Bachelard indica en El agua y los sueños que el agua y la imaginación se expresan en distintas voces y el escritor elige entre ellas la que, de acuerdo con su fluidez, se adecua mejor a una necesidad particular de poetizar el mundo. Destaca el ensayista francés que, si bien existen aguas femeninas (compuestas, profundas, primaverales, entre otras), ya a nivel de ritmo, intensidad y sonido, priman “la voz del arroyo que balbucea y la voz de cascada estrepitosa” (2003, p. 290). La primera le habla con suavidad al lector, la segunda con tono fuerte, vertiginoso y vehemente. La voz del arroyo (balbuceante como los astros que juegan en el regazo del mar y el cielo, profundamente sutil, evocadora y casi onírica) es la que está presente al inicio de “El barco negrero, tragedia en el mar”, en tanto la intención del poeta es insinuar, como lo hacían particularmente los románticos alemanes, que hay una aspiración de absoluto en el hombre, de ser uno con su entorno, de superar dicotomías, miedos y prejuicios para fundir su espíritu con el mundo y los hombres. No en vano el poeta brasileño invoca a su Dios en el pasmo religioso que atrapa sus sentidos: “Dios mío, qué sublime canto ardiente / entre las olas me conmueve” (Castro Alves, 1984, p. 73). Se trata acá de la religiosidad del arte, de una aspiración de absoluto que, en palabras de Hölderlin, invita a “unirnos con la naturaleza, con un Uno e infinito Todo, ésta es la meta de cualquiera de nuestros esfuerzos (…) Humanidad y naturaleza se unificarán en una única divinidad que lo abarcará todo” (Citado por Juanes, 2003, p. 158). Lo anterior conllevaría entonces a que el artista romántico, al sentirse uno con los otros y el universo, tendría que sufrir también como propios los sufrimientos ajenos. Precisamente, por esa convicción de ser uno con la naturaleza, y de que las heridas del otro también duelen en la carne propia es que estrofas después cobrará sentido en el poema de Castro Alves el paso de la voz arroyo a la voz cascada (colérica y rabiosa). El poeta habrá de indignarse por el destino trágico de los negros africanos, a quienes se les ha mutilado la libertad y su sentido de ser uno con su tierra-madre-casa. En todo caso, ese tránsito en el poema nunca es brusco, pues la astucia del poeta ha sido llevar al lector, gradualmente, por distintas estaciones espirituales y estéticas. De hecho, tras la primera estación (juego-inocencia) y la segunda (contemplación y culto) la siguiente está configurada por los ámbitos de la interrogación y la digresión, ligada a la aparición en escena de una embarcación que, por el horror que lleva a bordo, quisiera escapar de la palabra que nombra:
Por qué huyes así barco ligero?
¿Por qué huyes del pálido poeta?
¡Oh quién me diera acompañar tu estela
que semeja en el mar loco cometa!
Albatros tú, monarca del océano,
que duermes de las nubes en sus galas,
sacia mis plumas, leviatán del aire,
dándome el viento, albatros, de tus alas (Castro Alves, 1984, p. 73).
continuará
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