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    Raymond Carver (1938-1988)

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    Raymond Carver - Raymond Carver (1938-1988) Empty Raymond Carver (1938-1988)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Dom 02 Feb 2014, 11:19

    .


    Raymond Carver(1938-1988)

    Raymond Carver nació el 25 de mayo de 1938 en Clatskanie, Oregón (Estados Unidos) en el seno de una familia humilde. Su madre Ella Beatrice trabajaba ocasionalmente como camarera y su padre Clevie Raymond se ocupaba en un aserradero como leñador y pasaba su tiempo libre consumido en alcohol. Raymond seguiría los pasos de su padre en cuanto al abuso de la bebida.

    En el año 1941 la familia Carver se trasladó a vivir a Yakima, en Washington. Después de terminar sus estudios en el instituto, a los diecinueve años Carver contrajo matrimonio con su novia embarazada Maryann Burk, con la que volvió a tener un segundo hijo pocos años después de su boda. La pareja se mudó a California, residiendo desde 1958 en diversas localidades como Paradise, Eureka, Arcata, Palo Alto, Sunnyvale, Ben Lomond o Cupertino.

    Tras realizar con la enseñanza de John Gardner un curso de escritura creativa en la Chico State University, Carver comenzó a escribir poesía y relatos cortos. Su primer relato se tituló “Pastoral”, mientras que su primer poema fue “El Aro De Bronce”, ambos aparecidos en diversas publicaciones. El primero en la “Western Humanities Review” y el segundo en “Targets”.

    Al mismo tiempo que estudiaba y para sustentar a su prole el escritor trabajó en diversos oficios. Estuvo, al igual que su progenitor, en un aserradero, y, entre otras labores, se ocupó como vendedor de productos farmacéuticos o como editor. Por su parte su esposa Maryann traía dinero a casa ejerciendo de camarera o vendedora.

    Raymond acudió también a la Humboldt State College y al Iowa Writer’s Workshop. En su período en Humboldt escribió una obra teatral llamada “Carnations” (1962).

    Su relato “¿Quieres Hacer El Favor De Estarte Quieto, Por Favor?”, escrito en 1967, fue incluido en “Las Mejores Historias Cortas Americanas”.

    Carver, alcohólico impenitente desde finales de la década de los 60, publicó su primer libro de relatos a comienzos de los años 70, “Ponte En Mi Lugar” (1974).

    El estilo de Carver se sitúa en el realismo sucio, con un estilo minimalista y una perspectiva irónica y melancólica sobre historias y personajes cotidianos.

    Después de “Ponte En Mi Lugar” aparecieron otros libros de relatos como “¿Quieres Hacer El Favor De Estarte Quieto, Por Favor?” (1976), “De Qué Hablamos Cuando Hablamos De Amor” (1981), “Catedral” (1983), “Desde Donde Llamo” (1988), “Tres Rosas Amarillas” (1988) y “Si Me Necesitas, Llámame” (2001).

    En su faceta de poeta escribió títulos como “Cerca De Klamath” (1968), “Insomnio Invernal” (1970), “El Salmón Se Mueve De Noche” (1976), “Bajo Una Luz Marina” (1986) y “Un Sendero Nuevo a La Cascada” (1989).

    Tras ser hospitalizado en 1976 por su adicción al alcohol, Raymond consiguió rehabilitarse en Alcohólicos Anónimos un año después.

    En 1979 Carver, todavía casado con Maryann, inició una relación sentimental con la escritora y profesora universitaria Tess Gallagher. En ese período, concretamente entre 1980 y 1983, Raymond ejerció la docencia en la Universidad de Siracusa. Previamente había sido profesor en varias universidades californianas.

    La pareja se casó en 1988, no sin antes divorciarse Carver de su primera esposa en 1982.

    El escritor de Oregón murió de cáncer de pulmón en Port Angeles, Washington, el 2 de agosto de 1988. Tenía 50 años.



    POEMAS


    1.- De “Un Sendero Nuevo a La Cascada” (1989).



    TERMÓPILAS

    De vuelta al hotel, al contemplar cómo se suelta y cepilla
    su pelo castaño frente a la ventana, perdida en sus propios
    pensamientos, con la mirada en otra parte, por algún motivo
    me acuerdo de aquellos lacedemonios sobre los que escribió Herodoto,
    cuyo deber era defender las Puertas ante el ejército persa.
    Y las defendieron. Durante cuatro días. Antes, sin embargo,
    ante la incredulidad del propio Jerjes, los soldado griegos
    se sentaron despreocupadamente por fuera del muro
    de troncos cortados, las armas apiladas,
    peinando y repeinando sus largos cabellos, como si se tratara
    simplemente de otro día más de campaña.
    Cuando Jerjes quiso saber qué significaba aquella exhibición,
    le dijeron: Cuando estos hombres van a perder la vida
    quieren que sus cabezas estén hermosas.
    Ella posa el cepillo de mango de hueso y se acerca
    aún más a la ventana y a la decreciente luz de la tarde. Algo,
    un movimiento o un crujido, llega desde abajo y ha atraído
    su atención. Una mirada, y se desentiende de ello.



    QUEDE CONSTANCIA

    El nuncio papal, John Burchard, escribe calmosamente
    que trajeron docenas de yeguas y garañones
    al patio del Vaticano
    para que el Papa Alejandro VI y su hija
    Lucrecia Borgia pudieran contemplar desde una terraza
    “con placer y muchas risas”,
    el apareamiento de los equinos de debajo.
    Cuando terminó este espectáculo
    se refrescaron, luego esperaron
    mientras el hermano de Lucrecia, César,
    liquidaba a tiros a tres criminales desarmados
    a los que habían llevado al mismo patio.
    Recuerda esto la próxima vez que veas
    el nombre Borgia o la palabra Renacimiento.
    No sé lo que puedo hacer con esto,
    esta mañana. De momento lo dejaré.
    Iré a dar ese paseo que planeaba antes, con la esperanza
    de ver a esas dos garzas cernerse sobre el acantilado
    como hicieron a principios de la estación
    de modo que nos sintamos solos y recién
    instalados aquí, no llevados, ni
    traídos.

    (Traducción de Mariano Antolín Rato)



    AMOR, UNA PALABRA

    No iré cuando me llame
    aunque te diga Te quiero,
    especialmente eso,
    aunque jure
    y prometa que sólo habrá
    amor amor.

    La luz de este cuarto
    se extiende sobre cada
    cosa por fin:
    ni siquiera mi brazo forma sombra,
    está demasiado consumido por la luz.

    Pero esta palabra amor
    esta palabra se hace oscura, se vuelve
    pesada y se sacude, empieza
    a comer, a temblar y abrirse paso
    convulsamente por este papel
    hasta que también quedamos borrados
    en su garganta transparente y todavía
    ordenas y haces brillar tu
    pelo suelto que desconoce
    la duda.

    (Traducción de Mariano Antolín Rato)



    UNA MUJER SE BAÑA

    Río Naches. Justo debajo de las cascadas.
    A cuarenta kilómetros de cualquier ciudad. Un día
    de densa luz solar
    cargado de olores de amor.
    ¿Desde hace cuánto?
    Ya tu cuerpo, perspicacia de Picasso,
    se seca al aire de esta zona montañosa.
    Te seco la espalda, las caderas,
    con mi camiseta.
    El tiempo es un león de montaña.
    Nos reímos de nada,
    y cuando te toco los pechos
    incluso las ardillas
    quedan deslumbradas.

    (Traducción de Mariano Antolín Rato)



    MI MUJER

    Mi mujer ha desaparecido con toda su ropa.
    Olvidó dos medias de nailon, y
    un cepillo para el pelo detrás de la cama.
    Me gustaría atraer su atención
    hacia esas medias, y hacia los pelos
    negros que quedan en las púas del cepillo.
    Tiro las medias al cubo de la basura; el cepillo
    lo guardo para usarlo. Únicamente la cama
    resulta extraña e imposible de soportar.

    (Traducción de Mariano Antolín Rato)



    VINO

    Leyendo la vida de Alejandro Magno, de Alejandro
    cuyo inculto padre, Filipo, contrató a Aristóteles
    como  tutor de su joven heredero y guerrero, para que
    puliera un poco sus suaves hombros. Alejandro que, después,
    en las campañas en Persia, llevaba un ejemplar de
    La Iliada en una caja forrada de terciopelo, adoraba aquel
    libro. También le gustaba luchar y beber.
    Llego a ese momento de la vida en que Alejandro, después
    de una larga noche de juerga, borracho de vino (el peor tipo
    de borrachera -resacas que no se olvidan), arrojó la primera
    tea para incendiar Persépolis, capital del Imperio Persa
    (antiguo incluso en la época de Alejandro).
    La dejó completamente arrasada. Posteriormente, claro,
    a la mañana siguiente -puede que mientras todavía ardía la
    ciudad- tuvo remordimientos. Pero nada parecidos a los
    remordimientos que sintió la tarde siguiente cuando, durante
    un altercado que se puso feo y, por parte de Alejandro, sin
    afeitar, con la cara roja por tantas copas de vino, Alejandro se
    puso de pie tambaleante,
    agarró una espada y atravesó el pecho
    de su amigo, Cleto, que le había salvado la vida en Granico.

    Alejandro lamentó su muerte durante tres días. Lloró.
    Se negó a comer. “Se negó a atender sus necesidades
    corporales”. Hasta prometió
    dejar el vino para siempre.
    (He oído semejantes promesas y las lamentaciones que
    las acompañan.)
    No es necesario decir, que en el ejército la vida se
    interrumpió por completo mientras Alejandro se entregaba a
    su pena. Pero al terminar con esos tres días, el terrible calor
    empezó a exigir su parte del cuerpo del amigo muerto,
    y convencieron a Alejandro para que se pusiera en acción.
    Salió de su tienda, cogió su ejemplar de Homero,
    lo desató y empezó a pasar páginas. Finalmente dio órdenes
    de que los ritos funerarios descritos para Patroclo debían
    de seguirse al pie de la letra: quería que Cleto tuviera la mejor
    despedida posible. ¿Y cuando prendieron fuego a la pira las
    copas de vino circulaban durante la ceremonia? Claro, ¿qué se
    te ocurre? Alejandro bebió y perdió el sentido.
    Tuvieron que llevarle a su tienda. Tuvieron que levantarle
    para meterle en la cama.

    (Traducción de Mariano Antolín Rato)


    .


