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    José María Merino (1941-

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    José María Merino (1941- Empty José María Merino (1941-

    Mensaje por Pedro Casas Serra Vie 07 Jun 2024, 04:38

    .


    José María Merino (La Coruña, 5 de marzo de 1941) es un narrador, poeta, ensayista español, y académico de la Real Academia Española.

    Biografía

    El padre de José María Merino era miembro de la Federación Universitaria Escolar y por sus ideas republicanas tuvo que abandonar León para refugiarse en Galicia, donde nació José María.​ Tras la guerra, la familia se instaló de nuevo en León, donde el padre de Merino (abogado de profesión) abrió un bufete y una gestoría.

    Los primeros libros que manejó de niño y que le despertaron la curiosidad y el amor por la literatura fueron los diccionarios y novelas que había en la casa familiar.​

    Tras la niñez y adolescencia en León, realizó en Madrid los estudios universitarios de Derecho. Su actividad laboral se desarrollará en el Ministerio de Educación. Colaboró en proyectos de Unesco en Hispanoamérica.

    En 1972, publica su primer libro: el poemario Sitio de Tarifa; su primera novela data de 1976: Novela de Andrés Choz. Entre 1987 y 1989, dirige el Centro de las Letras Españolas del Ministerio de Cultura y a partir de 1996 se dedicará en exclusiva a la literatura.

    Está casado con María del Carmen Norverto Laborda, Catedrática de Contabilidad y Economía Financiera de la Universidad Complutense. Es padre de María, profesora de Derecho Constitucional en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid y de Ana Merino, poeta, dramaturga, novelista y full professor en la Universidad de Iowa.​

    Es patrono de honor de la Fundación de la Lengua Española. Fue presidente honorífico de La Fundación del Libro Infantil y Juvenil Leer León y fue elegido académico de la Real Academia Española en marzo de 2008, en sustitución de Claudio Guillén, ocupando el sillón m.​ En el año 2009 fue nombrado Hijo Adoptivo de León.​ En 2005, el Ministerio de Cultura de Dinamarca lo nombró «Embajador de Hans Christian Andersen». Es académico correspondiente de la Academia Panameña de la Lengua y de la Academia Norteamericana de la Lengua Española. En 2014, fue nombrado Doctor "Honoris causa" por la Universidad de León. En 2015, recibió la Medalla de Honor de la Asociación de Licenciados y Doctores Españoles en los Estados Unidos (ALDEEU). En 2018, fue nombrado Doctor "Honoris Causa" por Saint Louis University, Madrid Campus. Perteneció al patronato de la extinta Fundación Alexander Pushkin.

    En 2022 se publicó un libro colectivo en homenaje a Merino y Luis Mateo Díez en el que sesenta y cinco autores de Argentina, Chile, Costa Rica, Cuba, Ecuador, España, México, Perú y Venezuela aportaron otros tantos microrrelatos, muchos de ellos inéditos, inspirados en el mundo creativo de Merino y Díez. Se tituló Minicuentos y fulgores. Homenaje a Luis Mateo Díez y José María Merino (Eolas, 2022) y fue coordinado por las profesoras Natalia Álvarez Méndez y Ángeles Encinar.

    Obra literaria

    Pese a sus inicios poéticos, José Mª Merino ha cultivado principalmente la prosa: libros y artículos de viajes, ensayos literarios,crítica, novelas, novelas juveniles y cuentos. También es conferenciante y narrador oral: junto a los también leoneses Luis Mateo Díez y Juan Pedro Aparicio ha recuperado la costumbre del filandón (reuniones nocturnas en las que se contaban cuentos y leyendas mientras se hilaba o se hacían otros trabajos), típica de León, aunque modernizada mediante la lectura de cuentos brevísimos de los propios autores.

    (Sacado de https://es.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_Mar%C3%ADa_Merino )


    *


    Algunos poemas de José María Merino:


    VIVA VILLAMAÑAN...

    Viva Villamañán.
    Viva la antigua estirpe de los Tejeros
    coloreados de adobe, curtida
    en míseras herencias.
    Y Viva Órdenes y la Señora estrella abanicando
    el fuego del hogar bajo la pota.

    Nobles y rancios abolengos con artífices
    del surco,
    de manos hechas al azadón y al bieldo,
    de manos afinadas en el yeso y la llana.

