Aires de Libertad

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    Manuel Vilas (1962-

    Pedro Casas Serra
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    Manuel Vilas (1962- Empty Manuel Vilas (1962-

    Mensaje por Pedro Casas Serra Dom 25 Jun 2023, 12:46

    .


    Manuel Vilas (Barbastro, Huesca, 19 de julio de 1962) es un poeta y escritor español. Su novela más conocida es Ordesa (2018).​ Fue finalista del Premio Planeta 2019 por su novela Alegría​ y ganador del Premio Nadal en 2023 por su novela Nosotros.

    Biografía

    Estudió Filología Hispánica y ejerció durante más de veinte años como profesor de secundaria en diversos institutos.​

    En sus entrevistas ha explicado que a los trece años "quería formar una banda de rock and roll, pero como no tenía talento me dediqué a la literatura, que era lo más próximo que podía haber a lo que yo andaba buscando." Tras leer a Rimbaud y a Baudelaire empezó a escribir poesía e hizo inmersión en la literatura, asegurando que cree en la "literatura transmedia".​ Ha colaborado en diversos medios de comunicación, el Heraldo de Aragón y El Mundo, periódicos del grupo Vocento, así como de los suplementos literarios Magazine (La Vanguardia), Babelia (El País) y ABC Cultural (ABC). También es colaborador de El País (2019). Colabora también con la Cadena Ser.

    (Sacado de https://es.wikipedia.org/wiki/Manuel_Vilas#Relato )


    *


    Algunos poemas de Manuel Vilas:


    De El cielo (2000):


    EL ENAMORADO

    Toda la noche soñando contigo, me he pasado la noche entera
    soñando que te besaba en el patio de una iglesia junto al mar.
    Qué enamorado estuve de ti, y no te lo dije nunca.
    ¿Lo adivinaste? ¿Lo deseaste? ¿Lo suplicaste?
    Tenías seis años más que to, estabas más hecha a la vida,
    no te ibas de la cabeza como yo, sino que eras moderada y prudente,
    aunque llena de amor por dentro, amor hacia mí,
    hacia mí, que era un tipo de lo más perdido, y eso sí
    se notaba a la primera, y cómo me acuerdo de tus manos
    y de tu sonrisa, todos los amantes se auerdan de lo mismo,
    sólo que yo no me metí nunca en tu cama, años llevo imaginando
    cómo se debía de estar en tu cama, un día me la enseñaste,
    pero nada más. Y ahora me despierto y he soñado que te besaba,
    y son las diez de la mañana de un verano monumental
    y ya estoy bebiendo una ginebra, así, en ayunas, y salgo
    a la terraza de mi habitación y veo a las turistas tumbarse
    sobre la arena, y pienso que tú podrías estar aquí conmigo,
    qué enamorado estuve de ti y cómo lo estuviste tú también,
    y qué mal hicimos en no habernos revolcado mil veces
    por mil camas, o qué bien hicimos, porque, conociéndome,
    igual te hubiera pedido el matrimonio y tú hubieras aceptado,
    y borracho como estoy todo el día, cuando me hubiera cansado
    de joder todas las noches, a lo mejor me daba por darte un puñetazo
    o tirarte a un río, o a ti por pegarme un tiro,
    o envenenarme o pegármela con otro.
    Cómo puedo decir todo esto de ti, que eras un ángel
    y lo sigues siendo, y de mí, que te quise con inocencia.
    Será mejor que siga bebiendo hasta que te borres de mi memoria,
    y esto sí que me hace llorar, y soy un tipo que está llorando
    a las diez y media de la mañana, sentado en la terraza de una habitación
    para turistas, con una ginebra caliente en la mano -son los restos
    de la noche-, llorando porque si te hecho de mi memoria,
    verdaderamente entonces sí que ya no me quedará nada.


    EL NADADOR

    Se acerca un árabe negro en mitad de una terraza frente al mar.
    Aún tiene la piel mojada, viene de bañarse y se sienta a mi lado
    y me dice en un español envidiable, y en un tono secreto y sonoro:
    sabes, no tengo nada, no poseo nada, y podría haberlo tenido todo,
    los hombres se distinguen por lo que ambicionan: unos quieren
    dinero y poder, otros renombre y méritos, triunfar, el éxito,
    otros hombres buscan placeres, otros un trabajo honesto
    y fundar una familia, otros ahorrar para cambiarse de coche,
    otros quieren divorciarse y casarse con alguna más joven,
    pero yo, créeme, sólo quiero hablarte a ti,
    que tú sepas por mi boca que todo es mentira, que hasta el arte
    y la música son mentira, que hasta el aire que respiras es una mentira,
    y de eso me he dado cuenta ahora, cuando salía del agua;
    he estado toda la mañana en el mar, fíjate cómo tengo las manos
    de arrugadas, he nadado hasta muy lejos, y luego he vuelto, me podría
    haber quedado allí, pero he vuelto y al salir del mar, cansado,
    triste, te he visto en esta terraza y he mirado tus ojos
    y me has dado pena porque sé que estás completamente solo,
    que duermes solo, comes solo, bebes solo.


    ¿Qué más viste allá, cuando estabas en mitad del mar,
    después de haber nadado toda la mañana?, le pregunto.
    Y me contesta: ya te he dicho que podría haberme quedado allí,
    muerto o vivo, ahogado o convertido en una ola de sangre,
    vi que muerto importo lo mismo que vivo, y vivo lo que muerto,
    y en ese instante, me vinieron a los ojos los ojos de mis padres
    el día en que nací, y me sentí muy libre, demasiado libre.
    Pero si quieres saber lo que me dijo el mar, bien,
    esto es lo que me dijo
    : «Ninguno de entre vosotros fue mejor
    que otro y todos moriréis. Todos carecisteis
    de la mínima grandeza, ni uno sólo de entre los vuestros
    fue excepcional, todos valéis lo mismo».

    El árabe negro se levanta de la silla y se marcha. Yo pido una ginebra
    con hielo y limón y bebo hasta que llega la noche, casi en ayunas.
    Borracho, terriblemente borracho pido la llave de mi habitación
    en la recepción de mi hotel, estoy muy mareado, salgo a la terraza
    de mi habitación frente al mar —me costaron tarifa doble
    las vistas al mar—, y me entran unas dolorosas ganas de joder
    con tres mujeres juntas: será que me estoy muriendo
    en medio del mar, pero, en efecto, todas las instituciones
    de la tierra son una enervante mentira,
    como el moro negro me dijo, aunque no me revelase lo peor.
    Lo peor, sin duda, es que da igual, porque todo el mundo cree
    firmemente en la mentira. Puede que los únicos que no creamos
    en ella seamos él y yo, él en el agua, seis horas nadando,
    como en la película aquella El nadador, de piscina en piscina,
    de playa en playa, yo, bebiendo, de hotel en hotel,
    ginebra tras ginebra, los dos completamente solos,
    ¿quién nos iba a querer, si no creemos en nada,
    si estamos obsesionados con lo que fuimos, pensando
    que en lo que fuimos se esconde la razón de esta falta de fe?
    Ojalá no nos quiera nadie, y podamos seguir nadando,
    porque nadar es bueno, porque nadar en el mar,
    en el mes de julio, es muy hermoso.



