No hay perdón sin pecado
ni pecado sin pecador,
y para que exista el perdón
se precisa un ofendido
que perdone al ofensor.
Perdón que el corazón
dispensa con ubicuidad,
es un perdón de verdad,
que se otorga sin dudar
al perdonado ofensor,
convencido como estás
de que no volverá a pecar
¿Acaso el perdonado obra igual?
Quién hizo un cesto hace cientos,
nos recuerda cauto el refranero,
y es fácil reincida en su maldad
el que ya incurrió en desafuero.
El pensamiento es libre
sin nada que lo controle,
y es muy fácil, sin quererlo,
vuelva del ofensor la ofensa
y el temor de que se repita,
aunque el corazón se ofenda.
El perdón es para el perdonado
como el golpe para el cristal,
que puedes recomponerlo,
pero jamás quedará igual.
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