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19.- DORA GUERRA
A / BIOGRAFÍA
El 21 de noviembre, en París, falleció la poeta salvadoreña Dora Guerra. Tenía 91 años de edad. Hija de Alberto Guerra Trigueros, un destacado intelectual y poeta salvadoreño (nacido en Nicaragua), y de Margoth Turcios, salvadoreña, Dora Guerra nació el 22 de julio de 1925 en París. Sobrina-nieta de Rubén Darío, por el lado de su abuela Dolores Soriano, creció rodeada de figuras de la literatura salvadoreña, como Alberto Masferrer, Raúl Contreras, Salarrué, Claudia Lars y Claribel Alegría. Becada por el gobierno de El Salvador, junto con los artistas Noé Canjura, Carlos Cañas y Julia Díaz, estudió Historia del Arte en España, donde mantuvo una amistad muy cercana con su primo-hermano, el pintor, escultor y muralista español-salvadoreño Joaquín Vaquero Turcios. Continuó sus estudios en Italia, México y, finalmente, en el New School for Social Research de Nueva York.
En 1958, Dora contrajo matrimonio con el destacado sociólogo francés Bernard Mottez (1930-2009), quien fue director de Investigaciones del Centro Nacional de Investigaciones Científicas de la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS), en París. Con él tuvo dos hijos, Marisol (1960) y Marc (1964). En Francia, Dora Mottez (pues asumió el apellido de su esposo) fue una activista de los derechos de personas con discapacidades, un campo en el que participó y contribuyó a la victoria de, al menos, dos batallas decisivas: el reconocimiento del lenguaje gestual de los sordos como una lengua, en 1984; y la aceptación de la “Carta de las Personas con Discapacidad”, una reflexión sobre el derecho al acceso pleno de las personas con discapacidades a los bienes culturales de Francia, principalmente escrita por Dora Mottez (Bernard Mottez: Les Sourds existent-ils? Textes réunis et présentés par Andrea Benvenuto, Paris, L’Harmattan, 2006, pp. 373-378). En enero de 2005, Dora regresó a vivir a El Salvador, junto con su esposo, quien falleció cuatro años después. En 2014 escribió una breve memoria de su vida, que permanece inédita. En mayo del 2016 viajó a París por razones de salud; su familia salvadoreña la despidió con la conciencia de que ya no la volvería a ver (Alberto Arene: “Mi tía Dora Guerra, la poeta”, La Prensa Gráfica, San Salvador, 24 de noviembre de 2016).
Dora fue la segunda de cuatro hijas. Su hermana mayor, María Teresa (de Arene, 1923 – 2010), que había huido en la adolescencia con la legendaria compañía de danza fundada por Sergei Diaghilev, Ballets Russes, a la cual se integró, se convirtió en la primera maestra de ballet contratada en El Salvador, en 1950, y mientras dirigía la Escuela Nacional de Danza en la década de 1970 introdujo la danza moderna y contemporánea al país. Dora, por su parte, dejó una huella levísima en la poesía salvadoreña con Signo menos (San Salvador, 1959), el libro que contenía los únicos 22 poemas que publicó en vida. Esa tímida incursión poética, sin embargo, no pasó desapercibida.
En la primera reseña que apareció sobre este libro, Carlos Ortega notó la seriedad de una parte de su obra: “Es una poesía religiosa, en el fondo. Grave. Ancha para que abarque gran espacio y haga sentir la fuerza que la impulsa. Contrastada para acentuar el campo de lo real y de lo abstracto.” (Guión Literario, Número 34, Departamento Editorial del Ministerio de Cultura, San Salvador, octubre de 1958.) Esta seriedad en el oficio también llamó la atención de Claudia Lars, quien la incluyó en su pionera antología de poesía salvadoreña publicada en la revista Cultura. En Signo menos, escribió Claudia, Dora “nos ofrece la hondura de su pensamiento y el dominio que tiene del lenguaje poético en castellano, a pesar de que el francés fue el primer idioma que aprendió en su infancia” (Cultura 56, San Salvador, 1970, p. 8). Hugo Lindo, recordó, en una conferencia de 1954, que fue el poeta Serafín Quiteñó quien lanzó a Dora a la luz pública, y que, para entonces: “Ya Dora no era una principiante. Había pasado el rubicón de los ensayos, y se encontraba madura, plena, hermosamente florecida en la poesía.” (Recuento, San Salvador, 1969.)
