No quiero más amor de ese que es incapaz de contenerse y como el vino espumoso desborda
de su vaso, volcándose y perdiéndose sin objeto.
Que tu amor sea puro y fresco como la lluvia mañanera, que es bendición para la tierra
sedienta y hace desbordar, las tinajas del hogar.
Que tu amor penetre hasta el fondo, calándola, a la vida. Que se derrame cual invisible savia,
prolongándose por las ramas del árbol de la vida, haciendo brotar las flores y los frutos.
¡Dame, dame de, ese amor tranquilo y fuerte, que penetra en el corazón y lo, satura de paz.
El sol se había ocultado en la maraña de la selva, por encuna del río. Los niños de la ermita
estaban de regreso con los rebaños, y, alrededor del hogar, escuchaban a Gautama, el
maestro. En eso, llegó un pequeño desconocido, cargando una brazada de flores y frutos, y le
saludó, haciendo una profunda reverencia a la vez que, con voz alada, decía: "Maestro
Gautama, vengo para que me guíes por el sendero de la ver- dad. Mi nombre. Mi nombre es
Satiakama ".
"¡Bendita seas!", dijo Gautama, y, luego le preguntó: "¿De qué casta eres, hijo mío? Bien
sabes que únicamente un bramín puede aspirar a la sabiduría suprema... ".
"Lo ignoro, maestro... Pero he de preguntarlo a mi madre".
Satiakama se despidió, y cruzando el río por el vado, regresó a la choza materna que se
hallaba más allá de la aldea dormida, en la extremidad de un arenal.
La madre lo aguardaba en pie, y su silueta se recortaba en sombra ante la puerta de la
habitación débilmente iluminada.
Cuando llegó, lo estrechó contra su cuerpo, y, besándole en la frente, le preguntó qué le había
dicho el Maestro Gautama.
El niño preguntó: "¿Qué nombre tiene mi padre?... Porque el Gautama dice que sólo un
bramín tiene derecho a la suprema sabiduría".
Bajando humildemente los párpado con dulzura, la madre repuso: "Cuando joven, hijo mío,
yo era muy pobre y tus muchos amos. Únicamente puedo decir te que llegaste al mundo en
los brazo de Jabala, tu madre, que no tuvo marido..."
Los rayos del sol matinal ardían y en la copa de las árboles de la ermita Los niños, recién
salidos de la ablución, de la mañana, tenían mojadas las revueltas cabelleras. Y, bajo un árbol
frondoso, estaban sentados alrededor, del Maestro.
Al llegar, Satiakama hízole una pro funda reverencia, y, silencioso, permaneció en pie.
"¿Sabes a qué casta perteneces?" le preguntó el Maestro.
Satiakama respondió: '" Señor, lo ignoro. Mi madre me ha dicho: "Yo era pobre y tuve
muchos amos... Tú llegas te al mundo en los brazos de Jabala, tu madre, que no tuvo
marido"...
Fue entonces, cuando, bajo la ramazón el árbol, se escuchó un rumor iracundo como de
abejas hostigadas en la colme. a. Eran los estudiantes que, entre dientes, censuraban la osadía
del niño sin madre,
Mas Gautama, el Maestro, incorporándose, tomó al niño y lo estrechó contra su pecho, a la
vez que le decía: "Satiakama, hijo mío, tú eres el mejor de los bramines, puesto que has
recibido la mejor de las herencias, la de la verdad.
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