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    Elizabeth Bishop (1911-1979)

    Pedro Casas Serra
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    Elizabeth Bishop (1911-1979) Empty Elizabeth Bishop (1911-1979)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Mar 18 Mar 2014, 08:48

    .


    ELIZABETH BISHOP


    Elizabeth Bishop (Worcester, Massachusetts, 8 de febrero de 1911 – Boston, 6 de octubre de 1979)  fue una poeta estadounidense, distinguida como poeta laureada de los Estados Unidos (1949-1950) y Premio Pulitzer de poesía en 1956.

    Juventud

    Después de que su padre muriera cuando ella tenía sólo ocho meses de edad, la madre de la poeta sufrió una enfermedad mental y fue enviada a una residencia psiquiátrica en 1916. Aunque la madre de Bishop vivió hasta 1934 en un asilo, nunca más se encontraron. Huérfana desde un punto de vista práctico, Bishop vivió con sus abuelos en Nova Scotia, un periodo que posteriormente idealizaría en sus poemarios.

    Años más tarde Bishop fue internada en Walnut Hill School en Natick, Massachusetts, en donde publicó sus primeros poemas en una revista de estudiantes gracias a su amigo Frani Blough. Se matriculó en Vassar College en el otoño de 1929, justo antes del colapso bursátil. En 1933 fundó Con Spirito, una revista literaria independiente junto con la escritora Mary McCarthy, Margaret Miller, y sus hermanas Eunice y Eleanor Clark.

    Escritora

    La escritura de Bishop estuvo fuertemente influenciada por la poeta Marianne Moore. Fue presentada a Marianne por un bibliotecario de Vassar en 1934. Moore se interesó mucho por el trabajo de Bishop y la llegó a disuadir de estudiar medicina en Cornell Medical School, donde la poeta se había matriculado tras mudarse a Nueva York después de su graduación. Fue cuatro años antes de que Bishop se dirigiera a la ‘Querida señora Moore’ como ‘Querida Marianne,’ y sólo porque así se lo dijo Moore. La amistad entre las dos mujeres duró hasta la muerte de Moore en 1972. El libro de Bishop "At the Fishhouses" (1955) contiene varias alusiones al poema de Moore "A Grave."

    Bishop viajó ampliamente y vivió en muchas ciudades y países, muchos de los cuales están descritos en sus poemas. Vivió en Francia durante varios años a mitad de la década de los 30, gracias en parte al patronazgo de una amiga de la universidad, Louise Crane. En 1938 Bishop compró una casa con Crane en el 624 de White Street, en Key West, Florida. Mientras vivía allí Bishop se hizo amiga de Pauline Pfeiffer Hemingway, quien se había divorciado de Ernest Hemingway en 1940.

    Fue presentada a Robert Lowell por Randall Jarrell en 1947. Escribió el poema "Visita a St. Elizabeths" en 1950 como recuerdo de sus visitas a Ezra Pound. También conoció a James Merrill  en 1947, y se hizo amiga de él en sus últimos años.

    En 1946, Marianne Moore presentó personalmente a Bishop para el premio Houghton Mifflin Prize de poesía, que Bishop ganó. Su primer libro, Norte y Sur, fue publicado con mil ejemplares; Randall Jarrell escribió sobre él que "todos sus poemas han sido escritos desde lo más profundo, lo he visto".

    Bishop, quien tuvo problemas financieros a lo largo de casi toda su carrera, cada vez se mantenía más gracias a la concesión de becas y premios. Tras recibir la importante cantidad de 2,500 dólares como beca para viajes de Bryn Mawr College en 1951, Bishop partió a circunnavegar Sudamérica en barco. Llegó a Santos, Brasil en Noviembre ese año. Bishop pensaba estar dos semanas pero permaneció durante quince años.

    Mientras vivía en Brasil, recibió el premio Pulitzer en 1956 por su libro Norte y Sur — Una Fría Primavera, que agrupaba varios poemarios. Posteriormente recibiría el National Book Award y el National Book Critcs Circle Awards, así como dos becas de la Fundación Solomon R. Guggenheim y otra de la Ingram Merrill Foundation. En 1976, se convirtió en la primera mujer en recibir el Neustadt International Prize for Literature.

    Con frecuencia Bishop escribía artículos para The New Yorker, y en 1964 escribió el obituario de Flannery O'Connor en The New York Review of Books.

    Bishop fue conferenciante de universidades durante muchos años. Durante un corto periodo de tiempo fue profesora de University of Washington, antes de serlo en Harvard University durante siete años. También enseñó en New York University, antes de acabar en el Massachusetts Institute of Technology. Normalmente solía pasar los veranos en su casa de Maine, en una isla llamada North Haven.

    Traductora

    Durante su estancia en Brasil, Bishop comenzó a interesarse por las lenguas y literaturas de Latinoamérica. Con el tiempo traduciría a muchos poetas al inglés, entre los que destacan Octavio Paz, Joâo Cabral de Melo y Carlos Drummond de Andrade, de quien dijo:

    No lo conocía de nada. Se suponía que él era muy tímido. Yo también soy muy tímida. Nos encontramos una vez - una noche en una acera- Habíamos salido del mismo restaurante, y besó mi mano educadamente cuando nos presentaron.

    Vida personal

    Elizabeth Bishop se ha convertido en un icono como poeta lesbiana. Tuvo varias relaciones con distintas mujeres y dos relaciones estables. La primera fue con la arquitecta socialista brasileña Lota de Macedo Soares. Soares pertenecía a una familia importante desde el punto de vista económico y político; las dos vivieron juntas durante un periodo de quince años. Sin embargo, en los últimos años de su relación ésta se deterioró marcada por la depresión y el alcoholismo. Bishop tuvo una relación con otra mujer y finalmente dejó a Lota y volvió a los Estados Unidos. Soares, afectada por una profunda depresión, siguió a Bishop hasta los Estados Unidos y se suicidó en 1967.

    La otra gran relación de Elizabeth fue con Alice Methfessel, a quien Bishop conoció en 1971. Methfessel se convirtió en la pareja de Bishop y, tras su muerte, heredó los derechos literarios de la obra de su pareja.

    Muerte

    Bishop murió de una hemorragia cerebral en su casa de Lewis Wharf, Boston. Fue enterrada en su ciudad natal, Worcester, Massachusetts.

    (Sacado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]



    POEMAS:


    EL PEZ

    Cacé un tremendo pez.
    y lo sostuve mitad fuera del agua
    al costado del bote,
    con mi anzuelo clavado
    en una esquina de su boca.
    No peleó
    No tenía que hacerlo después de todo.
    Colgado, gruñía pesadamente.
    Espasmódico, venerable
    y sin atractivo. Aquí y allá
    su piel marrón colgaba en tiras,
    al igual que empapelado antiguo.
    Y su figura marrón oscura
    era como empapelado
    con aspecto semejante al de rosas todas rendidas
    y descoloridas por el transcurso de las edades.
    Era un percebe salpicado;
    fina roseta de lima
    e infestada
    con un pequeño y blanco piojo de mar.
    Y debajo dos o tres
    retazos de yuyo verde colgando
    mientras sus branquias –las aterrorizadas branquias-
    respiraba el terrible oxígeno,
    con sangre fresca y crujiente
    que podía cortarlo tan mal.
    Pensé en la blanca y áspera carne
    comprimida como plumas.
    Los grandes huesos y los pequeños huesos;
    los dramáticos rojos y negros
    de sus brillantes vísceras
    y el rosado saco membranoso
    como una gran peonía.
    Lo miré a los ojos
    que estaban tan grandes como los míos,
    pero debilitados y amarillentos...
    Los iris apoyados y empaquetados
    con descolorida aleación,
    buscaban a través de las lentes
    de viejas micas raspadas.
    --Esto se pareció más al titilar
    de un objeto cuando refleja la luz.
    Admiré su cara malhumorada;
    el mecanismo de su mandíbula.
    Y entonces vi
    su pequeño labio.
    Podrías llamarlo un labio
    rígido, húmedo y parecido a un arma.
    Cuatro o cinco piezas viejas
    colgando de la línea de pesca
    y un cable guía con el pivote adjunto
    a sus cinco grandes ganchos que
    crecían firmemente en su boca.
    Una línea verde peleando hasta que al final
    donde él se quebró en dos líneas pesadas
    y un delgado hilo negro
    permaneció enredado por el esfuerzo y el chasquido
    cuando se quebró para dejarlo escapar.
    Como medallas con sus cintas
    luchando y moviéndose,
    una barba con cinco pelos de sabiduría
    que se arrastraba desde su dolorida mandíbula.
    Lo observé y observé.
    Y la victoria llenó
    el pequeño bote alquilado,
    desde la pileta de la sentina
    donde el arco iris del aceite estaba derramado
    alrededor del motor oxidado,
    hasta la oxidante carga de naranjas.
    El sol atravesaba y partía con sus cuerdas
    las horquillas de la borda –Antes que todo
    fue el arco iris arcos iris arco iris
    Y dejé a los peces ir.