    Osados buscadores
    de moras y mandrágoras y nidos.
    Cazadores intrépidos
    para quienes la liga pajarera
    o la trampa de la encamada liebre
    no tuvieron secretos.
    Monarcas de las sobras paramales:
    cangrejeras riberas, palomares,
    codornices entre los rastrojos.

    Conocedores
    de toda medicina: los ungüentos
    indispensables al puerperio
    y las telas de araña para las cortaduras;
    los tizones de higuera para toda pupa
    y las invocaciones disuasorias
    de la Santa Compaña.

    Sobre ellos montó el bocio
    su mentirosa adiposidad
    y para admiración de metafísicos tuvieron sus cortezas
    nobles arrugas de borona.

    Oh sí. Ahora los veo a todos.
    con sus sacramentales vestidos de combate:
    zamarras, boinas, zuecos,
    guardapolvos.

    Allí también las damas
    con el pañuelo sobre la cabeza y la toquilla negra.
    Y los cachorros
    jamás ahítos de mamar.

    Estirpe singular que a lo largo de siglos
    gozó la protección de los señores,
    la absolución de los abades.

    Estirpe propietaria de las estaciones;
    desmigadora del terrón; magnánima
    repartidora de simiente;
    lírica paseante que lleva a los helechos
    el cerdo de una cuerda.

    Celebraba en las eras saraos esplendorosos
    donde el sudor corría con largueza
    y los bueyes marcaban el compás del minueto
    con su solemne rabo.

    He aquí cómo los siglos
    de esforzado infortunio eran amables
    a los ojos de Dios y de la Virgen de la Zarza:
    cuando la historia de sangrientos dedos
    entró con paso firme en nuestro siglo,
    floreció en la estirpe el primer licenciado,
    el primer piso urbano,
    y la primera loza sanitaria.

    Y desde los rincones de la tierra
    mis bisabuelos sachadores, sus abuelos
    vendimiadores, capadores;
    esta raza inmortal;
    la que diera su carne a la garganta
    del lobo,
    sus hijos a los ranchos cuarteleros
    del rey,
    sus hijas a la doméstica obediencia
    de matronas patricias;

    estirpe rica en soledades pastoriles
    y escarchas,
    taberneros, queseros, aurigas de simón,
    números
    de la guardia civil y legionarios,

    alentó satisfecha el tremendo suspiro
    que aguantaba su soplo desde los paleolíticos.



    OH AGUAS INTRAUTERINAS...

    Oh aguas int5rauterinas,
    en el remanso
    profundo y tibio,
    entre la tierna
    vegetación materna,
    que desde toda vena me traéis el río alimenticio
    con sabor a posguerra.

    Oh aguas intrauterinas,
    estanque y nutrición del solitario
    nadador que navega
    en busca del decúbito supino
    y encuentra las cuclillas,
    en confortable dormición
    ajeno
    al estridente despertar.

    Oh aguas intrauterinas,
    única vestimenta del desnudo
    que se relaja sin sospechas
    del frío futuro de los calendarios,
    del frío donde empieza
    el tiempo de su caída hasta la fosa,
    del frío en que se hielan
    las conmemoraciones,
    los encuentros y los desencuentros.

    A todos mis regatos volveré,
    chapotearé de nuevo
    en ríos olvidados,
    pero no a la laguna primordial,
    aquella que tenía
    el sabor primavero de la vida.



    CANTO A LAS VIEJAS CRIADAS...

    Canto a las viejas criadas
    que entre los alborotos del aceite
    y la ropa a remojo y las exóticas
    palmeras de almanaque
    encendían mansedumbre.

    Vivían a la sombra
    de familias antiguas,
    hechas al acomodo de una nueva
    generación de cinco en cinco lustros.

    Guardaban en maletas de madera
    misteriosos tesoros:
    fotos movidas, un rosario blanco,
    bisutería en figuras de flor o pez,
    sortijas
    de ley escasa. Acaso
    una caja sobada de costura
    y una fosforescente virgencita de fátima
    y un torques de latón y algún pañuelo
    con trajes maragatos o pirámides.

    Sobre la pila de fregar se proclamaba
    su natural soberanía.
    Eran de talla corta
    como los santos y los espantapájaros,
    y enjutas alargaban
    oblicuos enderezos de brazos. Nadie sabe
    si por su juventud de lavanderas,
    vareadoras de lana
    o por innúmeros setiembres de vendimia.

