JOSÉ LUIS MARTÍN DESCALZO
POESÍA MÍSTICO RELIGIOSA
ENTREVISTAA FRANCISCO UMBRAL A LOS 10 AÑOS DE LA MUERTEDE MARÍN DESCALZO. ABC. HEMEROTECA .ABC
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Umbral: «Martín Descalzo fue un cura progre, gran poeta, periodista valiente y novelista que dijo cosas»
Mañana se cumplen diez años de la muerte de José Luis Martín Descalzo, sacerdote, poeta, novelista, dramaturgo y periodista en ABC durante más de 25 años. En ese tiempo hizo de la sección de Religión la más prestigiosa de la Prensa en España, dirigió «Blanco y Negro» entre 1978 y 1981, la sección de Cultura y el suplemento Sábado Cultural. Reconcilió fe y cultura, sacerdocio y modernidad y del Concilio Vaticano II construyó un magistral relato fidedigno. Paco Umbral recuerda hoy al periodista a «Cara y cruz».
MADRID. Antonio Astorga
Actualizado 10/06/2001 - 02:36:48
Delibes y Martín Descalzo, que crearon escuela desde «El Norte de Castilla», ABC
Fue en la Valladolid de plata y frío de los últimos años cincuenta, al calor de la memorable generación periodística que alumbró «El Norte de Castilla» de Miguel Delibes, cuando José Luis Martín Descalzo —cuenta Umbral— les enseñó a ellos, «novicios como éramos, misacantanos en las misas negras de la primera farra», lo que podía ser un cura nuevo. Martín Descalzo, autor de treinta latidos de esperanza en forma de libros, uno de los columnistas más leído de la Prensa española, compartía «aventuras intelectuales», complicidades literarias, libros estremecidos y bellos, parábolas y claridades con Jiménez Lozano, Umbral, Delibes... Era «el cura progre, dicho en el mejor sentido de la palabra», acota el autor de «Mortal y rosa»: «A José Luis —dice Umbral— le conocí cuando volvió de Roma. Había estado en el Colegio Español —allí trabajó con una magnífica revista de poesía que hacía Valverde— y allí le había leído yo, había publicado, llegó a Valladolid, se hizo amigo de casi todos los jóvenes con inquietudes que andábamos por allí sueltos porque, claro, para la época resultaba un cura muy progre, ¿no? Y aunque él iba de sotana y tal, como iban todos entonces, se estaba con nosotros un sábado a lo mejor en una cafetería hasta las doce o la una de la noche con su sotana y eso, claro. La gente entraba en la cafetería y se quedaba estupefacta de encontrarse allí a un cura a la una de la mañana. A él le daba igual porque él no estaba de cachondeo. Hablábamos de cuestiones religiosas, literarias, sociales o de cuando le dieron el premio Nadal por «La frontera de Dios», en 1956.
—¿El periodismo fue un sacerdocio para José Luis Martín Descalzo?
—Bueno, supongo que para José Luis lo que fue un sacerdocio fue el sacerdocio.
—Y el periodismo, ¿es un sacerdocio hoy?
—Bueno, eso va en cada individuo. Hay personas que hacen un sacerdocio de todo. De la maternidad, de la profesión, del periodismo, de lo que sea, de su misión en la vida. Y otras que no. Depende de la persona.
—Martín Descalzo como periodista de opinión derrochaba talento en todos los artículos que escribía...
—Hombre, tenía una visión muy clara de las cosas. Era un periodista muy claro, directo, sencillo y que llegaba mucho a la gente por esa claridad y porque expresaba las ideas muy bien. Le cogió de lleno, siendo joven, el Concilio Vaticano de Juan XXIII, que fue una revolución en la Iglesia y que yo viví en mis amigos católicos y en algunos curas como Martín Descalzo. Aquello prometía una revolución muy hermosa del cristianismo o una vuelta al auténtico cristianismo y, claro, un cura joven que se ve metido en esa aventura maravillosa pues trabajó a tope.
—Sus crónicas sobre el Vaticano II —«Un periodista en el Concilio»— recibieron el caluroso elogio de la profesión periodística y aún son seguidas por cientos de miles de lectores...
—Bueno, no conozco todos los libros que se escribieron sobre aquello porque debieron ser muchos ya que el Vaticano era universal y allí se vieron obispos negros y de todos los colores, pero desde luego todo lo que José Luis escribió sobre el Concilio era magnífico por lo informativo, lo periodístico y luego pues por lo puramente eclesial.
—Un 9 de diciembre de 1989 leyó usted un artículo de Martín Descalzo que le inspiró un retrato de él, premiado luego con el Cavia.
—Fue un artículo que me conmovió bastante, donde hablaba entre otras cosas de su enfermedad, de su paz, de su soledad. Bueno, era un hombre que se sabía condenado y por lo tanto lo había tomado con mucha calma. Escribió mucha poesía —«Testamento del pájaro solitario», etc...— y supongo que su fe también le ayudaba mucho. Y entonces a mí todo aquello me impresionó bastante: la mansedumbre, la paz con que lo estaba llevando todo.
