego también, para matar las horas.
Porque puede que sea un destino escogido,
pero también, sin duda, para obtener favores
de algunas señoritas amigas de los libros.
Me es grata la figura del artista de Corte,
riguroso y mundano, descreído y profundo,
que trata por igual la muerte y los escotes.
Sobre qué es poesía nunca he estado seguro;
tal vez conocimiento, o comunicación,
o todo juntamente. Lo cierto es que el asunto
carece de importancia, no afecta al creador.
Doctores tiene ya nuestra Sagrada Iglesia
y en futuros Concilios harán salir el sol
para todos nosotros. Sin embargo, quisiera
que se tuviese en cuenta el hecho de que existe
poesía por vicio, porque es una manera
que tienen unos pocos de vivir su declive,
pero ignoro si hacerla los convierte en más sabios
y si esa obstinación los vuelve más felices.
Aspiro a escribir bien y trato de ser claro.
Cuido el metro y la rima, pero no me esclavizan;
es fácil que la forma se convierta en obstáculo
para que nos entiendan. La mejor poesía
acierta con deslices, convierte lo imperfecto
en un arte y se olvida de los juicios puristas.
Aunque he escrito bebido, cuando escribo no bebo.
Trabajo siempre a mano, y no me enorgullece
no tener disciplina ni ser dueño de un método.
No suelo, me figuro, romper lo suficiente,
tal vez porque tampoco escribo demasiado,
al pasar media vida ocupado en perderme.
Del lector solicito como único regalo
que esboce alguna vez una media sonrisa:
tan sólo busco cómplices que sepan de qué hablo.
No reclamo, por tanto, privilegios de artista:
me limito a ordenar, quizá sin merecerlo,
asuntos que una voz ignorada me dicta.
De entre los infinitos poetas, yo prefiero
a aquellos que construyen con emoción su obra
y hacen del arte vida. De los demás descreo.
Y para terminar, confieso que esta moda
de componer poéticas resulta edificante.
Con ella se demuestra que son distintas cosas
lo que se quiere hacer y lo que al fin se hace.
De La vida de frontera (1991):
UN CUENTO DE TERROR
Ante su ofrecimiento, me acerqué cauteloso,
después de aventurar un comentario
acerca de la vida futura:
Nadie puede saber lo que le aguarda, dije.
(Cuando queremos ser corteses,
solemos resultar irresponsables).
El día estaba en calma y su luz era un bálsamo.
Aproximé mi oído un poco más,
y cuando quise darme cuenta
era ya demasiado tarde, nuevamente,
para enmendar un acto de este mundo.
Dejó de ser el día. La luz dejó de ser.
Escuché el pesaroso transcurrir del tiempo,
su arrastrar de cadenas sobre el fango.
Escuché gritos en medio de la lucha
y el torpe resonar de cuerpos derribados.
Oí el fluir del mal, y también de la sangre,
y el de la enfermedad, que es el mal sin sentido.
Reconocí palabras de un amor no usado
junto a las siempre usadas palabras de amor.
Oí las voces de los hombres,
y entre las de los hombres, la voz mía.
Y el reptar del olvido,
y el terco proceder del infortunio,
y otra vez el amor, y el olvido de nuevo.
Escuché mucho más, y todo intolerable.
Aparté mi cabeza. Sentí vértigo.
No podía concebir que aquello fuese
el latido elemental de un cuerpo.
Ya nunca acercaré el oído
al vientre de una mujer encinta.
PLUSCUAMPERFECTO DE FUTURO
Cuando deje las sábanas, mañana,
pensaré que mi sueño de la noche
no ha sido sólo un sueño
y que lo que me aguarda no es la huraña
mañana de mañana.
Acogeré mi cuerpo esperanzado,
como un feliz presagio inmerecido,
y si hay un cuerpo al lado,
será maravilloso descubrirlo,
saber que las monedas que he pagado
(y las monedas con que me ha comprado)
han sido las monedas del amor,
que pagamos con gusto y por el gusto,
locos de amor los dos.