    Última edición por Pedro Casas Serra el Miér 01 Jun 2022, 14:31, editado 1 vez


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    Raymond Carver - Raymond Carver (1938-1988) Empty Re: Raymond Carver (1938-1988)

    Mensaje por Maria Lua Dom 02 Feb 2014, 18:30

    Amigo Pedro, es la primera vez
    que leo algo de Raymond Carver...
    Volveré...
    Gracias por el post
    Besos
    Maria Lua


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    "Ser como un verso volando
    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
    compartir contigo sol y luna,
    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
    (Hánjel)





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    Raymond Carver - Raymond Carver (1938-1988) Empty Re: Raymond Carver (1938-1988)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Lun 03 Feb 2014, 13:36

    Me alegro de haber contribuido a que conozcas a Carver. A mi megusta poqueu poesía habla de la vida. Te dejo otros poemas de su último libro "Un sendero nuevo a la cascada".

    Un abrazo.
    Pedro


    ...............................................




    LA COCINA

    En el Sportmen's Park, cerca de Yakima, cebé un anzuelo
    con gusanos, luego lo lancé hacia el centro
    de la charca, esperando que picara una perca. Ranas invisibles
    desgarraban el aire. Una tortuga, tenía el tamaño de una torta,
    saltó desde la hoja de un nenúfar mientras otra se subía a
    la misma hoja, un lugar poco firme. Cielo azul, tarde
    cálida. Clavé una rama ahorquillada
    en la arena de la orilla, apoyé la caña en la horquilla,
    manteniendo los ojos fijos en la boya durante un rato, luego
    me alejé un poco. Después me adormecí, dejando que se me
    cerraran los ojos. Puede que soñara. Entonces me pasaba eso.
    Cuando, de pronto, en mi sueño, oí un chapoteo, y los ojos
    se me abrieron de golpe. ¡La caña había desaparecido!
    La vi trazando un surco en
    el agua espumosa. La boya apareció, luego
    desapareció, luego salió una vez más a la superficie,
    hundiéndose al momento. ¿Y ahora qué hago? -rugí,
    y rugí algo más.
    Me puse a correr por la orilla, jurando a Dios
    que nunca más volvería a tocármela si me ayudaba
    a recuperar aquella caña, aquel pez. Claro está,
    no hubo respuesta, ni por asomo.
    Anduve en torno a la charca mucho tiempo
    (la misma charca a la que llevo a un amigo un año después),
    distinguiendo brevemente mi boya
    aquí y allá. Las sombras se espesaron
    y descendieron de los árboles a la charca. Finalmente
    ya era de noche, y volví en bici a casa.
    Mi padre estaba borracho
    en la cocina con una mujer que no era la suya, ni
    tampoco mi madre. La mujer estaba, lo juro, sentada
    en su regazo, tomando una cerveza. Una mujer
    a la que le faltaban varios de los
    dientes delanteros. Mi padre se quedó donde estaba, mirándome
    como si no me reconociera. ¿Qué quieres, chico?
    -dijo-. ¿Qué pasa, hijo? Apoyándose en el fregadero
    la mujer se pasó la lengua por los labios y esperó a ver qué pasaba.
    Mi padre también esperaba, allí en su sitio de costumbre
    de la mesa de la cocina, con el bulto de sus pantalones
    menguado. Esperábamos todos y me asombré
    de las sílabas entrecortadas, las palabras cargadas
    de angustia, que salían en bruto de mi joven boca.

    (Traducción de Mariano Antolín Rato)



    LOS TIRANTES

    Mamá me dijo que no tenía ningún cinturón que me sirviera y que
    iba a tener que llevar tirantes al colegio
    al día siguiente. Nadie llevaba tirantes en segundo,
    ni en ningún otro curso. Dijo:
    Los llevarás o te daré con ellos. Yo no
    quería más problemas. Mi padre dijo algo. Estaba
    en la cama que ocupaba la mayor parte de la habitación
    de la cabaña donde vivíamos. Nos preguntó si no podíamos
    callarnos y resolverlo por la mañana. ¿Es que por la mañana
    no tenía que levantarse temprano para ir al trabajo? Me pidió
    que le trajera un vaso de agua. Es por culpa de todo
    ese whisky, dijo mamá. Está deshidratado.

    Fui al fregadero y, no sé por qué, le llevé
    un vaso del agua jabonosa de lavar los platos. Lo bebió y
    dijo, sabe rara, hijo. ¿De dónde la sacaste?
    Del fregadero, le contesté.
    Creía que querías a tu padre, dijo mamá.
    Y le quiero, dije yo, y fui al fregadero, metí un vaso
    en el agua jabonosa y me bebí dos vasos sólo
    que para demostrárselo. Quiero a papá, dije.
    Creía que me iba a poner malo allí mismo.
    Mamá dijo: Si yo fuera tú me sentiría avergonzada. No entiendo
    cómo puedes hacerle eso a tu padre. Y bien sabe Dios que mañana
    vas a llevar esos tirantes, porque si no,
    te arrancaré el pelo a mechones. No quiero llevar tirantes,
    dije yo. Pues vas a llevarlos, dijo ella. Y con eso
    cogió los tirantes y empezó a pegarme con ellos en
    las piernas desnudas mientras yo iba a saltos
    por la habitación y gritaba. Mi padre
    nos chilló que parásemos, por el amor de Dios, estaros quietos.
    Le dolía mucho la cabeza y además se sentía mal del estómago
    por el agua de lavar los platos. Eso es gracias
    a éste, dijo mamá. Entonces alguien empezó
    a dar golpes en la pared. Primero sonaba
    como un puñetazo boom, boom, boom y luego como si alguien
    golpeara con el mango de una escoba. Por el amor de Dios,
    váyanse a la cama, gritó alguien.
    Apagamos las luces y
    nos fuimos a la cama. Quedamos en silencio.
    El silencio de una casa en la que nadie puede dormir.



    OTRO MISTERIO

    Aquella vez que acompañé a mi padre a la limpieza en seco
    -¿qué sabía yo entonces de la muerte?- Papá sale con
    un traje negro dentro de una bolsa de plástico. Lo deja en
    el asiento de atrás del viejo cupé y dice: “Es el traje que
    tu abuelo va a llevar para dejar el mundo”. ¿De qué demonios
    estaba hablando? -pregunté.
    Toqué el plástico, la escurridiza solapa de aquella chaqueta
    que iba a irse, junto con mi abuelo. Aquellos días eso sólo
    era otro misterio.

    Luego hubo un largo intervalo, un tiempo en que los parientes
    se fueron de uno u otro modo, a derecha e izquierda. Luego
    le tocó el turno a mi padre. Me quedé sentado viendo cómo
    se alzaba en su propio humo. No tenía traje.
    Conque le puse una espantosa
    chaqueta de sport muy barata y una corbata
    para la ocasión. Hice que sus labios
    sonrieran como si tratara de tranquilizarnos: No os preocupéis
    no es tan malo como parece
    . Pero nosotros sabíamos que no
    era así. Estaba muerto, ¿o no? ¿Qué otra cosa peor podría
    pasarle? (También parecía que tenía los párpados cosidos,
    de modo que no tuviera que ser testigo
    de la espantosa exhibición). Le toqué
    la mano. Fría. La mejilla donde una incipiente barba
    se extendía hasta el mentón. Fría.

    Hoy recupero estas cosas de las profundidades.
    Hace una hora o así recogí mi propio traje
    de la limpieza en seco y lo dejé cuidadosamente en el asiento
    de atrás. Conduje hasta casa, abrí la puerta del coche
    y lo levanté hacia el sol. Estuve allí un momento
    en la carretera, con los dedos agarrando la percha metálica.
    Luego abrí un agujero en el plástico del otro lado. Saqué
    una de las mangas y la levanté
    -la tela áspera y evidente.
    Toqué por el otro lado.

    (Traducción de Mariano Antolín Rato)



    UNO MÁS

    Se levantó temprano, la mañana teñida de emoción,
    listo para ponerse a escribir. Tomó una tostada y huevos,
    café, y fumó unos pitillos, mientras pensaba en el trabajo
    que le esperaba, el difícil sendero a través del bosque.
    El viento empujaba a las nubes en el cielo,
    agitando las hojas que quedaban en las ramas,
    al otro lado de la ventana. Unos pocos días más y habrían
    desaparecido, esas hojas. Había un poema en eso, podría ser;
    tenía que pensar en ello. Fue a su mesa,
    dudó durante largo rato, y luego hizo
    lo que demostró ser la decisión más importante
    que tomaría en todo el día, algo para lo que toda
    su imperfecta vida le había preparado. Puso a un lado
    la carpeta de los poemas -un poema en concreto todavía
    seguía en su mente después del inquieto sueño de la noche.
    (Pero, en realidad, ¿qué es un poema más o menos? ¿Qué más da?).
    Contaba con todo un día abriéndose ante él.
    Lo mejor será limpiar el suelo antes. Tenía que ocuparse
    de unas cuantas cosas, incluso de unos asuntos familiares que
    no debería dejar para mucho más tarde. De modo que no paró.
    Trabajó sin parar el día entero -dominado por un amor y odio,
    un poco de compasión (muy poco), una sensación conocida,
    incluso desesperación y alegría. Hubo ocasionales estallidos
    de ira, que luego se calmaban, mientras escribía cartas
    diciendo “si” o “no” o “depende” -explicando por qué, o
    por qué no a personas que nunca había visto y nunca vería.
    ¿Le importaban? ¿Le importaba algo? Algunas sí.
    También atendió unas cuantas llamadas, e hizo algunas, que
    a su vez provocaron la necesidad de hacer algunas más. Así es,
    ahora se siente incapaz de hablar, prometió llamar al día siguiente.
    Hacia la tarde, agotado y notando con claridad (pero
    erróneamente, claro) que había pasado un día de trabajo
    honrado, se detuvo a hacer inventario y tomarar nota
    del par de llamadas que tenía que hacer la mañana siguiente si
    quería estar al tanto de las cosas, si no le apetecía
    seguir escribiendo cartas, que no le apetecía. Ahora,
    se le ocurrió, estaba harto de todos estos asuntos,
    pero seguía igual, terminando la última carta que debería de
    haber contestado semanas atrás. Luego, levantó la vista.
    Afuera era casi de noche. El viento se había calmado. Y
    los árboles -todavía seguían, casi despojados de todas
    sus hojas. Pero, por fin, su mesa estaba despejada
    si no se tuviera en cuenta esa carpeta de poemas que
    le inquieta mirar. Mete la carpeta en un cajón, la
    quita de su vista. Estará en buen sitio, segura y
    él sabrá dónde descansar las manos cuando
    sienta la necesidad de ello. ¡Mañana! Hoy ha hecho todo lo que
    podía hacer. Había aún esas llamadas que tenía que hacer,
    y olvidó que debía llamar él, y había unas cuantas notas
    que debía de mandar debido a algunas de las llamadas, pero
    ahora no lo iba a hacer, ¿o si? Estaba fuera del bosque.
    Podía llamar hoy. Había hecho lo que debía hacer. Lo que
    su conciencia le dijo que hiciera. Había cumplido con
    sus obligaciones y no había molestado a nadie.