    Durante miles de años,
    infatigables, serias,
    más de un millón de días
    ni lúdicas ni trémulas,
    limpiaron culos tiernos,
    perennemente ajadas
    los culos arrugados.
    Acunaron infantes o calaban
    las sopas de los viejos.

    Vertían en el brasero
    pulgaradas de sal. Emborrachaban
    con bendita acrimonia
    pavos en nochebuena.
    Distendían a la danza las escobas
    al largo hilo del polvo acurrucado
    en jambas y junturas y junquillos.
    Frotaban la bayeta en la sagrada
    que las moscas cagaran cena. Eran
    profilácticas para la polilla
    la cucaracha
    y también los ratones de huida inescrutable.

    Siempre yendo y viniendo
    sobre rótulas flacas.
    Silenciosas
    debajo de su pelo de arquitectura humilde
    gris como bruma o como humo
    que imprecisaba en sus celajes
    aquel paisaje breve, un cráneo sin aristas, la suave
    ondulación del lobanillo.

    Capaces del concierto gastronómico,
    de remendar las calzas con puntada invisible,
    eran ascéticas pero robustas.
    Levantaban su peso multiplicado en cubos,
    en cestas de alimento,
    descomunales arcas siempre ajenas

    y su presencia de hule o de mortaja
    y sus pasos temblones, aquellas
    sobremesas en que saltaban migas juguetonas
    desde el mantel al suelo
    y se zambullían brillos rituales
    en los remansos de los vasos,
    era asumida por la dispepsia familiar
    que, musitadamente,
    inventariaba los achaques:
    cafés aguados, rancias mahonesas,
    sobresaltos
    de cabello en la sopa,
    lagrimones seniles
    sobre la calma chicha de las natillas.

    Canto a las viejas servidolas
    cuyos sentires forasteros nadie catalogó,
    en su trajínal margen de todos los relojes, en que nadie
    ha destinado nunca hora alguna para ellas.

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    José María Merino (1941- Empty Re: José María Merino (1941-

    Mensaje por Pedro Casas Serra Vie 07 Jun 2024, 07:56

    .


    QUIÉN PODRÁ OLVIDAR ALGUNA VEZ LA URGENTE...

    Quién podrá olvidar alguna vez la urgente
    avidez del mendigo.

    En invierno como despegados
    de la borrosa bruma, como desclavados
    de la afilada escarcha,

    en verano como recortados
    de las eras resecas, pajizos,
    agostados,

    los mendigos llegaban a las puertas
    repartiendo sus oscuros ensalmos
    y eran recompensados
    con sobras de potaje,
    con mendrugos.

    De la alacena se sacaba un vaso,
    el plato de aluminio
    una cuchara amarilenta
    y ellos
    desenvolviendo apenas
    su obstinado silencio,
    se sentaban en el descansillo,
    miraban gravemente cada cucharada,
    sorbo a sorbo comían el alimento.

    Nosotros vigilábamos su hambre
    a través del resquicio
    prestos a huir si hacían
    un súbito ademán;
    maravillados
    de tenerlos tan cerca, tan mansos,
    masticando.

    Entraba
    desde el portal el blanco reverbero
    de mediodía.
    Ellos
    perdían su aspereza,
    sus contornos mostraban
    que no eran sólo sacos, pelos,
    trapos,
    medallas y remiendos desplazándose

    sobre deshilachadas alpargatas,
    que tenían
    orejas y tobillos,
    nuez de adán.

    Luego
    rebañaban el plato,
    escurrían el vino
    y se iban otra vez.

    En la alacena
    los sagrados cacharros se guardaban
    después de un delicado fregamiento.

    Nosotros
    éramos muy felices comprendiendo
    que a lo largo del año, varios días,
    imprevisiblemente,

    volverían de lo oscuro los mendigos.



    (SACAMANTECAS)

    Todos los harapos eran sospechosos,
    todas las alpargatas,
    todos los zurrones.

    También había que precaverse de los rostros
    demasiado morenos
    y de las gabardinas viejas.

    La vuelta a Ítaca
    era estimulante cada día; sabíamos
    que entre los transeúntes silenciosos
    uno en particular nos acechaba
    más allá de la mano paternal,
    acaso en la penumbra
    de los portales olorosos,
    al margen de la luz de los carburos,
    en el cálido oasis de la castañera.