    ELIZABETH BISHOP (De “Norte y sur”, 1946)
    (Traducción de Raúl Racedo)



    UNA FRÍA PRIMAVERA

    Para Jane Dewey, Maryland
    Nada es tan bello como la primavera.-Hopkins


    Una fría primavera:
    la violeta era una imperfección en el césped.
    A lo largo de dos o más semanas vacilaron los árboles:
    las pequeñas hojas esperaban,
    apuntando con cuidado sus características.
    Finalmente, un grave polvo verde
    se posó en tus grandes colinas anodinas.
    Un día, en una fría, blanca explosión de sol,
    en la ladera de una de ellas nació un ternero.
    La madre se detuvo entre mugidos
    y paso, tras el parto, largo tiempo comiendo la placenta,
    un miserable forraje, pero el ternero, rápido, se alzó
    y parecía inclinado a sentirse contento.

    El día siguiente
    fue más cálido.
    Por todas partes en el bosque surgieron arbustos de un blanco verdoso,
    cada pétalo quemado, en apariencia, por la punta de un cigarrillo,
    y el borroso y rojo capullo estaba tieso,
    sin moverse a su lado, pero más como un movimiento
    que como algún color reconocible.
    Cuatro ciervos practicaban el salto sobre tus vallas.
    Las infantiles hojas se mecían en el enjuto roble.
    Los cantos de los gorriones tenían cuerda hasta el verano,
    y en el arce se incorporaba el cardenal,
    chasqueaba un látigo, y aquello que dormía despertaba
    extendiendo miles de verdes ramas desde el sur.
    Blanqueaban en su cápsula las lilas,
    y caía un día como nieve.
    Ahora, al atardecer,
    viene una luna nueva.
    Las colinas se vuelven más suaves.
    Manojos de hierbas muestran
    donde hubo una bosta de vaca.
    Se oye la rana gigante,
    fuertes pulgares rascando flojas cuerdas.
    Bajo la luz, contra tu blanca puerta frontal,
    las más pequeñas mariposas nocturnas, como abanicos chinos,
    se agarran entre ellas, plata y plata dorada
    sobre el pálido amarillo, naranja o gris.
    Ahora, desde la espesa hierba, las luciérnagas comienzas a elevarse:
    hacia arriba, hacia abajo después, después de nuevo arriba:
    iluminando el ascendente vuelo,
    amontonándose a la vez a la misma altura,
    igual que las burbujas del champagne.
    Más tarde llegarán a su punto más alto.
    Y tu sombrío pasto ofrecerá
    estos particulares, brillantes tributos
    cada anochecer a lo largo del verano.

    ELIZABETH BISHOP (De “Una fría primavera”, 1955)
    (Traducción: D.Sam Abrams y Joan Margarit)



    UN SUEÑO DE VERANO

    Al hundido embarcadero
    pocos barcos podían llegar.
    La población se componía
    de dos gigantes, un idiota, una enana,

    un amable tendero
    soñoliento detrás de su mostrador,
    y nuestra amable patronazgo-la enana era su modista.

    Al idiota podía seducírsele
    cogiendo unas moras,
    pero después las tiraba.
    La encogida costurera sonreía.

    Junto al mar,
    azul igual que una caballa,
    nuestra casa de huéspedes estaba manchada
    como si hubiese estado llorando.

    Extraordinarios geranios
    tapaban las ventanas,
    los suelos brillaban
    con variados linóleums.

    Cada noche esperábamos oír
    la lechuza cornuda.
    Iluminado por la llama en forma de cuerno de lámpara,
    el papel que cubría las paredes brillaba.

    El gigante tartamudo
    que era el hijo de la patrona
    refunfuñaba en los peldaños
    sobre una vieja gramática.

    Estaba malhumorado,
    pero ella era alegre.
    El dormitorio estaba frío,
    la cama de plumas cerca.

    Nos despertó en la oscuridad
    el sonámbulo arroyo
    junto al mar,
    y el sueño era audible todavía.

    ELIZABETH BISHOP (De “Una fría primavera”, 1955)
    (Traducción: D.Sam Abrams y Joan Margarit)



    EN LOS ALMACENES DE PESCADO

    Aun siendo un frío ocaso,
    allá abajo, en una de las piscifactorías,
    un viejo estaba sentado, cosiendo su red
    con su usada y pulida lanzadora
    en la luz crepuscular, casi invisible,
    de un oscuro castaño violáceo.
    Hay en el aire un olor tan fuerte a bacalao
    que hace moquear y lagrimear.
    Los cinco almacenes de pescado tienen tejados puntiagudos y pendientes
    y estrechas y rugosas pasarelas para que no resbalen,
    al subir y bajar, las carretillas de los desvanes bajo la cubierta.
    Todo es de plata: la pesada superficie del mar,
    hinchándose con lentitud como si pensara desbordarse,
    es opaca, pero la plata de los bancos,
    de las nansas para las langostas y de los mástiles, todo ello extendido
    entre las salvajes y afiladas rocas,
    tiene un aspecto aparentemente traslúcido,
    como las bajas, viejas construcciones con un musgo esmeralda
    que ha crecido en los muros del lado de la orilla.
    Los grandes cubos de pescado están completamente recubiertos
    de capas de hermosas escamas de arenques,
    y las carretillas tienen un enlucido semejante
    hecho con esta cremosa, iridiscente cota de malla
    con pequeñas, iridiscentes moscas arrastrándose por encima.
    Sobre la leve cuesta detrás de las casas,
    puesto en una escasa y luminosa extensión de hierba
    hay un antiguo cabrestante de madera agrietada,
    con las dos manivelas despintadas
    y manchas melancólicas, como de sangre seca,
    allí donde el hierro se ha oxidado.
    El viejo acepta un Lucky Strike.
    Fue amigo de mi abuelo.
    Hablamos del declinar de la población,
    del bacalao y del arenque,
    mientras espera la llegada del bote del arenque.
    Hay lentejuelas en su pulgar y en su chaleco.
    Ha raspado la principal belleza, las escamas
    de innumerables peces con este viejo y negro cuchillo
    cuyo filo está gastado casi por completo.

    Abajo, junto al agua, en el lugar
    donde se hallan las barcas, sobre la larga rampa
    que desciende hasta el agua, los delgados y plateados
    troncos están puestos horizontales
    al través de la piedra gris,
    pendiente abajo, a intervalos de cuatro o cinco pies.

