GERARDO DIEGO: ESTUDIO SOBRE SAETAS LAS SAETAS, GERARDO DIEGO Y EL POETA BILBILITANO FRAY IGNACIO GARCÍA
Antonio Sánchez Portero
(Centro de Estudios Bilbilitanos, de la institución “Fernando el Católico” del CESIC)
2) Transcurrido poco tiempo después de la publicación de la primera Antología, apareció en La Estafeta Literaria un excelente y completo estudio del académico, poeta y músico Gerardo Diego, titulado Las saetas, devoción, poesía y música [iv].
El principio del artículo es el siguiente:
La saeta es una palabra española que se deriva de otra latina. El sagitario del zodiaco nos está recordando en mapas celestes y dibujos de horóscopo la temblorosa punzada de la saeta. De igual modo, el martirio de San Sebastián nos muestra la bandada de saetas bebiendo sangre en torso blanco y bellísimo, mientras que nuestras veletas apuntan a la brisa rectificando siempre su rumbo encadenado por la cola de gallo a la carabela que ofrece ─timón─ obstáculo al empuje del aire. Y ya tenemos los elementos de la saeta de Semana Santa, de la popular copla trágica.
Ya en el siglo XVII, y sin duda antes, volaban saetas como golondrinas tempranas por los cielos de España y de Nueva España. El franciscano fray Antonio de Ezcaray, en su libro contra los descotes y otras profanidades titulado Voces con dolor, impreso en Sevilla, en 1691, dice que en Méjico salían a medianoche él y otros frailes a echar saetas por la ciudad. Y añade: “Mis hermanos los reverendos padres del convento de nuestro padre San Francisco, todos los meses del año, el Domingo de Cuerda por la tarde hacían misión, bajando la comunidad a andar el ‘Vía Crucis’ con sogas y coronas de espinas, y, entre paso y paso, cantan saetas y después hay sermón.” Tenemos, pues, saetas, no sólo en Cuaresma y Semana Santa, sino todos los meses del año. Las oiría desde su convento sor Juana Inés de la Cruz y de los franciscanos españoles aprenderían a cantarlas los criollos y los indios devotísimos de Méjico, de Santa Fe de Bogotá y de Lima.
He aquí algunas de las saetas que se cantaban en toda la extensión de ambos mundos de habla castellana:
Confiésate, pecador,
que cuando más descuidado
puedes morir en pecado.
Hombre que estás en pecado,
si en esta noche murieras
mira bien a dónde fueras.
Estas saetas me sonaban. Y tanto que así era, pues junto con diversas letrillas y varios poemas, todos ellos religiosos, no hacía mucho habían sido objeto de mi estudio y selección para ser incluidos en el correspondiente capítulo de la Antología que se encontraba en vías de publicación.
Gerardo Diego no nos decía quien era el autor de estas saetas. Sin embargo, transcribe y analiza otras de Manuel, Antonio, Francisco y Federico, “dos sevillanos” y “dos del reino de Granada”, que son Manuel y Antonio Machado, y Francisco Villaespesa y Federico García Lorca. El nombre que omite Gerardo Diego ─¿por no conocerlo quizás? Es el de Fray Ignacio García. Los versos que cita forman parte de “Las saetas de desengaño”, de las que incluyo una selección en las citadas antologías, y aquí las transcribo en su conjunto:
Transcurrido poco tiempo después de la publicación de la primera Antología, apareció en La Estafeta Literaria un excelente y completo estudio del académico, poeta y músico Gerardo Diego, titulado Las saetas, devoción, poesía y música [iv].
El principio del artículo es el siguiente:
La saeta es una palabra española que se deriva de otra latina. El sagitario del zodiaco nos está recordando en mapas celestes y dibujos de horóscopo la temblorosa punzada de la saeta. De igual modo, el martirio de San Sebastián nos muestra la bandada de saetas bebiendo sangre en torso blanco y bellísimo, mientras que nuestras veletas apuntan a la brisa rectificando siempre su rumbo encadenado por la cola de gallo a la carabela que ofrece ─timón─ obstáculo al empuje del aire. Y ya tenemos los elementos de la saeta de Semana Santa, de la popular copla trágica.