Este primer enfoque en su voz “grave” y “madura” nos podrían hacer perder de vista el hecho de que lo que en verdad sorprendió de la poesía de Dora Guerra en su momento, y lo que nos seduce hasta el día de hoy, es su frescura. En este sentido, es certera la opinión de David Escobar Galindo: “Su poesía es siempre recreación de sus vivencias más personales; de ahí su poder comunicativo” (Índice Antológico de la Poesía Salvadoreña, San Salvador, 1982, p. 514). Un especialista en literatura hispánica, Howard T. Young, reconoció ese poder comunicativo de las “vivencias más personales” de la poeta desde la aparición del libro, ya en 1959:
“Y finalmente una verdadera voz lírica, y una poetisa digna de que se le preste atención: Dora Guerra, Signo menos (San Salvador, 1958). El lector no debe ser desanimado por algunos exabruptos románticos tempranos, como ‘Grito amargo’ y ‘Sin esperanza’. En ‘Reclamo’ uno encuentra poesía auténtica, una combinación de fuerza expresiva y de significado. En este poema la desesperación se vuelve menos retórica y más interna. Hay en sus versos un eco de Barba Jacob. La señorita Guerra es también una consumada letrista de amor, y es evidente que ha leído y conoce bien a Pedro Salinas. ‘Este Paris queriéndonos’ ofrece un toque íntimo y conmovedor que resuena en la memoria: ‘y ésta mi piel morena / que no puedo disolver en el viento’. La diferencia entre este libro y los dos anteriores [los otros libros reseñados por el crítico] es que la autora demuestra que está expuesta a la desesperación y a la belleza, primero como persona y luego como artista.” (Young; Howard T. “The Hispanic World”, Hispania, Vol. 42, No. 2, mayo, 1959, p. 270, traducción de Jorge Ávalos.)
En efecto, se trata de una poesía auténtica, sin pretensiones estéticas, pero impecable en su ejecución, y más viva, mientras más expuestas están sus emociones. En ella, Dora Guerra marca el arco de su aprendizaje en el amor, desde sus anhelos juveniles hasta su primera, brutal decepción, y se encuentra al fin, cara a cara, con los espejos humanos de su madre y su padre, al momento de alcanzar la madurez. Es decir, no es tanto una poesía “madura”, como una poesía que perfila a una mujer en el camino hacia la madurez. Es un trazo tentativo y sincero de su propia educación sentimental.
Dora confesó, al final de su vida, que fue la llegada de la madurez, precisamente, lo que calló a la poeta en ella. “A los niños no les importa tocar a Dios con las manos sucias”, dijo en una entrevista. “Tenía muchas pretensiones, muchas ínfulas”, al comenzar a escribir. Al decir esto se refería al tono filosófico que adopta en algunos de sus poemas. “Comencé con mucho vigor y con mucha fuerza… Después me dio miedo escribir así, me entró la madurez y el espíritu crítico; y ya escribí poemas bien acabados pero menos importantes”. (Arte y Fe, enero, 2014.)
Esa es, quizás, la lección que ella nos deja. La creación literaria es un juego de seres sin edad, como los niños o los dioses. Para crear, a imagen de un dios, hay que ensuciarse las manos en la Tierra. Dora Guerra se acercó a la literatura, dejó su leve huella, preciosa y pequeña, y luego regresó, sin remordimientos, al vasto paisaje del silencio:
Y he de morir
un día sin después,
pero con hoy y antes…
Dejaré para el paso de otros ríos
el surco de mi cauce,
y el peso de los tiempos y mi tiempo
sobre los hombros frágiles…
Dejaré la corriente de mis venas
en humanos canales,
mis oscuros sentidos a la tierra
y mis sueños, a los árboles.
Dora Guerra: “En 1951, me fui para Europa con una beca. Pasé un mes en Nueva York, donde Salarrué me convenció que tenía que conocer Washington, que él adoraba. Qué guapo y qué joven me parece en la foto. Pensar que en esos tiempos yo lo consideraba viejo, y él sólo tenía 52 años, lo que para mí hoy es ser un cipote o por lo menos un hombre en plena fuerza y plenitud. Volví en el ‘54 y me quedé 2 años en los que vi constantemente a Salarrué, y de una especie de sobrina pasé a ser su amiga. Guardo un maravilloso recuerdo de esa amistad y creo que fue para mí una gran suerte haberla gozado.” (Biografía obtenida de la Página digital LA ZËBRA. Los poemas también de aquí, y de otras fuentes , como la revista nº 54 del Ministerio de Educación Salvadoreño.)
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