    Fría y profunda oscuridad, absolutamente clara,
    un elemento no soportable por mortal alguno,
    ni siquiera por los peces o las focas... Una foca, una en particular,
    la he visto aquí tarde tras tarde.
    Sentía curiosidad por mí. Estaba interesada en la música:
    como yo, creía en la inmersión total,
    tanto que yo solía cantarle himnos baptistas.
    También le cantaba
    “Mi Dios es una poderosa fortaleza”.
    Estaba sobre el agua y no dejaba de mirarme
    moviendo un poco su cabeza.
    Más tarde desaparecía, y de pronto emergía,
    casi en el mismo sitio, con una especie de alzamiento de hombros,
    como si lo que ocurría fuese en contra de su mayor sensatez.
    Fría, profunda, oscura y absolutamente clara,
    el agua clara, helada y gris... Detrás, a nuestra espalda,
    comienzan los solemnes abetos.
    Azulados, unidos a sus sombras,
    un millón de árboles de Navidad están esperando
    a que llegue la Navidad. El agua parece suspendida
    sobre las redondeadas piedras grises, de un gris azulado.
    Yo había visto, una y otra vez, el mismo mar, el mismo,
    balanceándose ligeramente con indiferencia sobre las piedras,
    gélidamente libre sobre las piedras,
    sobre las piedras y también sobre el mundo.
    Si sumergieras dentro de él tu mano,
    inmediatamente te dolería la muñeca,
    empezarían a dolerte los huesos, y la mano te quemaría
    como si el agua se transmutase en fuego
    que se alimentara de piedras consumiéndose con una llama gris oscuro.
    Si lo probaras, primero t6e sabría amargo,
    después como salmuera, y al final quemaría tu lengua.
    Es como imaginamos que es el conocimiento:
    oscuro, salado, claro, móvil, completamente libre,
    sorbido de la fría, dura boca
    del mundo, derivado para siempre de su pecho rocoso
    entrando y retirándose, y, puesto que
    nuestro conocimiento es histórico, entrando y fluyendo.

    ELIZABETH BISHOP (De “Una fría primavera”, 1955)
    (Traducción: D.Sam Abrams y Joan Margarit)



    VISTA DEL CAPITOLIO
    DESDE LA BIBLIOTECA DEL CONGRESO


    Moviéndose desde la izquierda hacia la izquierda,
    la luz en la Cúpula es pesada y vulgar.
    Una pequeña luneta la vuelve hacia un lado
    y mira en blanco con fijeza hacia ese lado,
    como un gran caballo viejo y tuerto.

    En las escaleras del este la Banda de la Fuerza Aérea,
    en azules uniformes de la Fuerza Aérea,
    está tocando fuerte y ruidoso, pero -es extraño-
    no alcanza a llegar toda la música.

    Viene a golpes, débil primero, entusiasta después,
    y después muda, y no hay brisa todavía.
    Los gigantes árboles se interponen.
    Pienso que los árboles deben tener algo que ver,

    cogiendo entre sus hojas a la música
    como polvo de oro, hasta que cada una de las grandes hojas cede.
    Sin cesar, las pequeñas banderas
    dan a comer al aire sus flojas rayas,
    y los esfuerzos de la banda se desvanecen.

    Grandes sombras se retiran a un lado
    para dejar espacio a la música.
    Todos a la vez, los metales quieren hacer
    el bum-bum.

    ELIZABETH BISHOP (De “Una fría primavera”, 1955)
    (Traducción: D.Sam Abrams y Joan Margarit)



    INSOMNIO

    La luna, en el espejo del tocador,
    mira a un millón de millas
    (y tal vez, con orgullo, hacia sí misma,
    pero nunca, nunca sonríe)
    de distancia, más allá del sueño, o
    tal vez duerma de día.

    Por el Universo desertado
    le diría ella que se fuera al infierno,
    y encontraría un cuerpo de agua
    o un espejo en el cual habitar.
    Envuelve entonces tu inquietud en telarañas
    y arrójala al pozo

    a ese mundo invertido
    donde la izquierda es siempre la derecha,
    donde las sombras son realmente el cuerpo,
    donde pasamos en vela las noches
    y los cielos son tan poco profundos
    como profundo es ahora
    el mar, y tú me amas.

    ELIZABETH BISHOP (De “Una fría primavera”, 1955)
    (Traducción de Ulalume González de león)



    CALLE VARICK

    De noche las fábricas
    luchan despiertas:
    miserables, preocupados edificios
    con tuberías por venas
    intentan hacer su trabajo.
    Prueban a respirar,
    las extendidas ventanas de la nariz
    con púas por pelos
    despiden, sin embargo, tantos hedores.
    Y yo debo venderte, venderte,
    venderte desde luego, querida, y tú me venderás a mí.


    Sobre ciertos suelos,
    ciertas sorpresas.
    Pálida, sucia luz,
    algún iceberg capturado
    al que se le impide derretirse.
    Mira las lunas mecánicas,
    enfermas, hechas
    para crecer y menguar
    por instigación de alguien.
    Y yo debo venderte, venderte,
    venderte desde luego, querida, y tú me venderás a mí.


    La música amorosa de las luces
    continúa trabajando. Las prensas
    imprimen calendarios,
    supongo; las lunas hacen medicinas
    o dulces. Nuestra cama
    elude el hollín,
    y los desgraciados olores
    nos mantienen cerca.
    Y yo debo venderte, venderte,
    venderte desde luego, querida, y tú me venderás a mí.


    ELIZABETH BISHOP (De “Una fría primavera”, 1955)
    (Traducción: D.Sam Abrams y Joan Margarit)



    DISCUSIÓN

    Días que no pueden acercarte,
    o que no quieren,
    Distancia
    intentando aparecer
    algo más que obstinada,
    discutir discutir discutir conmigo
    interminablemente
    sin que resultes ni menos deseada ni menos amada.

    Distancia:
    ¿recordar toda aquella tierra
    bajo el avión;
    aquella línea de la costa,
    de anchas playas de arena con poca luz
    alargándose sin poderlas distinguir
    todo el trayecto,
    todo el trayecto hacia donde terminan mis razones?

    Días: y pienso
    en todo este discordante montón de instrumentos,
    uno por cada hecho,
    una experiencia cancelando a otra;
    cuánto se parecían
    a algún horrible calendario
    ”Saludos de Nunca & Para Siempre, S.A.”.

    El son intimidatorio
    de estas voces
    que hemos de descubrir por separado
    puede y debe ser vencido:
    Días y Distancia desconcertados de nuevo
    y que ya han huido
    para siempre desde el amable campo de batalla.

    ELIZABETH BISHOP (De “Una fría primavera”, 1955)
    (Traducción: D.Sam Abrams y Joan Margarit)



    INVITACIÓN A MIS MARIANNE MOORE

    Desde Brooklyn, por encima del puente
    de Brooklyn, en la mañana espléndida,
    ….por favor ven volando.
    En una nube de substancias químicas,
    ardientes y pálidas,
    ….por favor ven volando
    Al rápido redoble de miles de tambores
    pequeños, azules,
    que bajan desde el cielo aborregado
    por las graderías resplandecientes
    de las aguas del puerto,
    ….por favor ven volando.

    Silbatos, gallardetes y humo estallan. Las naves
    se hacen señales cordiales con multitud de banderas
    que se elevan y se abaten sobre la bahía como pájaros.
    Entran en escena dos ríos: graciosamente,
    portan diáfanas, pequeñas, innumerables aguamares
    en centros de cristal de roca sobrecargados de cadenas de plata.
    Será un vuelo seguro. Que haya buen tiempo
    es asunto arreglado. Las olas
    corren en verso esta espléndida mañana.
    ….Por favor ven volando.

    Ven: con zapatos negros que despidan
    por las puntas, afiladas un destello de zafiro;
    con una capa negra de alas de mariposas
    y de ocurrencias; con sabe Dios
    cuántos ángeles montados en la negra
    y ancha ala de tu sombrero.
    ….Por favor ven volando.

    Trae contigo un ábaco, musical, inaudible,
    y un ligeramente reprobatorio entrecejo
    y unas cintas azules.
    ….Por favor ven volando.

    Hechos y rascacielos relumbran en la marea;
    Manhattan, esta espléndida mañana,
    está empapada en buenos principios. Entonces,
    ….por favor ven volando.