    Pero en ese momento, sentado allí delante de su ordenada mesa,
    sintió vagos remordimientos por el recuerdo del poema que
    quería escribir esta mañana, y estaba ese otro poema
    que tampoco conseguía recordar.
    Así eran las cosas. La verdad, es que no hay mucho más que decir.
    Que se puede decir de un hombre que prefirió hablar por teléfono
    el día entero, y escribir cartas estúpidas
    mientras deja a sus poemas desatendidos, abandonados
    -o peor aún, sin empezar-. Este hombre no merece poemas
    y éstos no deberían acudir a él de ninguna forma.
    ….Sus poemas, si producía alguno más,
    deberían de comerlos las ratas.

    (Traducción de Mariano Antolín Rato)


    .


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Miér 05 Feb 2014, 09:06

    .


    Otros poema de Raymond Carver, de su última obra "Un sendero nuevo a la cascada":


    LAS JÓVENES

    Olvida todas las experiencias que impliquen muecas de dolor.
    Y cualquier cosa que tenga que ver con la música de cámara.
    Museos en tardes lluviosas de domingo, etcétera.
    Los viejos maestros. Todo eso.
    Olvida a las jóvenes. Trata de olvidarlas.
    A las jóvenes. Y a todo eso.

    (Traducción de Mariano Antolín Rato)



    UNA VIEJA FOTOGRAFÍA
    DE MI HIJO


    Nuevamente 1974, y ha vuelto una vez más. Sonríe afectadamente,
    con una bata sobre una camiseta blanca,
    sin zapatos. Su pelo, largo y rubio, le cae
    hasta los hombros como le pasaba al de su madre
    por entonces, y como el de uno de esos jóvenes héroes
    griegos de los que estaba leyendo. Pero
    ahí termina el parecido. En su cara
    la desdeñosa expresión del sabelotodo,
    el pequeño tirano. Encuentro esa expresión en todas partes.
    Corroe mi memoria como ácido. Es
    la expresión que esperaba que nunca volvería
    a ver. Quiero olvidar aquel chico
    de la foto -¡aquel idiota, aquel pendenciero!

    ¿Qué hay de cena, madre? ¡Enseguida!
    Oye, vieja, levántate, ¿por qué no te levantas? Contesta
    cuando se te habla. Me parece que te voy a hacer
    una llave de lucha libre a ver si te gusta.
    Quiero que te pongas de
    puntillas. Baila en mi honor. Adelante,
    vieja, baila. Te enseñaré un par de pasos.
    Deja que te retuerza el brazo. Suplícame que te deje,
    suplícame que sea amable. ¿Quieres que te ponga el ojo morado?
    ¡Te lo pondré!

    Ay, hijo, en aquellos días quise cien -no, mil-,
    veces diferentes que estuvieras muerto.
    Pensaba en todo lo que dejamos atrás. ¿Quién demonios
    sacó esta foto, y
    por qué aparece ahora,
    justo cuando empezaba a olvidar?
    Miro tu foto y se me encoge el estómago.
    Me encuentro apretando las mandíbulas, los dientes, y
    una vez más estoy lleno de desesperación y cólera.
    Sinceramente, noto como si necesitase una copa.
    Eso es una prueba de tu energía y fuerza, del miedo
    y la confusión que todavía me inspiras. Es
    muestra de lo poderoso que fuiste. Oye, aborrezco esta
    fotografía. Aborrezco en lo que nos hemos convertido todos.
    ¡No la quiero en mi casa ni una hora más!
    Puede que se la mande a tu madre, en el supuesto
    de que todavía esté viva y que el correo pueda llevársela
    hasta el borde de la tumba. Si es así, tendrá
    una reacción diferente ante ella, lo sé. Tu juventud
    y belleza, será lo único que verá y le alegrará.
    Qué hijo tan guapo -dirá-. Mi chico maravilloso.
    Examinará la foto, buscando su parecido
    en los rasgos, y el mío. (Lo encontrará).
    Puede que llore, si es que aún puede hacerlo.
    Puede -¿quién sabe?- que hasta desee que vuelvan
    aquellos días. ¿Quién sabe nada ahora?

    Pero los deseos no se hacen reales, y está bien que sea así.
    Con todo, seguro que tendrá tu foto
    encima de la mesa durante un tiempo y pensará en ti
    algunas veces. Luego, poco más tarde, irás a parar
    al gran álbum de fotos de la familia con los otros locos,
    -ella misma, su hija, y yo, su antiguo marido-. Allí estarás
    a salvo, con la misma mandíbula altiva que todas tus víctimas.
    Pero no te preocupes, hijo mío -las páginas se pasan-. En el
    futuro haremos las cosas mejor.

    (Traducción de Mariano Antolín Rato)



    NIEBLA VERANIEGA

    Dormir y olvidarlo todo durante unas cuantas horas...
    Despertar al sonido de la sirena para la niebla de julio.
    Mirar por la ventana con el corazón encogido y ver niebla
    colgando sobre los perales, niebla tapando el cruce,
    envolviendo los alrededores igual que una enfermedad que invade un cuerpo
    sano. Seguir vivo cuando ella ha dejado de vivir...
    Un coche aminora la marcha con los faros encendidos, y el reloj me
    lleva a cinco días atrás, el tic tac que me trae de vuelta
    a este mundo y noticias de su muerte, la de la que simplemente estaba
    afuera, y cuyo regreso había sido anticipado por cestas
    de frambuesas del mercado. (A partir de ese día,
    intenté llevar una vida diferente. Pues
    no quiero responder otra vez al teléfono a las cinco de la mañana.
    Lo sabía perfectamente, además, pero cogí el auricular y pronuncié esa espantosa
    palabra: “Diga”. La próxima vez me limitaré a dejar que suene.)
    Lo primero, sin embargo, ir a su funeral. Es hoy, en
    cuestión de horas. Pero la idea de un cortejo avanzando por entre esta niebla
    hacia el cementerio me saca de quicio. En la ciudad todos
    las luces encendidas, hasta los turistas...
    ¡A ver si esta niebla se levanta antes de las tres de la tarde!
    Para que así podamos enterrarla bajo un cielo soleado, a ella
    que le gustaba tanto el sol. Todos saben que toma parte
    en esta siniestra mascarada de hoy porque no tiene otra elección.
    ¡Ha perdido la capacidad de elegir! ¡Cómo le
    molestaría! Ella que en abril le gustaba decidir
    plantar guisantes y que les ponía unas estacas antes
    de que pudieran trepar por ellas.
    Enciendo el primer pitillo del día y me alejo de
    la ventana con un estremecimiento. La sirena para la niebla
    vuelve a sonar, llenándome de aprensión, y luego, este
    formidable dolor.

    (Traducción de Mariano Antolín Rato)



    COLIBRÍ
    Para Tess

    Vamos a suponer que digo verano,
    escribo la palabra “colibrí”,
    la meto en un sobre,
    y la llevo colina abajo
    hasta el buzón. Cuando abras
    mi carta recordarás
    aquellos días y cuánto,
    cuantísimo, te quiero.

    (Traducción de Mariano Antolín Rato)


    .


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    Raymond Carver - Raymond Carver (1938-1988) Empty Re: Raymond Carver (1938-1988)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Jue 06 Feb 2014, 11:28

    .


    De su último libro "Un sendero nuevo a la cascada":


    CASI

    Los dos hermanos, Sueño y Muerte -se llamaban así entre ellos
    mismos sin pestañear-, llegaron a nuestra casa hacia las nueve de
    la tarde, justo cuando la luz se apagaba. Descargaron todos
    sus trastos a la entrada, lo que necesitaban para matar
    abejas, moscardones -también avispas. Un trabajo a “oscuras-
    uno de ellos había dicho por teléfono. Aquellos invasores, nos dijimos
    a nosotros mismos, se habían convertido en una gran molestia.
    También daban miedo. ¡Fuera con ellos! Decidimos: pondríamos
    la palabra fin a su breve carrera como recolectores de polen
    y fabricantes de miel. No era una decisión tomada a la ligera,
    o sin esfuerzo. La aniquilación de semejantes criaturas
    indeseadas, algo que nos resultaba ajeno. Fuimos

    a la ventana y miramos la entrada donde los hombres, uno mayor,
    el otro más joven, fumaban, contemplando cómo unas rezagadas
    se metían en el agujero de debajo del alero. Aquellas abejas
    que trataban de imponerse al sol que se escondía en el horizonte.
    El aire ahora era más frío, la luz gradualmente más débil.
    Alzamos la vista y, por el cristal, vimos una docena,
    dos docenas, que esperaban revoloteando para entrar en
    la ciudad recién descubierta. Las oíamos zumbar, como escamas,
    como alas cortando el aire detrás de la pared,
    cerca del techo. Entonces el sol desapareció

    del todo, se hizo de noche. Todas las abejas dentro.
    Uno de los hermanos, Sueño, debe de haber sido, era el más joven,
    colocó la escalera debajo de la esquina sudeste. Intercambiaron
    unas palabras que no pudimos oír, luego Muerte,
    sacó unos guantes muy grandes y se puso a trepar por la escalera,
    despacio, balanceando a la espalda un pesado depósito sujeto
    con una especie de arneses. En una mano llevaba una manguera,
    parra matar. Pasó por delante de nuestra ventana encendida
    en su camino hacia arriba, miró brevemente, con incredulidad,
    el interior del cuarto de estar. Luego se detuvo
    un poco más arriba de nuestras cabezas. Sólo veíamos
    sus botas en el peldaño donde estaba. Tratamos de hacer como si nada

    anormal estuviera sucediendo. Tú cogiste un libro, te sentaste
    en tu butaca favorita, haciendo como que estabas concentrada.
    Yo puse un disco. Afuera cada vez estaba más oscuro, según te dije,
    pero permanecía un aroma a azafrán en el cielo, hacia el oeste,
    como sangre justo bajo la piel, esa especie de tanto

    valor que decías que vuelve casi locos a los que la recogen
    en Cachemira, pues los campos están llenos de su aroma.
    Un éxtasis, dijiste. Pasaste una página, como si la hubieras leído.
    El disco sonaba y sonaba. Luego llegó el silbido del fumigador
    mientras Muerte apretaba el gatillo del aparato una y otra vez.
    Desde abajo, Sueño gritó: “Dales su merecido, a esas hijaputas”.
    Y luego: “Ya está bien. Eso había que hacer. ¡Y ahora baja!”
    Poco después se marcharon, aquellos hombres con impermeable y

    nunca los volvimos a ver. Cogiste un vaso de vino.
    Yo fumé un pitillo. Esos actos cotidianos se mezclaban con
    el espantoso estruendo que colgaba como vapor del canalón.
    ¡Vaya tarde! -dijiste, o dije yo. Nunca volvimos a hablar de ello.
    Era como si hubiese ocurrido algo vergonzoso.
    Avanzada la noche, todavía despiertos mientras la casa derivaba hacia el oeste
    en persecución de la luna, nos unimos en la oscuridad
    como navajas, como animales salvajes, fieramente, haciéndonos
    incluso sangre -algo que a la mañana siguiente llamamos
    “hacer el amor”-. No nos contamos que habíamos soñado.
    ¿Cómo íbamos a poder? Pero en cierto momento de la noche,
    despierto, oí crujir la casa, como una señal, luego volvió a
    crujir. Se asentaba, creo que se llama.

