Aires de Libertad

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    Pere Gimferrer ( Pedro Gimferrer ) (1945)

    F.Rubio
    F.Rubio


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    Pere Gimferrer ( Pedro Gimferrer ) (1945) Empty Pere Gimferrer ( Pedro Gimferrer ) (1945)

    Mensaje por F.Rubio Mar 08 Dic 2009, 17:33

    El arpa en la cueva

    Ardía el bosque silenciosamente.
    Las nubes del otoño proseguían
    su cacería al fondo de los cielos.
    posesión. Ya no oís la voz del cuco.
    ¿Qué ojo de dragón, qué fuego esférico,
    qué tela roja, tafetán de brujas,
    vela mis ojos? Llovió, y en la hierba
    queda una huella. Mas he aquí que arde
    nítido y muy lejano el bosque en torno,
    un edificio, una pavesa sola,
    una lanza hasta el último horizonte,
    cual tirada a cordel. Nubes. El viento
    no murmura palabras al oído
    ni repite otra historia que ésta: ved
    el castillo y los muros de la noche,
    el zaguán, el reloj, péndulo insomne,
    los cayados, las hachas, las segures;
    ofertas a la sombra, todo cuanto
    abandonan los muertos, el tapiz
    dormido de hojas secas que pisamos
    entrando a guarecemos. Pues llovía
    -se quejaban las hojas- y el cristal
    empañado mostró luego el incendio
    como impostura. ¿Llegarán las lenguas
    y la ira del fuego, quemarán
    desde la base el muerto maderamen,
    abrirán campo raso donde hubo
    cerco de aire y silencio? No es inútil
    hablar ahora del piano, los visillos,
    las jarras de melaza, el bodegón,
    los soldados de plomo entre serrín,
    las llaves de la cómoda, tan grandes,
    como en el tiempo antiguo. No es inútil.
    Pero qué cielo éste del otoño.
    La abubilla que habla a los espíritus,
    la urraca, el búho, la corneja augur,
    el gavilán, huyeron" Ni una sombra
    se interpone entre el lento crepitar
    y el cielo en agonía. Abrid un templo
    para este misterio. Sangre cálida
    dejó tu pecho suave entre mis manos,
    amada mía: un goterón de púrpura
    muy tembloroso y dulce. Como yesca
    llameó la paloma sin quejarse.
    La muerte va vestida de dorado,
    dos serpientes por ojos. Qué silencio.
    Tarda el fuego en llegar al pabellón
    y hay que ir retirándose. Ni un beso
    de despedida. Quedó sólo un guante
    o un antifaz vacío. Cruces, cruces
    para ahuyentar los lobos!
                                      Un guerrero
    trae la armadura agujereada a tiros.
    En sus cuencas vacías hay abejas.
    Lagartos en sus ingles. Las hormigas,
    ah, las hormigas besan por su boca.
    Espadas de la luz, rayos de luna
    sobre mi frente pálida! Un instante
    velando sorprendí a vuestro reflejo
    la danza de Silvano. Ágiles pies,
    muslos de plata piafante. El agua
    lavó esta huella de metal fundido.
    Y un resplandor se acerca. Así ha callado
    el naranjo en la huerta, y el murmullo
    de su brisa no envía el hondo mar.
    Vivir es fácil. Qué invasión, de pronto,
    qué caballos y aves. Tras las nubes
    otras nubes acechan. Descargad
    este fardo de lluvia. ¡Un solo golpe,
    como talando un árbol de raíz!
    Se agradece la lluvia desde el porche
    cuando anochece y ya los fuegos fatuos
    gimen y corretean tras las tapias,
    como buscándonos. Recuerdo que encendías
    un cigarrillo antes de irte. Luego
    el rumor de tus pasos en la grava,
    sobre las hojas secas. Nieve, nieve,
    quema mi rostro, si es que has de venir!
    Se agradece la lluvia en esta noche
    del otoño tardío. Canta el cuco
    entre las ramas verdes. Un incendio,
    un resplandor el bosque nos reserva
    a los que aún dormimos bajo alero
    y tejas, guarecidos de la vida
    por uralita o barro, como si
    no estuvieran entrando ya los duendes
    con un chirrido frágil
    por esta chimenea enmohecida.