    Montada en el cielo con innato heroísmo,
    por encima de los accidentes y las películas inmorales,
    por encima de los taxis y las injusticias de toda especie,
    mientras soplan los cuernos en tus lindos oídos
    que simultáneamente escuchan una suave,
    no inventada música apta para almizcleros,
    ….por favor ven volando.

    Tú, por quien se comportan los más rígidos museos
    con igual cortesía que el gasta-reverencias
    ave-macho; a quien esperan los afables
    leones que descansan sobre la escalinata
    de la Biblioteca Pública, ansiosos
    por saltar y seguirte puertas adentro
    hasta la sala de lectura,
    ….por favor ven volando.

    Con dinastías de construcciones en negativo
    que se vayan tornando ininteligibles
    y caigan muertas a tu alrededor;
    con una gramática que de improviso vire y brille
    como el plumón de las aguanieves en pleno vuelo,
    ….por favor ven volando.

    Ven como una luz por el cielo blanco
    y aborregado, como un diurno
    cometa provisto de una larga,
    no nebulosa cola de palabras;
    desde Brooklyn, por encima del Puente
    de Brooklyn, en la mañana espléndida
    ….por favor ven volando.

    ELIZABETH BISHOP (De “Una fría primavera”, 1955)
    (Traducción de Ulalume González de león)



    EL LAVADO

    Las sosegadas explosiones sobre las rocas,
    los líquenes,
    crecen extendiéndose en grises conmociones concéntricas.
    Se han organizado
    para coincidir con los anillos en torno de la luna,
    aunque en nuestras memorias no han cambiado.

    Desde que sabemos que los cielos nos atenderán
    durante tanto tiempo,
    has sido, amada amiga,
    precipitada y pragmática;
    y mira lo que ocurre. Para el Tiempo
    nada es si no es adaptable.

    Las estrellas fugaces ¿han acudido
    en brillante formación a tus negros cabellos negros,
    tan lacios, tan temprano?
    –Ven, déjame lavártelos
    en esta gran palangana de latón
    batida y clara como la luna.

    ELIZABETH BISHOP (De “Una fría primavera”, 1955)
    (Traducción: D.Sam Abrams y Joan Margarit)


    (continuará)


    .


    Última edición por Pedro Casas Serra el Mar 31 Mayo 2022, 13:32, editado 1 vez


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    Elizabeth Bishop (1911-1979) Empty Re: Elizabeth Bishop (1911-1979)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Miér 19 Mar 2014, 13:56

    .


    OTROS POEMAS DE ELIZABETH BISHOP:



    LLEGADA A SANTOS

    Aquí hay una costa; aquí hay un puerto.
    Aquí, tras una magra dieta de horizonte, hay algo de paisaje:
    montañas con forma poco prácticas y -¿quién sabe?- apiadadas de sí mismas,
    tristes y ásperas bajo su frívolo verdor,

    con una pequeña iglesia sobre una de ellas. Y almacenes,
    algunos pintados con un débil color rosa o azul,
    y algunas altas e inciertas palmeras. Oh, turista,
    ¿así es como te responderá este país,

    a ti y a tus inmodestas exigencias de un mundo diferente
    y de una vida mejor, y de la completa, inmediata
    comprensión de ambas cosas al fin,
    tras dieciocho días en suspenso?

    Acaba el desayuno. La falúa ha llegado:
    una antigua y extraña embarcación en la que ondea un extraño y brillante trapo.
    Así que esta es la bandera. Nunca la había visto antes.
    Nunca pensé que fuese la de aquí bandera alguna,

    Aunque la hubiera siempre. Y monedas, supongo,
    y papel moneda: ya los veremos.
    Con precaución, de espaldas, descendemos la escalera,
    yo y una compañera de pasaje cuyo nombre es Miss Breen,

    bajando en medio de veintiséis mercantes
    que esperan ser cargados con verdes granos de café.
    ¡Por favor, chico, pon más cuidado con ese bichero!
    ¡Vigila! ¡Oh, ha cogido la falda de Miss Breen!

    ¡Bueno! Mis Breen debe ir por los setenta,
    una teniente jubilada de la policía, que mide unos dos metros,
    con unos bellos ojos azules y brillantes de amable expresión.
    Su casa, cuando ella está en casa, está en Glens Falls,

    Nueva York. Bueno. Somos acomodadas.
    Es de esperar que los oficiales de aduana hablarán inglés
    y que nos dejarán nuestro bourbon y nuestros cigarrillos.
    Los puertos tienen artículos de primera necesidad, como sellos, o jabón,

    pero rara vez parecen preocupados por la impresión que causan,
    o, como este, que sólo tiene, puesto que no importa,
    jabón de pálidos colores o sellos,
    gastándose el primero y deslizándose estos últimos

    cuando echamos al correo las cartas que escribimos en el barco,
    porque aquí es inferior el pegamento,
    o debido al calor. Dejamos Santos enseguida:
    nos dirigimos hacia el interior.

    ELIZABETH BISHOP (De “Cuestiones de viaje”, 1965)
    (Traducción: D.Sam Abrams y Joan Margarit)




    BRASIL, 1 DE ENERO DE 1502

    ...bordada naturaleza... tapizado paisaje.
    -El paisaje en el Arte
    , de Sir Kenneth Clark

    Eneros, la Naturaleza recibe nuestros ojos
    exactamente como debió de recibir los suyos:
    cada pulgada cuadrada colmándose de follaje
    -grandes hojas, pequeñas hojas, y hojas gigantes,
    azules, verde azuladas y oliva,
    con ocasionales venas y bordes más claros,
    o satén en el envés de las hojas giradas;
    monstruosos helechos
    en relieve gris plata,
    y flores, también, como gigantescos lirios de agua
    elevados -mejor dicho, en las hojas altas-
    púrpura, amarillo, dos amarillos, rosa,
    herrumbroso rojo y un blanco verde:
    sólido pero airoso, fresco, como si fuese recién terminado
    y se retirase del bastidor.

    Un cielo blanco azulado, una simple telaraña,
    un fondo y un detalle sobre él:
    pequeños arcos, una rueda rota de un pálido verde,
    unas pocas palmeras, pardas, chaparras, pero delicadas.
    Y, posados de perfil, los picos abiertos,
    los grandes, simbólicos pájaros permanecen mudos,
    mostrando sólo medio pecho hinchado y suavemente relleno,
    de colores limpios o moteados.
    Aún así en el primer plano está el Pecado:
    cinco dragones negruzcos junto a algunas rocas macizas.
    Las rocas están trabajadas con líquenes, grises explosiones lunares
    salpicadas y solapándose,
    amenazados desde debajo por el musgo
    en preciosas, infernales llamas verdes,
    atacados por encima
    por escalonadas parras, oblicuas y ordenadas,
    “una hoja sí y una hoja no” (en portugués).

    Los lagartos apenas respiran: todos los ojos
    están puestos en el más pequeño, una hembra, de espaldas,
    su maligna cola tiesa y vertical,
    roja como un alambre al rojo vivo.

    Así los Cristianos, duros como clavos,
    pequeños como clavos, y centelleando
    en la crujiente armadura, vinieron y, todo esto,
    no lo hallaron extraño:
    sin paseos de enamorados, sin sombreados retiros,
    sin cerezas que coger, sin música de laúd,
    pero, sin embargo, correspondiendo
    a un viejo sueño de riqueza y lujo,
    ya pasado de moda cuando dejaron sus bienes familiares,
    además de una especie de nuevo placer.
    Directamente después de Misa, canturreando quizá
    L'Homme armé o alguna melodía así,
    desgarraban el colgante tejido vegetal,
    cada uno buscando agarrar a una india
    -aquellas alocadas pequeñas mujeres que seguían llamándose,
    llamándose la una a la otra (¿o se habían despertado los pájaros?)
    y retirándose, siempre retirándose, detrás de todo aquello.