    (Traducción de Mariano Antolín Rato)



    LIMONADA

    Cuando vino a mi casa meses atrás a medir
    las paredes para las estanterías de libros,
    Jim Sears no parecía un hombre que hubiera perdido
    a su único hijo en las aguas profundas
    del río Elwha. Tenía mucho pelo, parecía tranquilo,
    restallaba los nudillos, vivía con energía, cuando
    discutíamos sobre tablas y sujeciones, y éste tono de roble
    comparado con aquel. Pero ésta es una ciudad pequeña,
    un mundo pequeño. Seis meses después, terminada
    la estantería, montada e instalada, el padre
    de Jim, un tal Mr. Howard Sears, el cual “colabora con su hijo”,
    viene a pintar nuestra casa. Me dice -cuando le pregunto, más
    por cortesía de ciudad pequeña que por otra cosa: “¿Cómo está
    Jim?”-, que su hijo perdió a Jim en el río
    la primavera pasada. Jim se culpa a sí mismo. “No se lo puede
    quitar de la cabeza” -añade Mr. Sears-. “Creo que también
    se está volviendo un poco loco” -añade, poniéndose
    su gorra de Sherwin-Williams.
    Jim tuvo que ver como el helicóptero
    sacaba del río con una especie de tenazas
    el cuerpo de su hijo. “Usaron algo como unas tenazas de cocina
    para eso, imagínese. Sujetas a un cable. Pero Dios siempre
    se lleva a los mejores, ¿no cree usted? -dice Mr. Sears-. “Sus
    designios son misteriosos”. “¿Qué piensa usted de eso?”
    -quiero saber-. “No quiero pensar en eso” -dice él-. “Nosotros
    no somos quienes para ocuparnos de Sus designios. No somos
    quienes para saber esas cosas. Lo único que sé es que se
    llevó con Él, al pequeño”.

    Sigue contándome que la mujer de Jim padre le llevó a trece
    países europeos con la esperanza de que lo olvidase. Pero
    no lo consiguió. No pudo. “Una misión sin cumplir” -dice Howard.
    Jim cogió la enfermedad de Parkinson. ¿Qué más?
    Ya ha vuelto de Europa, pero aún se echa la culpa
    porque aquella mañana mandó a su hijo al coche a buscar
    aquellos termos con limonada. ¡Y aquel día no necesitaron
    la limonada! Señor, señor, lo que él pensaba de Jim
    lo había contado cien -no, mil- veces desde entonces, y a todo
    el que quisiera escuchar. ¡Si aquella mañana no hubieran hecho
    la limonada! ¿En qué estarían pensando?
    Además, si no hubieran ido a la compra la tarde anterior al
    Safeway, y si aquella bolsa de limones hubiera seguido donde
    estaba, con las naranjas, manzanas, uvas y plátanos.
    Porque eso era lo que de verdad quería comprar Jim, unas naranjas
    y unas manzanas, no limones para hacer limonada, pues aborrecía
    los limones -al menos, ahora los aborrecía- pero a su hijo Jim
    le gustaba la limonada, siempre le gustó. Quería limonada.

    “Veamos las cosas desde este punto de vista” -decía Jim padre.
    “Aquellos limones tenían que venir de algún sitio, ¿o no?
    Probablemente del Imperial Valley, o de otro sitio cerca de
    Sacramento. Cultivan limones allí, ¿no?” Los habían plantado y
    regado y cuidado y luego metido en cajas y mandado por tren
    o en camión a este sitio olvidado de Dios donde uno no puede
    evitar quedarse sin sus hijos. Esas cajas las descargaron del
    camión chicos no mucho mayores que el propio hijo de Jim.
    Luego tuvieron que desembalarlas esos mismos chicos y los lavó
    otro chico que seguía vivo, andando por la ciudad, vivo y
    respirando. Luego los llevaron a la tienda y los pusieron en
    aquel cajón bajo aquel llamativo cartel que decía: ¿Ha tomado
    usted limonada últimamente? Y Jim retrocedía a las primeras
    causas, al primer limón que se cultivó en la tierra. ¡Si nunca
    hubiera habido limones, no habrían estado en la frutería del
    Safeway! Bueno, entonces Jim todavía tendría a su hijo, ¿o no?
    Y Howard Sears todavía tendría a su nieto, claro que sí.
    ¿Entiende? Había mucha gente que participó en esta tragedia.
    Estaban los granjeros y los que los recogieron,
    los camioneros, la frutería del Safeway... También Jim padre,
    que estaba dispuesto a asumir su cuota de responsabilidad,
    naturalmente. Era el que se sentía más culpable de todos.
    Y seguía cayendo en picado -me dijo Howard Sears-.
    Con todo, tendría que superarlo y seguir.
    Con el corazón roto, cierto. Pero incluso así.

    No hace mucho la mujer de Jim consiguió que éste aprendiese
    a tallar la madera en una academia de la ciudad. Ahora intenta
    tallar osos y focas, búhos, águilas, gaviotas, de todo, pero
    no puede estar demasiado con cada criatura y terminar su trabajo
    es la opinión de Mr. Sears. El problema es -sigue Howard
    Sears-, que cada vez que Jim mira su torno o su navaja de
    tallar, ve a su hijo surgiendo del agua del río
    cuando lo sacan -lo pescan con carrete se podría decir- y
    se pone a dar vueltas y vueltas hasta que está arriba
    por encima de los abetos, con unas tenazas agarrándole por
    la espalda, y luego el helicóptero da la vuelta y sigue
    río arriba acompañado por el rugido del zap-zap de sus
    aspas. Jim hijo adelantó a los que le buscaban en la orilla
    del río. Tiene los brazos estirados a los lados y despide
    agua. Pasa por encima una vez más, ahora más cerca, y vuelve
    un minuto después para que lo depositen, siempre con suavidad,
    directamente a los pies de su padre. Un hombre que,
    habiéndolo visto todo -su hijo muerto sacado del río
    con unas tenazas metálicas y dando y dando vueltas por encima
    de la línea de árboles -sólo le apetece morir-. Pero
    la muerte es para los mejores. Y recuerda cuando la vida era
    dulce y ya no puede encarar dulcemente lo que le queda de vida.

    (Traducción de Mariano Antolín Rato)



    DESPERTAR

    En junio, en el castillo de Kyborg, en el cantón
    de Zurich, al caer la tarde, en la sala
    de debajo de la capilla, en la mazmorra,
    los instrumentos del verdugo están en el suelo
    junto a uno de ellos que tienen forma de mujer
    y cuyos rasgos serenos reflejan una sonrisa reservada.
    Si te deslizas dentro de él, cerrará su interior
    lleno de pinchos, como un demonio, como un poseso.
    Abrazo -esa palabra junto a la inscripción:
    “del que no hay escape”.
    En un rincón está el potro, un artefacto de pesadilla
    que hizo de todo y más. Y si la víctima perdía el sentido
    debido al dolor, mientras le rompían los huesos uno a uno,
    los torturadores se limitaban a lanzarle un cubo de agua
    para que se despertase. Volvían a despertarle
    más tarde,si era necesario. Sabían lo que estaban haciendo.
    El cubo ha desaparecido, pero hay un viejo crucifijo
    de cerezo en la pared de una esquina de la sala:
    Cristo colgado de la cruz, claro, ¿qué iba a ser?
    Los torturadores eran humanos después de todo, ¿no?
    ¿Y quién sabe? -en el último momento la víctima podría ver
    la luz, tener una chispa de comprensión, y la aceptación
    de su destino podría ablandar su casi destrozado
    corazón. Jesucristo, mi salvador.
    Miro el tajador. ¿Por qué no? ¿Por qué no, eh?
    ¿Quién no ha querido alguna vez poner el cuello en él
    sin temor a las consecuencias? ¿A quién no le apeteció
    arriesgar a que le cortasen la cabeza y luego retirarla en el último momento?
    ¿Quién, secretamente, no desea tener todo tipo de experiencias?
    Se hace tarde. En la mazmorra no quedamos más que nosotros,
    ella y yo, el Polo Norte y el Polo Sur. Caigo de rodillas
    en el suelo de piedra, pongo las manos a la espalda,
    y dejo descansar la cabeza en el tajador. Cierro los ojos,
    respiro a fondo. Muy a fondo. El aire parece espesarse,
    como si casi lo saboreara. Durante un momento me dejo ir.
    Despierta -me dice ella-. Lo hago, vuelvo la cabeza y la veo
    de pie a mi lado con los brazos levantados. También veo
    el hacha, que hace como que blande. Sólo es una broma
    -dice-, y baja los brazos, y la idea del hacha, luego
    sonríe. Todavía sigo vivo -digo-. Un minuto después, cuando
    lo vuelvo a hacer, cuando pongo de nuevo la cabeza en
    el tajador, cierro los ojos, el corazón se acelera un poco,
    no hay tiempo para la oración que surge de mi garganta.
    Sale sin terminar de mis labios cuando oigo
    que se mueve rápidamente. Noto carne contra mi carne
    cuando el filo de su mano baja hasta la base de mi cráneo
    y no sé si sufro o tengo un rapto o adónde me dirijo.
    Ya te puedes levantar -dice ella-,
    y lo hago. Me levanto y la miro.
    Ninguno de los dos sonreímos, sólo temblamos.
    Luego sonríe y la cojo por la cintura y nos dirigimos
    al siguiente pasadizo necesitados de luz.
    Y afuera, en lo abierto, necesitamos más.

    (Traducción de Mariano Antolín Rato)


    .


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Vie 07 Feb 2014, 12:21

    .