    Homenaje a Vicente Aleixandre

    palpitando entre dos senos una llama carmesí.
    Un dragón azul de fuego viene en el viento de abril.
    En las cortinas, mi rostro, como ave herida escondí.
    Olor a brea en los muelles. Llueve. Es hora de partir.

    Sorprendidos en el sol los paisajes de la noche,
    los armarios y las lacas y los dorados tritones,
    la nieve en sus armaduras, las músicas del azogue,
    el mundo que, como sangre, relampaguea y se esconde.

    Para esta helada pupila la cometa del amor.
    Mirad la sobre el jardín. Un halcón muere en el sol.
    Hace frío. Un abanico negro sobre; el tocador.
    Una guirnalda de lirios para el poney de cartón.

    La niebla hiere con guantes de raso nuestra memoria.
    ¿Es sólo un rayo de luna quien a lo lejos solloza?
    Tras la campana del viento, tras el túnel de las rosas,
    en el murmullo del agua y la hierba, alguien nos nombra.

    Un colibrí no muere. La tarde. Las carrozas.

    Pere Gimferrer


    Reseña biográfica de Pere Gimferrer, Poeta Barcelonés

    Poeta, traductor y crítico literario español nacido en Barcelona en 1945.
    Estudió Derecho y Filosofía y Letras en la Universidad de Barcelona.
    A la edad de dieciocho años publicó su primer libro «El mensaje del tetrarca». Su maestría precoz fue reconocida en 1966
    con el Premio Nacional de Poesía por su libro «Arde el mar», constituyéndose en uno de los poetas más importantes
    de su generación. Desde 1970 utiliza exclusivamente el catalán para la poesía, si bien él mismo los ha traducido al castellano
    para ediciones bilingües.
    En 1985 ocupó la vacante dejada por Vicente Aleixandre en la Real Academia Española.
    Obtuvo de nuevo el  Premio Nacional de Literatura en 1989, el Premio de Literatura Catalana, el Premio Ciudad de Barcelona,
    el Premio Cavall Verb de la Asociación de Críticos Españoles y el Premio de la revista Serra d'Or. En 1997 recibió el Premio  
    Nacional de Literatura de la Generalitat de Catalunya, en 1998 el Premio Nacional de las Letras Españolas y en el año 2000
    el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.
    «Marea solar, marea lunar» y «El diamante en el agua», son sus últimos poemarios. :copyright:
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    Pascual Lopez Sanchez
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    Pere Gimferrer ( Pedro Gimferrer ) (1945) Empty Re: Pere Gimferrer ( Pedro Gimferrer ) (1945)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 13 Feb 2021, 14:30

    Yo, que fundé todos mis deseos...

    Yo, que fundé todos mis deseos
    bajo especies de eternidad,
    veo alargarse al sol mi sombra en julio
    sobre el paseo de cristal y plata
    mientras en una bocanada ardiente
    la muerte ocupa un puesto bajo los parasoles.
    Mimbre, bebidas de colores vivos, luces oxigenadas, que chorrean despacio,
    bañando en un oscuro esplendor las espaldas, acariciando
                                                                                    con fulgor de hierro blanco
    unos hombros desnudos, unos ojos eléctricos, la dorada caída
                                                                                        de una mano en el aire sigiloso,
    el resplandor de una cabellera desplomándose entre música suave y luces indirectas,
    todas las sombras de mi juventud, en una usual figuración poética.
    A veces, en las tardes de tormenta, una araña rojiza se posa en los cristales
    y por sus ojos miran fijamente los bosques embrujados.
    ¡Salas de adentro, mágicas
    para los silenciosos guardianes de ébano, felinos y nocturnos como senegaleses,
    cuyos pasos no suenan casi en mi corazón!
    No despertar de noche el sueño plateado de los mirlos.
    Así son estas horas de juventud, pálidas como ondinas o heroínas de ópera,
    tan frágiles que mueren no con vivir, no: sólo con soñar.
    En su vaina de oscuro terciopelo duerme el príncipe.
    Abandonados rizos en la mano se enlazan. Las pestañas caídas
                                                                                  hondamente han velado los ojos
    como una gota de charol y amianto. La tibieza escondida de los muslos
                                                                           desliza su suspiro de halcón agonizante.
    El pecho alienta como un arpa deshojada en invierno;
                                                                    bajo el jersey azul se para suave el corazón.
                                               Ojos que amo, dulces hoces de hierro y fuego,
    rosas de incandescente carnación delicada, fulgores de magnesio
    que sorprendéis mi sombra en los bares nocturnos o saliendo del cine,
    ¡salvad mi corazón en agonía bajo la luz pesada y densa de los focos!
    Como una fina lámina de acero cae la noche.
    Es la hora en que el aire desordena las sillas, agita los cubiertos,
    tintinea en los vasos, quiebra alguno, besa, vuelve, suspira y de pronto
    destroza a un hombre contra la pared, en un sordo chasquido resonante.
    Bésame entre la niebla, mi amor. Se ha puesto fría
    la noche en unas horas. Es un claro de luna borroso y húmedo
    como en una antigua película de amor y espionaje.
    Déjame guardar una estrella de mar entre las manos.
    Qué piel tan delicada rasgarás con tus dientes. Muerte, qué labios,
    qué respiración, qué pecho dulce y mórbido ahogas.