Ya en el siglo XVII, y sin duda antes, volaban saetas como golondrinas tempranas por los cielos de España y de Nueva España. El franciscano fray Antonio de Ezcaray, en su libro contra los descotes y otras profanidades titulado Voces con dolor, impreso en Sevilla, en 1691, dice que en Méjico salían a medianoche él y otros frailes a echar saetas por la ciudad. Y añade: “Mis hermanos los reverendos padres del convento de nuestro padre San Francisco, todos los meses del año, el Domingo de Cuerda por la tarde hacían misión, bajando la comunidad a andar el ‘Vía Crucis’ con sogas y coronas de espinas, y, entre paso y paso, cantan saetas y después hay sermón.” Tenemos, pues, saetas, no sólo en Cuaresma y Semana Santa, sino todos los meses del año. Las oiría desde su convento sor Juana Inés de la Cruz y de los franciscanos españoles aprenderían a cantarlas los criollos y los indios devotísimos de Méjico, de Santa Fe de Bogotá y de Lima.
He aquí algunas de las saetas que se cantaban en toda la extensión de ambos mundos de habla castellana:
Confiésate, pecador,
que cuando más descuidado
puedes morir en pecado.
Hombre que estás en pecado,
si en esta noche murieras
mira bien a dónde fueras.
Estas saetas me sonaban. Y tanto que así era, pues junto con diversas letrillas y varios poemas, todos ellos religiosos, no hacía mucho habían sido objeto de mi estudio y selección para ser incluidos en el correspondiente capítulo de la Antología que se encontraba en vías de publicación.
Gerardo Diego no nos decía quien era el autor de estas saetas. Sin embargo, transcribe y analiza otras de Manuel, Antonio, Francisco y Federico, “dos sevillanos” y “dos del reino de Granada”, que son Manuel y Antonio Machado, y Francisco Villaespesa y Federico García Lorca. El nombre que omite Gerardo Diego ─¿por no conocerlo quizás? Es el de Fray Ignacio García. Los versos que cita forman parte de “Las saetas de desengaño”, de las que incluyo una selección en las citadas antologías, y aquí las transcribo en su conjunto:
Transcurrido poco tiempo después de la publicación de la primera Antología, apareció en La Estafeta Literaria un excelente y completo estudio del académico, poeta y músico Gerardo Diego, titulado Las saetas, devoción, poesía y música [iv].
El principio del artículo es el siguiente:
La saeta es una palabra española que se deriva de otra latina. El sagitario del zodiaco nos está recordando en mapas celestes y dibujos de horóscopo la temblorosa punzada de la saeta. De igual modo, el martirio de San Sebastián nos muestra la bandada de saetas bebiendo sangre en torso blanco y bellísimo, mientras que nuestras veletas apuntan a la brisa rectificando siempre su rumbo encadenado por la cola de gallo a la carabela que ofrece ─timón─ obstáculo al empuje del aire. Y ya tenemos los elementos de la saeta de Semana Santa, de la popular copla trágica.
Ya en el siglo XVII, y sin duda antes, volaban saetas como golondrinas tempranas por los cielos de España y de Nueva España. El franciscano fray Antonio de Ezcaray, en su libro contra los descotes y otras profanidades titulado Voces con dolor, impreso en Sevilla, en 1691, dice que en Méjico salían a medianoche él y otros frailes a echar saetas por la ciudad. Y añade: “Mis hermanos los reverendos padres del convento de nuestro padre San Francisco, todos los meses del año, el Domingo de Cuerda por la tarde hacían misión, bajando la comunidad a andar el ‘Vía Crucis’ con sogas y coronas de espinas, y, entre paso y paso, cantan saetas y después hay sermón.” Tenemos, pues, saetas, no sólo en Cuaresma y Semana Santa, sino todos los meses del año. Las oiría desde su convento sor Juana Inés de la Cruz y de los franciscanos españoles aprenderían a cantarlas los criollos y los indios devotísimos de Méjico, de Santa Fe de Bogotá y de Lima.
He aquí algunas de las saetas que se cantaban en toda la extensión de ambos mundos de habla castellana:
Confiésate, pecador,
que cuando más descuidado
puedes morir en pecado.
Hombre que estás en pecado,
si en esta noche murieras
mira bien a dónde fueras.
Estas saetas me sonaban. Y tanto que así era, pues junto con diversas letrillas y varios poemas, todos ellos religiosos, no hacía mucho habían sido objeto de mi estudio y selección para ser incluidos en el correspondiente capítulo de la Antología que se encontraba en vías de publicación.
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