JARDÍN CERRADO
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II
LA SOLEDAD Y EL SUEÑO
II. A
TRES TIEMPOS DE SOLEDAD
PRIMER TIEMPO
SOLEDAD, noche a noche te estoy edificando,
noche a noche te elevas de mi sangre fecunda
y a mi supremo sueño curvas fiel tus murallas
de cúpula intangible como el propio Universo.
Dolorosa y precisa como la piel del hombre
donde vive la estatua por la que el cuerpo obtienes,
tu entraña hueca ajustas al paso de la estrella,
a la piedra y los labios y al sabor de los ríos.
Hija, hermana y amante del barro de mi origen,
que al más lejano hueso de mi angustia te acercas:
¿quién no sabrá que huirte es perderse en el tiempo
y en desgracia inocente desmoronar su historia?
Tenga valor la carne que se desgrana herida,
pues su fuga prepara la próxima presencia,
igual que en el olvido prepara la memoria
su forma insospechada de la verdad más pura.
Sepa guardar su cauce la arteria que escondida
pone Dios bajo el pecho de quien le dio su imagen.
En ella marcha el oro, el papel, la saliva
y el sol, junto al misterio que da vida a la sombra.
Ni al derribarse el árbol, ni la indecisa piedra,
ni al perderse los pueblos sin flor y sin palabra,
se pierde lo que sueña el hombre que agoniza
sobre la cruz en ríos de su sangre en pedazos.
Lo que no quiere el viento, en la tierra germina
y más tarde hasta el cielo se levanta hecho abrazo.
ASÍ, con la manzana, vemos junto a la aurora
elevarse el olvido y el amor de los hombres.
Soledad infalible más pura que la muerte,
noche a noche en la linfa del tiempo te levanto,
sin querer complicada igual que el pensamiento
que nace en mi memoria sin temor y huye al mundo.
Huye al mundo y cobija sus pequeños fantasmas
dolorosos y agudos como espinas de sangre
que el fruto de la vida feliz le defendieran:
¡soledad ya madura bajo mi amor doliente!
Soledad, noble espera de mi llanto infecundo,
hoy te elevan mis brazos como a un niño o a un muerto,
como a una gran semilla que en el cielo clavara
junto a esta misma luna con que alumbras mi insomnio.
Yo que te elevo, abajo quedo absorto e inmòvil
viendo crecer la imagen de mi propia existencia,
el mapa que se exprime de mi fiera dulzura
y el doméstico embargo que mi crimen contiene.
A ti yo vivo atado, invisible y activo,
como el tallo de aire que sostiene tus torres.
Bajo mis pies contemplo tus cuadernos en tierra
y arriba la imprecisa concavidad del cielo.
Hoy te quiero y te busco como a una gran herida
fuente y tumba en el tiempo de mi olvido sin causa.
¿Quién me dará la forma que una nuestras figuras
y me muestre en tu cuerpo como un solo edificio?
Húndeme en tu bostezo: tu mudo laberinto
me enseñe lo que el viento no dejò entre mis ramas.
Los granados se mecen bajo el sol que los dora
y mi paladar virgen desconoce el lucero.
Soledad, noche a noche te elevas de mí sangre
y piedra a piedra asciende tu templo a lo infinito.
Yo conozco el lejano misterio de tus ojos...
Pero mientras te elevas:
¡Mírame, diminuto!
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