    Últimos poemas del último libro de Raymond Carver: "Un sendero nuevo a la cascada"


    PROPINA

    No hay otra palabra. Pues eso es lo que fue. Una propina.
    Una propina, estos diez años.
    Vivo, sobrio, trabajando, amando
    y siendo amado por una buena mujer. Hace
    once años le dijeron que le quedaban seis meses de vida
    si seguía así. Y que no iría a parte alguna
    sino al fondo. De modo que cambió
    su modo de vida. ¡Dejó de beber! ¿Y el resto?
    Después de eso, todo fue una propina, cada minuto
    hasta ahora, incluyendo el momento en que se lo dijeron,
    bueno, aunque hubo cosas en su cabeza que se vinieron abajo
    y otras que empezaron a formarse. “No lloréis por mí”,
    les dijo a sus amigos: “Soy un hombre con suerte.
    He vivido diez años más de lo que yo o nadie
    Esperaba. Pura propina. Y no lo olvido”.



    LO QUE DIJO EL MÉDICO

    Dijo que la cosa no tenía buen aspecto
    dijo que tenía mal aspecto malo de verdad
    dijo que contó treinta y dos en un pulmón antes
    de dejar de contarlos
    yo dije que me alegraba por no saber
    si allí había más de los que había contado
    dijo si usted es persona religiosa arrodíllese
    en el bosquecillo y pida ayuda
    cuando llegue a la cascada
    la neblina le dará en la cara y los brazos
    deténgase y trate de comprender esos momentos
    yo dije que todavía no pero que trataría de empezar hoy
    él dijo lo siento mucho dijo
    me gustaría poder darle otro tipo de noticias
    yo dije amén y el dijo algo más
    no lo entendí y no sabiendo qué más hacer
    y no queriendo que tuviera que repetirlo
    y que yo tuviera que volverlo a digerir
    me limité a mirarle
    durante un minuto y él me miró a su vez
    me puse de pie de un salto y estreché la mano de éste que
    acababa de decirme algo que nunca me habían dicho
    puede que hasta le agradeciera que hubiera sido tan fuerte.

    (Traducción de Mariano Antolín Rato)



    NINGUNA NECESIDAD

    Veo un sitio libre en la mesa.
    ¿Para quién? ¿Quién falta? ¿A quién le estoy tomando el pelo?
    El barco espera. Ninguna necesidad de remos
    o de viento. He dejado la llave
    en elmismo sitio. Ya sabes dónde.
    Recuérdame, y todo lo que hicimos juntos.
    Ahora estréchame con fuerza. Eso es. Bésame
    en la boca. Ahí. Ahora
    deja que me vaya, querida. Déjame ir.
    Ya no nos volveremos a ver en esta vida,
    así que dame un beso de despedida. Aquí. Vuélveme a besar.
    Otra vez. Ahí. Ya es suficiente.
    Ahora, querida, deja que me vaya.
    Es hora de ponerme en camino.

    (Traducción de Mariano Antolín Rato)



    ÚLTIMO FRAGMENTO

    ¿Y conseguiste lo que
    querías de esta vida?
    Lo conseguí.
    ¿Y qué querías?
    Considerarme amado, sentirme
    amado en la tierra.

    (Traducción de Mariano Antolín Rato)


    .


    Última edición por Pedro Casas Serra el Miér 11 Mar 2015, 14:37, editado 1 vez


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    Mensaje por cecilia gargantini Mar 11 Feb 2014, 09:14

    Què bueno PEDRO!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
    GRACIAS POR DARNOS TANTO.
    Besitosssssssssssssssssss

    P.D. Yo te habìa dejado unas palabras el otro dìa, pero como estoy con una computadora prestada, porque se descompuso la mìa, a veces no la entiendo. Yo me enamorè de Carver, cuando leì "Catedral", hace ya muchos muchos años ja ja
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    Mensaje por Evangelina Valdez Jue 20 Feb 2014, 12:01

    Muy cotidiano... ¿verdad Pedro?
    Me gusta como le saca belleza a los simple y sencillo de la vida.
    No creas que no te estoy siguiendo, te leo y he buscado poemas del autor, luego vendré para aportar.
    Besos
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    Mensaje por Evangelina Valdez Sáb 22 Feb 2014, 15:35

    "SANGRE"

    Éramos cinco a la mesa de juego
    sin contar al croupier
    y su ayudante. El hombre
    de junto a mí tenía los dados
    en la mano.
    Se sopló los dedos, dijo:
    ¡Vamos, pequeños! Y se inclinó
    sobre la mesa para tirar.
    En ese momento, una sangre roja brotó
    de su nariz, salpicando
    el verde paño de fieltro. Soltó
    los dados. Se echó hacia atrás pasmado.
    Y luego aterrorizado cuando la sangre
    corrió por su camisa abajo. ¡Dios mío!
    ¿qué me está pasando?
    gritó. Se agarró a mi brazo.
    Oí funcionar los motores de la Muerte.
    Pero en aquella época yo era joven,
    y estaba borracho, y quería jugar.
    No tenía por qué escuchar.
    Así que me largué. No me volví ni siquiera,
    ni encontré esto dentro de mi cabeza, hasta hoy.

    ---------------------

    DOS MUNDOS

    En el aire denso
    con olor a azafrán,

    sensual olor a azafrán,
    miro cómo desaparece el cielo limón,

    un mar que cambia de azul
    a negro aceituna.

    Miro el relámpago que salta desde Asia como
    dormido,

    mi amor se agita y respira y
    se vuelve a dormir,

    parte de este mundo y sin embargo
    parte de aquél.
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    Mensaje por Pedro Casas Serra Mar 04 Jul 2023, 02:51

    Agradezco mucho tus aportaciones aeste tema, Evangelina.

    Un abrazo.
    Pedro


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Miér 09 Ago 2023, 14:54

    .


    Otros poemas de Raymond Carver:


    De Fuegos (1983):


    EL PANADERO

    Entonces llegó Pancho Villa a la ciudad,
    mandó ahorcar al alcalde
    y citó al viejo y enclenque
    conde Vronsky a cenar.
    Pancho le presentó a su nueva amiga
    y al marido con su delantal blanco,
    le enseñó a Vronsky la pistola
    y luego le preguntó por
    su desgraciado exilio en México.
    Más tarde, los temas de conversación fueron las mujeres y los caballos.
    Ambos eran expertos.
    Su amiguita tenía una risa nerviosa
    y bromeaba con las perlas que hacían de botones
    en la camisa de Pancho hasta
    que, de repente, a medianoche, Pancho se quedó dormido
    con la cabeza sobre la mesa.
    El marido se santiguó
    y abandonó la casa llevando sus botas
    sin más que un gesto
    hacia su mujer o hacia Vronsky.
    Ese marido anónimo, descalzo,
    humillado, que intenta salvar su vida, es
    el héroe de este poema.



    PARA SEMRA CON VIGOR MARCIAL

    ¿Cuánto se saca de escritor? dijo ella
    para abrir fuego
    nunca se había encontrado con uno
    antes
    No mucho le dije
    tienes que hacer algo más
    ¿Como qué? dijo ella
    Como trabajar en la construcción le dije
    barriendo suelos dando clase
    recogiendo fruta
    qué no
    toda clase de cosas le dije
    En mi pueblo dijo ella
    alguien con estudios
    no anda barriendo suelos
    Bueno es solo cuando estás empezando le dije
    todos los escritores hacen luego mucho dinero
    Escríbeme un poema dijo ella
    un poema de amor
    Todos los poemas son poemas de amor le dije
    No comprendo dijo ella
    Es difícil de explicar le dije
    Dedícame uno ahora dijo ella
    Vale le dije
    una servilleta / un lápiz
    para Semra escribí
    Ahora no tonto dijo ella
    con un mordisco en el hombro
    Quisiera ver esto
    más tarde le dije
    con la mano subiendo por su pierna
    Más tarde dijo ella

    O Semra Semra
    tan cerca de París dijo ella
    Estambul es la ciudad más romántica
    ¿has leído a Omar Khayyam? dijo ella
    Sí sí le dije
    un trozo de pan y una pinta de vino
    conozco las batallitas
    de Omar
    ¿Khalil Gibran? dijo ella
    ¿Quién? dije yo
    Gibran dijo ella
    No mucho dije yo
    ¿Qué piensas de los militares? dijo ella
    ¿has estado en el ejército?
    No le dije
    no me interesa mucho el ejército
    ¿Por qué no? dijo ella
    ¿te jode que la gente
    se meta en el ejército?
    Bueno claro dije yo
    tiene que haber
    Una vez viví con un hombre dijo ella
    un hombre de verdad un capitán
    del ejército
    pero lo mataron
    Mierda, vaya, dije yo
    buscando un cuchillo
    borracho como una cuba
    deseándoles a ambos que se pudrieran en el infierno
    y justo atrapé
    la tetera volando por encima de la mesa
    Lo siento dije yo
    a la tetera
    Semra intenté decir
    A la mierda dijo ella
    no sé por qué coño
    te dejé ligar conmigo



    POR LA MAÑANA, PENSANDO EN EL IMPERIO

    Apretamos los labios contra el borde esmaltado de las tazas
    e intuimos que esta grasa que flota
    en el café logrará que el corazón se nos pare cualquier día.
    Ojos y dedos se dejan caer sobre los cubiertos de plata
    que no son de plata. Al otro lado de la ventana, las olas
    golpean contra las paredes desconchadas de la vieja ciudad.
    Tus manos se alzan del áspero mantel
    como si fueran a hacer una profecía. Tus labios se estremecen...
    Te diría que al diablo con el futuro.
    Nuestro futuro yace en lo más profundo de la tarde.
    Es una calle angosta por la que pasa un carro,
    el carretero nos mira y vacila,
    luego menea la cabeza. Mientras tanto,
    casco un huevo espléndido de gallina Leghorn
    con indiferencia.
    Tus ojos se nublan. Te vuelves para mirar el mar
    tras la hilera de tejados. Ni las moscas se mueven.
    Casco el otro huevo.
    Seguramente nos hemos empequeñecido juntos.



    PROSSER

    En el invierno se ven dos tipos de sembrados a las afueras
    de Prosser: campos de trigo verde nuevo, con sus vástagos
    que surgen por la noche de la tierra labrada,
    esperan
    y crecen luego hasta brotar.
    A los gansos les encanta este trigo verde.
    Yo lo probé una vez también, para ver.

    Y los campos de trigo cubiertos de rastrojo que llegan al el río.
    Son los campos que lo han perdido todo.
    Por la noche intentan recobrar su juventud
    pero respiran lenta e irregularmente
    mientras se hunde su vida en los oscuros surcos de la tierra.
    A los gansos les encanta también este trigo echado a perder.
    Morirían por él.

