—¡Bueno, es que de este tema no acostumbro hablar con nadie y me causa rubor referirme a él de cualquier modo! —replica un tanto ofendida.— Además, —se queja— no comprendo por qué al hecho de hacer el amor siempre tienes que designarlo con expresiones ordinarias.
—¡Vaya —le suelto— veo que también tú, como casi todos, confunde hacer con sentir! Hacer el amor es un eufemismo carente de contenido. El amor es imposible hacerlo, porque no entra dentro de las facultades del ser humano fabricar o construir el cariño que inspira el niño, el éxtasis que causa escuchar una melodía o la admiración que despierta una obra de arte. ¡Amor, lo sientes o no lo sientes!, pero nadie aun ha sido capaz de inventar fórmula, filtro o elixir que por su sola aplicación estimule y fomente en el ente recipiendario ese efluvio maravilloso y sorprendente que supedita y encadena la voluntad del que ama al ser amado. Además de la acción de sentir, sentimiento indica la impresión y movimiento que causa en el ánimo todo lo espiritual; mientras que hacer, en su acepción más amplia, significa ejecutar, realizar.
El estilo académico y didáctico que empleo, ajeno por completo al tono coloquial que según mi criterio debe presidir la conversación entre amigos, me tiene confundido y no atino a comprender porque Paquita no interrumpe llamándome engreído y pedante, ¡está en su derecho! Tal vez lo impida su buena educación; lo grave del caso es que soy consciente de este defecto, y sin embargo, no atino a superarlo cuando me embriaga el inefable placer de hablar, es superior a mi voluntad. Con propósito de enmienda me ciño al lenguaje más en consonancia con nuestra relación presente.
—Pene y vulva en activo contubernio —le arguyo, empleando un tono desenfadado— normalmente conduce a una sensación placentera de orgasmo y goce, que es el resultado a que se llega con la alquimia de esa promiscuidad. ¡Amor, es cosa distinta! Es el espontáneo sentimiento que activa y mueve al alma al nirvana de la excelsa felicidad, en el que para nada intervine, en activo o en pasivo, acto o acción material que pueda conducirnos a su obtención por el solo impulso de nuestra voluntad. Amor es un soplo y el alma fuego, según dice Bernis, ese fuego que toma todas las formas que le da el soplo, y que se irrita y se amengua según es mas viva o más leve la impresión del aire. Platón argumentaba, que calificaría de hombre vicioso a ese hombre vulgar que ama mas bien el cuerpo que el alma: pues su amor no puede ser duradero, porque se funda en una cosa que no es durable, ya que pasada la flor de la hermosura, se dirige a otra parte, sin acordarse siquiera de sus brillantes discursos, ni de todas sus finas promesas; lo contrario sucede al amante de un alma bella; es fiel toda su vida, porque lo que él ama no pierde las gracias. Recuerdo haber leído en “Medicina de las Pasiones”, de Descuret, una definición que todavía recuerdo de memoria: el amor, en su acepción más lata, es aquél hechizo irresistible que atrae a todos los seres, aquella afinidad secreta que los une, aquella chispa celeste que los perpetúa; y en este sentido todo es amor en la creación.
Debe de ser éste el modo de expresarme, pues a pesar de mis deseos de hacer la charla menos ampulosa, no encuentro la mesura, y como el tema me apasiona, sigo disertando:
—De ahí, que decir hacer el amor, entiendo es valerse de hipérbole para encubrir obscenidad de pensamiento. Esta metonimia no deja de constituir un sarcasmo de gente timorata y constreñida
por el resultado de mendaz educación al tabú de emplear determinadas voces que, por otra parte, al estar presentes en el diccionario de la lengua, no dejan de ser elementos base de nuestro acerbo idiomático y, por tanto, de uso necesario si queremos expresarnos con propiedad. ¡No negarás, Paquita, que resulta más honrado y decoroso llamar las cosas por su nombre, que encubrirlas con circunloquios o sanguarañas! Entiendo es más correcto y apropiado, y hasta más
decente si me apuran, emplear las voces: coito, copular, joder, cardar, cohabitar, aparearse, follar, yacer, coyunda, casquete, fornicar, ayuntamiento, conocer —en lenguaje bíblico—, o como gráficamente lo define Francisco Delicado en la “Lozana andaluza”, llenar la vagina, para designar el acto sexual en que se aparean hombre y mujer, que mancillar, atribuyéndole tan bajo y deleznable contenido, a la palabra amor, cuyo significado encierra y enaltece los mas loables, altruistas y exquisitos sentimientos que el ser humano puede sentir.
Contrito por tan largo y plúmbeo parlamento, acabo:
—Perdona, Paquita, tan ampulosa disertación. En mi descargo debo aducir, que soy consciente enamorado de la palabra amor, de ahí que cualquier alusión que menosprecie esa palabra, como la de emplearla en sustitución de copular o de cualquiera de sus congéneres, me duela en el alma.
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