    De Resurrección (2005):


    MUJERES

    No las ves que están agotadas, que no se tienen en pie, que son ellas las que sostienen cualquier ciudad, todas las ciudades. Con el matrimonio, con la maternidad, con la viudedad, con los golpes, ellas cargan con este mundo, con este sábado por la noche donde ríen un poco frente a un vaso de vino blanco y unas olivas. Cargan con maridos infumables, con novios intratables, con padres en coma, con hijos suspendidos. Fuman más que los hombres. Tienen cánceres de pulmón, enferman, y tienen que estar guapas. Se ponen cremas, son una tiranía las cremas. Perfumes y medias y bragas finas y peinados y maquillajes y zapatos que torturan. Pero envejecen. No dejan las mujeres tras de sí nada, hijos, como mucho, hijos que no se acuerdan de sus madres. Nadie se acuerda de las mujeres. La verdad es que no sabemos nada de ellas. Las veo a veces en las calles, en las tiendas, sonriendo. Esperan a sus hijos a la salida del colegio. Trabajan en todas partes. Amas de casa encerradas en cocinas que dan a patios de luces. Sonríen las mujeres, como si la vida fuese buena. En muchos países las lapidan. En otros las violan. En el nuestro las maltratan hasta morir. Trabajan fuera de casa, y trabajan en casa, y trabajan en las pescaderías o en las fábricas o en las panaderías o en los bares o en los bingos. No sabemos en qué piensan cuando mueren a manos de los hombres.



    EL INMADURO

    Me pasa siempre, y duele, y confunde. Debe ser algo relacionado con la desesperación de vivir. Si estoy en Barcelona, me gustaría estar en Madrid. Si estoy en Zaragoza, me gustaría estar en La Coruña. Si estoy en La Coruña, me gustaría estar en la cima del Aneto, comiendo setas venenosas bajo el cielo helado. Si voy al cine, en mitad de la película me entran unas ganas revolucionarias de estar en mi casa viendo la televisión. Si estoy sentado en el sofá viendo la televisión, me gustaría estar muerto y enterrado en el cementerio, contando los días que faltasen para la resurrección de la carne. Todo me persigue, ciudades, cines, casas, cementerios. Si estoy con amigos, preferiría estar con amigas. Si estoy con amigas, me gustaría estar con enemigas. Si estoy con enemigas, me gustaría estar en casa durmiendo la siesta. Si me compro unos zapatos con cordones, en que salgo de la tienda y ando por la calle empiezo a envidiar a todos aquellos que llevan zapatos sin cordones. Y también me pasa con las camisas, las cazadoras, los pijamas, y las sandalias en el verano. Y también con las vidas: Si me pienso abogado, preferiría ser médico. Si médico, sacerdote. Si sacerdote, hombre casado y con siete hijos. Si casado, soltero. Si soltero, viudo muy apenado. Si viudo, monje. Si monje, matador de toros. Estés donde estés, no has acertado por completo. Siempre hay algo más barato y mejor por ahí. Siempre hay vistas desconocidas en el acantilado de la vida. Me está matando esto de vivir una sola vida. La gran muerte de vivir en una sola forma.




    De Calor (2008):


    LA LLUVIA

    Madrid, 22 de mayo de 2004

    Vimos el Rolls del año 53 con las ruedas blancas
    (mil kilómetros en cincuenta años)
    en las teles de los bares del barrio del Actur de Zaragoza.
    Sostenía en mi mano una copa de vino blanco fría
    y ya hacía calor en España,
    los hoteles del Mediterráneo estaban de limpieza general,
    habitaciones abiertas con camareras esmeradas, esperando
    la llegada de setecientos mil ingleses,
    un millón de alemanes, cuatrocientos mil franceses,
    cien mil suizos y cien mil belgas.
    Estábamos con un vino blanco en la mano y los cuellos
    levantados hacia el televisor.

    No vino Isabel II de Inglaterra; Isabel II
    sólo aceptaría ir a la boda del Rey de Francia
    y, como en Francia no hay Rey, Isabel II
    se queda en palacio para siempre, reclinada sobre el mundo.
    Son los súbditos de Isabel II los que aman el sol de España
    y la cerveza barata,
    los que exhiben la bandera británica
    en las terrazas frente al mar.

    Crepusculares casas reales venidas
    de los rincones más oxidados de la historia
    el 22 de mayo de 2004 surgieron en las televisiones de España,
    países nórdicos, lejanos y prósperos, fríos, alejados
    de este corazón inacabable.
    Rouco Varela cantando la misa.
    No vino el presidente de la República Francesa.
    Los arzobispos, bicolores, felices.
    El nombre de Dios dicho en voz alta muchas veces.
    La terca obsesión en nombrar a Dios, nombrarlo
    como quien nombra el poder, el dinero,
    la resurrección, la guillotina, la cárcel, la esclavitud.
    El emperador del mundo se quedó en América,
    ajeno a los ritos menores de sus provincias.
    Los enormes paraguas azules.
    ......................Levantarse a las seis de la mañana
    para que te maquillen, te depilen, te hagan la manicura,
    qué felicidad tan grande.
    Los grandes desayunos, los cubiertos de plata,
    los mejores vinos y las colonias bárbaras.
    Las duchas gigantescas, las suites, los bombones suizos,
    las zapatillas de oro, los eslips de platino,
    el zumo de naranja con naranjas atroces.
    El lujo y el servicio, siempre gente abriéndote las puertas.
    La sonrisa permanente.
    Los profesionales de la sonrisa permanente,
    esa sonrisa representa el trabajo más inhóspito de la historia.
    ¿Sonreír? ¿Por qué?

    Y Umbral, y Gala, y Bosé, y A., y J., y Ayala, y M. M.
    entrando en la Catedral de la Almudena,
    recompensados, elegidos,
    a la diestra colocados, los jefes de la inteligencia española,
    de la subida española, de la gran crecida.
    La gran subida, la gran ascensión.
    Y los ciento noventa quemados vivos tuvieron su homenaje,
    el absurdo pueblo mutilado, el goyesco pueblo
    elemental y monárquico,
    el Rolls pasó ante ellos.
    Y el expresidente del gobierno bebió Rioja Reserva del 94,
    todos los expresidentes de España, con su chaqué,
    y sus mujeres en un segundo plano,
    protectoras, devoradas, confundidas
    para siempre, pero felices de haber llegado allá,
    allá lejos, allá donde el aire es de oro y la mano coge el mundo,
    allá donde España entera quiso que estuviesen
    y la legitimidad democrática es un fulgor definitivo.