    "La muerte en Beverly Hills" 1968


    _________________
    "LOS DEMÁS TAMBIÉN EXISTIMOS" 


    NETANYAHU ASESINO


     ISRAEL: ¡GENOCIDA! LA HISTORIA HABRÁ DE LLEVARLOS ANTE LA CORTE PENAL INTERNACIONAL POR CONTINUADOS CRÍMMENES DE GUERRA
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    Mensaje por Pedro Casas Serra Vie 17 Mayo 2024, 12:29

    .


    Un poema de Pedro Gimferrer:


    De Extraña fruta (1969):


    DIDO Y ENEAS

    I

    Está bien y es una norma: fuera del paraíso,
    recordando, no a Eliot, sino una traducción de Eliot,
    (nuestra vida como los pocos versos que quedan de T. E. Hulme)
    las naves que conducen a los guerreros difuntos,
    (qué dios, qué héroe bajo los cielos recibirá esta carga),
    la madera calafateada, el chapaleo las oscuras olas,
    avanzando, no hacia un reino ignorado, no hacia el recuerdo o la infancia,
    sino más bien hacia lo conocido. Así vuelve de pronto Milán,
    una noche, a los dieciséis años: luz en la luz, relámpago, rosa y cruz de la aurora (los tranvías, disueltos en el crepúsculo, de oro, de oro - y en mi pecho qué frágiles)
    Dido y Eneas, sólo una máscara de nieve,
    un vaciado en yeso tras el maquillaje escarlata,
    como danzarina etrusca,
    ............................................cálido fox,
    ................................................................oscuro petirrojo,
    la imperial de los ómnibus de Nueva Orleans está pintada de amarillo
    y hay que bailar con un alfiler de oro en la mejilla
    (como cuando se rezan oraciones para conjurar al Ruiseñor y la Rosa
    o al milano en la tarde)

    ......................
    Amor mío, amor mío, dulce espada,
    las llamas invadieron las torres de Cartago y sus jardines,
    qué concierto en la nieve para piano
    qué concierto en la nieve.

    II

    Y aún nos es posible cierta aspiración al equilibrio,
    la pureza de líneas, el trazado de un diseño,
    el olvido de la retórica de lo explícito por la retórica de las alusiones,
    los recursos del arte (la piedra presiente la forma),
    el recuerdo de una tarde de amor o un rezo en la capilla del colegio,
    la vidriera teñía los rostros de un esplendor violeta,
    naufragaban en la claridad submarina las hebillas de oro de los caballeros,
    todo en escorzo, la luz amarilla chorreando en las botas y los cintos,
    las cabezas estáticas, vueltas al cielo raso, porcelana de la tarde,
    la quilla, los velámenes,
    (qué costas y escolleras),
    las islas, timonel,
    en el viento nos llegan los cabellos de una sirena, las arenas doradas,
    historias de hombres ahogados en el mar.
    ¿qué costas? ¿Qué legiones?

    PERE GIMFERRER, Joven poesía española, Cátedra, 1993.