    Pero todo cae en el olvido, casi todo,
    y más temprano que tarde, bendito sea Dios.
    Padres, amigos, todos pasan
    por tu vida y salen de ella, unas cuantas mujeres se quedan
    un rato, luego se van, los sembrados también
    se dan media vuelta y desaparecen bajo la lluvia.
    Todo pasa, menos Prosser.

    Aquellas noches, de vuelta, atravesando millas
    de campos de trigo -
    los faros delanteros barriendo los campos en las curvas-
    Prosser, aquella ciudad, iluminada cuando culminábamos las colinas,
    la calefacción a tope, cansados hasta los huesos,
    el olor de la pólvora aún en nuestros dedos.
    Apenas puedo verle, a mi padre, inclinándose
    hacia el parabrisas de la cabina, diciendo: Prosser.



    LOUISSE

    En la casa-trailer de al lado
    una mujer no deja de buscarle las cosquillas a una niña llamada Louise.
    ¿No te dije, boba, que dejaras la puerta cerrada?
    ¡Jesús, estamos en invierno!
    ¿Pagas tú la factura de la calefacción?
    ¡Límpiate los pies, por Dios!
    Louise, ¿qué tengo que hacer contigo?
    Oh, ¿qué tengo que hacer contigo, Louise?
    La misma canción noche y día.
    Hoy madre e hija salieron a
    lavar la ropa.
    Dile hola a este señor, le dice la mujer
    y le da una colleja.
    El gato le comió la lengua, dice la mujer.
    Pero Louise tiene unas pinzas en la boca
    y ropa mojada en los brazos. Tira
    de la cuerda hacia abajo, la sujeta
    con el cuello
    mientras tiende la camisa
    y luego la suelta.



    PARA SIEMPRE

    A tientas en una nube de humo,
    sigo la raya que en el suelo del jardín deja un caracol
    hasta el muro de piedra.
    Al final, de cuclillas, me fijo

    en lo que hay que hacer y, de repente,
    me adhiero a la piedra húmeda.
    Empiezo a mirar lentamente alrededor
    y a escuchar, utilizando para ello

    mi cuerpo entero como el caracol
    utiliza el suyo, relajado, pero alerta.
    ¡Atención! Esta noche es un hito
    en mi vida. Después de esta noche,

    ¿cómo podré volver a mi
    vida anterior? Mantengo los ojos fijos
    en las estrellas, les hago señales
    con mis antenas. Bien sujeto

    durante horas, descansando sin más.
    Más tarde, la pena comienza
    a gotear en mi corazón.
    Recuerdo que mi padre está muerto,

    y que me voy a ir pronto
    de esta ciudad. Para siempre.
    Adiós, hijo, dice mi padre.
    Casi al amanecer, bajo

    y deambulo hacia la casa.
    Todavía están esperándome,
    el espanto aletea en sus rostros
    al encuentrarse con mis nuevos ojos por primera vez.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Miér 09 Ago 2023, 15:08

    .


    De Donde el agua se junta con otras aguas (1985):


    ONDAS DE RADIO

    A Antonio Machado

    Ha dejado de llover y sale la luna.
    No tengo la menor idea de lo que son las ondas
    de radio, pero supongo que se transmiten mejor
    cuando ha llovido, con el aire húmedo.
    En cualquier caso, ahora puedo pillar Ottawa, si quiero, o Toronto.
    Últimamente, por la noche, me sorprendo a mí mismo
    interesado en la política canadiense
    y en sus problemas internos. Cierto. Antes solía buscar
    sus emisoras de música. Me sentaba en el sillón
    y escuchaba, sin hacer nada ni pensar en nada.
    No tengo tele y ya no leo
    los periódicos. De noche pongo la radio.

    Cuando llegué a este lugar intentaba alejarme
    de todo. Especialmente de la literatura,
    de cómo te atrapa y sus consecuencias.
    Un deseo en el alma de no pensar.
    De quedarme quieto. Y a la vez
    un deseo de ser estricto, sí, y riguroso.
    Pero el alma también puede ser una encantadora hija de puta,
    no siempre es de fiar. Y no lo tuve en cuenta.
    Le hice caso cuando me dijo: Mejor cantar a lo que se ha ido
    y no volverá que a lo que sigue
    contigo y seguirá ahí mañana. O no.
    Y si no, da igual.
    Tampoco importa mucho, dijo, si un hombre no le canta a nada.
    Ésa es la voz que escuché.
    ¿Es posible que alguien piense así?
    ¿Da todo igual, realmente?
    Qué absurdo.
    Pensaba estas tonterías de noche
    cuando me sentaba en el sillón a escuchar la radio.

    Entonces, Machado, tu poesía.
    Fue algo así como el hombre maduro que se enamora
    de nuevo. Una cosa digna de atención.
    Desconcertante, también.
    Se me ocurren cosas como colgar tu retrato en la pared.
    Y llevarme tu libro a la cama,
    dormirme con él a mano. Una noche
    pasó un tren por mis sueños y me despertó.
    Lo primero que pensé, con el corazón acelerado
    en el dormitorio a oscuras, fue esto:
    No pasa nada, Machado está aquí.
    Y me volví a dormir.

    Hoy me llevé tu libro cuando fui a dar
    un paseo. “Presta atención”, dijiste,
    cuando alguien se preguntaba qué hacer con su vida.
    Así que miré alrededor y tomé nota de todo.
    Luego me senté con el libro al sol, en mi sitio
    junto al río, donde puedo ver las montañas.
    Cerré los ojos y me puse a escuchar el sonido
    del agua. Luego los abrí y empecé a leer
    “Últimas lamentaciones de Abel Martín”.
    Esta mañana pensé mucho en ti, Machado.
    Espero, incluso a pesar de lo que sé de la muerte,
    que hayas recibido el mensaje que te envié.
    Pero da igual si no es así. Descansa.
    Espero encontrarte antes o después.
    Entonces podré decirte esto personalmente.



    MIEDO

    Miedo a ver un coche de la policía acercarse a mi puerta.
    Miedo a dormirme por la noche.
    Miedo a no dormirme.
    Miedo al pasado resucitando.
    Miedo al presente echando a volar.
    Miedo al teléfono que suena en la quietud de la noche.
    Miedo a las tormentas eléctricas.
    ¡Miedo a la limpiadora que tiene una mancha en la mejilla!
    Miedo a los perros que me han dicho que no muerden.
    Miedo a la ansiedad.
    Miedo a tener que identificar el cuerpo de un amigo muerto.
    Miedo a quedarme sin dinero.
    Miedo a tener demasiado, aunque la gente no creerá esto.
    Miedo a los perfiles psicológicos.
    Miedo a llegar tarde y miedo a llegar antes que nadie.
    Miedo a la letra de mis hijos en los sobres.
    Miedo a que mueran antes que yo y me sienta culpable.
    Miedo a tener que vivir con mi madre cuando ella sea vieja, y yo también.
    Miedo a la confusión.
    Miedo a que este día acabe con una nota infeliz.
    Miedo a llegar y encontrarme con que te has ido.
    Miedo a no amar y miedo a no amar lo suficiente.
    Miedo de que lo que yo amo resulte letal para los que amo.
    Miedo a la muerte.
    Miedo a vivir demasiado.
    Miedo a la muerte.
    Ya he dicho eso.



    PENDIENTE DE LA NÚMERO UNO

    Ahora que te has ido durante cinco días,
    voy a fumar todos los cigarrillos que quiera,
    donde quiera. Voy a hacer bollos y a comerlos
    con mermelada y con tocino.Voy a hacer el vago. A ser
    indulgente conmigo mismo. Solo voy a pasear por la playa
    si me apetece. Y me apetece, a solas y
    pensando en mi juventud. En las personas
    que entonces me amaron más allá de la razón.
    Y en cómo yo las amé a ellas por encima de todas las demás.
    Excepto de una.¡Estoy diciendo que haré todo
    lo que quiera mientras estés fuera!
    Pero hay una cosa que no voy a hacer.
    No voy a dormir en nuestra cama si no estás tú.
    No. Eso no me apetece.
    Dormiré donde pueda blasfemar a gusto,
    donde duermo cuando estás fuera
    y no puedo abrazarte como quisiera.
    En el sofá roto de mi estudio.



    FELICIDAD

    Tan temprano que casi está oscuro todavía.
    Me acerco a la ventana con una taza de café
    y el atasco habitual a esta hora en la cabeza.
    Veo entonces a un chico y a su amigo
    calle arriba repartiendo el periódico.
    Llevan gorras y sudaderas,
    uno de ellos con una bolsa al hombro.
    Son tan felices
    que no se dicen nada, estos chicos.
    Creo que si pudieran, se tomarían
    del brazo.
    Es temprano por la mañana
    y están haciendo eso juntos.
    Se acercan, despacio.
    El cielo empieza a cubrirse de luz,
    aunque todavía cuelga pálida la luna sobre el agua.
    Tanta belleza que, durante un instante,
    la muerte o la ambición, incluso el amor,
    no tienen cabida aquí.
    Felicidad. Llega
    de forma inesperada. Y sigue su camino, realmente,
    cualquier mañana te lo dice por sí misma.



    ENERGÍA

    Anoche, en su casa, cerca de Blaine,
    mi hija intentó explicarme lo mejor que pudo
    qué había fallado entre su madre y yo.
    “Energía. La energía de ambos estaba mal encauzada”.
    Se parece a su madre
    cuando su madre era joven.
    Se ríe como ella.
    Se aparta el flequillo
    de la frente con un gesto como el de su madre.
    Apura el cigarrillo hasta el filtro en tres caladas,
    igual que su madre. Creía
    que la visita resultaría fácil. Me equivoqué.
    Esto es duro, hermano. El pasado
    se desborda por mi sueño cuando intento
    dormir. Me despierto y me encuentro miles
    de cigarrillos en el cenicero y todas
    las luces de la casa encendidas. No pretendo
    entender nada: hoy seré transportado
    a tres mil millas de distancia hasta
    los amantes brazos de otra mujer, no
    de su madre. No. Ella está atrapada
    en el engranaje de un nuevo amor.
    Apago la última luz
    y cierro la puerta.
    Cuando nos movemos hacia cualquier zona del pasado
    se pone en marcha la cadena
    y tira de nosotros, implacablemente.



    SE CIERRA LA PUERTA POR FUERA
    Y TRATAS DE ENTRAR

    Así de sencillo, sales y cierras la puerta
    sin pensarlo. Y cuando te das cuenta
    de lo que has hecho
    es demasiado tarde. Si parece
    la historia de una vida, perfecto.