    ELIZABETH BISHOP (De “Cuestiones de viaje”, 1965)
    (Traducción: D.Sam Abrams y Joan Margarit)




    CUESTIONES DE VIAJE

    Aquí hay demasiadas cascadas: arrolladores torrentes
    bajan rápidamente hacia el mar,
    y la presión de tantas nubes en las cimas de las montañas
    los hace desbordarse en una suave cámara lenta sobre las laderas,
    volviéndose cascadas ante nuestros propios ojos.
    -Ya que si aquellas venas, aquellas largas millas de brillantes manchas de lágrimas,
    aún no son cascadas,
    en una época más o menos rápida, como las que aquí transcurren,
    probablemente lo serán.
    Pero si los arroyos y las nubes continúan viajando, viajando,
    las montañas parecen cascos de volcados buques
    con limos colgantes y lapas.

    Piensa en el largo viaje a casa.
    ¿Tendríamos que haber permanecido en casa y pensar en esto de aquí?
    Hoy, ¿dónde deberíamos estar?
    ¿Es correcto ser espectadores de extraños que actúan en una obra
    en el más extraño de los teatros?
    ¿Qué infantilismo nos empuja, mientras queda un aliento de vida
    en nuestros cuerpos, a correr
    para mirar el sol desde el otro lado?
    ¿Para ver el más pequeño colibrí verde del mundo?
    ¿Para mirar con atención alguna vieja, inexplicable obra de piedra,
    inexplicable e impenetrable,
    desde todos los puntos de vista,
    percibida en el acto y siempre, siempre encantadora?
    Oh, ¿debemos soñar nuestros sueños
    y también realizarlos?
    ¿Y nos queda espacio
    para un poniente plegable de viaje, y todavía lo bastante cálido?

    Hubiese sido una lástima, a buen seguro,
    no haber visto los árboles a lo largo del camino,
    realmente exagerados en su belleza,
    no haber visto sus gestos,
    como nobles pantomimas con vestidos color rosa.
    -No haber necesitado detenerse a poner gasolina y no haber podido oír
    esas dos tristes notas de la melodía de madera
    de unos desaparejados zuecos de madera
    que, sin cuidado alguno, golpean
    el suelo manchado de aceite de la gasolinera.
    (En otro país los zuecos estarían controlados:
    cada par sonaría con un idéntico tono.)
    -Sería una lástima no haber escuchado
    la otra música, la menos primitiva, del gordo pájaro castaño
    que canta posado sobre la estropeada bomba de gasolina
    en la barroca iglesia de cañas de los jesuitas:
    tres torres, cinco cruces de plata.

    -Sí, sería una lástima no haber ponderado nunca,
    sin precisión, indefinidamente,
    qué relación puede existir durante siglos
    entre el más burdo calzado de madera
    y el cuidado y la exigencia
    de las fantasías en las jaulas de madera.
    -No haber estudiado historia en
    la débil caligrafía de las jaulas de pájaros cantores.
    -Y nunca haber tenido que escuchar la lluvia,
    tan parecida a los discursos de los políticos:
    dos horas de oratoria sin pausa alguna
    y después, de repente, un silencio de oro
    durante el cual la viajera toma un cuaderno de notas y escribe:

    “¿Es una falta de imaginación lo que hace que vengamos
    a lugares imaginados, en lugar de quedarnos en casa?
    ¿O quizá Pascal no tenía toda la razón
    en aquello de sentarse tranquilo en una estancia?

    Continente, ciudad, país, sociedad:
    la elección nunca es amplia ni libre.
    Y aquí, o allí... No. ¿Tendríamos que habernos quedado en casa,
    doquiera fuese?”.


    ELIZABETH BISHOP (De “Cuestiones de viaje”, 1965)
    (Traducción: D.Sam Abrams y Joan Margarit)




    EL ARMADILLO

    A. R. Lowel

    Esta es la época del año
    en la que casi cada noche
    aparecen, ilegales, los frágiles globos de fuego.
    Ascienden a la cima de la montaña,

    elevándose hacia algún santo
    aún venerado en estas tierras,
    y sus cámaras de papel enrojecen, se llenan
    de una luz que va y viene, como corazones.

    Una vez en lo alto, contra el cielo,
    es difícil distinguirlos de las estrellas
    —es decir, los planetas, los coloreados:
    Venus que declina, o Marte

    o aquel otro, verde pálido. Una ráfaga,
    y se inflaman, titubean, vacilan, se agitan;
    pero quieto el aire, navegan seguros y atraviesan
    la armazón de cometa de la Cruz del Sur,

    retroceden y menguan y nos dejan
    —firmes ellos y solemnes— en el mayor desamparo;
    o impelidos desde un pico por corrientes descendentes,
    se convierten en súbito peligro.

    Anoche cayó otro de los grandes.
    Reventó como un huevo de fuego
    contra el acantilado a espaldas de la casa.
    Chorrearon llamas. Vimos

    volar al par de búhos que allí anidan,
    alto, más alto, en torbellino blanquinegro
    con una mancha rosa vivo por debajo,
    hasta que, se perdieron de vista chillando.

    Tal vez ardiera el viejo nido de los buhos.
    Aprisa, solitario,
    abandonó el lugar un armadillo centelleante,
    cabizbajo, colibajo, veteado de rosa,
    y un conejillo salió entonces,
    oh sorpresa, de orejas cortas,
    y tan suave: un puñado de cenizas intangibles,
    fijos y encendidos los ojos.

    Oh remedo más que hermoso; como un sueño.
    Oh juego que cae y grito penetrante
    y pánico, y un débil puño acorazado
    que ignorante se cierra contra el cielo.


    ELIZABETH BISHOP (De “Cuestiones de viaje”, 1965)




    EL HOMBRE DEL RÍO

    (“Un hombre en un remoto poblado de Amazonia decide convertirse
    en un saca, un médico brujo que trabaja con los espíritus del agua.
    Se cree que el delfín del río posee poderes sobrenaturales;
    el Luadinha es un espíritu del río asociado con la luna,
    y el pirarucucú es un pez de más de cuatrocientas libras.
    Esos y otros detalles en los cuales se basa este poema pertenecen a
    Amazon Town, de Charles Wagley)

    Me había levantado en la noche
    porque el Delfín me hablaba.
    Gruñía bajo mi ventana,
    oculto por la neblina del río,
    pero yo lo entreví -un hombre como yo mismo.
    Sudando, arrojé la manta;
    incluso me arranqué la camisa.
    Salté de la hamaca
    y me fui desnudo a través de la ventana.
    Oyendo el Delfín delante de mí,
    fui hacia abajo, hacia el río
    y la luna estaba ardiendo, brillante
    como la camisa de una lámpara de gasolina
    cuando la llama sube al máximo,
    justo antes de comenzar a quemarse.
    Fui hacia abajo, hacia el río.
    Oía es suspiro del Delfín
    al deslizarse dentro del agua.
    Yo estaba escuchando
    hasta que me llamó desde lejos en la corriente.
    Anduve hacia dentro del río
    y de repente una puerta
    se abrió dentro del agua,
    gimiendo un poco con el oleaje
    de las aguas sobre el dintel.
    Miré hacia atrás, a mi casa,
    blanca como una prenda de la colada
    olvidada en la ribera,
    y pensé una vez en mi mujer,
    pero yo sabía lo que estaba haciendo.

    Ellos me dieron una concha de cachaça
    y cigarros decorados.
    El humo se elevaba, como neblina
    a través del agua, y nuestra respiración
    no hacía burbuja alguna.
    Bebíamos cachaça y fumábamos
    los verdes canutos. La habitación
    se llenaba de un humo verde grisáceo
    y mi cabeza no podía sentirse más vertiginosa.
    Después una serpiente, larga y hermosa,
    en un elegante satén blanco,
    con sus grandes ojos verde y oro
    como las luces sobre la corriente del río
    -sí, nada menos que la Luadinha-
    entró y nos encontramos.
    Me saludó
    en un lenguaje que yo no conocía:
    pero cuando sopló el humo del cigarro
    dentro de mis oídos y de las ventanas de mi nariz
    yo comprendí, como un perro,
    aunque no podía decirlo todavía.
    Me mostraron habitación tras habitación
    y me llevaron desde allí hasta Belém
    y de vuelta otra vez en un minuto.
    De hecho, no estoy seguro de a donde fui,
    pero a millas de distancia, bajo el río.