    No era el coco, era alguien
    en todo semejante a los demás
    salvo sus apetencias
    por las mantecas infantiles

    Le imaginábamos llevándonos
    a su cabaña de los montes, abriendo
    una cancela quejumbrosa,
    empujándonos
    a la cocina,
    descubriendo
    la enorme chapa, las profundas
    sartenes, el mortero
    de machacar los menudillos
    con ajo y perejil y un chorrito
    de vino.

    Se hablaba tanto de hambre por entonces
    que no nos sorprendía su pasión.

    Podía estar en la bruma,
    detrás de las escuálidas acacias,
    al filo de los chopos, en los atrios,
    en los rincones húmedos del parque,

    pero nunca llegó.

    Sólo el portero del colegio
    con su musgoso guardapolvo
    sugería en ocasiones
    la temida presencia
    cuando nos ayudaba
    con tibio manoseo.

    Sólo al portero aquel.
    A nadie más recuerdo insinuando
    la amenaza furtiva.

    Pero de aquellas advertencias tenebrosas
    me ha prevalecido
    el desasosiego ante los pobres

    y el propósito firme
    de no aceptar caramelos de los desconocidos.



    MAÑANA DE DOMINGO AQUELLA CAMA...

    Mañana de domino aquella cama
    se encontraba de pronto
    transustanciada en carro.

    Al margen de la alfombra
    se estiraban los cactus,
    apolo se asomaba sobre los farallones
    y llegaba a nosotros
    el aliento bravío de las largas praderas,
    del café de puchero.

    Allá en el fondo
    del reflejo, en lo hondo
    del espejo, un arrebol
    premeditaba ríos o arizonas de sal,
    lenguas de desolada soledad
    y en lo alto,
    encima del armario y sus naletas,
    crecían ominosas las señales de humo.

    Había en la caravana
    un trajín animado detrás de las almohadas
    preludio del acoso,
    de las flechas llameantes,
    del polvoriento galopar, al borde
    del último latido
    y del clarín de la caballería.

    No puedo recordar cuántas
    mañanas de domingo
    fuimos hacia el oeste.
    Ya se han cicatrizado los rasguños
    y se han desmoronado las galeras.

    Quedará en el desierto alguna huella:
    huesos de ciruela resecados al sol,
    botones o jirones
    de pantalones cortos

    y sólo el advertido
    podrá reconocer entre los rastros
    la heroica andadura.

    Porque se han sucedido tantas lunas que sólo
    las calvas incipientes
    dan fe de los peligros
    de luchar contra el indio.



    SE ASOMAN A LA ORILLA DEL PAPEL...

    Se asoman a la orilla del papel
    los viejos compañeros de viaje
    y ven cómo mis versos
    suscitan rudamente su recuerdo.
    Ellos me desaprueban y es muy triste
    comprobar cómo crece decepción
    en su silencio.
    Y me miran
    pero yo no rebullo, tengo miedo
    de espantarles, de que otra vez se vayan
    a Nunca Volverás
    y de que ya no pueda recordarlos
    sino con la fingida emoción literata.
    Algunos ya se marchan
    después de una mirada de solslayo.
    Cómo llamarles y decirles, Oh
    quedaos conmigo.
    Los Proscritos se han ido los primeros.
    Van allí Guillermo Brown y Pelirrojo,
    Enrique y Douglas.
    Sé que detrás les seguirá Jim Hawkins.
    Y después quién sabe si esta misma tarde
    también Tom Sawyer me abandonará,
    quién sabe si volverá a la isla de Jackson
    en el más ancho Mississippi del mundo,
    a soñar con Huck Finn en la piratería.
    OH, no os vayáis, Quedaos conmigo.
    No me dejáis a solas con la familia
    Ulises,
    porque seguramente Sir Gaván
    no necesitará jamás mi ayuda.
    Y sobre todo tú, Heidi, no me dejes
    en esta oscura casa de los Sesemann,
    porque, Qué puedo hacer, Si ni siquiera
    me queda la esperanza de volver
    a la antigua casona de los montes,
    en el país de las largas praderas empinadas.
    Y sin embargo poco a poco todos
    se han ido y estoy solo.
    Comprenderás perfectamente que termine esta carta
    bruscamente y que me acongoje
    el miedo del futuro
    sin islas ni pequeños pueblos sajones
    ni cordilleras en el atardecer.

    Oh, sapos y culebras,
    Caramillo.