Y amar, esa mañana, extrañamente,
será la redención de nuestros actos
pasados y futuros,
y el hecho del amor, en su presente,
será como la historia sin la historia,
un cuento que contamos con los cuerpos
y que tiene sentido,
lleno de ruido y furia compartidos.
Y si despierto solo,
despertaré contento de estar solo,
por la simple razón de estar conmigo,
que soy el viejo amigo
de algunos buenos ratos que he vivido.
Se inundará la casa con el sol,
y si no hay sol se inundará de gris,
un gris reconfortante, de París,
que es la ciudad que tiene un gris más sol.
Haré mis abluciones matinales
y haré la colación,
y respecto al milagro
de que los alimentos alimenten
haré una reflexión
profunda, sorprendente, que alimente
las estancias del alma y que dé calma
a un alma que ama la contemplación.
Para el resto del día tendré planes
y hasta tendré esperanzas,
que ya es tener bastante un mismo día,
y en un claro derroche de energía
tendré la convicción de que los planes
y hasta las esperanzas
no son la más completa tontería.
Naceré a mi ciudad,
como si fuese la primera vez
que nazco y que la veo,
contento de nacer y de fundar,
igual que un gran viajero, mi ciudad,
quizá un lugar tranquilo junto al mar,
donde esperar consiste en encontrar
una buena razón para esperar
el paso de los días.
Ya la ciudadanía,
que, comúnmente, es una porquería,
una viciosa tropa indiferente,
habré de comprenderla, y, comprendiéndola,
comprenderé toda su indiferencia,
su desprecio, porque tendré conciencia
de que quien más quien menos (y me incluyo)
tiene una innoble historia que contar,
lo cual, si no inocentes,
nos vuelve dignos de algo de piedad.
Seré un huésped del tiempo, un invitado
que aspira a estar contento y al cuidado
de las horas, hasta lograr que el tiempo
sea por fin mi líquido elemento,
y no un andén desierto en que aguardar
trenes de paso hacia ningún lugar,
cansado, el pensamiento, de sentir,
y de pensar, cansado el sentimiento.
Toda la peor vida de la vida,
que a veces es la única que ocurre,
le habrá ocurrido a un yo que no conozco,
un yo que a fuerza de desconocido
convierte en no vivido lo vivido,
y el yo que reconozco, el que comparte
la vida preferida
(ésa que ha estado siempre en otra parte)
sera mi yo más mío.
Y la vida que venga será fácil,
o lo parecerá (que más me da)
será la dulce vida,
y por dulzura y por facilidad
será una eternidad mientras me dura,
aunque sólo me dure un día más.
Por eso, más que un día,
mi día de mañana es el proyecto
de un tiempo por llegar:
es el pluscuamperfecto de futuro.
Ya sólo hay que aprenderlo a conjugar.
EL JUEGO DE LA ROSA
Hay una rosa escrita en esta página,
y vive aquí, carnal pero intangible.
Es la rosa más pura, de la que otros han dicho
que es todas las rosas. Tiene un cuerpo
de amor, mortal y rosa, y su perfume
arde en la sinrazón de esta alta noche.
Es la cúbica rosa de los sueños,
la rosa de los sueños,
la rosa del otoño de las rosas.
Y esa rosa perdura en la palabra
rosa, cien vidas más allá de cuanto dura
el imposible juego de la vida.
Hay una rosa escrita en esta página,
y vive aquí, carnal e inmarcesible.
INSISTENCIA EN F. B.
Ocurrió en un penoso tiempo,
un tiempo de perder, y cuyos pormenores
ahora no vienen a este cuento,
aunque sólo pensarlo por escrito
aturda y duela en el recuerdo.
Y es que no resulta fácil encajar
que era un castigo tener cuerpo.
Había abandonado la lectura,
porque esa forma de consuelo
sólo me interesaba para apreciar la vida,
y de apreciarla estaba lejos.