—Nos emocionaba y nos emociona Martín Descalzo porque seguía luchando, pese a su enfermedad, con lealtad a lo mismo y a sí mismo, a una fe que es fe en la escritura, en el poder y en la libertad de la palabra.
—Yo le decía que tomaba mis energías de su falta de energías. «Tomo fuerzas de tu fuerza convalenciente, que sigue siendo la de entonces. Fe». Su amor a la vida y su tranquilidad ante la muerte me daban energías para seguir escribiendo.
—Defendía con honradez y maestría sus creencias. ¿Cunde ese ejemplo hoy?
—Pero José Luis no era muy sermoneador. No era un cura que te echase el discurso. En absoluto. No. Él hablaba del tema cuando surgía o era necesario. En la vida cotidiana hablaba mucho más de poesía o de literatura o de la política internacional, de la política del Vaticano, pero no pretendía nunca ganar adeptos, hacer apostolado, vamos.
—¿Cómo era el novelista de «Lobos, perros y corderos»?
—Era un novelista que decía cosas. Las cosa concretas que necesitaba decir. Que tenía en la cabeza. Positivas o negativas. De decir cosas, de expresar algo, vamos, que no escribía por escribir, quiero decir. Escribía porque necesitaba decir.
UN POETA CON ENCANTO
—¿Y el lírico de «Fábulas con Dios al fondo»?
—Yo creo que la poesía es su mejor faceta. Era un gran poeta. Hay pocos poetas que marquen —Rilke y así— pero a mí me gusta toda su obra porque es también una poesía sencilla, de decir cosas bellamente, pero sin barroquismos ni otras cosas sino que construía su lírica para decir también las cosas que quería decir sobre un pájaro, sobre la esperanza, el mundo, el hambre, Dios. Con sencillez y con encanto.
—¿Y el gran articulista?
—Me interesa cuando escribe de esa política internacional tocada por el Vaticano, puesto que no en vano es un Estado y siempre ha estado metido en política. Sabía mucho de todo ello y lo explicaba muy bien.
—El lector se preguntará cómo un escritor de izquierdas como usted admiraba a un «cura progre» como José Luis Martín Descalzo.
—Porque era muy humano. Lo admiraba humanante. Siempre fue muy generoso conmigo. Recuerdo que una vez que yo había dejado de ir por «El Norte» de Delibes, me dijo en un hotel de Valladolid donde a veces nos reuníamos amigos y tal: «Hombre, Paco, tienes que volver al periódico. Mándale a Miguel algún artículo. Debes volver. Miguel te admira mucho y no se qué». Era muy generoso. Hicimos algún vuelo juntos en avión, recuerdo, y él ya estaba muy malo pero le daba igual, tenía mucha paz. Tenía mucha paz.
—Dice usted que entre José Jiménez Lozano y Martín Descalzo se inventaron una nueva teología...
—...Una nueva teología vallisoletana. Creo que ambos tenían la influencia de Aranguren, que entonces era muy fuerte. Era un pensador cristiano que influía mucho. De Aranguren venía —al que supongo que frecuentaban o leían— esa cosa común, sí. Ese nuevo cristianismo.
ESCRIBIR DESDE UNA FE
—Fue conspicuo testigo de su tiempo...
—Testigo total de todo lo vivido.
—¿No se puede escribir sino es desde una fe?
—Hombre, generalmente se escribe desde una fe política o religiosa. Con más frecuencia una fe política o una fe nacional, ahora que vuelven los nacionalismos. Sí, generalmente se escribe desde una fe o desde una fe en el Real Madrid, vete tú a saber.
—José Luis Martín Descalzo, sostiene usted, «ese viejo tronco con sotana o de paisano» construyó un periodismo diario, valiente y ¿terco?»...
—Es un adjetivo mío que sorprende porque no es un adjetivo esperado y usual, consabido y tópico, pero que revela la realidad y que más expresa.
—Martín Descalzo llevó con plena dignidad su terrible dolencia...
—Con muchísima dignidad pero yo no sé si con mucha disciplina de enfermo. A los tres días ya quería volver a su mesa de ABC. Me admiraba también en él la naturalidad, el poco miedo que tenía a la muerte y la poca importancia que le daba a su enfermedad. Entonces aprovechaba las largas transfusiones que exigía esa enfermedad y que suponen inmovilidad —la diálisis— para leer. Y me decía: «Paco, no, estoy muy bien porque la diálisis son cinco horas pero las aprovecho para leer porque ¿de dónde, sino, saco cinco horas para leer? Me voy con un libro o dos y leo cinco horas». Algo maravillosamente emotivo.
—¿Cómo se salvaba la censura política?
—Escribiendo más fino.
—Su muerte ha dejado huérfano el periodismo como sacerdocio...
—Ah, sí, efectivamente, lo que es evidente es que no hay en los periódicos o yo no lo conozco un cura tan periodista y que tenga un nombre periodístico tan importante como el de José Luis. No conozco otra firma como la que tuvo Martín Descalzo. Llegaba muchísimo a la gente. Era muy directo, sencillo, abierto.
—Ha sido Martín Descalzo un poeta con Dios al fondo, como lo retrató sabiamente Florencio Martínez Ruiz...
—Yo es que de Dios no entiendo mucho.
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