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Sáb 13 Jul 2024, 04:34

    .


    Otros poemas de Pere Gimferrer:


    ODA A VENECIA ANTE EL MAR DE LOS TEATROS

    Las copas falsas, el veneno y la calavera de los teatros.
    GARCÍA LORCA

    Tiene el mar su mecánica como el amor sus símbolos.
    Con qué trajín se alza una cortina roja
    o en esta embocadura de escenario vacío
    suena un rumor de estatuas, hojas de lirio, alfanjes,
    palomas que descienden y suavemente pósanse.
    Componer con chalinas un ajedrez verdoso.
    El moho en mi mejilla recuerda el tiempo ido
    y una gota de plomo hierve en mi corazón.
    Llevé la mano al pecho, y el reloj corrobora
    la razón de las nubes y su velamen yerto.
    Asciende una marea, rosas equilibristas
    sobre el arco voltaico de la noche en Venecia
    aquel año de mi adolescencia perdida,
    mármol en la Dogana como observaba Pound
    y la masa de un féretro en los densos canales.
    Id más allá, muy lejos aún, hondo en la noche,
    sobre el tapiz del Dux, sombras entretejidas,
    príncipes o nereidas que el tiempo destruyó.
    Qué pureza un desnudo o adolescente muerto
    en las inmensas salas del recuerdo en penumbra.
    ¿Estuve aquí? ¿Habré de creer que éste he sido
    y éste fue el sufrimiento que punzaba mi piel?
    Qué frágil era entonces, y por qué. ¿Es más verdad,
    copos que os diferís en el parque nevado,
    el que hoy acoge así vuestro amor en el rostro
    o aquél que allá en Venecia de belleza murió?
    Las piedras vivas hablan de un recuerdo presente.
    Como la vena insiste sus conductos de sangre,
    va, viene y se remonta nuevamente al planeta
    y así la vida expande en batán silencioso,
    el pasado se afirma en mí a esta hora incierta.
    Tanto he escrito, y entonces tanto escribí. No sé
    si valía la pena o la vale. Tú, por quien
    es más cierta mi vida, y vosotros, que oís
    en mi verso otra esfera, sabréis su signo o arte.
    Dilo, pues, o decidlo, y dulcemente acaso
    mintáis a mi tristeza. Noche, noche en Venecia
    va para cinco años, ¿cómo tan lejos? Soy
    el que fui entonces, sé tensarme y ser herido
    por la pura belleza como entonces, violín
    que parte en dos el aire de una noche de estío
    cuando el mundo no puede soportar su ansiedad
    de ser bello. Lloraba yo, acodado al balcón
    como en un mal poema romántico, y el aire
    promovía disturbios de humo azul y alcanfor.
    Bogaba en las alcobas, bajo el granito húmedo,
    un arcángel o sauce o cisne o corcel de llama
    que las potencias últimas enviaban a mi sueño.
    ...........................................................Lloré, lloré, lloré.
    ¿Y cómo pudo ser tan hermoso y tan triste?
    Agua y frío rubí, transparencia diabólica
    grababan en mi carne un tatuaje de luz.
    Helada noche, ardiente noche, noche mía
    como si hoy la viviera! Es doloroso y dulce
    haber dejado atrás la Venecia en que todos
    para nuestro castigo fuimos adolescentes
    y perseguirnos hoy por las salas vacías
    en ronda de jinetes que disuelve un espejo
    negando, con su doble, la realidad de este poema.



    LLEVAN UNA ROSA EN EL PECHO LOS ENAMORADOS...

    Llevan una rosa en el pecho los enamorados y suelen besarse entre un rumor de girasoles y de hélices.

    Hay pétalos de rosa abandonados por el viento en los pasillos de las clínicas.

    Los escolares hunden sus plumillas entre uña y carne y oprimen suavemente hasta que la sangre empieza a brotar.
    Algunos aparecen muertos bajo los últimos pupitres.

    Estaré enamorado hasta la muerte y temblarán mis manos al coger tus manos y temblará mi voz cuando te acerques y te miraré a los ojos como si llorara.