    Las pamelas iridiscentes, los yugos en la cabeza,
    los yugos bajo el cielo oscuro.
    Y José María Aznar y  Jordi Pujol
    y Felipe González, juntos de nuevo.
    Y los tres se sintieron satisfechos viendo la obra bien hecha,
    la sucesión de Franco, la mano europea, paternal,
    sobre nuestras cabezas,
    la sucesión de Franco, las mantillas del franquismo
    metidas en los armarios,
    chillando de envidia y respirando naftalina muy blanca.
    Y Juan Carlos I cargando con España,
    porque quién si no cargaría con España,
    con la historia de España, el sello papal en el dedo meñique.
    Y Zapatero con su Sonsoles, voluptuosa, sonriente,
    su tipo le hubiera gustado a Baudelaire o a Julio Romero.
    Sonsoles parecía un Delacroix:
    la anatómica Libertad guiando al pueblo,
    pamelas vistosas, el rito político,
    la aburrida historia,
    los pechos caídos.

    Y socialistas y liberales y ultramontanos juntos,
    la izquierda y la derecha maridadas,
    las nóminas engrandecidas hasta la saciedad,
    buscando lo mismo todos, un Delacroix parecía Sonsoles,
    la nueva reina de España,
    del reparto de los despachos, las glorias,
    los largos viajes por el mundo en aviones oficiales,
    los oros laicos.
    Ateos convertidos bajo el fulgor de las pamelas,
    creyentes con el billetero ateo.
    El poder en todo tiempo siempre igual a sí mismo.
    La historia humana en todo tiempo como ya fue hace tiempo.
    El mismo tiempo siempre.
    Repitiéndose la esencia de España, la esencia del mundo grande.

    Y nosotros bebiendo en el Actur, al lado de las grúas y del Hipercor,
    felices de que nos dejen beber este vino
    frío en una copa medio limpia, felices
    de poder pagar este vino y dos más.

    Y la palidez privada de la reina Rania de Jordania.
    Y la lluvia.



    HU-4091-L

    Adiós, hermano mío, la grúa fúnebre te conduce
    al infierno del desguace.
    Majestuoso, vas hacia la destrucción subido
    en una grúa roja,
    como si fueses Luis XVI camino de la guillotina,
    y yo detrás.
    Pareces un rey.
    Soy el único que ha venido a tu entierro.

    Te he querido.
    Rezo por ti un padrenuestro y un avemaría.
    Rezo por ti y me conmuevo.
    Eras el mejor.
    Y lo que vivimos juntos, y las ciudades que pisamos,
    y las carreteras secundarias y los pueblos
    y los mares que vimos,
    y los párquings subterráneos y los túneles helados
    de las carreteras de montaña, con afiladas
    estalactitas a la entrada,
    amenazando nuestra milagrosa inocencia,
    y los mendigos en las avenidas,
    ..........................................pidiendo en los semáforos en rojo,
    y lo que nos amamos en la oscuridad de las autopistas,
    fundidos en un solo ser: confundida tu carne con mi chapa.
    Me salvaste de la lluvia ácida y de la nieve sin ángeles.
    Con tu aire acondicionado, que está intacto
    después de doce años, impediste
    que me quemara vivo en los veranos españoles.
    Ese aire frío que me subía por la pierna, ay.
    Y eras blanco,
    porque la santidad y el amor industrial y la velocidad son blancos.
    Y cómo me gustaba tocarte las marchas,
    y cómo te ponía la quinta, eh, y qué caña te metías,
    narciso, que eras un narciso.

    Y ahora todo ha acabado.

    Doscientos sesenta y ocho mil kilómetros hemos estado juntos.
    Fuimos felices.
    Fuimos grandes y definitivos.
    Te doy un beso delante del chatarrero
    y de un negro
    que lleva un chorreante radiador en una mano.
    Te he amado más que a mis amantes,
    más que a mi perro;
    casi tanto, pero no tanto, eh, como al dinero.

    Bueno, no te enfades,
    tú también fuiste dinero,
    y aún lo eres,
    y yo también soy dinero.

    Perdona que te humille haciendo recaer
    sobre tu hermosa tapicería,
    sobre tus ruedas, manguitos
    y válvulas que han gloriosamente ardido,
    la miseria de España:
    el plan Prever, 400 euros sociales
    (¿os molesta que hable de dinero o de tan poco dinero?),
    para la clase media,
    que ama la limosna.

    Tú, que fuiste mi libertad, que me llevaste cerca del paraíso;
    tú, que me hablabas por las noches y me decías
    “hermano, qué bien conduces; hermano,
    eres el mejor de los hombres”.



    EL CREMATORIO

    Les pregunté por el horno a aquellos dos tipos,
    era la noche del 18 de diciembre del año 2005,
    carretera de Monzón, que no sabes dónde está Monzón,
    es un pueblo perdido en el desierto.
    Aires de tormenta en lo Alto, sobre la nada desnuda
    como una recién casada, luna abajo de las carreteras muertas.
    Monzón, Barbastro, mis sitios de siempre.
    Me dejaron ver por la mirilla y allí estaba ya el ataúd ardiendo,
    resquebrajándose, la madera del ataúd al rojo vivo.

    El termómetro marcaba ochocientos grados.
    Imaginé cómo estaría mi padre allí dentro de la caja.
    Y la caja dentro del fuego y mi corazón dentro del terror.
    Hasta las ganas de odiar me estaban abandonando.
    Esas ganas que me habían mantenido vivo tantos años.
    Y mis ganas de amar, ¿qué fue de ellas? ¿Lo sabes tú,
    Señor de las grandes defunciones que conduces
    a tus presos políticos a la insaciabilidad, a la perdurabilidad,
    a la eternidad sin saciedad, oh, bastardo,
    Tú me arrancas,
    amor de Dios, oh, bastardo?

    Recoge a ese hombre en mitad del desierto.
    O no lo recojas, a mí qué puede importarme
    tu presencia heladora en esta noche del borracho
    que he sido y seré, contra ti, o a tu favor,
    es lo mismo, qué grandeza, es lo mismo.
    El principio y el final, lo mismo, qué grandeza.
    El odio y el amor, lo mismo; el beso y la nalga,
    lo mismo; el coito esplendoroso en mitad de la juventud
    y la putrefacción y la decrepitud de la carne,
    lo mismo es, qué grandeza.