    Estaba lloviendo. Los vecinos que tenían
    una llave no estaban. Lo intenté varias veces
    por las ventanas de abajo. La mirada fija
    en el sofá, las plantas, la mesa,
    las sillas y el equipo de música.
    La taza de café y el cenicero esperándome
    en la mesa de cristal, y mi corazón
    que se iba hacia ellos. Les dije: Hola, amigos,
    o algo parecido. Después de todo,
    no era tan grave.
    Cosas peores habían pasado. Incluso
    tenía su gracia. Encontré la escalera.
    La apoyé contra la pared.
    Subí bajo la lluvia a la terraza,
    pasé sobre la barandilla
    y lo intenté con la puerta. Estaba cerrada,
    por supuesto. Pero volví a mirar hacia dentro,
    mi escritorio, los papeles y la silla.
    La ventana al otro lado
    por la que miro cuando levanto la vista del escritorio.
    Esto no es como lo de abajo, pensé.
    Esto es algo más.

    Había allí algo que nunca había visto
    desde la terraza. Estar allí dentro y no estar.
    No sé cómo explicarlo.
    Pegué la cara al cristal
    y me imaginé dentro,
    sentado al escritorio. Levantando la vista
    del papel de vez en cuando,
    pensando en otro lugar
    y otro tiempo.
    La gente que había amado entonces.

    Me quedé allí un rato bajo la lluvia.
    El hombre más afortunado del mundo.
    Incluso cuando me pasó por encima una ola de pena.
    Incluso cuando me sentí francamente avergonzado
    por el daño que había causado.
    Le di un golpazo a aquella ventana tan bonita.
    Y entré.



    EL POEMA QUE NO ESCRIBÍ

    Aquí está el poema que iba a escribir
    antes, pero lo dejé
    porque te levantabas.
    Estaba pensando otra vez
    en aquella primera mañana en Zúrich.
    Nos levantamos antes del amanecer.
    Durante un instante no sabíamos dónde estábamos.
    Salimos al balcón que daba
    al río y a la parte vieja de la ciudad.
    Allí estábamos, sin más, callados.
    Desnudos. Viendo cómo se aclaraba el cielo.
    Tan conmovidos y tan felices. Como si
    nos hubieran colocado allí
    justo en aquel momento.



    LA CARTERA DE MI PADRE

    Mucho antes de pensar en su muerte,
    mi padre dijo que quería que lo enterrasen
    junto a sus padres. Los echaba mucho de menos
    desde que se habían ido.
    Lo dijo tantas veces que mi madre se acordó.
    Y me acordé yo. Pero cuando no le quedaba aire
    en los pulmones y había desaparecido en él
    todo signo de vida, mi padre se encontraba en un pueblo
    a 512 millas del lugar en el que hubiera querido estar.

    Mi padre. Inquieto
    hasta en la muerte. Hasta muerto
    tuvo que hacer un último viaje.
    Toda su vida le gustó andar por ahí,
    y ahora tenía un sitio más al que ir.

    El de la funeraria dijo que lo arreglaría,
    no se preocupen. Una luz escasa
    caía desde la ventana al suelo polvoriento
    aquella tarde en que esperábamos
    hasta que el tipo salió del cuarto del fondo
    y se quitó los guantes de goma.
    Traía consigo el olor a formol.
    Era un gran hombre —dijo.
    Luego se puso a contarnos por qué
    le gustaba vivir en un pueblo tan pequeño.
    El tipo que acababa de abrirle las venas a mi padre.
    ¿Cuanto nos va a costar?, pregunté.

    Echó mano al cuaderno y empezó
    a escribir. Primero, los gastos de aseo del cadáver.
    Luego añadió el transporte
    a 22 centavos la milla.
    Pero era un viaje de ida y vuelta,
    no se olvide. Más, digamos, seis comidas
    y dos noches en un motel. Incluyó
    algo más. Añádase un recargo de
    210 dólares por su tiempo y trabajo,
    y ahí está.

    Pensó que íbamos a regatear.
    Tenía una mancha de color
    en cada mejilla cuando alzó la vista
    del cuaderno. La misma luz escasa
    caía en el mismo lugar
    del mismo suelo polvoriento. Mi madre asintió
    como si lo entendiera. Pero
    no había entendido ni una sola palabra.
    Nada de aquello tenía sentido para ella
    desde el instante en que había salido de casa
    con mi padre. Sólo sabía
    que fuera como fuese
    lograría ese dinero.
    Buscó en su bolso y sacó
    la cartera de mi padre. Los tres
    en ese cuarto pequeño aquella tarde.
    El sonido de la respiración.

    Miramos la cartera durante un rato.
    Nadie decía nada.
    Había desaparecido todo rastro de vida de aquella cartera.
    Estaba vieja, cuarteada y sucia.
    Pero era la cartera de mi padre. Mi madre la abrió
    y miró en su interior. Sacó
    el puñado de billetes que pagaría
    el último y más peculiar viaje de mi padre.



    MI MUERTE

    Si tengo suerte, estaré conectado
    a una cama de hospital. Tubos
    por la nariz. Pero no os asustéis, amigos.
    Os digo desde ahora que está bien así.
    Poco se puede pedir al final.
    Espero  que alguien llame a los demás
    para decir, “¡ven rápido, se está yendo!”
    Y vendrán. Así tendré tiempo
    para despedirme de las personas que amo.
    Si tengo suerte, se acercarán
    para que pueda verles por última vez
    y llevarme ese recuerdo.
    Puede que bajen la mirada y quieran echar a correr.
    Pero, al menos, puesto que me quieren,
    me darán la mano y me dirán “Valor”
    o “Todo va a ir bien”.
    Y tienen razón. Todo irá bien.
    Me basta con que sepas lo feliz que me has hecho.
    Sólo espero que siga la suerte y pueda mostrar
    mi agradecimiento.
    Que pueda abrir y cerrar los ojos para decir
    “Sí, te escucho. Te entiendo”.
    Incluso que pueda llegar a decir algo así:
    “Yo también te quiero. Sé feliz”.
    Así lo espero. Pero no quiero pedir demasiado.
    Si no tengo suerte, si no la merezco, bueno,
    me tendré que ir sin decir adiós ni darle la mano a nadie.
    Sin poder decirte lo mucho que te quise y lo mucho que disfruté
    a tu lado todos estos años. En cualquier caso,
    no me guardes luto mucho tiempo. Quiero que sepas
    que fui feliz contigo.
    Y recuerda que te dije esto hace tiempo, en abril de 1984.
    Pero alégrate por mí si puedo morir en presencia
    de mis amigos y de mi familia. Si es así, créeme,
    salí por la puerta grande. Esta vez no fue una derrota.



    UN CORTE DE PELO

    Han ocurrido ya tantas cosas
    imposibles en esta vida. No se lo piensa
    dos veces cuando ella le dice que se prepare:
    le va a cortar el pelo.

    Se sienta en una silla de la habitación de arriba,
    la habitación a la que a veces, bromeando, llaman
    biblioteca. Hay una ventana allí
    por la que entra la luz. La nieve cae
    afuera mientras ella coloca hojas de periódico
    alrededor de sus pies. Le pone una gran
    toalla sobre los hombros. Luego
    coge sus tijeras, el peine y el cepillo.

    Ésta es la primera vez que han estado
    solos desde hace tiempo –sin que uno de los dos
    tenga que ir a algún sitio o que hacer algo.
    Sin contar el momento
    de irse juntos a la cama. Esa intimidad.
    O la hora del desayuno. Esa otra
    intimidad. Permanecen en silencio
    y pensativos mientras ella le corta el pelo,
    le peina y corta un poco más.
    Afuera sigue nevando.
    En seguida la luz empieza a retirarse de
    la ventana. Él mira hacia abajo, distraído,
    intentando leer
    algo del periódico. Ella le dice,
    “Levanta la cabeza”. Y él lo hace.
    Luego dice: “A ver qué te parece”.
    Él se acerca al espejo y está bien.
    Justo como a él le gusta,
    y se lo dice.

    Más tarde, cuando enciende la luz
    del porche, sacude fuera la toalla
    y ve los rizos y mechones
    de pelo blanco y negro volar hacia
    la nieve y quedarse allí,
    comprende algo: se ha hecho
    un hombre adulto de verdad, un hombre maduro,
    de mediana edad. Cuando era crío,
    iba con su padre al barbero
    y más tarde, de adolescente, ¿cómo
    iba a imaginar que su vida
    le concedería alguna vez el privilegio de
    contar con una mujer preciosa con la que viajar,
    con la que dormir y con la que desayunar?
    No sólo eso –una mujer que una tarde le
    cortaría el pelo en silencio
    en una ciudad oscura sepultada bajo la nieve
    a 3.000 millas del lugar en el que se puso en camino.
    Una mujer que se le quedaría mirando
    desde el otro lado de la mesa y le dice:
    “Va siendo hora de que te sientes en la silla
    del barbero. Es hora de que alguien te haga
    un corte de pelo”.



    FELICIDAD EN CORNUALLES

    Al morir su mujer, se hizo viejo
    entre el cementerio y la puerta
    de casa. Arrastraba los pies.
    Hombros doblados. No se cambiaba
    de ropa y se dejó el pelo largo, cada vez más blanco.
    Sus hijos le encontraron a alguien.
    Una mujer robusta de mediana edad con
    grandes zapatos que pasaba
    la mopa, lavaba, fregaba, sacaba la basura y traía
    la leña. Se instaló
    en una habitación al fondo de la casa.
    Preparaba la comida. Poco a poco,
    muy poco a poco, logró que aquel hombre se acercara
    mientras leía poesía
    por las tardes frente al
    fuego. Tennyson, Browning,
    Shakespeare, Drinkwater. Poetas
    cuyos nombres ocupan espacio
    en la página. Hacía la mantequilla,
    cocinaba, se encargaba de la casa. Y después de
    un tiempo, nadie sabe ni le importa
    cuánto, empezaron a vestirse bien
    los domingos para dar un paseo por el pueblo.
    Ella le daba el brazo.
    Sonrientes. Él orgulloso y feliz
    de su brazo.
    Nadie renegó de su actitud
    ni los subestimó
    de modo alguno. La felicidad
    es una cosa muy extraña. Tardes
    escuchando poesía y más poesía
    frente al fuego.
    No se cansaba de esa vida.



    PARA TESS

    Afuera en el Estrecho el agua chapotea,
    como dicen aquí. Anuncia tormenta, me alegra
    no estar fuera. Contento porque estuve todo el día pescando
    en Morse Creek, estrené una Daredevil roja, la probé
    una y otra vez. No saqué nada. Ni una pieza
    siquiera, nada. Pero estuvo bien. Fue divertido.
    Llevé la navaja de tu padre y durante un rato
    me siguió un perro al que su dueño llamaba Dixie.
    A veces me sentía tan feliz que tenía que dejar
    de pescar. Una vez me tumbé en la orilla con los ojos cerrados,
    escuchando el sonido que hacía el agua
    y el viento en la copa de los árboles. El mismo viento
    que sopla afuera en el Estrecho pero diferente, también.
    Durante un rato incluso me permití imaginar que había muerto,
    y eso estuvo bien, al menos durante un par
    de minutos, hasta que la realidad caló en mí: Muerte.

