JOSÉ MARÍA HEREDIA Y HEREDIA
B / POESÍAS DESCRIPTIVAS
36
NIÁGARA
Templad mi lira, dádmela, que siento
en mi alma estremecida, y agitada
arder la inspiración. ¡Oh! ¡cuánto tiempo
en tinieblas pasó, sin que mi frente
brillase con su luz...! Niágara undoso,
tu sublime terror sólo podría
tornarme el don divino, que ensañada
me robó del dolor la mano impía.
Torrente prodigioso, calma, calla
tu trueno aterrador: disipa un tanto
las tinieblas que en. torno te circundan;
déjame contemplar tu faz serena,
y de entusiasmo ardiente mi alma llena.
Yo digno soy de contemplarte: siempre
lo común y mezquino desdeñando,
ansié por lo terrífico y sublime.
Al despeñarse el huracán furioso,
- al retumbar sobre mi frente el rayo,
palpitando gocé: vi al Océano,
azotado por austro proceloso,
combatir mi bajel, y ante mis plantas
vórtice hirviente abrir, y amé el peligro.
Mas del mar la fiereza
en mi alma no produjo
la profunda impresión que tu grandeza.
Sereno corres, majestuoso; y luego
en ásperos peñascos quebrantado,
te abalanzas violento, arrebatado,
como el destino irresistible y ciego
¿qué voz humana describir podría
de la sirte rugiente
la aterradora faz? El alma mía
en vago pensamiento se confunde
al mirar esa férvida corriente,
que en vano quiere la turbada vista
en su vuelo seguir al borde oscuro
del precipicio altísimo: mil olas,
cual pensamiento rápidas pasando
chocan, y se enfurecen,
y otras mil y otras mil ya las alcanzan,
y entre espuma y fragor desaparecen.
¡Ved! ¡llegan, saltan! El abismo horrendo
devora los torrentes despeñados:
crúzanse en él mil iris, y asordados
vuelven los bosques el fragor tremendo.
En las rígidas peñas
rómpese el agua: vaporosa nube
con elástica fuerza
llena el abismo en torbellino, sube,
gira en torno, y al éter
luminosa pirámide levanta,
y por sobre los montes que le cercan
al solitario cazador espanta.
Mas ¿qué en ti busca mi anhelante vista
con inútil afán? ¿Por qué no miro
alrededor de tu caverna inmensa
las palmas ¡ay! las palmas deliciosas,
que en las llanuras de mi ardiente patria
nacen del sol a la sonrisa, y crecen,
y al soplo de las brisas del Océano,
bajo un cielo purísimo se mecen?
Este recuerdo a mi pesar me viene...
nada ¡oh Niágara! falta a tu destino,
ni otra corona que el agreste pino
a tu terrible majestad conviene.
La palma, y mirto, y delicada rosa,
muelle placer inspiren y ocio blando
en frivolo jardín: a ti la suerte
guardó más digno objeto, más sublime.
El alma libre, generosa, fuerte,
viene, te ve, se asombra,
el mezquino deleite menosprecia
y aun se siente elevar cuando te nombra.
¡Omnipotente Dios! En otros climas
vi monstruos execrables,
blasfemando tu nombre sacrosanto,
sembrar error y fanatismo impío,
los campos inundar en sangre y llanto,
de hermanos atizar la infanda guerra,
y desolar frenéticos la tierra,
vilos, y el pecho se inflamó a su vista
en grave indignación. Por otra parte
vi mentidos filósofos, que osaban
escrutar tus misterios, ultrajarte,
y de impiedad al lamentable abismo
a los míseros hombres arrastraban.
Por eso te buscó mi débil mente
en la sublime soledad: ahora
entera se abre a ti; tu mano siente
en esta inmensidad que me circunda,
y tu profunda voz hiere mi seno
de este raudal en el eterno trueno.
¡Asombroso torrente!
¡Cómo tu vista el ánimo enajena,
y de terror y admiración me llena!
¿Do tu origen está? ¿Quién fertiliza
por tantos siglos tu inexhausta fuente?