    El horno funciona con gasoil, dijo el hombre.
    Y miramos la chimenea,
    y como era de noche,
    las llamas chocaban
    contra un cielo frío de diciembre,
    descampados de Monzón,
    cerca de Barbastro, helando en los campos,
    tres grados bajo cero,
    esos campos con brujas y vampiros y seres como yo,
    “allí sube todo”, volvió a decir el hombre,
    un hombre obeso y tranquilo,
    mal abrigado pese a que estaba helando,
    la espesa barriga casi al aire,
    “dura dos o tres horas, depende del peso del difunto,
    dijo difunto pero pensaba en fiambre o en saco de mierda,
    antes hemos quemado a un señor de ciento veinte kilos,
    y ha tardado un rato largo”, dijo.
    “Muy largo, me parece”, añadió.

    “Mi padre sólo pesaba setenta kilos”, dije yo.
    “Bueno, entonces costará mucho menos tiempo”,
    dijo el hombre. El ataúd ya eran pepitas de aire o humo.
    Al día siguiente volvimos con mi hermano
    y nos dieron la urna, habíamos elegido una urna barata,
    se ve que las hay de hasta de seis mil euros,
    eso dijo el hombre.

    “Sólo somos esto”, sentenció el hombre de una forma ritual,
    con ánimo de convertirse en un ser humano, no sabiendo
    ni él ni nosotros qué es un ser humano,
    y me dio la urna guardada dentro de una bolsa azul.
    Y yo pensé en él, en lo gordo que estaba, en cuánto tardaría él
    en arder en su propio horno. Y como si me hubiera oído
    dijo “mucho más que su padre” y sonrió agriamente.

    Entonces yo le dije “el que tardaría una eternidad
    en arder soy yo, porque mi corazón
    es una piedra maciza y mi carne acero salvaje
    y mi alma un volcán
    de sangre a tres millones de grados,
    yo rompería su horno con solo tocarlo,
    créame, yo sería su ruina absoluta,
    más le vale que no me muera por aquí cerca”.
    Por aquí cerca: descampados de Monzón,
    caminos comarcales,
    Barbastro a lo lejos, malas luces,
    ya cuatro grados bajo cero.

    Coja las cenizas de su padre, y márchese.

    Sí, ya me voy, ojalá yo pudiera arder como ha ardido
    mi padre, ojalá pudiera quemar
    esta mano o lengua o hígado de Dios
    que está dentro de mí,
    esta vida de conciencia inextinguible
    e irredimible;
    la inextinción del mal y del bien,
    que son lo mismo en Él.
    La inextinción de lo que soy.

    Ojalá su horno de ochocientos grados quemase lo que soy.
    Quemase una carne de mil millones de grados inhumanos.
    Ojalá existiera un fuego que extinguiese lo que soy.
    Porque da igual que sea bueno o malo lo que soy.
    Extinguir, extinguir, extinguir lo que soy, esa es la Gloria.

    Coja las cenizas de su padre, y márchese.
    No vuelva más por aquí, se lo ruego, rezaré
    por su padre. Su padre era un buen hombre
    y yo no sé qué es usted, no vuelva más por aquí,
    Se lo ruego. Por favor, no me mire, por favor.

    Tuvo un Seat 124 blanco, iba a Lérida,
    visitaba a los sastres de Lérida y a los de Teruel,
    comía con los sastres de Zaragoza,
    pero ahora ya no hay sastres en ningún sitio,

    dijo una voz.

    Qué solo me he quedado, papá.
    Qué voy a hacer ahora, papá.
    Ya no verte nunca es ya no ver.
    Dónde estás, ¿estás con Él?
    Qué solo estoy yo, aquí, en la tierra.
    Qué solo me he quedado, papá.
    No me hagas reír, imbécil.
    Oh, hijodeputa, has estado conmigo allí
    donde yo estuve, sin moverte de las llamas.
    He viajado mucho este año, mucho, mucho.
    En todas las ciudades de la tierra, en sus hoteles memorables,
    y también en los hoteles sucios y bien poco memorables,
    en todas las calles, los barcos y los aviones,
    en todas mis risas, allí estuviste, redondo
    como la memoria trascendental, ecuménica y luminosa,
    redondo como la misericordia, la compasión y la alegría,
    redondo como el sol y la luna,
    redondo como la gloria, el poder y la vida.




    De Gran Vilas (2012):


    AMOR

    Una mañana Manuel Vilas sacó todo su dinero de los bancos.

    Fue a las cajas de ahorro, fue a las compañías de seguros,
    vendió su coche, anuló su plan de pensiones,
    se lo llevó todo en efectivo, un buen fajo de billetes calientes.

    Qué bien, dijo, qué fuerte,
    y todos los empleados y los directores querían disuadirle
    pero Vilas tenía unas ganas infinitas de pasarlo bien.

    Y luego se fue a ver enfermos,
    a ver emigrantes, incluso se fue a las cárceles.

    Quería ser un santo espectacular, tenía esa marcha,
    tenía esa gran ilusión.
    Quería ser Cristo, Lenin, San Pablo,
    quería ir más allá del orden, de la naturaleza y de la vida.

    Recorrió la ciudad de Zaragoza repartiendo dinero.
    En Conde de Aranda, dio mil euros a tres árabes,
    que le besaron los pies, y las manos, y se arrodillaron.

    En el barrio de Delicias, en la calle Barcelona,
    dio trescientos euros a una negra africana,
    y ella quería comerle el sexo al buen Vilas,
    pero Vilas dijo “no, nena, hoy soy un santo,
    hoy soy San Vilas,
    consérvate para tu marido, él te necesita,
    y yo os bendigo; anda, nena, ve en paz”.

    Y Vilas se echó a reír.

    Fuego, qué fuego más grande,
    y siguió repartiendo, a una vieja china
    de un todo cien le dio seiscientos euros,
    y la vieja le hizo una foto de diez millones de megapixels
    y la amplió y la enmarco y la colgó
    en mitad de su tienda con dos velas debajo.
    A un vendedor de La Farola, ese periódico
    de los pobres, le dio ochocientos euros.
    Y el vendedor se echó a llorar y ardía
    como una vela en mitad de las catedrales antiguas.

    Vilas quería ser un santo, tenía esa marcha.

    Toda la mañana y toda la tarde estuvo quemando su dinero.

    Miró la atmósfera y se estaban abriendo los palacios celestiales.

    Estaba enamorado de sus semejantes.

    Nunca vimos a nadie tan enamorado.



    EL ENAMORADO

    Ya sabes, amor mío, porque te lo he contado varias veces, que la desesperación de los hombres maduros ante las mujeres jóvenes y nuevas, bendecidas por la vida, es el tema de Susana y los viejos, un célebre cuadro de Tintoretto.