    Ahora he estado tres veces allí.
    No he vuelto a comer pescado nunca más.
    Hay un fino lodo en mi cuero cabelludo
    y sé por el olor de mi peine
    que el río perfuma mi cabello.
    Mis manos y pies están fríos.
    Tengo un aspecto amarillento, mi mujer lo dice,
    y me prepara un repugnante té
    que, a sus espaldas, tiro.

    Cada noche de luna
    vuelvo otra vez.
    Sé algunas cosas ya,
    pero me tomaré años de estudio:
    todo es tan difícil.
    Ellos me dieron un moteado sonajero,
    una ramita de coral de un verde pálido
    y algunas hierbas especiales para fumar.
    (Ellos están bajo mi canoa.)
    Cuando la luna brilla sobre el río,
    oh, más rápido de lo que tardas en pensarlo,
    viajamos arriba y abajo por la corriente,
    vamos de aquí para allá
    bajo las flotantes canoas,
    derecho a través de las trampas de mimbre,
    cuando la luna brilla sobre el río
    y la Luandinha da una fiesta.
    Tres veces he asistido hasta ahora.
    La habitación de ella brilla como la plata
    con la luz por encima,
    una constante corriente de luz
    como en el cine.

    Necesito un espejo virgen,
    que nadie se haya nunca mirado en él,
    que no recuerde a nadie,
    para mostrar los ojos de los espíritus
    y ayudarme a reconocerlos.
    El tendero me ofreció
    una caja de pequeños espejos
    pero cada vez que yo cogía uno
    un vecino miraba por encima de mi hombro
    y después de que estuviese estropeado
    -o sea, estropeado por algo-
    las chicas lo usaban para mirarse las bocas,
    para mirar sus dientes y sonrisas.

    ¿Por qué no debería ser ambicioso?
    Sinceramente deseo ser
    un serio sacaca
    como Fortunto Pombo,
    o Lúcio, o hasta
    como el gran Joaquín Sacaca.
    Mira, es razonable
    que cuánto necesitamos
    podamos obtenerlo del río.
    Se agotan las selvas; se rastrean
    los árboles, plantas y rocas
    de alrededor de medio mundo,
    se busca en el múltiple corazón
    de la tierra el remedio
    para cada enfermedad
    -uno precisamente ha sabido como encontrarlo.
    Pero cada cosa debe estar ahí,
    en ese mágico lodo, debajo
    de las multitudes de peces,
    mortales o inocentes,
    de los gigantes piracucús,
    de las tortugas y los cocodrilos,
    de los troncos de árboles y las canoas hundidas,
    con los cangrejos, con los gusanos
    de diminutos ojos eléctricos
    encendiéndose, apagándose, encendiéndose.
    El río inhala sal
    y la exhala otra vez
    y todo ahí es dulzura
    en el profundo, encantado légamo.

    Cuando la luna arda, blanca,
    y el río haga ese sonido
    como de fogón de camping bombeado
    -ese murmullo alto y rápido
    como de cien personas a la vez-
    cuando la agitada tortuga marina silbe
    y el coral dé la señal,
    yo estaré ahí abajo
    viajando rápido como un deseo,
    con mi mágico manto de peces
    girando bruscamente cuando yo giro,
    siguiendo las venas,
    a lo largo del río, a lo largo de las venas,
    para encontrar los puros elixires.
    Abuelos y primos,
    vuestras canoas están sobre mi cabeza:
    oigo vuestras voces hablando.
    Podéis escudriñar abajo y abajo
    o dragar el fondo del río
    pero nunca, nunca me cogeréis.
    Cuando la luna brilla y el río
    yace a través de la tierra
    y la chupa como un niño,
    entonces iré a trabajar
    para proporcionaros salud y dinero.
    El Delfín me eligió;
    la Luandinha lo confirmó.

    ELIZABETH BISHOP (De “Cuestiones de viaje”, 1965)
    (Traducción: D.Sam Abrams y Joan Margarit)




    PRIMERA MUERTE EN NUEVA SCOTIA

    En el frío, frío salón
    mi madre puso a Arthur
    bajo las estampas de colores:
    Edward, el Príncipe de Wales,
    con la Princesa Alexandra
    y el Rey George con la Reina Mary.
    Sobre la mesa, bajo todos ellos,
    había una garza disecada,
    cazada y disecada por el Tío
    Arthur, padre de Arthur.

    Desde que el Tío Arthur le pegó un tiro,
    no había dicho ni palabra.
    Se reservaba el propio consejo
    sobre su blanco lago helado,
    el mármol de sobre la mesa.
    Su pecho era profundo y blanco,
    frío y acariciable;
    sus ojos eran de cristal rojo,
    demasiado rojos para ser deseados.

    “Ven” dijo mi madre,
    “Ven y di adiós
    a tu pequeño primo Arthur”.
    Me alzó y me dio
    un lirio del valle
    para ponérselo en la mano a Arthur.
    El ataúd de Arthur era
    un pequeño pastel escarchado,
    y la estúpida de los ojos rojos lo miraba
    desde su blanco, helado lago.

    Arthur era muy pequeño.
    Era blanco, como una muñeca
    todavía sin pintar.
    Jack Frost* había comenzado a pintarlo
    de la manera que siempre pintó
    la Hoja de Arce (Para siempre).
    Había comenzado por su pelo,
    un par de pinceladas de rojo, y después
    Jack Frost dejó caer el pincel
    dejándolo así blanco para siempre.

    La elegante pareja real
    era cálida en rojos y en armiños:
    sus pies estaban bien envueltos
    en las colas de armiño de las damas.
    Invitaron a Arthur a ser
    el más pequeño paje de la corte.
    Pero ¿cómo podía ir Arthur
    cogiendo, delicado, su lirio,
    con sus ojos cerrados tan tirantes
    y los caminos tan profundos bajo la nieve.

    ELIZABETH BISHOP (De “Cuestiones de viaje”, 1965)
    (Traducción: D.Sam Abrams y Joan Margarit)

    * Personaje de invierno que pinta el paisaje con escarcha.




    VISITA A ST. ELIZABETHS*

    Esta es la casa de Bedlam.

    Este es el hombre
    que está en la casa de Bedlam.

    Esta es la hora
    del hombre trágico
    que está en la casa de Bedlam.

    Este es el reloj pulsera
    que da la hora
    del hombre tan locuaz
    que está en la casa de Bedlam.

    Este es un marinero
    que usa el reloj
    que da la hora
    del hombre tan enaltecido
    que está en la casa de Bedlam.

    Esta es la rada, toda de tablas
    adonde llega el marinero

    que usa el reloj
    que da la hora
    del admirable viejo
    que está en la casa de Bedlam.

    Estos son los años y los muros de la sala,
    los vientos y las nubes del mar de tablas
    surcado por el marinero
    que usa el reloj
    que da la hora
    del maníaco
    que está en la casa de Bedlam.

    Este es un judío con un gorro de papel periódico
    que baila llorando por la sala
    sobre el rechinante mar de tablas
    del chiflado marinero
    que da cuerda al reloj
    que da la hora
    de ese hombre atareado
    que está en la casa de Bedlam.

    Este es un muchacho que golpea contra el piso
    por ver si el mundo sigue allí y es plano,
    para el judío viudo con su gorro de papel
    que baila llorando por la sala
    un vals a lo largo de una tabla ondulante
    junto al callado marinero
    que escucha en su reloj
    el tic tac de la hora
    del hombre exasperante
    que está en la casa de Bedlam.