    Los camareros conocen a estos clientes que piden una ficha en la madrugada y hacen llamadas inútiles, cuelgan        luego, piden una ginebra, procuran sonreír, están pensando en su vida. A estas horas la noche es un pájaro azul.

    Empieza a hacer frío y las muchachas rubias se miran temblando en los escaparates. Un chorrear de estrellas silencioso se extingue.

    Luces en un cristal espejeante copian el esplendor lóbrego de la primavera, sus sombrías llamaradas azules, sus flores de azufre y de cal viva, el grito de los ánades llamando desde el país de los muertos.



    EN LAS CABINAS TELEFÓNICAS...

    En las cabinas telefónicas
    hay misteriosas inscripciones dibujadas con lápiz de labios.
    Son las últimas palabras de las dulces muchachas rubias
    que con el escote ensangrentado se refugian allí para morir.
    Última noche bajo el pálido neón, último día bajo el sol alucinante,
    calles recién regadas con magnolias, faros amarillentos de los coches
    patrulla en el amanecer.
    Te esperaré a la una y media, cuando salgas del cine
    —y a esa hora está muerta en el Depósito aquella cuyo cuerpo era un ramo de orquídeas.
    Herida en los tiroteos nocturnos, acorralada en las esquinas por los reflectores, abofeteada en los night-clubs,
    mi verdadero y dulce amor llora en mis brazos.
    Una última claridad, la más delgada y nítida,
    parece deslizarse desde los locales cerrados,
    esta luz que detiene a los transeúntes
    y les habla suavemente de la infancia.
    Músicas de otro tiempo, canción al compás de cuyas viejas notas conocimos una noche a Ava Gardner,
    muchacha envuelta en un impermeable claro que besamos una vez en el ascensor, a oscuras entre dos pisos, y tenía los ojos muy azules, y hablaba siempre en voz muy baja —se llamaba Nelly.
    Cierra los ojos y escucha el canto de las sirenas en la noche plateada de anuncios luminosos.
    La noche tiene cálidas avenidas azules.
    Sombras abrazan sombras en piscinas y bares.
    En el oscuro cielo combatían los astros
    cuando murió de amor,
    ............................................y era como si oliera muy despacio un perfume.



    ARDE EL MAR

    Oh ser un capitán de quince años
    viejo lobo marino las velas desplegadas
    las sirenas de los puertos y el hollín y el silencio en las barcazas
    las pipas humeantes de los armadores pintados al óleo
    las huelgas de los cargadores las grúas paradas ante el cielo de zinc
    los tiroteos nocturnos en la dársena fogonazos un cuerpo en las aguas con sordo estampido
    el humo en los cafetines
    Dick Tracy los cristales empañados la música zíngara
    los relatos de pulpos serpientes y ballenas
    de oro enterrado y de filibusteros
    Un mascarón de proa el viejo dios Neptuno
    Una dama en las Antillas ríe y agita el abanico de nácar bajo los cocoteros



    HOMENAJE A ROBERT LOUIS STEVENSON

    Vieja casaca azul de botones dorados
    Con un ojo de vidrio me miraba el corsario
    Los fuegos de san Telmo en la noche polar
    Pon pancartas azules ISLA TORTUGA EN VENTA
    No llegarán más naves a Puerto Providencia
    Me falla el corazón y no puedo soñar.

    Arriad las banderolas del buque desguazado
    A la pantera herida matadla a culatazos
    Se desmaya en mis ojos un lento bergantín
    Luz distantes bahías enterrados tesoros
    mi destino en las olas mi sangre en los escollos
    Qué batallas campales No no quiero morir

    El cuadrante solar divide el planisferio
    El mediodía azul puntúa el firmamento
    Todo esto no sirve más que para llorar
    Los escualos de nieve en su imperial silencio
    han llegado a las puertas tenebrosas del reino
    y el chambelán mayor les ha abierto el portal

    La sangre los reclama oh verdugos sonámbulos
    bajos gasas azules en luz encapuchados
    Si la muñeca llora clavadle un alfiler
    Aquí está el corazon lo he marcado en el mapa
    Os doy mi vida a cambio de un pendiente de plata
    Es hermosa la isla cuando va a atardecer


    PERE GIMFERRER, Nueve novísimos poetas españoles, Península, 2001.


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