    Te fuiste con otros tantas veces.

    Qué bien que te fueras con otros, porque mi amor es más extenso en el tiempo y en el espacio que tus infidelidades y ya es decir; mi amor está más allá, en las remotas regiones de una plenitud desconocida, sobre todo para ti, tan joven y tan guapa y tan dulce.

    La destrucción, el deterioro y el alcoholismo final, eso me dejaste. Tres árboles negros, con flores rojas.
    Tuyo era el poder y tuya mi vida.
    Te adoraba.

    Así que te fuiste con otros, con docenas, mejor no los cuentes, amor mío, y fuiste muy feliz con ellos. Y yo imaginaba esa felicidad y te concedía una rara bendición.

    A mí me parecía que no valían nada esos chicos guapos, con los que te ibas hasta el amanecer, insípidos, jóvenes sí, pero inanes, y sí, altos, nueva raza de españoles a quienes la estatura física situó en la vanguardia de la evolución de la especie, aunque no sabían decirte nada bonito.

    Eso solo sabía decírtelo tu novio maduro, o sea, yo. Las cosas bonitas te las decía yo y nunca las habías oído antes y nunca te las habían dicho esos chicos nuevos, y eso me daba pena, porque está claro que vienen tiempos feroces para el amor. Y cómo ardías en mis palabras. Mías eran las palabras, pero los besos duros se los dabas a ellos, a los otros.
    Yo te exaltaba, pero a ti no te exaltaban los chicos a quienes amaste, tristemente.

    Claro que envidiaba a esos chicos a quienes hacías cosas muy alejadas, pero que muy alejadas, de los abrazos casi fraternales que guardabas para mí. Y temía que te hiriesen, porque tú eres frágil, y esos chicos jóvenes, atléticos y musculosos, tienen vergas muy largas y racialmente ofensivas, y yo padecía, sufría por tu cuerpo delicado y suave. No podía soportar que te embistiesen como si fueses un animal perecedero.

    Pero yo también fui un Rey. Gran Rey de mi derrota, que es un universo al que nunca estuviste invitada. Allí, planetas, continentes, soles radiantes, orquestas y bailes hasta el amanecer, océanos dorados, todo ocurre para mi solitario amor: El amor, única luz del mundo.

    Y me dejabas solo en casa. Y te inundaba a sms que tú no contestabas.

    Estabas con otros. Y yo quería abrazaros a ti y a ellos, porque me daba igual. La verdad es que da igual, ya acabarás comprendiendo que da igual, si el amor es grande.

    Quería ver cómo abrazabas y besabas a esos chicos y hacías el amor con ellos y no conmigo, el hombre viejo.

    Cuando tengas mi edad, amor mío, cuando seas vieja, cuando tus 27 años, por arte de magia, se conviertan en 72, imagínate lo muerto que estaré yo entonces, gracias a Dios y a su mismísimo hijo Jesucristo.

    Qué bien no volver a verte hasta el Big Crunch, dentro de 72 mil millones de años, allí nos juntaremos todos otra vez y tus chicos serán igual de viejos que yo, será imposible distinguir nada, a ellos de mí.

    Querrás besarlos, y me besarás a mí, finalmente.

    Y a mí no me gustan las viejas decrépitas,
    amor mío de 27 años.

    Pero te quiero tanto.

    Te adoro, tristemente.

    Mi alma es tuya.



    LA ESPAÑA DE LA TRANSICIÓN

    El rey Juan Carlos I está algo hinchado,
    y algo sordo, no oye a los periodistas.
    Fue el dueño de un rato largo de la Historia.
    Y ahora habla con los muertos mucho rato,
    con su padre, a quien ya ha vuelto a ver en sus sueños.

    El ex-presidente Adolfo Suárez
    se convirtió en el hombre invisible.
    Murió su esposa, se entristeció para siempre,
    y envejece en un lugar desconocido.
    No recuerda nada porque nada hay que recordar.

    El escritor Camilo José Cela se murió
    como muere la gente corriente.
    Parecía inmortal y eterno, pero no lo era.
    Su viuda aparece muy de tarde en tarde
    en la prensa española, pero ya nadie la recuerda.

    El ex-presidente Felipe González
    se divorció y se fue con una más joven.
    Sale de vez en cuando en las televisiones.
    Parece un hombre bueno,
    pero solo es un hombre envejeciendo.
    Da consejos y opina de economía y de mercados.

    La ex-miss del universo Amparo Muñoz
    se disolvió tristemente
    en un piso de Málaga.
    Dijeron que era una drogadicta y que por sus venas
    corría la España de los años setenta.

    El actor Fernando Fernán Gómez
    se murió de la misma forma
    que Camilo José Cela.
    Cuando murió,
    murió una forma de ser español.

    El gran Santiago Carrillo, el último comunista,
    se morirá un día de estos,
    tal vez ya esté muerto ahora mismo.
    Resiste, porque el comunismo latió en su corazón
    como una santa campana de penicilina.

    La gente se muere o está apunto de morirse.
    Se murieron poetas a quienes ya nadie lee
    como Gerardo Diego y novelistas oscuros
    como Torrente Ballester; y Gerardo y Torrente
    parecen ahora mismo el mismo muerto,
    el mismo fiambre, gemelos españoles.

    El juez Baltasar Garzón ha engordado
    y está envejeciendo.
    Persigue a los fantasmas que no persiguieron
    aquellos que ya también se volvieron fantasmas.
    Fantasmas que no persiguieron
    a otros fantasmas más antiguos,
    porque entre los fantasmas la antigüedad
    en el cargo se llama Historia de España.

    Me dan pena los muertos españoles.
    Oh, sí, qué pena dan los muertos españoles.

    ¿No te parece?, hermano mío, mi compatriota.

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    Manuel Vilas (1962- Empty Re: Manuel Vilas (1962-

    Mensaje por Pedro Casas Serra Dom 25 Jun 2023, 13:31

    .


    De El hundimiento (2015):


    BERLÍN

    Quiero irme de esta casa donde fueron concebidas nuestras hijas.

    Quiero que todo muera conmigo.

    Quiero ver cómo mueren todos los seres humanos, uno tras otro.

    No perderme la muerte de nadie: viejos, viejas, niñas, hombres
    de mediana edad, recién nacidos, mujeres con el cráneo
    reventado en maravillosos accidentes de tráfico
    dentro de las inabarcables autopistas de todo el mundo,
    que dominan el espacio.

    Quiero que desaparezca la memoria de la especie
    y regrese el orden cósmico: sin vida las grandes
    pasiones espaciales, sin vida las galaxias, los planetas,
    el firmamento, las estrellas, sin vida en el infinito pesado,
    rocas, gases, tinieblas, oscuridad, lejanía, sin vida.