    Estos son los años y los muros y la puerta
    que se cierra sobre un muchacho que golpea contra el piso
    para sentir que el mundo sigue allí y es plano.
    Este es un judío con un gorro de papel periódico
    que baila alegremente por la sala
    hacia los entablados mares que se van
    más allá del marinero de ojos fijos
    que sacude el reloj
    que da la hora,
    del poeta, del hombre
    que está en la casa de Bedlam.

    Este es el soldado que vuelve a casa de la guerra.
    Estos son los años y los muros y la puerta

    que se cierra sobre un muchacho que golpea contra el piso
    para saber si el mundo es redondo o plano.
    Este es un judío con un gorro de papel periódico
    que baila con cuidado por la sala
    avanzando sobre el tablón de un ataúd
    con el chiflado marinero
    que muestra su reloj
    que da la hora
    del desdichado
    que está en la casa de Bedlam.

    ELIZABETH BISHOP (De “Cuestiones de viaje”, 1965)
    (Traducción de Ulalume González de león)

    * Nombre del manicomio en que estuvo internado Ezra Pound.



    (Continuará)


    .


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    Elizabeth Bishop (1911-1979) Empty Re: Elizabeth Bishop (1911-1979)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Jue 20 Mar 2014, 13:32

    .


    MÁS POEMAS DE ELIZABETH BISHOP:



    EN LA SALA DE ESPERA

    En Worcester, Massachusetts,
    acompañé a Tía Consuelo
    a una cita con el dentista
    y me senté a esperarla
    en la sala de espera del dentista.
    Era invierno. Anocheció
    temprano. La sala de espera
    estaba llena de personas mayores,
    catiuscas y abrigos,
    lámparas y revistas.
    Mi tía estuvo dentro
    lo que me pareció una eternidad
    y mientras esperaba leí
    el National Geographic
    (ya sabía leer) y observé
    las fotografías con atención:
    el interior de un volcán,
    negro y lleno de cenizas;
    después aparecía vomitando
    ríos de fuego.
    Osa y Martin Johnson
    vestidos con pantalones de montar,
    botines y cascos de protección.
    Un hombre muerto colgando de un poste
    -“Gran Cerdo”, rezaba la inscripción-.
    Bebés con las cabezas puntiagudas
    enrolladas con vueltas y más vueltas de cuerda;
    mujeres negras, desnudas, con los cuellos
    enrollados con vueltas y más vueltas de alambre
    como el cuello de las bombillas.
    Sus senos eran horripilantes.
    Leí todo esto sin pausa.
    Demasiado turbada para parar.
    Y después contemplé la portada:
    los márgenes amarillos, la fecha.
    De pronto, desde dentro,
    surgió un ¡ay! de dolor
    -la voz de Tía Consuelo-
    ni excesivamente alto ni prolongado.
    No me sorprendió en absoluto;
    por entonces ya sabía que ella era
    una mujer tímida, estúpida.
    Tal vez debiera haberme sentido avergonzada,
    pero no lo estaba. Lo que me tomó
    completamente por sorpresa
    fue que había sido yo:
    mi voz, en mi boca.
    Sin darme cuenta
    yo era mi estúpida tía,
    yo -nosotras- estábamos cayendo, cayendo,
    con los ojos fijos en la portada
    del National Geographic,
    febrero, 1918.
    Me dije: tres días
    y tendrás siete años.
    Estuve diciendo esto para detener
    la sensación de estar cayéndome
    del redondo, giratorio mundo
    hacia un frío espacio azul marino.
    Pero sentí: tú eres un yo,
    eres una Elizabeth,
    eres una de ellos.
    ¿Por qué tienes también tú que ser única?
    Apenas me atrevía a mirar
    para averiguar lo que yo era.
    Eché un vistazo de reojo,
    -era incapaz de mirar más arriba-
    hacia las sombrías rodillas grises,
    los pantalones y faldas y botas
    y diferentes pares de manos
    que yacían bajo las lámparas.
    Sabía que nunca había sucedido
    nada extraño, que nada
    extraño podría suceder jamás.
    ¿Por qué debía yo ser mi tía,
    o yo, o cualquier otra persona?
    ¿Qué afinidades
    -botas, manos, la voz familiar
    que había sentido en mi garganta, o incluso
    el National Geographic
    y esos terribles senos colgantes-
    nos mantenían tan juntos
    o nos hacían uno solo?
    Cuan -no conocía ninguna
    palabra para designarlo- cuan “improbable”…
    ¿Cómo había llegado yo hasta aquí,
    igual que ellos, y había oído por casualidad
    un grito de dolor que hubiera podido ser
    peor y más estridente pero no lo fue?
    La sala de espera era luminosa
    y estaba demasiado caldeada. Se desvanecía
    bajo una gigantesca ola negra,
    otra, y otra más.
    Entonces regresé.
    La Guerra estaba en marcha. Fuera,
    en Worcester, Massachussets,
    había la noche y la nieve aguada y el frío,
    y era aún cinco
    de febrero, 1918.
    ELIZABETH BISHOP (De “Geografía III, 1976)
    (Versión de Roser Amills Bibiloni)



    EL ALCE

    Para Grace Bulmer Bowers

    Desde estrechas provincias
    de pan, pescado y té,
    hogar de prolongadas mareas,
    donde el mar abandona la bahía
    dos veces cada día y se lleva
    en sus largos paseos los arenques,

    donde, si el río
    entra o se retrae
    en un ocre muro de espuma,
    es según si encuentra
    que la bahía viene,
    o bien que la bahía no está en casa;

    donde, rojo de limo,
    a veces se pone el sol
    frente a un mar rojo
    y a veces resalta como venas en los llanos
    de lavanda el fértil limo
    de encendidos riachuelos.

    Por rojos caminos de grava,
    bajas hileras de arces,
    pasan granjas de madera
    y cuidadas iglesias de madera,
    blanqueadas, listas como conchas;
    pasan plateados abedules dobles,

    A través del final de la tarde,
    un autobús viaja hacia el oeste,
    relampagueando rosa el parabrisas,
    con destellos rosáceos el metal,
    ardiente el abollado flanco
    de golpeado esmalte azul.

    Va hondonadas abajo, cuesta arriba,
    y espera con paciencia
    mientras un viajero solitario
    besa y abraza
    a siete parientes
    y un perro pastor lo supervisa.

    Adiós a los olmos,
    a la granja y al perro.
    El autobús arranca.
    La luz crece más intensa,
    la niebla, cambiante, salada, tenue,
    se va cerrando.

    Sus cristales redondos y fríos
    se forman, se deslizan y se depositan
    en las blancas plumas de las gallinas,
    en las grises coles barnizadas,
    en las dobles rosas centifolias
    y en los altramuces como apóstoles.

    Los guisantes silvestres se han adherido
    con su hilo blanco y húmedo
    a las blanqueadas cercas;
    los abejorros se deslizan
    dentro del cáliz de las dedaleras,
    y comienza el crepúsculo.

    Una parada en Bass River.
    Y después, las Economies,
    Lower, Middle, Upper,
    Five Islands, Five Houses,
    donde una mujer sacude un mantel
    después de la cena.

    Un parpadeo pálido. Ha desaparecido.
    El pantano de Tantramar
    y el olor de las hierbas salobre.
    Tiembla un puente de hierro,
    y una tabla suelta repiquetea
    pero no cede.

    Ala izquierda, una luz roja
    nada a través de la sombra:
    la linterna de puerto de algún barco.
    Aparecen dos botas de agua,
    iluminadas, solemnes.
    Un perro da un ladrido.

    Una mujer sube
    con dos bolsas del mercado,
    pecosa y enérgica, de edad.
    “Una gran noche. Sí, señor,
    todo el trayecto a Boston.”
    Nos observa con cordialidad.