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    José María Merino (1941- Empty Re: José María Merino (1941-

    Mensaje por Amalia Lateano Vie 07 Jun 2024, 12:42

    Gracias Maestro Pedro.

    Muy completo., Me ha ilustrado mucho.
    En las poesías reconozco ambientes irreales cargados de significaciones, liberando al poema de toda connotación objetiva.
    Un beso
    Amalia
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    José María Merino (1941- Empty Re: José María Merino (1941-

    Mensaje por Pedro Casas Serra Vie 07 Jun 2024, 14:03

    Celebro que te haya interesado, Amalia. Gracias por decírmelo.

    Un abrazo.
    Pedro

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Sáb 08 Jun 2024, 05:20

    .


    ME DIJO AQUELLA TARDE MI MADRE...

    Me dijo aquella tarde mi madre:
    ha llegado ya el tiempo
    en que debes ofrendar a Hércules
    tus vestiduras infantiles.
    Ha llegado ya el tiempo de que vistas
    la toga varonil.
    Porque esta madrugada un emisario
    se ha llevado tu infancia a los lejanos
    calendarios de donde nada vuelve,
    y he aquí que tú eres púber, Oh hijo mío.

    Yo me introduje entonces
    en profundos bombachos.
    Dejadme que recuerde su color: tan grises
    como las armaduras de los héroes.
    Y de franela. Y hechos para arrostrar
    la dentellada del ventisco.

    De pronto sobre ellos
    mi bigote incipiente, los quiebros de mi voz,
    conquistaron su auténtico ropaje.
    De pronto ya podía atravesar las rigurosas marcas.
    Entrar en el país donde Jaimito reina.
    En ese áspero mundo donde sin esperanza, con convencimiento,
    uno agarra los mangos del futbolín, escruta
    el sórdido reloj que marca las cosechas
    sobre los verdes prados del billar.

    Y fui vasallo da Jaimito estridente,
    explorador de diccionarios,
    sacerdote de Onán,
    narrador de domésticas espumas,
    del Jaimito mirón e incestuoso, obseso
    de redondeces y agujeros
    que con sus majestuosas ojeras cruzaba por las aulas,
    entre cortes de manga a todo lo solemne,
    descubriendo
    obscenidades mágicas en redacciones inocentes.

    De su viscosa alegoría
    no se libraba el émbolo ni el matraz.
    Para su comezón todos los símbolos.
    Así cada probeta
    solamente era un pene transparente,
    y una coyunda borboteante
    cuando se unían el agua y el ácido sulfúrico.
    Ennoblecía a priápica ilusión
    losd postes, las mangueras, los buzones.
    Y en su oscuro relato las chicas eran sólo
    un menstruo itinerante.

    Desde aquel día en que vestí las ropas
    adolescentes
    muchas ropas pasaron.
    Pero a menudo pienso en el joven monarca
    con su bombacho a cuestas,
    granujiento y erecto sobre el mundo
    sin miedos perdurables.

    Pienso en él, me pregunto
    si concluyó su reino.
    Pues sé que es difícil que algún día
    pueda ser destronado Jaimito,
    Rey de la concupiscencia soez con que fui ungido.



    OH LAS MUCHACHAS DE NUESTRA ADOLESCENCIA...

    Oh las muchachas de nuestra adolescencia
    bajo la rosaleda, en las brillantes
    mañanas de verano.
    Recuerda
    sus juveniles cuerpos en el agua
    entre los chapoteos diamantinos.
    Reconoce su risa salpicando, escurriéndose,
    por los hondos rincones de la pena.

    Oh las muchachas para solitarios,
    para imposible amor.
    Volaba sobre ellas la sombra aleteante
    de materna advertencia y las muchachas,
    simulando desconocer el protector conjuro
    que las libraba de todo tocamiento,
    paseaban ingrávidas.
    Desafiaban con su esquivez la insidia
    de las acacias luminosas.
    Afirmaban presencia virtuosa
    entre olorosas flores, insectos batidores.
    Tremolaban prudencia
    sobre la impúdica entrega de la tierra.

    Las muchachas pasaban a nuestro lado
    encendiendo las luces
    de su esplendor recién nacido.
    Sobre su frente pura, entre sus manos suaves
    brillaban
    los hilillos de los consejeros
    gargajeados en píos habitáculos.
    Allí donde ceñían la coraza bendita expectorando
    loor a inmaculadas.
    Allí donde sus dedos temblorosos
    despachurraban cada brote nuevo.