    Sin vida, pero siempre esperando el regreso de la vida.

    Nunca me quisiste, quisiste un orden moral, no a mí.
    ¿Qué haces ahora con ese, dormís juntos, coméis juntos?
    ¿Te acuerdas de mí? Conozco tu piso, tu cama, tu cocina,
    el agua mineral que bebes, la más cara, claro, eres tú.

    ¿Te acuerdas de cuando me mordías el cuello y las manos?

    Es para morirse de risa.

    Ahora se lo estarás haciendo a ese otro, sé quién es.

    Un tipo mejor colocado en las radiantes jerarquías de la tierra.

    Eso era todo lo que buscabas, menuda comedia.

    Niña tonta y sin talento, dándoselas de artista.

    Escucho esa canción Berlin porque la oíamos juntos,
    mientras cenábamos con luz de velas
    y bebíamos Dubonnet con hielo
    en la terraza de tu casa, cuando llegaba el mes de junio.

    ¿O no era contigo? ¿Con quién era?
    Me falla tanto la memoria, y qué hermoso perderla.

    Si pierdo la memoria, qué pureza y cuánta justicia social.

    Creo que nunca amé a nadie, ni siquiera a mí mismo.
    La pereza de amarse a uno mismo.

    Y luego esa larga, incolmable apetencia
    por destruirlo todo para ver cómo arde,
    para ver en el fuego alguna clase de verdad.

    Era grandioso. Era el Paraíso.

    Niña, me creí Clint Eastwood for a day.



    LA LIBERTAD

    Has de saber que no todos los hombres
    ni todas las mujeres somos iguales.

    Has de saber que hay seres humanos ruines.

    Has de saber que hay seres humanos bondadosos.

    Has de saber que hay seres humanos vulgares.

    Te mentirán muchas veces.

    Intenta no mentir tú a cambio.

    Acabarás mintiendo.

    Puede ser que el tamaño de tu sufrimiento
    por haber mentido sea cien millones de veces más grande
    que el tamaño de tu mentira, ¿quién puede saber eso?
    Solo tú, tendrás que soportarlo.

    Has de saber que existen los pusilánimes:
    viven y mueren bajo un extraordinario silencio
    que tal vez acabes envidiando, yo no.

    Intenta que nadie note nunca que sabes
    que no todos los seres humanos somos iguales.

    Intenta santificar tu vida, hacerla alta, rara, compleja.

    Asesina sin piedad a quien se atreva a juzgarte.

    No dejes vivo a nadie que intente juzgarte
    ni en este ni en el otro mundo, ni dejes vivo
    a quien escuche juicio alguno sobre tu identidad y tu vida.

    Tu vida está fuera del juicio de los hombres
    y más aún de los dioses, porque no existen.

    Tu vida es un acontecimiento universal,
    la única verdad desde la formación de la materia
    y la única verdad que sobrevivirá al hundimiento de la materia.



    974310439

    Quien me trajo al mundo se ha ido hoy del mundo.
    Ella, que me llamaba a todas horas, para saber de mí.

    Lo mal que la traté y lo mal que nos tratamos,
    aun queriéndonos tanto; y lo poco que supiste de mi vida
    en los últimos tiempos, ocultándote lo mal que me iba
    en mi matrimonio y en todas partes
    y tú sabiéndolo, porque, al fin, todo lo sabías,
    me veías beber esos licores fuertes,
    me veías esa sed tan rara, esa sed tan desconocida para ti,
    que tanto te asustaba y tanto temías.

    Ya nadie me llamará, tan obsesivamente, para saber
    si estoy vivo, y a quién le importará si estoy vivo o muerto;
    yo te lo diré: a nadie.

    De modo que el gran secreto era éste:
    ya estoy completamente desamparado,
    arrodillado
    para la decapitación,
    para el anhelado adiós de este cuerpo,
    de esta existencia meramente social y vecinal que lleva mi nombre,
    nuestro nombre.

    No volveré a ver nunca
    tu número de teléfono en la pantalla
    de mi teléfono móvil; tú, que te quejabas de que no tenías uno,
    de que yo no te regalara uno,
    te juro que no hubieras sabido hacerlo funcionar,
    lo habrías tirado por la ventana,
    como yo haré con el mío esta noche del supremo delirio.

    Porque eras un número de teléfono, cincuenta años
    en ese número encerrados: nueve siete cuatro, treinta y uno,
    cero, cuatro, tres, nueve.
    Márcalo ahora,
    márcalo si tienes valor y te contestarán
    todos los misterios inconmensurables: el tiempo y la nada,
    la ira roja
    de los peores huracanes celestiales,
    la árida y blanca nada convertida
    en una mano negra.

    Daba igual dónde estuviera: podía estar en América o en Oriente,
    tú llamabas, tú llamabas a tu hijo siempre
    porque yo era Dios para ti, un Dios fuera de la ley,
    poderoso y sagrado, lo único real y suficiente,
    siempre tu hijo fuera de todo orden, siempre reinando,
    porque todo cuanto yo hacía e hice recibió tu larga aprobación,
    cuya moralidad no es de este mundo.

    Sabedlo.

    Tú, que me amabas hasta la desesperación.
    Tú, que derramaste sangre por mí y por mi discutible y oscura vida,
    llena de liturgias cuyo sentido tú desconocías,
    y hacías bien, pues nada había que conocer, como finalmente
    he acabado sabiendo,
    igualado en ese conocimiento
    al más sabio de los hombres.

    Y ahora, otra vez camino del Crematorio,
    como ya escribí en un poema con ese título,
    en el que hablaba de tu marido, mi padre,
    a quien también quemamos,
    unos mil grados alcanzan esos hornos.

    Mi gran padre, del que tú te enamoraste —vete a saber por qué—
    en mil novecientos cincuenta y nueve,
    y a quién demonios le importa ya sino a mí,
    el que siempre os quiso tanto y os querrá hasta el último minuto del mundo.

    Te di un beso en la santa frente helada
    un domingo
    por la mañana
    de un veinticuatro de mayo del año dos mil catorce,
    lloviendo,
    en una primavera inesperadamente fría,
    mientras una máquina sofisticada introducía tu caja barata
    —mira que somos pobres— en el fuego final,
    al que mi hermano y yo
    te condujimos.

    Sentí tu frente antigua y acabada en mis labios
    antiguos y acabados,
    pero aún conscientes los míos;
    los tuyos,
    venturosamente, no.

    Nunca pensé que el sentimiento final fuera este:
    la envidia que me diste, la codicia de tu muerte,
    codiciando tu muerte,
    porque me dejabas aquí,
    completamente solo
    por primera vez
    en nuestra larga historia de amor,
    y solo para siempre.

