Raymond Carver(1938-1988)
Raymond Carver nació el 25 de mayo de 1938 en Clatskanie, Oregón (Estados Unidos) en el seno de una familia humilde. Su madre Ella Beatrice trabajaba ocasionalmente como camarera y su padre Clevie Raymond se ocupaba en un aserradero como leñador y pasaba su tiempo libre consumido en alcohol. Raymond seguiría los pasos de su padre en cuanto al abuso de la bebida.
En el año 1941 la familia Carver se trasladó a vivir a Yakima, en Washington. Después de terminar sus estudios en el instituto, a los diecinueve años Carver contrajo matrimonio con su novia embarazada Maryann Burk, con la que volvió a tener un segundo hijo pocos años después de su boda. La pareja se mudó a California, residiendo desde 1958 en diversas localidades como Paradise, Eureka, Arcata, Palo Alto, Sunnyvale, Ben Lomond o Cupertino.
Tras realizar con la enseñanza de John Gardner un curso de escritura creativa en la Chico State University, Carver comenzó a escribir poesía y relatos cortos. Su primer relato se tituló “Pastoral”, mientras que su primer poema fue “El Aro De Bronce”, ambos aparecidos en diversas publicaciones. El primero en la “Western Humanities Review” y el segundo en “Targets”.
Al mismo tiempo que estudiaba y para sustentar a su prole el escritor trabajó en diversos oficios. Estuvo, al igual que su progenitor, en un aserradero, y, entre otras labores, se ocupó como vendedor de productos farmacéuticos o como editor. Por su parte su esposa Maryann traía dinero a casa ejerciendo de camarera o vendedora.
Raymond acudió también a la Humboldt State College y al Iowa Writer’s Workshop. En su período en Humboldt escribió una obra teatral llamada “Carnations” (1962).
Su relato “¿Quieres Hacer El Favor De Estarte Quieto, Por Favor?”, escrito en 1967, fue incluido en “Las Mejores Historias Cortas Americanas”.
Carver, alcohólico impenitente desde finales de la década de los 60, publicó su primer libro de relatos a comienzos de los años 70, “Ponte En Mi Lugar” (1974).
El estilo de Carver se sitúa en el realismo sucio, con un estilo minimalista y una perspectiva irónica y melancólica sobre historias y personajes cotidianos.
Después de “Ponte En Mi Lugar” aparecieron otros libros de relatos como “¿Quieres Hacer El Favor De Estarte Quieto, Por Favor?” (1976), “De Qué Hablamos Cuando Hablamos De Amor” (1981), “Catedral” (1983), “Desde Donde Llamo” (1988), “Tres Rosas Amarillas” (1988) y “Si Me Necesitas, Llámame” (2001).
En su faceta de poeta escribió títulos como “Cerca De Klamath” (1968), “Insomnio Invernal” (1970), “El Salmón Se Mueve De Noche” (1976), “Bajo Una Luz Marina” (1986) y “Un Sendero Nuevo a La Cascada” (1989).
Tras ser hospitalizado en 1976 por su adicción al alcohol, Raymond consiguió rehabilitarse en Alcohólicos Anónimos un año después.
En 1979 Carver, todavía casado con Maryann, inició una relación sentimental con la escritora y profesora universitaria Tess Gallagher. En ese período, concretamente entre 1980 y 1983, Raymond ejerció la docencia en la Universidad de Siracusa. Previamente había sido profesor en varias universidades californianas.
La pareja se casó en 1988, no sin antes divorciarse Carver de su primera esposa en 1982.
El escritor de Oregón murió de cáncer de pulmón en Port Angeles, Washington, el 2 de agosto de 1988. Tenía 50 años.
POEMAS
1.- De “Un Sendero Nuevo a La Cascada” (1989).
TERMÓPILAS
De vuelta al hotel, al contemplar cómo se suelta y cepilla
su pelo castaño frente a la ventana, perdida en sus propios
pensamientos, con la mirada en otra parte, por algún motivo
me acuerdo de aquellos lacedemonios sobre los que escribió Herodoto,
cuyo deber era defender las Puertas ante el ejército persa.
Y las defendieron. Durante cuatro días. Antes, sin embargo,
ante la incredulidad del propio Jerjes, los soldado griegos
se sentaron despreocupadamente por fuera del muro
de troncos cortados, las armas apiladas,
peinando y repeinando sus largos cabellos, como si se tratara
simplemente de otro día más de campaña.
Cuando Jerjes quiso saber qué significaba aquella exhibición,
le dijeron: Cuando estos hombres van a perder la vida
quieren que sus cabezas estén hermosas.
Ella posa el cepillo de mango de hueso y se acerca
aún más a la ventana y a la decreciente luz de la tarde. Algo,
un movimiento o un crujido, llega desde abajo y ha atraído
su atención. Una mirada, y se desentiende de ello.
QUEDE CONSTANCIA
El nuncio papal, John Burchard, escribe calmosamente
que trajeron docenas de yeguas y garañones
al patio del Vaticano
para que el Papa Alejandro VI y su hija
Lucrecia Borgia pudieran contemplar desde una terraza
“con placer y muchas risas”,
el apareamiento de los equinos de debajo.