    Aquellas muchachas de nuestra adolescencia
    -Oh Teresa, esperanza, María Luisa, Beatriz-
    con su inmediata lejanía dejaban cada tarde
    quemaduras y pájaros en nuestros corazones.

    Recuérdalo. Se iban
    al aquelarre beato

    y nosotros quedábamos más solos, sospechando
    que celoso el Señor de sus encantos
    nos las arrebataría para siempre.

    Y en silencio bebíamos
    amigo vino. Mirábamos morir
    los fuegos de la hoguera,
    entre la brava noche que traía
    el olor de la vida.

    El olor que es muy triste respirar
    sabiéndose tan tántalo.



    ARRIBÉ A LOS CAFÉS QUE LOS GATOS SEÑALAN...

    Arribé a los cafés que los gatos señalan
    con su orín insondable.

    En aquellos cafés se me cuajaron
    las tardes eruditas.
    Esas ahumadas tardes en que soledad vuela
    desde la húmeda sombra del cliente hasta el oscuro
    pisar del camarero.

    En aquellos cafés fue el milagro del verbo.

    De la putrefacción de los manuales áridos
    vine al tibio rescoldo de los libros benignos,
    oí hervir la pasión de los traviesos inmortales.

    Oh tiempos de fervores explosivos
    bajo blancas gaviotas de vuelo popular
    mensajeras de Mémesis.

    Oh tiempo de los dogmas.

    Contraje toda fiebre y la imposible
    propensión a los mitos,
    pero aprendí la anchura de las blancas cuartillas
    y llené mi bodega de guernicas,
    pasolinis, oteros, centraminas
    y ediciones en lenguas extranjeras.

    En aquellos cafés fluía el nerudiano
    estrepitando la tertulia.
    Entre los remolinos flotaban Amazonas
    y sindicatos
    y desde el libro del antólogo, aquel tomo
    de recio cartonaje que impugnaba
    cuatro lustros de sombra,
    los más recios poetas
    despabilaban faros protectores.

    En aquellos cafés habité entre nosotros
    y acumulé preciosas mercancías.
    En aquellos cafés quise aprender, ingenuo, los conjuros
    para salvar la vida de la literatura
    y la literatura de la vida.

    Pedro Casas Serra
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    José María Merino (1941- Empty Re: José María Merino (1941-

    Mensaje por Pedro Casas Serra Sáb 08 Jun 2024, 07:16

    .


    OS LO JURO, FUE FÁCIL...

    Os lo juro, fue fácil
    llegar a Babilonia,
    pero difícil reconocerla.

    Yo había creído en mis cándidas noches
    que Babilonia era una fiesta,
    que cuando se pisaban los andenes de Austerlitz
    las gracias carnalísimas, dejando
    los cálidos museos,
    os esperaban sonrientes.

    Para algunos fue cierto, pero a mí
    no me esperaba nadie, ni siquiera
    alguna anciana ninfa
    y Babilonia era gris. Yo viviría
    en la Villette, entre los tenderetes
    de los moros humildes
    que venden mandilones y alcachofas,
    allí en los aledaños de los turbios canales,
    defraudando el afecto de anfitriones obreros.

    Por la urbe deambulé solicitando
    herácleas labores que no me encomendaron.
    Conocí los selectos
    programas dobles de la Cinemateca,
    Pudovkines mohosos y todos los harapos
    con que el expresionismo cubría el esqueleto.
    Bajé luego a los muelles
    en frenética busca del libro en que estaría
    escrito mi destino,
    y por fin descansé en las sórdidas salas
    del cine genital,
    bajo la sombra de San Dionisio, allí
    donde se hablaba el castellano cachondo,
    el castellano
    que se despierta y salta entre las tetas
    más sobadas del viejo continente.

    Me perdí muchas veces,
    como en la selva viva, en el zoológico.
    O pasajero de subterráneos
    temía que la próxima estación fuese la misma.

    Fueron allí mis prójimos
    las chicas del menaje, las que han ido
    desde mi tierra a los desconocidos fregaderos
    entre el pingajo sucio
    del último cliché,
    apenas comprendiendo el dorso
    de las postales.

    Transeúnte solitario
    volaban sobre mí palomas ciegas
    y me escogía la lluvia para mearme encima
    toda su xenofobia.