    Y recuerdo ahora a todas aquellas mujeres
    que querían acostarse conmigo,
    hacer el amor conmigo,
    y eso acabó siendo mi vida,
    cuando yo solo quería
    estar contigo para siempre.

    Vaya, mamá, no sabía que te quería tanto.
    Tú sí que lo sabías, porque siempre lo supiste todo.

    Qué bien que todo haya acabado,
    en una culpable tarde de primavera
    en donde comienza el mundo,
    en donde para ti acaba el mundo,
    en donde para mí ni acaba ni comienza
    sino que persiste involuntariamente.

    Qué bien este silencio omnipotente, aquí, en Barbastro,
    donde fuimos madre e hijo, por los siglos de los siglos.

    Aquí, en Barbastro, en ese sitio tan nuestro,
    tan escuetamente nuestro: todo ocurrió aquí, en estas calles.

    Todo lo recuerdo, y todo lo recordaré.

    Te amo, finalmente.

    Como no he amado a nadie: todas fueron tu réplica.

    Ah, se me olvidaba: podías haber dejado algo
    para pagar tu entierro,
    no sabes lo mal que me va y lo pobre que soy,
    mira que fuiste manirrota y derrochadora,
    y lo que vale
    el ataúd más económico,
    como dicen ellos, los caballeros dulces de la funeraria.

    Mira que fuimos pobres y desgraciados tú y yo,
    ma mère, en esta España de grandes hijosdeputa enriquecidos
    hasta la abominación.
    Y aun así, pobres como ratas tú y yo,
    mantuvimos el tipo,
    como dos enamorados.

    Qué bien. Qué hermoso. Cuánto te quiero
    o te quise, ya no sé, y a quién le importa,
    desde luego no a la Historia de España,
    nuestro país, si es que sabías cómo se llamaba
    la solemne nada histórica en que vivimos papá, tú y yo.



    DADDY

    No bebas ya más, papá, por favor.

    Tu hígado está muerto y tus ojos aún son azules.

    He venido a buscarte. Mamá no lo sabe.

    En el bar ya no te fían.

    Iban a llamar a la policía,
    pero me han avisado a mí antes,
    por compasión.

    Papá, por favor, reacciona, papá.

    Hace meses que no vas a trabajar.

    La gente no te quiere, ya no te quiere nadie.

    Muérete lejos de nosotros, papá.

    Nunca estuvimos orgullosos de ti, papá.

    Por favor, muérete muy lejos de nosotros.

    Nos lo debes.

    Siempre estabas de mal humor.

    Casi no te recordamos, pero nos llaman del bar.

    Vete lejos, nos lo debes.

    Es el único favor que te pido.




    Últimos poemas (2016-2018):


    DESAMPARO

    Siempre estarás
    conmigo,
    desamparo.

    La lengua española
    me regaló
    una palabra:
    desamparo.

    A solas bajo el sol.
    País desamparado.

    ¿Adónde me marcho
    que no sea el lugar
    del desamparo?



    GRAN HOTEL DE LAS ISLAS BORROMEAS

    mayo de 2016

    Viajé a Italia, al pueblo de Stresa.

    Fue un viaje de trabajo, un buen trabajo,
    pero las razones,
    olvídalas.

    Estuve alojado en el Gran Hotel de las Islas Borromeas,
    frente al lago Maggiore y era el mes de mayo.

    Llevo cincuenta y tres años sobre la tierra,
    y nunca había estado en un hotel tan hermoso
    –pensé con la maleta aún en la mano–.

    Cuando vi mi habitación, con su gran terraza sobre el lago,
    me entraron ganas de llorar.

    Cuando vi los desbordantes zumos de naranja del desayuno,
    en bandeja de plata, cuando vi a la joven camarera
    que me sonreía y se alegraba de verme,
    y las golondrinas en los aleros de las nubes,
    y los veleros en el horizonte,
    pensé en que Dios, en el último momento,
    había decidido ser bueno conmigo,
    y amé a Dios.

    Fui monárquico al fin.

    Fui republicano al fin.

    Cincuenta y tres años sobre la tierra,
    y aún no sabía qué era la riqueza.

    La primavera y el lago Maggiore me devolvieron
    el pasado, su verde imperio, su amor.

    Vi a mis padres muertos allá en el lago,
    saludando a su hijo y pude hablar con ellos tres minutos.

    La mañana no acababa nunca.
    Me hablaba el aire, el agua, el sol.

    Tuve ganas de nadar en el Maggiore,
    de arrebatarle el escándalo de su gloria,
    el centro de su bienaventuranza.

    Rey de la vida, de mi vida al final de su avalancha.

    Mi habitación estaba cerca
    de la famosa suite “Ernest Hemingway”.

    Pensé en él,
    en Hemingway,
    en sus días de fiesta
    en este hotel,
    en sus días de éxito,
    –porque el éxito lo es todo–,
    en su sonrisa inconmensurable
    en tanto en cuanto su vida era inconmensurable.

    En su victoria sobre el mundo.

    En su nombre como lápida prestigiosa
    en la puerta de una habitación de lujo.

    Me dormí en mi cama gigante.

    Al cabo de unas horas,
    me despertó un ruido en la terraza.

    Allí estaba Hem, tumbado en la hamaca,
    bajo una luna alta
    y leal a los fantasmas.

    Me senté a su lado, nos miramos.

    “Tienes que aceptar tu fracaso”,
    me dijo Hem, mientras se quitaba
    una gorra de capitán de barco
    y se alisaba el cabello.

    “Nunca tendrás en este hotel
    una suite que lleve tu nombre,
    porque dime ¿tú, cómo te llamas?,
    lo mejor que puedes hacer es venirte conmigo
    esta misma noche”,
    y rió con deslealtad hacia sí mismo.

    Nos quedamos mirando la gorra
    que Hem había dejado en mitad
    de la mesa de mármol de la terraza.

    “Para qué quiero una placa con mi nombre aquí,
    esa es una querencia de muertos”,
    le contesté con miedo.

    Y nos dimos un ilegítimo abrazo de buenas noches.

    Ya no pude conciliar el sueño.
    Estaba asustado, a quién no le asusta el fracaso,
    eh, decidme, hermanos, vivos o muertos.

    Odié a Hemingway, pero también le quise.

    Podía haber sido al alba, un buen instante.

    Había una viga de robusta madera en el techo.

    Enamorado del Gran Hotel de las Islas Borromeas,
    al día siguiente,
    me puse mi corbata
    a bordo de mis más de cincuenta años,
    y salí de nuevo a navegar la vida,
    vacío como el mundo,
    vacío como la edad,
    pero con mi corbata fulgiendo bajo el sol.