    Mientras estaba allí tumbado con los ojos cerrados,
    justo después de haber imaginado qué ocurriría
    si de veras nunca me levantara otra vez, pensé en ti.
    Entonces abrí los ojos, me levanté
    y volví a sentirme feliz otra vez.
    Te lo debo a ti, ya ves. Quería decírtelo.


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    Raymond Carver - Raymond Carver (1938-1988) Empty Re: Raymond Carver (1938-1988)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Jue 10 Ago 2023, 05:11

    .


    De Ultramar (1986):


    MADERA DE BALSA

    Mi padre está en el fogón delante de la sartén con sesos
    y huevos. Pero ¿quién tiene ganas de comer algo
    esta mañana? Me siento tan endeble
    como la madera de una balsa. Alguien acaba de decir algo.
    Fue mi madre. ¿Qué dijo? Apostaría
    a que algo relacionado con el dinero. Que contribuyo
    si no como. Mi padre se vuelve desde el fogón,
    “Estoy en un agujero. Imposible hundirme más”.
    La luz se filtra desde la ventana. Alguien llora.
    Lo último que recuerdo es el olor
    a quemado de los sesos y los huevos. Toda la mañana
    estuvieron en el cubo de la basura mezclados
    con otras cosas. Poco después
    él y yo vamos en coche hasta el vertedero, a diez millas.
    No hablamos. Arrojamos las bolsas y los cartones
    al oscuro montón. Chillidos de ratas.
    Silban cuando salen de las bolsas podridas
    arrastrando la tripa. Volvemos al coche
    para mirar el fuego y el humo. El motor en marcha.
    Huelo en mis dedos el pegamento del avión.
    Me mira cuando me llevo los dedos a la nariz.
    Luego mira a lo lejos otra vez, hacia la ciudad.
    Quiere decir algo pero no puede.
    Está a muchas millas de distancia. Ambos estamos muy lejos
    de aquí, y alguien sigue llorando. Es entonces
    cuando empiezo a entender cómo es posible
    estar en dos sitios a la vez.



    EL PROYECTIL

    A Haruki Murakami

    Tomábamos té especulando educadamente
    sobre las posibilidades de éxito
    de mis libros en tu país. Pasamos
    a hablar del dolor y de la humillación
    que encuentras una y otra vez
    en mis relatos. Y ese elemento
    de pura suerte. Cómo se traduce todo eso
    en términos de ventas.
    Miré hacia una esquina de la habitación
    y por un momento tuve de nuevo 16 años,
    dando tumbos por la nieve
    en un Dodge Sedán del 50 con cinco o seis
    colegas. Enseñándoles el índice
    a otros tíos, que gritaban y bombardeaban
    el coche con bolas de nieve hechas con gravilla y ramas
    viejas. Dimos la vuelta acelerando a tope, gritando.
    Y pensábamos dejarlo ahí.
    Pero mi ventanilla estaba bajada diez centímetros.
    Solo diez centímetros. Les ladré
    la última obscenidad. Y vi a aquel tipo
    preparado para lanzar. Desde esta perspectiva,
    hoy, imagino que la veo venir. Que la veo
    acelerando por el aire mientras la miro,
    como aquellos soldados de principios
    de siglo veían nubes de metralla
    volar hacia ellos,
    petrificados, incapaces de moverse,
    fascinados por el pánico.
    Pero no la vi. Ya me había dado la vuelta
    para reírme con mis colegas
    cuando algo me golpeó de perfil,
    tan fuerte que me rompió el tímpano y cayó
    en mi regazo, intacto. Una bola de hielo y nieve
    bien presionada. El dolor fue inmenso.
    Y la humillación.
    Fue horrible cuando empecé a llorar
    ante aquellos tipos duros que me decían a voces: Mala suerte.
    Algo insólito. ¡Una de un millón!

    El tío que la lanzó tenía que estar encantado
    y orgulloso de sí mismo mientras le aclamaban
    con palmadas en la espalda.
    Se habrá secado las manos en los pantalones.
    Seguro que anduvo un rato más por ahí
    antes de ir a cenar a casa. Creció,
    tuvo su ración de reveses y se perdió
    en su propia vida, como yo en la mía.
    Nunca volvió a pensar
    en aquella tarde. ¿Por qué iba a hacerlo?
    Siempre hay demasiadas cosas en que pensar.
    ¿Por qué se iba a acordar de aquel estúpido coche que, patinando
    calle abajo, giró en la esquina
    y desapareció?
    Levantamos educadamente las tazas en la habitación.
    Una habitación en la que durante un instante hubo algo más.



    LA SALA DE AUTOPSIAS

    Entonces era joven y tenía la fuerz de otros diez como yo.
    Para lo que fuera. Pero parte de mi trabajo
    en el turno de noche consistía en limpiar la sala de autopsias
    cuando el forense había terminado con lo suyo. No tenían horario,
    unas veces terminaba pronto y otras muy tarde.
    Y para que el personal de limpieza no se aburriera, dejaban cosas
    en la mesa de disección. Un pequeño bebé
    inmóvil como una piedra y frío como el hielo. Otra vez,
    un negro enorme de pelo blanco con el pecho
    abierto en canal. Todos sus órganos vitales
    en una bandeja al lado de la cabeza. La manguera
    echando agua sin parar, las lámparas apuntando a la mesa.
    Una vez me encontré con una pierna, una pierna de mujer
    sobre la mesa. Pálida y bien formada.
    Sabía para qué era. Los había visto alguna vez.
    Aun así me quedé sin respiración.

    Cuando volvía a casa por la noche, mi mujer decía:
    "Cielo, todo va a ir bien. Podemos intentar
    cambiar de vida." Pero no era
    tan fácil. Me tomaba la mano entre las suyas
    y la apretaba mientras estaba tirado en el sofá
    con los ojos cerrados. Pero le dejaba llevar la mano
    a los pechos. En ese punto
    abría los ojos y miraba al techo, o
    al suelo. Mis dedos subiendo por su pierna,
    cálida y bien formada, que temblaba
    y se levantaba delicadamente ante la mínima carcícia.
    Me sentía confuso y débil. No
    pasaba nada. Pero pasaba todo. La vida
    como una piedra que se gasta y se afila.



    EL AUTOR DE SU DESGRACIA

    El mundo es el mundo..
    Y no escribe historias
    con final feliz.

    STEPHEN SPENDER

    No soy el tipo de hombre que ella asegura. Aunque
    esto sí que es verdad. el pasado queda ya
    muy atrás, una línea de costa que se aleja,
    y todos estamos en el mismo barco,
    un telón de lluvia sobre las vías marítimas.
    Aun así, me gustaría que no dijera
    esas cosas de mí.
    Durante la larga travesía
    todo menos la esperanza te va soltando, luego
    hasta ella afloja el agarre.
    Nada nos parece suficiente
    en la vida. Pero a intervalos
    aparece cierta dulzura y, si le das una oportunidad,
    prevalece. Es cierto. Ahora soy feliz.
    Y estaría muy bien si ella
    se mordiera un poco la lengua. Dejara
    de odiarme por ser feliz.
    De echarme la culpa por su estado. Me temo
    que me confunde con otro
    en su cabeza. Un tipo joven
    sin carácter, que vive en las nubes,
    que le jura amor eterno.
    Uno que le regaló un anillo y una pulsera,
    Que le decía: Ven conmigo, confía en mí.
    Algo efectista de esa clase. No soy ese hombre.
    Me confunde, ya lo he dicho,
    con otro.



    VAGO

    A la gente que estaba mejor que nosotros la llamábamos acomodada.
    Vivían en casas pintadas y con cisterna en el váter.
    Conducían coches de año y marca reconocibles.
    A quienes estaban peor los llamábamos miserables y ni siquiera tenían trabajo.
    Sus coches raros descansaban en sus corrales entre chatarra llenos de polvo.
    Los años pasan y todo es reemplazado.
    Pero hay una cosa que aún es verdad.
    Nunca me gustó trabajar. Mi meta fue siempre
    ser un vago. Le veía mérito.
    Me gustaba la idea de sentarme en una silla
    a la puerta de mi casa durante horas, sin hacer nada
    más que llevar puesto el sombrero y beber Coca-Cola.
    ¿Qué tiene de malo?
    Encender un cigarrillo de vez en cuando.
    Escupir. Pelar un palo con una navaja.
    ¿A quién le perjudica? Llamar
    de vez en cuando a los perros para ir a cazar conejos. Pruébalo alguna vez.
    Saludar cada poco a un chico gordo y rubio como yo
    y preguntarle: «¿Te conozco?»
    O mejor: «Oye, ¿qué quieres ser de mayor?»



    LA ESPERA

    Dejas la autopista y
    bajas la colina. Una vez
    abajo, giras a la izquierda.
    Sigues orientado a la izquierda. La carretera
    hará una Y. De nuevo a la izquierda.
    Dejas una cala a la izquierda.
    Sigue en la misma dirección. Justo antes
    de que se termine la carretera, verás
    otra carretera. Toma ésa
    y no otra. Si no,
    arruinarás tu vida
    para siempre. Hay una casa de madera
    con un tejado frágil a la izquierda.
    No es ésa la casa. Es
    la siguiente, justo sobre
    una elevación. La casa
    en la que los árboles se inclinan
    cargados de fruta. Donde crecen el flox, la forsitia
    y la caléndula. Ésa es
    la casa en la que una mujer
    permanece a la puerta
    con el sol en su pelo. La que
    ha estado esperando
    todo este tiempo.
    La mujer que te quiere.
    La que puede que te diga,
    “¿Dónde te has metido?”



    LA VENTANA

    Estalló una tormenta anoche y nos quedamos
    in luz. Cuando me acerqué
    a la ventana, los árboles parecían translúcidos.
    Se inclinaban cubiertos de escarcha. Una calma inmensa
    reinaba en el campo.
    Lo sabía bien. Pero en ese momento
    me pareció que nunca en mi vida había hecho una
    falsa promesa ni había cometido
    ningún acto inmoral. Mis pensamientos
    eran virtuosos. Más tarde,
    por supuesto, se restableció la electricidad.
    El sol salió de entre las nubes y derritió la escarcha.
    Todo volvió a ser como antes.


    RAYMOND CARVER, Todos nosotros. poesía completa, traducción de Jaime Priede, Anagrama 2019


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