Cuando terminó este espectáculo
se refrescaron, luego esperaron
mientras el hermano de Lucrecia, César,
liquidaba a tiros a tres criminales desarmados
a los que habían llevado al mismo patio.
Recuerda esto la próxima vez que veas
el nombre Borgia o la palabra Renacimiento.
No sé lo que puedo hacer con esto,
esta mañana. De momento lo dejaré.
Iré a dar ese paseo que planeaba antes, con la esperanza
de ver a esas dos garzas cernerse sobre el acantilado
como hicieron a principios de la estación
de modo que nos sintamos solos y recién
instalados aquí, no llevados, ni
traídos.
(Traducción de Mariano Antolín Rato)
AMOR, UNA PALABRA
No iré cuando me llame
aunque te diga Te quiero,
especialmente eso,
aunque jure
y prometa que sólo habrá
amor amor.
La luz de este cuarto
se extiende sobre cada
cosa por fin:
ni siquiera mi brazo forma sombra,
está demasiado consumido por la luz.
Pero esta palabra amor
esta palabra se hace oscura, se vuelve
pesada y se sacude, empieza
a comer, a temblar y abrirse paso
convulsamente por este papel
hasta que también quedamos borrados
en su garganta transparente y todavía
ordenas y haces brillar tu
pelo suelto que desconoce
la duda.
(Traducción de Mariano Antolín Rato)
UNA MUJER SE BAÑA
Río Naches. Justo debajo de las cascadas.
A cuarenta kilómetros de cualquier ciudad. Un día
de densa luz solar
cargado de olores de amor.
¿Desde hace cuánto?
Ya tu cuerpo, perspicacia de Picasso,
se seca al aire de esta zona montañosa.
Te seco la espalda, las caderas,
con mi camiseta.
El tiempo es un león de montaña.
Nos reímos de nada,
y cuando te toco los pechos
incluso las ardillas
quedan deslumbradas.
(Traducción de Mariano Antolín Rato)
MI MUJER
Mi mujer ha desaparecido con toda su ropa.
Olvidó dos medias de nailon, y
un cepillo para el pelo detrás de la cama.
Me gustaría atraer su atención
hacia esas medias, y hacia los pelos
negros que quedan en las púas del cepillo.
Tiro las medias al cubo de la basura; el cepillo
lo guardo para usarlo. Únicamente la cama
resulta extraña e imposible de soportar.
(Traducción de Mariano Antolín Rato)
VINO
Leyendo la vida de Alejandro Magno, de Alejandro
cuyo inculto padre, Filipo, contrató a Aristóteles
como tutor de su joven heredero y guerrero, para que
puliera un poco sus suaves hombros. Alejandro que, después,
en las campañas en Persia, llevaba un ejemplar de
La Iliada en una caja forrada de terciopelo, adoraba aquel
libro. También le gustaba luchar y beber.
Llego a ese momento de la vida en que Alejandro, después
de una larga noche de juerga, borracho de vino (el peor tipo
de borrachera -resacas que no se olvidan), arrojó la primera
tea para incendiar Persépolis, capital del Imperio Persa
(antiguo incluso en la época de Alejandro).
La dejó completamente arrasada. Posteriormente, claro,
a la mañana siguiente -puede que mientras todavía ardía la
ciudad- tuvo remordimientos. Pero nada parecidos a los
remordimientos que sintió la tarde siguiente cuando, durante
un altercado que se puso feo y, por parte de Alejandro, sin
afeitar, con la cara roja por tantas copas de vino, Alejandro se
puso de pie tambaleante,
agarró una espada y atravesó el pecho
de su amigo, Cleto, que le había salvado la vida en Granico.
Alejandro lamentó su muerte durante tres días. Lloró.
Se negó a comer. “Se negó a atender sus necesidades
corporales”. Hasta prometió
dejar el vino para siempre.
(He oído semejantes promesas y las lamentaciones que
las acompañan.)
No es necesario decir, que en el ejército la vida se
interrumpió por completo mientras Alejandro se entregaba a
su pena. Pero al terminar con esos tres días, el terrible calor
empezó a exigir su parte del cuerpo del amigo muerto,
y convencieron a Alejandro para que se pusiera en acción.
Salió de su tienda, cogió su ejemplar de Homero,
lo desató y empezó a pasar páginas. Finalmente dio órdenes
de que los ritos funerarios descritos para Patroclo debían
de seguirse al pie de la letra: quería que Cleto tuviera la mejor
despedida posible. ¿Y cuando prendieron fuego a la pira las
copas de vino circulaban durante la ceremonia? Claro, ¿qué se
te ocurre? Alejandro bebió y perdió el sentido.
Tuvieron que llevarle a su tienda. Tuvieron que levantarle
para meterle en la cama.
(Traducción de Mariano Antolín Rato)
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Última edición por Pedro Casas Serra el Miér 01 Jun 2022, 14:31, editado 1 vez
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