    Me puse mi corbata, sí.
    Como tú hiciste siempre, padre mío.


    MANUEL VILAS, Poesía completa (1980-2018), Visor, 2019.

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    Manuel Vilas (1962- Empty Re: Manuel Vilas (1962-

    Mensaje por cecilia gargantini Dom 25 Jun 2023, 14:18

    Yo había leído algo en prosa de este autor, pero no conocía su poesía y hoy con gusto llego a ella.
    "Gran hotel de las islas Borromeas" me pareció extraordinario.

    Y "Mujeres" me dejó con un nudo en la garganta.

    Graciassssssssss Pedro. Besosssssssssss

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    Manuel Vilas (1962- Empty Re: Manuel Vilas (1962-

    Mensaje por Pedro Casas Serra Lun 26 Jun 2023, 03:09

    Gracias a ti, Cecilia, por tu interés.

    Un abrazo.
    Pedro

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    Manuel Vilas (1962- Empty Re: Manuel Vilas (1962-

    Mensaje por Pedro Casas Serra Vie 05 Jul 2024, 12:29

    .


    Dos poemas más de Manuel Vilas:


    De El cielo (2000):


    EL ÚLTIMO HOMBRE

    Vuestra Merced escribe se le escriba
    Lazarillo

    Sentados en una terraza veraniega de Mallorca,
    le dije a un amigo, inspirado por una ginebra blanca:
    "El hambre de los niños es la única gravedad
    de la historia, del estado y de la filosofía.
    De los hambrientos son las guillotinas del futuro.
    Dios es el ídolo de los pobres.

    No sé por qué pienso estas cosas ni por qué escribo de ellas,
    cosas tan poco brillantes, tan de seminarista de aldea
    que no ha visto las capitales de Europa donde viven
    las novicias jóvenes,
    esas que pintan y salen a bailar por la noche,
    esas de labios nuevos, sin estrenar, y carnes duras
    porque tienen veinte años y muy mojadas las bragas.

    Bebí otra vez de mi ginebra y supe que ya estaba solo,
    en Mallorca, en una plaza con iglesia, llena de guiris,
    acariciaba mi cartera, mordía mis gafas, acariciaba a Trajano,
    y proseguí: "Si tuviéramos vergüenza nos haríamos misioneros
    y tú, Trajano, llevarías en tu espléndido lomo
    un botiquín de la Cruz Roja.
    Soy un seminarista ocurrente, un lobo marcado en la oscuridad,
    soy un predicador del desierto, que se ha quedado sordo,
    un teólogo retirado, un chamán ilustrado,
    una celestina beata, un lazarillo tuerto,
    una concha de mar ascendida a lo Alto,
    un ser encendido que arde solo para él,
    una velada con un único invitado,
    aburrida, geométrica, lunar,
    el hijo de Dios, el último que tuvo
    No dedicaré mi vida al servicio de la verdad.
    Nací en julio del sesenta y dos, soy un hijo del verano
    de España, un verano con sol y noches de fiesta
    para el cuerpo, para la boca, para los pies,
    para el culo de la mujer madura, para los muslos
    de la mujer pagada donde se quema un tatuaje,
    una boca abierta, el verano se muere de hambre.
    Mes de julio, España, la sed, la moderna sed de no hacer nada
    Sino tomar el sol, desnudarse, estar desnudo,
    Muy empalmado, bebiendo todo el día cerveza y vino.
    Mes de julio, España, los ricos, incompetentes y vagos,
    Los pobres, pobres y tristes".



    1985

    El 24 de diciembre de 1985 Manuel Vilas estaba de guardia en el Cuartel del Regimiento de Infantería de Barbastro, en donde cumplía el servicio militar. La guardia nocturna se conocía con el nombre de "refuerzo". Vilas era cabo y por tanto su cometido en los refuerzos consistía en distribuir a los soldados por las garitas y después regresar al cuerpo de guardia. Miguel Fernández Díaz, un soldado de reemplazo, al que Vilas había dejado a las 22 h. en la garita num. 4 (la más alejada del cuerpo de guardia) eligió ese momento para pegarse un tiro en la boca. Normalmente, Vilas ya no se acuerda de esto, porque fue hace muchos años. Normalmente, Vilas ya no se acuerda de nada, y tampoco sabe muy bien por qué se olvidan las cosas (imagina que porque las cosas se deshacen en medio de la memoria). Recuerda Vilas que se quedó mirando las salpicaduras en el techo de la garita, iluminadas por la luz de una linterna. Recuerda los expertos comentarios del capitán de guardia sobre la trayectoria de la bala, las conjeturas sobre el boquete que se abrió en la cabeza de Fernández Díaz. Era una bala de Cetme, que convirtió el juvenil orden cerebral de Fernández Díaz en un caos sanguinolento y acabado.
    Piensa Vilas en lo que Miguel Fernández Díaz se ha perdido a lo largo de estos últimos 22 años. Piensa Vilas que tal vez vivió esos 22 años en las 22 milésimas de segundes que le costó a la bala desatar el nudo caliente de la carne. Vilas se ve a sí mismo como un radiante turista en el pasado. Al día siguiente, es decir, el día de Navidad, vino el padre de Miguel Fernández. A su madre no consiguieron encontrarla. No había móviles entonces. Nadie sabía donde estaba. El padre vino porque alguien le pagó el viaje en autobús. Seis horas de autobús. llevaba una bufanda.
    No había móviles entonces, ningún sitio adonde llamar
    Claro que fui el último ser humano que vio vivo a Miguel Fernández Díaz. En alguna instancia celestial tendrá sentido el hasta luego que me dedicó con una dulce sonrisa impropia de aquella noche oscura.
    Un honor, sin duda, aquella sonrisa.
    Un gran honor.
    Pues, naturalmente, tanto Miguel Fernández Díaz como Manuel Vilas fueron hombres de honor.
    Y el honor es la vida.
    ¿Sabes?, tengo la extraña sensación de que fui yo el que cayó esa noche en medio de las miles de balas del enemigo, en medio de las ráfagas luminosas en el cielo de las playas de Normandía, en medio de la metralla suprema, en medio de los obuses de aquella artillería fantasmal en la noche caliente de nuestra juventud, y sé que no pudiste hacer nada por mí, pese a que te jugaste la vida por mí, y el enemigo cantaba canciones de gloria.
    Bah, tío, estás loco, turismo y memoria, turista en tu propia memoria. Pero ese chico, ese chico no tuvo suerte, y ese chico era bueno, y yo tampoco tuve suerte y da igual. Ok, eso es todo, da igual. Debe de ser eso lo que me está matando. Porque es verdad que algo me está matando.


    MANUEL VILAS, Las moradas del verbo. Poetas españoles de la democracia. Antología, Calambur 2010.


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