    Pero allí fui consciente de mis penas mezqu9inas,
    allí me hice 'promesa de ser fiel para siempre
    a todo mestizaje,
    allí por fin me sumergí en los densos
    mares del abandono.

    Pero así como toda partida
    está llena de azar,
    la vuelta fue instantánea: y pronunciado
    el mágico conjuro Quiero volver a casa,
    me encontré en la inmutable galería nacional
    y canturreó el televisor los himnos del regreso.



    (ÓRDENES)

    Durante las tormentas
    nos llevaba mi abuela al cuarto más oscuro
    y conjuraba los relámpagos con viejas oraciones,
    primitivos hechizos.

    Lloraba la lluvia sobre los pinares
    haciendo relumbrar los helechos austeros,
    los plácidos laureles; y llegaba
    hasta la oscuridad, para ungirnos
    con su látigo antiguo,
    el aroma fraterno de la tierra mojada.

    Todavía en las tormentas
    yo siento junto a mí su tutelar presencia
    musitando plegarias que me salvan.



    (VILLAMAÑÁN)

    Os hablaré de una batalla.

    Unos contra otros en ardoroso ataque de racimos,
    se escurre de las manos
    aquella sangre gorda, salpicando
    tibios borrones en las ropas
    sacramentales, remendadas.

    Nadie fue derrotado ni hubo heridos. Era
    el día primero de vendimia.
    Subía el olor del mosto
    sobre los tiernos senos de las mozas hasta el trono
    de Dioniso reidor

    y entre el dorado atardecer volvíamos,
    rebosantes los cuévanos, teñidos
    de roja gloria,

    cicatrizados y cantando como héroes.



    EN MI FABRICACIÓN FUE NECESARIA TODA CLASE...

    En mi fabricación fue necesaria toda clase
    de menudillos.
    Corazones intrépidos, hígados de gente agria,
    mollejas de beata.

    Y todos los despojos
    se adaptaron a mí:
    cerebros trasplantados
    de su piamadre al nicho de mi cráneo,
    retales de testículo, madejas de intestino
    y pegajosos globos oculares
    con veladuras ácidas, brillos enamorados.

    Ungidas de untos ancestrales
    otras pieles ajenas me cubrieron
    tras minuciosa, mágica costura.
    Pellejos con aroma de caricia,
    de matadura, de pellizco.

    Quién podría
    enumerar las manos desguazadas
    para hacer estas mías.

    Pero ya todo preparado, me vendaron
    con placentaria solemnidad
    y cayó sobre mi vida como un rayo
    haciéndome nacer, incorporándome,
    echándome a la huida,

    entre los otros, los que me persiguen, a los que persigo
    en la neblina de los bosques, junto al bloanco
    rescoldo de las cunas y las lápidas,

    como yo, como todos, construidos
    también con trozos de otros hombres idos.

    Pedro Casas Serra
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    José María Merino (1941- Empty Re: José María Merino (1941-

    Mensaje por Pedro Casas Serra Sáb 08 Jun 2024, 07:36

    .


    NO ME ESPERABA NADIE EN EL PASO DE BORGO...

    No me esperaba nadie en el Paso de Borgo:
    ni el negro carruaje
    ni un lobo de pupilas llameantes.
    Yo pensé «estoy salvado, acaso el Conde
    ha olvidado la cita».
    Fue la noche de San Juan y casi por compromiso,
    la noche de San Jorge, la noche
    sin agujeros de Santa Gualpurga
    y nadie me esperaba bajo los nubarrones.
    «Sin duda ha sido un triunfo del espíritu.
    Por tanto, debo ahora
    encontrar los caminos que llevan a Bucovina
    lejana y sola,
    andar y andar los caminos
    en esta fría noche del cárpato inclemente,
    seguir los senderos, porque todos
    me llevarán al día».
    De esta manera razoné, y es cierto
    que fui cantando unos kilómetros.
    Pero se ha alzado súbita
    la sombra entre la jara, y extiende
    un ademán alado en el anochecer.
    Alguien está ahí, alguien se acerca.
    Un desconcierto ansioso desorienta mis manos.
    Cómo encontrar el rosario de mi primera comunión,
    la pata de conejo, el diente de ajo,
    la cantimplora de agua de Lourdes.
    Después de tan largo viaje lo he perdido ya todo
    y estoy aquí parado entre el trueno y la sombra
    que llega a mí y despliega sus dedos afilados,
    en el Paso de Borgo, en el pasillo
    que enlaza la cocina con mi alcoba,
    esta noche de marzo,
    mientras aúllan los televisores
    y la sombra se clava en mi garganta y chupa
    concupiscente, muda, apasionada,
    la poca sangre humana que me queda.