Hasta que en las profundas horas de un insomnio,
por la memoria de sus versos
alcancé cierta resignación, volví sobre sus libros
y el dolor fue más llevadero.
(Yo supe siempre que a nadie salvan las palabras,
y me salvaban, aun sabiéndolo).
Porque entre muchas cosas que se nos escapan,
la poesía es tal vez eso:
reconfortar, enseñar la belleza y hacer daño,
romper la tapa de los sesos.
LA TREGUA
En la tiniebla urgente de esas casas
que uno acaba pidiendo a los amigos;
en asientos traseros de los coches,
abusando de los malabarismos;
en la frecuentación de los hoteles,
tarde o temprano todos parecidos;
sobre la arena tibia de la playa
pasado ya el peligro de ser vistos;
en la cama de casa, que ya es
como una parte de nosotros mismos,
y en los lugares más insospechados
de donde quiera que haya sucedido,
hay una rara tregua de los cuerpos
que es más que el decaer del apetito
(cuando ella va camino de la ducha
o busca entre su bolso cigarrillos,
mientras coge las ropas esparcidas
o se entrega al silencio como a un rito),
porque desaparecen las distancias
y vuelvo a padecer un espejismo:
todas las camas son la misma cama
y un mismo cuerpo todos los que han sido,
todo el tiempo del mundo es ese instante
y en ese instante, el mundo, un laberinto
del que conozco todas las salidas,
porque conozco todos los sentidos.
Luego esa lucidez desaparece,
y se regresa al cauce primitivo;
de nuevo el mundo es un rompecabezas
imposible de armar con un principio,
y sólo nos consuela un cuerdo al lado
que solicita un último capricho.
DOMINGOS BAJO LAS SÁBANAS
Vuelve a la cama y tápame de nuevo,
que aquí bajo las sábanas no hay nada
que pueda hacernos daño. En esta almohada
se encuentra la frontera de los sueños.
Anoche –aunque era sábado– juraste
que en la ciudad, sin mí, no hay aliciente.
No te lo tomo en cuenta, soy consciente
de que hablaban en ti los dioses bares.
Pero si algo de aquello aún está vivo,
por pequeño que sea ya es bastante,
para perder, de ahora en adelante,
esta triste mañana de domingo.
Perderemos el tiempo y perderemos
el uno por el otro la cabeza,
pues la más cierta de cualquier certeza
es que es buena ocasión para perdernos.
Vuelve a la cama ya, tras la ventana
no ocurre nada digno de memoria:
la calle, la ciudad, la misma historia
que ocurre cuando nunca ocurre nada.
La vida, en este hotel, no ha de encontrarnos
mientras tú y yo queramos que así sea.
Esa vida que aturde y nos marea
ha de dejar de ser si nos tapamos.
Las aguas del domingo arrastran lejos
a la ciudad desecha que nos cerca
y que aún amamos de una forma terca
con el afecto idiota de los perros.
Quién dijo que cualquier cuerpo fatiga
y aburre, al despertar, por conocido?
Si yo lo dije estaba confundido,
tu cuerpo es la excepción a ese sofisma.
Si no es perfecto, está pensado al menos
para que crezca firme en su interior
esa maldita e inmarcesible flor
del benigno demonio del deseo.
La he llamado maldita porque así
me enseñaron los Padres Dominicos.
Y tenían razón, pues ha hecho añicos
más de un buen nombre y más de un porvenir.
Pero teniendo en cuenta que el buen nombre
ya lo he echado a perder, y que el futuro
pertenece al azar y es inseguro,
quiero que tu demonio me conforte.
Vuelve y no hagamos caso de la luz.
La noche de ayer noche aún nos dura.
Nos reiremos de la literatura,
que es un arte menor cuando estás tú.
Ya ves que desvarío, ven aquí
o seguiré diciendo tonterías,
y aunque te gusten mis filosofías
vuelve a la cama et qu´on n´en parle plus.