¿Qué poderosa mano
hace que al recibirte
no rebose en la tierra el Océano?
Abrió el Señor su mano omnipotente;
cubrió tu faz de nubes agitadas,
dio su voz a tus aguas despeñadas,
y ornó con su arco tu terrible frente.
¡Ciego, profundo, infatigable corres,
como el torrente oscuro de los siglos
en insondable eternidad...! ¡Al hombre
huyen así las ilusiones gratas,
los florecientes días,
y despierta al dolor...! ¡Ay! agostada
yace mi juventud; mi faz, marchita;
y la profunda pena que me agita
ruga mi frente, de dolor nublada.
Nunca tanto sentí como este día
mi soledad y mísero abandono
y lamentable desamor... ¿Podría
en edad borrascosa
sin amor ser feliz? ¡Oh! ¡si una hermosa
mi cariño fijase,
y de este abismo al borde turbulento
mi vago pensamiento
y ardiente admiración acompañase!
¡Cómo gozara, viéndola cubrirse
de leve palidez, y ser más bella
en su dulce terror, y sonreírse
al sostenerla mis amantes brazos...!
¡Delirios de virtud...! ¡Ay! ¡Desterrado,
sin patria, sin amores,
sólo miro ante mí llanto y dolores!
¡Niágara poderoso!
¡Adiós! ¡Adiós! Dentro de pocos años
ya devorado habrá la tumba fría
a tu débil cantor. ¡Duren mis versos
cual tu gloria inmortal! ¡Pueda piadoso
viéndote algún viajero,
dar un suspiro a la memoria mía!
Y al abismarse Febo en occidente,
feliz yo vuele do el Señor me llama,
y al escuchar los ecos de mi fama,
alce en las nubes la radiosa frente.
Ed. 1832
(*)"Niágara" ha sido traducida al francés por F. E. Johanet, con
motivo del centenario del nacimiento de Heredia, celebrado en
31 de diciembre de 1903, traducción que se publicó en "Cuba
y América", La Habana, 17 abril 1904; y por Alex de Grandel,
"Revue de l'Amérique Latine", París, agosto 1929; al italiano,
por E. Teza, en folleto publicado en Padua en 1895, y al japonés
por Ryoji Ymamura, en "Antología Hispanoamericana", Tokyo,
1903. Todas estas traducciones aparecen en "Poesías de Heredia
traducidas a otros idiomas", por F. González del Valle. Villemain,
en su "Essai sur le génie de Pindare et sur la poésie
lyrique", París, 1859, pág. 581, tradujo en prosa francesa algunos
trozos de esta poesía, y también lo hizo Boris de Tannenberg,
según cita de González del Valle, en "La poésie castillane contemporaine"
(Espagne et Améríque), París, 1889. (Cita de Emilio
Roig de Leuchsenring).
De la versión de junio de 1824 existe una traducción al inglés
que se le ha venido atribuyendo sin justificación al poeta
norteamericano William Cullen Bryant. La traducción al inglés
apareció en "The United States Review and Literary Gazette",
Boston, enero 1827, págs. 283-286. Los editores de la revista
cuando se publicó la traducción inglesa del "Niágara" eran
Charles Folsom y Bryant. Esta composición fue reproducida en
una antología preparada por H. W. Longfellow, "The poets and
poetry of Europe", Filadelfia, 1845; de ella se han publicado
unos fragmentos en "The National Reader", libro de lectura
para las escuelas, que se editó en Boston por P. John Pierpont,
apareciendo en la edición de 1831, y en otras posteriores una
nota que dice: "From de United States Review and Literary
Gazette", translated from the Spanish of José María Heredia,
by T. T. Payne". Héctor H. Orjuela afirma que la traducción fue
hecha por un desconocido literato norteamericano Thatcher
Taylor Payne, y revisada y corregida por William Cullen Bryant.
LA ODA AL NIÁGARA ES LA MÁS CONOCIDA Y EMBLEMÁTICA DEL AUTOR, AL PUNTO DE QUE EN AQUELLAS HAY UN MONUMENTO A JOSÉ MARÍA HEREDIA Y HEREDIA.
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