    A la luz de la luna entramos
    en los bosques de News Brunswick,
    peludos, ásperos, arañados,
    la luz de la luna y la neblina
    se prenden en ellos como la lana de cordero
    en los arbustos de los pastos.

    Los viajeros están recostados de espaldas.
    Ronquidos. Algún largo suspiro.
    Una divagación somnolienta
    comienza en la noche,
    una amble y audible,
    lenta alucinación...

    Entre ruidos, crujidos,
    una vieja conversación.
    -No nos concierne,
    pero es reconocible en algún lado,
    en la parte de atrás del autobús:
    voces de abuelos

    ininterrumpidamente
    hablando, en la Eternidad:
    nombres que se mencionan,
    cuestiones aclaradas finalmente,
    lo que él dijo, lo que ella dijo,
    quién tenía pensión;

    Muertes, muertes y enfermedades;
    el año en el que él volvió a casarse;
    el año en que ocurrió (alguna cosa).
    Ella murió al dar a luz.
    Aquel era el hijo perdido
    cuando se hundió la goleta.

    Él se dio a la bebida. Sí,
    ella se dio a la mala vida.
    Fue cuando Amos comenzó a rezar
    hasta en el almacén y
    finalmente la familia
    tuvo que recluirlo.

    “Sí...” esa peculiar afirmación. “Sí...”.
    Una aguda, retenida respiración,
    medio gemido, medio aceptación,
    que significa “Así es la vida.
    Lo sabemos (y también la muerte)”.

    Hablaban como hablaban
    en su antigua cama de plumas,
    tranquilamente, más y más,
    con una débil luz en el pasillo
    mientras la perra, abajo en la cocina,
    se liaba en su mantita.

    Ahora, todo ahora está en orden,
    incluso para caer adormecidos
    como en todas aquellas otras noches.
    -De pronto el conductor
    hace parar de golpe el autocar
    y apaga los faros.

    Un alce ha salido
    del bosque impenetrable
    y se planta ahí, amenazador,
    en medio de la carretera.
    Se acerca: olfatea
    el caliente capó del autocar.

    Imponente, sin cuernos,
    alto como una iglesia,
    hogareño, tal como es una casa
    (o seguro como las casas).
    Una voz de hombre afirma:
    “Sin intención alguna de hacer daño...”.

    Algunos pasajeros
    exclaman en voz baja,
    pueriles, con dulzura:
    “Son grandes criaturas, ciertamente”.
    “Terriblemente simple”.
    “¡Y mira! ¡Es una hembra!”.

    Tomándose su tiempo,
    ella observa el autobús de punta a punta,
    magnífica, como de otro mundo.
    ¿Por qué, por qué sentimos
    (y todos la sentimos) esta dulce
    sensación de alegría?

    “Curiosas criaturas”
    dice nuestro tranquilo conductor,
    arrastrando su r's*.
    “Fíjense en esto”.
    Después, pone la marcha.
    Por un momento, todavía

    mirando atrás,
    se puede ver el alce
    a la luz de la luna en el asfalto;
    y después hay un débil
    olor a alce, un acre
    olor a gasolina.

    ELIZABETH BISHOP (De “Geografía III, 1976)
    (Traducción: D.Sam Abrams y Joan Margarit)
    * Según la peculiar pronunciación de la palabra creatures en el extremo norte de Estados Unidos.




    UN ARTE

    El arte de perder no es difícil adquirirlo.
    Tantas cosas parecen empeñadas
    en perderse, que su pérdida no es un desastre.

    Pierde algo cada día. Acepta el tumulto
    de llaves de puertas perdidas, la hora malgastada.
    El arte de perder no es difícil adquirirlo.

    Practica entonces perder más aún, y más rápido:
    lugares, nombres, y el sitio al que se suponía
    que viajarías. Nada de esto será un desastre.

    Perdí el reloj de mi madre, y -¡mira!- la última, o
    penúltima de tres casas que amaba se fue.
    El arte de perder no es difícil adquirirlo.

    Perdí dos ciudades, ambas adorables. Y, más ampliamente,
    algunos sitios de los que era dueña, dos ríos, un continente.
    Los echo de menos, pero no fue un desastre.

    -Hasta al perderte a ti (la voz bromista, un gesto
    de amor) no habré mentido. Es evidente que
    el arte de perder no es demasiado difícil de adquirir
    aunque parezca por momentos (¡Escríbelo!) un desastre.

    ELIZABETH BISHOP (De “Geografía III, 1976)
    (Traducción de Fernando Pérez)




    NORTH HAVEN

    In memoriam: Robert Lowell

    Puedo distinguir el aparejo de una goleta
    a una milla. Puedo contar
    las piñas nuevas del abeto. Hay tanta calma
    que la pálida bahía tiene una piel lechosa, el cielo
    sin nubes, excepto una larga, cardada cola de caballo.


    Las islas no han cambiado desde el último verano,
    a pesar de que a mí me guste simular que lo han hecho
    -a la deriva, de un modo soñador-
    un poco hacia el norte, u poco hacia el sur, o esviado,
    y que son libres dentro de las azules fronteras de la bahía.

    Este mes, nuestra favorita está llena de flores:
    ranúnculos, tréboles rojos, arvejas púrpura,
    flores de roca todavía ardientes, moteadas margaritas, siemprevivas,
    las incandescentes estrellas de los fragantes macizos de galios,
    y más aún, que han vuelto a pintar gozosas los prados.

    Los jilgueros han vuelto, o bien otros como ellos,
    y el canto de cinco notas del gorrión de cuello blanco,
    suplicando y suplicando, humedeciendo de lágrimas los ojos.
    La Naturaleza se repite, o casi:
    repetir, repetir, repetir: corregir, corregir, corregir.

    Me contaste que hace años fue aquí
    (¿en 1932?) donde por vez primera “descubriste las chicas”
    y aprendiste a navegar, y aprendiste a besar.
    Sentiste “una tal alegría”, decías, aquel famoso verano,
    (“Alegría” -esto siempre parecía dejarte perplejo...).

    Tu izquierdoso North Haven, anclado en sus rocas,
    flotando en místico azul... Y ahora -tú te has ido para siempre.
    No puedes desordenar o reordenar de nuevo tus poemas.
    (Pero los Gorriones pueden hacerlo con su canto).
    Las palabras no volverán a cambiar. Triste amigo, tú no puedes cambiar.

    1978

    ELIZABETH BISHOP (De “Nuevos poemas, 1979)
    (Traducción: D.Sam Abrams y Joan Margarit)


    .


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    Elizabeth Bishop (1911-1979) Empty Re: Elizabeth Bishop (1911-1979)

    Mensaje por Maria Lua Lun 24 Mar 2014, 14:21

    Gracias, Pedro, por este post
    sobre ELIZABETH BISHOP...
    No la conocía y fué una sorpresa
    saber que vivió tantos años
    aquí en Brasil...
    Besos
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    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
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    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
    (Hánjel)





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    Mensaje por Pedro Casas Serra Lun 24 Mar 2014, 14:58

    No sabía si la conocías o no, pero pensé que te haría ilusión encontrar aquí estos poemas suyos.

    Un abrazo, Maria.
    Pedro


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    Elizabeth Bishop (1911-1979) Empty Re: Elizabeth Bishop (1911-1979)

    Mensaje por Maria Lua Lun 24 Mar 2014, 15:43

    He leído sus poemas, es
    interesante su manera de sentir
    los paisajes nuevos...
    Miira lo que encontré sobre
    su pasaje por Brasil

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    Gracias, Pedro!
    Besos
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    Elizabeth Bishop (1911-1979) Empty Re: Elizabeth Bishop (1911-1979)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Vie 13 Mar 2015, 07:23

    No sorprende que Elizabeth Bishop fuese feliz en Brasil cuando se ven las imágenes de la casa donde vivió y a través de sus balcones, la naturaleza que la rodeaba. Gracias, Maria, por traerlas.

    Un abrazo.
    Pedro


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