Graciela y Alicia iniciaron juntas los estudios primarios y así continuaron hasta que ambas acudieron a la facultad, Alicia para seguir la carrera de Derecho, mientras Graciela se decidió por la de medicina.
Desde niñas fueron amigas inseparables, de forma que quienes las trataban no se imaginaban a la una sin la compañía de la otra. Entre ellas no existía secretos, y hasta los pensamientos más íntimos y personales eran motivo de confidencia.
Mientras estudiaban su respectiva carrera, acordaron reunirse bien en la casa de una o de la otra para estudiar, y de ese modo siempre había un momento para charlar de sus cosas. Pero cuando ya con su título universitario a cuestas, cada una se dedicó a su quehacer profesional, entonces ambas se vieron sujetas a una jornada laboral que apenas les quedaba tiempo para sus atenciones personales, de modo que para mantener su inveterada amistad acordaron reunirse el primer sábado de cada mes para cenar y estar juntas.
Alicia era una muchacha dicharachera, graciosa, siempre dispuesta a divertirse, y sin que para nada le inmutara la presencia de los hombres, con los cuales se manifestaba abierta y hasta cabría decir bastante coquetuela. Por el contrario, Graciela era la antítesis: seria, reservada, incapaz de una broma, siempre atenta y educada con todo el mundo, pero sin dar pie para la más leve confianza, de modo que todos la trataban con gran respeto y consideración, gozando de merecida fama de persona formal y seria.
Ahora bien, en lo físico, tanto Graciela como Alicia, eran dos verdaderos monumentos vivientes, destacando de tal modo su belleza tanto cuando iban juntas como por separado, que no había ser humano al que les pasaran desapercibidas.
Por ese cúmulo de casualidades que nos brinda el azar, Alicia y Graciela se encontraron en unos grandes almacenes en donde habían ido de compras. Pero Graciela no iba sola, le acompañaba Ricardo, un compañero de profesión que prestaba servicio con ella en el propio hospital y del cual le había hablado más de una vez a Alicia, ensalzando sus gracias personales y hasta ponderando su prestigio profesional, denotando en el interés que ponía al ensalzarlo, que algo más que admiración fomentaba en su interior, aunque a la pregunta que le formulaba Alicia de si estaba enamorada, Graciela siempre le contestó que no lo sabía, pues ahondando en sus sentimientos nunca pudo calibrar en que consistía estar enamorada, aunque sí que podía afirmar el hecho de que sin venir a cuento la imagen de él se le aparecía en su pensamiento en múltiples ocasiones.
Cuando acabaron las compras, Ricardo las invitó en el bar que se halla en la terraza del establecimiento, desde donde se divisa una hermosa panorámica de la ciudad. Alicia se encontraba a sus anchas con el galán tan alabado por Graciela y hasta esgrimiendo su consustancial coquetería le retó a que fuera a buscarla a su despacho para consultarle sobre determinado caso penal que llevaba entre manos, en el que precisaba de asesoramiento médico para su calificación.
Las amigas siguieron reuniéndose el primer sábado de cada mes. Fue en la segunda reunión, cuando a mitad de la cena, Graciela sin a penas darle importancia le dijo a Alicia:
-Sabes aquél amigo que te presenté, Ricardo, en un examen rutinario se ha descubierto que desde hace casi un año es portador del SIDA.
Alicia, que masticaba el bocado que tenía en la boca, del sobresalto arrojó sobre el suelo todo lo que estaba comiendo, quedando lívida como un cadáver.
Graciela, sin inmutarse, le pregunta:
-¿Qué te ocurre, para sobresaltarte de esta forma?
-Es que me he acostado varias veces con él, sin tomar otra prevención que la píldora.
-Ya lo sabía, él mismo me lo ha dicho. Lo que me extrañó es que tú no me dijeras nada. Sobre todo conociendo el interés que sabías yo sentía por él. Me pregunto, después de haber leído 'Malas' de Carmen Alborch, si será verdad que no cabe la amistad entre mujeres cuando se trata de hombres.
-Perdóname, Graciela. Cuando Ricardo me propuso ir a la cama, recordé tus palabras de que no sabías si estabas enamorada de él, y me convencí de que no lo estabas, pues eso, sin ser médico, se descubre a la legua.
-Bueno, Alicia, te perdono y olvidemos el incidente. Ah, y Ricardo goza de una salud envidiable. De forme que duerme tranquila.
(Esta historia real, que conozco de primera mano, se la brindo con gusto a Carmen Alborch, para cuando escriba una segunda parte de 'Malas' pueda corroborar una vez más sus teorías sobre el comportamiento de la mujer para sus congéneres)
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