    EN LA INFANCIA, TODO ERA IMPRESCINDIBLE...

    En la infancia, todo era imprescindible
    para sobrevivir:
    el dios ubicuo y las inmaculadas,
    la sonrisa paterna ante el conocimiento
    de la mitología y los estrechos,
    las congojas maternas durante las anginas y los ganglios.
    (Creíamos posible completar
    los álbumes de cromos.)

    Dies años después,
    el botiquín había disminuido.
    Para sobrevivir sólo era imprescindible
    exaltación y contrapirineo.
    Decíamos el responso de este mundo
    invocando la Horda que inauguró la especie.
    Esperábamos la primavera
    para echar migas a los hambrientos.
    (Soñábamos que un arcángel nos traería
    constitución y besos.)

    Y los años siguieron pasando:
    nos amansó costumbre de cautela.
    Cada noche escrutamos el horóscopo
    y tememos que ese aleteo en el patio
    es algo más que un pájaro noctívago.
    Sospechamos ahora que lo imprescindible para sobrevivir
    es que nos dejen.
    (Sin duda envejecemos y la Horda solamente desfila
    en las nostalgias conmemorativas.)



    ALGUIEN ABRE LA SÉPTIMA BOTELLA...

    Alguien abre la séptima botella
    y los músicos tocan otra vez: ahora
    suenan como tormenta campesina, nubes
    oscuras en la tarde, tañe
    sobre los prados el granizo,
    fulgurará un relámpago
    súbito entre los árboles.

    Pero aún no ha terminado la trompeta
    y se derrumba una estrella en el recinto
    sobresaltando los licores, subvirtiendo
    la paz de los reunidos, que adivinan
    insoslayable sed bajo la o0sxcuridad y los sollozos
    de la canción, en el terror
    de que la fiesta acabará enseguida.

    Porque es breve la presencia de los oyentes, breve
    la de los intérpretes, breve
    el tiempo de los vivos.



    ADIÓS MUCHACHOS, YA ME VOY...

    Adiós muchachos, ya me voy,
    no he de volver al barrio que dejé.
    Caminaré los lúgubres caminos
    solo y a pie.
    Y serán mi sustento mendrugos del olvido
    crepusculares brumas y tristezas en flor,
    mientras pasa la noche y el minutero mueve
    la pesadilla de su lenta traición.

    Adiós muchachos, ya me voy,
    lo que no tuve nunca nadie me ha de quitar.
    Perfilaré de nuevo mi oscura melopea
    y al evocar mi sino
    de burgués vespertino
    se dormirá en mis manos una gardenia ajada
    y una corbata mustia y un pálpito temblón.

    Si he sido explorador de calendarios
    no fue por regodearme con su despojo atroz,
    sino por traer la luz de mis hogueras viejas
    para alumbrar estos paisajes de hoy,
    todo el calor de las antiguas brasas
    para caldear mi habitación.

    Yo no busco en mi historia otra cosa que muecas
    para probar mi identidad.
    Así cada pedazo ya mohoso
    se ajusta poco a poco a mi borrosa faz.
    Allí donde reposa informe bulto
    voy perfilando un rostro, un fantasmón.
    Ordeno en las maletas bibelotes
    que el tiempo trituró.

    Y aunque todas las noches preparo el holocausto
    trémulo de dolores incendiarios,
    al cabo apago mi ferrvor, conservo
    para otra noche los recuerdos, ando
    un paso más en el planeta páramo.

    Adiós muchachos, ya me voy,
    lego a todos mis húmedas malezas
    y las cartas marchitas que en tantas lecturas
    me dicen las mismas mentiras que ayer.

    De mi corazón quedan alientos plañideros.
    A la salida de alguna estrofa
    se oye una nena pidiendo pan.
    Y con este vaivén de lo deseado
    a lo vivido, con este bamboleo,
    solloza mi poesía con aire charlatán.

    Pero sólo en la ruta de mi destino
    mejor el planto que el rebuzno.
    Mejor sentir que en la hoguera de algún verso
    se quemará mi sangre cualquier día.


    JOSÉ MARÍA MERINO, Cumpleaños lejos de casa, Poesía reunida, Seix Barral, 2006.


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