LAS ENSEÑANZAS DEL DOLOR
Una sandez hace ya largo tiempo mantenida
observa que el dolor
es una noble escuela para el hombre,
un preceptor severo que suele concedernos
conocimiento exacto del mundo alrededor
y certidumbre de la intimidad propia.
Esa misma sandez, desarrollada,
sostiene que el sufrimiento proporciona
una medida con la que ponderar
aquello que la vida posee de más digno.
La voluntad, según dicen, se forja
también en la desgracia especialmente.
Es un raro prestigio el que el dolor alcanza
y en su propagación no está libre de culpa
la tierna secta de los hombres de letras.
Por lo que a mí respecta, sé decir
que nada he aprendido en el dolor,
salvo que es incapaz de enseñar nada
que ya no conociésemos.
Cada vez que pretendí entenderlo, recordé
a un idiota asombrado que gesticula y llora
ante la luna llena. Y considero cierto
que el dolor acostumbra a dejar testimonios:
un rastro de dolor que conduce hasta él mismo.
No forja voluntades, a no ser que entendamos
por ello el someterlas. Nuestro mundo,
que es ajeno y confuso de por sí
—como nosotros—, bajo su luz amarga
aparece un poco más confuso,
un poco más ajeno que hasta entonces.
He advertido que regresa incesante
y que en muchos momentos el dolor
es el único límite del día.
LA HISTORIA
In memoriam Rosa Casal
Junto a un apeadero de tren, ya fuera de servicio.
Bajo el inmisericorde sol, un verano cualquiera,
un corro de muchachos apalean a un perro
y apuestan por saber cuál será el golpe
con que el juego concluya. Cuando desaparecen, aburridos,
el perro, que se traga su sangre, aún consigue arrastrarse
hasta la sombra, y allí queda tendido, sobre la vía muerta.
En la imposible noche de un pabellón de enfermos,
la oscuridad ya sólo un dolor cómplice,
alguien, sin salir de su asombro, pasa recuento al mundo,
imagina la vida fuera de esas paredes, no comprende
que la música, el amor y la lluvia le hayan acontecido
a su cuerpo de hoy día. Y mientras tanto, fiel,
al gotear del suero mide el tiempo.
Sobre el puente de piedra de una ciudad extraña,
cuando el alba se acerca desafecta,
una mujer invoca sus íntimos fantasmas,
que son, uno tras otro, el mapa de la vida.
(Entretanto, y hacia ninguna parte, el agua fluye oscura).
Supo posible la breve recompensa de la dicha,
y hoy pueden más el tedio y el cansancio.
Más tarde el agua lleva, indiferente, un cuerpo.
Y la ciudad lo ignora.
Todas estas escenas son mis contemporáneas.
Tal vez alguien advierta una razón final
que logre atribuirles un sentido.
Yo no acierto a encontrarla.
Antes bien, me parecen delirios estériles
de un contumaz borracho que sueña nuestras vidas.
De Los países nocturnos (1996):
SANGRE JOVEN
Quiero tu sangre joven, que es querer
todo lo que la vida aún no ha podido hacerte.
De lo que me alimento
es de esa inútil sangre esperanzada,
de cuanto sé que ignoras hasta hoy,
y que más nos valdría que no supieses nunca.
De esa manera, por obra de tu sangre,
creo en lo que no creo, y olvido lo que sé
que te ha de suceder. Quiero esa risa
que aún no ha tenido tiempo de hacerse prudente,
de pensarse dos veces si reír
es celebrar el mundo o lamentar su estado.
Envidio el que no hayas vendido
ninguna alma al diablo, y que bailes con él
a la luz de la luna, a veces, sin conciencia.
Juego contigo, porque no sabes las reglas,
ni siquiera las de tu propio juego,
y mientras las aprendes
soy el que ya no soy desde ya no sé cuándo.
Quiero la impunidad con que te entregas
a la tarea de vivir la vida,
sin paz, sin horizonte, sin infierno,
que son el argumento de las vidas ajenas.
Viéndote hacerlo, se diría
que desconozco todo lo que conozco.
Así es tu sangre.
...........................Ya sabes lo que busco.
Qué tristeza que el tiempo, o yo, o tú misma
tengamos que matar, en ti, toda tu sangre.
POR SI NO LO SABÍAS
(Del autor)
Quién escribió estas líneas,
el tipo que ha venido
con su huesos a dar en esta página,
-por si no lo sabías- no es tu benefactor,
no es un filántropo, no siente compasión
por quien ahora le mira más allá de este libro.
Conque ni semejante, ni hermano, ni otras estupideces.
Tiene un arma en la mano y lo que quiere
es descargarla entera en tu cabeza.
(Y eso tampoco significa mucho
para él ni para nadie.) Así que ya lo sabes:
nunca le des la espalda,
no le profeses nunca gratitud.
Lo que él quiere de ti sólo es tu miedo,
lo que vino a robarte es tu dolor,
a cambio del dolor que él ha sentido.
Y cuando te lo aprendas será tarde.
LA GLORIA NECESARIA
Es sólo una palabra. Como todo.
Y como todo, como cualquier palabra,
tiene un incierto cuerpo evanescente.
La gloria de tus ojos, la gloriosa
historia incomprensible de los hombres,
y el cielo de los héroes, en la gloria
dormidos para siempre, y otras glorias.
A finales del XX, donde estamos,
hay quien teme nombrar esa palabra.
No son tiempos gloriosos. Ningún tiempo
parece que lo sea. Cualquier gloria
requiere cierto olvido y la distancia.
Habrá quien piense que hablo de la fama,
o que conjuro el éxito, que son
tan sólo una azarosa unión de confusiones.
La gloria, en un poeta, es haber dicho,
con exactas palabras para el dolor del hombre,
algo que lo acompañe en la noche futura,
y que secretamente el hombre lo agradezca.
No temerá la gloria sólo quien crea en ella.
Sólo quien no la tema merecerá esa gloria.
Quien la merezca, sólo, nos hablará en la noche.
LA OSCURIDAD DEL BORRADOR
Oscuro el borrador y el verso claro.
LOPE DE VEGA
Estas palabras aspiran a la luz.
Pero sé que la luz y las palabras
son iluminaciones en la sombra.
Por mucho que refuljan,
por más que nos alumbren,
por más puentes que tiendan en lo oscuro,
las palabras son siempre tenebrosas.
Callan lo que afirman decir,
y a menudo confiesan
lo que dicen guardar bajo secreto.
Tras de cualquier palabra que persiga la luz,
hay noche y hay insomnio,
hay miedo, indefensión.
Eso las ennoblece,
nos las vuelve cercanas, aunque no
les otorga la luz, ni las transforma
en dignas, por eternas, de leerse.
Ahora bien, las palabras
crecen hacia la luz. Deben hacerlo.
Por más oscuro
que sea el borrador de nuestras vidas
y el papel tenebroso que se nos ha asignado,
nuestras palabras deben crecer hacia la luz.
UNA VISIÓN
Estoy sentado al borde de la cama
y con un aire ausente. Hace ya mucho
que he dejado de oír los ruidos de la planta
de este hospital cuyo infierno me acoge:
las toses a lo lejos, y los zuecos
y las camas por el pasillo arriba, y las visitas.
La enfermera ha cubierto el rostro del cadáver
ante el que estoy sentado, y el cadáver soy yo.
Esta abultada sábana me lleva
a otros momentos: la infancia, destruida,
libros, viajes, palabras
que alguna vez oí, todo confuso, sin más orden
que el que dicta el dolor y dicta el abandono.
Se suceden objetos que adoraba,
labios de carne y fuego, los rostros familiares...
Desde detrás de esta sábana blanca veo al tipo
sentado junto a mí, con expresión idiota,
tratando de entender, o tan sólo tratando
de mantener activa esa cabeza
que no puede entender.
Acaba de entrar gente;
todos con gafas negras, y se abrazan,
besan al tipo ausente de la silla
y le dejan la mano sobre el hombro,
que pasa inadvertida,
......................................porque ahora estoy pensando
que huele a flores húmedas, que es un olor de muerte,
y que maldita sea y que el día es nublado.
De repente hay más luz, me han quitado la sábana,
y abandono la silla para decirle adiós,
y me ha besado, y luego los demás mientras lloraban,
y parece imposible que todo acabe aquí,
y de nuevo la sábana, la cama que se mueve y me trasladan,
cualquier final resulta insuficiente,
qué curiosos los vivos, su apego, su insistencia.
Aquí termina todo y todo empieza.
Ya en la calle,
un niño juega, eterno, sobre el césped.
LA EDAD DEL PARAÍSO
A César Simón
Supongamos que exista -argumentaste-
ese lugar que el hombre ha ambicionado,
desde que al primer hombre le ofendió
la luz, que se perdía; el tiempo, que no vuelve;
la belleza, que exalta, pero que no apacigua;
o la felicidad, que, aunque la merezcamos,
parece inmerecida; ese lugar que es suma
de todas nuestras cuentas pendientes con la vida,
ese lugar en donde
los días no nos dejan su rencorosa huella,
y todo allí es ameno, y se escucha la música,
y no hay cuerpos enfermos, ni hay tentación
ni hay fieras.
....................Supongamos.
Vayamos más allá. Imaginemos
-y es mucho imaginar-
que se te concediera la ocasión
de acceder a ese llámalo Cielo,
o Arcadia, o Nolugar,
o Tapiado Jardín, o Paraíso,
y que fueses capaz de permitirte
-y que te permitieran-
escoger tú la edad con que vivir,
o, más exactamente, perdurar,
en esa paz ajena al rapto de esta vida.
Supónlo.
..............Imagínatelo,
y dime ¿con cuál de las edades
de toda nuestra edad desearías
habitar para siempre el Paraíso?
¿Querrías regresar a la inocencia
tenaz y sostenida de la infancia,
en donde fuimos dioses y demonios
al tiempo y sin saberlo?
¿O volver a arriesgar en la estación violenta
llamada juventud, que nos abrasa
sólo con pronunciarla? ¿No te hechiza,
acaso, el equilibrio de la mediana edad,
cuando lo que ya sabes,
cuando lo que te queda por conocer aún,
ni te arrebata el sueño ni te aflige?
¿O por qué no escoger la carta venerable
de una vejez ya de vuelta de todo:
la madurez ingrata,
la juventud candente, la infancia sin memoria?
Me dejó sin aliento la pregunta,
y no por lo intrincado de su formulación,
tampoco por su tema, aventurado, abstruso,
sino por el momento en que la realizaron:
estábamos bebiendo, y la noche fluía,
por entre la terraza de aquel bar,
igual que un río en paz con su conciencia.
(La buena educación no nos pemlite
colocar a la gente en aprietos nocturnos,
sugerirle que ordene la vida, el universo,
en una improvisada charla de café.)
Salí del paso con un par de bromas
y el fluir de la noche prosiguió hacia su nada.
Sin embargo, hoy regreso
hasta aquella reunión y sus preguntas,
no sé si por un caprichoso azar de la memoria,
o si porque contraje esta pequeña deuda,
para conmigo mismo.
.................................Supongamos.
¿Qué es ese Nolugar,
ese Jardín, qué es ese Paraíso?
Parece en los relatos
un limbo insoportable de fantasmas,
un lugar en el cual no existe la inquietud,
porque no existe nada de lo cual inquietarse.
Y, dime, en ese caso,
¿a qué viene desear otra infancia,
una sabia vejez? La juventud candente,
dime, ¿a quién le importa?
Ahora bien, si ese Cielo,
fuese un trasunto nuevo de esta vida,
una nueva ocasión donde enmendar
nuestro propio fracaso, en el fracaso
total de la existencia; otro momento,
para poder decir lo nunca dicho,
otra noche en su cama hasta matarnos,
otro viaje, otro trago y otro precio,
ya veis, a fin de cuentas, otra vida
sin fin y sin castigos; en ese caso, pues,
poco me importa volver para ser niño
otras mil veces más, o regresar
como cualquier anciano, como un joven sin tregua,
porque regresaría incluso como un perro
tirado en la basura.
Pero de lo contrario no contéis conmigo,
pasad la página, apagad la luz,
conceded mi rincón a quien quiera ocuparlo,
y a mí perdedme luego,
en ese otro lugar en donde nada existe
y que es más viejo aún que el Paraíso.
CONSIDERACIONES GNÓSTICAS
Acerca de este mundo y acerca de su artífice
cada cual puede servirse a voluntad.
A fin de cuentas, en asuntos de fe
y en asuntos de gusto
quien rige es el capricho.
Respecto de esta vida y respecto de aquella
que está al final del lago del olvido,
que cada cual termine por creer
lo que le venga en gana.
(Ya soplan lo bastante malos vientos
por estos territorios
como para recomendar a los incautos
que inventen y que anhelen otros mundos.)
Sin embargo -sin ser muy perspicaz
ni malintencionado-, estoy seguro
de que con poco esfuerzo y con menos talento
se podría haber hecho de este mundo
un lugar habitable, y de sus habitantes
otro pequeño mundo en armonía.
Un poco más de orgullo en la desgracia.
Un poco más de fuerza en la desdicha.
Un poco más de suerte contra el tiempo.
Como no ha sido así, como nos doblegamos
y el mal sueño persiste, se me ocurren,
entre otras muchas cosas, estas dos
tristes observaciones:
...................................si el artífice
no acertó en este mundo, para qué
pensar que iba a acertar en el siguiente,
y que ignoro por qué le han encargado
trabajo tan difícil
al más inepto alumno de la clase.
EL POZO SALVAJE
Por más que aburras esa melodía
monótona y brumosa de la vida diaria,
y que te amansa;
por más lobo sin dientes que te creas;
por más sabiduría y experiencia y paz de espíritu;
por más orden con que hayas decorado las paredes,
por más edad que la edad te haya dado,
por muchas otras vidas que los libros te alcancen,
y añade lo que quieras a esta lista,
hay un pozo salvaje al fondo de ti mismo,
un lugar que es tan tuyo como tu propia muerte.
Es de piedra y de noche, y de fuego y de lágrimas.
En sus aguas dudosas
reposa desde siempre lo que no está dormido,
un remoto lugar donde se fraguan
las abominaciones y los sueños,
la traición y los crímenes.
Es el pozo de lo que eres capaz
y en él duermen reptiles, y un fulgor
y una profunda espera.
En tu rostro también, y tú eres ese pozo.
Ya sé que lo sabías. Por lo tanto,
Acepta, brinda y bebe.
LOS RESTOS DE UN NAUFRAGIO
A Luis Antonio de Villena
Unos cientos de libros, una casa en la playa,
muebles que el corazón fue envejeciendo
y que hicieron el mundo hospitalario,
fetiches de algún viaje, talismanes
que no pudieron nada contra el mundo,
un puñado de cartas de unos cuantos amigos,
alguna carta oculta, inconfesable,
papeles ordenados, papeles sin sentido,
medicamentos, cuadros, ropa usada
y ropa por usar, varias cuentas bancarias,
una viuda aturdida, un automóvil,
una amante aturdida, un peine con cabellos,
una caligrafía que ha perdido el pulso de su mano,
un olor familiar camino de la nada.
Este es el inventario de los bienes de un muerto,
y como todo censo y toda lista
supone un ejercicio de modestia.
Nuestras cosas, que a veces parecían preservarnos,
habitarnos el mundo que habitábamos,
en un golpe de vista se convierten
en un prolijo catálogo de absurdos,
rutas desdibujadas de un mapa inexistente,
pájaros disecados cuyos ojos
no saben recordar un cielo que ya ha ardido.
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